El jardín oscuro.

chicagamba tarafından

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Novela de Jennifer Fulton. Espero les guste, es una de mis favoritas. Daha Fazla

Sinopsis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 18
Capitulo 19

Capitulo 17

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chicagamba tarafından

-¿Nos ha rechazado? Genial.

A Vienna casi se le cayó el teléfono y tuvo que hacer malabares para no soltar el volante mientras tomaba su salida y se incorporaba a la Taconic State en sentido norte.

-Ha dicho algo sobre un plazo -explicó Darryl Kent. Parecía confuso.

-Obviamente ha habido un malentendido -dijo Vienna.

¿Qué más podía ir mal?

-¿Así que siguen negociando?

-Sí, solo es una táctica para ganar tiempo. Lo arreglaré.

-Si va en serio, van a vender por una miseria -apuntó Darryl secamente-. La única razón de que no hayan tenido que declarase en bancarrota es porque Lynden tenía a los banqueros bajo control.

-Estaba a punto de casarse con la hija de un multimillonario. Ahora que ya no es posible, tienen que sacar el dinero de otro lado -murmuró Vienna, que empezaba a impacientarse porque los coches avanzaban a paso de tortuga, y se cambió de carril. Había salido de Nueva York más tarde de lo que tenía previsto. Para cuando llegara a Penwraithe sería la una de la mañana.

-Mason puede vacilarnos todo lo que quiera, pero los bancos están de nuestro lado -aseguró Darryl.

-¿Has llegado a alguna parte con Josh Soifer? -quiso saber Vienna, mientras leía las pegatinas que había en la parte de atrás de la camioneta que llevaba delante. Soy provida, junto a Dispara primero y Dios hará el resto.

-Al final se rendirán -afirmó Darryl, con la certeza de su modo lógico de encarar el mundo-. Soifer cree que Mason está retrasando lo inevitable, porque aún tiene que hacerse a la idea de la muerte de Lynden.

Vienna soltó un bufido. Ya se había hartado de ser tan considerada con los sentimientos de Mason. Aquella mujer la había amenazado con una arma, por amor de Dios, y encima creía que podía hacerle chantaje para someterla a un humillante canje sexual. Ahora estaba enfadada porque la había ido a ver la policía. Vienna no sabía por qué le importaba tanto. Al fin y al cabo su padre ya no estaba vivo y no tendría que afrontar ningún cargo aunque al final se probara que había sido él. Declinar formalmente la oferta de los Blake era jugársela mucho. Todo o nada. ¿De verdad creía Mason que subirían las apuestas? Debía de saber que Vienna tenía todos los ases en la mano. ¿A qué diantres jugaba?

-Llámale, ofrécele un millón más y que sepa que es nuestra última oferta -le instruyó Vienna-. Saben lo que tienen que perder. Si nos retiramos e intervienen los bancos, se quedarán sin nada.

-Lo llamaré a casa.

-Recuérdale que tengo un bonito despacho con su nombre en la puerta.

-No encargues la placa todavía -recomendó Darryl con sequedad-. Está colgado de esa familia.

-Jesús, ¿qué les dan?

-Será masoquismo -sugirió Darryl.

-De verdad que no lo entiendo.

Vienna había intentado tentar a Josh Soifer con un puesto en Industrias Blake desde que Lynden se había puesto al frente de su empresa. Soifer tenía demasiado talento y cualificación para perder el tiempo trabajando para los Cavender y Vienna no quería molestarse liquidando los bienes de Corporación Cavender por si misma. Soifer lo sabía todo del negocio, así que Vienna quería dejar en sus manos su eliminación. Le había presentado una oferta que ningún ejecutivo con dos dedos de frente rechazaría.

-No te voy a repetir dónde me dijo que me metiera la prima por firmar -replicó Darryl-. Y eso fue después de que la dobláramos.

-¿Qué coño quiere?

Todo el mundo tenía un precio, pero siempre sorprendía a Vienna cómo algunas personas no se conformaban con dinero en metálico y había que ganárselas <<en especies>>. Soifer no parecía del tipo que caería en la trampa de un coche de gama alta o un crucero de lujo. Pero si eso era lo que hacía falta, Vienna estaba dispuesta a ponerlo encima de la mesa.

-No vamos a comprarle un jet de empresa sólo para él -le dijo a Darryl-. Pero puedes ofrecerle un Mercury.

-Lo tanteé la última vez que hablamos, pero dice que le gusta poder mirarse al espejo.

-Ay, Dios. Tiene complejo de mesías.

