Capítulo 1

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A Gaster le gustaba jugar con sus creaciones. Juegos mentales, juegos sexuales, juegos de romance. Le encantaba tenerlos confundidos, expectantes y un poco asustados acerca de lo siguiente que haría con ellos. Sus reacciones siempre le representaba una delicia y Gaster se aseguraba de almacenarlas muy bien en su memoria, manteniendo un largo y conciso registro de qué podía esperar de ellos en ciertas circunstancias.

Siempre deseoso de superarse a sí mismo, Gaster no era fanático de repetirse a sí mismo de modo que cuando no estaba pensando en nuevas fórmulas su mente se veía rebosante de nuevos escenarios en los cuales jugar.

Esa noche en particular Gaster había conducido a Sans hacia su laboratorio en una hora en la que sabía no serían molestados. Su holgazana creación arrastraba las zapatillas detrás de él, la misma sonrisa de cruel burla y el cráneo brillante en pequeñas gotas de sudor rojizas. A cada paso la argolla en el collar del esqueleto sonaba contra su soporte metálico y ese pequeño tintineo enviaba pequeñas olas de deleite por la espina del científico. Funcionaba casi como el cascabel de un gato, señalando la presencia del esqueleto, pero también marcaba a quién le pertenecía por el frente cuando el símbolo del Gaster Blaster impreso en la espalda de su chaqueta no lo hacía. Ningún monstruo se atrevería a tocarle, o a él o su hermano, por esa razón.

Gaster detuvo sus pasos en medio del puente que separaba un departamento de investigación del siguiente. Sans dio un par de pasos antes de detenerse igualmente. El bajo esqueleto sólo sabía que su padre le había pedido venir y probablemente se imaginaba que sería para que le asistiera en un nuevo experimento. ¿Por qué no? Nunca antes Gaster había intentado hacer nada con ellos en el mismo sitio adonde trabajaba. Todos sus juegos se habían reducido a la mansión.

Por eso Gaster disfrutó tanto de la inicial sorpresa de Sans cuando se giró y le sostuvo la mandíbula entre los dedos, forzando su lengua verde brillante, hecha de su propia magia, en medio de sus dientes. Sans tenía unos dientes afilados que podrían arrancarle la cara a cualquiera en la rara ocasión en que su magia no fuera suficiente, pero Gaster sabía que ninguna de sus creaciones se atrevería a lastimarlo y, en efecto, la boca del más bajo esqueleto se abrió casi de forma instantánea para recibirla. Qué satisfacción más grande cuando el otro empezó a gemir, llenándole la boca de su aliento caliente además del sabor ligeramente agrio de la mostaza a la que era tan aficionado. Estaba totalmente bajo su control, sumiso y dispuesto para lo que fuera, y Gaster no podía encontrarlo más hermoso por eso.

Cuando le tomó el cráneo entre sus manos, dejándole ninguna oportunidad de escape, a Gaster le fue sencillo empujarlo hasta el borde del puente metálico que colgaba por sobre el centro caliente. Sans todavía no debía haber comprendido cuál era la idea hasta que Gaster lo subió en subió por sobre el barandal. Los ojos del esqueleto flamearon con rojo pánico y empezó a gimotear en protesta dentro del beso, empujándole, pero todo resultó ser inútil. El científico estaba en pleno proceso de experimentación, no tenía tiempo para contratiempos.

En cuanto Gaster convocó unos cuantos tentáculos verdes para sostenerle los brazos a la espalda, solo entonces le permitió separarse lo suficiente para evaluar qué nueva respuesta estaba sacando de él. La expresión que adornaba el rostro de su retoño era un poema de miedo, aprensión y todavía presente excitación. Se lo imaginaba, pero no estaba listo para presenciarlo en toda su contradictoria complejidad.

-Heh heh, muy bien, viejo -dijo Sans esbozando una mueca nerviosa-. Es una buena broma, muy buena... pero creo que prefiero mejor el suelo.

-Mmm -murmuró Gaster pensativo.

Sus tentáculos tiraron un poco de los miembros que aprisionaban, sirviendo de apoyo y soporte a la espalda del más bajo esqueleto. Sans giró la cabeza, vislumbró el brillo rojo y anaranjado del centro más abajo, y casi de inmediato devolvió la vista a su padre.

Los juegos de Gaster (Underfell, Fontcest)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora