Just Good Friends (Michael Ja...

Da KatGGP

158K 9.4K 5.5K

••Ganadora de los MJ AWARDS en Categoría Romance•• Novela/Fanfic inspirada en Michael Jackson y en la serie d... Altro

Sinopsis
Presagio
1. "Nosotros"
2. "Primer Encuentro"
3. "Interrogatorio"
4. "Confiar en ti"
5. "Problemas"
6. "Sin Retorno"
7. "Perdida"
8. "Nada Más"
9. "La Misma Discusión"
10. "Emily" (Parte 1)
11. "Emily" (Parte 2)
12. "Herida"
"..."
13. "Falsas Esperanzas"
14. "Insinuaciones"
15. "Nuestra Historia en Minutos"
16. "Lo Lamento"
17. "Nada más que Amigos"
18. "Neverland"
19. "Mi Abismo"
20. "Rostros que ya conocía"
21. "Confianza"
22. "Con Promesas y Lágrimas"
23. "Londres, 1988"
24. "Seguir Esperándole"
25. (Parte 1) "Nuestra Destrucción"
25. (Parte 2) "Nuestra Destrucción"
26. "Junto a Ella"
27. "Prisas, Pesares"
28. "Susurro Involuntario"
29. "Simple Impotencia"
30. "Su Mundo"
31. "No Sin Ella"
32. "Un Juego"
33. "Hayvenhurst"
34. "Deseo"
35. "Encuentros"
36. "Realidad"
37. "Un Invierno Diferente"
38. "June"
39. "Mentiras"
40. "Colisión"
41. "Maldad"
42. "Ojos Verdes"
43. "Algo Más"
44. "Un Sólo Recuerdo"
45. "Posibilidad"
46. "Dudas y Propuestas"
47. "Incierto"
48. "Sin Voluntad"
49. "Odio"
50. "Esperanza Extinta"
51. "Olvido"
53. "En un Sueño"
54. "Alma Rota"
55. "Destruida"
56. "Una Salida"
57. "Extrañar"
58. "Por Amor"
59. "Vacío"
60. "Nostalgia"
61. "Sentencia"
62. "Su Luz"
63. "Ella"
64. "Delirio"
65. "Universos Diferentes"
66. "Amigos"
67. "Ángel"
68. "Como Antes"
69. "Cambio de Planes"
70. "Equivocado"
71. "Obsequio Perfecto"
72. "Miedo"
73. "Alma Gemela"
74. "Sin Secretos"
75. "Frágil"
76. "Increíble"
77. "Papá"
78. "Un Destello"
79. "Eterno" (Epílogo)
Agradecimientos
Soundtrack de la Historia
Ediciones
Aún hay más...
¡Ayuda a JGF!

52. "Incompleta"

1.1K 67 43
Da KatGGP

                  
De nuevo, es 5 de Mayo.
De nuevo yo, apreciando mi débil reflejo ante el espejo sencillo de mi habitación. Otra vez, sólo ahí, mirándome, y sin poder reconocerme todavía. Sin poder dejar de alzar unos centímetros mi camisa por encima de mi ombligo para poder percatarme de cómo mi vientre plano parece simplemente una alucinación. Cómo el sólo apreciarlo, me obliga a residir en la idea de que quizá todo había sido un sueño y nada más. Uno muy largo, y que tal y como la noción del tiempo jamás dejó de manifestar estragos en mí, pudo haber durado sólo el momento que existe entre un parpadeo.

Froto con delicadeza la fina piel de mi abdomen, y pienso que quizá jamás existió nada ahí. Quizá jamás salí de mi mundo para viajar a otro y embriagarme por ello, quizá sólo había sido una fantasía y yo me había enamorado del panorama. Tal vez él ni siquiera existió, y jamás le he conocido.

Pero meso una de mis manos a través de mi cabello y me convenzo de que hay rastros de pesar que el tiempo ha dejado ahí. Mis ojos ya no brillaban como hace años, la piel de mis mejillas estaba ya siempre fría y aún así no se me ocurría poderla sanar. Mis manos estaban tiesas, solas. Y mis labios secos, turbios e irrevocablemente abandonados. Perdidos, y dejados en pos de un abismo que sé que nunca más podría acabar. Porque me miro y no puedo creer que sólo sea ya el fantasma de la chica que más quería ser, la cubierta de alguien que solía conocer.

No, él ya no está más, ni lo va a estar. Porque le busqué, y parecía que nunca hubiese existido, me aferré un poco pero de inmediato comprendí que todo había terminado. Me dolió, me duele aún. Me di topes contra la pared al segundo en que puse un pie en casa, me jalé el cabello, me rasguñé, me azoté contra mi colchón abandonado durante estos últimos cinco meses, y dolía igual.

Algunas mañanas despertaba con su nombre entre los labios.

Algunas noches su nombre recorrió mis mejillas, cálido y húmedo.

Algunas tardes su nombre me apretó el estómago y sentí ya no poder más.

Luchaba contra mí misma, porque yo provoqué esta distancia entre los dos, así fuese lo que más necesitaba. Y me sentí estúpida, y me sentí como si ya no fuera nada. Ya no diferenciaba entre las noches y los días e incluso, en ocasiones, pensé que quizá ya estaba muerta... y no lo sabía.

Cada día esforzándome más por dejarle ir... y permitir que la soledad tomase por fin su lugar conmigo. Cada uno de ellos, desear, imaginar, o soñar que volvía a hablarle. Pensar en que el mero oxígeno podía volver ya junto con su voz.

Me llevé una mano temblorosa a los labios. No puedo creer haber soñado que intentaba llamarle de nuevo.

Y lo deseaba, con cada resquicio de mi alma. Quería decirle que estos meses no han sido fáciles, que dejarle de querer ha sido una de las cosas más tristes que he hecho en la vida. Quisiera también, decirle que estoy bien, que he dejado de llorar, que él ya no duele, que el tiempo ha hecho lo suyo. Quisiera decirle que aún a veces me sueño recostada en su pecho, que no he podido borrarle, que he aprendido a vivir con su recuerdo. Quisiera decirte que no le culpo más, que se fue el vértigo al pronunciar su nombre, al verlo en cada escaparate, cada tienda, cada anuncio de televisión, o cada noticiero. Que ya no me lastima, maldición. Que lo que ocurrió ya no me hace daño.

Quería saber cómo se encontraba, luego de todo, luego de tanto. Y simplemente no lo podía hacer. Si la verdad es que aún lastima, aún arde el saber que no puedo hablarle a alguien que una vez sostuvo mi corazón en la palma de su mano y que al segundo después pretendía que jamás lo hizo, en absoluto.

Hablarle, como si tratase de olvidar todas esas noches que no pude dormir de nuevo sola por llorar, para ver si en algunas de esas lágrimas él se escapaba ya de mi vida. Romper mi cabeza en mil pedazos, mientras intentaba olvidar cada memoria que habíamos construido juntos.

¿De verdad creí que podría hacerlo siquiera? ¿Pensaba que este día, en especial, sería la diferencia? Que él llamaría como aquellos primeros días luego de que me marché y que esta vez yo me atrevería a tomar esas llamadas. Que todo sería... diferente. Que podría cambiar.

No.

—Hola...

Me percato de la voz de Monica naciendo desde el comedor al salir por fin de mi habitación. Me sonríe por un momento, y luego esconde su nariz tras la humeante taza de café que sostiene entre sus manos delgadas.

