Por favor, déjame olvidarte

By RaeInTheMiddle

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¿Cómo te recuperas de un corazón roto? ¿Cómo es que logras volver a enamorarte? Después de llorar y llorar po... More

Una historia de amor
Cediendo
La primera cita y el primer beso no siempre van de la mano
Atando cabos
Declaración
Infortunio
Un poco de amnesia
Julia
Solo quedo yo
Esperanzas renovadas
El fin
El mismo de antes
Una tarde de otoño
Muy celosa
Noche de chicas
Nuestro acuerdo
Una noche con José
Con los días contados
Un mal día
Decidida
Scheiße!
Malentendido
Diciembre lluvioso
Hemos regresado
Confusión
La última vez
Cambio de papeles
Dudas
Fiesta de Navidad
A un paso
Año Nuevo
El día después de...
Planeando el futuro
Pasado y presente
Presentimiento
Compras y disculpas
La boda
El principio del fin
Adiós a todos y a todo
Una historia para contar
Algunas cosas nunca cambian
Sin embargo otras sí
Una última vez
Golden Love

Desliz

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By RaeInTheMiddle

                  

—Nada va a pasar. No sé por qué estás tan nervioso. 
—Ni yo mismo lo sé. Seguramente es porque tardaste demasiado en presentármelas. Lo normal es que estas situaciones pasen en el primer mes, por lo menos. Ahora como que me da miedo.
   Sonreí y me acerqué para darle un beso en la mejilla.
   Ezra y yo habíamos estado saliendo por siete meses. Nunca creí que duraría tanto con alguien a los dieciséis pero como siempre, él me sorprendía. En los siete meses a su lado, había aprendido muchas cosas de él y con él. Hasta me había enseñado a bailar. Y tenía talento, ¡quién lo diría! O bueno, al menos eso me había dicho él. Seguramente no era verdad, pero con Ezra me sentía especial, mejor. Era alguien importante en mi vida y había llegado el momento de que conociera a mis amigas.
   Cuando le propuse la idea, se mostró de acuerdo y me parece que hasta aliviado. Y claro, también feliz. Me dijo que era rara. Está bien, no lo dijo así tal cual pero lo dio a entender cuando dijo que no era normal que le hubiese presentado a mi familia primero, ni a Nicolás. Así que sí, resumiendo, me dijo que era rara. De cualquier forma, no le hice caso.
   La verdad es que todo se debía al poder que tenían mis amigas sobre mí. Yo sabía que nada malo podía pasar con él, pues era agradable y tendía a hacerse amigo de todos. Pero aún tenía su apariencia, esa que todavía podía ponerme nerviosa, y en cuanto mis amigas lo vieran en vivo y a todo color, sabrían su experiencia en relaciones y compararían la mía (o sea cero) y podrían verme con preocupación, lástima y/o resignación. Preocupación porque quizás mi corazón estaba en riesgo al estar expuesto ante este chico que podría ser un rompecorazones. Lástima por toda la historia y experiencia que Ezra claramente tenía. Y resignación ante el inevitable y amargo rompimiento. Y era horrible que creyera que mis mejores amigas pensaran tan poco de mí pero solo me preparaba para el peor escenario. También sabía que era espantoso tener toda esa inseguridad y celos hacia las ex de Ezra pero no podía evitarlo y aunque me costara admitirlo, sí estaba celosa.
   Ezra desconocía que, en ocasiones, me embargaban tan desagradables sentimientos. Claro que él no tenía que preocuparse por mí ni sentir inseguridad. Era mi primer y último pensamiento, a su lado no podía pensar en nadie más porque ¿cómo podría? Él había sido todo lo que yo siempre había evitado: los sentimientos empalagosos, las noches en vela reconstruyendo cada conversación, cada palabra dicha, lo que sabía era una tontería. Faltaban dos años para por fin abandonar aquella ciudad que me había visto crecer y no quería ni necesitaba a alguien que me retuviera pero al ver a Ezra cada día, los deseos de irme se evaporaban y una fuerza invisible me halaba a él. El cariño que sentía y la confianza (a pesar de los celos) que se había ganado con prontitud eran antinaturales y me asustaba, pero si yo había podido confiar en él, mis amigas lo adorarían al instante.
—Vamos, no te acobardes ahora—lo reprendí—. Conocerás a unas chicas encantadoras que son menores que tú por un año.
— ¿Cobarde? Vaya, nunca nadie me ha acusado de ser un cobarde.
—Siempre hay una primera vez para todo. No te apures, Ezra, ellas te querrán como...—me callé antes de decir una estupidez. El amor estaba fuera de mi sistema y todo lo que sentía hacia Ezra era un profundo cariño. Muy profundo. Pero él había captado mi desliz y me observó, instándome a continuar, pero no lo hice y aparté la vista.
— ¿Emma? ¿Qué ibas a decir?—no lo miraba pero podía escuchar la emoción en su voz, tan suave y profunda. Cómo amaba... no, cómo me gustaba aquella voz.
—Que te querrán como a mí, ¿no crees? Un miembro más en nuestro círculo de amistades—el brillo en su rostro se había ido pero no sabía que decir para devolverlo por lo que lo besé larga e intensamente. Sin aliento, me aparté y dije: —No puede ser tan malo. Sé que todo saldrá bien.

