Un sabor a dulce de leche

By ZomBelGress

71.2K 4.2K 5.6K

Leandro Benítez es un joven estudiante de pastelería radicado en Córdoba, Argentina, que una tarde, cómo si f... More

0. Dulce de leche
1. Encuentro
2. Mates y tostadas
3. Alfajores de maicena.
4. Pijamas
5. De flancitos y emociones
6. Lo difícil de ser hetero
8. Recetas del norte

7. Un corazón alegre

5K 411 587
By ZomBelGress


El lunes por la mañana Jeremías trataba de sacarme del horno, yo no quería mostrar mi cara, estaba destruído. Hacía dos noches que no dormía más de tres horas, me quedé casi toda la madrugada pensando en cómo había llegado a darme cuenta que me pasaban cosas con Camilo. ¿Por qué no me había pasado antes con otro pibe? ¿Lo gay a uno se le despierta así de la noche a la mañana? ¿Tengo un retraso sexual? ¿Eso existía? 

—Dale, culiado, qué mierda te pasa. Polomenos prende el horno si queres suicidarte, necesito meter las facturas antes de que vuelva el profe. —me reclamaba Jeremías sin mucha empatía que digamos.

—¿Y ahora qué le pasa al cuis-cuis? —inquirió otro de nuestros compañeros, reconocí su acento de inmediato, era el santiagueño—. Pero salga de ahí, hombre. 

—No quiero, me quiero morir, me duele la cabeza. —dije con voz llorosa.

—Tomate un ibuprofeno, gil. ¡Dejame usar el horno! —volvió a ordenarme, aunque ahora más enojado que antes. Por las dudas, decidí salirme y volver a mi lugar en la mesa de trabajo. Creo que quería pegarme. 

—Eh, chango, tan linda que es la vida y vos te queres matar. ¿Qué pasó? —volvió a insistir Dario, el santigueño de cabello castaño oscuro y ojos claros —. Saca lo que sea que tengas adentro. 

—Gracias por ser mejor amigo que ésta mierda. —mencioné mirando al pelinegro que fingía no escucharme —. Todavía no puedo contarte, no puedo contarle a nadie, lo que me está pasando es muy raro y no lo entiendo del todo. —me sincere más conmigo mismo que con el santigueño. Sabía en mi interior que ellos no tendrían problemas con mis nuevos… ¿Gustos? Pero era difícil explicarse, necesitaba tiempo.

—Bueno, cuis-cuis, cuando estés listo. —me dijo palmeando mi hombro —. Igual no venía a saber de tus dramas existenciales, quería invitarlos a una propuesta irrechazable. —nos comentó haciendo énfasis en lo de “irrechazable”. 

—¿Involucra escabio? —inquirió rápidamente el cordobés. 

—Si, obvio, Mishquila. 

—Entonces si es irrechazable.

—Vamos a ir el fin de semana a mi rancho en Tramo 20, después nos vamos para La Banda y compramos de paso algarroba y chañar o el bolanchao que tanto les gusta a ustedes. —nos dijo con esa sonrisa pacífica tan característica de él. Ambos asentimos con nuestras cabezas más que entusiasmados, sería bueno desconectarse un poco.

—¿Puedo llevar a alguien? —pregunté para sorpresa de los dos; no, era para sorpresa de los tres, lo había dicho sin pensar. Últimamente pensaba tanto que cuando realmente necesitaba hacerlo, se caía el sistema.

—Si, chango, obvio. Mientras entremos en la camioneta, todo bien. 

—¿Y a quién pensas llevar? ¿Una mina? Nada de coger eh —me advirtió Jeremías cruzándose de brazos. ¿Coger? Ahora no podría dejar de pensar en eso. 

—No te adelantes, boludo. Voy a llevar a un amigo nuevo, ustedes no lo conocen, es un chileno que conocí por casualidad. —me expliqué antes de que siguieran pensando giladas —. ¿Nos vemos el viernes a la noche entonces? ¿Voy a tu casa o me pasas a buscar? 

—Yo paso con la chata, quédense tranquilos —nos dijo a ambos con esa voz de cantor folklórico pasado de copas —. Bueno, changos, nos volvemos a juntar el finde. —agregó antes de retirarse a su mesa. 

