Hospital

By P1-221

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Hospital, es una historia llena de misterios, en la que el protagonista Naúm, se verá envuelto. Adéntrate en... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo

Capítulo 9

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By P1-221

Todo se volvió lento, ese circulo de la pared se impactó contra la cabeza de la maestra Ximena. Ella estaba tirada en el suelo, aún consciente, sangre emanaba de su rostro, y sus manos vibraban con mayor intensidad. Su cuerpo comenzó a temblar. Una mirada rápida entre Ricardo y yo bastó para correr a donde se encontraba la maestra. Parecía incierto, aún no analizaba bien lo que estaba sucediendo y, por lo tanto, no era capaz de creer que la maestra Ximena lentamente se iba quedando sin vida.

—Maestra —le dije y ella giró a verme. Sus hermosos ojos cafés se cruzaron con los míos. Mi corazón estaba acelerado, le tenía un gran aprecio a esta señora, siempre fue muy amable, muy responsable y sabía que también me tenía aprecio a mí. Siempre supe que era su alumno favorito.

—Sucher —susurró ella mi apellido apenas audible y levantó su mano para posicionarla en mi hombro, sonrió débilmente y su mirada permaneció en mí, inerte. Su mano se deslizó hasta caer de nuevo en su cuerpo. Su sonrisa se apagó. Sabía que ya no había nada qué hacer, sabía que la maestra Ximena acababa de fallecer.

Mis lágrimas cayeron, después de años de no ver a la maestra sabía que aún le tenía cariño a ella. Sabía que estaba sufriendo un poco, pero esa no era una razón para morir. Ella venía al hospital, por una esperanza de vida, para recuperarse, porque sabía que aún tenía muchas cosas por vivir. Y ahora todo se había acabado.

La sangre de su cabeza había manchado mi camiseta, pero no me importó. Me hubiera gustado haber estado siempre en contacto con ella los diez años que estuve sin verla. Su vida era muy interesante, su esposo había fallecido hace muchísimo tiempo, el único hijo que tuvo fue asesinado y sus hermanos se separaron de ella. En pocas palabras, la maestra se hacia valer por si sola, y era luchadora, y lo fue hasta el final.

—¡¿Qué pasó?! —Escuché el grito de Cristy tras de mí, pero no me inmuté por girar a verla. Sujetaba la mano de la maestra con fuerza y Ricardo se levantó para atender a Cristy. Ya no escuché palabras de ella, supuse que ya todo le había quedado claro.

—Naúm —me susurró Johana a mi lado, la vi, sus ojos también derramaban lágrimas y parecía lastimada de la cara, pero no era así. Era la sangre de la maestra Ximena que había rebotado en su cuerpo. Se colocó de cuclillas y me hizo soltar las manos de la maestra, tomó las mías y lentamente me fui levantando a su lado—, vamos, sé que debes sentirte mal por ella, pero es mejor alejarnos. ¿Y si el cuerpo explota como el de ahí abajo?

Johana tenía razón, no quería ni imaginarlo, el cuerpo de la maestra explotando mientras desaparece lentamente hasta ya no quedar rastro de ella. No, eso no debía pasarle, ella se merecía una sepultura digna.

—Lo siento Naúm —dijo Johana y se me echó encima en un abrazó. Nuestras lágrimas caían con sentimiento y mojaban las prendas del otro—, Ximena era una persona muy buena. En lo que me tocó platicar con ella me di cuenta de que su vida fue muy triste. No tenía nadie con quién platicar, nadie con quién dormir al lado ni a quién decirle buenas noches mientras le depositaba un dulce beso en la frente. —Johana respiraba fuertemente mientras platicaba la historia, me pesaba saberlo, era injusto que la vida la tratará tan mal. A veces creemos que tenemos un día malo, pero hay personas que siempre los tienen y sin embargo, tratan de sonreír.

Donato y su hermano permanecían inmóviles recargados a la pared, se miraban en una especie de paralización y completamente asustados.

Después de que Johana se despegara de mí, Donato se acercó y también me abrazó, lo hacían como si yo fuera algún familiar de la maestra, pero no era así, yo sólo era su alumno, un alumno que debía aprender mucho de ella.

Aún no miraba a Lizzeth ni a Matías por aquí, supuse que Lizzeth distraía a Matías para que no viera nada. Victoria, Cristy y los demás ya se hallaban conmigo. Ricardo miraba aún al fondo de las escaleras, tratando de hallar una explicación.

