Las reglas del destino (EN ED...

Galing kay ACoronado

114K 4.6K 640

A sus 85 años, la demencia senil lo ha sumergido en las páginas. Las palabras de un viejo libro lo atormentan... Higit pa

"Mi historia, su historia y nuestro destino"
Premios y reconocimientos
Personajes
Soneto 116
Prefacio
PRIMERA PARTE: Un amor de verano
Capítulo 1: Un pasado en presente
Capítulo 3: La mesera
Capítulo 4: El intruso
Capítulo 5: Una movida peligrosa
Capítulo 6: La nueva melodía
Capítulo 7: Un pequeño romance
SEGUNDA PARTE: La vida real
Capítulo 8: Repercusiones
Capítulo 9: Ausencia
Capítulo 10: Conocí a una chica
Capítulo 11: Lejos de casa
Capítulo 12: Rompiendo las reglas

Capítulo 2: Regla número cuatro

5.4K 347 39
Galing kay ACoronado


―¡Hey, cuate! ―escuché una voz a mis espaldas.

Abrí los ojos y recuperé la noción del tiempo. Sentí un fuerte dolor en el pecho que desapareció conforme escuchaba la música volverse más y más fuerte. La luna empezaba a ponerse sobre nuestras cabezas. Un tic tac incesante me sacudió por dentro y escuché las teclas de una máquina golpearme las sienes. Desperté.

―¿Qué? ―exclamé confundido.

Hacía un calor infernal. Me arrepentía de haber elegido ese atuendo, lo único que había logrado era que las chicas me miraran como buitres hambrientos y que el culo se me estuviera cocinando. Me sentía fastidiado, acalorado y derrotado; pongan tantos adjetivos con connotación negativa como se les dé la gana, escríbanlo así, cual lo imaginen, me sentía así y mucho peor. Aquella noche no era para nada lo que había imaginado.

―¡La fiesta es un éxito, amigo! ―se veía alterado por el alcohol y tenía lápiz labial por todo el rostro―. ¿Qué rayos haces aquí? Deberías de estar con los cuates.

Volteé a ver la multitud que bailaba y cantaba a la distancia, me encontraba demasiado retirado del lugar para no oler la pestilente mezcla de alcohol y perfume barato. Había tanta gente que me molestaba saber que ninguna de esas chicas era digna de estar en la lista de conquistas. Me sentía asqueado. Tan solo dos vasos de cerveza habían alterado mis neuronas. Todas esas chicas se arrojaban a mí para que las eligiera. Quería vomitar.

―Sí, Jared... ―mencioné con los dientes apretados―. Me alegro por ti.

―¿Qué te pasa, viejo? ―señaló levantando los brazos y girando como un estúpido―. Parece que estás sufriendo.

Me recargué sobre la mano derecha para ponerme de pie y me sacudí las rodillas. Me encontraba a una distancia considerable de la casa de la mayor de los Skaders, tan cerca del lago como para sentir la brisa en el rostro. El molesto ruido de los grillos sonaba tan alto como la música de Aerosmith; me arrullaban tan duro que tenía la sensación de estar soñando. Me alboroté el cabello como muestra de enfado y me incorporé por completo.

―Dijiste que vendrían chicas lindas ―dije arrastrando las palabras―. Esas cosas parecen carroñeras.

―¿De qué hablas? ―soltó entre una carcajada―. Allí están Andrea, Allison, Melissa...

―¡Cómo carajos voy a conquistar a una si todas ellas están cazándome! ―levanté la voz, no me importó si medio mundo me escuchaba―. Ahora mismo podría estar cogiéndome a una libanesa, a una maldita francesa o podría estar en una jodida fiesta en Los Ángeles, ¿sabes a cuántas fiestas me invitaron este verano? ―me pregunté más a mí que a él―. Pero tuve que hacerte caso, ¿no?

―Pero si aquí hay buen material.

―La única mujer que vale la pena es tu novia y está de vacaciones en Montana ―refunfuñé sintiéndome como idiota, como un niño berrinchudo―. No sé por qué pensé que sería buena idea venir a este pueblo de mierda- Todo apesta aquí.

―Deja de hacerte la víctima y ven acá. Te presentaré a...

―No necesito que me presentes a quien carajos se te ocurra.