Y no puedo contestar, simplemente. Ni con gestos ni con palabras. El ardor, y la ráfaga de pensamientos que me atestaron antes de poner un pie fuera ya me habían dejado sin habla, sin la mera voluntad de hacer un intento diferente. Sólo me acerqué, ubicando sobre la mesa un vaso con agua junto a un par de cajas de esos mismos medicamentos.

No recordé, la última vez que el día de mi cumpleaños me tenía así de atormentada.

—Aquí está... tu medicamento—susurra, un tanto apenada. Su sonrisa cedió casi al instante en que mi silencio le hizo segunda a ese saludo coloquial.

—Gracias.

Cojo una pastilla de cada una de las cajas aún sin ser capaz de estudiarla, resoplando por lo incómodo de la pronta situación, maldiciendo, como siempre, mi suerte entera. Por suerte, los multivitamínicos que estaba tomando terminarían pronto, quizá una semana más. Se suponía que aumentarían mi apetito y me darían nutrientes al mismo tiempo pero, desde que comencé con el tratamiento, no aparentaban hacer su trabajo bastante bien.

Ingiero de un solo trago las dos pastillas asignadas a ese día. No añado más, ni siquiera me termino el resto del vaso con agua, y me giro para ubicar mi portafolio tendido en uno de los sofás de la estancia y guardar algunos documentos que había organizado la noche anterior. Todo bajo la callada sensación de que ella, aún con esa taza de café cerca de su rostro, continuaba mirándome.

—Oh...—brota de sus labios mientras me mira, como si ni siquiera hubiese tenido la intención de emitir sonido alguno.

—¿Ocurre algo?—me aseguro de haber terminado de guardar y no haberme olvidado de nada antes de volverle a mirar.

—Nada, es que...—se encoge de hombros, acomodándose a la altura de sus hombros su bata de dormir favorita—.                   No creí que irías a trabajar hoy, es todo.

—¿Por qué no iba a ir a trabajar hoy?

Frunce el gesto con un deje de incertidumbre entonces. Y me acerco a ella delicadamente y ya con mi portafolio tendiendo de mi mano derecha, debía irme. De hecho, no debí haberme quedado dormida más de la cuenta, ni mucho menos, aguardar a que mis pensamientos me llevasen por rumbos que ni en broma quería volver a tocar.

La verdad es que, el trabajo en Ralph Lauren se había convertido en la coartada más vital que jamás creí llegar a necesitar así. A veces, sólo anhelaba alejarme de todo y hacer de cuenta que además de mi pasado, además de ellos, y de mi soledad, tenía una vida también. Responsabilidades, que quisiera o no, pasara lo que pasara, tenía que seguir cumpliendo.

—Porque en tu trabajo normalmente te dan este día libre, quiero decir... Rachel, es tu cumplea...

—...No, no—le corto, interponiendo una mano ya cerca de sus labios para hacerla callar. No había sido, por mucho, la mejor de mis reacciones, y lo entendí. Supe que el tema no pararía con sellar su boca por la mirada digna que me obsequia sólo un segundo más tarde—. Monica, no hay... nada qué celebrar. ¿Está bien? Absolutamente.

—L-lo siento, es sólo que...—titubea, hundiéndose de nueva gana en un nuevo trago que da a su taza de café.

Suspiré.

—Perdóname, lo que ocurre es que... Estoy mal. ¿Entiendes?—me detengo entonces para mirarle detenidamente, mordiéndome los labios sin darme cuenta, pero segura de que si no fuera por ello, cualquier indicio de preocupación por parte de mi mejor amiga sería suficiente para arrancarme el llanto—. Estoy harta de estar aquí, estoy cansada de trabajas más desde casa que ir de verdad a la oficina, estoy colmada del silencio que hay en el departamento cuando no estás, cuando los chicos no andan por aquí. Es que, soy la única que se queda atrás, siempre. Estoy enferma de ello. Y no... no tengo ánimos de ninguna fiesta. No quiero pensar siquiera en que alguien me pueda llegar a felicitar.

El seguirla mirando, el ver cómo a cada palabra que solté su ceño se fruncía más y más y su mirada se oscurecía, me hicieron sentir mis ojos volver a escocer, y sin embargo estaba segura de que no era éste el momento para que el llanto volviera a atestar mis pensamientos de nuevo. Sequé con cuidado mis pestañas, entre el nudo impidiéndome hablar, ante el mismo peso apresando mis hombros como ya me tenía acostumbrada. Rogando para mis adentros, por que el sufrimiento no se manifestara en este mismo instante.

—Sólo no...—susurré—. No quiero que alguien halague mi vida cuando sé que se trata de un completo desastre.

—Tu vida no es un desastre—musita, sonriéndome y buscando mi mano, con un marcado acento maternal bañando en cada palabra—. Por favor, no lo digas así...

—Sí, claro, Mon...

Pero la dejé, ahí, sobre la mesa y con su mano al aire ante un nuevo intento de dejar ya todo por fin. Le había dado la espalda con la excusa de reunir mi abrigo, y mi bolso junto con el resto de mis otras cosas para ya acercarme a tomar el cerrojo de la puerta de una buena vez. Quería desviar mi mirada de la de ella como una salida más, antes de volver a sumirme en las mismas musarañas que hicieron arder mis ojos un par de momentos antes.

Y sin embargo tuve  que detenerme justo antes de salir, al percatarme de ella seguía sólo contemplándome con ese mismo gesto de preocupación escrita y tallada en medio de sus bonitas facciones.

—Y me quedo corta—añado ante su mutismo. Me observa con su mirada cansada, con su semblante angustiado y sus labios que ni siquiera se encuentran entreabiertos, no emite un solo sonido más—. Es un completo infierno, comparado con cómo era hace sólo unos meses.

Silencio entonces, sólo el sonido incrustado en mi cabeza de los latidos turbios de mi corazón. La sarta de inseguridades haciendo de las suyas como cada maldita mañana.

Halé del cerrojo por fin.

—Me tengo que ir.

—Aguarda, ¿Qué se supone que le diré a los chicos, entonces?—me hace virar en el último instante, ya con un pie puesto sobre el pasillo de nuestro edificio. Su angustia por poco se había convertido en una evidente curiosidad plasmada en sus facciones cansadas—. Todo el día de ayer estuvieron planeando algo para hoy. Yo... he creído que...

—Hablaré con ellos después, ¿Sí?—me quejo, en un pequeño mohín. Me había olvidado de que, como ella era sólo el comienzo, aún faltaban los chicos, otros dos pares de rostros divertidos a los que arrancaría su sonrisa con otra más de mis decepciones—. Con suerte podré salir temprano del trabajo hoy, intentaré encontrarlos en Centra Perk por la noche.

Los ojos de Monica se entrecerraron un poco, en un simple deje de incredulidad. Como si aún así tuviera algo más guardado, una idea más por la que tuviese que reprocharme al respecto.

—Si tan sólo ese compañero tuyo, Tag, no te entretuviera tanto tiempo como siempre—su semblante se hace serio de pronto al mirarme—. Ah, y dile por favor que no fume cigarrillos cerca de ti, Rachel. Te he dicho hasta el cansancio que ahora te hace daño.

En medio de una sonrisa disfrazada de disculpa, tomo del picaporte de nuevo para hacerme espacio y salir. No obstante, me giro en una última instancia a toparme con sus ojos azules de nuevo. Suspirando desde el centro de mi pecho otra vez, sólo para recuperar algo del oxígeno esta mísera conversación nos había arrebatado a ambas a arañazos.

Había arrancado esa sonrisa de mi mejor amiga, la había hecho suspirar, cabecear con la mirada oscura y mostrarle la facilidad con la que las lágrimas aún podían salir de mis ojos luego de tanto tiempo, todo en menos de cinco minutos. No me sentía bien.

