Vuelo 1227

De MyPerfectGuys

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En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Sus vidas, sus familias... ya nada volvería a ser igual que antes. Mais

Prólogo
Cap.1
Cap.2
Cap.4
Cap.5
Cap.6
Cap.7
Cap.8
Cap.9
Cap.10
Cap.11
Cap.12
Cap.13
Cap.14
Cap.15
Cap.16
Cap.17
Cap.18
Cap.19
Cap.20
Cap.21
Cap.22
Cap.23
Cap.24
Epílogo

Cap.3

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De MyPerfectGuys

Narra _____:

Un molesto pitido amortiguado resonaba en mis oídos, al mismo tiempo que iba siendo consciente de una constante presión alojada en mi pecho. Asustada por esto, abrí mis ojos de forma exabrupta. Poco a poco aquel zumbido fue cesando, pero la presión aún seguía, y parecía que iba en aumento a cada segundo que pasaba. Mi cuerpo me dolía tanto como si un camión de cientos de toneladas me hubiera pasado por encima, aplastando así todos y cada uno de mis huesos, a demás de que me costaba muchísimo respirar. Algo que me ayudaba a hacerlo eran unos tubos que tenía en mi nariz conectados a una maquina de oxígeno. Jamás supe como se llamaban esos aparatos, y realmente ni si quiera me interesaba saberlo. Todo a mi alrededor me provocaba naúseas.

Estaba en una habitación de hospital, eso era evidente. Las paredes eran enteras blancas sin ningún tipo de adorno o recubrimiento, a excepción de un reloj solitario que colgaba de la pared justo en frente de mi camilla. La única luz que había en esos momentos era la de la luna llena, que entraba por un pequeño ventanal a mi derecha.

Y de pronto, como si de un flash se tratara, las imágenes del accidente me golpearon de lleno obligándome a darme cuenta de la realidad, obligándome a recordar la tragedia ocurrida. Era horrible todo lo que había presenciado. Los escombros, el humo, las llamaradas de fuego, los cuerpos sin vida tendidos a mi alrededor... el vello de mis brazos se erizaba al rememorar aquellos hechos.

La puerta de la habitación se abrió, haciéndome dar un brinco del susto, y apareció por ella un señor de unos cuarenta años con una bata blanca y unos papeles en la mano, quien supuse que sería mi doctor. Éste encendió una pequeña luz que había en la entrada, la cual apenas alumbraba, y se acercó hacia mí con paso decidido.

– Hola _____ – me saludó con voz neutra y rostro impasible. Se notaba que estaba acostumbrado a tratar con pacientes –. Veo que ya despertaste. ¿Qué tal te encuentras?

– No muy bien, me duele todo y me cuesta mucho respirar – le dije quejumbrosa haciendo una mueca mientras el asentía comprensivo. Pero otra vez, como si oleadas de recuerdos me invadieran de golpe, mi familia vino a mi mente de forma inmediata –. ¿Dónde están mis padres? ¿Dónde está mi hermana?

Él no se esperaba esa pregunta, ya que su cara esta vez si que fue de lo más expresiva y denotó la sorpresa e impresión que sintió, pero sin embargo se armó de valor y comenzó a hablar después de tomar una respiración profunda.

– ¿Recuerdas algo de lo sucedido últimamente? – me preguntó, a lo que yo asentí – A ver _____... esto es complicado de decir...

– ¿Qué les ha pasado? – pregunté empezando a sentir unas cosquillitas en mi estómago para nada alentadoras.

– Debes saber que han pasado dos días desde el accidente, y aún los servicios de rescate y emergencias no han encontrado a todos los pasajeros. Tus padres siguen en paradero desconocido, pero...

– Pero aunque los encontraran, sería imposible que continuaran con vida – susurré, completando su frase –, ¿no es así? 

Él asintió de forma cauta.

Aquello era demasiado para que mi mente analizara y asimilara de golpe. ¿Singnificaba eso que jamás los iba a volver a ver? Pues sí, eso parecía significar. Era ahora cuando de verdad me empezaba a sentir sola, totalmente sola. Era ahora cuando me daba cuenta de que aquella sensación de vacío que tantas veces creí sentir, no era nada comparada con lo que sentía ahora. Ahora si que era verdad que no me quedaba nada.

¿Por qué tenían que haber muerto ellos, si era yo la que cada noche deseaba acabar con el desastre de vida que tenía? Era injusto, muy injusto. Posiblemente la relación que mantenía con mi familia no era la mejor, pero aun así los quería mucho. El gran error que cometí fue el permitirme ir por el camino fácil y dejar que mi orgullo me cegara, no pudiéndoles así demostrar lo importantes que eran para mí, aunque no lo pareciera. Una escurridiza lágrima resbaló a toda velocidad por mi mejilla hasta alcanzar mi mentón, pero en seguida alcé la mano y la aparté con desesperación.

