Fin del juego Amanda

By jobyYurisch

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Amanda Muse y Trevor Mills son prácticamente enemigos naturales. No hay momento en el que no estén sobre el o... More

SINOPSIS
PREFACIO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINTIUNO
CAPÍTULO VEINTIDÓS
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO VEINTISÉIS
CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
EPÍLOGO

MÍRAME ALICE

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By jobyYurisch

ALICE

El pastor Gabriel, padre de mi mejor amigo Eddie, solía dejarnos su camioneta para ir a la escuela o escapar por un helado cuando la presión de ser adolescentes nos superaba. Quien se crea que tener diecisiete años no es un peso sobre tus hombros se las verá conmigo. Las hormonas son solo la punta del iceberg. Eres un desastre andante, más si eres del tipo de persona que solía ser yo.

O que aún soy, a quién quiero engañar.

Tus propios pies son un peligro, das dos pasos y estás en busca de algo a lo que aferrarte ante de irte de bruces contra el piso. Ah, así que te sientes identificada. Somos un gran grupo de chicas piernas de lana, no tienes de qué avergonzarte.

Por aquella época, no existía sensación más liberadora que conducir con el volumen de la música alto y las ventanillas bajas permitiendo al viento alborotar mi corto cabello. Era una delicia, sin importar la hora. Aunque prefiero el atardecer, una salida a medianoche obraba mejor su magia. Te hacía sentir clandestino, como si tuvieses un gran destino esperándote a la vuelta de la esquina. Algo más grande que estudiar para tus exámenes y rellenar aplicaciones para la universidad.

Sin duda alguna ese destino no incluía chocar de frente contra otro carro.

El golpe fue estremecedor, me sacudió por dentro, mi cabeza dio una vuelta completa antes de pegarse contra el apoyo. Eddie, que no estaba mucho mejor a mi lado, llevó sus manos al volante para mirarme con sus ojos chocolate abiertos de par en par detrás de sus gafas de montura cuadrada.

—¿Estás bien? —consultó colocando su mano temblorosa sobre la mía.

Asentí probando los músculos de mi cuello. Dios bendito, funcionaban como se suponía que lo hicieran.

—Sí, descuida. Ese auto salió de la nada, ¿crees que esté bien?

Del otro coche no podíamos ver al conductor, por lo que nos bajamos con cautela, asegurándonos de que la camioneta se encontraba en condiciones aceptables. Uno de los focos se había hecho añicos y la pintura tenía pequeños raspones. Calculamos que podríamos cubrir con nuestras mesadas los daños de ser necesario y seguro que lo sería. A Eddie y a mí nos criaban bajo reglas similares; si armas un lío, te encargas de limpiarlo.

El otro automóvil, sin embargo, se llevó la peor parte. El parachoques colgaba de un lado y le brotaba humo del capó. La puerta del conductor fue abierta y lo que solo se podía describir como un mini gigante en traje de camuflaje salió del coche.

—¡Carajo, niños! ¿están bien? —Habló con voz atronadora. Moviéndose a la luz noté que no era un gigante, era un chico, un soldado poco mayor que nosotros. Su contextura lo hacía lucir amedrentador en su uniforme, pero el gesto cálido en sus rasgos faciales nos dijo todo lo contrario. La mano de Eddie se aferró a la mía, dándole un apretón.

—Todo bien amigo, lo siento, no te vi venir.

El chico negó. Su cabello corto y arenoso, de ese modo particular que llevan todos aquellos que sirven al país. Llevó una mano del doble del tamaño que las mías para pasarla por su rapada cabeza, mientras se paseaba mirando los daños tras el impacto. Lo escuché dejar salir un par de groserías del tipo no reproducibles.

—Estaba sumido en mis pensamientos, ha sido mi culpa. —dijo. —Puedo arreglar tu coche, tengo un taller, no tienes que preocuparte de ello, ¿es tuyo? —Aventuró una mirada a Eddie midiéndolo de pies a cabeza. —¿O de tu padre tal vez? No parece que tengas siquiera la edad para conducir, ¿son legales, niños?