—¿Estás triste?—inquirí haciéndome sentir incrédula. Sorprendida de la pregunta que se me fue a ocurrir.

—¿Tú qué crees?—replica en seco. Sin titubeos o intentos por desviar mi mirada. Sus ojos centellaron entonces, se humedecieron mientras que el ritmo acompasado de su voz todavía tenía lugar.

Ahogada en todos los miedos posibles, apenada, contrariada y arrepentida, me volví hacia ella una última vez para tomar un solo intento de poder envolverla entre mis brazos. Un abrazo, era todo lo que necesité, lo que ella quiso darme desde el instante en el que me vio salir de mi habitación, seguramente. ¿Por qué no dárselo? ¿Por qué sentirme sin más con el derecho de negarle algo a ella luego del infinito que ella me ha brindado desde siempre?

La necesito, preciso de su cercanía para poder subsistir. Y no podía olvidar tampoco que yo no he sido la única que ha perdido a alguien meses atrás. Porque sé que ella también se ha lastimado por ello.

—...Lo siento—susurré, un segundo antes de buscar incorporarme entre sus brazos tensos para poder alejarme de nuevo.

Pronto, no sostenía mi cuerpo, sino que sólo nuestras manos permanecieron unidas un segundo más antes de que por fin me alejase para poder tomar el pomo de la puerta y mirarla en el último instante antes de salir. No sabía si la merecía o no. Si podía dar por sentada nuestra amistad o si, como ya me había sucedido, todo podía terminar de la noche a la mañana. Que bien, estaba segura de ello. Por más que hubiese sido perjurada relación.

—Adiós...

Y cerrando la puerta conmigo en el pasillo, una media sonrisa fue lo último que alcancé a advertir.

No, yo no sería nada sin ella conmigo.

Por suerte, el taxi que Monica había solicitado en mi nombre ya aguardaba por mí a pie de la acera. Subí, y sin añadir más que pista del destino el conductor emprendió la marcha. Ahora sólo restaba llegar, y concentrarme en las actividades y responsabilidades del día. No en mis pensamientos de esta mañana, no en la oscuridad, no en su ropa que aún permanece resguardada hasta el fondo de mi ropero. No en él. Sólo en trabajar, y rogar por que ninguna persona más se atreva a felicitarme por mi cumpleaños. O no demasiadas.

Mi jefe, el señor Zelner es el primero del que no me escapo. Un abrazo diligente, una media sonrisa y un par de palmadas a mi hombro acompañadas de una taza de café. Lo bueno es que, a él le interesa más ponerme a trabajar que saberme perdiendo el tiempo. Se lo agradecí.

Se me va prácticamente la mayor parte de la mañana en trabajo que realizo más lento luego de haberle perdido la práctica a los procesos un poco. Pero así, es un placer concentrarme más en ello que empeñarme en ocultarme de personas que sé que me felicitarían seguro. De cualquier forma la idea de estar fuera de casa me liberaba los pensamientos de formas poco peculiares; era estimulante, pero al mismo tiempo más que agotador. Es Mayo, y la producción y diseño de ropa de verano estaba hasta el tope, casi tocando cantidades que muy pocas veces llegan a concurrir, y por eso el trabajo, era mucho peor. Quizá es una de las razones por las que cada que volvía a la oficina miraba una que otra cara nueva por ahí, algunos empleados nuevos tratando de tomar el hilo más rápido de lo normal y otros de antaño, doblando turnos para entregarlo todo a los directivos en tiempo y forma.

Tantos acuerdos pendientes por firmar, todas esas órdenes previstas que ocupaban la supervisión de alguien a cargo, la demanda en diseños y la presión que ponían en cada uno de nosotros; me hacen preguntarme, si aún seguiría aquí de haber sido un poco diferente las cosas. Es Mayo, y a comienzos de año yo no planeaba ni con una maldita pistola adherida a mi sien el decidir estar trabajando ahora aquí. Es Mayo, y quizá ni en California estaría ya trabajando en estos momentos. Es Mayo, y para este entonces estaría en mi periodo de maternidad... Tendría ya alrededor de ocho meses y medio de estar aún...

No, no... No, por favor. No pienses en ello. No ahora, no aquí.

Como de costumbre, alrededor de las cinco y treinta de la tarde me excuso para salir a tomar un descanso al área común de personal. Aparentemente el aire condicionado se había dañado esa mañana luego de que la mayoría de los que lo accionaban abusaron de su capacidad. Mismo problema por la concurrencia de personas en el edificio. Aunque no los culpaba, el calor se tornaba más insoportable con cada día que pasaba, y con el fin de la primavera todos esperaban por que sólo se volviera incluso peor. Incluso al centro de Nueva York.

Decidí entonces tomar un pequeño cambio esta ocasión. Aunque, salir por la parte trasera de la estancia, hacia la vieja terraza, quizá me había hecho arrepentirme en el instante en que puse un solo pie fuera de ahí. El olor a cigarrillo fue lo primero que percibí, golpeando con fuerza cada uno de mis sentidos, mientras las palabras de Monica revolotearon de pronto en mi cabeza mientras me debatí un par de veces si debía volver dentro o no.

Me olvidé de ello en cuanto alguien detrás de mí había pronunciado un sonido casi idéntico al de mi nombre. Con una voz que, curiosamente, era casi idéntica a una que ya tenía muy bien identificada.

—Tag...—dije su nombre apenas con hilo de voz, mientras yo pasaba disimuladamente saliva ante la sensación de que la garganta ya me sabía extraño también a causa del olor.

—¡Cumpleañera!

Traté de obsequiarle una sonrisa entonces. Forzada, tímida por así decirlo, y entre miradas que lanzaba a las demás personas presentes que aunque parecían absortas cada una en su tema de conversación, me aterró el hecho de que hubiesen escuchado el adjetivo que él utilizó. Tag, por supuesto ya me daba uno de sus mejores gestos, y supe que tenía que esforzarme un poco más cuando lo advertí ya acercándose a darme un pequeño abrazo.

Encontrármelo en el trabajo, eventualmente se había vuelto menos molesto, la opresión se terminó al instante en el que puse un pie de vuelta en el plantel de la ciudad y, pronto, la atención que él no paró de brindarme dejó simplemente de ser irritante para mí.

Estaba al tanto de que él sólo sabía que he sufrido un accidente meses atrás, que por ciertas complicaciones había vuelto a tomar las riendas del trabajo aquí en casa y que, incluido él junto con todas las personas con las que más me relacionaba necesitarían brindarme la mayor paciencia posible mientras podía recuperarme de todo aquello.

Para él no existe ningún embarazo, ninguna de las lágrimas que supuré, ninguno de los abismos por los que tuve que pasar. Él no tiene ni una idea de las incontables noches en las que mis ojos se secaron por mi llanto desquiciado, no se enteró de los torrentes de golpes letales que me tocaron vivir... de que vivo ahora a medias, y que ahora es eso lo más grande que seré capaz de aspirar.

Se merecía, seguro, más que una de mis mejores sonrisas.

—¡Vaya!—nos dejamos ir, y al tiempo en que un beso que me toma desprevenida choca contra mi mejilla, sólo puedo percibir sus ojos mirándome de pies a cabeza. Mis mejillas comenzaron a arder—. Hace varios días que no coincidíamos con la hora de descanso. ¿Has bajado a comer algo?

Me aseguré, ante la concurrencia que aún había en la entrada del lugar, de que teníamos que movernos un poco para no molestar más a nadie. O al menos para no llamar más la atención. Halé de su brazo un poco, y nos llevé un par de pasos más al centro de la terraza. Tomamos entonces asiento en una mesita que justo se desocupó y suspiré, tocando victoria porque pareció que él había dejado ir el tema del cumpleaños de lado.

