Engel (En edición)

Par AlmaMara

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En un futuro no tan lejano, Ada, una joven estudiante con el raro don de predecir el futuro a través de sueño... Plus

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25: POV Dareh
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Epílogo
Los Capítulos Extra De Engel

Capítulo 8

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Par AlmaMara


Mientras Tristan se recuperaba del shock sentándose en una silla, yo observé al impasible Dareh. Parecía que su talento iba más allá de poder viajar en el tiempo. Era muy misterioso. Todo lo referente a él estaba lleno de dudas, secretos e intrigas. De repente sentí el deseo de saber más sobre él. De saberlo todo sobre él. Quería ser su cómplice, su amiga. Me sentía extraña. Había muchas cosas que no entendía, y una de ellas eran mis sentimientos por Dareh. Estaba desconcertada. Apenas sabía nada de él, pero eso no impedía a mi corazón palpitar tan fuerte que parecía que iba a salirse de mi pecho. Y ¿Por qué me sentía así cuando él estaba cerca? ¿Acaso me estaba volviendo loca?

Salimos a la calle en cuanto nos hubimos planificado bien. La luz me cegó unos instantes, pero me acostumbré rápidamente. El panorama que vislumbré nada tenía que ver con las oscuras y peligrosas calles que me habían acechado la noche anterior, aunque a pesar de la luz que cubría todo, seguía teniendo un aspecto triste y gris, y la nieve sucia esparcida por todos lados solo aportaba más miseria. Me pregunté si existiría algún lugar en todo el planeta que se pareciera a mi campo de mariposas.

Los Naewat llevaban una chaqueta que les cubría la cabeza para esconder sus rasgos característicos. Ya habían llamado la atención con anterioridad y preferíamos pasar desapercibidos. La hostilidad entre especies en esta época era demasiado intensa.

No había muchos transeúntes por la calle, de hecho, había menos de los que había imaginado. Siempre pensé que las calles estarían llenas de personas que disfrutaban del aire limpio y de los rayos del sol, que iban de aquí para allá en sus quehaceres, etc., pero en lugar de eso, había edificios viejos por todas partes, con gruesas puertas de hierro similares a la de Tristan, que les servían para protegerse de ladrones y bandidos, y pequeñas ventanas con rejas.

Las paredes estaban llenas de inscripciones y dibujos, cada cual más obsceno que el anterior. Intenté pasar por la calle mirando hacia el suelo para no sentirme ofendida.

Al hacerlo, me percaté que el asfalto estaba sucio y lleno de basura. Un perro vagabundo escarbaba en una esquina especialmente sucia buscando algo que llevarse a la boca. El olor era repugnante. Todo realmente diferente a lo que había soñado. Quizá había sobrevalorado a la Tierra.

—¿Sabes, Tristan?— dijo June de repente mientras observaba el cielo—. Siempre nos han enseñado a creer que tú eras un héroe que intentaba salvar la Tierra y murió por su causa.

—Siento decepcionaros, pero puede que no sea tan maravilloso como creen— contestó frunciendo el ceño.

—No, lo que quiero decir es, ¿Quién querría cambiar el pasado? ¿Quién estaría interesado en que no se supiese cómo ocurrió la historia en realidad y convertirte a ti en el héroe?

—Seguramente los mismos que nos la han enseñado— dijo Styan—. Pensad un poco, ¿cuáles son los auténticos efectos del Engel, antes de la mutación?

—Fortalece el sistema inmunitario y...— empecé a recitar de memoria, pero entonces caí en la cuenta — sana y rejuvenece las células enfermas... De algún modo proporciona la eterna juventud. ¿Será eso de lo que se trata todo esto? ¿Miedo a la vejez y a la muerte?

—Tiene sentido— June empezó a reflexionar en voz alta—. El hombre vive al borde de la auto extinción, creyéndose el ombligo del universo, cuando se encuentran con quienes son más perfectos que ellos y que, además, tienen lo que el ser humano, a lo largo de su historia, desde el principio de los tiempos, ha anhelado: la eterna juventud. Es decir, el Engel.