  Vaya. Mis amigas se volvieron locas en el instante en que bajé del auto (puede que ver a Ezra abrirme la puerta influyera), y a pesar de mi corazonada, no me imaginé una reacción así.
   Hubo fotos, claro; hubo anécdotas; hubo llamadas recibidas cuando estaba con ellas; supongo que nada de eso las preparó para el Ezra verdadero y, ¿quién lo está? Y sé que presentar a tu novio ante tus amigas después de siete meses de relación es algo inusual pero hacerlo le daba una importancia que no estaba disponible a dar, hacerlo a mi familia fue de por sí difícil, pero todas las restricciones que tenía afectaban a Ezra y mi intención no era lastimarlo. Si este noviazgo iba a durar hasta que se fuera a la universidad, bueno, la disfrutaría lo máximo posible.

—... tres, cuatro. ¡Cuatro meses y estaremos en último año! —dijo mi amiga Rebeca. Las cuatro nos encontrábamos en nuestro sitio habitual: el patio trasero de Sandy. Era un  lugar hermoso, con pasto recortado perfectamente, dos árboles frondosos con una hamaca pendiendo de ambos y flores plantadas en una esquina, había rosas, gardenias blancas, pensamientos amarillos, claveles  lilas y tulipanes de todos los colores. La madre de Sandy no trabajaba y su vida eran las flores. También había una mesa de jardín con cuatro sillas, que nos iba de maravilla en momentos como ese.
—Ah, chicas, ¿lo sienten? La anticipación de largarnos de este lugar de locos—Mónica, tan sínica como siempre. Era, de las tres, mi mejor amiga. La conocía desde los ocho, me conocía y entendía como nadie lo había hecho anteriormente—. Ay, Em, no pongas esa cara, a donde quiera que vayamos ese novio tuyo te seguirá; está completamente loco por ti. Por cierto, ¿ya lo hicieron?
   ¿Mencioné que era increíblemente directa? E incómoda. Pero la amaba, a todas. Rebeca era la inteligencia y sensatez andante; Sandy era toda dulzura y bondad; en cuanto a Mónica y a mí, digamos que éramos lo mismo para el grupo, solo que mi humor era un poco variable pero Món era oscura. También tenía más experiencia que todas las demás, por lo que se moría que alguien más compartiera esa experiencia con ella y así hablarlo más abiertamente.
   Pero Ezra no había intentado nada y yo no era del tipo valiente que se lanza a la primera oportunidad, precisamente. Me habían dicho que eran los hombres quienes insinuaban y daban el primer paso a ese nivel y aunque sabía que no tenía nada de malo que yo lo diera, digamos que estaba un poco asustada de darlo.
—No—respondí—. No ha pasado nada.
—No me lo creo—contradijo Mónica, entornando los ojos con incredulidad—. Prácticamente te come con la mirada cada vez que te ve. Al menos eso alcanzo a apreciar cuando estoy frente a ustedes dos.
— ¡Pero no ha pasado nada! Yo estoy presente en los besos y en las caricias, ¿saben?
—Ah, pero hay caricias—apuntó Sandy y me irritó la forma en que me veía, como con lástima.
—Claro. Cuando nos besamos me acaricia el rostro, el cabello y, cuando el beso sube de intensidad, me presiona más contra sí, ya saben, nada de delicadezas; y entonces, comienzo a pasar mis manos por la parte trasera de su cabeza y él suelta suaves quejidos pero, en el instante en que lo hace, me aparta.
   Rebeca y Sandy me vieron como si hubiese dado demasiada información, y como que sí tenían razón pero quería la opinión de ellas.
—Vaya, amiga, no sé qué decirte. Me refiero que, de acuerdo a lo que dices, no tendría por qué detenerse; es obvio que lo disfruta tanto o más que tú, pero algo lo frena—comentó Rebeca.
—Tal vez sea gay—sugirió Sandy.
—Oh, vamos, tú has visto cómo la mira—le reprochó Rebeca—. Es imposible que alguien homosexual vea de esa forma a un heterosexual. No, debe ser otra cosa.
—De cualquier forma, no pienso perder mi virginidad a los dieciséis—terminé con la conversación.