Jeremías aprovechó que me encontraba distraído pensando en que había hecho planes con el Camilo sin siquiera consultarle, y me pegó con el palo de amasar de plástico, era mucho más liviano que el de madera, pero aún así era doloroso. Me di la vuelta dispuesto a matarlo, pero entró el profesor y fue a mí a quién le gritaron. No negaba que hacía más de una hora que estaba al pedo, pero no merecía la exposición pública de un mal estudiante. 

~~~~~~~~

El día miércoles, me decidí por llamar a Camilo, aún no le había preguntado si podría ir al viaje, aunque muy en mi interior solo le estaba informando de que viajaría conmigo. Bueno, sin dar más vuelta, me senté en el sillón de mi pequeño living y le marqué, estaba seguro de que en la tarde noche ya no tenía clases. 

—Hola, weón. ¿Tan rápido me extrañas? —cuestionó entre risas. Necesitaba hablar con él, mantener mis ideas claras para darme entender, pero si empezaba así, se me aflojaba todo y mi cabeza se volvía un lío. 

—Deja de joder, seguro que sos vos el que me anda extrañando. O sea, fijate, no puedo estar más bueno. —seguí su juego, aunque decir todo aquello se me hacía incómodo. ¿Era una conversación normal entre amigos? 

—Yo no fui el que llamó —respondió de manera astuta, me había derrotado.

—Ok, tenes razón, cuando tenes razón, tenes razón. 

Camilo volvió a reír al teléfono con tanta frescura, que llegué a sentir cómo mi corazón se agitaba dentro de mi pecho. Este chico necesitaba parar, en algún punto sentía que era casi a propósito. 

—Ya, weón, dime el porqué de la llamada… ¿o enserio me extrañabas? 

—Ah, bajate del poni, chileno. Te llamo para saber si para este fin de semana tenes planes. 

—No, pensaba dormir todo el día, no he dormido bien por culpa de los parciales y las prácticas. ¿Por qué preguntas?

—¿Te interesa conocer algo del norte argentino? Un amigo siempre nos lleva con él a su pueblo en Santiago del Estero. 

—¿Con tus amigos? —inquirió casi alarmado.

—Si, ¿qué tiene? Te van a caer bien, son todos re piola. —mentí.

—Me voy a sentir como el invitado que sobra en la fiesta, pero no puedo negarme a un viaje, nunca salgo. 

—Entonces nos vemos el viernes a la noche, por mensaje te pasó bien todo. 

—Ok, lo espero. 

Corté la llamada casi a punto de saltar del sillón. La idea había saltado en mi cabeza de la mismísima nada, pero ahora me parecía la mejor idea que había tenido en mucho tiempo. Un fin de semana juntos tal vez me ayudaría a aclarar todo lo que estaba sintiendo, o tal vez solo lo empeoraría. 

Era cómo tirar una moneda al aire y esperar a ver de qué lado cae. Aunque era más cómo si esa moneda tuviera dos caras y ninguna cruz. 

 ~~~~~~

La noche del viernes por fin tocó a mi puerta, y me encontró en mi departamento con treinta tapas de alfajores esparcidos de forma ordenada en la mesada de la cocina; con la manga pastelera, coloqué en cada una de ellas un copito de dulce de leche. Luego, las sumergí en chocolate semi amargo rebajado con un poco de leche, y después coloque cada copito ya bañado en chocolate, sobre una rejilla que se encontraba encima de una placa negra para horno, allí se escurría todo el excedente.

Debieron permanecer allí por un rato hasta que la cobertura se solidificara, mientras tanto, preparé mis cosas y tomé otra ducha para sentirme fresco o tal vez menos nervioso, debí ponerle hielo al agua. Dos horas después, ya me encontraba listo y guardando los bocados de dulce de leche en un tupper blanco, pero mi actividad se vió interrumpida por el alboroto que comenzó hacer el  timbre de mi departamento.

—Hola, ¿si? —dije a través del comunicador. 

—¿Y, weón? ¿Bajas o no? —me respondió Camilo algo incómodo. ¿Habría sido mucho invitarlo tan pronto a un fin de semana juntos? 

