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By MissEleanorRigby

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โš ๏ธLร‰ANME โš ๏ธ
๐Ÿ“– Nueva vida | ๐•๐จ๐ฅ. ๐Ÿ | ๐Ÿ”Ž
02 | London calling
03 | Juego de intimidaciรณn
04 | ยก4ร†M!
05 | Tregua
06 | El Club de Diรณgenes
07 | Trato hecho
El Blog de John Watson
08 | The blind banker |Parte I|
09 | The blind banker |Parte II|
10 | The blind banker |Parte III|
11 | The blind banker |Parte IV|
12 | The blind banker |Parte V|
13 | The blind banker |Parte VI|
14 | The blind banker |Parte VII|
โœจ 15 | The blind banker |Parte VIII|
El Blog de John Watson
El Blog de John Watson
โœจโœจ16 | Indiferencia involuntaria
17 | The great game |Parte I|
19 | The great game |Parte III|
20 | The great game |Parte IV|
โœจโœจ 21 | The great game |Parte V|
22 | The great game |Parte VI|
โœจโœจ 23 | The great game |Parte VII|
24 | The great game |Parte VIII|
El Blog de John Watson
๐ŸŒŸ NEW ๐ŸŒŸ 25 | Todos en contra del ayuntamiento
โœจโœจ26 | The girl-next-door
27 | Fashion emergency
28 | No Privacy
29 | Diamonds are a sister's best friend |Parte I|
30 | Diamonds are a sister's best friend |Parte II|
31 | Diamonds are a sister's best friend |Parte III|
El Blog de John Watson
โœจโœจ 32 | Sebastian Moran
โœจ 33 | Vive y deja vivir
โœจโœจ 34 | Brownies espaciales
โœจโœจ 35 | Murder on the dancefloor
โœจโœจ 36 | Invitaciรณn
๐ŸŒŸ 37 | Quรญmica corporal
El Blog de John Watson
โœจโœจ 38 | Walk of Shame
๐ŸŒŸ 39 | Somewhere only we know
40 | Into the woods |Parte I|
41 | Into the woods |Parte II|
โœจ 42 | Into the woods |Parte III|
โœจ 43 | That woman
44 | Tilly Briggs Cruise of Terror |Parte I|
45 | Tilly Briggs Cruise of Terror |Parte II|
46 | Tilly Briggs Cruise of Terror |Parte III|
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48 | Queenstown
49 | Fakestown
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El blog de John Watson
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08 | The hounds of Baskerville |Parte I|
09 | The hounds of Baskerville |Parte II|
10 | The hounds of Baskerville |Parte III|
โœจ11 | The hounds of Baskerville |Parte IV|
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15 | Omnisciencia
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โœจ19 | Silver Blaze
20 | The Reichenbach fall |Parte I|
21 | The Reichenbach fall |Parte II|
22 | The Reichenbach fall |Parte III|
23 | The Reichenbach fall |Parte IV|
24 | Negaciรณn
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27 | Supervivencia
28 | Better
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โœจ30 | At the door
โœจ 31 | Cenizas
โœจโœจ32 | Pale green eyes

18 | The great game |Parte II|

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By MissEleanorRigby

Holmes, Watson y Sanders se encaminan a toda prisa hasta el hospital de San Bartolomé, lugar en donde son recibidos por una chica de mediana estatura quien vestía un inmaculado delantal blanco y su rojizo cabello recogido al costado, enmarcando así unas bellas facciones. Inesperadamente, tan pronto como ve a Sherlock, los ojos de la mujer se iluminan como si contemplase un mágico atardecer, así, esta le saluda energéticamente, aunque él sólo le dirige una furtiva mirada y un leve ademán cortés para seguir con su apresurado camino. John, al notar lo sucedido, se desvía desde su ruta para saludarla.

―Hola Molly ¿qué tal todo?

―Bien, gracias por preguntar, John... ¿tú cómo estás? ―dice aún con su soñadora mirada en el distante Holmes, quien pronto desaparece por el gran corredor. Luego, su vista recae sobre la rubia, la cual permanecía silenciosa y de pie junto al doctor.

