Su dulce debilidad ©

By TRomaldo

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Reece Wood no era un chico bueno pero tampoco era cruel. No bebía en exceso pero ello no significaba que no l... More

PRÓLOGO
CAPÍTULO 1: EL TRATO
CAPÍTULO 2: Un Amigo De La Infancia
CAPÍTULO 3: EL JUEGO EMPIEZA
CAPÍTULO 4: RECHAZADA
CAPÍTULO 5: CAMBIO DE IMAGEN
CAPÍTULO 6: EL PRIMER ERROR
CAPÍTULO 7: ¿JAKE ESTÁ ENAMORADO?
CAPÍTULO 8: TODO EMPIEZ AQUÍ
CAPÍTULO 9: EL JUEGO EMPIEZA
CAPÍTULO 11: REECE EN ACCIÓN
CAPÍTULO 12: JACKSON NO ES EL ÚNICO QUE PUEDE AYUDAR
CAPÍTULO 13: VACACIONES Y FIESTAS
CAPÍTULO 14: DESEO
CAPÍTULO 15: JUGANDO
CAPÍTULO 16: PERDIENDO EL CONTROL
CAPÍTULO 17: BUSCANDO A AMY
CAPÍTULO 18: ¿SORPRENDIDO?
CAPÍTULO 19: LA PRIMERA VEZ
CAPÍTULO 20: CORAZONES ROTOS
CAPÍTULO 21: ¿ME PERDONAS?
CAPÍTULO 22: LA ÚLTIMA VEZ, REECE
CAPÍTULO 23: EL PERDÓN DE JAKE
CAPITULO 24: METIDA DE PATA
CAPÍTULO 25: CUANDO YA ES TARDE
CAPÍTULO 26: TAN LEJOS
CAPÍTULO 27: UN NUEVO JUEGO
CAPÍTULO 28: ENCUENTROS, DECEPCIONES Y CONFESIONES
CAPÍTULO 29: QUÉDATE CONMIGO ESTA VEZ
CAPÍTULO 30: DISCUSIONES
CAPÍTULO 31: UNA TARDE DE AMOR
CAPÍTULO 32: LA CURIOSIDAD DE REECE
CAPITULO 33: QUE EMPIECE EL JUEGO
CAPÍTULO 34: JESSICA
CAPITULO 35: RECUPERARLA
CAPITULO 36: SECRETOS DE HUNTER
CAPITULO 37: UNA NOCHE DIFERENTE
CAPÍTULO 38: AMY Y HUNTER
Capítulo 39: ELLA Y YO

CAPÍTULO 10: HERIDAS

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By TRomaldo

HERIDAS

Amy creyó haber tenido más que suficiente cuando, después de aquella triste noche en la que terminó borracha, se vio arrastrada por su hermano hasta casa. Incluso con lo poco consiente que se encontraba podía recordar lo molesto que estuvo cuando la sujetó del brazo en media fiesta para conducirla a casa. El rostro normalmente tranquilo de Drake estuvo en ese instante crispado de la molestia por, posiblemente, tener que hacerse cargo de ella en tal estado tan deplorable. Recordaba aún haber recibido un furioso sermón sobre beber poco y ser responsable de los actos que realizaba. Ella, por supuesto, había evitado decirle a su mellizo que en realidad había estado con Reece todo el tiempo en la fiesta, con el mismo chico que la había dejado allí, en medio de la nada, cuando se fue sin despedirse de ella ni decirle absolutamente nada.

Era vergonzoso porque sabía que, a diferencia de Reece Wood que sí sabía beber y no se emborrachaba en el proceso, ella no podía ni mantenerse en pie. Así que estuvo molesta con él pero sobre todo consigo misma por tal situación. Ese día que regreso a clases tuvo la casi certera decisión de alejarse de aquella nueva vida en la que se involucraba porque nada bueno obtendría de ello. Iba a tomar distancia de Wood y mantenerse tranquila sin fiestas ni alcohol más.

