Los juegos de Gaster (Underfe...

By CandyVonBitter

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Gaster era el tipo de monstruo que le gustaba mantener las cosas bajo su control. Sus creaciones desde luego... More

Capítulo 2

Capítulo 1

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By CandyVonBitter


A Gaster le gustaba jugar con sus creaciones. Juegos mentales, juegos sexuales, juegos de romance. Le encantaba tenerlos confundidos, expectantes y un poco asustados acerca de lo siguiente que haría con ellos. Sus reacciones siempre le representaba una delicia y Gaster se aseguraba de almacenarlas muy bien en su memoria, manteniendo un largo y conciso registro de qué podía esperar de ellos en ciertas circunstancias.

Siempre deseoso de superarse a sí mismo, Gaster no era fanático de repetirse a sí mismo de modo que cuando no estaba pensando en nuevas fórmulas su mente se veía rebosante de nuevos escenarios en los cuales jugar.

Esa noche en particular Gaster había conducido a Sans hacia su laboratorio en una hora en la que sabía no serían molestados. Su holgazana creación arrastraba las zapatillas detrás de él, la misma sonrisa de cruel burla y el cráneo brillante en pequeñas gotas de sudor rojizas. A cada paso la argolla en el collar del esqueleto sonaba contra su soporte metálico y ese pequeño tintineo enviaba pequeñas olas de deleite por la espina del científico. Funcionaba casi como el cascabel de un gato, señalando la presencia del esqueleto, pero también marcaba a quién le pertenecía por el frente cuando el símbolo del Gaster Blaster impreso en la espalda de su chaqueta no lo hacía. Ningún monstruo se atrevería a tocarle, o a él o su hermano, por esa razón.

Gaster detuvo sus pasos en medio del puente que separaba un departamento de investigación del siguiente. Sans dio un par de pasos antes de detenerse igualmente. El bajo esqueleto sólo sabía que su padre le había pedido venir y probablemente se imaginaba que sería para que le asistiera en un nuevo experimento. ¿Por qué no? Nunca antes Gaster había intentado hacer nada con ellos en el mismo sitio adonde trabajaba. Todos sus juegos se habían reducido a la mansión.

Por eso Gaster disfrutó tanto de la inicial sorpresa de Sans cuando se giró y le sostuvo la mandíbula entre los dedos, forzando su lengua verde brillante, hecha de su propia magia, en medio de sus dientes. Sans tenía unos dientes afilados que podrían arrancarle la cara a cualquiera en la rara ocasión en que su magia no fuera suficiente, pero Gaster sabía que ninguna de sus creaciones se atrevería a lastimarlo y, en efecto, la boca del más bajo esqueleto se abrió casi de forma instantánea para recibirla. Qué satisfacción más grande cuando el otro empezó a gemir, llenándole la boca de su aliento caliente además del sabor ligeramente agrio de la mostaza a la que era tan aficionado. Estaba totalmente bajo su control, sumiso y dispuesto para lo que fuera, y Gaster no podía encontrarlo más hermoso por eso.

Cuando le tomó el cráneo entre sus manos, dejándole ninguna oportunidad de escape, a Gaster le fue sencillo empujarlo hasta el borde del puente metálico que colgaba por sobre el centro caliente. Sans todavía no debía haber comprendido cuál era la idea hasta que Gaster lo subió en subió por sobre el barandal. Los ojos del esqueleto flamearon con rojo pánico y empezó a gimotear en protesta dentro del beso, empujándole, pero todo resultó ser inútil. El científico estaba en pleno proceso de experimentación, no tenía tiempo para contratiempos.

En cuanto Gaster convocó unos cuantos tentáculos verdes para sostenerle los brazos a la espalda, solo entonces le permitió separarse lo suficiente para evaluar qué nueva respuesta estaba sacando de él. La expresión que adornaba el rostro de su retoño era un poema de miedo, aprensión y todavía presente excitación. Se lo imaginaba, pero no estaba listo para presenciarlo en toda su contradictoria complejidad.

-Heh heh, muy bien, viejo -dijo Sans esbozando una mueca nerviosa-. Es una buena broma, muy buena... pero creo que prefiero mejor el suelo.

-Mmm -murmuró Gaster pensativo.

Sus tentáculos tiraron un poco de los miembros que aprisionaban, sirviendo de apoyo y soporte a la espalda del más bajo esqueleto. Sans giró la cabeza, vislumbró el brillo rojo y anaranjado del centro más abajo, y casi de inmediato devolvió la vista a su padre.

-Está bien, está bien. Ya tuviste tu buena cantidad de risas. Ahora puedes terminar con esto.