―Podría estar mejor, pero ya sabes, así es la vida ―bromea―. Esta es Alice Sanders, por cierto, psicóloga en Scotland Yard y nuestra vecina de arriba en el 221 ―Sanders le estrecha su mano a Molly, quien le observa insegura antes de reciprocar el fraternal saludo.

―Mi nombre es Molly Hooper, soy la forense a cargo en el hospital.

―¡Vaya! Un gusto, Molly... ―sonríe genuinamente en su dirección, aunque, pronto se ve distraída por la incertidumbre y se voltea hacia John―. ¿A dónde diablos fue Holmes?

―Seguramente está en el laboratorio, sigámosle. Nos vemos, Molly.

Los colegas caminan juntos hacia un inmenso cuarto inmaculadamente blanco, en cuyo centro estaba Holmes sosteniendo los tenis y escaneándoles atentamente con su mirada. Así, sus amigos se le unen y le rodean para intentar comprender al rizado quien, después de unos silenciosos minutos, comienza a analizar los residuos en las suelas de los zapatos y se vuelve raudo hacia un microscopio, murmurando para sí mismo. No compartiendo sus pensamientos con los expectantes observantes.

Alice por su parte, resignadamente aburrida, despeja parte de la mesa del laboratorio y se sienta sobre ella en la posición de loto mientras revisa su anónima cuenta de Twitter para contextualizarse con el mundo. Y John, por otro lado, se mantiene afirmado de un estante atrás de Sherlock, pero, a diferencia de la distraída psicóloga y trabajólico detective, paulatinamente comienza a perder la paciencia en aquel silencio sepulcral.

―¿Quién piensas que es?

―¿Quién?

―La mujer al otro lado de la línea, la mujer que lloraba.

―Ella no es importante, es sólo un rehén. No nos dará alguna pista ―al escuchar eso, horrorizada, Alice alza la vista.

―¿Cómo...? ¿cómo puedes ser tan insensible?... ¡Maldición!

―Ella no nos será de ayuda ―insiste el frívolo rizado y John le responde con cara de disgusto.

―¿Has rastreado la llamada siquiera?

―El hombre bomba es muy inteligente para eso ―sentencia y, coincidentemente, su propio celular suena. Así que este, sin moverse desde su posición debido a que se mantenía concentrado sobre su telescopio, ordena por cercanía―. Sanders, mi teléfono.

―¿Dónde está?

―En mi chaqueta.

―Vete a la mierda ―espeta la ofendida rubia, ello para pronto seguir distraída en su propio móvil.

―John, mi celular.

―¿Qué...?

El doctor se detiene durante algunos segundos haciendo sentido de lo requerido, para pronto

respirar profundamente irritado; sin embargo, aun así, camina de todas formas hasta el detective, escabullendo con brutalidad la mano en su cartera frontal de la chaqueta.

―Con cuidado ―se queja Holmes y Alice ríe por lo bajo. John les ignora, y, a regañadientes lee el mensaje que le habían enviado recientemente a Sherlock.

―Es tu hermano.

―Bórralo, los planos están fuera del país, no podemos hacer nada.

―Pues Mycroft piensa lo contrario. Te ha enviado ocho mensajes... Debe ser importante.

―Entonces ¿por qué no canceló su cita con el dentista?

―¿Su qué...?

―Mycroft nunca envía un mensaje de texto si puede llamar ―discute Holmes con voz monótona―. Entiende, Andrew West robó los planos del misil, trató de venderlos y le aplastaron la cabeza. Fin. El verdadero misterio aquí es ¿por qué mi hermano intenta distraerme, cuando alguien está siendo inmensamente interesante?

―¡Por Odín, Holmes! Intenta recordar que la vida de una mujer está en peligro ―enojada, Alice se pone de pie junto al detective y se cruza de brazos con actitud desafiante.

―¿Con qué fin? Hay hospitales llenos de gente que está muriendo... Doctora ―él alza la gélida mirada hacia ella―. Ah, pero qué cosas digo, tú sólo "analizas" mentes y poco sabes de biología ¿por qué no vas y lloras al lado de alguien moribundo para ver que tan bien le hace? ―antes de que alguno de sus ofendidos compañeros respondiera, se distraen al escuchar un alarmante sonido proveniente desde el microscopio que él ocupaba―. ¡Ajá!

