THE WOMAN OUT OF TIME | CAPTA...

By ifondue

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❝─¿Estamos juntos en esto? ─Y en todo.❞ © MINA VEGA | 2016 [captain america: the winter soldier / book two... More

THE WOMAN OUT OF TIME
SOUNDTRACK
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
EPÍLOGO

CAPÍTULO CATORCE

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By ifondue

[ THE WOMAN OUT OF TIME ]

CAPÍTULO CATORCE

❛aquello era lo más cercano que estarían el uno del otro❜


    EL VIAJE IBA A SER LARGO. E incómodo. Durante un largo rato lo único que se podía oír era el ronroneo del motor y las ruedas pasando por el asfalto, pero nada más. Steve conducía en silencio y de vez en cuando alzaba la vista hacia el espejo retrovisor para mirarme a través de éste. Intentaba mantener la mirada firme, pero estaba tan cansada que no tenía tiempo para jueguecitos, por lo que decidí tomarme un descanso para poder cerrar los ojos.

─Está dormida -oí cómo murmuraba Romanoff.

─Está agotada, se merece un descanso -respondió Steve en un tono bajo.

─¿Donde aprendió a robar coches? -preguntó ella refiriéndose a mí mientras alzaba las piernas al salpicadero.

─En la Alemania nazi, al igual que yo -le indicó Rogers- Y lo hemos tomado prestado, así que quita los pies de ahí.

La pelirroja suspiró frustrada y obedeció al Capitán al mismo tiempo que se incorporaba sobre el asiento.

─Tengo una pregunta para ti -le avisó- Si no quieres no la respondas, aunque si no lo haces eso sería una respuesta.

─¿Cuál? -insistió él.

─¿Es el primer beso desde el año cuarenta y cinco?

Noté cómo Steve se removía en su asiento, seguramente para comprobar que seguía durmiendo, por lo que mantuve mi mejor expresión de plácido sueño y traté de no moverme para así escuchar su respuesta. Sabía que su contestación sería un evidente sí, pero quería escucharlo con sus propias palabras.

─¿Tan mal lo he hecho? -inquirió este, llamando mi atención por el tono que empleó. ¿Acaso le estaba coqueteando?

─Yo no he dicho eso -replicó la agente.

─Por el tono es como si lo hubieses dicho -insistió.

─No, no es así -se negó ella, también acomodándose en el asiento- Tenía curiosidad por saber cuánta práctica tenías.

─No se necesita práctica.

─Todo el mundo necesita práctica.

Estaba cansándome de esa conversación, pero quería saber hacia dónde quería ir a parar la pelirroja, por lo que mantuve la calma y seguí fingiendo para no delatarme.

─Vale -respondió Steve- Sí ha sido mi primer beso.

─Creía que tú y Sharon...

─Sí, pero las cosas han cambiado. O al menos, creo que lo harán después de esto.

─Quiero que sepas que en ningún momento he tenido la intención de estropear vuestra relación.

Fruncí el ceño, removiéndome incómoda. Estaba intentando por todos los medios no despertarme de golpe y gritarles a los dos que lo estaba escuchando todo, pero de nuevo, respiré en silencio y mantuve la cordura y me aguanté las ganas de gritar.

─Lo sé -asintió Steve- Después de todo lo que hemos pasado, con lo difícil que es encontrar a alguien que comparta tus mismas vivencias, no quiero alejarme de ella.

─¿Y por qué no has intentado retomar lo que teníais durante la guerra? Tengo entendido que había mucha complicidad entre los dos, que erais... la pareja perfecta.

─Cuando la rescatamos y despertó no quise presionarla, no sabía exactamente por lo que había pasado y seguramente tendría más cosas con las que lidiar que unos sentimientos que se congelaron en el pasado.

Sus palabras hincharon mi pecho de cariño y nostalgia. Ya lo había dicho muchas veces, y es que no podía estar enfadada con él. Por mucho que me decepcionara, por mucho que me hirieran ciertas acciones suyas, nunca, pero nunca, podría permitirme estar molesta con una persona como Steve.

─Ya habrá tiempo de intentar volver a lo de antes -continuó- Primero tiene que recuperarse, volver a ser la que era y sobretodo, acabar con esto.