– Tendría que hacerte algunas preguntas... – meditó el doctor en voz alta analizando mi estado emocional –, pero creo que lo mejor será que me vaya y te deje sola para que descanses, ¿de acuerdo? Una enfermera vendrá con algo de comida en un rato. Yo volveré mañana por aquí para asegurarme de que no empeoras.

– Vale, muchas gracias – le dije realmente agradecida.

Hasta que él no salió de la habitación apagando la tenue luz encendida y permitiendo que el silencio volviera a inundar la habirtación, no fui consciente de que fuera comenzaba a llover. La luna había quedado oculta tras las nubes, por lo que ahora estaba todo completamente oscuro.

Intenté con todas mis fuerzas resistir la tentación y no llorar, pero era demasiada la presión que tenía sobre mí. Estaba muy conmocionada. No quería pensar en lo que a partir de ese momento sucedería con mi vida, puesto que sabía que mi estado no haría otra cosa más que empeorar, pero la incertidumbre por saber en manos de quién quedaría mi custodia me superaba. Sí, era cierto que nadie me había comunicado de forma directa la muerte de mis padres y de mi hermana, pero de algún modo pretendía ir amortiguando poco a poco el dolor para cuando realmente me confirmaran lo evidente. Siempre fui muy negativa, y en esta ocasión no sería menos.

Pasada una media hora, tal y como el doctor dijo, una enfermera trajo una bandeja con comida y la dejó sobre una mesita plegable delante mía. Una hora entera estuve removiendo la sopa con la cuchara y mirándola de forma retadora a la vez que pretendía que desapareciera sola, como si de algún truco de magia se tratara, cosa que, lógicamente, no resultó. A pesar de haber estado unas cuarenta y tantas horas sin ingerir nada de alimento, no tenía ni una pizca de gana de volver a probar la comida. Sólo quería llorar, llorar hasta secarme por dentro y morirme, pero eso último iba a estar complicado, ya que me tenían bien vigilada todo el día.

Aparté la bandeja a un lado y me acomodé entre los almohadones arrellanándome contra ellos, consiguiendo una postura medianamente adecuada para dormir, o por lo menos para intentar hacerlo. Al principio me costó, pero finalmente conseguí dejar mi mente en blanco y caí rendida.

                                                *     *     *

Desperté sobresaltada por una horrorosa pesadilla que acababa de tener. Estaba empapada en sudor, como si me hubieran tirado un cubo lleno de agua encima, y mi corazón latía desbocado, como nunca antes recordaba que lo hubiera hecho. Había revivido el accidente de nuevo con todos, absolutamente todos los detalles. Parecía todo tan real...

Al no haber ningún reloj en la habitación, debía basarme únicamente en la luz que salía de la ventana si quería hacerme una idea de que hora podía ser. Estaba amaneciendo, quizá las seis o las siete de la mañana serían. 

Durante lo que me parecieron horas eternas estuve mirando el techo de mi habitación tratando de encontrar alguna anomalía en él, lo cual, al ser completamente blanco, al igual que mi mente estaba en esos momentos, me resultó realmente complicado. Ya ni la pena ni el dolor propios de la situación que vivía me atormentaban. Era como si el botón imaginario de mi cuerpo que dejaba mi organismo en pause hubiera sido presionado. 

Había pasado el suficiente tiempo como para empezar a extreñarme de que ningún trabajador del hospital, ya fuera médico, doctor, enfermera o recepcionista, hubiera decidido pasarse por la habitación a hacerme una visita, lo que hizo que en mi cabeza una bombillita se encendiera instantáneamente. ¿Por qué no intentarlo? ¿Por qué no hacer uso de todas mis fuerzas y tratar de romper aquellos tubos que me rodeaban la cara y me conectaban a la máquina de oxígeno? ¿Realmente quería hacerlo? De alguna forma o de otra, algún día llegaría la hora de mi juicio final... así que, ¿por qué no adelantarme al destino y trazar yo misma mi propio camino? Si lo pensaba bien era incluso un privilegio para mí frente a otras personas el poder decidir si morir en ese momento o no.

– ¿Se puede saber qué haces? – preguntó el doctor exaltado entrando por la puerta como un huracán, pillándome en pleno intento de suicidio desastroso.

– Y-yo... – balbuceé quedándome paralizada en mi sitio, impresionada aún de que hubiera ocurrido todo tan rápido. Cualquiera diría que él había previsto lo que iba a hacer.