Esa conversación me rondó la mente por varias semanas. No podía hablar de eso con mi madre, moriría de un infarto. Mi hermana era la persona menos indicada pues haría un escándalo. Mis amigas y yo sobre-analizábamos la situación. Una opinión masculina era lo que necesitaba, el problema era a quién preguntar. Desgraciadamente mi mejor amigo se había ido a otra ciudad para empezar un programa antes de iniciar la universidad, las ventajas de ser un nerd.
   Cuando supe que se iba rompí a llorar. Significaba que había crecido y que pronto yo lo haría. Quizá ya no nos hablaríamos, podríamos llegar a ser de esos amigos que son las personas más unidas mientras se ven pero uno se muda y dejan de serlo y pasan a ser extraños. Mis propios pensamientos me deprimían y tenía otras cosas en que pensar, por ejemplo: mi carrera, dónde iba a estudiar, mi precaria relación... Una sensación de picazón en la nuca, como si alguien me estuviera observando, me asaltó. Pasé la vista por la calle, mirando hacia ambos lados pero nada, no había nadie viéndome. Me encogí de hombros y seguí caminando.
     Instantes después sentí una mano tirando de mi brazo. Por reflejo solté un manotazo a quién fuera mi atacante y no grité sólo porque otra mano cubrió mi boca.
—Oye, tranquila, soy yo—susurró José.
— ¡Estás loco!—grité en cuanto retiró su mano— ¿Quién te crees para aparecer así? ¡Casi me matas del susto, tonto!
   Estaba molesta porque me había asustado y lo peor de todo es que ni siquiera se veía arrepentido. Sus ojos bailaban con humor y sus labios permanecían apretados para reprimir las carcajadas que amenazaban con salir. Cuando me tranquilicé y él se serenó, pudimos platicar decentemente. Estuvimos paseando sin rumbo por un buen rato hasta que recordé que tenía que ir a ver a Ezra. Le dije que iba a la librería que estaba a unas cuadras y que me encontrara ahí en veinte minutos.