Como si Mason Cavender fuera a dejar que nadie la rescatase. Era una mujer imposible. Le vino una imagen a la cabeza: Mason y ella abrazadas, Mason hundida en su interior con crudeza y pasión. Le subió el color a las mejillas y notó que le sudaban las manos. Bajó la ventanilla y aspiró una bocanada de aire de montaña.

-Ese tipo no es tonto -le dijo Darryl-. Tiene que haber algo que lo retenga ahí.

-Bueno, no le necesitamos. La oferta era por cortesía.

Vienna era consciente de que sonaba molesta. Lo cierto era que había estado segura de que Soifer abandonaría el barco en cuanto Lynden estuviera enterrado y sin su apoyo Mason estaría jodida. Ella era como su padre: tenía la sangre demasiado caliente para llevar un negocio. Si Soifer se iba, puede que Mason por fin entendiera que todo había terminado. Era hora de tirar la toalla.

-No te venderá la casa a ti -le dijo Darryl-. Creo que eso es el escollo principal. ¿Por qué no dejamos enfriar esa parte y nos concentramos en cerrar el trato por la corporación?

-Si arrastramos el tema por más tiempo, Andy intentará adueñarse de Blake Aeroespacial.

Su primo llevaba exigiendo la presidencia de la empresa desde que Vienna se había puesto al frente y ya casi tenía el apoyo necesario de los empleados de rango superior para forzar su nombramiento. Vienna sabía lo que pasaría entonces: Andy gobernaría su propio imperio. Sobre l papel, tendría que responder ante ella pero en realidad la dejaría al marguen y al poco tiempo Vienna sería irrelevante, un mero cargo honorífico, y él tendría el verdadero poder, porque Blake Aeroespacial era la rama que estaba creciendo más deprisa de la corporación.

-Creo que deberíamos ir a los bancos -le dijo Darryl-. Decirles que cierren el grifo y que en adelante discutan las cosas con nosotros.

-Ese es nuestro último recurso. Todavía podemos seguir jugando unos cuantos días.

-¿Por qué me da la impresión de que tienes un plan que no me has contado?

Vienna sonrió.

-Plantéatelo así: la negación plausible siempre es buena.

-No rompas ninguna ley -la advirtió Darryl, como de costumbre-. Y si lo haces, no dejes ningún cadáver.

-Lo tendré en cuenta. Mantenme al tanto.

Vienna soltó el móvil sobre su asiento del acompañante y se acomodó al volante mientras recorría el conocido trayecto empinado hacia las Hudson Highlands. El terreno era más escarpado, pero la serpenteante carretera le era tan familiar que no tenía ni que mirar las indicaciones o las señales de tráfico. Conducir a Penwraithe siempre le ayudaba a pensar sobre los restos del trabajo y se le ocurrían ideas nuevas. últimamente solo había sido capaz de pensar en el problema de las Cavender. Nunca debería haber dejado que las cosas llegaran hasta aquellos extremos.

Mientras el coche engullía kilómetros y el tráfico disminuía, Vienna sopesó su siguiente paso. ¿Y si iba a ver a Mason y accedía a su aventura de una semana? Si Mason cumplía su parte del sórdido trato y le vendía tanto la corporación como Laudes Absalom, ¿importaba de veras cómo lo hubiera logrado? Vienna sobreviviría a su orgullo herido y, al fin y al cabo, no sería la única vez que practicaba el sexo por el sexo. Había tenido algunas aventuras así desde la universidad. Relaciones cortas y satisfactorias para ambas, en las que nadie resultaba herido.

Pensó en sus primos, aquellas ratas de cloaca con las que su padre ya había tenido que lidiar cuando se puso al frente de la compañía. Muchas veces sus primos formaban facciones y daban ultimátums. Vienna se preguntaba cómo los había neutralizado su padre. Entonces se le ocurrió que su padre había tenido un motivo muy poderoso para combatir las amenazas y salvaguardar su legado. La tenía a ella. Puede que ella fuera igual de despiadada si tuviera que pensar en el futuro de su hijo o hija.

Se imaginó con un bebé en brazos que la mirara con los ojos oscuros de Mason. Desconcertada, Vienna estuvo a punto de saltarse la salida a la Ruta 7. Aminoró y puso en marcha los parabrisas, porque los goterones de lluvia empezaban a rebotar erráticamente sobre la luna delantera. Había cambiado el tiempo, como solía pasar en cuanto cruzaba la frontera del estado. Las nubes oscurecieron la luna creciente de repente y el viento rugió por las ventanillas abiertas. Enseguida notó el rostro rígido y húmedo.