Iba caminando de salida cuando se cruzó con Reece a mitad de pasillo junto a Taylor. Pasó de ellos, presionando los libros contra su pecho y obligándose a no mirarlos ni un segundo.

―Amy, espera ―La detuvo Reece en seco, sujetándole la mano con fuerza―. Tenemos que hablar.

Cansada de tanto drama se limitó a sacudir su brazo y a librarse de él.

―¿Qué quieres?

―Reece déjala en paz ―gruñó Taylor con fastidio―. Tenemos cosas que hacer, Jake está esperándonos.

Estupendo

―Ve yendo, luego te alcanzo.

Cruzada de brazos, observó fijamente cómo Taylor se iba con molestia por el pasillo, no sin antes lanzarle miradas cargadas de seriedad, como si le advirtiera de algo en silencio. No entendía qué sucedía entre ellos pero poco le importaba como para preocuparse.

―No estarás molesta, ¿o sí? Vamos, Amy, estaba borracho y no sabía ni por donde iba ―rio a mandíbula batiente―. Ya, perdón por dejarte ahí. Te lo recompensaré, ¿bien?

―Déjalo, Reece, en serio no quiero nada más que tenga que ver con ustedes.

Sus pies retrocedieron casi con torpeza cuando lo vio acercarse tan rápido. Reece caminó hacia ella con una sonrisa traviesa en el rostro, la asechó tranquilo como un león a su presa, los ojos brillando de expectación hacia ella. De pronto estuvo acorralada entre el moreno y el frío muro grisáceo.

―Y yo dije que te lo recompensaré. Vamos a ver una película, ¿qué dices?

Se quedó absorta y confundida tan pronto lo oyó. No era precisamente lo que esperaba oír, aunque realmente no esperaba nada. Pero, ¿salir con ella? ¿no sentía acaso vergüenza de que lo vieran con ella? Es decir, ni siquiera Drake lo permitía, su hermano se avergonzaba de ella casi con exageración. Y eso detestaba, Amy no tenía nada de malo para que ello fuese así. Sí, solían reírse de ella por algo que aún no lograba entender, le hacían bromas pesadas y la repudiaban como si tuviese alguna enfermedad terminal. Es más, las pocas veces que se acercaban a ella para molestar o para conversar era, irónicamente, por su tan popular hermano Drake.

―¿Quieres... salir? ―preguntó atónita, el asombro subiendo hacia sus ojos cuando sus mejillas se sonrojaron ligeramente en una sonrisa inocente.

Los labios de Reece se abrieron abruptamente como si de pronto le hubiesen arrebatado el habla. La boca del muchacho se entreabrió unas tres veces y se cerraron otro par antes de soltar una sonrisa ladeada. Pareció haber quedado absorto y confundido mirándola, hundiéndose lenta y peligrosamente en ella.

―Como amigos, Amy, no te emociones ―bromeó antes de entrelazar sus manos con delicadeza.

―Acabas de arruinarlo ―rio Amy también mientras se dejaba conducir por él a través del largo pasillo sinfín―. Quiero una de terror o suspenso, son las mejores.

Entonces carraspeó sonoramente al darse cuenta de lo notorio que su emoción lucía. Parecía una niña pequeña a punto de ir a un centro de atracciones por primera vez en su vida y eso la avergonzó un poco. Intentó relajarse al oír la voz de Reece recitarle y contarle los planes que tenía para ambos.

―Se supone que son las chicas las más emocionadas con esta mierda de la fiesta de disfraces, ¿vendrías conmigo? Seremos la pareja más jodidamente sexy de la noche, lo puedo ver―espetó emocionado antes de halar ligeramente de ella hacia la derecha.