Llegué a la librería y Ezra estaba por cerrar. Como estaba dándole la espalda a la puerta decidí jugarle una broma.
—Oh, ¿ya están por cerrar?—exclamé, haciendo mi voz más profunda.
—Sí. Lo siento, señori...—volteó y me deslumbró con una sonrisa. Avanzó hacia mí y me abrazó como si no nos hubiésemos visto en días.
—Me engañaste—reconoció. Reí y le solté.
—Por supuesto que sí. Estuve practicando esta broma—mentí.
—No me digas. A mí se me hace que necesitas practicar más—contestó él, sonriendo—. Quizás uno de estos días puedas hacer una broma que al menos me saqué una sonrisa.
—Ah, gracias, qué amable—solté sarcásticamente. — ¿Qué tal si te decía que estaba pensando en ser comediante? Habrías roto todas mis esperanzas. Supongo que no eres tan genial como creía.
   Mis palabras detonaron algo en su interior, pues entrelazó nuestros dedos y me besó. Subió mis manos hasta su nuca y las dejó ahí en lo que las suyas se entretenían con mi cabello. Nos movimos hasta el mostrador, deteniéndome solo cuando lo sentí detrás de mí. Entonces Ezra me tomó por la cintura y alzó para acomodarme en el mostrador, después se situó entre mis piernas y depositó sus manos en ellas, pasándolas de arriba abajo, acariciándolas. Sabía de sobra que nunca habíamos llegado tan lejos pero tampoco podía quejarme; lo estaba disfrutando.
    La situación se salió de control en el momento en que sentí sus manos debajo de mi blusa, sólo que no tenía intención de controlarla. Seguí besándole hasta que ya no pude sentirlo. Abrí los ojos y Ezra se encontraba a unos cuatro o cinco metros de distancia, con las mejillas encendidas de un intenso color rojo, el cabello revuelto-no podía verme muy diferente a él-y a su lado, un furibundo José con la camiseta de Ezra entre las manos.
— ¡¿En qué fregados estabas pensando?!—gritó José.
   No respondí porque no estaba segura de que la pregunta fuera dirigida a mí. Seguramente sí lo era porque me estaba viendo. Aunque igual no me importaba. Mi capacidad de entendimiento no alcanzaba a comprender por qué había hecho algo así. Si hubiese llegado a la librería encontrándonos en medio de tan apasionado beso, habría entendido su incomodidad; que su modo de separarnos fuese un sonoro carraspeo, totalmente comprensible. Mas llegar y jalar a mi novio, cuando éste se encontraba... hmm... ocupado, era inconcebible.
   Basada en mi experiencia con José y sus ataques de ira... No, no tenía experiencia, no como aquella. Callé hasta que él volvió a hablar. Y habló.
—Me dices que venga en veinte minutos, llegó y ¡¿estás besuqueándote con el tipo de los libros?! ¿Acaso estás loca? No lo conoces y ya quieres tira...
— ¡Ey, ¿qué te pasa?! ¿Por qué le hablas así a mi novia?—dijo Ezra, por fin. Se soltó de José y lo miró enojado.
—Espera, ¿qué? ¿Tu novia?— José me miró y luego a Ezra—Gracias, Brito. ¿Era necesario que me enterara de este modo? Nos vamos. —Me agarró el brazo (un poco brusco, la verdad) y nos fuimos de ahí, por suerte tuve tiempo de ver a Ezra y pedirle que me llamara después.