El doctor, quien aún no me había mencionado su nombre, soltó el pomo de la puerta al mismo tiempo que soltaba una bocanada de aire y negó cabizbajo. Cerró la puerta y caminó con pasos lentos hasta llegar a mi lado, dónde atrajo hasta él una silla que había por allí cerca y se sentó apoyando sus antebrazos en sus muslos.

– _____, sé que te es difícil asimilar esto, sé que cuesta acostumbrarse – habló con serenidad –, pero esa no es razón suficiente por la cual quieras quitarte la vida. Debes ser fuerte, ahora más que nunca – levantándose lo justo de la silla, la empujó hacia adelante con una mano y se acercó más a la camilla para quedar más cerca de mí. Esta vez si se enderezó y adoptó una postura más adecuada –. Bueno, como ayer te comenté, necesito hacerte unas cuantas preguntas. Puede que lo que quieras en estos momentos sea evadirte y olvidarlo todo, pero créeme que si respondes ahora ante mí más tarde no tendrás que hacerlo frente a la policía o los medios de comunicación. Aunque no lo creas, el país entero está pendiente del accidente y de todas las consecuencias que ha acarreado – me informó, dejándome algo más que impactada. Que la gente estuviera tan pendiente de mí era algo a lo que no estaba acostumbrada, y sabía que jamás me acostumbraría.

– Está bien, ¿qué quiere saber?

– Lo primero de todo es que tú has de conocer el estado en el que te encuentras. Tus pulmones están bastante dañados, por eso te cuesta respirar, digamos de forma menos coloquial que los tienes completamente machacados. A demás, algunas de tus costillas y vértebras se encuentran rotas, pero tranquila, no es nada que con el tiempo no se cure – dicho de la manera en que lo había hecho parecía que el único hecho grave ocurrido había sido una patadita que un niño de cinco años me había propinado en la espinilla. Estaba verdaderamente asustada por todos los diagnósticos tan terribles, si los comparaban con el mío, que ese hombre habría tenido que hacer –. Bueno, a lo que iba, hay una cosa bastante singular que descubrimos cuando examinamos las lesiones de tu cuerpo. Cuando te recogieron los servicios de emergencias en la zona del accidente, ellos me aseguraron que no tenías ningún objeto de peso sobre ti que provocara tales lesiones como las que te encontramos, sobre todo las de los pulmones, por lo que nosotros aún no le hemos encontrado ninguna lógica. ¿Tú te acuerdas de algo?

Fue entonces cuando mi mente pareció volver a ponerse en marcha poco a poco, dándome que pensar en aquel chico. El chico que me había salvado la vida. El chico que, a pesar de lo débil que se veía, se aferró con todas sus fuerzas a su valentía y me ayudó a continuar con vida.

– _____ – decía el médico pretendiendo devolverme a la realidad. Pestañeé un par de veces observando todo a mi alrededor y dándome cuenta de que me había transportado de nuevo a aquel día como en mi pesadilla –, ¿te encuentras bien?

– Sí, sí, perdón, es sólo que... – dije dejando mis palabras en el aire. Alcé la vista hacia él y lo miré fijo a los ojos –. Fue un chico el que me salvó.

– ¿Cómo? 

– Lo que oye. Un chico de mi edad se acercó a mí un tiempo después de que el último impacto del avión tuviera lugar y me quitó algo muy pesado de encima. No tengo ni la menor idea de cómo lo hizo, pues se veía claramente que estaba muy dolorido y hecho polvo, pero lo hizo – remarqué –. ¿Sabe usted de quién le hablo?

– Es posible – murmuró distraído ojeando un papel que extrajo de la carpeta negra que siempre llevaba bajo el brazo –. Algo que me sorprendió cuando te trajeron fue que, según el informe que te hicieron, te encontraron cogida de la mano de un chico... Sorprendente pero cierto – susurró para si mismo abriendo mucho sus ojos –. ¿Es el mismo del que me estás hablando ahora?

– ¡Sí, es él! – exclamé incorporándome en la camilla – Justo después de ayudarme se desplomó en el suelo a mi lado. Seguro que su cuerpo no aguantó todo el esfuerzo realizado – pensé en voz alta –. ¿Y cómo está él? Está vivo, ¿no?

Realmente me interesaba mucho saber sobre su estado de salud. Quería verle otra vez, necesitaba agradecerle por lo que había hecho por mí. 

– Está vivo... pero no consciente.

– ¿A qué se refiere? – pregunté vencida, imaginándome ya su respuesta.

– El chico está en coma.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué todo en el mundo estaba tan mal? Era indignante que personas que no les causaban ningún mal a nadie se quedaran inconscientes o murieran. Quería gritar y patalear como una niña chica mimada, quería protestar hasta que me consintieran para que todo estuviera bien, pero eso ni en sueños funcionaría.