Gaster no respondió y en cambio empezó a quitarle el calzado, dejándolo caer al suelo, antes de proseguir con los pantalones de su creación. Solo al llegar a esa prenda fue que Sans empezó a patalear, obligándole a conjurar más tentáculos para que le aferraran las piernas en una posición abierta. El pequeño esqueleto gruñó, mostrándole su colmillo dorado en una expresión amenazante, y Gaster tuvo que contenerse una risa ante lo adorable que se le hacía.

Sabía que si Sans realmente quisiera librarse de toda esa situación, nada le costaría menos que transportarse lejos de ahí. Le había dado esa habilidad para hacer todavía más fácil el que pudiera defenderse, después. Era necesario considerando su particular condición. Parte del experimento, de hecho, era ver cuánto podía empujar al otro antes de llegar a ese punto. Si es que de verdad podían llegar a ese punto en primer lugar. De momento los resultados estaban siendo acorde a sus intereses.

Sans apretó la mandíbula cuando los dedos ligeros y delgados del científico acariciaron sus costillas por debajo de su camiseta roja. Su intento era noble, pero al final inútil cuando Gaster manoseó desde el interior de su caja torácica, frotando su mano contra su espina. Entonces el pequeño esqueleto no tuvo más opción que gimotear tristemente, un suave color rojo empezando a notarse bajo sus ojos.

Curioso, Gaster continuó impulsando su palma de arriba abajo mientras un nuevo tentáctulo se dedicó a frotarse contra los huesos de su entrepierna. Un violento estremecimiento agitó al esqueleto y el rojo en su rostro alcanzó toda la extensión de su intensidad.

-O-oye, ya basta –dijo el pequeño esqueleto. Su única pupila roja continuaba cambiando del centro a su creador, como si estuviera evaluando cuál era más conveniente-. Esto ya dejó de ser gracioso...

-¿Te parece que me estoy riendo, Sans?

Todavía no le había evitado. Luchaba, sí. Se revolvía, sí. Pero seguía ahí. Interesante. Gaster tanteó un par de dedos por la acumulación de magia roja que se estaba dando entre las piernas de su creación y ante la falta de una forma precisa, el científico chasqueó la lengua.

-Tú ya debes saber lo que quiero, Sans -dijo, el agarre sobre su espina intensificándose para dar énfasis a su desaprobación.

El pequeño esqueleto no pudo reprimir a tiempo un quejido de dolor.

-Que te jodan, viejo loco -escupió Sans-. ¿Y qué si no lo hago, eh? ¿Me vas a tirar de aquí? Maldito cobarde.

Claro, desde luego, era de esperar. Sans nunca sabía cuándo cerrar la boca, pero esa era información redundante. No se vivía tanto tiempo con alguien sin saber sus pequeñas manías.

-Puede ser -dijo Gaster con una voz intencionadamente tranquila, impulsando a sus tentáculos a poner la espalda del otro paralela al centro... y un poco más, por lo que Sans debería poder ver el centro solo inclinando algo más la cabeza.

Pero no parecía que Sans quisiera hacer eso. Sus cortas piernas batallaron inútilmente contra él y luego se quedó quieto, como tieso. Gaster aguardó su respuesta. Estaba preparado incluso para que Sans decidiera que ya tenido suficiente y dejar de sentirlo para verlo corriendo por el pasillo, lejos del laboratorio y lejos de él.

Sin embargo, lo que sintió a continuación fueron sus dedos aprisionados por un estrecho hueco caliente, aparentemente sólido con sus paredes que parecían querer devorarle la mano entera. Más arriba se erguía una erección de un rojo brillante, pulsando gruesa y ansiosa. Gaster decidió que no habría ningún problema si indulgía un poco en sus propios deseos y se arrodilló para tomar en toda su extensión el miembro de su hijo.

Estaba bien lejos de ser un inexperto en la materia, de modo que sabía exactamente de que manera mover su lengua para que la falta de carne en su boca no representara un problema y pronto tuvo al cuerpo de Sans agitándose malamente, ya no por intentar liberarse sino para expresar de algún modo su deleite. Sin de lamer, chupar y saborear, Gaster continuó moviéndose en su interior hasta que el índice dio con una pequeña protuberancia que desde afuera sería invisible y la presionó suavemente.

Sans lanzó un grito. Gaster logró escuchar la forma rápida en que la espalda del otro se arqueó, incluso más allá de lo que sus tentáculos le forzaban. Por un momento Sans estuvo cara a cara con el centro, aunque Gaster no sabía si tenía las cuencas abiertas para verlo en todo su esplendor. De todos modos la posición solo duró unos segundos antes de que el cientíico lo regresara a su posición anterior, todavía en el borde pero ya capaz de apoyarse sobre su propio cuerpo.