—Quería, pero... No tengo mucha hambre—me encojo de hombros, y dejo tender mi portafolio del respaldo de mi silla para poder acomodarme mejor—. Creo que el calor sofocante que hace ahí dentro se encargó completamente de quitarme el apetito.

—Dímelo a mí—resopla, levantando una de sus cejas en tono burlón—. En el piso quince me he topado ya con varias personas que literalmente han comenzado a sudar de sólo teclear frente a la computadora.

—Mi Dios...—llevé ahí una mano hacia mis labios para ocultar una risita repentina—. No me ha tocado mirar algo así, te lo aseguro.

—No aún—sonríe indolente, como si se hubiese propuesto haberme contagiado el gesto.

—No aún—asentí simplemente, controlando mi gesticulación.

Y lo logró, pero no quería que se jactara por ello luego.

—¿Te han felicitado ya algunos de tus compañeros?

Cabeceé pensativa. ¿No habíamos dejado ya ese tema hace unos momentos? Tag continúa mirándome atento mientras yo me ocupaba sin opción de hacer el recuento de todas esas sonrisas que he tenido que fingir a extraños durante la mañana, todos esos abrazos que tuve que hacer durar poco menos de dos segundos, esos 'Gracias' escuálidos y vagos. Si tan sólo la fecha no estuviera registrada en el calendario de eventos del mes... ¡Cuánto me habría evitado!

—Pues, el señor Zelner ha sido el primero—admití, un tanto sonrojada. El pronto interés que había puesto en cada palabra me hacía sentir cierta timidez asombrosa, desconocida—. En realidad sólo algunas personas que están en el departamento de Compras... No muchos, por suerte.

Chasquea su lengua, dentro de un gesto de leve confusión. Fue algo que dije, estaba segura de ello.

—Es que... no me gusta que me feliciten—intento decir, con la vista pasándose de pronto por mis manos anudadas sobre la pequeña mesa—. No disfruto del día de mi cumpleaños, en general.

—¿Por qué?

—Porque me trae recuerdos... Y sólo prefiero no pensarlos más.

—¿Has tenido cumpleaños malos en los últimos años?

Negué, mirando al vacío. Sonreí casi como si se tratase de una broma, sin poder mirarlo. Burlarme de mí misma, quizá, sería lo mejor.

—Exactamente todo lo contrario...—susurré.

No añade más. De su bolsillo, se encarga de buscar uno más de sus cigarrillos favoritos para encenderlo y dar pronto la primera calada. Y sin embargo, cuando más quiero observarlo, cuando más quiero comprender de cerca el placer que ha de provocar esa vieja sensación de que el calor sofocante te arda en la garganta, no lo puedo mirar. Deja el aire salir, y el humo blanco me golpea de lleno en el rostro entonces, haciéndome fruncir el ceño ante la pronta irritación. No me lo esperaba, y noté que él tampoco lo hacía.

—Mierda, Rach. Siempre lo olvido... lo siento—abanicaba en torno a mí usando su mano con una mueca de disculpa plasmada en su rostro. En un segundo el humillo se disipó a un lado de mí, y al otro, ya se hallaba paseando su vista preocupada por el lugar entero—. ¿En dónde dejaron el depósito de cigarrillos ahora?

Se me escapa una sonrisa indiscreta. Apreciarle sostener algo con deseo, y después como si le causara repulsión, me parecía incómodamente gracioso.

—Sabes que no tienes que apagarlo, Tag—sonriendo y titubeando, su semblante se calmó, más no dejó de mirarme confundido todavía.

—Lo sé, es sólo que no quiero tener que alejarme y dejar de charlar. Podría apestar tu ropa.

—No hay problema con ello, descuida.

Me encojo de hombros, intentando por mucho, restar importancia a la situación. La verdad es que yo tampoco quería dejar de charlar con él todavía.

—Pero...—su vocecilla temblorosa me hizo ponerle atención—. ¿Segura?

—Sí.

Eso dicho, lo miro removerse en su asiento para volver a la posición que antes tenía. Sonríe, y su cigarrillo vuelve a resguardarse ya entre sus dedos índice y medio de nuevo mientras trataba de concentrarme en él nada más. Tenía que hacerlo, ahora más, que el humillo volvió a aparecer. De algún modo, la voz de Monica se manifestó para mis adentros como una premonición de cómo me reñiría tan pronto volviera a topármela en casa. Pero ella también podía exagerar, ¿No? Había pasado ya tiempo desde que mis cuidados tenían que ser hasta cierto punto estrictos. Todos esos meses, si bien no han valido para sentirme lo suficientemente fuerte para sonreír por mí misma, que al menos sean para probarme que de nuevo lo podré hacer. Sea como sea.

—No lo entiendo—se inclina sobre su asiento para apreciarme mejor—, tú... me has dicho que tu novio no sabía que fumaste alguna vez. ¿No te preocupa que el olor pueda hacerle... suponer cosas?

Sentí un retortijón, la suma urgencia de erguirme y resguardar mi rostro detrás de mis manos para no tener que enfrentarle al tema.

—E-es que... ya no tengo novio—bajé la mirada otra vez, frunciendo el ceño y mordiéndome los labios con fuerza ante el nuevo nudo de debilidad que sé que comenzaría a cerrarme la garganta, advirtiendo que me lastimaría de un segundo a otro.

—¿¡Qué!?—inquirió, golpeando la pequeña mesa con brusquedad. Me miraba molesto, incrédulo. ¿Y quería esperar por otra reacción? Si más que hasta el cansancio se lo recalqué, lo perjuraba, y volvía a repetírselo por miedo a que no le hubiese quedado claro—. Pero, ¿Cuándo? Quiero decir... ¿Desde hace cuánto que no...?

Necesité aclararme la garganta si acaso iba a continuar. No lo deseaba, no quería hablarlo pues sabía que en cualquier momento, hablar de Michael me haría perder los estribos y querer echarme a llorar. Sentiría la presión de cómo el agua amenazaría mis ojos para demandar salir. Sabía que saldrían palabras que no quería pronunciar de nuevo, recuerdos, imágenes, ilusiones vacías. Sería una noche más de no poder dormir, luego de tanto tiempo.

—D-desde... principios del año.

—Ah, maldición, Rachel, yo... Lo siento—musitó abatido, con una mano bien postrada a la altura de su frente. Me apreciaba con una expresión de dolor que no me animé a rogar desaparecer—. No tenía ni idea, es que... ¿Qué sucedió? ¿Cómo es que...?

Comencé instintivamente a negar, pues aquello bastaba definitivamente para que mi voz se paralizara en el mismo instante, pero que haría las lágrimas ceder.

—No funcionó, yo...—no lo puedo encarar al hablar. En medio de mis razones quiero que me escuche y me dé la atención que deseo pero no puedo imaginármelo poniendo sus ojos en los míos de nuevo. Ya me ardían los míos, mi piel se tensó, mis movimientos se hicieron más y más lentos—. Creo que... yo no era lo suficiente como para pertenecer a su mundo, ¿Sabes?

—...Y una mierda.

Y una risa denigrante se me escapó, al lado de la única lágrima que aparecería. El esfuerzo momentáneo y desapercibido había dado a mis ojos la presión que buscaban para dejarlo ya todo salir de nuevo, fluir de forma cálida sobre mis mejillas para luego sentir el frío golpeándome contra la piel. Pero sólo una había aparecido, ésa que vino en medio de esa cortina de debilidades e inseguridades que se propagaron ante mi vista para nublarla. Ninguna más.