—¿Qué haremos con su cuerpo? —Preguntó Cristy interrumpiendo el nostálgico momento. Habló seriamente, sin una pizca de compasión en su rostro ni en su habla. Ella se percató ya que todos la miraron con algo de furia—. Perdón —dijo mientras pasaba la mirada por todos, se detuvo un momento en el cuerpo y luego continuó viéndonos—. Pero, sinceramente, ¿no van a dejar su cuerpo ahí o sí? Hay un niño presente, un niño que no debe ver nada de esto.

—Cristy tiene razón —informó Ricardo mientras daba media vuelta, Cristy lo observó y lo analizó de arriba a abajo—, no podemos dejar el cuerpo aquí. —Ricardo caminó hacia el cuarto que contenía adentro las escaleras para bajar a donde estaba la ventanilla y colocó su mano en la perilla con intenciones de abrirla, echó un vistazo a la maestra y sin pensarlo de nuevo, abrió la puerta—, podemos bajarlo por aquí y colocarlo debajo de las escaleras. Sé que es un acto cruel pero cuando salgamos podremos informar a la policía del cuerpo que permanece aquí dentro.

Dudé. Cristy me analizó y sus labios formaron una curva hacia abajo. No hablé, me quedé callado. Por un momento pensé que era muy cruel deshacernos así del cuerpo, pero por otra parte, no podíamos dejarlo aquí. No al alcance de Matías.

—Naúm... —me llamó Cristy, supe que iba a tratar de convencerme y por eso la interrumpí.

—Sí lo sé —respondí, no de mala manera, sino con un poco de nostalgia—, igual yo no tengo la decisión. Fue mi maestra pero eso no me hace responsable del cuerpo. Me duele hacerlo pero si no hay otro remedio, así será.

Cristy me tomó del hombro y me sonrió con tristeza. Observamos cómo Ricardo y Donato bajaron el cuerpo de la maestra, lo observé por última vez y al fin caí en cuenta, de que ya nunca más la observaría.

—¡Bueno, bueno! —Gritó Ricardo una vez que subió de nuevo, todos prestamos atención a lo que iba a decir. Matías y Lizzeth ya estaban con nosotros—. Esto no puede continuar. Cualquier cosa que haya... —se detuvo un poco al ver a Matías, dio un profundo suspiro y continuó—. Cualquier cosa que haya hecho perder a la maestra Ximena también nos puede ocurrir a nosotros. ¡Miren eso! —Señaló el que había sido un trozo de la pared en forma de círculo, ahora ya no quedaban más que sólo pedazos—. Eso puede estar en cualquier lugar y puede atacar a cualquiera de nosotros en cualquier momento. O peor aún, este lugar puede estar lleno de trampas y pueden irse activando mientras más tiempo estemos aquí. No sé cuánto tiempo sea ya el que llevemos aquí, pero más de 3 horas sí han pasado. Deberían ser como las 3 de la tarde. Y si nuestros familiares están ahí. Ya debieron haberse preocupado, y por lo tanto ya deben estar buscándonos.

—¿Y si no es así? —Interrumpió Victoria—. ¿Y si nuestros familiares ahí afuera también están encerrados al igual que nosotros? O peor aún, ¿y si ellos ya fueron asesinados?

No, no podía ser así. Ahí afuera debían estar bien. Angélica y Neus y cualquier otra persona no podían estar pasando por lo mismo. Se me aceleraba el corazón de sólo pensarlo.

—¡No! —Exclamó Ricardo de inmediato, se llevó una mano al pecho y otra en forma de puño a unos centímetros de la boca y comenzó a toser, una tos fuerte y escandalosa. El ruido de eso hacía que mi cabeza comenzara a vibrar lentamente y si no paraba, el dolor de cabeza iba a regresar—. Mi prometida está allá afuera —soltó una vez que su tos cesó—. Mañana es mi boda y no puedo fallarle a mi mujer. Ella no puede estar pasando lo mismo que nosotros.

—Sólo fue una opinión —respondió Victoria apenada al ver a Ricardo alterado se acercó a él y le colocó la mano en su hombro—. Mi esposo también me espera ahí afuera y no quiero que vaya a sucederle algo.

