Hospital

By P1-221

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Hospital, es una historia llena de misterios, en la que el protagonista Naúm, se verá envuelto. Adéntrate en... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo

Capítulo 6

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By P1-221

La cabeza de Patricio comenzó a rodar hacia el lado derecho, se movía con un poco de dificultad. Se detenía un momento cada vez que la nariz hacía contacto con el suelo pero siguió su camino. Ricardo y yo permanecíamos pegados a la ventanilla, esperando a que esa cabeza se detuviera. La cabeza de Patricio siguió rodando, en cada vuelta se teñía un poco más de rojo, la sangre esparcida en el suelo se adhería a su cabeza sin vida. La cabeza llegó a la pared y se mantuvo quieta, Ricardo se retiró lentamente de la ventanilla y yo me quedé observando, sabía que ya no iba a suceder nada pero de repente, explotó, la cabeza explotó, hizo un fuerte ruido y eso llamó la atención de todos, Ricardo nuevamente se pegó a la ventanilla para observar. No había nada, todo había desaparecido con esa explosión, no había sesos, ojos o pedazos del rostro que se pudieran visualizar, todo se había esfumado.

—¡Dios santo! —Expresó Cristy caminando hacia nosotros, me hice a un lado para que ella pudiera observar. Caminé hacia enfrente y abracé a Matías y a Lizzeth, estas personas eran las más jóvenes de este lugar y las menos capacitadas para comprender y ver este tipo de situación.

—Todo estará bien —les dije, Matías me abrazaba con fuerza, su oso de peluche aún lo sostenía con fuerza.

—¿Qué pasó? —Me susurró Lizzeth al oído, para que Matías no escuchara.

—Patricio —le respondí también en un susurro—, ha muerto y su cuerpo explotó. —Mentí, no iba a decirle que sólo la cabeza estaba ahí sin vida. Aunque de igual manera, decirle eso sonaba realmente perturbador.

Todos se hallaban cerca de las puertas, esperando ver por la ventanilla, lo único que podrían alcanzar a ver era el charco de sangre que se había formado, de ahí, nada más.

—Salgamos de aquí —dijo Cristy despegando su cabeza de la ventanilla, me vio con los dos jóvenes abrazados y sólo me sonrió débilmente para pasar por mi lado y dirigirse hacia las escaleras.

Victoria, Doroteo y la chica enferma de fiebre la siguieron.

—Vayan con ella —dijo Ricardo refiriéndose a Matías y Lizzeth. Ellos asintieron y se alejaron de nosotros, la maestra Ximena también subió las escaleras.

—¿Ese niño sabe lo que sucedió? —Me preguntó Ricardo una vez solos en el cuarto. Donato miraba atento por la ventanilla.

—No —le contesté—, él cree que esto es un juego.

—Ojalá fuera así —Ricardo apretó los labios y se llevó las manos a los bolsillos de su pantalón, agachó la cabeza y un silencio incómodo y aterrador se hizo presente.

—Aquí abajo ya no habrá nada —dije rompiendo el silencio—, volvamos ahí arriba.

—Ahí arriba tampoco habrá nada —dijo Ricardo con impotencia, se giró y miró a Donato—, de igual manera. ¿Te vas a quedar aquí abajo hombre?

Donato lo vio y caminó hacia nosotros, la energía en nosotros comenzaba a apagarse y ya se notaba el estrés y la desesperación en él. Su madre ocupaba una transfusión de sangre, obviamente estaba desesperado y lo comprendía.

Subimos de nuevo, la puerta quedó abierta por si algo ocurría por debajo de las escaleras, así bajaríamos de inmediato.

Ya nadie hablaba, todos estaban sentados en el suelo y recargados a la pared del pasillo principal. Me acerqué a donde estaban Doroteo y la chica enferma de fiebre, era momento de conocer a estos dos un poco más.

—¿Qué quieres? —Preguntó Doroteo de mala gana, la chica me vio y me sonrió débilmente, me percaté de que tenía unos penetrantes ojos color verde.

—Quería platicar —dije y sin que me lo pidieran me senté frente a ellos. Me dirigí a la chica—, ¿te sientes muy mal?

—Sé que la fiebre aumentó un poco desde que llegué aquí —respondió la chica con poca energía, no se miraba tan mal pero sí enferma—, Doroteo se ha ofrecido a cuidarme a pesar de que yo no se lo halla pedido.