Su corazón pareció dejar de latir una milésima de segundo antes de agolpar con fuerza en demasía contra su pecho. El calor no tardó en agolpar sus mejillas junto a una sonrisa estúpida que adornó sus labios. Eran aquellas cosquillas que tenía en la boca del estómago aquel preciso instante lo que hacía mucho no sentía. Porque nunca absolutamente nadie la había invitado a ninguna parte. Era la primera vez que un chico la trataba de esa manera, que al menos la invitaba a alguna de esas fiestas tan grandes e increíbles. Nunca había ido en sus dieciocho años a esas grandes fiestas nocturnas, es más, recordaba que Drake hacía de todo para que ella no fuera a la fiesta y así "evitar avergonzarlo en público". Solía ser muy torpe de pequeña, sobre todo cuando rompía algo a su alrededor o quebraba algo que hacía que los demás se rieran de ella.

Estuvo tan perdida en sus pensamientos que muy tarde notó que acababan de entrar al comedor abarrotado de personas. No había una sola mesa libre o disponible, ni siquiera cuando esperó a que Reece tomara su bandeja después de hacer la larga cola de espera.

―Sólo espérame un rato, Amy. Termino de almorzar y soy todo tuyo. Sabes que no puedo pensar con el estómago vacío —insistió Reece mientras halaba de su mano y la arrastraba hacia una mesa en concreta que muy tarde, a su pesar, advirtió.

Hasta que la vio.

No quería ir ni esperarlo mucho menos en aquella mesa que, de solo verla, le ocasionó un doloroso retorcijón en el estómago. Sus ojos escocieron violentos cuando se cruzó con la cruel mirada de Ariel observándola burlona mientras, sentada en el regazo de Jackson, se abrazaba a él con exageración. Quería esconderse donde fuera, con tal que Ariel no volviera a humillarla como tanto le gustaba. Mientras, para su mala suerte, un emocionado Reece la obligaba a sentarse con ellos mientras, con la mano libre, sostenía la bandeja. Amy casi temblaba de pies a cabeza al sentir la mirada de Ariel encima suyo.

―No les importa si almuerzo aquí, ¿verdad? ―espetó Reece mirando hambriento los platos rebosantes de comida.

―Oh, claro que no, Reece ―canturreó Ariel con una mirada tétrica hacia ella que la hizo sacudirse de miedo, imaginando lo doloroso que sería un encuentro entre ellas solas.

Aún tenía el recuerdo de cada vez que Ariel, junto a su séquito, la encerraban en los cubículos de los baños para maltratarla y arrancarle los cabellos; cuando otras veces incluso la golpeaban contra los casilleros o le quitaban lo poco que aveces tenía, cuando la humillaban o cuando hacían de ella un cachorro asustado que no podía defenderse. Ariel se entrometía con ella desde años atrás y nada había cambiado. La mano de Reece presionando la suya la despertó de sus pensamientos cuando, a la vez, veía aquellos alegres ojos grises sonreírle en silencio.

―No tardaré nada, Amy.

Se obligó a sonreír mientras, escondiéndose un mechón de cabello tras la oreja, huía la mirada de la pareja que se encontraba sentada frente a ella. Dios, incluso podía sentir una penetrante mirada observarla muy fijamente. Se sentía tan observada mientras Reece a su lado comía absorto en el almuerzo que, sin siquiera levantar el rostro a ver al dueño de la mirada, sus mejillas se calentaron con violencia. Su rostro y sus orejas se calentaban con intensidad mientras la molesta voz de Ariel se oía también.

―¿Puedo quedarme hoy contigo, Jackie? ―decía Ariel sin dejar de juguetear con la prenda del muchacho Ross―. ¿Jake? —insistió cada vez más impaciente―. ¿Me estás escuchando?

Y entonces su corazón pareció detenerse por segunda vez en el día. Dio una brusca calada de aire cuando, sin haberlo previsto, su mirada chocó con la marrón oscura de Jackson mirándola absorto. ¡¿Por qué jodidos la miraba así?! ¿Es que acaso no notaba lo peligroso que era para ella si Ariel lo veía?