La nieve no llegaría a los Berkshires hasta Acción de Gracias, pero notaba su promesa cargada en el aire nocturno. Pronto la belleza silvana de aquellos parajes quedaría cubierta por una densa capa blanca y escarchada y los árboles vestirían enaguas de hielo. La tierra quedaría silenciada, los pájaros dejarían de cantar. El aroma verde y dulce a hierba y a sol sucumbiría al olor metálico de las agujas de pino mojadas y los animalillos dejarían regueros de huellas en la prístina extensión blanca. A Vienna le gustaba mucho el brillo de la nieve fresca y cómo crujía bajo sus pies. Le encantaba levantarse temprano en las mañanas de invierno para ver cómo el sol limpiaba con su luz la uniformidad plomiza de la noche.

Una polilla enorme se estampó en el cristal justo delante de Vienna y esta se sobresaltó. Puso el limpiaparabrisas a máxima potencia unos segundos y aminoró hasta que los restos que manchaban el cristal ya no le entorpecieron la visión. Le pesaban los párpados y notaba que sus pensamientos flotaban. Había sido una locura salir tan tarde, pero ya había llegado a Stockbridge y pronto estaría en casa. Las calles estaban desiertas y no había luz en ninguna de las ventanas de las tiendas ni los edificios que tan bien conocía. Tomó Pine Street pasó, Naumkeag y siguió el camino de rayas blancas ligeramente luminosas que partían la calzada en dos. Dejó atrás los troncos nudosos de los árboles al tomar la curva hacia casa. Pronto llegaría, tras pasar por delante de las puertas negras de hierro forjado de Laudes Absalom y la larga tira de árboles que la separaba de Penwraithe, la casa iluminada de la colina.

Vienna dejó escapar un suspiro de alivio cuando la carretera se estrechó y culebreó en el valle. Fue rectificando la trayectoria poco a poco para evitar obstáculos y sombras imaginarios, pero era como si los árboles negros a lado y lado se cernieran sobre ella y tenía la sensación de conducir a ciegas y demasiado deprisa en el interior de un túnel. El paisaje no era más que una mancha borrosa tras los cristales; la lluvia cada vez era más intensa. Volvió a aumentar la potencia de los limpiaparabrisas, cuya lenta pulsación regular resultaba hipnótica.

-Concéntrate -se ordenó con severidad.

Fue lo último que dijo antes de que un par de ojos relucientes aparecieran de repente delante del coche. Vienna pisó el freno y dio un volantazo brusco para evitar a una silueta pálida, pero le sería imposible parar el coche antes de chocar contra ella. Se preparó para el impacto, pero este nunca llegó. Los neumáticos patinaron sobre la grava, Vienna se fue a un lado, se dio contra el cristal con la mejilla y las luces del coche rebotaron contra los árboles. Un entramado de ramas cubrió el parabrisas y, cuando Vienna giró el volante, notó que la parte trasera del coche giraba fuera de control. Aguantó el volante con firmeza, aceleró y derrapó en paralelo  los troncos de los árboles, hasta que por fin pudo colear de vuelta a la carretera.

Vienna avanzó unos metros más con el corazón latiéndole con tanta fuerza que apenas oía nada más, antes de frenar y quitar la llave del contacto. Durante unos segundo se quedó mirando a la nada, hasta que dejó caer la cabeza y rompió a llorar, entre conmocionada y aliviada.


-¿Vienna?

Vienna levantó la cabeza del volante de golpe. Tenía el cuello agarrotado y le dolía la cabeza. Había un rostro en la ventanilla, pálido y con los ojos muy abiertos.

-Abre la puerta -exigió Mason.

Aturdida, Vienna agarró la manecilla. Apenas le dio tiempo a girarla antes de que Mason abriera la puerta de un tirón y se inclinara hacia ella para agarrarla de los hombros.

-¿Estás bien?

-Me debo de haber quedado dormida.

-¿Qué haces aquí parada? -Mason iluminó el coche con un linterna-. ¿Te has hecho daño?¿Qué ha pasado?

Vienna se llevó la mano a la mejilla e hizo una mueca.

-Vi algo. Di un golpe de volante para esquivarlo y...

-¿Viste a una persona?

-A lo mejor era un ciervo. O un perro, no sé. Estaba cansada. Llevaba tres horas conduciendo.

Mason la observó con expresión interrogativa.

-Creía que no vendrías.

Vienna no pudo contestar y desvió la mirada para tratar de poner en orden el embrollo d emociones que le encogía el estómago. Respiraba muy deprisa y eso aún dificultaba más las cosas, porque empezaba a marearse un poco.

-Te equivocabas.

Mason la ayudó a salir del coche.

-Vamos, ya conduzco yo.

-Soy perfectamente capaz de conducir.

-Ya veo.