Ahí estaba otra vez eso de niños.

—Tenemos diecisiete años, ciertamente no somos unos niños. —Eddie informó por ambos alzando su barbilla.

—Correcto, —El chico pasó su mirada entre nosotros con una sonrisa mal escondida. Se acercó a la luz de la farola; era verano, pero la oscuridad lo reclamaba todo a esas horas. Su rostro quedó visible por completo y mi respiración se atoró en mi garganta por cinco segundos enteros. ¡Y es que santa madre, el chico era hermoso! Una frente amplia, encantadores ojos azules de bebé, una nariz perfilada, pómulos altos y una sonrisa de infarto. Como si mi desasosiego repentino no fuese suficiente, él llegó hasta nosotros, levantando una mano en nuestra dirección. —Soy Richard Baker. Pueden llamarme Rick.

—¿Rick? —Eddie frunció las cejas al saludarlo. —¿Richard Baker como de Tuercas Baker?

—Sí, —El chico, Richard se congeló, su mano a mitad de camino de encontrarse con la mía sin llegar a toparla. Fue inquietante. —¿de dónde me conoces?

—Tu hermano Efren. —Eddie se relajó mirándome entonces con una sonrisa. Ambos éramos pésimos con los extraños, gran motivo de que fuésemos solo los dos para todo era nuestra extrema timidez, pero en su nueva escuela Eddie había conocido chicos, se había hecho de algunas amistades intensas. —Es mi amigo, lo conozco de un par de años. Pasamos el tiempo en el taller, tenemos una banda y nosotros...

—Wow, wow, desacelera tu carro, ¿ustedes conocen a mi hermano?

—Él lo hace —Sentí la necesidad de dejar en claro. Eddie tragó audiblemente. Richard negó con una sonrisa incrédula.

—Quién lo diría, acabo de volver a este lugar y mi primer problema tiene que ver con ese condenado. Supongo que tenemos que arreglar eso, vengan. Por cierto, no me han dicho sus nombres.

—Soy Eddison Gabriel, —dijo Eddie sacando pecho, luego me apuntó —ella es mi mejor amiga Alice.

—¿Mejor amiga? —Rick se enfocó en nuestras manos que manteníamos tomadas. —Me imaginé que sería tu novia.

—Oh no, ella...

—¿Cuál es tu apellido, Alice? —Su mano se extendió hacia mí y con ímpetu la tomé de inmediato. Mi padre me enseñó a dar un buen apretón, eso es importante según él. La mano de Richard engulló la mía, callosa y algo áspera, pero no apretó al sostenerme. Curiosamente delicado.

—St. Claire.

—Mm, creo que conozco a tu familia. —Me regresó mi mano para meterse dentro del carro, me aferré a mi falda mirándolo maravillada. Su cuerpo apenas cabía dentro de ese pequeño carrito azul, él tuvo que doblarse para buscar lo que sea que estaba buscando, cuando sale de regreso, su sonrisa estaba de vuelta y me miró para regalarme un guiño. —Luces como un ángel, Ali.

Me habían dicho ese apodo antes. Mi piel es muy pálida, si miras bien en mi rostro puedes ver las venas destacarse en colores muertos. Es algo odioso. No es un rasgo que haya perdido con el paso de los años, pero aprendí a tomar los comentarios dependiendo de quién viniese. En ese momento, mi mano solo puedo apretar el dobladillo de mi falda.

—No le digas esas cosas. —Eddie saltó en mi defensa, siempre mi caballero en brillante armadura listo para poner su escudo ante mi persona.