Una parte de mí quiso saltar el espacio entre los dos asientos y sentarme en su regazo, rodear su cuello y quedarme apoyada contra él hasta que no hubiese más carretera por delante. Tenía tantas ganas de que esto terminase, de que todo se aclarase y no haya más fraudes ni infiltraciones, de estar a salvo y sentirme segura. Quería volver a empezar, volver a ser la de antes, la que aunque con guerra sabía quién era y lo que quería; la que no tenía miedo a intentar y perderlo todo, la que quería querer y dejarse querer. Pero me había tocado una vida en la que todo aquello que anhelara, más se alejaría.

─Es especial para ti -Natasha no preguntó, más bien pareció que lo estuviese afirmando.

─Es la única -contestó él.

─Entonces inténtalo y ya está -le indicó ella cruzándose de brazos y dejando caer su peso en el asiento.

─Igual que tú.

─La verdad depende de las circunstancias -comentó Romanoff confundiéndome, pues estaba empezando a perder el hilo de la conversación- No todo es igual para todo el mundo en cada momento. Ni yo tampoco.

─No es fácil vivir así -murmuró Steve.

─Es una buena forma de no morir -le respondió en el mismo tono.

─Resulta difícil confiar en alguien cuando no sabes quién es ese alguien -aclaró Steve.

─Sí -afirmó ella dándole la razón- ¿Quién te apetece que sea?

─¿Qué tal una amiga? -propuso él esta vez con un tono de voz más animado.

─No casi, pero es posible que te hayas equivocado de trabajo.

Y muy a mi pesar, Romanoff estaba en lo cierto. Steve tenía un puesto de trabajo en el que no podía permitirse tener amigos. Era duro, pero no podías fiarte ni de la persona ni de la situación. La lealtad cambiaba por momentos y no podías arriesgarte a que te traicionara quien más confianza te había dejado depositar. Solo confiaba en tres personas y dos de ellas o estaban muertas o demasiado mayores. Steve era una de esas personas, pero ahora simplemente no podía ir con la guardia baja. No con lo que se avecinaba, no después de todo.

A pesar de que habían terminado la conversación, yo seguí haciéndome la dormida y esta vez aprovechando el descanso y la tranquilidad, pero no duró mucho. Obviamente no había estado atenta al camino, por lo que cuando el vehículo se detuvo en su parada, me sorprendió que ya estuviésemos en el destino que perseguíamos. Abrí los ojos y me incorporé cuando el ruido de los cinturones me avisó que ya era hora de ponerse en marcha.

─¿Mejor? -preguntó Steve mirándome desde el retrovisor mientras se quitaba el cinturón- Has dormido durante todo el camino.

─Sí, estoy algo descansada -mentí, imitándolo y saliendo del coche con la mochila de nuestras pertenencias colgada en la espalda.

Nos encontrábamos ante un angosto y arenisco camino que daba a un campamento militar, aparentemente antiguo y desolado, rodeado por unas vallas de alambre. Conocía la localización que había señalado Romanoff en el computador cuando estábamos en el centro comercial, pero estar justo ahí y verlo con mis propios ojos hacía que la sensación de familiaridad incrementara.

─Es aquí -anunció Steve avanzando.

─El archivo salió de estas coordenadas -señaló Natasha algo confusa.

─Yo también -añadió el rubio para más desconcierto de la pelirroja.

─En este campamento fue donde nos entrenaron -le aclaré.

Steve me miró y le sostuve la mirada tal y como había deseado hacerlo anteriormente, salvo que no con intenciones de desafiarle o hacerle saber cuán enfadada estaba, sino para sentir que estaba conmigo, que sabía y comprendía lo que estaba resurgiendo en mi interior. No fue exactamente aquí donde nos conocimos, pero sí donde empezó todo. Aquí empecé yo y aquí acabé.

─¿Lo notáis cambiado? -inquirió mirándonos.

─Un poco -murmuré.

Avanzamos, adentrándonos y sorteando la valla para pasar al centro del campamento mientras Natasha se dedicaba a manejar un chisme del cual desconocía su procedencia y función.

