Hospital

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Hospital, es una historia llena de misterios, en la que el protagonista Naúm, se verá envuelto. Adéntrate en... Еще

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo

Capítulo 10

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—¡El gatito! —Gritó Matías con una cierta emoción en su rostro que la contagiaba de inmediato. Lizzeth no se había percatado de él y al verlo sus ojos se iluminaron de alegría.

—¿Cómo entró aquí? —Preguntó Doroteo desde su lugar. Era una pregunta demasiado extraña. ¿Cómo había regresado por este lugar si abajo no hay ni entrada ni salida? Solamente esta puerta.

Lizzeth se agachó cerca del gato y él pasó por sus piernas mientras apretaba su cabeza en ellas, al parecer el gato ya le había tomado cariño a Lizzeth y así se lo demostraba. Lo tomó en sus manos y se levantó junto a él mientras lo miraba a la cara sonriendo.

—El gato no tenía ningún medio por el cual regresar por el mismo lugar —Expresó Doroteo. Pero tanto Lizzeth como Matías lo ignoraban, al parecer sólo yo escuchaba sus palabras.

Doroteo observó a su hermano y giró de nuevo hacia el cuarto, analizó la entrada y no lo pensó dos veces antes de comenzar a correr y bajar por las escaleras.

—¡Doroteo! —Le gritó su hermano antes de correr tras él.

La maestra Ximena. Pensé en ella y de inmediato seguí a los gemelos. Ella estaba ahí abajo y si el gato pudo regresar, quizá fue porque alguien abrió esas puertas para llevarse su cuerpo. Por eso Ricardo pensó que nos vigilaban. Por eso la luz roja se había apagado, porque quizá se habían llevado el cuerpo de la maestra Ximena.

Al llegar al piso de abajo nos enteramos que todo estaba en orden. El cuerpo de la maestra estaba ahí, recargado a la pared de las escaleras. Me dio una profunda tristeza verla en ese estado, completamente bañada en sangre, sin nadie que pudiese reclamar su cuerpo. Sin nadie que pudiera llorarle en su funeral.

—No puede ser —se quejó Doroteo observando por la ventanilla, Donato estaba tras él tratando de entender lo que quería ver su hermano, el motivo de por qué bajó de repente.

—¿Doroteo qué sucede? —Le preguntó colocando una de sus manos en su hombro. Doroteo permaneció quieto, no le molestaba tener la mano de su hermano en el hombro. Ambos hermanos ya tenían arrugas en su rostro, un rostro acalorado en el que las gotas de sudor ya estaban presentes.

—Ya no lo sé —contestó él mientras daba media vuelta para quedar frente a su hermano. Colocó sus brazos en su cintura y nos observó a ambos—. Creí que esta puerta se había abierto de nuevo, por eso el gato pudo entrar. Pero no fue así, la puerta continúa sellada igual desde que la vimos por primera vez.

—Todo es tan confuso —dijo Donato acaparando la atención—. El gato, la trampa que asesinó a Ximena, las luces rojas, el ruido en las escaleras. Nosotros aquí. ¿Cuándo encontraremos las respuestas que necesitamos?

—Volvamos allá arriba —dije—. Es mejor que estemos todos juntos. Tarde o temprano esto tendrá que acabar. No podemos estar encerrados aquí de por vida.

—No —interrumpió Doroteo mientras me veía con frialdad—. Es más probable morir de hambre antes de salir. Ni siquiera sabemos el motivo del encierro.

—¿Encontraron algo? —La cabeza de Johana se asomó por el balcón, su cabello estaba en caída libre hacia abajo y nos miraba con preocupación—. Necesito que vengan a ver al gato. No demuestra signos vitales, no respira, no hace ningún ruido. Solamente camina por todos lados, ni siquiera se detiene.

Volvimos. Ricardo y Cristy ya habían abandonado el cuarto, ahora estaban los dos uno de lado del otro alejados de Lizzeth, Victoria y Matías. El gato caminaba por todo lo que era el hospital con la mirada siempre fija al frente, de vez en cuando giraba a ver a los lados. Parecía un robot, pero no lo era, el gato se sentía demasiado real.

—¿Y cómo volvió aquí? —Preguntó Ricardo agachándose mientras el gato caminaba hacia él, una vez que llegó lo tomó en sus manos, comenzó a acariciarlo y se levantó. El gato permaneció quieto—. ¿Subió las escaleras de nuevo?

—Regresó por esta puerta —contestó Lizzeth señalando la puerta por donde el gato regresó. Ricardo observó a Lizzeth, asintió levemente y luego retiró la mirada de ella pero volvió a verla, esta vez con despreció.

—¿Podrías —iba a preguntar mientras entrecerraba los ojos y movía su mano como si estuviera explicando—, evitar hablarme?