Unas cuadras y unos cuantos jaloneos después, me preguntaba a dónde nos dirigíamos. Sin embargo, antes de que pudiera preguntar, vislumbré su auto. A pesar de que moría por subir de nuevo al auto que era una reliquia-según me había dicho Nicolás, perteneció al abuelo de ellos cuando era joven-, no podía hacerlo en esas condiciones; José y yo teníamos que aclarar unas cosas.                           Me zafé de su agarre y lo encaré.
—Qué animal eres, José, me lastimaste—me quejé, frotándome la zona adolorida.
—Sí, seguro; te quejas porque te tomé un poco fuerte del brazo, pero no fuera tu noviecito ese porque ahí sí, no dices nada.
—Claro que no digo nada, él no me estaba encajando las uñas.
—No, él te encajaba la lengua.
   Sentí cómo bullía la furia en mi interior, cómo me ponía colorada, desde la frente hasta la punta del pie, apreté mis puños para no soltarle una cachetada que recordaría toda su vida. Conté mentalmente hasta diez, quince, veinte... No, no había servido. Lo adelanté e intenté abrir la puerta pero estaba cerrada.
—Ábreme—ordené.
   Me alcanzó y abrió la puerta, la mantuvo abierta hasta que me metí en el auto y acto seguido azotó la puerta tan fuerte que el auto se movió. Dando zancadas, rodeó el auto y se subió, después dio dos golpes al volante y cerró sus manos entorno a éste hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Pude notar como inhalaba y exhalaba para no gritar de nuevo; cuando se tranquilizó me miró y sabía que aún estaba enojado, pues me fulminaba con la mirada.
— ¿Qué?—le espeté.
— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo que qué?!—estalló. — ¿Desde hace cuánto tiempo tienes novio?
—No veo por qué debería de importar eso, la verdad, sencillamente lo tengo.
— ¡Importa, carajo! No puedes ir por ahí enrollándote con cualquiera en las librerías. ¿Qué tu madre nunca te lo dijo?
—Para serte sincera, no—contesté, y en contra de mi voluntad, sonreí divertida—. Me había advertido acerca de los antros, en la calle, e incluso en la escuela. Pero no en las librerías. ¿Quién hubiera dicho que era un gran lugar para besarte a gusto con alguien, no?
  —Estoy hablando en serio, Brito—musitó irritado. Al ver que seguía sonriendo, dijo: —No sé qué te hace tanta gracia.
— ¡Tú! Esta situación. Es que... ¿por qué te molesta tanto?—contesté. No objetó nada, por lo que proseguí. —Sí, no fue correcto haber hecho eso en una tienda pero tampoco iba a tener sexo; no soy estúpida.
—Yo nunca dije que lo fueras pero...
—Silencio que no he terminado. Tengo una teoría para tu comportamiento.
—Ah, vamos, quiero escucharla.
­—O me ves como tu hermana menor y saliste a defender mi honor—descartó esa opción con un ligero fruncimiento de ceño—. O estás enamorado de mí.
   Lo que le siguió fue un terrible y embarazoso silencio. Me maldije interiormente y abrí la boca para disculparme sin embargo la risa de José no me dejó. Sinceramente sentí alivio porque se lo tomó bien-más que bien, ¡se le salían las lágrimas!-, aunque a su vez también me dolió. No era necesario que se riera, con un simple 'no' bastaba, gracias. Me hacía creer que enamorarse de mí era tan imposible como recorrer el mundo a pie en veinticuatro horas.
   Pensaba que era un poco más atractiva desde que empecé a salir con Ezra. Usaba ropa que me favorecía más, como vestidos, pantalones cortos, toda esa clase de cosas que antes me incomodaban tanto. ¡Hasta usaba un poco de maquillaje! Claro, no siempre. Aún utilizaba mi ropa antigua pero ya no con tanta frecuencia. Aunque parecía ser que estaba equivocada, seguía siendo la misma Emma. No sabía por qué me afectaba tanto aquello pero lo hacía y cada vez era más difícil esconder mis sentimientos. Permanecí en silencio hasta que José pudo recuperar el aliento.
    Sin ganas de seguir discutiendo, le pedí que me llevara a casa.