Él no estaba en sus cinco sentidos y yo no tenía el humor suficiente para aguantar las idioteces que decía. Lo golpeé con un dedo y traté de insultarlo, pero de mis labios no salieron palabras. Di media vuelta y caminé cerca del lago. Lo escuché decir tontería y media hasta que su voz se perdió entre el ruido de la música, el aire y los grillos. Me detuve antes de llegar a un viejo muelle y me concentré en el reflejo de la luna sobre el lago mientras me insultaba la voz dentro de mi cabeza.

Había planeado esa fiesta por semanas. Pensé en los barriles de cerveza, los bocadillos, incluso gasté en un Dj con tal de que la fiesta fuera un éxito. Supongo que di por hecho que Jared decía la verdad cuando hablaba del manjar femenino; debí pensar que si se acostaban con él no podrían parecerse en nada a cualquier supermodelo. Ustedes me disculparán, no me refiero a que esas chicas fueran poco atractivas, eran tan bellas como cualquier mujer, solo que estaban tan dispuestas a darme lo que yo quería que no eran dignas de ser la chica 19.

En el último año me había dedicado a ser otro. Me gustaba imitar un acento que no me pertenecía, adoptar costumbres ajenas y fingir tener interés por una u otra linda chica para que me hiciera compañía y me satisficiera tanto como yo quería. Me encantaban los retos. Me fascinaba domar a las mujeres más lindas y dominantes que encontraba; y después de un rato, luego de usarlas tanto como quisiera, volvía a esa casita blanca, donde no importaba quién rayos era.

Pensaba que esa noche encontraría a la chica 19, a esa que me acompañaría durante el verano, la que se iría esa noche conmigo a cualquier motel barato y me juraría amor eterno. Pero los barriles de cerveza empezaban a vaciarse tan rápido como mis expectativas morían. Estaba por irme a ese pequeño departamento que había rentado, pensaba en hacer las maletas y tomar el primer avión a cualquier parte del mundo que tuviera más acción que ese pueblo a medio morir. Y entonces sucedió.

Una fina figura se dibujó en el reflejo del lago. Pensé estar soñando. Crazy de Aerosmith sonaba de fondo y el aire le hacía coro. No despegué los ojos del lago en lo que duró aquella canción. Tuve la sensación de haber vivido eso antes, pero era imposible. Levanté la vista y miré a una linda jovencita que vestía una falda rosa y llevaba el cabello suelto. Desde esa distancia no podía verla bien, pero hubo algo que captó mi atención: se sentó en el muelle y puso los pies en el agua, y como si nada le importara, empezó a moverlos para salpicarse.

—Necesito papel y pluma —dije sintiendo los músculos de las mejillas tensarse en una sonrisa—. Bienvenida seas, chica 19.

Miré el reloj: eran las once con cuarenta y cinco minutos, aún había suficiente luna para nosotros. Me acomodé el cabello y comencé a caminar hacia esa linda y perfecta presa. Caminé sintiendo lo que vendría, el susurro de su piel desnuda rozando la mía. La comencé a saborear y no pude dejar de sonreír. Me importó poco quién era ella, solo deseaba un poco de aquello que me habían prometido. Di los pasos más lentos que jamás di en la vida, quería disfrutar aquel encuentro. Comencé a desvestirla en mi mente y sentí su cuerpo en mis manos; quizás fue esa la razón por la que empecé a sonreír como loco. La madera crujía bajo la suela de mis zapatos negros, pero cada paso sonaba distinto. Tenía la conversación grabada en la memoria, solo debía acercarme y hacer que me mirara con interés... Todo estaba planeado, desde su primera mirada, la primera sonrisa y el primer beso. Sentía qué mi nombre dejaba de ser parte de mí.

Estaba a pocos metros de ella, pero seguía sin voltear, como si no le importara. La vi tan tranquila que no pude decir una sola palabra. Miraba por encima del lago, quizás viendo la luna, tal vez solo con un punto fijo en el horizonte para justificar su silencio. Seguía jugando con los pies en el agua, se salpicaba y sonreía. No pude dejar de verla. Me pregunté dos, tres, cuatro veces por qué ella, por qué esa chica tan común, pero la respuesta se volvía cada vez más obvia a cada segundo: ella era hermosa.