—Según los anales de nuestra historia,— la Naewat parecía algo más relajada que antes, mientras contaba la historia de su pueblo— los primeros colonos que llegaron a la Tierra deseaban convivir en paz con los hombres, y como obsequio, les entregaron una muestra del Engel. La codicia pudo con esos humanos y empezaron a aniquilar a los de mi especie, acusándolos de los crímenes más absurdos que existen. Al final, esos humanos se hicieron con todas las reservas de Engel que teníamos, y los antiguos decidieron enfrentarse a ellos para defender lo que era suyo. Lo único que era suyo de todo el planeta.

—Pero entonces los que salimos realmente perdiendo fuimos nosotros— protestó June. —Perdimos un planeta entero. El Engel no valía todo eso.

—¡El Engel vale eso y más, humana miserable!— exclamó la Naewat ofendida.

—Hey, sin insultar— Styan se paró frente a la Naewat que intentó enfrentarse a él, pero la gran estatura de mi amigo la amedrentó y guardó silencio.

—No tiene sentido que discutamos ahora sobre quién tiene la culpa.— reprendí con cariño a mis amigos— Lo que cuenta es que en el futuro no tenemos Tierra y se nos ha brindado la oportunidad de volver al pasado para poder hacer algo al respecto.

—Que no se te olvide recordar gracias a quién ha sido eso— susurró Dareh en mi oído, donde sólo yo lo pude escuchar.

—¿Qué quieres decir?— contesté molesta.

—Que si fuera por tu don inútil, sólo serías una espectadora, y no una participante.

—¿Cómo te atreves a decir que mi don es inútil?

—Lo es— el híbrido continuó molestándome hasta que no aguanté más y le asesté un golpe en el brazo.

En el instante en que lo hice, una imagen apareció en mis ojos durante una milésima de segundo. La misma imagen de sangre y sufrimiento que había visto en mi sueño aquella noche. Y a juzgar por la cara de Dareh, él debía de haberlo visto también.

—¿Qué ha pasado?— pregunté asustada.

El híbrido alzó una ceja desconcertado, me tendió la mano y se la agarré.

De nuevo, ante mis ojos, estaba el bello bosque de mariposas. Dareh estaba a mi lado sujetando mi mano, pero su expresión tensa me dio a entender que realmente estaba a mi lado, viendo lo mismo que yo.

El revuelo de las mariposas me sobresaltó, pues sabía lo que venía a continuación: Los monstruos, que esta vez eran algo más visibles que antes, pero todavía sin definir del todo, habían empezado con su obra de muerte y destrucción.

En seguida las mariposas se convirtieron en humanos y Naewat, que yacían mutilados y descuartizados por las bestias en el suelo.

Dareh y yo nos miramos cubiertos de sangre.

—¿Qué es esto?— preguntó asustado.

—Es el sueño que tuve anoche...

El híbrido frunció el ceño y tiró de mi mano para sacarme de allí. En cuanto lo hizo, nos despertamos y volvimos a la calle en la que estábamos.

—¿Se puede saber por qué hacéis manitas?— espetó Styan de mal humor.

La expresión de Dareh era profunda, teñida de preocupación. Algo que se escapaba a su conocimiento acababa de ocurrir y eso no le gustaba. Se notaba en la tensión que tenía en sus hombros anchos y fuertes.

En lo que respectaba a mí, algo cobró un poco de sentido, pues Dareh estuvo a mi lado en el sueño, como siempre hacía, pero esta vez era realmente él. Y con el control de su propio talento me sacó de aquel infierno de pesadilla. ¿Acaso él era una llave para ayudarme a controlar mi don?

—Has... ¿has estado realmente ahí?— pregunté todavía tan sorprendida que no podía pensar con claridad.

Dareh no contestó. Miró sus manos y empezó a andar un poco más rápido hasta quedar junto a Tristan, que caminaba al frente del grupo.

Me sentí extraña. Invadida por la intrusión del híbrido en mi sueño. Pero a la vez, aliviada por no tener que soportar la carga de la destrucción yo sola.

—Ya hemos llegado— anunció Tristan—. Esta es la sucursal Montreal de nuestra ciudad. Una importante empresa de investigación y avances tecnológicos.

—Ya era hora. Tengo los pies destrozados— protestó Styan mientras se sentaba en el suelo—. Creo que nunca había andado tanto.

Llevábamos cerca de una hora caminando. Llegó un momento en el que se me pasó por la cabeza la idea de que no nos estaba llevando a ningún sitio.

