Tentación

By MeguiCrom

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Soy Micaela, tengo todo lo que una mujer podría desear. Mi marido, Bruno Sainz Micheli. Una casa en el lago... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Nota!
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45

Capítulo 11

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By MeguiCrom

Delante de nosotros colgaba el indicativo de excursiones en barcos de vapor, una atracción que el parque denominaba tranquila y que se trataba, fundamentalmente, de una puesta en escena extravagante y animada narrada por los «capitanes» del barco. La última vez que subí, el personal iba disfrazado como vestían los antiguos capitanes de las rutas fluviales, chaquetas granates y brazaletes decorados incluidos. Ahora vestían el uniforme del resto del personal del parque. Una gran decepción.

-Vaya, excursiones en barco de vapor. No me he subido -me detuve a la puerta.

-Subamos entonces.

-No tenemos que hacerlo. Hay muchas otras atracciones.

- ¿Y? Tenemos tiempo -Paio me tendió la mano.

El paseo era tan empalagoso y encantador como recordaba. Los chistes eran malos, pero nos hicieron reír, y fue un viaje tranquilo. Nos sentamos al fondo, las piernas de uno y otro muy juntas en el estrecho banco. El agua del canal era de un tono verde pardusco.

-Creía que el barco se movía por unos rieles -mascullé cuando el capitán de nuestro barco aceleró el motor para evitar un banco de arena.

-Cuando trabajaba aquí, uno de los capitanes casi hunde un barco.

- ¿De verdad? ¿Cómo se hace para hundirlo? -me volví hacia Paio.

-Golpeó el muelle con demasiada fuerza. Supongo que se haría un agujero en alguna parte -Pablo señaló con la cabeza hacia el muelle en el que esperaban dos de los otros capitanes para amarrar el barco y que bajaran los pasajeros.

Me volví hacia él y lo miré con curiosidad. - ¿Fuiste tú?

Paio se quedó sin palabras un momento, al cabo del cual se echó a reír. -No. Yo era el que limpiaba los aseos.

Debió de notar la sorpresa en mi cara. -Siempre pensé que...

A América no le hace demasiada gracia lo del sistema de clases. Todos somos iguales, aun cuando no lo somos. Nadie admitiría nunca en voz alta que para ocuparse de los aseos contrataban a gente menos presentable, digamos, desde el punto de vista social, que a la que se contrataba para manejar las atracciones o servir la comida.

- ¿Ves lo que se consigue cuando tienes mala actitud?

Se encogió de hombros. Bajamos del barco. Le di las gracias al joven capitán, que todavía parecía un poco abochornado por haber estado a punto de embarrancar. Oí cómo le tomaban el pelo sus compañeros mientras nos alejábamos.

-Entonces te dedicabas a limpiar los aseos. ¿Durante cuánto tiempo lo hiciste?

-Dos temporadas. Después pasé a formar parte del personal de mantenimiento a tiempo completo.

-Trabajaste aquí mucho tiempo.

-Hasta que cumplí veintiuno. Conocí a un tipo en un club que estaba contratando gente para una fábrica que tenía fuera del país. Me introdujo en el negocio de los transportes y la distribución. Dos años después tenía mi propio negocio.

-Y ahora eres más que multimillonario.

-De limpia retretes a hombre de éxito hecho a sí mismo -dijo él, sin jactarse, pero sin restarle importancia tampoco-. De la mierda al esplendor.

Me apetecía beber algo y nos detuvimos a comprar un par de limonadas recién hechas. La limonada, ácida y fría, me hizo fruncir los labios. Pura delicia. Verano líquido.

Bruno me había contado que en la pelea con Paio el alcohol habría tenido algo que ver. Muchas relaciones se han fraguado y también se han roto gracias al alcohol.

- ¿Y no habías vuelto hasta ahora?

Pablo agitó el hielo de su vaso antes de beber. -No.

Había abandonado el país a los veintiuno por invitación de un tipo al que había conocido en un bar y después de una pelea tan catastrófica con su mejor amigo que ninguno de los dos quería hablar del motivo. O tal vez estuviera exagerando y la pelea había tenido escasa relevancia y el resto era pura coincidencia, por lo que ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar de ello.

Estuve a punto de pedirle que me contara los detalles, pero me contuve. Pedírselo significaría admitir que no lo sabía, ¿y qué clase de esposa no sabría algo así de su marido? No conocía a Pablo Rodríguez lo bastante como para que no me importara lo que pudiera pensar de mi matrimonio.

-Bueno, nos alegramos de que ahora estés aquí.

Era el comentario apropiado, pensé, pero él se limitó a lanzarme otra de sus lánguidas miradas acompañadas de una mueca burlona.

-Dije que te invitaría a comer a un sitio bonito -dijo-. Pero me muero por una buena hamburguesa y unos nachos.