Hasta que Ariel tomando a Jackson del rostro y dándole un largo beso en los labios la despertó. Entonces solo quedó frente a ella la imagen de Jake besando a la pelirroja con furor mientras colocaba un par de dedos bajo su mentón y Amy ya no sabía dónde meterse.

―Joder, lo olvidé ―espetó Reece de pronto antes de mirarla apenado―. Debo ir a recoger algo. ¿Te importa si nos vemos aquí en dos horas?

Amy Donovan apenas le estaba prestando atención.

―No importa ―murmuró mientras sujetaba su mochila con fuerza―. Si estás ocupado no pasa nada. Otro día será.

―Amy, solo un par de horas ―insistió Reece casi con desesperación―. Vamos, nena, prometo que regresaré por ti.

―Ah, ya, está bien, solo vete.

"Así puedo irme yo también"

―Gracias, Amy, por eso me encantas ―Le cortó él de pronto. Le dio un beso en la mejilla y con una enorme sonrisa se fue directo a la salida del comedor―. A las seis en el estacionamiento. ¡Adiós Jake!

Suspiró rendida, en medio del lugar y rodeada de personas que tanto daño le hacían. Dos horas allí, ¿qué se supone que haría? Ni siquiera le daba tiempo de ir a su casa y regresar, sería una completa pérdida de tiempo. ¿Cómo al menos había podido dejarla sola con ellos? Prácticamente había escapado de ella.

Recorrió los abarrotados pasillos con tranquilidad, caminó lentamente y giró en recodo antes de, después de largos minutos, dar con su casillero. Sacaría un par de libros y estudiaría para los exámenes durante la molesta espera. No era como si fuese a dejarla olvidada allí, ¿o sí?

Amy se sobresaltó de golpe cuando una mano cerró su taquilla bruscamente frente a ella. Todo su cuerpo se congeló al sentir un cálido aliento soplar en su oído lentamente, la sensación de una mano sosteniéndola hizo calentar sus mejillas de molestia y vergüenza.

―¿Puedo saber dónde estuviste estos días? ―murmuró la voz baja y ronca de Jackson en su oído con tanta tranquilidad que la confundió―. No has ido ni un día al gimnasio. Te estuve esperando como un idiota, ¿sabes? Una semana, Jamie, una jodida semana y no has podido aparecer porque la señorita popular anda ocupada últimamente ―escupió rabioso.

―¡Suéltame! Ya no quiero escucharte ni verte en ningún lado, solo me traes problemas. ¡¿Es que no lo entiendes?!

Gritó y forcejeó con mucha dificultad. Intentó liberarse de él pero lo único que consiguió fue quedar cara a cara con Jackson a centímetros de distancia. Pudo sentir el aliento acaramelado del castaño golpear sus labios de una exhalación, tan cerca que no le era nada difícil ver aquellos ojos que tantos desvelos había ocasionado en ella.

―¿Por qué no te largas con Ariel y me dejas en paz? ―espetó molesta cuando no pudo moverse ni un poco, envuelta entre sus brazos―. Creí haberla visto llorando por ti en algún rincón.

Y todo lo que obtuvo fue una sonrisa ladeada de él, una fría y burlona.

―¿Qué traes con Reece? ―cambió de tema rápidamente―. Si quieres algo, cualquier cosa... ―dijo Jackson con seriedad mientras, apoyando una mano sobre las taquillas, al lado de su cabeza, le retiraba un mechón de cabello cobrizo del rostro―. Te lo daré, no lo necesitas a él, pequeña.

Casi se rio a carcajadas frente a él al imaginar lo que estaba tramando. Casi soltó una risotada al ver una sonrisa traviesa luchando por salir de sus labios.

―No es como si Reece fuera a fijarse en mí.

―Sé que no eres precisamente su tipo ―respondió Jackson tan serio que su sinceridad le sentó como una patada en el culo―. Lo decía porque él...

―¿Sabes qué? Déjalo, lo tengo todo muy claro.