—Os habría llevado en autobús, pero, con los gat... quiero decir, los Naewat, no nos habrían dejado entrar. En estos momentos valéis menos que los perros.

—Bah, ya estamos acostumbrados— protestó la Naewat.

—Está bien, Dana. Hacen eso porque saben que somos superiores— sonrió Dareh. En circunstancias normales me habría ofendido, pero tenía razón.

No se me había ocurrido pensar que hasta ahora no sabía el nombre de la Naewat. Era Dana. La observé unos instantes y me quedé embelesada con su perfección. Era alta, atlética, su piel, luminosa y lisa, era de un bonito tono melocotón, mientras que su pelo blanco, tan suave y liso como la seda, caía hasta la cintura. Los rasgos de su cara, tan delicados y redondeados, le daban una apariencia dulce, aunque, claro, nada distaba más de la realidad, pues como siempre, sus ojos estaban oscurecidos con el odio que realmente sentía por nosotros.

—¿Tengo monos en la cara?— su pregunta me sacó de mis pensamientos.

—N-no. Lo siento.

Ahora podía entender el por qué de su actitud. Siempre fríos, siempre desconfiados... habían sufrido mucho a lo largo de la historia desde que habían llegado a la Tierra. Muchas generaciones de sufrimiento acumulados en una mirada.

Miramos de nuevo el edificio. Era una enorme torre de vidrio tintado. Parecía un espejo gigante. Tendría aproximadamente unos diez pisos de altura. Nunca había visto una construcción tan alta, pero según los libros de historia, antes de la guerra existieron edificios con más de ciento sesenta pisos. ¿Cómo lo harían para que no se volcaran?

La pulcritud mezclada con la grandeza de aquella construcción, contrastaba con la pobreza y mediocridad de la plaza en la que se encontraba ubicada. Había algunos árboles poco cuidados, y suciedad por todas partes. Aquella sucursal era como una pieza de puzzle que no encajaba con las de alrededor.

El edificio tenía un símbolo enorme en la parte más alta. Una especie de corona de laureles rodeando una letra eme. Lo cierto era que me sonaba de algo, pero en aquel momento no supe identificar de qué.

—Voy a entrar a investigar.— informó Tristan—. Quiero que vosotros esperéis aquí hasta que salga y os diga qué hacer. No sé si mi hermano está ahí dentro y no quiero que corra peligro.

—No quiero que vayas solo— replicó Styan—. Iremos contigo.

—¿Te tengo que recordar que ésta— señaló el edificio— es la gente que quiere usar una mutación bactereológica para destruirlos a ellos? —señaló a los Naewat

Styan resopló resignado.

—En principio vamos a evitar confrontaciones innecesarias. Esperad aquí —sentenció Salazar dándonos la espalda y emprendiendo la marcha hacia el edificio.

Nos sentamos en la acera todos, a excepción de Dareh, que se quedó en pie de brazos cruzados, observando la edificación. Me acerqué con sigilo, y me paré detrás de él. Pensé que no se había dado cuenta de que estaba ahí, y cuando iba a abrir la boca para decir algo, se giró y me miró.

—Eres tan sigilosa como un mono con pandereta— murmuró mientras devolvía la vista al edificio.

Fruncí el ceño a modo de protesta, pero no contesté. Me paré a su lado. Todavía tenía muy fresco el recuerdo de aquella visión que habíamos tenido juntos. ¿Por qué había pasado?

—¿Qué más cosas puedes hacer?— pregunté con curiosidad.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, es obvio. Resulta que puedes viajar en el tiempo, llevar a personas contigo. Luego has mostrado algo a Tristan sólo con tocarle, y lo que pasó entre nosotros...

Dareh sonrió con picardía.

—Lo dices como si realmente hubiera ocurrido algo entre nosotros. ¿Te estás insinuando?

Me sonrojé con violencia al entender lo que estaba sugiriendo. ¿Acaso los hombres, sin importar su origen, siempre pensaban en lo mismo?

—¡No! Yo nunca... —me puse realmente nerviosa— en fin, olvídalo.

Me disponía a marcharme, cuando me agarró del brazo para impedírmelo.