Irritada, Vienna saltó:

-Podría haberle pasado a cualquiera.

-Y podría haber sido mucho peor. -Mason la condujo al lado del acompañante con firmeza. Sonaba enfadada-. Tendrías que haber esperado a mañana. Podrías haberte hecho mucho daño. ¿Y entonces qué? ¿Qué habría pasado si no te hubiera encontrado?

Vienna se sintió desfallecer. Estaba al borde del llanto.

-Mason, no quiero pelearme contigo. Márchate y ya está, yo puedo llegar a casa sola.

-¿Qué te hace pensar que voy a permitirlo? -Mason abrió la puerta trasera y le ordenó a su dóberman que subiera. Luego empujó a Vienna al asiento del acompañante y le abrochó el cinturón de seguridad-. Cuando te mire la cara decidiremos si tenemos que ir al hospital.

-Solo es un cardenal -protestó Vienna, llevándose la mano a la zona adolorida. Se estremeció. Tenía la cara hinchadísima. Seguro que al día siguiente se le habría puesto el ojo morado. Qué sexy. Se lamió una gota de sangre de los dedos-. Estoy perfectamente.

Mason se sentó al volante y arrancó el coche. Mientras se incorporaba a la carretera murmuró:

-Ojalá me hubieras llamado antes de subir en mitad de la noche. Te habría ahorrado el viaje.

-No te preocupes, recibí tu mensaje. Darryl me llamó cuando estaba a punto de salir.

-¿Y aun así has venido? -se extrañó Mason. Su rostro estaba bañado en sombras y su tono de voz inexpresivo.

Como no pudo interpretar su expresión, Vienna sólo respondió:

-Quería verte.

-¿Por qué? -quiso saber Mason. Las puertas negras de Laudes Absalom se abrieron con un crujido cuando se acercaron y Mason se guardó el mando en el bolsillo del abrigo-. ¡Esperabas que la policía encontrase alguna razón para arrestarme?

Vienna contempló los bosques inmóviles, a sabiendas de que estaba demasiado cansada para ganar una pelea.

-No discutamos- ¿Tregua?

-Claro. Puede esperar.

-De todos modos -comentó Vienna, en tono más distendido-, hablando de excursiones nocturnas, ¿qué estabas haciendo dando vueltas a las tres de la mañana?

-Me despertó Ralph -respondió Mason, alargando el brazo hacia atrás para acariciar al atento dóberman-. Habrá oído el coche.

Vienna lo dudaba. Laudes Absalom estaba bastante lejos de la carretera. Contempló el edificio, que cobraba un aire melancólico a la luz de los faros. Salvo por las lámparas a ambos lados de la entrada principal, la casa estaba completamente sumida en la oscuridad. El ala derrumbada era una excrecencia adusta y las ventanas estaban tan vacías como las cuencas de los ojos de un cadáver. Era una visión tan gris y deprimente que a Vienna no la habría sorprendido oír aullar a un lobo. Puede que uno de los que tenían disecados en el vestíbulo principal. Tuvo la lóbrega fantasía de que se erguía de repente en su peana de madera y bajaba de un salto, sediento de venganza hacia los que lo habían asesinado.

Mason aparcó en un parking alargado tras el ala norte y ambas siguieron al dóberman por una serie de pasadizos y subieron una escalerilla estrecha que seguramente había sido construida originalmente para los sirvientes. Al llegar arriba, la puerta daba a la amplia galería que rodeaba el vestíbulo principal. La tenue luz de la luna se filtraba trabajosamente entre los altos ventanales de vidrio emplomado de la parte delantera, pero no lograba penetrar la oscuridad. Lo único que insuflaba algo de vida en el inflexible silencio de la casa era el pesado tic-tac de un reloj y el sonido de sus pasos.

Mason pulsó un interruptor en la pared y la lámpara de araña cobró vida, arrojando un resplandor amarillento sobre todo lo que tenía debajo. A Vienna se le fueron los ojos a uno de los cuadros: el de una esbelta rubia despampanante, con un marco dorado muy elaborado. Llevaba un vestido de baile y un ramillete de lirios colgantes. Tenía una expresión de franqueza caprichosa y su postura era desafiante. A juzgar por el aspecto irregular del lienzo, había incitado al atrevido artista que había osado pintarla a utilizar trazos desordenados. Vienna reconoció el collar de diamantes que llevaba puesto. Bajo la pintura, una placa de latón rezaba: NANCY CAVENDER.

Unos pasos más adelante, Mason abrió una puerta que debía de pesar más que ella y la invitó a pasar.

-Adelante.