—Ahora bajo, esperame. —le pedí con un tono de voz que escondía cierto ruego o súplica, temía que se escapara antes de que yo llegara al hall de mi edificio.

Dentro del ascensor podía escuchar los latidos de mi corazón, estaba más asustado que viendo una película de terror, sentía que me olvidaba el cómo respirar y la ilusión invadía mi mente. ¿Cuándo fue la última vez que sentí algo similar? Ah, este pibe estaba poniendo mi mundo de cabeza, y él no se daba ni por enterado. Él estaba ahí, simplemente parado junto a la puerta sin el más mínimo remordimiento. 

—¿Estás bien? —inquirí apenas llegué a su lado. 

—No lo sé, weón. ¿Y si no le caigo bien a tus amigos? No me gusta sentirme ansioso, ¿cachai? 

—Tranquilizate, boludo. Va a estar todo bien, mis amigos son re piolas y vos también. 

—No, yo no soy piola, eso es solo contigo, weón. 

—¿Conmigo? —repetí bastante confundido, ese comentario había llamado poderosamente mi atención pero, por desgracia, no pudimos continuar aquella conversación porque la chata del santigueño se estacionó en frente de nosotros.

—¡Dale, chango, suban las cosas! —nos ordenó sin bajarse de ella. 

Toqué el hombro del chileno y lo animé a seguirme, fuimos a la parte de atrás y dejamos nuestros bolsos en la caja de carga. Luego Jeremías abrió la puerta y nos hizo subir con él en el asiento trasero. Ya que adelante se encontraba sentado el acompañante del santiagueño, que para ese instante aún no estaba enterado de quién era. Me senté en el medio y Camilo a mi lado, cerró la puerta y mi amigo no tardó en poner en marcha la chata para seguir camino a Santiago del Estero. 

—Hola, che —saludó el cordobés a Camilo, este no se veía emocionado de ser tangible y por lo tanto visible—. Vos andas levantando mucho misterio últimamente, ¿sabías eso? —agregó con ese típica intención de querer joder a alguien, y esta vez la vícitima sería yo. No me faltaron ganas de llegar al pueblo de Ruben y enterrarlo en algún monte desierto donde solo las aves carroñeras lo pudieran encontrar. 

—Hola… —respondió casi en voz baja, luego me miró bastante curioso —¿misterio? 

—¿Eh? —Solté fingiendo demencia. 

Después tan solo atiné a reírme y palmear con bastante fuerza el muslo del pelinegro, este llegó a quejarse por la fuerza que ejercía, pero yo continuaba simulando que todo aquello era un acto de dos grandes amigos que se estaban divirtiendo, aunque estoy seguro de que en mis ojos descubrió mi voluntad de enterrarlo vivo. 

—Bueno, bueno, cortenla ustedes dos —nos dijo la persona que iba de copiloto. Su voz se me hizo muy conocida—. Se quedan mansitos o les doy una cagada de perro, no me importa nada, eh. 

—¡Nico! Jodeme que sos vos —exclamé emocionado y él se giró en el asiento para ver hacia atrás con más comodidad. 

—¿Quién más voa se’, puto, eh? —me contestó con esa frescura que tanto me gustaba en el acento tucumano. Además de que aquella agradable energía se completamente con su juvenil apariencia de ondulados cabellos negros que rozaban sus hombros, y unos envidiables ojos almendrados.

—No sabía que ibas a venir, ni siquiera sabía que lo conocías al Ruben. —dije recordando cómo lo había conocido en una peña de Alberdi, una peña a la que el santiagueño no había asistido, o al menos eso creía yo. 

—Que curioso el cuis cuis —casi gruñó Ruben, sentí que no debía indagar demasiado en aquel asunto. 

—La verdadera cuestión acá es… ¿Cómo conociste a un chileno? —me interrogó Jeremías demasiado metido para mi gusto. 

—Lo conocí de casualidad por la calle. Nos caímos bien y acá estamos. —respondí sin dar demasiados detalles. Pero en los ojos casi incoloros del pelinegro sabía que no estaba conforme y eso, por alguna razón, me aceleró el corazón, me sentí expuesto. Frente a mis ojos se aparecía el momento exacto en que nos conocimos, volvió a mi memoria su carita enojada y sus puños cerrados. 

—Este aweonao me chocó, me hizo tirar un frasco y se ofreció a compensarlo, así es como continuamos hablando. —resumió Camilo haciéndome quedar como un pelotudo, pero no me importó y esbozé una sonrisa de idiota. A veces me sorprendo yo mismo de lo tarado que puedo llegar a ser.

Luego de aquella breve conversación, cruzamos unas cuantas preguntas más y el Tucu nos ofreció empanadas picantes que había traído para el viaje. Jeremías de su lado sacó una gaseosa fresca de naranja para no morir con los ajíes del monte que debía tener la carbonada tucumana. Camilo las recibió con gusto, no parecía estar sufriendo como nosotros, incluso uno llegaba a quedar cautivado por la paz que emanaba mientras miraba por la ventana, y comía su empanada como un niño que come con gran apetito su barra de chocolate con almendras. Era bueno saber que no solo sobrevivía a base de azúcar, sino que había platos salados que encendían la misma emoción en sus ojos que una torta de tres pisos.

Cuando todo se calmó dentro de la chata y el sueño nos encontró desprevenidos, me tomé el atrevimiento de doblar mi cabeza hacia el lado de Camilo para admirar su sueño. La oscuridad se había apoderado del ambiente, y aproveche su complicidad para sonreír de nervios, y de cosquillitas en el estómago que me hacían estúpidamente feliz. Cuando alguna de las luces de la ruta golpeaba sobre el rostro del chileno, lo que más brillaban eran sus labios manchados del aceite de las empanadas e hinchados por el picante que no afectó a su lengua. No podía casi controlar las ganas que tenía de alzar mi mano y pasar la punta de mis dedos por aquellos pares que parecían llamarme desesperadamente. 

—Mierda… —murmuré dándome cuenta de la locura que me estaba pasando. Si no dejaba de mirarlo, terminaría haciendo cosas raras por las que Ruben o el Tucu me echarían de la chata en plena ruta nacional. 

Volví a doblar mi cabeza y preferí observar al Jeremías dormir como pescado recién sacado del agua. Se le caía la baba por ambas comisuras de sus labios, una escena para nada agradable de observar. Pero mi plan para no enloquecerme por el chileno duró muy poco, ya que de manera imprevista, apoyó su cabeza sobre mi hombro. Mi corazón volvía a desesperarse y mi respiración comenzaba a perder el ritmo. 

—Si andas disimulando, no te sale muy bien… —susurró el santiagueño viéndome por el espejo retrovisor. 

—¿Qué? —espeté nervioso— no sé qué decís. —agregué con voz seria. Podía estar reconociendo lo que me pasa en mi interior, pero aún no me encontraba preparando para exteriorizar nada de ello; sentía que si lo decía en voz alta, todo se volvería real, tan real que no sería capaz de manejarlo. 

—Como vos digas… —murmuró sin darle demasiada importancia. 

Después de esa breve interrupción, el silencio volvió a poseernos en esa ruta poco transitada en aquellas horas. A nuestro lado tan solo pasaban ocasionalmente camiones de carga o patrullas camineras. Creí que ese mutismo nos acompañaría el resto del viaje, pero luego de tres horas, Ruben se detuvo en una estación de servicio en medio de la nada que contaba con un comedor y parrilla con pinta de bodegón económico que no conocía de inspectores de salubridad, pero que la comida debía ser sorprendemente deliciosa como un tuco de la nona.

—¡Despierten, vagos de mierda! ¡Tengo que cargar gas y llenar el vientre! —exclamó bajando de la chata. Cuando abrió la puerta el frío nos desperezó a todos.

—No podes ser tan cagado de hambre, che puto. —comentó el tucumano abrazándose a sí mismo ya parado junto al vertidor de GNC.

—Nah, yo también traigo un hambrazón bárbaro. —coincidió Jeremías con el santiagueño acercándose a un gran cartel negro que tenía escrito en tiza blanca el menu del día, aunque el lugar parecía ser más una clase de tenedor libre para camioneros que un restaurante a la carta. 