—¿Por qué no? —preguntó el chico mayor mirándome otra vez. Sus ojos se tomaron su tiempo en su camino arriba y abajo. No la clase de mirada que hace sentir incomoda, quizás solo autoconsciente. Como cuando las chicas de la escuela salen a la misma hora que los chicos de la secundaria de al lado y ellas se pavonean por allí esperando que ellos las noten y las aprecien. A mí no suele pasarme, ¿qué si no les gusta lo que ven? Soy demasiado alta, demasiado delgada, demasiado yo. —Ella es linda, no veo porqué eres solo su amigo.

Eso había sido...

El cuerpo de Eddie se tensó y tuve que darles un apretón a sus dedos. No es como que fuese a empezar una pelea, ni siquiera una verbal, solo era cosa de dar un paso atrás. Él era enclenque y Richard lucía como si pudiese matar a alguien con sus propias manos. Él estaba en el ejército, quizás lo hubiese hecho.

Como polillas atraídas a la luz, lo seguimos. El nombre Rick no calzaba en mi mente cada que lo miraba. Él estaba hablando por teléfono, el pequeño aparatito perdido en su mano apoyada en su oreja daba la impresión de que estaba allí solo pensando. Al mirar con detenimiento pude ver las similitudes con su hermano, por aquel entonces no conocía a Efren Baker en toda la extensión de la palabra, le había visto, principalmente porque él vivía pegado a los talones de mi mejor amiga Leah, o era ella quien se le pegaba, no lo sé, adivinar la dinámica de su relación era complejo. Con su hermano, Richard comparte los mismos ojos vibrantes, de un azul entre el mar y el cielo. La forma de sus rasgos es similar, el corte de sus hombros, las piernas largas.

—De acuerdo, te esperaré pequeño hermanito, date prisa... —Richard habló con una sonrisa completamente diferente en sus labios. Una que iluminó sus ojos, justo antes de que se transformara en una mueca enojada. —No me jodas, deja de follar como conejo, tu... —Se detuvo, nos miró, me miró y moderó su tono. —Solo deja de hacer lo que estás haciendo y ven aquí. Trae la camioneta de mamá, estamos varados con tus amigos. —Escuchó lo que le respondían al otro lado de la línea, entonces sonrío nuevamente. —Oh, Dios, no puedes pasar por Leah para esto. Ella debe de estar en la cama como la chica buena que es. ¡Ahora muévete!

Con Eddie compartimos una sonrisa secreta.

—Tema resuelto chicos, vamos a esperar a que mi hermano venga por nosotros. Los invito a tomar asiento. Podemos conocernos en el intertanto. —Y así sin más, Richard se dejó caer en la cuneta.

Con Eddie nos miramos. Como mejor amigo, él casi que puede leer mi mente. Tenemos un entendimiento tan estrecho que suele adelantarse a mis deseos y sus ojos me hablaron de confianza, tanto para ir hasta Rick y sentarse a su lado. Por mi parte, mi ansiedad había llegado a la parte alta de la montaña rusa, al punto justo donde te detienes y echas un ojo adelante para ver que caerás metros y metros en el aire apenas sujeto a un riel de fierro. Estimulante, aterrador y con una satisfacción enfermiza de orgullo ante el riesgo.

Fui donde los chicos, y solo por ser audaz, me senté al lado de Rick y no de Eddie.

—Entonces Alice, —Rick me sonrió, como si aprobara mi elección de asiento. —¿de casualidad tienes una hermana mayor?

—Mm, sí. Maritza —respondí frunciendo el ceño. —¿La conoces?

—Sí, de vista la verdad. Ella salió con uno de mis amigos en la secundaria hace un par de años. Linda chica, no puedo decir que exactamente simpática. Perdóname, pero no me gusta mentir.

Le ofrecí una sonrisa.

—Descuida, si hubieses dicho algo lindo de ella de todas maneras no te hubiese creído, a nadie le agrada mi hermana. Ella es algo... difícil, por así decirlo.

Él cabeceó y luego se volteó hasta Eddison.

—¿Qué me dices de ti? Dijiste que te apellidas Gabriel, ¿eres hijo del pastor? —Mi amigo asintió con jactancia. —Ya decía yo que ustedes tenían cara de ser buenos chicos, ¿cómo se han involucrado con mi hermano?

Eddie se volcó en los detalles de sus pasadas de escuela. En como Efren era un alborotador con necesidad de atención y Eddie hacía de mediador con los maestros para que no le reprobasen ni lo dejaran en castigo cada día.

—Jesús... —Richard resopló. —De lo que me he perdido por estos lados. Y ahora, ¿qué hacen tan tarde fuera? Mañana tienen escuela.

Sus palabras me parecieron graciosas. Se veía solo un par de años mayor que nosotros, no lo suficiente para sonar como un adulto que nos da un regaño.

—Estuvimos con tu hermano esta tarde. Y como aun hace calor, decidimos ir por una bebida —expliqué.

—Ajá, suena lógico.

Los ruidos de grillos nocturnos y los autos pasando por la avenida cercana nos acompañaron mientras esperábamos a ser rescatados. Un par de automovilistas se detuvieron para ofrecer ayuda, pero en vista de que nadie había salido lesionado, siguieron su camino. No había patrullas a la vista y tuve que dar gracias por ello. De solo pensar lo que pudo pasar, me estremezco. Mi madre perdería el cabello de verme llegar escoltada por un oficial. Mi padre estaría tan decepcionado, mi hermana se volvería loca y me señalaría como una rebelde por el resto de mi existencia.

—Ali, deberías avisarle a tu madre —Eddie presionó su celular en mi mano. Su tono fue bajo, secreto. —No queremos que se preocupe si esto nos toma tiempo.

Como si sus palabras fuesen escuchadas, la característica camioneta que Efren conducía como un loco apareció por la esquina a toda velocidad. Hizoe sonar la bocina y frenó de golpe frente a nosotros.

—Eh, chicos —Es su saludo saltando fuera. Lucía feliz y desordenado, su cabello un desastre. Abrió los brazos caminando directo hacia su hermano. —Grandote, al fin estás en casa.

Richard lo interceptó a mitad de camino, se abrazaron fuertemente, de esos abrazos que puedes sentir como espectador y tuve que alejar la mirada. Era un momento tan privado. Ellos se golpearon las espaldas y cuando se alejaron, ambos aclararon sus gargantas mirando el piso.

—Has crecido, hermanito —Richard fue el primero en recomponerse. La sonrisa cegadora de vuelta y mi atención en ella. ¿Cómo un gesto tan simple pudo hacerme sentir tan... tan...?

—¿Alice?

Salté fuera de mi piel.

—¿Sí? —Efren me miró con la cabeza hacia un lado, especulativo.

—Nada, solo comprobando algo. Hermano, creo que le gustas a Alice. —sentenció como si nada.

Y yo sentí que moría.

El piso se abrió bajo mis pies y me fui directo al infierno. El calor me envolvió, mis manos resbalosas de la nada y donde quiera que mirase, había un par de ojos midiendo mi reacción.

—Por Dios santo, Efren Baker, tienes tan poco tacto para estas cosas —reclamé. Sonaba flojo incluso para mis oídos. Mi voz demasiado azorada. Tanto como mis mejillas lucían. Me alejé de la luz de la farola discretamente, solo por si acaso.

—No lo estás negando Alice, no tienes que sentirte mal. Mi hermano es pedazo de tipo. Si no fuese mi familiar y me fuesen los chicos, yo estaría prendado de él y... —Fue interrumpido por la mano de Richard cubriendo su rostro por completo.

—Ya. Basta de ser un idiota. —Lo silenció.