La majestuosa estancia a la que entraron había sido probablemente un estudio de dibujo en el pasado, pero en la actualidad su propósito no estaba tan claro. Los suelos de roble protestaron quedamente con cada paso que daban sobre las anchas tablas de madera oscura. Los muebles no parecían muy cómodos y había muchos cubiertos con sábanas para protegerlos del polvo. Entre los cortinajes de color verde desvaído y las paredes de madera negruzca había más cuadros en las paredes. Las estanterías estaban llenas de altos tomos con encuadernación de piel, con fechas grabadas en oro en el lomo. Unos de ellos estaba abierto sobre una mesa cercana, junto a un tintero, secante de escritorio y varias plumas.

Vienna echó un vistazo a la página al pasar. Reconoció la hermosa caligrafía de inmediato y recordó la nota que el cuervo le había dejado en el regazo dos semanas antes. Seguro que el mismo pájaro azabache frecuentaba a menudo aquella habitación, a juzgar por la perchas colocadas junto a las ventanas. Vienna miró hacia arriba, casi esperando ver una sombra negra merodeando en un rincón remoto del techo de yeso esculpido. Tenía la sensación de que alguien la observaba.

-Siéntate -le indicó Mason, haciéndole un gesto hacia el hogar central que había a pocos metros.

Frente al hogar había dos butacas y un mullido sofá. Como el resto de los muebles de la sala, estaban raídos y se caían de viejos. Sin embargo, cuando Vienna colocó un cojín para tomar asiento en el sofá, no se levantó ninguna nube de polvo. Por muchos defectos que pudiera tener la señora Danville, y por desagradecido que fuera su trabajo, mantenía Laudes Absalom como los chorros del oro. No debía de ser algo fácil, con una cantidad de habitaciones viejas y mohosas y una acumulación de muebles y ornamentos feudales que espantarían al personal de cualquier castillo.

Mason dejó una bebida con hielo en la mesita labrada que Vienna tenía al lado.

-Bebe.

-De verdad... no es necesario. Es un corte superficial, nada más.

Mason la ignoró, se quitó la chaqueta de marinero, removió el papel y las ramitas de la chimenea y encendió el fuego. Cuando prendieron las llamas, Ralph se acomodó frente al hogar y se estiró cuan largo era, con la cabeza apoyada sobre las patas.

-Enseguida entrarás en calor -le dijo Mason mientras añadía un par de trancos pequeños-. Ahora vuelvo.

Se marchó sin mirar a Vienna. En cuanto cerró la puerta, Vienna dio un sorbo de brandy y extendió las manos hacia el fuego. Tras tostarse un rato al calor de la lumbre, notó que la invadía el sopor y supo que si se recostaba se quedaría dormida. La idea era tentadora, pero se resistió. Decidida a mantenerse despierta, se levantó y se dedicó a deambular por la habitación mientras permanecía atenta al sonido de los pasos de Mason cuando regresara. Si la casa no fuera un mausoleo, podría ir en busca de Mason ella misma, disculparse con ella y marcharse. Lo único que quería en aquellos momentos era darse un baño caliente y meterse ne la cama. Cualquier cosa que hubiera que discutir podía esperar al día siguiente. Debía tener la mente despejada para tomar las decisiones adecuadas.

Se acercó a un caballete de exposición y levantó la sabana que cubría la pintura. El olor a aceite de linaza le dio la bienvenida. Era un trabajo reciente y la pintura todavía estaba húmeda. El pintor había captado a Mason y a su hermano a la perfección, mostrando tanto la armonía entre dos hermanos unidos y el contraste entre dos adultos muy diferentes. Los dos eran físicamente arrolladores y muy conscientes de su sensualidad. Pero mientras que el lenguaje corporal de Lynden era abierto y agradable, la reserva suspicaz de Mason era visible. Tenía una expresión fría y no había suavidad en los contornos de su barbilla y la mandíbula. Sus ojos oscuros fulminaban al espectador con una mezcla de incomodidad y desafío, pero en sus profundidades había mucha elocuencia. El artista había visto lo que la propia Vienna veía en Mason: aquella vulnerabilidad tan inquietante. La revelaba en la curva suave de la muñeca y la línea expresiva de sus labios.

Vienna se sintió como una voyeur, volvió a cubrir el cuadro y retrocedió. A su espalda, Mason preguntó:

-¿Qué te parece?

Atravesó la estancia con un contoneo indolente que lle cerró la garganta a Vienna.

-Guarda un buen parecido.

Mason le dio una palmadita a su perro y a continuación dejó un botiquín de nylon sobre la mesa y abrió la cremallera de un par de bolsillos en la entretela. Se había quitado la ropa mojada y llevaba una camisa a cuadros escoceses metida en unos tejanos anchos y descoloridos. Se arremangó y comentó:

-Todavía es pronto  para colgarlo.

