Bajo las sombras [EN LIBRERÍA...

By StefyLeon_

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Un internado. Dos chicas que se odian. ¿O tal vez no? ⭐ ⭐ ⭐ ⭐ ⭐ Es verano del 2005 y la vida de Yzayana e... More

Personajes
Un poema antes de empezar
1 📚 Un libro que se desangra
2 🌌 Telaraña de hilos cósmicos
✉️ CARTA ✉️
📕 DIARIO 📕
3 👻 Fantasma y poltergeist
4 🏀 Salamandras vs Dragonas
5 🍰 El pastel de chocolate

Bajo las sombras © ¡Ya en librerías de todo el mundo!

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By StefyLeon_

Susurro de la autora: No es necesario que entiendas todo lo que vas a leer a continuación. Este es un prólogo pensado para ser críptico, pero esconde tantas piezas del rompecabezas que algún día regresarás aquí y dirás "¿Cómo no me di cuenta de esto?". Lee con atención, pero también disfruta del comienzo de la historia de Yza y Emma.

Nos vemos en comentarios.

***

Ofelia Barozzi observó el entierro desde la última fila. Medio oculta bajo las sombras del luto, contempló el curso de la ceremonia sin moverse ni pronunciar sonido. Cuando el sacerdote les pidió rezar por el alma de la difunta, la anciana mantuvo la mandíbula apretada. «¿Qué clase de salvación encontraría Ylari Amaru en el más allá?», pensó. La rabia reverberaba en su interior, aunque por fuera se mostrara serena, una estatua jorobada y vieja, casi indiferente, una estatua de mármol en medio del cementerio. Nada inusual.

Ofelia Barozzi había cometido errores en la vida, pocos, pero errores garrafales. Sus grandes triunfos tenían esa contraposición catastrófica. Asistir al entierro de su peor enemiga se contaba entre ellos, porque significaba aceptar que la muerte le había arrebatado su tan ansiada venganza.

Le dolía la espalda, como todos los días después de que despertara en el hospital con la columna deformada. La dosis de morfina que había tomado por la mañana no estaba siendo suficiente, así que se tragó dos pastillas, pero, a diferencia de la punzada en las cervicales, la rabia tal vez nunca disminuiría.

Marcharse e intentar vivir con el regusto amargo de una tarea inacabada parecía ser la mejor opción a esas alturas, pero la anciana tenía una razón poderosa para seguir soportando la silla desvencijada: la muchacha.

Ofelia la distinguió como la única ocupante de la fila dispuesta para los familiares de la difunta. Tan estática como la anciana, la joven mantenía la mirada baja y se distinguía el cuello mal doblado de su vestido negro. El sacerdote tuvo que llamarla dos veces para captar su atención: «Yzayana, Yzayana». La anciana la siguió con la mirada mientras la chica se paraba frente a todos y pronunciaba un discurso.

Las palabras de Yzayana provocaron en Ofelia Barozzi un escalofrío, una anomalía en su voluntad. La voz de aquella chica le picó el corazón como un pájaro carpintero y tocó un nervio profundo y sensible. Le arrebató la tranquilidad, la frialdad, todo...

«Debo repudiarla», se dijo, porque era lo natural, porque había odiado a la madre, y madre e hija encajaban en el cliché de las gotas de agua: eran idénticas. La misma cabellera negra recogida en un par de trenzas, la piel marcada por el mestizaje, los pómulos casi felinos, las cejas desafiantes. Ambas tenían ese algo salvaje que a cualquiera le provocaba retroceder un paso. No obstante, cuando se colocó bien las gafas y la examinó con más atención, encontró en los rasgos de la muchacha los de Marcus Barozzi, el hijo de Ofelia. Presentes estaban en el rostro de Yzayana, como presentes siempre estaban en los pensamientos de la anciana. Eran las facciones de un joven ingenuo que las garras de un monstruo habían destrozado.

Y los ojos...

«No puedo ignorar esos ojos dorados», se dijo, porque eran el par de estrellas jóvenes que a Marcus le habían sido arrancados de las cuencas. Eran la prueba del lazo de sangre que muchacha y anciana compartían. Yzayana Amaru era, indudablemente, la hija de Marcus, la nieta de Ofelia. La última heredera de una maldición.

La anciana quiso odiar al fruto de la maldad de su enemiga, pero no pudo. Yzayana era una víctima y Ofelia se preguntó si podría protegerla de las sombras que se cernían sobre ella. ¿Sería capaz de presentarse como su abuela y revelarle la dolorosa tragedia que se ocultaba tras su nacimiento?