―¿Hubo suerte? ―pregunta Molly ahora integrándose al laboratorio.

―¡Oh si! ―responde el entusiasmado detective y, en ese momento, un moreno hombre se escabulle en escena, al parecer tras de la recién llegada forense.

―Oh, perdón. Yo no...

―¡Jim, hola! ¡pasa, pasa! ―Molly parecía extrañamente feliz de que su amigo estuviese ahí. El moreno se une tímido y se acerca a los demás―. Jim, él es Sherlock Holmes... Y... Lo siento ―dice mirando a ambos acompañantes del detective.

―John Watson.

―Alice Sanders, hola.

―Hola... ―saluda Jim no pareciendo desear quitarle los ojos de encima al detective, quien no se molesta siquiera en alzar la mirada desde el microscopio―. Así que usted es Sherlock Holmes... Molly me dijo todo sobre usted... ¿está trabajando en uno de sus casos? ―comenta nerviosamente, mientras John y Alice cruzan miradas, ambos extrañados.

―Jim trabaja en informática, arriba. Así fue como nos conocimos ¡romance de oficina! ―añade Hooper con la esperanza de que a Holmes le importara.

Jim por su parte, camina sigilosamente hacia un costado de Sherlock y se detiene junto a él. Quién, al sólo observarle de soslayo durante una fracción de segundo, logra hacer su primera deducción.

Gay.

―¿Disculpa?... ¿qué? ―consulta Molly, perpleja.

―Nada. Hey... ―se corrige el detective de inmediato. Mirando a Jim, quién, al saludarle, torpemente bota una vasija de metal.

―¡Perdón, perdón! ―dice mientras recoge el objeto.

John rueda los ojos y Alice mira atentamente cada movimiento del incómodo hombre en cuestión.

―Bueno, será mejor que me vaya ¿veremos Fox a las seis? ―le consulta a la forense cuando se devuelve hacia ella.

―¡Sí, claro!

―Adiós, encantado de conocerlo ―se despide Jim de Sherlock a la distancia, pero este no se molesta en responder.

―Igualmente ―es Alice quien finalmente contesta, y, aún de brazos cruzados, le observa directamente a los ojos. Jim vacila durante un segundo y pronto abandona el lugar sin más.

―¿A qué te refieres con gay? Estamos juntos ¿sabes? ―le interpela Molly como un avergonzado susurro, pero Sherlock desestima lo dicho.

―La vida en pareja te sienta bien, Molly. Engordaste un kilo y medio desde la última vez que te vi.

―Medio kilo.

―No, uno y medio.

―Sherlock... ―el doctor trata de calmar las cosas, pero la castaña no parecía satisfecha luego de la aseveración de Holmes.

―¡Él no es gay! ¿¡POR QUÉ TIENES QUE ARRUINAR...!? No, él no lo es... No.

―¿Con ese grado de metro-sexualidad? Usa productos en su cabello.

―Productos en el... ―musita el doctor―. ¡Yo también uso productos en mi cabello!

―Tú lavas tu cabello, hay una diferencia ―insiste cortante―. Por otro lado, pestañas rizadas, restos de crema sobre las arrugas de su frente, ojos cansados de noctámbulo y luego está su ropa interior.

―¿¡Su ropa interior!? ―exclama Alice, quedando igual de desconcertada como el resto con lo último.

―Visible por la parte de arriba. Una marca muy particular usada por bastantes pertenecientes a la comunidad gay de Londres ―sus acompañantes alzan las cejas con asombro―. Además del hecho más evidente de todos... Me dejó su número telefónico bajo este plato ―concluye levantando el objeto en donde, en efecto, Jim había dejado su número―. Creo que deberías romper con él de inmediato y ahorrarte el dolor.

Molly parece quebrarse de un momento a otro y sale corriendo desde el laboratorio, sin embargo, Sherlock no parece entender por qué.

―Excelente. Maravilloso ¡bien hecho! ―gruñe John con fastidio.