Vienna no sabía que decir. A juzgar por el aspecto del material de primeros auxilios, Vienna supuso que normalmente lo usaban para los caballos. Mason le acercó una silla.

-Siéntate. No te dolerá.

-Puedo curarme sola -replicó Vienna, alargando la mano hacia el alcohol.

-Dame el capricho. -Mason le apartó el pelo de la cara con delicadeza y le limpió la mejilla-. Siempre he querido jugar a los médicos contigo.

-No tienes remedio.

Vienna intentó respirar regularmente y concentrarse en la habitación.. Señaló un cuadro de dos soldados casi idénticos con el uniforme caqui y el abrigo de los soldados de infantería de la Primera Guerra Mundial.

-¿Quiénes son?

-Harland y Hope. Eran gemelos -contestó Mason, mientras le ponía una tirita-. Sólo es un corte de nada, pero tendrás que ponerte hielo en la mejilla para el cardenal. -Sacó una compresa fría-. Te la dejo.

-Gracias -musitó Vienna, sujetándose la compresa sobre la cara. Aunque debería alegrarse de poder marcharse por fin, retrasó el momento de la partida-. ¿Hope? Es un nombre poco habitual para un hombre.

-Fingió ser un hombre para poder ir a la guerra con Harland.

-¿Y tu familia lo permitió? -se asombró Vienna.

Ningún Blake habría permitido que uno de sus vástagos sirviera de carne de cañón de políticos belicistas. Un par de descendientes habían tenido una carrera militar brillante y se habían retirado como generales; la familia los ensalzaba como ejemplo del patriotismo de los Blake si la necesidad se presentaba. Y por supuesto estaba la hija de Patience Blake, Colette, que había hecho un sacrificio supremo. Pero el padre de Vienna estaba en Harvard durante la guerra de Vietnam y la familia se aseguró de que le concedían las prórrogas necesarias para que no lo llamaran a filas.

-La familia se enteró después. Cuenta la historia que Harland estaba en Londres con amigos y Hope estaba en una escuela de arte en París. Cuando llegaron las primeras tropas estadounidenses para unirse a los Aliados, se alistaron.

Era una decisión típicamente Cavender: dos jóvenes que tiraban la cautela por la ventana y se lanzaban a la aventura.

-¿Qué les pasó? -quiso saber Vienna.

-Harland murió en acto de servicio en el frente occidental. Hope resultó herida al mismo tiempo. Fue cuando descubrieron que era una mujer.

-No creo que fuera la única. Una antecesora mía también murió en Europa en la Primera Guerra Mundial. Tengo algunas cartas suyas. Era enfermera y habla de un soldado que creo que era una mujer. Estaban enamoradas.

Mason tiró los algodones y la bolsa de las tiritas y cerró la bolsa-botiquín.

-¿Era lesbiana?

-Sólo son suposiciones, pero creo que sí. -Vienna se permitió una sonrisa irónica-.Según las estadísticas, no somos las únicas homosexuales en nuestro árbol genealógico.

-¿Qué pasó con la soldado? -le preguntó Mason.

.No lo sé. Sólo tengo una fotografía. Ningún nombre.

-A lo mejor fue Hope.

-Sería una coincidencia.

-A lo mejor no. No somos las únicas Blake y Cavender entre las que ha habido algo -le recordó Mason con suavidad-. Fanny se casó con Nathaniel y tu abuelo tuvo una aventura con mi abuela. Supongo que las historias de amor/odio han estado siempre presentes.

Vienna no quería continuar con aquel tema. Necesitaba recabar más información antes de hablar sobre Estelle y Benedict. Dejó la bolsa de hielo en la mesa y se puso de pie.

-Estarás cansada.

Ignorando la indirecta y su reciente tregua, Mason dijo:

-Deberías haberte quedado en Nueva York.

-Tú no lo hiciste -arguyó Vienna. Trataba de sonar despreocupada, pero la voz la traicionaba. El dóberman tumbado ante el fuego le lanzó una mirada y una mueca de simpatía-. Al parecer no te pareció que valiera la pena esperarme.

-Y tú no creíste que valiera la pena dejar la fiesta conmigo -replicó Mason-. ¿Empatadas?

-¿Así que es una cuestión de ego? No me digas que has rechazado la oferta porque he herido tus sentimientos.

-Creía que no íbamos a discutir eso ahora.

-Has empezado tú.

Genial. Ahora se peleaban como niñas de seis años. Vienna se obligó a tranquilizarse  pensando en su baño y en las mullidas almohadas que la aguardaban.