Fue su culpa por empezar a hacer bromas sobre sí misma de aquella manera. Así que rápidamente se escabulló de entre los brazos de Jackson para encaminarse por el lado contrario del que vino. ¿Qué quería ahora? ¿No podía sólo irse con su tonta noviecita?

Jackson debía dejarla en paz e irse con Ariel a cuidarla, mimarla y abrazarla como siempre lo hacía, como si fuese lo más frágil que existiera en el mundo entero. La manera en la que miraba a la pelirroja podía hacer enrojecer las mejillas de cualquiera. Podía casi palpar la química que había entre aquella pareja. Parecían anhelarse y desearse incluso a metros de distancia. Porque Ariel era una chica sexy, sensual y extremadamente atractiva, y Jackson era tan guapo que los hacía visiblemente perfectos.

―Jamie, me estás mal entendiendo. Sólo... Yo solo...

Se detuvo bruscamente y se giró hacia él tan rabiosa que pudo haberlo golpeado sin más. Pero sólo quedó a metros de distancia y lo empujó fuertemente con la rabia bullendo en su rostro. Quería que se fuera y dejara de atormentarla con su presencia todo el tiempo. Ya tenía suficiente con verlo a diario con la chica que tanto daño le hacía, no necesitaba que le recordara lo poco atractiva que ella le resultaba.

―¡¿Qué?! ¡¿Qué vas a decir ahora?! ¡Déjame ir y no me fastidies más! ¡Que me sueltes, Jackson! ―gritó cuando se vio apresada entre los brazos de Ross una vez más, cuando su pecho chocó con el intranquilo y vibrante de él. Apenas levantó el rostro un poco y tuvo que alejarse para que no se tocaran ni un centímetro por la cercanía.

―¡No me gusta verte con él! ¡Y punto!

Soltó una risa cargada de burla y meneó la cabeza ante aquel cinismo. Acababa de afirmar él que Reece no se fijaría en ella, ¿cuál era el problema entonces?

Pero esa tarde Jackson sería el menor problema de todos.

¿Qué le hizo creer que todo saldría bien?

Amy estuvo demasiado perdida en sus pensamientos, recordando la conversación con Jake como para percatarse que, a metros de distancia, yacía la silueta escondida de una muchacha alta, blanca y pelirroja. Es más, poco le habría importado en ese instante hasta casi una después en la que estuvo sola en los corredores. A las cinco de la tarde pocos alumnos pasaban a su alrededor mientras ella esperaba por Reece. Se quedó sentada al lado de los casilleros con libro en mano, leyendo absorta líneas tras líneas que relataban una historia tan ajena a la suya cuando el silencio abrumador se vio interrumpido tan abruptamente.

De pronto alguien acababa de patearle el libro con la fuerza suficiente como para aventarlo a varios pasos de distancia. Y lentamente, como un ridículo cachorro asustado que imaginaba lo que iba a suceder, levantó el rostro hasta lo más alto que su cuello le permitió. Fue entonces cuando se recriminó por estar tan desconcentrada a lo que sucedía a su alrededor como para haber notado que el cuarteto de chicas que siempre le hacía la vida imposible acababa de acorralarla.

―¿Qué tenemos aquí? ―escupió una furiosa pelirroja al frente suyo, cruzada de brazos y, con el mentón alto en una pose de superioridad, la barría con la mirada en señal de desprecio.

Tragó en grueso cuando el coro de risas femeninas taladró sus oídos hasta hacer su corazón latir desenfrenado. Se imaginó lo que segundos después sucedería y ya las piernas empezaban a doblársele al saberse tan débil. Podía lidiar con Ariel, pero no cuando estaba la pelirroja rodeada de sus fastidiosas amigas. Sobre todo cuando estaba Tris entre ellas, la chica que era capaz de dejarle las secuelas marcadas en su rostro con excesiva facilidad.