―Sólo le ahorro tiempo... ¿no es más amable?

―No... no lo es ―sentencia la chica, pero en su mente revoloteaba otra idea―. Aunque, en algo podemos todos estar de acuerdo ¿no? ―dice observándoles a ambos de manera simultánea―. Ese tipo tenía una mirada perturbadora... Vacía ―ella sacude sus hombros con evidente desagrado―. Es cierto lo que Sherlock dice. Será brutal su método, pero, definitivamente es mejor que ella se aleje. Sobre todo, luego de que él hiciese sus preferencias trágicamente obvias.

―¿Estás de su lado después de todo? ―espeta Watson enojadamente―. ¡Eso no estuvo bien!

Holmes rueda los ojos, aburrido, y así toma un zapato de los cuales analizaba para lanzárselo a John con el fin de hábilmente cambiar de tema.

―Veamos.

―¿Qué?

―Sabes cómo lo hago ―explica alzando una petulante ceja―. Comienza.

―Oh no... ―niega con la cabeza―. No dejaré que me humilles.

―Necesito otro punto de vista. Sanders es buena analizando gente, tal vez tú seas bueno analizando objetos. Yo puedo con ambos, pero necesito una segunda opinión. Es muy útil... ―los compañeros de piso se miran a los ojos durante largos segundos, a excepción de Alice quien despeja su garganta para romper el tenso silencio.

―Deberían besarse, digo, hay mucha tensión acumulada alrededor de ustedes ahora y algo debería romperla ―se burla mordiéndose el labio, tratando de no reír.

―No seas infantil, Sanders ¿John?

―Bien ―accede dubitativo, ello mientras observa con detalle el tenis que sostenía―. Son un par de zapatos deportivos.

―Bien...

―Emm, están en buen estado. Diría que son nuevos excepto porque la suela está muy gastada. El dueño los tenía desde hace tiempo, y es de un diseño ochentero, bastante retro.

―Estás en forma ¿qué más hay? ―dice el detective. Sanders se sienta junto al microscopio de Sherlock y observa curiosa la escena.

―Son bastante grandes, por lo tanto, pertenecen a un hombre, pero...

―¿Pero?

―Hay rasgos de un nombre escrito dentro con un rotulador... Le pertenecen a un niño.

―Excelente ¿qué más hay? ―Holmes luce visiblemente orgulloso, pero, pronto John se rinde.

―Eso es todo.

―¿Eso es todo?

―Así que ¿qué tal lo hice? ―consulta curioso.

―Bien, John. Realmente bien, aunque, te saltaste lo más importante, pero ya sabes... ―Holmes toma una zapatilla y comienza a deducir ante la agotada vista de sus amigos―. El dueño las amaba, las limpiaba constantemente. Las blanqueó y lavó los cordones... Tres, no, cuatro veces. Hay rastros de piel muerta donde sus dedos entraron en contacto, por consiguiente, tenía eccema. Las zapatillas están más gastadas en el exterior, así que tenía arcos débiles. Fabricación británica, veinte años.

―¿Veinte años?

―No son retro. Son originales. Edición limitada, Dos tiras azules, 1989.

―Pero aún hay barro en ellas ¡parecen nuevas! ―dice la chica tomando la otra zapatilla y mirándola sin darle crédito a su data.

―Alguien las mantuvo así. Hay bastante barro incrustado en las suelas. El análisis muestra que es de Sussex, mezclado con lodo de Londres cubriéndole.

―¿Cómo es posible que sepas eso?

―Polen, es como un mapa ―aclara sin darle mucho mérito a lo rebuscado de aquel método―. El chico vino a Londres hace veinte años y perdió las zapatillas.

―¿Qué le pasó? ―vuelve a preguntar John

―Algo malo ―deduce―. Amaba esas zapatillas, no las dejaba ensuciar. No las habría olvidado si no fuese porque debía hacerlo... Entonces, un chico de pies grandes... ―el detective se detiene pensativo y luego de unos segundos sus ojos se iluminan―. Oh...

―¿Qué? ―preguntan ambos colegas al unísono.

Carl Powers.