– Pensábamos que había entrado en coma justo después del accidente, pero según lo que me cuentas, queda comprobado que no fue así. Como tú decías, lo más probable es que por haber forzado tanto a su cuerpo a hacer cosas que era incapaz por su estado tan débil, haya caído inconsciente.

Eso lo había mencionado yo anteriormente, pero al escucharlo de su boca me sentí la peor persona del mundo. Era por mi culpa que él estaba así. Mi boca cayó con mi mandíbula desencajada. Había provocado la parálisis cerebral de un ser humano... El doctor se estiró y con una mano frotó mi hombro derecho intentando animarme y alentándome para que no llorara.

– ¿Cómo se llama él? – pregunté entre sollozos.

– Harry, Harry Styles – dijo de una forma enigmática que no comprendí. Su nombre, para colmo, era condenadamente bonito... y por desgracia no dejaba de repetirse en mi mente una y otra vez haciéndome sentir muy culpable – ¿Lo conocías?

Yo negué con la cabeza, tan indignada conmigo misma que ni siquiera lograba articular ni una frase con sentido.

– ¿Podría ir a verlo?

– No, aún no, estás muy débil. Aun así, no es muy aconsejable que lo veas – me respondió.

– ¿Por qué? – cuestioné triste – Necesito verle.

– Él está muy herido _____, tiene vendado prácticamente todo el cuerpo... No sería algo muy agradable para ti verlo en ese estado tan demacrado – me aseguró con convicción haciendo una pausa, pero continúo hablando en cuanto se dio cuenta de lo indiferente que aquello me era –. Pero es tu decisión, y yo no soy quién para prohibírtelo – accedió finalmente –, así que sí, de acuerdo, lo podrás ver, pero seré yo quien te diga cuando y la cantidad de tiempo, y deberás obedecerme en eso de forma estricta. Ya sabes que en el hospital nos tomamos muy en serio esto de los horarios...

– Sí, por supuesto. Obedeceré en todo – dije con rapidez poniendo mucho empeño en que me creyera –. Muchas gracias... eh...

– Leopoldo, pero por ser tú te dejaré que me llames Leo – bromeó dándome un pellizquito en mi mejilla izquierda.

– Muchas gracias Leo – le sonreí por lo gentil que estaba siendo conmigo.

Después de responderle a algunas preguntas más al respecto, se fue y me dejó de nuevo sola, pero no sin antes asegurarme que haría todo lo posible por enterarse del paradero en el que se encontraban mis padres, y también que trataría de localizar cuanto antes a alguno de mis familiares. Guardé silencio al escucharlo mencionar esto, puesto que no quería darle detalles innecesarios sobre mi realación con la familia, pero era una idea nefasta, la cual no me emocionaba en absoluto.

                                          *     *     *

Y así fueron pasando los días, uno tras otro, hasta llegar al quinto. Me encontraba de ánimo algo mejor, pero sentía que todavía me quedaba bastante camino por recorrer para superar todas las penas que se me aglomeraban en la mente día y noche.

En lo que a salud se refería sí que me estaba recuperando con regularidad y normalidad. Notaba como día tras día me resultaba más fácil tomar aire y retenerlo en mis pulmones para ensancharlos y acostumbrarlos de nuevo. El oxígeno ya sólo lo utilizaba por las noches como medida preventiva, ya que al estar durmiendo no era muy consciente de lo que hacía y podía dejar de respirar en cualquier momento sin darme cuenta. Aunque dormir no era algo que hiciera mucho, no porque no quisiera, sino porque no podía. Descansar más de una hora del tirón era todo un logro para mí debido a la cantidad de pesadillas relacionadas con catástrofes aéreas que me atormentaban.

Sabía que llorar no servía de nada, pero contener las lágrimas era inútil en mi caso. Ya no era sólo el tema de mis padres el que me hacía entristecer, sino que llevaba algo parecido a una semana entera sin recibir visitas... ni una, y aunque desde un principio esperé y traté de asumir que eso sería así –porque siempre fui consciente de ello–, la esperanza de que alguien se acordara de mí no me abandonaba.

Todas aquellas infinitas horas del día en que no estaba lamentándome o llorando por la esquinas, las ocupaba en la lectura y relectura de revistas del año pasado que una enfermera muy amable, enviada por Leo, acudía a la habitación para cerciorarse de que estaba todo en correcto orden.

Estaba ya desesperadísima aguardaba por el gran día en que me dejaran ver a Harry. Se podía definir como ansiosa la forma en que me sentía, pero a la misma vez que la ansiedad, también era la culpa la que ocupaba un lugar importante dentro de mis sentimientos.

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