―Ariel, no ―empezó a decir desesperada cuando una alta morena la levantó con fuerza. Intentó librarse inútilmente, sacudiéndose cuando Tris la sostuvo de la blusa como si de mierda se tratase―. Estamos muy grandes para estas cosas ―pidió con el pesar abrumándola.

Empezaba incluso a no ser consciente de las cosas que decía con cada segundo que transcurría. No podía defenderse, su cuerpo le traicionaba poniéndose casi inmóvil, temblando y sacudiéndose al recordar ya el dolor que aquella discusión le traería durante toda la semana. Tenía tanto miedo y terror acumulado que no supo cómo reaccionar. Intentó al menos empujar a quien a sujetaba, aquella que le doblaba el tamaño, de manera tan inútil que hizo reír a las acompañantes de Ariel con crueldad.

Y un desgarrador alarido se escapó de sus labios cuando sintió su espalda golpear con demasiada fuerza el rocoso muro de piedra astillosa. Con los ojos presionados, tragó en grueso en un desesperado intento por alejar el dolor que sintió como afilados cuchillos clavándose detrás suyo. Se removió inquieta, moviendo sus pies en el aire cuando la voz furiosa de Ariel llegó a ella y profirió un casi inexistente quejido de dolor.

―Eres una zorra, ¿Lo sabías? ―escupió la pelirroja en su rostro mientras otras dos muchachas la sostenían bruscamente contra los casilleros―. Fui muy buena permitiéndote que te revolcaras con Reece pero no dejaré que me arrebates a Jackie. ¡A él no!

Entonces su rostro giró con fuerza hacia un lado cuando la mano de Ariel impactó en su mejilla en un agudo chasquido. Su pecho se oprimió y sus ojos se cerraron con fuerza en un desesperado intento por retener las dolorosas lágrimas que luchaban por salir. Un tumulto de emociones agobiantes se conglomeraba en su interior hasta tal punto que sintió ser la persona más ridícula y estúpida del mundo.

Allí estuvo ella, oyendo como se reían de ella y le gritaban cosas hirientes a las que, como siempre, intentaba hacer oídos sordos. Pisotearon su dignidad y la humillaron como tanto les gustaba. Le dolían los ojos por el desprecio, en el cuello por la presión de los dedos que la ahorcaban y en el pecho por su corazón latiendo en velocidades inhumanas.

―Yo no me revolqué con nadie ―Logró musitar entre desesperada y temerosa, como dando pasos suaves y lentos en barro movedizo―. Y Jackson ni siquiera me importa en...

Amy recibió otra bofetada y su corazón dio un vuelco repentino contra su cuerpo.

Creía desmayarse en cualquier momento mientras se removía inquieta, deseando escapar y correr lejos a algún lugar, inexistente por cierto, que le diera la paz que tanto necesitaba en su vida.

―Y a mí me importa una mierda.

―¡No tenemos nada! ―bramó entre retorcijones, sacudiéndose entre los fuertes brazos de la morena de ojos verdes―. ¡Lo juro, él me odia!

―Oh, por favor, mi Jake nunca se fijaría en un estropajo como tú. Es demasiado para una poco cosa ―escupió con desdén y rencor inyectada en la voz―. Solo no quiero verte con él, te lo advertí muchísimas veces ―rio y una corriente helada recorrió la espina dorsal de Amy Donovan cuando la pelirroja deslizó los dedos en su mejilla con excesiva suavidad―. ¿Es que nunca vas a entender?

No iba a llorar, no iba a permitir que Ariel viera lo débil que era. Sí, algún día se vengaría de ella y de cada una de las personas que tanto daño le hicieron tanto física como mentalmente. Estaban acabando con ella, la exterminaban en silencio sin que siquiera alguien a su alrededor se diera cuenta. Porque, después de todo, ¿quién era ella allí? Solo la hermana menor del tan popular, querido y odiado de Drake Donovan. O, en otro contexto no tan diferente, era la hermana de la hermosa...