Tomo pronto un pañuelo que me había ofrecido apenas me había percatado antes, y me apuro a limpiar la comisura de mis ojos antes de que la sensación salada llegara hasta el borde de mis labios temblorosos.

—No, hablo en serio—musita, recobrando un poco de seriedad luego de que supe a él también se le habían escapado un par de risas—. ¿Cuál es el problema del tipo? ¿Que no pertenecías a su mundo? ¡Por favor! ¿Qué, el tipo era un extraterrestre o algo? ¿Es por eso que no pertenecías a él? ¡No puedo creerlo!

Pero se detiene ahí, apreciándome por un momento como si se dedicara a sólo alimentarse de cada uno de mis gestos.

—Lo siento tanto, Rach—su mano buscó la mía sobre la superficie en un segundo que no pude apreciar. Mi respirar se paralizó, mis ojos sólo estaban dispuestos a petrificar la imagen de su mano acunando la mía en pos de mis pensamientos desbordados—. Es sólo que... no puedo creerlo. Luego de tanto tiempo, ¿Cómo es que él no te querría más con él? Quiero decir, ¿Quién no te querría consigo?

—Sí, bueno...—le suelto con desgane, buscando la forma más sutil de zafar mi mano de la suya al percibir el rumbo que quizá estarían tomando sus propias palabras.

No estaba de humor para entablar conversaciones de ese tipo, y sabía que no lo estaría pronto. No lo quería. Sólo callé.

—¿Hay algo que pueda hacer?

Y lo miré, rogando hasta lo indecible por lucir de nuevo imperturbable a sus ojos. Deseaba que olvidase ya aquella lágrima que justo se me tuvo que escapar, quería probarle que hablar de ello ya no me daría pena, que ya no me haría callar y bajar la mirada a intervalos irregulares.

Comprendí que me gustaría parecerme más a él, a su pronta indiferencia, a su libertad y a la manera en que todo parece dar muerte al problema con sólo prender un cigarrillo más al borde de sus labios resecos.

Él era como cuando no me gustaba el sabor, pero me gustaba el cigarrillo. Como cuando no me gustaba acostarme, pero me gustaba dormir. Como cuando odiaba a todos, pero tarde o temprano alguien termina siendo la excepción. Él es eso, ¿No? y lo tiene ahí, apegado entre sus dedos; un mal hábito, un mal partido, un mal amor. Un buen vicio.

—Puedes... darme uno de esos cigarrillos—le suelto, señalando con mi reojo la cajetilla puesta sobre la mesita.

—¿Qué?—inquiere casi bramando y torciendo el gesto. No lució convencido.

—Me gustaría fumar contigo.

—Ni hablar, Rachel, no—en sólo un movimiento ya había apartado aquella cajetilla de mi vista.

Resoplé.

—¿Por qué no? Me has preguntado qué podías hacer, y te he contestado, ¿No?

—Lo sé, pero ¡No!—musita con los ojos entornados, exasperado, pasando una mano por su cabello más de tres veces dentro del mismo par de segundo—. Por supuesto que no te daré un cigarrillo sólo por esto. No fumarás por despecho a él, no te dejaré. No.

Refunfuñé, cruzándome de brazos. ¡Era imposible! ¿No me lo ha preguntado el mismo? Aunque, ¿Cómo saber? ¿Cómo estar segura de que no lo estaba haciendo por eso?

—No es por despecho a él, es sólo que... te miré. Te he visto y me han dado ganas de uno—miré entonces aquél que aún no terminaba de consumir. ¿Me lo dará entonces? ¿Podré hacerlo... luego de tanto tiempo?—. ¿Qué tiene eso de malo?

—Tiene de malo, que has pasado años sin probar un solo cigarrillo, y no volverás a ello por mí—sentencia, con el semblante más serio y oscureciéndose a cada palabra que musitó.

Al enarcar una ceja trato de romper con aquella sequedad de su mirada pero no lo puedo lograr. Supuse, que había sido todo; él no cedería, no cambiaría su expresión, y como cualquier persona que ya se había rebajado lo suficiente, tampoco me creí capaz de seguir el juego o preguntar una sola vez más.

De pronto sentí cómo el nudo en mi garganta se volvía tensión que bullía de arriba hacia abajo a través de mi pecho. Me estaba molestando también.

—Está bien...—le digo, propia, mientras tomaba del respaldo mi bolso para poder incorporarme y alejarme de él.

—N-no, Rach...

Toma de mi brazo con suavidad, y no me deja avanzar más. Le iba a reñir cuando su mirada se había tornado más dulce y vívida que antes. Al parecer había funcionado.

—¿En verdad?—me mira incrédulo, incómodo además.

—Sabes qué hacer... si quieres que me quede.

Al volverme a sentar lo escuché resoplar enteramente abatido. Me tendió la cajetilla, y tomé ya sin titubeos uno de esos cigarrillos que ya tan acostumbrada estaba a verlos sólo en sus labios. Bien, ahora uno de ellos estaba entre mis labios también, y sin preguntar, sin decir nada más siquiera, él acercó hacia mí el encendedor con una llama alta y brillante, sólo para mí. Aspiré, y rogué para mis adentros no demorar demasiado en recobrar algo de seriedad.

La temperatura, el hedor, la sensación me hizo toser. Mi garganta ardió, y cuando apenas él pudo reaccionar acercó hacia mí una botella de agua que había tomado de su maletín unos segundos antes para ayudar a tranquilizarme pronto. Y lo mejor fue que no me importaba, pues aquél dolor y falta de oxígeno ya no eran por lo mismo. Ya no era a causa de nudos lacerantes que juraban que el llanto se avecinaría, ya no era dolor, olvido, oscuridad. Era una sensación opuesta.

Se siente bien.

—Sabía que eso pasaría—se burla frente a mí, al cabo de los últimos tragos de agua que tomo para prepararme por una nueva calada.

—De cualquier forma no dejaré de fumar—musito, devolviéndole la botella casi vacía.

Doy una calada más, con evidente dificultad menor a la de antes. Al aspirar y relucir con elegancia la brisa blanquecina que se escapó de mis labios me detuve un momento para observar una vez más el cigarrillo que sostengo en mis manos; se ve lujoso. Sin pensarlo puedo jurar que son del mismo tipo que solía robar de la bóveda de mi padre en casa. De los primeros que me convencieron que fumar me traería un alivio diferente al buscado, uno más interesante.

Percatarme de que él no me había dejado de mirar ni medio segundo, me desconcentró.

—¿Qué?

No me responde, ni siquiera ante el tono arrogante de mi pregunta. Da en su lugar una fumada más y algunos segundos después deja salir el aire espeso y blanco con lentitud, una odiosa e hipnotizante elegancia.

—Eres muy linda—espetó, encarándome con gesto lejano—. Eso es todo.

Me quedo helada de por sí. De sólo tomar en cuenta el tono tan indiferente con el que lo ha pronunciado. Pero lucho, hasta lo indecible por lucir en lo más remoto como él. No podía mostrarme vulnerable, no con él. ¡Por favor!

—Se lo dirás eso a todas las chicas que fuman contigo alguna vez.

—En absoluto—niega, estrellando la punta de su cigarrillo contra el cenicero que estaba al centro de la mesa—. No se lo he dicho así a nadie más. No a nadie de aquí, al menos.

Le imité, como escape a la forma en que me había quedado pasmada. Hacían ya varios momentos que mis labios no tocaban mi cigarrillo, pero aún así, éste no paró de consumirse por uno sólo. El viento, no ayudaba además.