—¿Sabes por qué? —Preguntó Doroteo, la pregunta era para ambos. Nos quedamos callados esperando la respuesta—. Hace 5 años un maldito ladrón me arrebató la vida de mi hija y de mi esposa, alcancé a detenerlo, pero ya era demasiado tarde, el daño ya no se podía remediar. La policía se lo llevó y lo condenaron a sólo 20 años de prisión. Johana me recuerda mucho a mi pequeña hija de 15 años, su mismo color de pelo, sus ojos color esmeralda. Siento que debo protegerla como no lo hice con mi niña.

Me sentí un poco mal por él, perder a su familia debería sentirse horrible. No quisiera ni imaginarlo. Doroteo debía tener unos 45 años más o menos, no se miraba tan viejo, pero tampoco aparentaba ser un joven.

—¿En serio? —Preguntó la chica, su nombre al parecer era Johana. Se separó unos centímetros del hombre y lo miró con desprecio—. ¿Te portas así de amable conmigo sólo porque te recuerdo a tu hija?

—No lo hago en mal sentido Johana —respondió Doroteo y se acercó a Johana, ella se levantó y lo observó desde arriba—, me recuerdas a mi hija y quiero protegerte como nunca pude protegerla a ella.

Algo estaba mal, Doroteo pudo haber protegido a Johana por su simple enfermedad pero no era así, la cuidaba porque le recordaba a su hija, si hubiera tenido otro aspecto quizá ni siquiera sabría su nombre. Obviamente el amor de padre es hermoso, yo protegería a Neus por sobre todas las cosas, pero si algo malo le llegara a pasar, no estaría en la vida de alguna persona parecida a ella.

—Su hija no soy yo —le dijo Johana, todos nos estaban observando—, está bien que le recuerde a ella pero no significa que por eso ya vaya a serlo o actuar como ella. Doroteo, te agradezco tu protección pero si no es por que en verdad estoy enferma entonces no la necesito más.

Johana se alejó de Doroteo, sentí que él se iba a levantar pero lo detuve.

—Siento mucho lo que sucedió con tu familia Doroteo —le dije mientras lo sostenía del hombro, Doroteo me miraba con rabia, como queriendo asesinarme con la mirada, pero no se atrevía a tocarme, me miraba mas amenazante que él y quizá eso lo intimidaba—, pero debes entenderla, Johana no es tuya y si sigues a su lado el dolor que sientes por la pérdida de tu hija crecerá y no habrá que pueda controlarlo. Tarde o temprano Johana se irá de tu vida y el dolor será el mismo.

—¿Eres psicólogo o algo parecido? —Me preguntó y se levantó. Caminó hacia la puerta por donde entramos y dio vuelta a la izquierda. Al lugar en donde sólo se hallaba la planta. Quizá iba a pensarlo, ya no iba a molestarlo más.

La cabeza de Patricio explotando vino a mi mente. Era terrible recordarlo, su cabeza manchada de sangre, su cuerpo perdido, y de repente la cabeza se esfuma dejando cero rastro de ella. Patricio me caía pésimo pero no por eso ya iba a desearle la muerte. Nadie merece la muerte a menos que sufra demasiado en la vida.

—¿Ahora qué haremos? —Preguntó Victoria, nadie respondió. Continuaron sentados y recargados a la pared, ahora ya no se podía hacer nada.

—¿Y si arriba hay algo? —Preguntó Donato llamando la atención de todos. No había ninguna ventanilla por la que pudiera observarse el piso de arriba, lo que nos dejaba inexpertos en el tema.

—No hay más que muerte —respondió Ricardo levantándose de su lugar, caminó a las escaleras y observó arriba, estaba seguro que sólo oscuridad era lo único que podía ver—, muerte dolorosa como la de Patricio.

Matías se separó de Lizzeth y lo vi dirigirse hacia mí.

—Señor —me dijo una vez que llegó, su voz sonaba completamente inocente, me agaché para así poder estar a su altura y poder escucharlo mejor—, ¿el señor que bajó ya está muerto?

—No, no —respondí de inmediato, no era momento para que este niño comenzara a asustarse—, él sólo, ha perdido el juego. No murió pero ya nunca lo veremos.

—¿Él ya se fue a su casa?

—Sí, porque no pudo ganar.

—Entonces yo también quiero perder. Me quiero ir a mi casa, quiero abrazar a mi mamá.