Lizzeth rodó los ojos con saciedad y se recargó a la pared mientras bufaba.

—Que inmaduro eres —le contestó—. Cuando el que me gritó fuiste tú y yo debería ser la ofendida. Pero está bien, no te volveré a hablar, en tu vida.

—Gracias —contestó Ricardo—. Así que subió de nuevo. —comenzó a analizar y luego sus ojos se abrieron con sorpresa, nos miró a todos y sonrió—. ¿Y si la puerta de ahí abajo ya está abierta?

Ricardo iba a correr pero lo detuve colocándome frente a él. Me miró con extrañes y quiso esquivarme por un lado, pero me moví al mismo lado que él, deteniéndolo de nuevo.

—No, espera —dije y acerqué mis manos a su cuerpo por si quería esquivarme de nuevo—, ya bajamos y comprobamos que esto no era así.

—¿Eso hicieron abajo? —Preguntó manteniendo su mirada fija en mí.

—Sí —respondí—, el gato simplemente apareció de nuevo y no tenemos ninguna explicación de cómo es que llegó a este lugar.

Ricardo soltó al gato a una altura considerable para que no se lastimara. Éste siguió caminando hasta que se perdió por el pasillo de la izquierda.

—¿Cuál es tu teoría? —Le preguntó Donato. Ricardo lo observó detenidamente como queriendo saber quién era si Donato o Doroteo. Se distinguían fácilmente, llevaban el mismo peinado pero diferentes prendas de ropa. Doroteo llevaba una camiseta celeste y un pantalón de mezclilla, su cabello estaba un poco aplastado por la gorra que se había quitado hace unas horas y Donato estaba un poco más formal. Tenía una camisa blanca y un pantalón negro, estaba peinado formalmente y llevaba zapatos negros y cinturón apretado.

—Nos vigilan —respondió Ricardo y sus ojos se fueron a los rincones del hospital, al techo, a las paredes. Buscando algún tipo de cámara o algo con lo que pudieran observarnos, pero no había nada. Tenían que tener algún otro método en el que supieran que la maestra Ximena estaba muerta. Es un hospital, saben cuando las personas están muertas pero esto ya es demasiado.

—No hay ninguna cámara Ricardo —dije y el asintió levemente aún viendo a los lados—, algún otro método debe de haber.

—Necesito agua. Esta tos mantiene mi garganta seca.

—¿Y cómo quieres que la consigamos? —Preguntó Doroteo comenzando a meter cizaña, al parecer a este hombre le gustaba discutir y hablaba con cinismo para hacer enojar aún más a Ricardo. Ricardo apretó la mandíbula y trató de contenerse—. Trágate tu propia saliba para ver si con eso consigues algo.

Ricardo se giró y nuevamente quise detenerlo pero esta vez no lo logré, caminó hacia Doroteo y lo tumbó al suelo de un fuerte empujón.

—¡¿Crees que esto es un juego, estúpido?! —Le gritó y se agachó para proporcionarle y un fuerte el golpe en el estómago, subió su mirada y le dio otro fuerte golpe en la mandíbula con el que la cabeza de Doroteo se movió hacia un lado bruscamente.  Doroteo le dio una doble patada a Ricardo tirándolo de espalda. Se levantó sin quejarse y se tiró encima de Ricardo, él quiso zafarse pero Doroteo era más fuerte, le dio un golpe en la mejilla izquierda y luego otro en la mejilla derecha. Su mandíbula sangraba pero no se detenía, quería seguir golpeando a Ricardo.

Donato y yo reaccionamos al poco tiempo, él sujetó a su hermano mientras yo trataba de levantar a Ricardo. Los separamos, todo quedó en silencio mientras que Ricardo y Doroteo se miraban con odio. La respiración de ambos era fuerte, las mejillas de Ricardo estaban rojas pero no presentaba sangre como la mandíbula de Doroteo.

—¡Dios mío! —Exclamó Cristy llamando la atención de nosotros. Se colocó en el centro de nosotros, todas las chicas y Matías estaban paralizados y asustados, se mantenían completamente en paz y sin hablar. La mirada de Cristy se fue hacia el rostro de Ricardo—. Ricardo, acabo de hablar contigo dentro del cuarto sobre que debes controlarte, que nosotros no tenemos la culpa de que tú estés aquí. Y, al instante en el que sales, ya estás sangrando de la mandíbula y respirando como toro enojado.

La desesperación por salir los había llevado al límite, a ambos, tanto que cualquier palabra que les ofendiera reaccionaban de mala manera al primer instante. Y en parte se comprendía, la boda de Ricardo se realizaba mañana y la madre de Doroteo necesitaba sangre. Por lo menos Donato era un poco más calmado y tomaba las cosas con mayor tranquilidad.