─Estamos en un punto muerto -anunció mirando la pantalla del aparato- No hay señales térmicas, ni ondas, ni siquiera radios. Quien quiera que escribió el archivo debió de usar un router para despistar.

─¿Qué es un router? -pregunté.

Aunque mi cuestión fue totalmente ignorada cuando Steve, con el ceño fruncido, contemplaba confundido un edificio como si fuese lo más raro que sus ojos hubiesen visto.

─¿Qué pasa? -inquirió Natasha acercándose a él.

─El reglamento militar prohibía almacenar munición a menos de quinientos metros de los barracones -explicó como si se lo hubiese aprendido de memoria- Este edificio no debería de estar aquí.

Con su escudo, el cual no me había percatado que llevaba encima, rompió la cerradura y pudimos acceder al interior del edificio. Estaba oscuro y el ambiente estaba cargado de polvo, por lo que se hacía difícil respirar. Se mezclaba un cierto hedor a tierra mojada y ropa vieja que se queda abandonada en el fondo del armario durante mucho tiempo. Era bastante repulsivo estar en lugar como ese y menos si no podías saber por dónde pisabas.

─No se ve absolutamente nada -se quejó Romanoff.

Me concentré en los cosquilleos de mis brazos y los envié a las palmas de mis manos, extendiéndolos por cada uno de mis dedos, creando entre ellos un conjunto de ramificaciones vibrantes y luminosas que alumbraron lo justo para saber guiarte. Steve me miró y un deje de media sonrisa surcó sus labios.

─Gracias -susurró la agente.

Descendimos por unos escalones y llegamos a una sala grande y amueblada por filas de escritorios y estantes. Steve dio con un interruptor e hizo que toda la estancia se iluminara, dejando a la vista el gran logotipo del halcón de Shield pintado en la pared del fondo.

─Esto es Shield -anunció con obviedad la pelirroja.

─Tal vez donde empezó -comentó Steve mirándome.

─No -negué- Dónde siguió. Teníamos varios edificios que ocupábamos para trabajar y este era uno de ellos.

Continuamos avanzando por la gran sala, pasando por distintas puertas y accediendo a diferentes despachos. Uno de ellos, también amueblado de la misma manera que el resto aunque en magnitudes variadas, contenía colgados en sus paredes un grupo de fotografías enmarcadas.

─Y ahí está el padre de Stark -señaló Natasha mirando la imagen de mi mejor amigo.

─Howard -susurré contemplando su retrato e intentando esquivar el punzante sentimiento de nostalgia y dolor que empezaba carcomerme los nervios.

─Y tú -añadió Steve, esta vez dirigiéndose a un marco que contenía una fotografía mía.

─¿Quién es la chica?

─Mi hermana -respondí a la pregunta de Romanoff.

Howard, Peggy y yo estábamos el uno al lado del otro en nuestras respectivas fotografías. Y era irónico que un trozo de papel con mi rostro y los suyos fuera lo único y lo más cercano que me permitiría a estar con ellos. Aparté la vista de la pared porque de no ser así empezaría a llorar tan pronto como preguntaran algo más sobre mi amigo y mi hermana. Seguí a Natasha y a Steve. Este último había descubierto algo fuera de lugar y nos acercamos a comprobar qué era cuando, de pronto, nos dimos cuenta de que se trataba de un ascensor oculto tras unos estantes.

─Si estás trabajando en una oficina secreta, ¿por qué ocultas el ascensor? -inquirió abriendo las puertas del cubículo de metal e indicándonos con la mirada que nos adentráramos.

Cuando las puertas volvieron a abrirse nos encontrábamos en una planta subterránea, más grande y espaciosa que todas las anteriores. A nuestra espalda y automáticamente, las puertas del ascensor se cerraron y quedamos en una profunda oscuridad que dediqué a interrumpir con el leve alumbramiento de mis manos. Poco a poco, y a medida que avanzábamos, la sala se fue iluminando, por lo que mis habilidades quedaron en ese momento inútiles. De esa manera pudimos presenciar cómo la cámara estaba llena de artefactos tecnológicos que me habrían parecido de lo más complejos y avanzados sino hubiese tenido la oportunidad de de comprobar los de esta nueva generación.