—Sé que justo acabas de decírmelo...—me mira indolente de pronto—. Pero sé también que aquello ocurrió hace poco más de cuatro meses atrás. Y no me malinterpretes, es sólo que, no he parado de pensar en la oportunidad. No al menos desde que recién entré a trabajar aquí.

Sus labios no se cerraron, estaban entreabiertos y a la expectativa. Aguardé.

—¿Crees que... algún día te gustaría salir... conmigo?

Me nublé entonces. Negué y sabía que no tenía nada coherente o inteligente para decir. ¡Mierda! Estaba petrificada, estaba observándolo y no podía hablar. Incluso pareció que me había recluido de nuevo, que como una flor que dejaba de ver el sol, me volvía a cerrar.

—No lo sé, Tag—susurré mientras me humedecía mis labios para volver a fumar.

¿En verdad? ¿Me resguardaría detrás del propio humo que genere ahora? ¿Así sería de ahora en adelante?

Pero esta, curiosamente ya no había dolido en absoluto. En cambio, se sintió mejor, más que bien, y la carencia de dificultad lo hizo más amena, la turbiedad con la que se combinó mi fumarada con la suya me hizo entender que no tenía por qué regalarle una respuesta definitiva en este instante también. Por ahora sólo me apetecía fumar.

—...Déjame pensarlo.

Ambos sonreímos. Sabía que lo había comprendido.

Con el tiempo andando, con el sol ocultándose más allá de los reflejos que dio a los rascacielos rodeándonos, me di cuenta de que me encantaba ver cómo es que el humo se tomaba su calma para disiparse cada vez que él daba una calada más, cómo éste, también se tomó su calma para hacerle morir. Así, despacio, sin prisa. Una muerte poética, diría él. Así que las horas se esfumaron, y con ellas ambos nos fumamos uno, dos, tres, cuatro... no demasiados como para preocuparme por saber en lo que me estaba metiendo, pero sí los suficientes como para ir bien, en una tarde cálida como esta.

Despejada, iluminada por los últimos rayos crepúsculos que el sol nos dio, acompañados de la fiel soledad, envueltos en la melancolía de los dos cafés que tomamos, permitiéndome por fin, zafarme sólo un poco de la cruel tristeza.

Tag, de la forma más remota que no me atrevía a descifrar, en una que no me quería ahondar, me brindaba la seguridad perdida, esa necesidad de olvidar lo que sucedía en mi entorno lúgubre también. El cómo ya siempre me encontraba dentro de una cueva húmeda en mi habitación, tan sola, tan extraviada que ya no me sentía como yo misma, ya ni siquiera lograba llegar a tocar mi interior, hacer contacto con quien era, ésa que resguardé hace más de cuatro meses por todo el dolor, por la razón de que pensé que esa sería la única forma de soportar mi día a día, por creer que nada más sucedería en mi vida que valiera la pena como para salir del abismo, de el lugar donde sólo había oscuridad. Michael, y mis lágrimas infinitas.

Porque sí, esta misma mañana había soñado que le llamaba de nuevo, pero por primera vez sentí la fuerza para poder olvidar que quería escuchar otra vez su voz. Ya no quería preguntarle por qué diablos era tan difícil olvidarle. Ya no necesité, no deseé saber si él también llegaba a sentir ese dolor idéntico a cuchillos incrustados a los costados como yo lo hice. Ya no me apetecería saber si él llega aún a sentirse sólo cuando una de nuestras canciones favoritas llega a sonar, o si alguna que otra cosa remota había llegado a recordarle alguna memoria que ha construido conmigo.

La urgencia de decirle que ya no puedo ser capaz de recordar la forma en que sonaba su voz diciendo mi nombre ya no estaba, pues aunque eso llegaba a asustarme, sabía que era lo mejor. No le diría que sabía que nuestro último beso no fue nada como uno que alguna vez pudo decir adiós, que en cambio había sido tan leve, tan superficial que el viento mismo se lo había llevado conmigo antes del segundo en el que yo pude haberlo hecho un recuerdo.

No ansiaba explicarle cómo ahora he olvidado todo junto con aquellas sensaciones que él me había hecho sentir; que olvidé cómo se sentía que yo podía hacerlo todo, que olvidé sentir que quizá el amor no sólo era hecho para las personas perfectas... como si el amor, su amor, pudo haber sido para mí.

Y, por Dios... ya no quería llamarle. Ya no deseaba hacerlo, o soñar con hacerlo. Así que en lugar de ello me quise olvidar de todo, sentarme junto a este humillo blanco disipándose a mi lado y desear fumar un cigarrillo tras otro, tal cual si fueran dulces, como si fueran nada. Quería sacarme ya la inseguridad de si aún le amaba o no, de olvidar el hecho de que se tiene que amar a alguien con esta magnitud para extrañarle, y al mismo tiempo querer dejarle ir de esta manera.

Se sentía como un infierno.

Como un maldito infierno de mierda en el que mi maldición será buscar sus ojos en los de alguien más... y nunca encontrarlos. Fumar al lado de alguien que quizá me interesa hasta que me arda la garganta, hablar hasta que me lastimen las cuerdas vocales y sólo... dejar de pensar en llorar hasta quedarme dormida.

—Ah, Rachel... ¿Puedes acompañarme un momento, por favor?

Me quedé estática al reconocer aquella nueva voz resonando a mis espaldas. Reaccioné como pude y adopté una posición veloz para halar del brazo izquierdo de Tag lo suficiente como para percatarme de la hora que era; son cerca de las siete y media de la noche y, él no se había percatado de ello. Yo ni lo pensé.

—C-claro...—susurré, apagando el último medio cigarro que quedaba en mi mano y así poder virar.

Mierda, no, estaba en problemas. Lo sabía, estaba segura.

Y entonces lo encaré, el señor Zelner nos observaba desde el umbral de la pequeña terraza con una expresión tan tranquila que ni tiempo me dio de concentrarme en cómo Tag ya se había interpuesto titubeante entre nosotros.

—Señor Zelner, lo lamento—Tag dice, tendiendo una mano abierta hacia él. ¿Pensaba que me haría algo? ¿Que algo malo pasaría?—. Si ella se ha tardado, ha sido sólo por mi culpa. Yo he sido quien...

—...Relájate, Tag—nuestro jefe le cortó—. No he venido por eso.

—¿No?—inquiero, haciendo que ambos viraran hacia mí. Tag perturbado y Zelner entornando los ojos por nuestra reacción quejumbrosa.

Pero de un momento a otro, parece que Tag no existe más ahí. Por la forma en que mi jefe ahora me mira sólo a mí, podría jurar que nos encontramos los dos solos, o que, así lo desea él.

—Hay unos documentos que requieren de tu revisión—repuso luego de un silencio en el que yo no podía estar más intrigada—. Llegaron esta mañana por renovación y tienes que firmarlos. Podrás irte a casa luego de hacerlo, si así lo deseas. Sólo necesito que me acompañes un momento antes.

Tag, a mi lado se encogió de hombros al instante en el que le miré. Supe que no tenía ni idea de lo que aquellos papeles concernían, estaba segura de que como yo, él conocía casi nada del tema.

—Está bien...—musito, dedicándome a brindarle una media sonrisa—. Gracias.

—Adelante—asiente, tendiendo ya una mano indolente hacia el interior.

Fruncí el ceño. No comprendí muy bien que ese 'Necesito que me acompañes' tendría que ser en este preciso momento. Pero tampoco había mucho que se pudiese hacer.

—Adiós...—musité tranquila, tratando de mirar a Tag otra vez.