El último en bajar fue el chileno, que pronto se arrimó a mí hasta pegar su cuerpo con el mío, repitió varias veces que hacía demasiado frío para apenas estar entrando en mayo. No pude responder a sus quejas porque estaba demasiado ocupado en la mirada interrogativa del cordobés sobre nosotros. Camilo tal vez llegó a percibir el ambiente, por lo que se alejó discretamente y se fue hacia el comedor, Jeremías no tardó en llegar a mi lado y hacerme la pregunta que ya esperaba: “¿Vos y él tiene algo? ¿Sos gay? ¿Sos bi?”. 

—No salgo con él, ahora vamos a comer. —sentencié para que no insistiera en lo demás, pero sabía que me continuaría persiguiendo sobre el asunto, podía ver en su cara que comenzaba a sacarme la ficha y eso me preocupaba más de lo necesario. 

Finalmente, todos nos encontramos dentro del comedor de camioneros, aunque nos advirtieron que en la madrugada no funcionaba el tenedor libre, y que solo servían cosas simples de la carta. Pero eso no resultó ser un problema, ya que al menos la parrilla continuaba funcionando, así que Ruben, Nico, Jeremías y yo pedimos una parrillada completa, pero Camilo pidió un menú del día, que eran nada menos que ravioles de carne y verdura con salsa de verdeo.

—¿No preferís comer carne, che? —le pregunté una vez el mozo se alejó con nuestros pedidos. 

—La verdad me hubiera gustado probar el tenedor libre. —me respondió otra vez con esa carita de perrito mojado que me estremecía las entrañas. 

—Si, una lástima que a esta hora no esté disponible. 

—Tenemos que agradecer que sea una parrilla de 24 horas, casi no existe en este país que se la pasa durmiendo la siesta. —comentó el Tucu llamando al mesero para pedir un vino para todos, menos para el Santiagueño que tendría que conformarse con un Paso de los toros.

—Claro, como si vos no contribuyeras a la cultura nacional. —refutó Jeremías con sarcasmo. Ruben asintió muy de acuerdo con el pelinegro, y el Tucu pensó en a quién mataría primero. 

Me sonreí sin siquiera notarlo, me gustaba el tiempo que estábamos pasando juntos, y más aún cuando casi por inercia mis ojos se fueron sobre el rostro del chileno que expresaba una felicidad genuina. Recordé en ese momento que me había confesado su falta de amigos desde que se había mudado a la Argentina, así que me imaginé que aquel instante se volvería en un preciado recuerdo para él. Me moría de ganas por interrumpir toda aquella amena plática de cosas banales para decirle: “viste que podés ser piola con otras personas y no sólo conmigo”, pero sentí que estaría arriesgando mi integridad física al provocarlo de esa manera, uno nunca sabe cuándo y por qué explotara hasta no dejar nada en pie a su alrededor. 

—¿En que estai pensando, weón? —inquirió Camilo al advertir que yo no estaba participando de aquella alegre conversación. 

—En nada, tranqui… —murmuré tomando un trago del vino con soda que Ruben me había servido. 

Camilo no insistió, pero parecía preocupado o tal vez simplemente curioso. Por suerte, la comida se hizo presente y zafé del interrogatorio silencioso del castaño. En nuestra mesa colocaron cinco pequeñas parrillas transportables, que en su interior contenían brasas calientes para mantener a temperatura la carne y las achuras. El chileno observaba todo aquello con gran entusiasmo. Las porciones eran abundantes, tanto que agradecí de que Camilo no hubiese pedido lo mismo que nosotros, podría compartirle mi plato, ya que a esas horas no había manera de que me lo terminara por mi cuenta. Al volver tendría que ir al gimnasio al menos por cinco días seguidos.

—Y para el vegetariano, pasta. —dijo el mozo dejándole el menú del día al chileno, éste no entendió el chiste, los demás nos reímos al unísono y agradecimos la atención. 

—¿Qué le pasa a este aweonao? —espetó con el ceño fruncido. 