Cuando llegamos a nuestra colonia y ya estábamos casi enfrente de mi casa, abrí la puerta del carro. Todavía no había parado el auto pero no me importó y bajé. Quería lograr un efecto dramático pero me salió lo opuesto pues se frenó de golpe cuando estaba por pisar el pavimento y me fui de bruces contra el suelo. José se apresuró a ayudarme pero yo le ignoré y observé los daños que la caída le había hecho a mis rodillas (traía pantalones cortos). No eran muchos, unos cuantos raspones pero el golpazo sí que había dolido y no podía pararme pues creía haberme torcido un tobillo.
— ¿Estás bien?—José me veía con algo parecido al remordimiento—. Creo que tu tobillo está torcido, ¿crees poder levantarte?
No respondí.
— ¡Buen Dios, ayúdame! ¿Ahora qué tienes?
—Nada—respondí casi en un susurro porque, por alguna extraña razón, había comenzado a llorar y no quería que se me notara en la voz. —Gracias por traerme, nos vemos después.
   Necesitaba que se fuera para poder llorar a gusto. El maldito nudo en la garganta no me dejaba respirar y sabía que si lo hacía, saldría en un sollozo. Así que me mordí el labio inferior con fuerza y esperé. Y esperé. Pero a través de las lágrimas, todavía podía ver sus botas, luego vi como le daba una patada a la llanta.
—Escucha, Brito—empezó José—, sé que no debí comportarme como lo hice. Es solo que...—no dijo nada por unos segundos y entonces volvió a hablar—. ¿Estamos bien?
   ¿Qué si estábamos bien? Por supuesto que no estábamos bien. Por primera vez en dos años, me había hecho llorar por razones que no entendía (y no quería entender), y él planeaba que volviéramos a reírnos y a hablarnos como si nada.
   Aunque no dije nada de esto porque me estaba esforzando por no soltar lo que sería un sonoro sollozo.
— ¿Emma?—El tono de su voz sonaba preocupado y pude regocijarme de esto. Claro, ahora que ya me había convertido en una cascada, se preocupaba.
   Lentamente José se posó sobre sus rodillas y, con sus manos, elevó mi rostro hasta que nuestras miradas se encontraron. Al percatarse de mi silencioso llanto abrió visiblemente los ojos, éstos tenían un brillo de preocupación, culpa y sorpresa sobre todo. No dijo nada y se limitó a limpiármelas con mucha delicadeza, como si tuviera miedo de que si hacía cualquier movimiento brusco, rompería a llorar inconsolablemente. Lo cual estaba haciendo en ese momento así que su delicadeza no venía mucho al caso.
   Sus manos no abandonaron mi cara a pesar de que mi momento sentimental había pasado.
— ¿Mejor?—preguntó sonriendo y, aunque ya no lloraba, los gimoteos continuaban.
La verdad sí estaba mejor. Hacía tanto que no lloraba tan a gusto (a pesar del público). Coloqué mis manos sobre las suyas para retirarlas.
— ¿Por qué fue esto? ¿Por lo que hice?—cuestionó tan apremiante que me dejó aturdida un instante. Me recompuse porque él necesitaba una respuesta y quizás por eso sus manos hicieron más presión de la necesaria; hasta el punto de lastimarme un poco. — ¿Fue él?
— ¡Auch! No, no fue Ezra. Pero lo cierto es que tú sí lo estás haciendo.
—Oh, lo lamento. — Bajó la mano derecha sin embargo la izquierda acarició fugazmente mi mejilla. —Por favor, Brito, dime.
—Fu... fuiste tú. No te hagas el sorprendido—exclamé al ver su expresión—. ¿Qué esperabas después de las carcajadas que lanzaste a mi costa? Me heriste, José. Sí, estaba bromeando cuando dije eso de que estabas enamorado de mí pero no tenías que burlarte así, como si enamorarse de mí fuera tan absurdo...
—Pero yo no...
—...Y no creo que haya sido la mejor forma de expresarse. Hay otras formas de aclarar un punto, ¿sabes? No es que eso haya sido una declaración de amor, claro que no; tengo novio. Razón por lo que creo que soy bastante... interesante como para que más chicos se fijen en mí. Ezra es casi perfecto. No digo que sea perfecto pero tiene muchas cualidades que podrían...—sacudí la cabeza para concentrarme de nuevo—. Ya me estoy desviando del punto, lo que quiero decir es que eres un...
—Detente antes de que digas algo de lo que te puedas arrepentir más tarde. Créeme, tengo experiencia—advirtió José con un dedo en mis labios. Me callé y él lo retiró, después prosiguió—. Primero que nada tienes que entender que no puedes poner tan alto a ese novio tuyo. En algún punto te decepcionará y tú sufrirás y eso es lo último que quiero.  Segundo: me siento terrible ahora que sé que fui yo la razón de tu llanto, de veras. Tercero: te encuentro muy atractiva este momento. Siempre lo has sido y no te dabas cuenta; por eso usabas esas ropas tan desfavorables, pero ahora estás consiente de tu propio atractivo y supongo que él te dio esa confianza, al menos eso tengo que reconocerle. Y finalmente, fui un completo imbécil por reírme. No creí que te afectaría así o que te afectaría siquiera. Tampoco me reí porque creyera imposible que alguien... que yo me enamore de ti. Me reí porque, precisamente, diste en el blanco a la primera.
   José, que había estado caminando de un lado a otro, se paró de golpe y me miró asustado. Estaba claro que eso último no formaba parte del discurso.
—Yo... eh...—se aclaró la garganta y volvió a hablar con la voz que empleaba siempre, o sea desinteresada—Ya sabes que eso no significa lo mismo para mí.
    Lo sabía, o casi. En su último año de secundaria, José me confesó que se estaba enamorando de una chica. Yo tenía trece y nunca me había gustado un chico así que le pregunté que se sentía amar a alguien, inmediatamente me corrigió y dijo que estar enamorado y amar eran dos cosas completamente distintas. Me confundió aún más y ya no volví a preguntarle nada acerca de los sentimientos.
   Nunca llegó a decirme quién era la misteriosa chica porque cuando estaba por decírmelo, mis amigas vinieron por mí y yo me fui; después olvidé todo ese asunto. Tampoco me aclaró en qué se diferenciaban y de nuevo se me olvidó preguntar.
—No tienes que decir nada—volvió a hablar José—. No espero una respuesta pero ya que la regué, al menos voy a hacerlo bien.
   Y sin más preámbulos, me besó.

