La casa estaba silenciosa, a excepción del violento viento agolpando por la ventana. Tus nervios crecían a cada golpe, crujido o susurro de hojas, escuchando a cada segundo todos los sonidos con agudez. Estabas asustada y te sentías estupida por ello. ¿Que clase de persona con la edad suficiente para tener su propio lugar se asustaba del viento?
Sabiendo que no podrías conciliar el sueño, marcaste el numero de Shawn. Mientras esperaba a que el llegase, te acostaste en tu cama, enrollandote con las sabanas y dejando un lugar para él.
Él se dejó entrar con la copia de llave que le habías dado, lentamente abriendo la puerta de tu habitación, evitando asustarte más de lo que ya estabas.
—¿Estás bien, nena?—preguntó de un suspiro, asomando la cabeza tras la puerta. Acto seguido, se acercó. Negaste con la cabeza. Odiaba verte triste o asustada. Se arratró bajo las sabanas, guiando tu cabeza a su pecho y envolviendo un brazo alrededor tuyo de manera resguardadora.—Haré que se vaya, no te preocupes—susurró. Comenzó a cantarte suavemente, tapando los golpes y crujidos provocado por el viento, hasta que tu cuerpo se relajó, indicando que finalmente te quedaste dormida en sus brazos.