El abogado le había dicho que la muchacha desconocía las circunstancias infames en las que había sido concebida. Revelarle un secreto como ese no solo era cruel, la marcaría para toda la vida. Lo más piadoso era abandonarla a su suerte y que nunca descubriera la verdad.

Ofelia se levantó. A sus espaldas esperaba un Cadillac reluciente que la llevaría de regreso al hostal y al silencio que sepultaría el secreto más doloroso de su existencia. Dos caminos. Una decisión. Enfrentar o escapar. Ir hacia adelante o retroceder. Retroceder o ir hacia adelante...

Caminó, de eso fue consciente. Se apoyó en su bastón y caminó por el césped amarillento. Sus pasos se detuvieron junto a la tierra que esperaba ser arrojada sobre el féretro. Se encontraba tan cerca de su enemiga que le repugnaba, pero, al mismo tiempo, estaba tan lejos de ella que la eternidad no bastaría para volver a encontrarlas.

—¿Cómo te sientes?

Yzayana estaba tan absorta mirando la tierra que ni siquiera se giró hacia quien le hablaba. Era una pregunta absurda, de todas formas, tan absurda que a continuación sucedió lo que Ofelia temía. La muchacha cayó de rodillas como si hubieran dejado de aguantar su peso. La anciana le puso la mano en el hombro, intentando reconfortarla, y sin saber qué más hacer o decir, como si la adolescente fuese ella y no su nieta, dejó escapar aquello que la atormentaba.

—Tu madre vivirá en ti, no morirá jamás.

—Ese es el problema —pronunció Yzayana sin dejar de temblar—. Se ha marchado para quedarse por siempre.

Los temblores crecieron, los asistentes las rodearon, murmuraron mil consejos, pero nadie actuó. Ofelia enjugó la frente de su nieta y notó que tenía fiebre. Pidió un doctor. Los temblores cesaron, pero solo porque Yzayana se desmayó.

***

Estaban en un salón privado del hostal. Los ojos dorados de Yzayana, antes perdidos en la oscuridad de sus propios párpados, examinaban la habitación como descifrándola.

A la anciana, esa mirada la asustaba.

¿Había sido un error traerla consigo?

Ver a su nieta desmadejada al borde de la fosa, con los ojos dorados cerrados al mundo, fue recordar a Marcus, sus soles apagados para siempre. Al final, el miedo la empujó a actuar. Fue el miedo de que la muchacha compartiera el destino de su padre.

Sin embargo, cuando Yzayana despertó, Ofelia no tuvo el valor para contarle la verdad. No pudo decirle: «Soy tu abuela. He venido por ti. No estás sola». Guardó silencio sin saber el peso que tendría esa decisión a futuro. Lo que sí sabía era que debía llamar al abogado e informarle de que no le contaría la verdad a la muchacha, no todavía.

El abogado era un hombre alto con la mitad del cráneo atacada por la calvicie. Vestía de negro y, cuando llegó, no tardó en extender los papeles sobre la mesa y los leyó en voz alta.

—Te heredó todo... —le dijo a la muchacha.

Aunque con «todo» se refiriera a una cabaña destartalada en las montañas, a un viejo jeep que día arrancaba y día no, y a las regalías por unos libros que nunca habían figurado, ni de lejos, en la lista de los best sellers.

—... pero lamento decirte que pasarán a tu nombre cuando cumplas los dieciocho años. Están en un fideicomiso. Como sabes, tu madre tenía muchas deudas y no quiso arriesgarse a que la embargaran a su muerte.

—¿Y eso significa...?

—Significa que tienes dos opciones: puedes quedarte en el pueblo y esperar a que Servicios Sociales se haga cargo de ti o puedes marcharte con la señora Barozzi, aquí presente. —La anciana intentó sonreír—. Ella es la directora de la Academia Barozzi de Artes y Ciencias...

—¿La qué?

—La Academia Barozzi de Artes y Ciencias —repitió la anciana—. Imagino que nunca has escuchado de ella.

La muchacha lo confirmó.

—Es una de las instituciones educativas más prestigiosas de todo México —añadió el abogado como si esa información la conociera todo el mundo—. El fideicomiso contiene una cláusula donde se especifica que, si la señora Barozzi se convierte en tu tutora legal, los bienes de tu madre pasan a ser el pago por los años que se hará cargo de tu educación. Terminarás tus estudios como interna de la academia y ella te ayudará a conseguir una beca en la universidad de tu preferencia.