─Los datos no pudieron salir de aquí -dijo Natasha desconcertada, al igual que Steve y yo, mientras observábamos aquél siniestro lugar- Esta tecnología es antigua.

Pero por muy extraño y sospechoso que sonase, ahí, entre todos esos viejos computadores se encontraba un puerto con entradas que coincidían con la del USB que portaba Natasha, la cual, decidió conectar. Automáticamente el monitor de uno de los ordenadores se encendió, al igual que todos los aparatos de la sala en general. Me sobresalté y, aunque había tratado de disimularlo, mi reacción no había pasado por alto para Steve, quien me miró de reojo y me sostuvo del brazo para calmarme. Aquel sitio no me estaba gustando.

Una pequeña cámara instalada en lo alto del monitor se puso en funcionamiento y se movió de manera que apuntaba a nosotros. Una voz metálica y robótica salió del computador, preguntando si se quería iniciar el sistema, por lo que Romanoff procedió a confirmar la operación.

─¿Jugamos a un juego? -preguntó de pronto Romanoff, ganándose una impasible mirada por parte de Rogers y una llena de confusión por la mía- Es de una película que...

─Ya lo sé, la he visto -le cortó él de inmediato.

Conocía a Steve y, aunque el tono y la respuesta pudiesen sonar algo bordes o distantes, sabía que ahora que la situación se había tensado, no había tiempo para bromas. Había momento para todo, pero este no era para bajar la guardia.

De pronto la pantalla empezó a encenderse de nuevo y de ella apareció una imagen, que aunque borrosa y poco precisa, evidenciaba el rostro que haría setenta años se me habría hecho perfectamente familiar. La cámara, en la parte superior, se movió apuntando con su objetivo a Steve al mismo tiempo que otra voz que, aunque tuviera el mismo deje mecanizado, sonaba horripilantemente conocida.

─Rogers, Steven -anunció- Nacido en 1918.

El susodicho miró el ordenador desconcertado y alerta, apretando la mandíbula y marcando con insistencia las tensas líneas de esta. Sus puños se cerraron y el agarre al escudo se hizo más firme, al igual que su posición.

─Carter, Sharon Elizabeth -prosiguió, con la cámara esta vez dirigida a mí- Nacida en 1918.

No pude evitar que un escalofrío recorriera mi columna vertebral y que, las ya tan conocidas chispas que vibraban por mi cuerpo, se intensificaran en mis puños, los cuales empezaron a chasquear por la electricidad de mis dedos.

─Romanoff, Natasha Alianovna. Nacida en 1984.

─Es como una grabación -comentó estupefacta.

─No soy como una grabación, fraulein -respondió la voz dirigiéndose a Natasha- Quizá no soy el hombre que era cuando el Capitán y la Agente 13 me hicieron prisionero, pero existo.

─¿Conocéis a esta cosa? -inquirió Romanoff señalando el ordenador.

─Por desgracia -escupí en voz baja.

─Arnim Zola era un científico alemán que trabajaba para Cráneo Rojo -explicó Steve- Lleva años muerto.

─Primera corrección -"habló" Zola-, soy suizo. Segunda, mire a su al rededor -señaló, haciendo que sin moverme observara la sala llena de distintos aparatos tecnológicos, todos ellos en funcionamiento, iluminándose, con las bovinas rodando y girando, pitando y haciendo sonar su motor- Nunca he podido estar más vivo.

>>En 1972 me diagnosticaron una enfermedad terminal. La ciencia era incapaz de salvar mi cuerpo, sin embargo mi mente valía la pena de ser salvada en sesenta mil metros de bancos de datos. Ustedes están en mi cerebro.

Su acento, sus palabras, su última afirmación hicieron que el anterior escalofrío que había recorrido mi columna vertebral se incrementara al igual que la electricidad acumulada en cada una de mis manos, esperando a ser expuesta o utilizada en cualquier momento.

─¿Cómo llegó aquí? -preguntó Steve firmemente volviendo a posicionarse a mi lado, pues había estado caminando al rededor del escritorio para observar mejor el lugar.

─Infiltrado.

Aquellas diez letras resonaron en mi cabeza como el tañido de una campana. Steve me miró, sabiendo qué se pasaba por mi mente exactamente sin tener la habilidad de adentrarse en ella. Su mirada me lo dijo todo y la mía hizo lo mismo con él.