―Toda tuya, cielo ―ordenó Ariel en una sacudida de cabello y, sonriendo, irse de allí con el mentón en alto―. Lo haría yo pero no quiero arruinarme las uñas, tengo una cita con Jake esta noche ―dijo emocionada, una mira soñadora alumbrándole el rostro.

―No, Tris, yo no te hice nada ―logró decir con dificultad antes de que un ataque de tos la invadiera por la falta de oxígeno que los dedos de la morena en su cuello originaban―. Por... favor...

De pronto no podía respirar, la voz salía sofocada de su boca y se creyó morir asfixiada en ese preciso momento. Motas blancas empezaron a cubrir su mirada hasta nublar todo lo que veía a su alrededor, sus manos desesperadas moviéndose sobre las firmes de otra muchacha que se cerraban alrededor de su cuello. Sus piernas se balancearon con ímpetu, tan desesperadas que se movieron inquietas contra los casilleros al sentir una presión cada vez más aguda que amenazaba con hacerla perder los sentidos.

―Vamos, Amy, solo es diversión ―rio otra chica que rondaba a su lado, con una sonrisa enorme―. No es como si doliera tanto.

Pero sí que le dolió.

Y golpe tras golpe sus ojos, con los pómulos hinchados y doliéndole, se cerraron con fuerza. Inhaló profundo sobre las risas y algunas patadas que, aunque débiles, hirieron su sensible estómago, piernas y brazos. Quedó recostada en el suelo después de que la hubieran tirado como a la misma basura. Soltó un último gemido sonoro cuando sintió que la zarandeaban de lado a lado sin reparo alguno de su estado físico tan degradable.

―Ya... basta ―musitó mientras se movía como un pez fuera del agua.

No supo cuánto tiempo paso ni en qué momento quedó finalmente sola en el de pronto oscuro pasillo. Sus manos temblaron cuando intentó apoyarse en el frío suelo de losas blanduzcas. Lentamente, subió una pierna y luego otra mientras hacía enormes esfuerzos por no temblar ni caerse desmayada en cualquier instante.

―No...

Todo daba vueltas a su alrededor y fue después de largos segundos cuando notó que, en realidad, sí estuvo desmayada. Porque ahora todo oscuro y fúnebre la hizo temblar una vez más al verse sola otra más. No podía hacer nada, o quizá estaba demasiado asustada como para lograr pensar con claridad. No quería hacerlo.

Apoyándose en el muro, sus rodillas se doblaron apenas un poco antes de que lograra recomponerse por competo. Tenía la respiración agitada y un fuerte dolor tiraba de los músculos de su cuello de manera casi insoportable. Toda ella le dolía tanto...

Sujetó su abdomen lo más firme que pudo mientras, paso a paso, se dirigía lentamente hacia la salida. Necesitaba ayuda, o siendo más razonable se conformaba con cualquier vehículo que la ayudara en llegar a casa. Fue cuando puso un pie fuera, cuando logró salir de allí bajo las gruesas gotas de lluvia que golpeaban a borbotones su cabeza y rostro, el preciso momento en el que sintió el bolsillo de su pantalón vibrar a casusa de su teléfono celular. Lo retiró cuidadosamente con las manos excesivamente húmedas y, resbalosas, las tomó temblorosa entre sus dedos, lágrimas de rabia confundiéndose a lo largo de sus golpeadas mejillas con la lluvia.

―¿Reece, qué...? ―logró decir con dificultad antes de que él la interrumpiera abruptamente.

―Perdón, nena ―Lo oyó reír desde el otro lado de la línea junto a una voz femenina que retumbó de manera tan aguda en su sistema auditivo―. No podré ir a recogerte, surgió algo y... perdóname. La próxima vez te lo recompensaré.

―¡Reece, ya, ven aquí! ―irrumpió alguien decir con diversión.

―Lo siento, ¿sí? Prometo que te lo recompensaré. Prométeme que te cui...

Y la llamada se cortó.