La muchacha traspasó a la anciana con una mirada sospechosa.

—¿La Escritora la escogió como mi tutora? —preguntó.

—¿La escritora?

—Mi madre, Ylari. No le gustaba que le llamara «madre», prefería que usara su nombre o que le dijese «escritora».

—La Escritora, como la llamas, me escogió para tu tutela, así es.

—¿Por qué? —insistió Yzayana—. ¿Qué tiene que ver usted con ella?

—Ylari estudió en la Academia Barozzi. Allí nos conocimos. Supongo que, como antigua interna, pensó que era el mejor lugar para que continuaras tus estudios. Me gustaría darte una respuesta más concreta, pero la verdad es que tu madre no detalló sus motivos. Le dejó, al abogado aquí presente, una carta muy escueta.

—¿Puedo verla?

Los adultos se miraron entre sí y la anciana asintió. El hombre extrajo el documento del maletín y se lo entregó a Yzayana. La adolescente lo examinó. La carta redactada en máquina de escribir daba instrucciones específicas sin recaer en ningún sentimentalismo.

La muchacha se la devolvió al abogado y dejó caer la nuca contra el filo del respaldo de la silla. La anciana notó que tragaba saliva y los ojos se le habían empañado.

—¿Es cierto que me ayudará a entrar en la universidad que yo elija? —preguntó con la voz temblorosa.

—Siempre que mantengas un buen promedio —recalcó Ofelia.

—¿Pero lo hará?

—Lo haré.

—¿Lo promete? No importa la carrera que escoja.

—Lo prometo.

La muchacha se quedó pensativa y la anciana casi deseó que declinara la propuesta, así no tendría que decirle la verdad, podría huir y enterrar el secreto una vez más, tal vez para siempre.

—Iré a la academia —decidió Yzayana. No sabía que estaba sellando el contrato de una tragedia. Ofelia tampoco lo sabía.

—Perfecto. —El abogado sonrió mecánicamente—. Necesito que firmen aquí y aquí.

Más tarde, fuera del alcance de los oídos de Yzayana, el hombre interrogó a Ofelia:

—¿Cuándo piensa decírselo?

—¿Qué cosa?

—Que es su abuela.

—Se lo diré cuando sea oportuno.

—Pero señora...

—¿No cree que la muchacha ha sufrido lo suficiente?

—No tiene que decirle toda la verdad si no quiere. En este momento nada la reconfortaría más que conocer a su abuela y al resto de la familia.

Ofelia casi bufó.

—¿No se dio cuenta de lo inquisitiva que es? —soltó—. Es tan inquisitiva y desconfiada como lo fue su madre. Si le revelo una parte de la verdad, no descansará hasta llegar al fondo y eso solo la dañará. Es muy joven para entender ciertas cosas. Le pido que haga el favor de confiar en mí y mantenga la boca cerrada.

—Así lo haré, señora. De todos modos, Ylari Amaru tampoco estaba interesada en revelar sus secretos.

La anciana se estremeció al oír aquel nombre.

—Ylari Amaru estaba loca —siseó—. Huyó todos estos años para qué, ¿para terminar ofreciéndome a su hija en bandeja de plata? ¿Por qué me dejó la tutela si me odiaba tanto?

—Tal vez confiaba en que usted no odiase a su nieta. —El abogado se abotonó el abrigo. Estaban fuera de la posada y el viento frío calaba en los huesos.

—No lo sé, pero aquí hay gato encerrado.

—Lo que hay es una muchacha que ha vivido en las montañas toda su vida. Este pueblo es lo único que conoce. Es huraña, como una flor del páramo. Necesita tratarla con tacto.

—¿Cree que no sé cómo lidiar con una adolescente?

—No he dicho eso, señora...

—Le pido que no se entrometa en mis asuntos y se preocupe por trabajar en lo que acordamos. Necesitamos contactar a las personas adecuadas.

Cuando el hombre se marchó, la anciana aprovechó para llamar a Liliam. Había postergado el momento tanto como había podido, pero ya no podía dilatarlo más.

Liliam se mantuvo en silencio. Solo su respiración, a ratos entrecortada, era la prueba de que estaba al otro lado de la línea. Al final, dijo:

—El pasado siempre regresa por nosotros.

Fue un susurro apenas audible, pero la anciana se estremeció. Se dio cuenta de que había algo más de qué preocuparse. El pasado no regresa, se repite, y Ofelia Barozzi no estaba segura de poder hacerle frente una vez más.

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