-Me voy a casa -anunció Vienna.

-Buena idea.

-Para que conste, fui a tu departamento después de la fiesta y ya te habías ido.

Dicho lo cual, Vienna se dirigió a la puerta.

-¿No te olvidas de algo? -Mason agitó las llaves del coche de Vienna entre los dedos, pero en lugar de moverse permaneció apoyada contra el respaldo de la silla.

-Iré andando -le soltó Vienna-. Luego mandaré a alguien a recoger el coche.

A Mason le brillaron los ojos.

-No vas a volver andando a casa tu sola.

-Eso lo veremos.

Vienna salió de la habitación dando un  portazo.

Tras echar un vistazo rápido al retrato de Nancy, se apresuró a recorrer la galería hasta la amplia escalinata central. A sus pies, el vestíbulo principal tenía un aire siniestro y las sombras se hacían más densas bajo el débil charco de luz que arrojaba la lámpara de araña en el nivel superior. Reprimiendo el nerviosismo, Vienna bajó las escaleras. La casa podría ser muy hermosa, pensó Vienna, mientras descendía apoyándose en la balaustrada. Si fuera suya, lo primero que haría sería mejorar la iluminación. Luego traería a un equipo de demolición para deshacerse de la monstruosa ala sur. ¿Qué clase de persona dejaba que su casa se cayera a pedazos después de un incendio sin reconstruirla o al menos retirar los escombros?

Giró el picaporte, pero la puerta no se movió. Maldiciendo entre dientes, Vienna inspeccionó los diversos condados y cadenas. No estaban pasados, así que tiró del picaporte otra vez.

-Está cerrada con llave -la informó Mason.

Vienna se volvió. Su némesis estaba de pie de la escalinata, con los brazos a los contados. La envolvía un aura de quietud y atenta expectación. Era la manera de imponer su voluntad: hacer que Vienna se acerara a ella. 

-¿Qué ha sido de tus modales? -exigió Vienna, indignada.

-Si te empeñas en volver caminando, te he dicho que te acompañaría -contestó Mason con una nota de sarcasmo-. ¿Qué ha sido de la gentileza de aceptar las invitaciones?

Vienna miró de reojo a un lado. Estaba tensa, lista para salir huyendo, y aparentemente no lo disimuló demasiado bien. Mason la observó con diversión.

-No hay modo de escapar. La casa está cerrada.

-Pues abre la puerta -espetó Vienna.

-Dime una cosa -la ignoró Mason-. ¿Ibas a aceptar mi propuesta?

Vienna se tragó la primera respuesta que le vino a la mente y consideró la pregunta detenidamente.

-¿Y qué si así fuera?

Mason alargó la mano, pasó el brazo junto a Vienna y metió la llave en la cerradura.

-¿Sí o no?

-Sea cual sea la respuesta, ya no es relevante.

-No sabes la respuesta -la retó Mason con delicadeza.

Su cercanía desarmaba a Vienna, que estaba perdiendo terreno a marchas forzadas. Su determinación flaqueaba tanto como sus piernas, así que Vienna se refugió en el contraataque.

-Oh, por favor. Como si fuera tan complicado de adivinar. Claro que iba a decir que sí.

Hizo una pausa para que su elocuente declaración hiciera mella. Era evidente que Mason estaba afectada; incluso en la fantasmagórica penumbra se le notaba el pulso junto al nacimiento del pelo sobre la sien. Su latido le desencajó el rostro a Vienna, que sofocó la necesidad desesperada de acariciarle la piel traslúcida a Mason.

-Y una mierda -musitó Mason.

-Cree lo que quieras, ahora ya da igual. Has perdido el tren.

-Y aun así estas aquí.

-Ya no. -Vienna dio un paso atrás, esperando a todas luces que le abriera la puerta, y tendió la mano para que la devolviera las llaves-. Gracias por tu hospitalidad. Le diré a Darryl que tu decisión es definitiva y que ha llegado el momento de que nos retiremos y aceptemos con gentileza que te autodestruyas. -Le dedicó una sonrisa dulce-. Buena suerte con la liquidación, Mason. La necesitarás.

Estaba a medio camino de la escalera de entrada cuando oyó a Mason.

-¡Vienna!

Vienna se volvió y se le cortó la respiración al ver a Mason, alta y oscura tras la pálida forma de Estelle. De repente, la estatua parecía viva y la desconcertada Vienna tuvo una visión de la hermosura mujer con la que había soñado, cuyos  azules e hipnóticos ojos le suplicaban mientras estiraba la mano abierta hacia ella. Vienna vio un destello de luz por el rabillo del ojo y se percató de que habían encendido la luz en una de las ventanas del piso de arriba.