—Rach, lo siento de verdad, yo... —él ya me acercaba el maletín que había tendido de mi respaldo antes. Titubeaba, y me daba una suma expresión de temor.

—...No importa—traté de sonreír, al tiempo en que me despedía de él usando sólo mi mirada.

Mi jefe, el señor Zelner, sólo me cede avanzar en primer lugar hasta volver al interior, una vez adentro se adelanta, y casi tengo que seguirle a trastabillas hasta su vieja y amplia oficina que, por ser quien es, supuse tendría el primer derecho de ser el único con una bonita vista del Empire State reluciendo a un costado. Sobre su escritorio no está el mismo desorden que ya estoy acostumbrada a ver, sólo hay una pila de documentos que, al notarlos con detenimiento, me había percatado de que tenían mi nombre escrito en ellos, como él lo había mencionado.

Reconozco el motivo del que está hasta arriba casi al mismo segundo, al ubicar ahí el logo de Ralph Lauren, al lado de la insignia médica del Hospital Beth Israel de Nueva York. Miré a Zelner entonces, aguardando por una explicación, o para que corroborara lo que creía yo estaba mirando. Pero antes de hablar él toma esa misma hoja y la evita para comenzar con la que estaba justo debajo de ella.

Refunfuñé para mis adentros.

—Son sólo trámites que olvidamos revisar desde que te transferiste de nuevo a la ciudad. No es nada complicado—se pone entones a señalar con su índice algunos párrafos que estaban escritos en el documento en que se supone me debo concentrar ahora—. Esta misma trata de tu servicio de facturación y de nómina. Sólo tienes que verificar que el domicilio en el que radicas aquí sigue siendo el mismo.

Del primer cajón de su escritorio toma un bolígrafo, y me lo tiende junto con el documento que me mostró.

—Oh...—suelto como reacción, mientras tomaba aquello y observaba que el bonito bolígrafo tiene el emblema de la compañía—. Está bien.

Lo miro sin querer hacerlo en realidad, me salto partes que creo saber desconocidas, que no me incumben en este momento. Porque sabía que desde que volví a trabajar a este plantel, la serie de trámites sólo traían cosas que se ceñían contra mis recuerdos en menos de lo que podría percatarme, no quería mirar algo de lo que me arrepentiría.

Datos personales, referencias, mi número de cuenta, mi jefe directo; y entonces plasmo mi firma sobre la línea punteada al mirar el área con mi último domicilio legal.

"#90. Bedford St. Greenwich Village, Nueva York"

—De acuerdo—revira hacia mí para tomar el oficio impreso y guardarlo en un pequeño sobre que buscó. Ahora sólo quedaba uno más en sus manos, era aquél que miré antes, y del que no me dio la oportunidad de preguntar—. Ahora, esto es... sobre tu seguro de gastos médicos.

Me lo tendió, y me quise aventurar a analizar ahora cada palabra escrita que éste contenía, desde el principio, y hasta que mi aliento entrecortado me lo permite más. Me había estremecido al notar esta vez, que el domicilio de Neverland, estaba registrado luego del de mi hogar aquí en la ciudad.

—Ah... debe haber un error—el señor Zelner pronuncia a mi lado y entre mis suspiros diminutos, no sabía que lo estaba mirando conmigo también.

—¿Un error?—quise saber, mirándole en un segundo y al otro volviendo a poner mi vista de lleno en la hoja. ¿Me había perdido de algo? ¿Hablará del domicilio de Neverland?—. ¿Por qué? ¿Qué es?

Suspiró.

—Rachel, me dijiste que la razón por la que has cambiado de parecer respecto a Los Angeles había sido porque sufriste un accidente. ¿No es así?

—Así es...—ya sentía que me pesaba el hablar, al advertir el cambio de su semblante, la confusión comenzaba ya a cederle puesto al primer turbio atisbo de pánico—. Pero no sé qué es lo que...

—...Oh, no. Tranquila, es sólo que, creí que me habías dicho que nosotros habíamos cubierto los gastos—musita más calmado a cada vez, volviendo de nuevo a rebuscar entre la información de ese documento—. Pero, veo que no es así, luego de todo.

—¿Qué?

—Así parece.

Siento en ese instante un nuevo frío abriéndose nuevamente a través de mi piel, una turbia incertidumbre que lacera cualquier seguridad de mis palabras, de mis movimientos, dejándome enteramente congelada ahí, con mis pies clavados al suelo y mis ojos al folio, advirtiendo todos esos últimos deseos que me animé a pedir aquél día de finales de Enero, estrellándose contra la sensación que tuve en ese entonces de que, no tardaría ya en terminarse todo.

—N-no... es imposible—continué entre titubeos y sin moverme, sosteniendo mi vista ante cada línea escrita ahí y el infierno que esperaba me haría vivir internamente—. Cuando me atendieron solicité que se cargara a nombre de la empresa, no pudieron haber sido cobrados de una forma diferente. Lo sé...

—Pues así lo han hecho—espeta, señalando entonces una parte del formato que no me puse a tomar en cuenta antes—. Aquí está escrito incluso el nombre de la compañía que dedujo los gastos completos., ¿Lo ves?

Y antes de que pudiese replicar con cualquier manera de objeción que no era precisa, mi voz, mi calor, y mi mundo desapareció todo ante mis ojos, dejándome completamente muda y absorta bajo aquellas primeras palabras que tuve que leer, y que comenzaban a encargarse de nublarme la vista, de cerrarme la ventana.

"Michael J. Jackson"

—No...—negué. Era más de lo que podía hacer, más de lo que mi mente, atestada en esa sarta de imágenes oscuras, me permitiría lograr.

—Curioso nombre, ¿No?—de pronto se pone a mirar la hoja con una expresión diferente, una de incredulidad relajada—. Hasta creería que se ha tratado del mismísimo...

—...Los procedimientos—le corté. Sentí que me sofocaba, que pronto mi voz se podía quebrar—. Lo que se me hizo, la intervención. No está... especificada, ¿Verdad? No dice nada ahí, no puede aparecer...

¿Y si ahí aparecía la palabra 'aborto'? ¿Y si ahí estaba la mención de un legrado? ¿Qué mierda iba a hacer entonces? ¿Qué explicación le iba a dar?

—No...—admitió, luego de pasar sus ojos entrecerrados dos segundos más—. Sólo la cantidad, y vaya que fue algo alta... Servicio de seguridad en el quinto piso del UCLA Hospital, habitación de lujo, servicio especializado de enfermería, te trataron bastante bien por allá. ¿No es así?

—N-no, yo...

Me muerdo sin más los labios para no permitirme hablar más. Ya estaba perdida, ante cada cosa que veía, que escuchaba de sus labios, que leía o sentía y rogaba por no advertir. Los recuerdos... los anhelos, el llanto, la muerte, las sombras, la salida inexistente de ese día comenzaban a caer encima de mí a una velocidad sofocante, de la que no me percaté.

Todo allí, todo lo que sufrí en ese universo, incluso el vacío que existe ahora en el lugar central de mi alhajero me hacía recordar la sarta de sensaciones y vidas que había dejado atrás, cómo lo he cambiado por este diario vivir, por esta rutina agobiante que trata de suplantar otros paraísos vividos. Recuerdo cada pérdida como su se burlaran de mí, como si el antes, y el porvenir que imaginaba me señalara con el dedo cada vez que me largaba a llorar. Cada noche de cada mes que pasó, desde que le había dejado.

Mis ojos escocieron, el ardor comenzó.

—D-disculpe... por favor...