—¿Cómo no quieres que esto pase Cristy? —Preguntó ya un poco menos agitado, igual lo mantenía sujetado y él no luchaba por liberarse de mí—. Mañana es mi boda, estoy desesperado por salir de este lugar. ¡Y viene este idiota a decirme estupideces!

—Ya deja de insultar a mi hermano Ricardo —se defendió Donato mientras lo miraba amenazante—, como dice Cristy. Nosotros no tenemos la culpa de que mañana sea tu boda y no puedas hacer nada por ello.

—Puedo defenderme yo sólo Donato —expresó Doroteo con cierto enfado en su voz—. ¡Suéltame! —Gritó y Donato lo liberó—. Ya no haré nada.

Solté a Ricardo, él se mantuvo quieto, nos observó a todos y luego caminó a prisa a encerrarse en el primer cuarto, azotó la puerta y todos dimos una leve sacudida en nuestro cuerpo por el impacto. Cristy iba a ir con él pero Victoria la jaló de su brazo lastimado, Cristy se giró con una mueca de dolor en su rostro.

—Lo siento —se disculpó Victoria con preocupación en su rostro, Cristy asintió dándole a entender que aceptaba sus disculpas—, pero debes dejar a Ricardo en paz, déjalo que piense lo que tenga que pensar. Ya hablará otro momento.

—Es que, no soporto ver a las personas así. Estamos encerrados juntos y juntos debemos encontrar la manera para salir. No es lugar para que el estrés y la desesperación nos gane y nos haga pelear. Todos tenemos cosas qué hacer ahí afuera y nadie puede realizarlas.

—Sí Cristy —le dijo Victoria—, tienes razón. Pero ya habrá momento para que hables con él, por ahora está enojado, sólo piensa en su boda y obviamente no te va a escuchar. Mejor relájate un poco. Cuéntame, ¿cómo fue que te rompiste el brazo? Tú no nos has contado nada sobre tu vida.

—Quizá ella sí se rompió el brazo jugando golf —me susurró Lizzeth con simpatía. Sonreí ante su comentario y Matías también aunque no lo entendiera.

—¿Mi vida? —Preguntó Cristy e hizo una mueca de aburrimiento, como si no quisiera platicar de ello—. Me llamo Cristina Barbens pero prefiero que me llamen Cristy. Tengo 30 años y me rompí el brazo al resbalarme en una alberca. Iba saliendo de ella y el suelo estaba mojado, entonces me resbalé de repente y aquí estoy.

Me recordó a Angélica, por el apellido, ¿cómo se encontrará ella en este momento? ¿Estará a salvo? ¿Neus estará bien? Para controlar aún más la situación, supuse que era el momento para preguntarle a Cristy si tenía algún parentesco con mi esposa. Me coloqué frente a ella y esperé a que terminara de hablar con Victoria.

—Oye Cristy —le dije, ella me miró a los ojos y sonrió esperando la pregunta—. ¿Conoces a Angélica Barbens?

Cristy formó una expresión de suspicacia y me miró de arriba a abajo.

—¿Tú de dónde conoces a esa estúpida? —Preguntó y sentí un impulso de coraje al saber que la llamó de esa manera, ahora sabía que sí se conocían pero no de una buena manera—. Es mi prima, o bueno, la consideraba una prima hace 15 años. ¿De dónde la conoces tú?

—Es una amiga —mentí, no iba a decirle que era mi esposa. Lo que menos quería era pelear o distanciarme de alguien en este lugar y Cristy podría hacerlo si se enteraba de que era mi esposa. Se sintió extraño llamar a mi esposa de esa manera, preferiría mil veces que ella fuera mi esposa a que fuera mi amiga. Es una excelente mujer—. Compañera de trabajo y como llevan el mismo apellido, me entró la duda.

—Lo siento Naúm pero la odio, desde hace 15 años no la he visto y no pienso volver a hacerlo.

—¿Qué te hizo para que la odiaras tanto? —Pregunté. Odiarla y no hablarle desde hace 15 años debía ser por algo bastante grave, aunque así son las mujeres, por cualquier cosa pelean y no vuelven a hablarse nunca más.

—Prefiero no decirlo, es algo que no quiero recordar. Me sorprende que sea tu amiga esa sisañosa. 

—Te pediré que no hables mal de ella por favor —le advertí y ella respondió con un "está bien"—. Es mi amiga y le tengo bastante aprecio.

—Quizá ya haya cambiado su actitud. Está bien y sí, es mejor ya no mencionar su nombre. Nunca creí que lo escucharía de nuevo.

—Por favor —susurré. No quería escuchar más comentarios malos sobre mi mujer. Pero, si salíamos de aquí y si Angélica aún continuaba afuera, la volvería a ver y esta mentira quedaría al descubierto.

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