-Vuelve dentro -le pidió Mason.

-¿Por qué? ¿Para que puedas seguir jugando conmigo?

-No. -La voz de Mason ocultaba una nota desgarrada bajo sus palabras-. Vienna, tengo que hablar contigo.

-Estoy demasiado cansada para esto -dijo Vienna, con desánimo-. Tú ganas, ¿de acuerdo? Mañana me volveré a Boston y seguiré con mi vida.

-¿Y qué pasa con Le Fantôme?

-¿Qué pasa con él?

-Para eso has venido, ¿no? -la desafió Mason, que descendió unos peldaños hasta quedar justo por encima de Vienna-. Sé qué no encuentras la piedra verdadera.

-¿Crees que esa es la razón de que haya venido aquí de madrugada? ¿Por un maldito pedazo de carbón gafado hinchado de precio? ¿Crees que eso es lo que me importa? -exclamó Vienna con los ojos llenos de lagrimas-. Anda y que te jodan.

Mientras las palabras brotaban caóticamente de sus labios se dio cuenta de lo poco que le importaba el collar. Habría venido aunque hubiera encontrado el diamante. Daba igual si Mason aceptaba la oferta o se la tiraba a la cara. Aquella certeza la entristeció profundamente. Mason creía que era lo bastante superficial como para vender su cuerpo por un acuerdo empresarial y emprender el peligroso trayecto a los Berkshires en mitad de la noche por una piedra valiosa. Daba igual lo que dijera: Mason nunca confiaría en ella y toda la culpa era de Vienna.

-¿Qué otra cosa quieres que piense? -inquirió Mason-. Enviaste a la policía a mi casa.

Vienna maldijo a voz en grito y bajó los escalones restantes de malas maneras. Al llegar abajo se detuvo y se volvió hacia Mason, rabiosa.

-Fui a la policía porque nadie me cuenta lo que pasó aquella noche. No es culpa mía si se dieron cuanta de que el caso olía a chamusquina. Yo no soy la que ha estado ocultando la verdad durante diez años.

-No, eso fue idea de tus padres.

-Querían protegerme.

-Se protegían a sí mismos. Dios no permita que el apellido de los Blake se arrastre por el fango. -Mason se interrumpió. El pecho se le movía a toda velocidad-. ¿Nunca se te ha ocurrido que yo no soy el enemigo?

El brillo salvaje de su mirada hizo retroceder a Vienna, que se rodeó con los brazos.

-¿De qué estas hablando? -le preguntó.

-Dile a tu madre que te cuente lo del trato. El que hizo tu padre con el mío aquella noche.

-¿Qué trato?

Al principio Mason guardó silencio. Luego soltó una carcajada irónica.

-¿Quieres saber algo gracioso? La primera vez que te vi con toda aquella gente quise rescatarte. Sabía que no pertenecías a aquel lugar, eras tan... perfecta. -Apartó la firme mirada de Vienna y pareció ensimismarse en sus propios pensamientos. En tono distraído, añadió-: Yo tengo tanta culpa como los demás. Te entregué a los lobos.

Vienna no era capaz de bajar los brazos, porque temía que si lo hacía se humillaría aún más cayendo de bruces.

-¿De qué estás hablando?

Mason giró la cabeza de golpe cuando una luz brillante bañó la escalera. Una delgada y severa figura apareció en la entrada.

-He oído voces -dijo la señora Danville. Llevaba e cabello recogido debajo de un pañuelo blanco, salvo por una ristra de ricitos en forma de espiral sobre la frente, inmovilizados con sendas horquillas-. ¿Pasa algo?

Vienna quiso contestar, pero Mason de le adelantó.

-No pasa nada. Sólo acompañaba a la señorita Blake a su coche.

Vienna se mantuvo firme, porque no pensaba irse sin respuestas.

-Puedo ir al coche sola -murmuró, mientras trataba de hallar la manera de preguntarle a la señora Danville son parecer que la estaba acusando de algo.

Mason le puso la mano en el hombro, indicándole con delicadeza que no lo hiciera.

-Esto es entre tú y yo.

Furiosa, Vienna se encaró con Mason.

-Entonces dime qué está pasando. ¿No lo entiendes? Todo este secretismo no me está protegiendo, me está volviendo loca.

-Vete a casa y duerme un poco-zanjó Mason, que la guió hacia el arco que daba a la parte trasera de la casa con un educado ademán-. Hablaremos mañana.

-Querré saber la verdad -la advirtió Vienna mientras abría la portezuela del coche.

-Y yo también -le contestó Mason en voz queda.







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