—Oh no Matías —dije y tomé su hombro—, perder es muy doloroso, vas a llorar mucho si pierdes. Te quitarán a tu pequeño osito de peluche y nunca lo volverás a ver. —Matías abrió los ojos con sorpresa, tenía miedo, vio a su pequeño oso de peluche y lo abrazó—. Por eso debes ser fuerte, tenemos que ganar este juego.

—Yo soy fuerte —dijo Matías con una leve sonrisa en su rostro, eso hizo que yo también sonriera ante él—, mi mamá siempre me lo dice antes de entrar a la quimioterapia.

—Así es Matías, y dime, ¿entraste a quimioterapia antes de entrar a este juego?

—No. Por primera vez la enfermera le dijo a mi mamá que se quedara en la sala. Siempre pasa conmigo. Mi mamá se fue del cuarto de consulta y la enfermera me llevó al cuarto de ahí afuera. Un doctor me dijo que aquí sería el lugar donde me harían la quimioterapia pero me aventó y cerró la puerta.

Observé cómo Cristy se acercaba lentamente hacia nosotros, miraba a Matías con cariño. Nadie podía odiar a este pequeño, era simpático y valiente.

—¿Cómo te sientes Matías? —Le preguntó Cristy. Se colocó de cuclillas para estar a nuestra altura.

—Bien —respondió él con alegría, era demasiado inocente para saber a lo que se enfrentaba—, un poco cansado y adolorido. Eso me pasa muy a menudo.

—¿Y tu papá también te está esperando ahí afuera?

—Mi mamá me dijo que mi papá y ella se separaron cuando yo tenía tres años. Nunca lo conocí.

Doroteo pasó por nuestro lado y se colocó a lado de su hermano. Johana se hallaba platicando con Lizzeth y Victoria, la maestra Ximena y Ricardo estaban serios recargados a la pared, uno de lado del otro.

—¿Y tú quisieras tener a tu papá contigo?

—No.

Iba a preguntarle el por qué pero un ruido en las escaleras de metal nos hizo girar a todos al cuarto. Era el sonido de algún objeto pesado, como un marro o un martillo golpeando los escalones.

Cristy y yo nos levantamos al instante, ella tomó los hombros de Matías. Ricardo se acercó de inmediato a la puerta pero no bajó, se quedó observando desde arriba.

—¿Quién está ahí abajo? —Gritó pero no hubo respuesta. Todos esperábamos atentos—. No te haremos daño. Por favor, ¿quién eres?

No hubo respuesta. Ricardo giró a verme como invitándome a que ambos bajáramos a averiguar, me acerqué a él y cuando ambos estábamos en la puerta, entramos al cuarto, nos asomamos por el barandal y no visualizamos nada en las escaleras, todo se veía normal.

Los demás permanecieron afuera del cuarto, Ricardo y yo comenzamos a caminar por el pasillo del barandal hasta llegar al inicio de las escaleras.

—¿Quién está ahí? —Gritó Ricardo de nuevo, pero nuevamente no hubo respuesta. Ricardo me observó—, tenemos que bajar de nuevo.

Asentí, tenía un poco de miedo, no voy a negarlo. Creía en los fantasmas pero ahora me daba más miedo que ahí abajo estuviera una persona viva que pudiera hacernos daño.

Llegamos al suelo, caminamos con cautela mientras observábamos todos los rincones del cuarto, no había nada nuevo, todo seguía igual.

La puerta de un casillero estaba moviéndose lentamente de adentro hacia afuera, como si alguien recientemente acabara de moverla. Rechinaba no tan fuerte, pero indicaba que estaba demasiado vieja.

—En el casillero —dije señalándolo, Ricardo lo observó y abrió los ojos con sorpresa—, debe haber algo ahí.

—Es imposible que algo que quepa en ese casillero, haya hecho el ruido en las escaleras.

—Puede haber un martillo —dije tratando de calmar los nervios. Ricardo bufó y comenzó a caminar hacia el casillero, lo seguí.

—Y dime, ¿quién tomó ese martillo?

No respondí. Continuamos caminando al casillero, la puertilla estaba casi cerrada, Ricardo tomó el borde de éste y la abrió al máximo. Un gato negro salió despavorido del compartimiento y corrió a subir las escaleras. Ricardo me vio un poco aterrado, yo también me quedé extrañado. Sabíamos perfectamente que un gato no podría hacer un ruido de tal magnitud.

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