—Es que es una parrilla, le parece raro que no pidas un asado como todos los demás. —le expliqué dividiendo todos los cortes a la mitad—. Igual quiero que pruebes la carne, te doy la mitad de mi porción, es mucho. 

—¿Seguro?

—Si, dale, no podes vivir de pasta. 

—Pero a mí me encantan las pastas argentinas. —confesó con un ligero sonrojo sobre sus mejillas. Mi corazón se volcó en ese mismo instante. 

—Bueno, pero también come esto —insistí tratando de que no se notara mi nerviosismo. 

Camilo finalmente accedió, y comenzó a probar todo lo que yo le ofrecía. A cada bocado, exclamaba: “está la raja”, “manjar de los dioses”, “los argentinos culiaos si que saben asar la carne”, entre otras cosas muy creativas que nos hacía soltar fuertes carcajadas que a más de un camionero allí debió molestar. Me alegraba demasiado que el chileno se viera y sintiera tan cómodo. Además de disfrutar de la carne, no perdió la oportunidad de devorar los ravioles que por sus expresiones tan sugerentes —por no decir orgasmicas—, debían estar tan ricos como el asado. 

—¿Y qué te gustó más? —pregunté para interrumpir el estado de placer gastronómico en el que se encontraba Camilo, ya no soportaba esas expresiones. No era pajero, pero todo aquello me hacía dudar.

—El vacío estaba exquisito, pero creo que me encanta la morcilla. —me respondió con demasiada sinceridad, ninguno de los tres pelotudos que tenía por amigos se aguanto la risa, incluso Jeremías llegó a ahogarse con el vino—. ¿Qué pasó, weón? ¿Dije algo malo? —cuestionó con una inocencia que me provocaba ganas de abrazarlo y preguntarle cuánto le gustaba la morcilla. 

Nadie quiso explicarle el chiste, lo dejaron allí picado con la duda; ya me imaginaba como aquello sería la nueva anécdota que alguno no olvidaría de mencionar en nuestras futuras sobremesas. Luego nos retiramos del lugar pagando cada uno su cuenta. Aunque me hubiera gustado pagar la parte de Camilo, pero sabía que llamaría más la atención de todos si hacía algo como eso. 

—Espera, Rucio, te quiero decir algo. —me dijo el chileno antes de seguir a los demás hacia la chata para continuar nuestro camino.

—Si, decime. —pronuncié un poco inquieto, me parecía raro que me separara tan repentinamente del grupo.

—Gracias por haberme invitado. —murmuró con una voz tan tranquila que no me parecía el mismo pibe que me gritó por un cuaderno—. Usualmente no puedo hablar así de normal cuando estoy con muchas personas. Me agobio y me voy sin siquiera intentar encajar. —agregó con cierto tono de confesión sin mirarme a los ojos.

—Te dije que sos piola. —declaré sin tampoco buscar su mirada, tenía la sensación de que en ese momento estaba más rojo que un tomate. 

—Contigo no me siento fuera de lugar. —enunció cómo frase final antes de escapar de mí metiéndose a la chata.

Si antes aún dudaba de lo que estaba sintiendo por Camilo, con aquellas palabras se había terminado de robar mi corazón. Oficialmente, me había volteado como un tazo. 

_________________


Nota:

¡Buenas! Nuevamente perdón por tardar tanto en mis actualizaciones. Espero hayan disfrutado de este capítulo que se me hizo eterno, tuve una crisis existencial para el final(?)

Continue Reading

You'll Also Like

2.9M 172K 105
Libro uno de la Duología [Dominantes] Damon. Un hombre frío, amante de los retos, calculador... decidido. Se adentra en un mundo desconocido, donde l...
22.1K 1.7K 11
Amor y Guerra son dos lados de la misma moneda. Para Henry, quien ha estado enamorado de la misma chica por años, y Conrad que ha encontrado por prim...
15.3K 409 27
"me gustaría ser más cercana los chicos del club, pero supongo que todo seguirá siendo igual, no?"
76.5K 6.7K 65
Sus métodos de espantar a los hombres han mantenido a Melanie Grey a salvo de cualquier traición o decepción. Una estrategia que ha funcionado exitos...