De todas formas, aquello me apetecía más que un sitio pretencioso. A pesar del ambiente relajado del complejo turístico, me parecía que no iba vestida de manera adecuada para ir a otro sitio que no fuera una hamburguesería. Nos sentamos con nuestra comida en una mesa y charlamos mientras comíamos. Se le daba mejor escuchar que hablar sobre sí mismo, con una curiosa habilidad para sonsacarme respuestas que le habría ocultado a cualquier otra persona. Era a un tiempo sutil y directo a la hora de hacerme preguntas que podrían haber sonado groseras en alguien que no poseyera una personalidad tan apabullante. Resulta fácil ser interesante para alguien que tiene interés, y me sorprendí hablando animadamente de temas que hacía años que no tocaba.

-Yo sólo quería ayudar a la gente -dije cuando me preguntó por qué no había vuelto a trabajar cuando fracasó lo del refugio-. No quiero trabajar en Kroger, metiendo los alimentos en bolsas para los clientes. O en una fábrica, poniendo tapas a los tarros. Y, además, si tenemos niños...

Pablo se estaba recostando en su asiento, pero cambió de postura al decir yo aquello. - ¿Quieres tener niños?

-Bru y yo lo hemos estado hablando.

-Eso no es lo que te he preguntado.

Había empezado a soplar un poco de viento y hacía frío. Observé el cielo. Se había oscurecido mientras charlábamos. El bullicio de la montaña rusa enmascaraba los lejanos truenos.

-Se está preparando tormenta.

-Sí. Es posible -me miró de nuevo. Debió de notarme preocupada-. Quieres irte.

No me lo preguntó. Simplemente lo sabía. Se me pasó por la cabeza quitarle importancia, decirle que no me pasaba nada, pero no lo hice.

-Sí -respondí-. No quiero estar en el lago en mitad de una tormenta.

Regresamos al puerto deportivo. Las aguas se habían encrespado y presentaban un color gris. El cielo no se había puesto negro aún, pero las nubes ya no parecían esponjosas ovejas blancas.

Paio actuaba con rapidez pero sin apresurarse. Con seguridad. Aparejó, empujó la embarcación para separarnos del muelle y la orientó hacia casa. Me agarré a los costados del Skeeter. No llevaba puesto el chaleco salvavidas, pero en breve me lo pondría.

Navegábamos en sentido opuesto al viento y, aunque avanzábamos, lo hacíamos despacio y con mucho esfuerzo. Gotas de agua nos salpicaban la cara de vez en cuando. Levanté los ojos al cielo sin necesidad ya de llevar gafas para protegerlos del sol. ¿Tendríamos tormenta con lluvia, rayos y truenos?

Vi el resplandor azul blanquecino a lo lejos y oí el rumor del trueno. Estábamos a medio camino de casa.

Sabía nadar. Podría nadar en caso de que el barco se hundiera, pero la gente se ahogaba todo el tiempo cuando los sorprendía una tormenta porque no estaban preparados, porque corrían riesgos, por estúpidos. Incluso aquellas personas que sabían nadar. Incluso las que habían ganado medallas. Y aun así, no era capaz de soltarme para ponerme un chaleco.

Pablo masculló una imprecación cuando se levantó un viento más fuerte y amenazó con arrancar la vela. Me gritó que agarrara una cuerda y le hiciera un nudo, instrucciones que yo no comprendía porque no sabía navegar. Nunca me había dado por aprender.

El barco se bamboleaba entre las aguas y saltaba por encima de las olas repentinas. En una de ellas nos elevamos demasiado y cuando nos precipitamos al interior del valle que se formó noté como si el estómago se me subiera a la boca. Arriba. Abajo. Una montaña rusa muy poco divertida, desprovista de la seguridad que proporcionaban los frenos y los cinturones.

La lluvia mezclada con el agua que salpicaba del lago se parecía a una cortina de encaje húmedo o a los listados de números y símbolos sobre fondo negro que se desplazaba de arriba abajo de la pantalla al comienzo de la película Matrix. Se parecía al tornado de El mago de Oz, con un curvado cuello de dinosaurio que presagiaba el desastre.

El Skeeter era una embarcación pequeña y se bamboleó cuando Paio cambió de posición y se inclinó sobre mí. Inspiré profundamente. No grité, pero el corazón me martilleaba dentro del pecho con tanta virulencia que me dolía. Me aferré aún más a los costados del barco, tanto que se me pusieron los nudillos blancos.

- ¡No te preocupes! ¡Casi hemos llegado! -gritó por encima del estruendo del viento.

La tormenta cobró aún más fuerza cuando nos encontrábamos a escasos metros de la orilla. Paio se bajó de un salto a amarrar el barco en el pequeño muelle de madera que los abuelos de Bruno habían construido. El viento hacía ondear la vela produciendo un ruido seco. No pude menos que ahogar un gemido de sorpresa por lo fría que estaba cuando me abofeteó en la cara.

Estábamos ya a salvo en la orilla, pero seguía teniendo los dedos agarrotados. Ayudé a Pablo a amarrar y asegurar el Skeeter como pude. Las olas eran enormes por efecto de la tormenta, pero se iban deshaciendo hasta besar la playa; a fin de cuentas, aquello era un lago, no el océano.


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Portada hecha por: @TinixCamz Prohibida copias o adaptaciones sin mi permiso Di NO al plagio
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