Me excusé tras un gemido roto, sin fijarme en su reacción, sin importarme más nada, encaminándome hacia el despacho que daba proximidad al lugar y tratando como podía de que la puerta no hiciese un ruido atenazador luego de mí. El jaleo de preguntas y recuerdos forzosos a mi alrededor me parecieron de pronto una discordancia impensable, insostenible y lastimera en su forma de encerrarme sin más dentro de otra oficina para echarme a llorar, para drogarme de nuevo de mis propios recuerdos.

Me dejaba caer contra la moqueta con mi cuerpo apoyado contra esa puerta cerrada, en medio de la oscuridad, y me cubrí el rostro con mis dedos envueltos en una urgencia patética, sofocante, sintiendo el llanto quebrándose en pos de mi garganta como si fuese no más que un grito desesperado, o como uno de mis latidos irregulares más cierto que ese mismo dolor.

Mierda, no... Michael no estaba para sentir que podía dejarme ir, y tirarme a llorar al lado de él, no me vería, no sabría cómo me sigue doliendo, cómo no sé siquiera si lo podré soportar al final. Ya no estaba, ni volvería a estar ahí, riendo y respirando mi mismo aire, existiendo en vez de mi soledad, en medio de mis puertas cerradas y mis muros inquebrantables de olvido.

Acéptalo, Rachel, mierda. Comprende que esto ha sido lo último que hizo por ti, que haber cubierto por esos gastos sería lo último y nada más, y no significaría que algo había cambiado. Ya no volveré a recibirle en cada atardecer luego de un día agobiante cargado de ensayos, o reuniones que pintaban un porvenir lejano, ya no me lanzaré contra su cuello apenas llegue a casa para poder besar sus labios por fin.

No nos resguardaríamos en nuestra habitación en las noches de tormenta, ni nuestras piernas se enredarían bajo las sábanas como un solo lazo más fuerte que nuestro mismo deseo. Su cabello... tenía que olvidarme de él; sus ojos... tenía que eliminarlos; sus labios, su rostro... él. Ya no está. No sentiré nunca más el calor de esos brazos rodeando mis caderas en medio de uno de nuestros besos, de sus manos acariciando mi vientre como si fuese algo más preciado que su tesoro más infinito. No veré sus ojos de nuevo, cafés y profundos, centellantes y vivos, apreciándome a cada oportunidad.

Ya no podrá ser el amor de mi vida simplemente, él no sería más mi razón principal para respirar.

Porque el sólo recordarlo sería una odisea de magnitudes abismales. Una batalla a muerte conmigo misma, tinieblas palpitando, ardiendo y rasgando ahí, en cada uno de mis alientos.

Llevo mis manos hacia mi rostro, con la completa urgencia de ocultar el reguero ardiente de lágrimas que sólo no dejan de salir, las atrapo y borro entre las yemas de mis dedos, amordazándolas entre esos recuerdos muertos, restos de latidos, de besos, y tan sólo para volver a comprobar lo que ya estaba dado por hecho, lo inútil que serían mis intentos. Porque ya estaba perdida, completamente echada a la oscuridad... Sola, aquí. Y él estaba allá.

¿Pero cómo diablos fui a olvidar lo obvio? ¿Cómo pude creer que lo nuestro obligatoriamente debía durar una eternidad? Confiados en un futuro que no estaba escrito en piedra y ahora miramos con nostalgia y resignación. Si él ha sido para mí lo increíble, la belleza, el arte, el deseo, la pasión pura, lo impensable, la luz, el agua, el calor... y simplemente asumir que sería para siempre fue tan incómodo, fue el paraíso por unos instantes, fue armonía total en un escalón de mi propia existencia.

Todos esos instantes vividos a su lado, llenos de magia y grandiosidad, me habían hecho olvidar que el mundo cambia, y que él también podía cambiar, que estar acompañado no significa adherirse a esa persona, ni tampoco pertenecerse el uno al otro, no significa perderme a mí.

No, no nacimos pegados.

Al conocerlo, no venía con garantía para mí.

Y aún así, él se llevó algo de mí, y yo algo de él. Fuese como fuese.

Me limpié las pestañas empapadas otra vez, suspirando para armonizar mis respiraciones entrecortadas mientras colgaba mi bolso de nuevo sobre mi hombro, y me intentaba incorporar ya de una vez. Necesitaba marcharme, irme de ahí y resguardarme de nuevo en otro lugar. Necesitaba escapar y no ver a nadie más que mi reflejo destruyéndose frente al espejo de mi habitación.

Subí a un taxi que aguardaba por ahí, no hablé salvo para dar indicaciones, no pensé sino en nada más que en el bendito nombre que se tuvo que ir a clavar en mi mente como una endemoniada daga venenosa, y no quise mirar más allá de mi pasillo extendiéndose escaleras arriba, que me hacía trastabillar ante lo borrosa que las lágrimas habían dejado mi mirada. No me importó, quería irme, quería desaparecer.

Pues ya no me importaba si le espero, porque sé que él no lo iba a hacer, ya no me importaba pensarle, pues claramente él no lo haría tampoco. Y no se lo diría a nadie más; éste era un secreto entre mi corazón y el suyo, uno de esos que no se dicen, ni estando vivo, ni siendo sólo la mitad de lo que fui una vez.

Levanté la mirada para mirar mi puerta y no pude sino contener mi pulso al mil, junto a un sollozo atorado en el pecho, con los ojos brillantes y preocupados de Ross encontrando los míos sólo unos centímetros de mí.

—¿Ross...? ¿Qué...?

Musito y froto mis ojos otra vez, intentando despejar mi vista y a mis pensamientos junto con ella. No lograba comprender en absoluto, no lo esperé.

—Oh, no—murmura con tono indolente, orgulloso, y gesticulando una simple media sonrisa—. Ni se te ocurra ir dentro ahora. Justo estaba a punto de ir a recogerte. Nos vamos ya.

—¿Nos vamos? ¿A... dónde? ¿A qué...?

No es nada, no hará nada, no lo intentará, me repetí, rogando así para mis adentros que esto no se tratase de algo acorde con mi cumpleaños. Logrando así, que mi respiración se tranquilizase, que le pudiera mirar de alguna forma que no delate el llanto atenazando mi garganta enronquecida.

Pero nada cambió. Se giró, abrió la puerta y mis cosas ahí dentro echó sin más. Cuando me percaté de aquello sólo supe definir la realidad entre lo que pasaba, entre lo que deseé, y entre el beso pequeño que había dejado sobre mi mejilla. Que dejó sin culpa, sin titubeos, sin decir nada más.

Y entreabrió sus labios al alejarse, y dejarme contemplarle de nuevo.

—Tú y yo... iremos a cenar.

____________

Se me ha hecho un poco tarde pero aquí está. La nueva publicación, un nuevo giro. Y ya no puedo aguantar para contarles todo lo demás.

Saben que me ayudan bastante con su opinión, y con su voto. Me fascina saber lo que cada una tiene para decir, qué les pareció.

Nos veremos muy pronto!

Continua a leggere

Ti piacerà anche

52.3K 3.2K 25
Donde yo creo diversos universos y vos los lees. (Imaginas)
36.4K 2.1K 18
esta seria la historia donde una duckling habla con el gran robert. Nadie sabe lo que pueda pasar 7u7r :v
192K 22.8K 52
Elladora Black es la hija menor de Orion y Walburga criada para ser una sangre pura perfecta, sin embargo no es lo que planearon. Narcisista, egoíst...
1.6K 141 17
Donde Abril conoce a un ojiazul que la enamora de inmediato o Donde Juani conoce a una pelirroja...