El pequeño esqueleto jadeaba haciendo honor al collar puntiagudo que llevaba, con la lengua roja colgándole por un costado de la mandíba. Gaster le volvió a agarrar del mentón para besarlo sin cuidado, sus dedos continuando con la enloquecedora presión sobre ese punto. Sans apenas podía responderle en medio de la respuesta que generaba en él semejante estímulo, pero aun así lo intentaba y Gaster recompensó su esfuerzo atendiendo a su erección con un par de tentáculos, apretándole o aflojando de una manera que ya sabía le era satisfactoria.

Naturalmente que no esperaba que durara mucho. Sans podía posponer varias cosas hasta que ya era demasiado tarde, pero en cuestiones placenteras era el que menos paciencia tenía de todos ellos. Cuando se entregaba a algo lo hacía con una particular desesperación, como si temiera que si no lo hacía con la suficiente premura alguien iba a arrebatarle la oferta para jamás repetírsela de nuevo. Era una interesante respuesta cuyo origen desconocía, pero en todo caso hacía sus interacciones con él satisfactorios. De revertirse los roles, Gaster no dudaba que Sans usaría hasta el último rastro de su energía de por sí corta para dedicarse a él hasta las últimas consequencias.

Así, Gaster pronto sintió las paredes mágicas estrechándose a su alrededor, un gemido cortado por su lengua y el olor de los restos de magia recién liberada en el aire fueron todas las pistas que necesitaba para saber que el experimento había sido un éxito. Ayudó a Sans a bajarse del borde y ponerse decente otra vez. Estaba a punto de hablar cuando el otro se le adelantó cuando le estaba poniendo las zapatillas.

-¿Y qué hay de ti? -preguntó el más bajo, debiendo ponerle una mano en el hombro mientras el científico le ataba los cordones.

De tratarse de cualquier otro monstruo, o puede que incluso Papyrus, Gaster sabía que le irritaría esa ayuda que ni había pedido, pero sabía mejor que intentar hacerle cambiar de opinión acerca de cuál era la mejor manera de tratar a sus propias creaciones.

Cuando levantó la vista, vio que Sans sonreía con una mueca que trataba de ser invitante pero resultaba más bien incómoda.

-No hace falta -dijo, dándole un último tirón antes de ponerse de pie-. Una mejor pregunta sería por qué no te transportarte lejos cuando viste lo que estaba haciendo.

Sans parpadeó, observó el borde del puente y luego al científico. Finalmente se encogió de hombros con una sonrisa sardónica.

-Supuse que si querías matarme lo habrías hecho hace tiempo y de una forma un poco más creativa. Fue divertido seguirte la corriente, pero sabía que no ibas a dejarme caer. Lo lamento por romper tu burbuja, viejo, pero no eres el únco capaz de sacar conclusiones en base a observaciones.

Gaster todavía no estaba seguro de qué responder cuando el pequeño esqueleto tiró de su corbata y realizó un rápido pero sentido contacto entre sus dientes.

-¿Nos vamos a casa ahora? -preguntó Sans, sonriente.

Gaster lo maldijo, se maldijo a sí mismo por crearlo tan parecido y todo mientras un ramalazo de un orgullo secreto burbujeó en su interior. Fue un momento confuso en que batalló consigo mismo hasta que por fin se decidió por expresar un suspiro, decidido a no dejar al otro ver lo impresionado que estaba.

-No sabía que eras tan buen actor -intentó como último recurso.

Sans ahora se rió sin vergüenza.

-Soy el puto amo, viejo. Y como dije, fue divertido seguirte la corriente. Generalmente lo es.

"¿Generalmente?", repitió Gaster. ¿A qué se refería? ¿Quería decir que sus conclusiones anteriores, el resultado de sus juegos, estaban manchados al saber sus creaciones que se trataba de un juego en primer lugar? ¿Incluso Papyrus? ¿Se había equivocado a tal extremo?

-Vamos -dijo Sans, embolsando las manos en los bolsillos-. Si no tenías planeado nada más deberíamos volver. El jefe se va a poner de malas si no estoy para leerle su historia.

Gaster se irguió, recuperando la compostura. Era verdad, Papyrus de verdad no podía dormir sin escuchar la voz de su hermano. No dormir equivalía a un Papyrus todavía más malhumorado que de costumbre y esas observaciones jamás habían derivado de sus sueños, por lo que solo podía imaginar que al menos esas eran verídicas. Asintió con la cabeza.

Apagaron las luces del laboratorio para volver a casa.

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