A mis ojos les encantaban el espectáculo que era ella. Era delgada, pero en su silueta se delataba que ya no era una niña. Me paré a su lado y vi su rostro con mayor claridad: de verdad era hermosa. Respiré profundo para iniciar con esa conversación que tenía danzándome en la lengua, pero me distrajo su indiferencia. Me dediqué a observar sus ojos, unos ojos tan perfectos que la luna iluminaba escasamente.

—¿Te quedarás toda la noche sin decir una palabra? —dijo de la nada, ocasionándole una fuerte zarandeada a mi cabeza.

Perdí el control de mis pies y me agarré de uno de los maderos que rodeaban al muelle. Me sentí como un tonto, como un muchachito cualquiera.

—¿Perdón? —mencioné después de unos segundos.

―Lo siento, pero tu silencio me empieza a poner nerviosa ―exclamó sonriendo y sin dejar de ver el lago―. No es normal que una persona se acerque a otra persona y guarde silencio durante tanto tiempo.

—Tienes razón —respondí, quise ver a dónde llevaba eso.

—Cosa extraña —encogió los hombros y siguió salpicándose.

La miré por encima del puñado de palabras que volaba sobre ella, sobre esa capa protectora que la rodeaba. Entre más hablaba de esa forma tan cortona y desinteresada, más ganas tenía de apuntarla en la lista. Esa chica sería mi chica y yo decidiría hasta cuándo dejaría de serlo.

—¿Quién eres tú? —preguntó buscándome los ojos.

Aprecié el instante, saboreé a grandes rasgos la fina y candente premonición de una noche de pasión sobre una cama en algún motel a las afueras del pueblo. La desvestí con la mirada. Pasé mis manos sobre su cuerpo y concebí el éxtasis al que llegaríamos una y otra vez esa noche y las que estaban por venir.

—Soy quien tú quieras que sea —respondí muy seguro.

—Qué patético —dijo frunciendo la nariz.

La miré fijamente sin entender el error en tan perfecta respuesta. No entendía por qué era patético. No podía creerlo. Volvió a darme la espalda y puso los pies en el agua para seguir jugando. Quizás había perdido mi oportunidad, pero no me importó haber fallado el primer intento, cambié el rumbo de la conversación.

—¿Por qué no estás en la fiesta?

—Te podría preguntar lo mismo, pero sinceramente no me importa.

—Bueno, yo tengo una razón para no estar allí —dije sabiendo lo que vendría a continuación.

—Siempre tenemos razones para todo —mencionó volteando de nuevo los papeles—, pero nunca para nosotros mismos.

"¿Qué?", pensé arqueando las cejas. No tenía idea de por qué, pero me sentía ofendido. Era la respuesta más tonta que había escuchado. Respiré antes de atreverme a mencionar algo, sabía que dijera lo que dijera ella trataría de voltear los papeles. No me explicaba su actitud tan agresiva. Entonces lo supe: ella también estaba jugando.

—Te crees muy lista —dije tratando de jugar mejor que ella—. ¿Qué es lo que pretendes? ¿Juegas conmigo?

—Quizá sí, quizá no.

¿Qué significaba eso? ¿Estaba jugando conmigo o simplemente trataba de ahuyentarme con sus respuestas cortas y extrañas? Sin duda alguna, esta chica quería hacerme ver como un idiota. Pero era divertido, suponía un verdadero reto. La saboreé con intensidad y sentí mis manos presionando sus pechos con cada palabra.

―Detecto cierto acento ―Giró el rostro para verme y me observó de arriba abajo―. Te ves demasiado sofisticado y delgado para ser de por aquí.

―Soy de Chicago ―mentí.

Me mordí la lengua y ensayé en mi cabeza ese acento que creía imitar a la perfección, pero al parecer solo lo hacía en mis mejores sueños. Me incliné un poco y me arrodillé para acercarme a ella.

—¿Dónde está tu novio? —pregunté tratando de no ser brusco con la pregunta, quería saber si la chica 19 era soltera y quería provocar un pequeño disturbio.

Volteó a verme y sacudió la cabeza, después se puso los zapatos y refunfuñó por dos o tres segundos en voz baja. Subió los pies al muelle, se levantó lentamente y comenzó a caminar en dirección contraria a mí.

—Con que era eso —dijo enfatizando en "eso"—. Por allí hubieras empezado y nos habríamos ahorrado dos minutos de una conversación que no irá a ningún lado. ―Giró hacia mí y volvió a darme la espalda―. No, no tengo novio, pero no, no estoy interesada en cualquier cosa que quieras.

