Las cumbres de Elháran

By PercivalMatthews

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Mucho antes de que los humanos y los animales poblaran las tierras, existían los creadores. Y, mucho antes qu... More

Prólogo
El nacimiento de Cáledon

La ilusión del poder

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By PercivalMatthews

El poder corrompe, es un hecho.

Hacía ya poco más de dos años de la creación del gran Reino de Cáledon. Como se había acordado en el momento de la unión, Tréanor y Paranor dejaron atrás todos sus enfrentamientos y se convirtieron en grandes aliadas, controlando la mayor parte del continente. La prosperidad del comercio de Paranor se extendió por los vastos dominios de Markus y Selene y se erigieron nuevas fortalezas rodeadas de pequeños pueblos que salpicaban las verdes llanuras. La nueva capital del Reino se situó en una zona intermedia y la ciudad pasó a llamarse Doriath.

Gracias al enorme poder militar de Tréanor, Cáledon fue ampliando poco a poco sus dominios, incorporando algunas ciudades mediante su rendición al ver acercarse grandes huestes a sus murallas o conquistándolas cuando se oponían y ofrecían resistencia. Durante el primer año de su reinado, el Rey Markus había orquestado la conquista de todo el sur del continente y había tenido éxito. El norte era ahora lo único que se interponía a su supremacía.

Puerto de la gran ciudad de Doriath

Las pesadas puertas de madera con bañados de oro se abrieron pesadamente, dando al salón del consejo real, una imponente habitación dentro del palacio real. Era una estancia lúgubre, apenas iluminada por la poca luz que las vitrinas coloradas permitían pasar y por varios pares de candelabros situados en puntos distintos. En el centro de la sala había una lujosa mesa de buena madera oscura, donde se había representado el continente y, con el uso de figuras, todas las ciudades y ejércitos.

- Majestad - saludó uno de los capitanes que acababan de llegar, mientras se inclinaba - los espías han cumplido con vuestro cometido, mi señor.

- ¿A qué estáis esperando, capitán? - apremió el Rey Markus, malhumorado - hablad.

- Las ciudades del norte no parecen corresponder a un reino concreto, mi señor - empezó anunciando el capitán Rogers - todas parecen tener sus propias leyes, aunque muchas de ellas son compartidas y hemos podido observar mucho movimiento entre ellas, en efectivos y mercancías.

Los consejeros presentes intercambiaron las miradas, intentando asimilar y descifrar el significado del informe. El silencio se apoderó durante unos minutos de la sala, hasta que el capitán de la Guardia Real, William de Lox, lo interrumpió:

- Podrían tener una especie de líder, majestad. Alguien ha de estar controlando esas ciudades, aunque en apariencia no lo parezca.

- ¿Qué opináis vos, Rogers? - inquirió Markus.

- Las palabras de vuestro caballero tienen sentido, mi señor. Si no tuvieran alguien uniéndolos, esas ciudades estarían constantemente en guerra las unas con las otras.

El Rey miró atentamente el mapa del continente que había representado en la mesa, reflexionando larga y profundamente sobre lo que sería mejor para extender sus dominios.

- Preparad a todos los ejércitos - ordenó finalmente - vamos a conquistar el norte.


Esa misma noche, tras los habituales festejos en el salón principal del castillo acompañado por los principales guerreros y nobles residentes en la ciudad, el Rey Markus regresó a sus aposentos en la torre más alta de la fortaleza, a la que se accedía desde una larga escalera de caracol, iluminada débilmente por la luz de las antorchas. Al llegar, se encontró a la Reina Selene, más bella que nunca, sentada frente a un escritorio, contemplando las estrellas a través de los ventanales abiertos.

Aposentos de Markus y Selene, en la torre más alta de Doriath.

- Selene - la llamó con su enérgica voz - ¿os encontráis bien, esposa mía?

La reina giró la cabeza lentamente hasta cruzar su mirada con la del Rey Markus. Las lágrimas surcaban sus mejillas sonrosadas.