—Estoy bromeando— su expresión jovial le hizo parecer más atractivo, si es que eso era posible.— No tienes mucho sentido del humor, ¿verdad?

—Claro que tengo sentido del humor, pero nunca sé si hablas en serio o no. Eres un poco complicado.

—Respondiendo a tu pregunta, Ada, en realidad no tengo ni idea de lo que pasó. Fue como si hubiera entrado en tu mente para ver tus sueños. Era como si realmente estuviera ahí.

—Estabas ahí. Eras tú de verdad. Nunca antes había podido compartir mis sueños con alguien...

Nos quedamos callados unos segundos. No quisimos decir lo que resultaba obvio. Tampoco hacía falta. Había cierta conexión que desconocíamos entre nosotros y eso lo supe desde el momento en que empecé a verlo en mis sueños con asiduidad, mucho antes de conocerle. ¿Él había sentido también esa conexión?

—¿Crees que podremos impedir la masacre?

Dareh me miró extrañado.

—¿Eso es lo que más te preocupa? ¿No te preocupa si viviremos para contarlo, o si podremos volver a nuestra época?

—Siempre he pensado que sería maravilloso tener una oportunidad de hacer algo por impedir la catástrofe que destruyó nuestro planeta. Saber que puedo tener aunque sea una pequeña oportunidad, llena mi ser de esperanza.

Se rió sin ganas y negó con la cabeza.

—No sé si eres la persona más brillante que conozco, o una necia ilusa.

No estaba segura de si debía tomar sus palabras como un halago o como un insulto, pero ver su sonrisa valió la pena.

—Me gustaría intentar algo. Yo he podido ver tu sueño con el toque de nuestras manos, me gustaría mostrarte ahora mi talento —siguió hablando.

Miré su mano extendida hacia mí. Nunca hubiera imaginado que Dareh fuera capaz de ser amigable. La agarré recelosa y él la estrechó suavemente pero con firmeza.

En ningún momento rompimos la conexión visual, pero todo a nuestro alrededor cambió. La sucia calle dio paso a una pradera verde con árboles a un lado y un lago al otro.

—¿Qué lugar es este?— pregunté sorprendida. —¿Estamos realmente aquí?

—No. Sólo nuestra mente. Nuestros cuerpos siguen frente al gran edificio.

—Todo esto es increíble— murmuré mientras miraba la puesta de sol, que se escondía entre los árboles y resplandecía sobre el agua, dándole aspecto de oro líquido.

—Lo sé— contestó muy pagado de sí mismo.

Estaba a punto de soltar su mano para acercarme al agua, pero él la sostuvo. Nuestras miradas se conectaron unos instantes. Parecía nervioso. Tanto como yo.

—No debes soltar mi mano, si no, romperás la conexión.

—Oh, de acuerdo.

Caminamos agarrados de la mano hasta el agua y nos sentamos frente al lago, dejando que nuestros pies descalzos se mojaran.

—Todo esto es muy real. ¿Cómo es posible?

—Tu mente te dice que te estás mojando los pies, porque realmente así lo cree, y tus sentidos obedecen a tu mente. Si el cerebro dice que te mojas los pies, tú sientes los pies mojados, aunque en la realidad no sea así.

—Entiendo.

Nos miramos en silencio. Había una magia especial en todo aquello que no lograba comprender. Nunca antes había sentido algo parecido y me resultaba imposible explicarlo con palabras. Estaba muy cómoda con él. Deseaba que aquella hubiera sido la realidad, pero no era posible. Teníamos una misión que cumplir. La Tierra dependía de nosotros.

Cuando me vine a dar cuenta, estábamos a escasos centímetros de distancia y me aparté azorada.

—Creo que deberíamos volver... es decir, despertarnos, o lo que sea que tengamos que hacer.

Él se aclaró la garganta incómodo, pero aún así sonrió. Y esa sonrisa aceleró mis pulsaciones. «Necio corazón que palpitas por quien te hace sufrir.» pensé para mí misma.

—Tienes razón.

Soltó mi mano e inmediatamente todo a nuestro alrededor volvió a ser como era. El enorme edificio brillante e impecable, rodeado de la inmundicia y la pobreza de la calle. Y él y yo estábamos parados de la misma manera que lo habíamos estado antes de que empezara todo aquello.

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