―Disculpa ¿quién?

Carl Powers, John ―insiste.

―¿Qué significa eso, Sherlock? ―pregunta Alice.

―Es en donde comencé.

Sanders y Watson se ven obligados a correr tras Holmes hacia el estacionamiento y pronto abordan el auto de la rubia. John y Sherlock se sientan en la cabina trasera, y el detective comienza a relatar lo que, hasta el momento, sabía en voz alta.

―En 1989, un niño campeón de natación que vino desde Brighton por un torneo escolar se ahogó en la piscina en donde compitió ―narra suspicaz―. Un accidente trágico ¿lo recuerdas?

―Imposible, yo tendría unos cinco a seis años en esa época y vivía al otro lado del atlántico... ―responde Alice mientras conduce.

―No te decía a ti.

―Yo sí. Lo recuerdo ―agrega el doctor―. ¿Había algo sospechoso en el accidente?

―Nadie lo pensó, pero yo sí. Sólo era un niño y leí sobre aquel caso en los periódicos...

―Empezaste joven ¿no?

―El chico, Carl Powers, tuvo un ataque epiléptico en el agua. Pero, cuando lo sacaron desde la piscina, ya era demasiado tarde. Algo no estaba bien, no podía sacármelo de la cabeza...

―¿Qué?

―Sus zapatos.

―¿Qué pasó con ellos? ―vuelve a preguntar la joven mientras observa por el espejo retrovisor.

―No estaban. Armé un escándalo e intenté llamar la atención de la policía, pero nadie me tomó en cuenta ―relata frustrado―. Dejó todas sus pertenencias en su casillero, pero no había rastros de sus zapatillas ―el narrador toma la bolsa que contenía los tenis del niño―. Hasta ahora.

Los compañeros arriban al 221 y Sherlock se encierra en la cocina, dejando a sus abandonados vecinos en la sala. Aunque, después de un rato, John invade sin más el lugar en donde el detective se aislaba.

―¿Puedo ayudar? Sólo quedan cinco horas ―insiste y pronto suena su celular―. Es tu hermano... Me envía mensajes ahora... ¿Cómo sabe mi número?

―Es un maldito Holmes, acosadores por naturaleza ―dice Alice entrando a la cocina también y parándose tras Sherlock para así observar por sobre su hombro los recortes de periódicos que este analizaba.

―Mira, dice que es de importancia nacional... ―el doctor luce cada vez más preocupado, pero el detective lo ignora.

―¡Qué bonito! ―se burla Alice sin mirarle, aun distraída sobre lo que Holmes investigaba.

―¿Qué cosa?

―Eres tan patriota ¡DIOS SALVE A LA REINA! ―exclama ella con exagerado acento británico y Holmes bufa para no parecer entretenido por la burla a Watson. El doctor gruñe.

―¡No puedes sólo ignorarlo!

―No lo estoy ignorando, ―interviene Sherlock―, estoy poniendo a mi mejor hombre en ello, ahora mismo.

―Bien, claro... ¿a quién?

―Tú.

―Uy ―Alice alza ambas cejas con una risa burlona, Watson sólo le mira enojado y sin más abandona el apartamento.

Sherlock pronto le entrega recortes de periódicos a la joven para que los revisara, mientras que él analiza nuevamente los residuos de las zapatillas con su microscopio. Así, al cabo de un par de horas, la chica se pone de pie, va hasta su apartamento a prepararse un sándwich y baja con este dejándolo sobre la mesa; y, antes de poder tomarlo, Holmes ya le estaba dando una gran mordida.

―¡Hey! Eso es mío... ―reclama triste―. Y recuerdo claramente que una vez me dijiste que no comías mientras trabajabas ―la chica trata de alcanzar su comida, pero Sherlock le vuelve a dar una mordida frente a sus ojos.

―Con o sin comida en el estómago, eres igualmente inútil. Yo, por el contrario, puedo potenciar mis capacidades justo al momento de consumir carbohidratos ―replica con la boca media llena, para así continuar comiendo y mirando el microscopio.