- ¿Por qué? - intentó decir acusadora, pese a que sólamente pudo emitir un débil hilo de voz - ¿Por qué queréis volver a dejarme sola, mi señor?

- Por vos, por mí y por toda Cáledon - respondió Markus, acercándose a ella y secándole la cara con el reverso de su mano - No lloréis, amada mía... ¿Ya no os acordáis?

- ¿De qué he de acordarme, mi señor? - Selene apartó la mirada un instante.

- Hicimos una promesa - contestó Markus - cuando el norte sea conquistado y controlemos todo el continente, estaremos juntos para siempre, tal y como os prometí.

- ¿Y si no llegáis a regresar jamás?

 El Rey la tomó delicadamente por las manos y la guió hasta el borde de la cama, donde se sentaron.

- ¿Es que aún no sabéis cuánto os amo, mi señora? - Markus apartó uno de sus castaños mechones de pelo ondulado y la besó con toda la ternura con que podía hacerlo - Quiero haceros el amor, Selene... y si he de morir en el norte, este momento junto a vos será lo último en lo que piense - por un momento ambos olvidaron sus penas y se entregaron a la pasión, hasta que finalmente Markus derramó su semilla en el interior de Selene. Después quedaron exhaustos, tumbados uno junto al otro, disfrutando de la noche - Os prometo que volveré victorioso... y entonces no tendremos enemigos nunca más. Cuando lo donimenos todo, nosotros seremos los Dioses.


En ese mismo instante, mucho más allá de Doriath, de Cáledon y del propio continente...  en lo alto de las cumbres de Elháran, los nueve creadores permanecían reunidos en la mayor estancia existente y por existir en el mundo físico, el Consejo del Hacedor, donde desde los inicios los nueve habían debatido el destino del mundo y las acciones de los Hijos de Elháran, los humanos.


El Consejo del Hacedor era un colosal salón de mármol blanco y de un techo altísimo en forma de cúpula, en la cúspide de la cual se abría un círculo que permitía ver claramente todas las constelaciones y maravillas que quedaban más allá del alcance de los humanos. El techo estaba a su vez soportado por unos pilares blancos, que dividían la estancia dejando un espacio circular central, donde se alzaban nueve tronos encarados hacia el centro.


- No debemos seguir tolerando las acciones de ese bárbaro - sentenció la Creadora del Amor - Muchos de los Hijos de Elháran han perecido ya en Raëdhros por su codicia y villanía.

- A su paso hacia el sur ha ido arrasando los bosques y destruyendo a todo lo que se le oponía - se unió el Creador de la Naturaleza - No pienso seguir consintiéndolo.

- Los he estado observando desde mis más que vastos dominios - se unía al clamor el Creador de los Mares - La crueldad de esos humanos para con sus iguales parece no tener fin.

Fue entonces que, atendiendo a las quejas de una parte importante de los creadores, Theörn, el Creador de los Vientos y líder del Consejo, se alzó lentamente y, alzando una mano, el resto de los creadores guardaron silencio inmediatamente.

- No hay nada comparable ni parecido a nuestro poder en todo el Mundo, a excepción del Hacedor - empezó relatando Theörn - Uno de nosotros, por primera vez desde que los Hijos de Elháran llegaron, habrá de acudir al otro continente y transmitirles la advertencia. ¿Quién de vosotros, hermanos míos, será el que acuda en nombre del Consejo?

Sin hacerles esperar, Maedhros, el Creador de la Guerra, se alzó imponente, de aspecto terrible y con un poder casi imposible de imaginar, dirigiéndose a los otros ocho miembros.

- Yo acudiré, hermanos míos, y transmitiré a Cáledon la advertencia de los creadores - ofreció Maedhros con la mejor de sus caras. Sin embargo, mucho más allá de la percepción del resto de los creadores, solamente Elháran conocía sus verdaderas intenciones ocultas.

- Sea pues, Maedhros acudirá en nombre de todos nosotros - concluyó Theörn.



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