Hubo un momento de tenso silencio. Eddie negando hacia Efren. Efren riendo ocultando su boca contra la manga de su camiseta y Richard solo me miró. Y lo miré de vuelta. Sin lugar a duda, la situación más bochornosa de mi corta vida y el tipo más guapo que he visto jamás presenciándola. Sus ojos se entrecerraron, lo que me hizo apartar la mirada.

—Los carros... —Eddie recordó a nadie en particular.

—Cierto, los carros.

—Claro.

Los chicos se volcaron en lo mecánico; hablaron de piezas y el desastre. Intercambiaron números y se dieron direcciones. Me sentí como la tuerca sobrante, de modo que me aislé a un rincón. Me senté de vuelta en la cuneta a mirar hacia cualquier lado, menos a ellos. La tensión me dejó y el calor disminuyó. Solo podía pensar en contarles lo sucedido a mis amigas... y dejar a Leah moler la cabeza de Efren contra una muralla.

Soy pésima con los chicos.

Soy pésima incluso en las conversaciones más vagas.

Soy tan vergonzosa y poco sociable. Una catástrofe en ciernes...

—Perdone a mi hermano por su gran bocaza, señorita St. Claire, es solo un niño. —Richard se dejó caer a mi lado. Su tono fue propio y se mantuvo a una distancia prudente, respetando mi espacio personal. La luz le dio directo en el rostro y se veía tan abierto. Quise recordarle que su hermano tenía mí misma edad. Aunque, no me sentía así cuando lo miraba. No me sentí una niña. Solo Alice. —Peor aún, es un niño tonto. De seguro te has topado con tu cuota de ellos.

—Unos cuantos. —respondí con un suspiro. —Solo estaba mirándote... yo... yo no, ya sabes... yo no...

—¿No estás desarrollando un enamoramiento fugaz? —preguntó con toda calma.

Miré en dirección a mis amigos. Eddie estaba inclinado revisando los focos de su camioneta. Efren detrás del volante de la misma. Ninguno nos prestaba atención.

—No —dije al fin. Y era una mentira. El enamoramiento es un golpe directo a las entrañas, que te tumba. Yo ya tenía con mi trasero en el piso. Literal y figurativamente.

—Es una pena.

Mi cabeza se giró con tanta violencia que creo que me hice daño.

—¿D-Disculpa?

Richard dio una cabeceada al aire, su sonrisa de dientes blancos brillantes y sus ojos —los más azules que he visto, los más luminosos— serios.

—Te ves como la clase de chica que derrumba a un chico. La clase de chica correcta. Si algún día me miras de alguna manera diferente, déjamelo saber. —dijo calmadamente y yo, perdí el sentido del habla.

Jesús, María y José.

—¡Rick, ya debemos irnos! —Efren hizo sonar el claxon de la camioneta. Eddie me hizo señas del mismo modo.

¿Qué no lo entendían? ¡Estaba hiperventilando!

Richard se puso de pie, limpiando la parte trasera de sus pantalones como si nada. Extendió su mano hacia mí.

—Hora de ir a casa, Alice. Es tarde, casi medianoche y las princesas deben estar en sus camas para esa hora. —Volvió a hablar. ¿Ese ronroneo en su tono ronco al hablar? Soñé con él. Soñé con cada parte de él.

Me las ingenié para no perder los papeles al tomar su mano. Una sensación hormigueante donde nos tocamos. Lo que pensé que no era más que una ayuda, se extendió con Richard llevándome hasta el asiento del copiloto de la camioneta de Eddie. Abrió la puerta con su mano libre, esperando hasta que me acomode arriba para luego inclinarse. Lo vi a cámara lenta, su cuerpo descendiendo, mi mano yendo hacia arriba y sus labios haciendo contacto con mis nudillos. Fue un beso cálido, inusual, con la corriente de un rayo recorriéndome el brazo.

—Buenas noches, Alice. Dulces sueños —Y con eso, Richard se alejó caminando hasta el coche de su hermano.

Así es, señoras y señores, como se conoce a quien pondrá tu mundo de cabeza. 

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