Casi había olvidado un segundo la lamentable razón por la que ella seguía allí. No sabía qué le dolía más, su cuerpo o su magullada dignidad que fue producto de últimas risas y burlas. Y para completar la detestable escena en la que se encontraba, Reece acababa de dejarla plantada una vez más. ¡Bien, pues que Reece y Jackson se fueran muy al demonio porque no volvería a saber nada de ellos hasta nuevo aviso! Es más, pensó furiosa y dolida mientras caminaba a trompicones por la resbalosa acera de la calle, no quería volver a verlos de nuevo en su vida. Quería desaparecer del mapa o largarse a algún lugar pacífico que no le causara tantos problemas vivir. Jackson, todo era su culpa, de él y de su tonta novia celópata. ¡Amy solo quería que él la dejara en paz, que dejaran de hacerle tanto daño por al menos un miserable día!

Siempre fue por él.

―¡Hey, cuidado, niña! ―Le advirtió un muchacho en bicicleta que venía muy veloz y descontrolado por el sentido contrario en el que iba Amy.

Muy tarde, Amy impactó contra él con fuerza y resbaló por la torrencial lluvia que caía en su encima.

―¡Lo siento! ―Lo oyó decir entre risas antes de que se alejara rápidamente

―¡Mierda!

Gritó por fuerza, presionando los dedos con tanta fuerza contra su palma que sus nudillos empezaron a tornarse blanduzcos por la intensidad. Realmente quería gritar al cielo y soltar una sarta de maldiciones hacia todo aquel que se le cruzara por la cabeza. Los odiaba a todos. Detestaba a Reece por dejarla plantada, aborrecía con su agitado corazón a la estúpida de Ariel, despreciaba a Drake por no quererla ni un poco, abominaba a Jackson y se odiaba a sí misma con todo su ser.

Después de casi una hora bajo la lluvia con las piernas temblándole y el frío calando su cuerpo, logró llegar a su casa. Aunque, extrañada mientras ingresaba, apenas pudo notar los animados que toda su familia estaba. Y muy tarde logró ver una larga y hermosa cabellera platinada en medio del caos. Una perlada sonrisa, unos ojos claros preciosos y toda la atención de sus padres sobre Peyton Donovan. Estaban todos demasiado ocupados atendiendo a su hermana mayor como para haberla visto llegar en aquella facha tan lamentable. Así aprovechó ello y subió escaleras arriba con el rostro inexpresivo, los pasos suaves y lentos en casa peldaño que pisaba como si de un fantasma se tratase. Después de todo, no era como si fuera alguno de ellos a preocuparse por Amy. Claro que, mucho menos si Drake y Peyton estaban allí mismo, siendo los hijos perfectos que sus padres tanto amaban.

¿Y ella qué? Pues que le partiera un rayo, así quizá...

Cerró la puerta de su habitación detrás suyo con rudeza y caminó directo a su ventanal como si alguien la llamase. Posó las manos delicadamente sobre el marco, los dedos acariciando el transparente vidrio mientras gotas se precipitaban sobre este desde afuera. Y colocó el cerrojo con violencia, cerró las cortinas, apagó su teléfono móvil y se aseguró de que nadie volviera a molestarla. Entonces se tumbó en su cama y sus ojos cerraron con fuerza bajo la penetrante oscuridad que acompañaba su tormentosa soledad. Sus pestañas se empañaron y sus rosados labios probaron las gotas que su tristeza derramaba.

Amy lloró hasta quedarse dormida.

¡Bueno hasta aquí quedamos por hoy! La verdad mi laptop ha estado sin internet por varios días y recién he conseguido hacer conexión. He decidido que cada actualización será por cinco capítulos a la vez, así que si desean puedo regresar el fin de semana

Ps, este capítulo estuvo muy largo.

Gracias por votar y dejar comentarios!!! No se olviden de votar y comentar qué les pareció! ¿Prefieren a Ariel o a Payton? 

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