Enarqué las cejas y sonreí. Sabía que se pondría a la defensiva, era parte de mi técnica milenaria, así ella podría jugar un poco más a tener el mando y yo me vería como un tonto por unos segundos. Sabía que a las chicas dominantes les gustaba ganar, solo era cuestión de darles un poco de lo que les gusta para que relacionaran el sentimiento de poder con mi bello rostro.

―¿De qué estás hablando? ―pregunté fingiendo ser la víctima―. Tranquila, solo supuse que una chica tan linda como tú no podría estar sola a esta hora en medio de una fiesta.

―Es la técnica de ligue más vieja que conozco. ―Giró otra vez. Al parecer, le encantaba girar―. Quieres saber si soy soltera, porque solo así sentirás la libertad de intentar conquistarme, porque, obvio, entre hombres se respetan y no querrías meterte con la mujer de alguien más.

Sonreí aún más y me incorporé para empezar ese juego de ir y venir al que nos estábamos aproximando. Metí las manos en los bolsillos del pantalón para evitar delatarme con cualquier ademán que ella pudiera malinterpretar y di dos pasos hacia ella.

―Sales muy poco de tu casa, ¿verdad? ―pregunté con el mismo tono de voz altanero y desafiante que ella usaba.

―Y tú hablas muy poco con chicas, ¿verdad? ―me regresó el desafío.

Sonreí y caminé hacia ella, pero retrocedió cuando me vio cerca. Dio media vuelta y volvió a girar hacia mí, dio dos pasos, hasta quedar a escasos centímetros de ese que quería llevársela de allí.

—Supongamos que no perteneces al grupo de chicos que están buscando llevarme a algún hotel, motel, asiento trasero de auto o a cualquier lugar que se te venga en gana; serías el cuarto esta noche, así que piensa muy bien tus respuestas a partir de hoy —mencionó sin dejar de apuntarme con un dedo y verme fijamente a los ojos—. ¿Qué es lo que quieres? No eres el más obvio de todos, por lo menos no fuiste directo al grano —exclamó con una sonrisa burlona y caminó hasta el otro lado del muelle.

Sonreí y la seguí a paso lento. Yo le gustaba, eso no se podía poner en duda; si no fuera así, ella habría salido corriendo sin decir nada. Las sonrisas se hicieron presentes cuando enarqué una ceja y resoplé como si aquello lograra sorprenderme.

—Yo solo pienso que eres ¿linda? ―dije como si buscara su aceptación―. Pero, vamos, tu actitud no es para nada atractiva. ―Levanté los hombros e hice una mueca.

—Afortunadamente —dijo después de un aplauso.

—Me disculpo por todos esos patanes con los que te topaste esta noche y por los que te toparás en toda tu vida. Pero te equivocas conmigo. Yo huía de esa pésima fiesta cuando vi a una solitaria chica sentada en un muelle ―me esforcé por no delatarme, por dar la mejor interpretación posible―. Son las doce de la noche y una joven muy linda está sola en medio de la oscuridad ―señalé fingiendo sorpresa―. Quería saber si necesitabas ayuda. Disculpa por querer ser amable contigo.

Se quedó callada y giró sobre sus talones para volver a mirarme y regalarme una sonrisa forzada. Saqué las manos de mis bolsillos y crucé los brazos. Había caído en la primera trampa, únicamente debía seguir en el papel de la víctima.

—Solo quería saber tu nombre.

Enarcó la ceja y frunció los labios, después me miró de forma coqueta y sacudió la cabeza. Empezaba a bajar las defensas, justo como lo quería. Mis tropas se preparaban para atacar.

—No confío en ti.

—Ni yo en ti —respondí al instante—. Linda, estás sola a mitad de la noche, podrías ser una asesina en serie.

—Entonces, ¿por qué te pones en riesgo? ¿Por qué querría saber mi nombre?

—Solo quiero saberlo.

—No te diré mi nombre —dijo cruzando los brazos.

—Y tú jamás sabrás el mío —respondí avanzando hacia ella.

—Tu nombre es lo que menos me interesa —mencionó pareciendo convincente.

"¿No te interesa mi nombre?", le preguntó la voz de mi mente, "eso está por verse". Volví a sonreír y me aparté de su lado. Disfrutaba la situación y me gustaba su tonta actitud desafiante. Me atraía el hecho de ganarle con sus propias reglas.