03-03-13 | 07-03-13 / 18-02-16

N/A: Una canción que va con los sentimientos de Emma y mi traducción e interpretación de ésta.

Traducción:

Era fría y no quería que el amor llegara.
Pensaba: "Que el amor se mantenga.
Por ahora hay que distanciarnos".
Y seguía pensando en cómo estar sola.
Oh, y ahora siento que mi amor por ti puede crecer.

Haz ruido para que sepa que estás ahí
Con solo una caricia me basta, cariño

Acepta mis sentimientos.
Enséñame lo que trae consigo el amor.
Muéstrame tu forma de amar.
Deja que los sentimientos fluyan
Dime todo lo que sepas.
Pruébame que podrías ser
lo que siempre he anhelado:
el fuego de mi amor salvaje

El camino de nuestras vidas con otras personas
es el solitario camino en el que
nuestros corazones no se abrirán.
Me tomó algún tiempo llegar a ti.
Pero ahora veo porqué mi amor creció.

Haz ruido para que sepa que estás ahí.
Con solo una caricia me basta, cariño.

Acepta mis sentimientos.
Enséñame lo que trae consigo el amor.
Muéstrame tu forma de amar.
Deja que los sentimientos fluyan
Dime todo lo que sepas.
Pruébame que podrías ser
lo que siempre he anhelado:
el fuego de mi amor salvaje.

Haz ruido para que sepa que estás ahí.
Con solo una caricia me basta, cariño.

Acepta mis sentimientos.

Enséñame lo que trae consigo el amor.
Muéstrame tu forma de amar.
Deja que los sentimientos fluyan
Dime todo lo que sepas.
Pruébame que podrías ser
lo que siempre he anhelado:
el fuego de mi amor salvaje,
el fuego de mi amor salvaje.

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