─Es la operación Paper Clip -explicó Natasha- Después de la Segunda guerra Mundial Shield reclutó a miles de científicos alemanes con valor estratégico.

─Sí, como Adam Roth -escupí yo sin poderme contener la rabia de mis palabras- ¿Te suena ese nombre, Zola?

─El señor Roth hizo un excelente trabajo con usted -dijo con su acento extranjero- Lástima que los objetivos primeramente planteados no pudieran llevarse hasta su fin.

Respiré entrecortadamente, calmando el ataque de furia que estaba invadiéndome a cada explicación que Zola soltaba a través de esa maldita pantalla. Steve cerró los puños y alzó el escudo, pero no terminó de cumplir con lo que seguramente tendría en mente. Iba a retenerle del brazo, pero mis dedos chispeaban y no quería herirle por culpa de mi descontrol.

─Al igual que el señor Roth, pensaron que yo podría ayudar a su causa y de paso yo también ayudaría a la mía.

─Hydra murió con el Cráneo Rojo -afirmó Steve, más para obligarse a sí mismo a creerse su propia mentira que para evidenciar.

─Córtale una cabeza y otras dos ocuparán su lugar.

─Demuéstrelo -pidió Steve en un tono imperativo.

Lo miré, queriendo decirle y recriminarle todo lo que no me había creído las últimas semanas. Y de hecho, él sabía que esas eran mis intenciones, sin embargo, y como siempre, ese no era el momento. Había que permanecer alertas.

─Hydra se fundó basándose de que la humanidad no se le podía confiar su propia libertad.

El monitor empezó a mostrar varias imágenes y vídeos, empezando desde Johann Schmidt y siguiendo con varios soldados, tanto aliados como enemigos, luchando por su vida y la de sus respectivos países.

─De lo que no nos dimos cuenta fue de que si intentas quitarle esa libertad, se resisten -prosiguió la voz del científico mientras más imágenes aparecían en pantalla- La guerra nos enseñó mucho. La humanidad necesitaba renunciar a su libertad voluntariamente.

Los soldados empezaron a hacérseme conocidos hasta el punto de aparecer Steve con su uniforme estrellado entre ellos. Yo, con mi traje especializado y diseñado por Stark, luchaba junto a él, defendiéndolo y cuidándole la espaldas, al igual que él a mí.

─Una vez acabada la guerra fundaron Shield y me reclutaron -Howard, Peggy y yo aparecimos en ese momento, provocando que un grito ahogado escapara de entre mis labios- La nueva Hydra creció, un hermosísimo parásito en el interior de Shield.

Unas grabaciones más recientes, quizá de veinte años de antigüedad, empezaron a ocupar la pantalla. Se trataban de revoluciones civiles, dictaduras, explosiones, guerras entre países. Steve estaba desconcertado, al igual que Natasha. Yo, quizá no estaba al tanto de todo lo que había estado manipulando Hydra desde Shield, pero desde luego conocía cuánto había enterrado sus garras desde el momento en que se fundó la agencia.

─Durante setenta años Hydra ha estado alimentando en secreto la crisis, sacando provecho de la guerra -continuó- Y cuando la historia no colaboraba, se cambiaba la historia.

─Eso es imposible -se negó Natasha- Shield los habría detenido.

Solté una carcajada irónica, llamando la atención tanto de ella como la de Steve.

─Los accidentes ocurren -solo fue un segundo, una décima de segundo, pero el monitor mostró la imagen del brazo biónico del Soldado de Invierno y su característica estrella carmesí pintada en él, a continuación de un titular de periódico en el que se avisaba del accidente automovilístico de Howard y su mujer.

No supe exactamente qué fue lo que se me pasó por la cabeza, pero definitivamente no podía permitirme escuchar a ese monstruo durante un minuto más. Iba a estallar, iba a colapsar. Había afrontado la cruda realidad momentos antes, había intentado aceptar que lo que construí e intenté mantener a flote con todas mis fuerzas se había ido a pique por unos parásitos nazis, pero lo que se venía a continuación era como lanzarme una bomba y dejar que explotara en mis manos. Habían asesinado, cruelmente y sin piedad, a uno de los personajes más importantes de América y del mundo en general, pero, sobretodo, al mejor y único amigo que podría tener en la vida. Aunque lo peor, la gota que colmó el vaso, era que el culpable había sido otro de mis amigos, víctima también de Hydra.