—No dé opiniones si no van a servir de nada —dijo Ricardo de mala gana. Se quitó la mano de Victoria con fuerza y caminó hacia la entrada. Analizó la puerta, observó las luces y me percaté de que algo no andaba normal. De las 11 luces rojas, sólo 9 se encontraban encendidas. Ricardo las analizó y giró a vernos asombrado—. ¡Nos están vigilando! —Gritó y se acercó a paso apresurado hacia nosotros—. Éramos 11 personas y 11 barras eran las encendidas, ahora que dos han muerto, dos se han apagado.

—Eso no quiere decir que nos vigilan —aseguró Cristy.

—¡Claro que sí! —Gritó Ricardo de nuevo, su alteración hacía que el dolor de mi cabeza regresara y me costaba hablar—. Si no fuera así dime, ¿cómo es que dos barras se han apagado? ¿Cómo es que saben que la maestra Ximena y el imbécil de Patricio ya están muertos? Por algo dos luces se apagaron.

—¿Muertos? —Preguntó Matías con miedo y confusión. Ricardo continuaba agitado y se acercó a él de manera rápida.

—¡Sí niño! —Le gritó y me acerqué a él para detenerlo—. ¡Están muertos! Esto no es ningún juego como el que te han hecho creer. Nos tienen encerrados y...

—¡Ricardo cállate! —Le gritó Lizzeth antes que yo mientras tomaba de la mano al pequeño Matías, Ricardo miró a Lizzeth furioso pero no se detenía—, estás muy alterado.

—¡Tú no vas a venir a callarme a mí! —Le amenazó mientras la señalaba con el dedo índice, Lizzeth se miró aterrorizada y se mantuvo quieta mientras Matías la abrazaba del costado, ocultando su cabeza en su cintura.

—Ricardo —dije con calma mientras lo tomaba de los hombros—. Por favor, contrólate.

—¡Suéltame Naúm! —Gritó pero lo apreté con más fuerza, no iba a hacerlo hasta que se calmara un poco. Intentó safarse pero no lo logró. Comenzó a toser de nuevo y entonces decidí darle aire, así no podía mantenerlo sujeto.

—Ricardo ven —le habló Cristy y lo tomó de la mano, lo dirigió al cuarto donde la encontré por primera vez y se adentraron a él. Supuse que iba a hablar con él y sin duda, Cristy era la única en la que él podía confiar.

—No Matías —escuché hablar a Lizzeth con voz de convencimiento, Matías se aferraba al cuerpo de Lizzeth mientras lloraba con fuerza—, no vamos a morirnos aquí. Vamos a salir y tú verás a tu mami de nuevo.

—Ya no quiero estar aquí —suplicó Matías y se alejó de Lizzeth, me vio con un profundo sentimiento y corrió hacia mí—. Por favor señor, sáquenos de aquí ya. Tengo sed y hambre. Quiero estar en mi casa.

—Sólo debes esperar un poquito más Matías —le dije y tomé su osito de peluche—, mira, tu osito también está aquí y sin embargo él se pone a cantar muy feliz. ¿No quieres cantar un poco?

Matías se talló los ojos deteniendo así sus lágrimas, miró al osito y trató de sonreír. Una leve sonrisa se formó en sus labios.

—Porque es un osito —respondió Matías con cierta obviedad—, los ositos no lloran ni se ponen tristes.

—Entonces debes ser como ellos. No debes llorar ni ponerte triste. Dime, ¿a tu abuelo le gustaría verte así? Piensa que el osito es tu abuelito y desde él te está viendo. Si tú tienes miedo, él también lo tendrá. Si lloras, él también llorará.

—No, a mi abuelo no le gustaba verme así. Y sé que él me ve, mi mamá me lo ha dicho, por eso el osito se llama Lenin, como él.

—Que hermoso —dijo Lizzeth tras él, estaba a un lado de Johana y no lo dijo hacia nosotros, se lo dijo a Johana quien estaba a su lado. Matías tenía algo que nos hacía olvidarnos de lo que estaba sucediendo. Era un niño muy agradable y simpático que ya te caía bien sólo con verlo.

Johana y Lizzeth continuaron platicando entre ellas, Victoria no le había dirigido la palabra a ella desde que se enteró de lo que planeaba hacer con su bebé y Donato y Doroteo, simplemente estaban callados, al fondo de las escaleras.

El ruido en las escaleras del cuarto comenzó a producirse de nuevo. Me causaba una sensación de pánico escucharlo al no saber lo que lo producía. Doroteo caminó rápidamente a la puerta y sin pensarlo, la abrió y trató de correr hacia abajo pero fue detenido por un gato. El mismo gato que habíamos mandando hacia abajo de las escaleras.


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