La joven gruñe y, ya harta de la infantil actitud de Holmes, se tapa la cara con ambas manos, sosteniéndose completamente agotada. Así, no pasan más de quince minutos hasta que John se vuelve a integrar, pero, en ese exacto momento Holmes grita.

―¡CLOSTRIDIUM BOTULINUM! ―Watson y Alice quedan petrificados en sus posiciones―. Es uno de los peores venenos del planeta ―al notar que sus amigos no responden, prosigue―. Carl Powers.

―¿Quieres decir que fue asesinado?

―¿Recuerdan los cordones de sus zapatos? ―ambos asienten―. Padecía Eccema, así que debió ser fácil introducir el veneno en su medicación. Dos horas después, llega a Londres, el veneno hace efecto, sus músculos se paralizan y se ahoga mientras compite.

―Espera... ¿cómo es que la autopsia no lo detectó? ―pregunta John esta vez.

―Es virtualmente indetectable, ya que nadie le estaba buscando... Todos desestimaron el hecho como un desafortunado accidente, menos yo ―Holmes entra a su blog personal «La ciencia de la deducción» y comienza a escribir una entrada: «ENCONTRADO. Par de zapatillas pertenecientes a Carl Powers (1978-1989). Botulinum, veneno aun presente. Aplicado, 221B Baker St»―. Aún quedan rastros minúsculos del veneno en los zapatos, desde donde puso la crema en sus pies, es por eso que el asesino los robó.

―¿Cómo haremos que el terrorista se entere? ―pregunta ella, confundida.

―Llamando su atención y haciendo que el reloj se detenga.

―El asesino guardó sus tenis casi como un trofeo durante todos estos años, es un psicópata... ―susurra la rubia mientras, contemplativa, roza sus labios con la yema de sus dedos.

―Exacto.

―Eso significa... ―John queda a media oración.

―Él mismo es nuestro atacante ―completa Holmes y, así, de inmediato el teléfono rosa suena. Sherlock responde sin dudarlo.

Una abatida mujer da lo mejor de sí para poder hablar claro entre sus angustiados sollozos.

Bien hecho, tú. Ven por mí.

―¿Dónde estás? Dinos donde estás.

La mujer al otro lado de la línea da las indicaciones y Alice llama a Lestrade para informarle. Al cabo de unas horas, los cuatro se reúnen en Scotland Yard.

―Ella vive en Cornwall. Dos hombres usando máscaras irrumpieron en su hogar y la obligaron a conducir hasta el estacionamiento. La cubrieron con suficientes explosivos como para derrumbar una casa y la obligaron a llamarte ―comenta Lestrade, sentado tras su escritorio, ello mientras Holmes se paseaba de un lado a otro.

―Si ella improvisa tan solo una palabra de su libreto, un francotirador cual le vigilaba a distancia le hubiese hecho explotar.

―O si tú no hubieses resuelto el caso... ―agrega un lúgubre doctor.

―Oh... elegante ―musita Holmes, complacido y para sí mismo. Alice le observa irritada.

―¿Elegante?

―¿Cuál es el motivo? ¿por qué alguien haría algo así? ―pregunta Greg en voz alta.

―No puedo ser la única persona en el mundo que se aburre ―responde Holmes de manera vaga y nuevamente suena el celular rosa.

Tiene un nuevo mensaje... pip, pip, pip, pip...

―Cuatro pips.

―La primera prueba fue superada, o eso parece. Aquí viene la segunda ―aclara el detective mostrándole a Lestrade la foto que había llegado recientemente con el mensaje.

―Veré si lo han reportado ―asegura el D.I. luego de ver la fotografía del automóvil, y, en ese momento se integra Donovan a la oficina.

―Fenómeno, es para ti ―dice entregándole un teléfono inalámbrico. Holmes sale de la oficina y comienza a hablar. John y Alice cruzan tensas miradas, pronto siguiéndole el paso al detective.

―... Has robado otra voz, supongo... ¿Quién es usted? ¿qué es ese ruido?... ―Sherlock se queda estático con el teléfono junto a su oreja, mientras sus colegas mantienen la vista fija sobre él, expectantes. Así, en ese instante, se les integra un agitado Lestrade.

―¡Lo encontramos!

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