¿Cuánto más daño causarían?

─Hydra ha creado un mundo tan caótico que la humanidad por fin está dispuesta a sacrificar su libertad para lograr su seguridad. Una vez se haya completado el proceso de purificación surgirá el nuevo orden mundial de Hydra -explicó a la vez que salían a la luz distintas imágenes que evidenciaban los planes que querían llevar a cabo, el de una masacre- Hemos ganado, Capitán. Su muerte y la de la Agente 13 valen exactamente lo mismo que su vida, cero coma cero.

Steve colisionó en un ataque de rabia que descargó estampando su puño contra la pantalla, dejando una telaraña de cristal roto y un apagón automático en ella.

─Como iba diciendo... -volvió a hablar Zola, apareciendo su rostro en otro ordenador.

─¡¿Qué hay en el pendrive?! -demandó Steve con los nervios a flor de piel.

─Como su nombre indica, el proyecto Insight requiere intuición, así que escribí un algoritmo.

─¿Qué clase de algoritmo? -preguntó Natasha- ¿Qué genera?

─La respuesta a su pregunta es fascinante, desgraciadamente estará demasiado muerta para oírla.

En ese momento, y justo cuando dejó de hablar, las puertas que nos separaban de la sala contigua, empezaban a cerrarse. Tras un grito de aviso hacia el Capitán, este lanzó su escudo para evitar quedarnos encerrados, pero fue demasiado tarde, por lo que el escudo rebotó de vuelta a él.

─Se acerca un misil de corto alcance -avisó Romanoff comprobando su especie de teléfono- Treinta segundos máximo.

─¿Quién lo ha lanzado? -preguntó él con cierta angustia.

─¿De quién crees que se trata? -ironicé alzando las manos, iluminadas y vibrando por la corriente eléctrica que estas emanaban con cada vez más intensidad- ¡Shield!

─Me temo que les he estado entreteniendo, Capitán. Reconózcalo, es mejor así.

─¡Por aquí! -chilló Steve levantando una rejilla metálica que cubría una abertura en el suelo.

─Se os acaba el tiempo.

─¡Cállate! -escupí lanzando una bola de un azul plateado directamente al ordenador, causando un cortocircuito que hizo apagar todos los monitores en funcionamiento de la sala.

─¡Sharon!

Corrí hacia donde Steve y Natasha se estaban ocultando justo al mismo tiempo en el que el misil irrumpía contra el techo, destruyéndolo y haciéndolo caer contra nosotros. Caí en el agujero de costado, contando con el escudo de Steve en alto para protegernos de los posibles desprendimientos que pudiesen caernos encima. Una columna colisionó y el escudo no era lo suficientemente resistente como para protegernos, no sin Steve saliendo herido en el intento, por lo que una vez más, me concentré en la energía que circulaba por todo mi torrente sanguíneo, expulsándolo como la onda de una bomba nuclear.

Todos los escombros, tabiques, columnas y rocas terminaron de caer contra nosotros, y justo cuando pensaba que Steve no lo conseguiría y caería desfallecido por la fuerza ejercida, a nuestro alrededor resurgió un campo azulado semitransparente que nos cubrió a todos del último desprendimiento.

─¿Sharon? -preguntó Stevndido al ver lo que había conseguido.

─¡O intentas mover la columna o se nos caerá encima, no puedo aguantar tanto!

Steve gritó del esfuerzo y a pesar de estar ocupada tratando de mantener el campo de fuerza estable, empujé los escombros junto a él. No fue fácil, pero entre los dos conseguimos desprendernos de las ruinas que por poco nos matan. Natasha, a nuestro lado, fue la primera en salir con nuestra ayuda, ya que era la más indefensa de los tres. Hice desaparecer el campo de fuerza, aunque no me costó mucho, pues ya estaba a punto de caer exhausta. Steve me tendió una mano y me ayudó a subir de un tirón, ya que apenas tenía fuerza de impulsarme por mí misma. Las piernas me temblaban, la cabeza me daba vueltas y las sienes me palpitaban como dos platillos.

─Sharon -me llamó Steve. Su voz sonaba lejana y extinta- Sharon, vamos. Tenemos que salir de aquí.

Me tendió la mano y la cogió, apretándola y sosteniéndola con fuerza, tirando de mí al mismo tiempo ya que me era imposible mantener el equilibrio y menos con miles de escombros por esquivar. Aún seguía sintiendo el vibrante y cosquilleante punzón de electricidad y sabía que Steve también lo notaba, pero si en algún momento llegó a molestarle o incluso a herirle, no me soltó.

Dejamos atrás el fuego, el polvo y las ruinas. Escapamos justo a tiempo, pues de perder un minuto más, Shield nos habría encontrado. El bosque y su frondosidad nos recibió con el mismo aire frío que corría en ese momento, golpeándome en el rostro por el brusco cambio de temperatura. No dejamos de correr, y aunque mis pasos fueran torpes y la cabeza me fuera de un lado a otro, no podía permitir quedarme parada y atrasarlos a ellos dos. Pero hubo un momento en el que mis piernas, mis pulmones y mi cabeza no podían más. Me solté del agarre de Steve y caí al suelo de rodillas.

─Ey -él se agachó a mi lado justo cuando vomité un fluido marrón tintado de sangre- Dios mío, Sharon, cariño.

─Estoy bien -mentí con la voz ahogada mientras escupía los restos de vómito que colgaban de mis labios.

─Necesita descansar -habló Natasha.

─No -me negué- No podemos perder tiempo, si nos encuentran...

─Morirás igualmente si no coges algo de aire -me interrumpió Romanoff.

Escupí, me limpié la boca con el dorso de la mano algo polvorienta y respiré profundamente, sintiendo mi cabeza pinchar. Era como sufrir un cúmulo de mil migrañas, era como si te taladrasen la frente. Era como si hubieses corrido kilómetros y kilómetros bajo el tórrido sol de un desierto. Quería tumbarme sobre el césped, dejar que el aire fresco me limpiara los pulmones llenos de polvo y cenizas, pero no podía hacerlo. No podíamos perder más tiempo, no podía hacérselo perder a ellos.

─Arriba, Sharon -habló Steve colocándose de cuclillas ante mí y cogiendo mis brazos para pasarlos alrededor de su cuello- Venga.

Me incliné e impulsé un poco hacia su espalda al mismo tiempo que él me cogía por debajo de las piernas, alzándome y empezando a caminar conmigo encima. Sentía sus pasos acelerados y su respiración entrecortarse, nervioso y preocupado, consiguiendo que la sensación de culpabilidad no apaciguara.

─Steve -le llamé en su cuello, apoyando la mejilla en su hombro y cerrando los ojos durante un segundo, tratando de retomar el equilibrio aún no estando sobre mis propios pies- Steve estamos demasiado lejos y no aguantarás conmigo encima durante todo el camino. Bájame.

─Tú nos has salvado de morir aplastados, ahora me toca a mí -profirió entre dientes.

─Pero Steve...

─Deja que el Capi haga su trabajo -me interrumpió Natasha descolgando la mochila de mis hombros y colocándosela ella en los suyos- Tú ya has hecho el tuyo.

Me dejé vencer. Mi cabezonería se vio colapsada por el cansancio y la flaqueza. Nunca me había sentido tan débil, pero comprendía que el huracán de emociones y el sobre esfuerzo en controlar mis habilidades había sido un cúmulo para mí.

Así pues, dejé que los brazos de Steve me rodearan al mismo tiempo que lo hacía el bosque con su aparente oscuridad.

_________

[sin editar]

wOA, YO POR AQUÍ TAN SEGUIDO KPAZO.

Bueno, no tengo mucho que comentar porque este capítulo tampoco trae mucha cosa. Siento si es demasiado largo para lo poco que adelanta, pero ya sabéis que me gusta detallarlo todo a la perfección y describir cómo se siente Sharon en todo momento. Soy realistik ozea.

Nada más, muchas gracias por los súper comentarios que me dejáis siempre y ya, ¡chau!

-Mina Vega, xx

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