La noche era joven, lo seguía siendo. Necesitaba hacerle creer que el tiempo había pasado para que sintiera que me conocía; de esa manera sería más sencillo que cediera, pero era difícil. Tenía que cambiar de escenario o darle un giro a la plática, pero lo único que giraba era ella.

La música seguía sonando, podía escuchar las risas que se volvían parte del clima y nos sofocaban con ironía. El tiempo se volvía tiempo cuando ella hablaba, ya que esa tonta jovencita trataba de verse como una mujer madura y lista, y eso era entretenía.

—¿Qué edad tienes? ¿Diecisiete o dieciocho?

—Por favor, no intentes sacarme información.

Tenía hermosos ojos y una sonrisa tan bella que necesitaba tener conmigo ese verano. Sus pechos no eran los de una niña, tampoco su voz, pero veía cierta inocencia en cada giro. Lo último que quería era involucrarme con una menor de edad.

―Me gusta tu forma de hablar ―dije tratando de apresurar el juego―. Hay algo en tu voz que suena a melodía.

No dijo nada, encogió los hombros y dio dos pasos para recargarse en uno de los maderos que se apilaban como guardianes del muelle, pero se alejó de él muy rápido, quizás temiéndole a los insectos. Di un paso hacia ella y sonreí cuando posó sus bonitos ojos sobre mí.

—¿Quieres bailar? ―Estiré mi mano hacia ella.

Sonrió y volvió a negar con la cabeza, después frunció la nariz.

―Bailaré contigo únicamente si el destino nos envía una pieza lenta. Admito que tengo ganas de ver qué tan bien bailas.

"Me muevo mejor en la cama", le respondí en silencio. No podía negar que ese apuesto, caballeroso y muy lindo chico la ponía nerviosa. Sabía que caería de la misma forma en la que muchas lo habían hecho. Comenzaba a sentir esos dulces y delicados labios rozando los míos, y me hacía a la idea de esas manos volviéndose parte de mi piel. La tendría conmigo más temprano que nada. El peón avanzó un lugar.

―¿Lo prometes? ―Ya con la mano estirada hacia ella, levanté el dedo meñique para cerrar el trato.

―Regla número catorce ―dijo tomando mi dedo con el suyo.

Y tal vez el destino nos quiso ver bailar, porque a lo lejos se escuchó el abucheo de un grupo de jóvenes ebrios que se molestaba por el cambio de ritmo. Tiré de su dedo y la acerqué a mí; no se resistió e incluso sentí la fuerza que oponía para atraerme a ella. Coloqué lentamente mis manos alrededor de su cintura sin dejar de verla a los ojos y percibí esa conexión que se había creado entre los dos. Sentí el roce de su aliento en mis labios y degusté la dicha de esa canción, de ese baile, de esa mujercita que recargaba su persona en mi cuerpo. La sentí a ella. La sentí y la volví a sentir. Sentía todo: su perfume, sus manos acariciándome, los pequeños pasos que daba al compás de los míos, su respiración y el acelerado latir de su corazón.

―¿Qué significa eso de "regla número catorce"? ―susurré a su oído.

―Cumple tus promesas ―dijo en voz baja.

Enarqué las cejas, no entendía a qué se refería, pero le agradecía a la regla número catorce. Se esforzaba por sostener mi mirada y yo por no decir alguna tontería que arruinara aquel balanceo sin sentido que nos hacía tener contacto físico. Desconocía la canción, ni siquiera lograba escucharla bien, pero se había vuelto mi favorita.

―¿Crees en el destino? ―preguntó de la nada.

―No lo sé, creo que... ―me detuve, estaba por decir una idiotez―. Bueno, no es un tema del que suela hablar.

No supe qué cara puse, solo sé que debió ser demasiado extraña como para robarle una sonrisa larga y burlona. En realidad, no sabía qué responder, era un tema que me parecía ridículo y cursi. "¿Destino?", pensaba, "¿Qué estupidez es esa?".

―Entonces, hablemos de ese tema ahora.

—Lo cierto es que... ―dije tratando de encontrar las mejores palabras para desviar el tema―. En realidad, el destino es algo que me interesa muy poco... —Me mordí la lengua y la hice girar para evitar que viera mi cara de desconcierto—. Bueno, en realidad ―empezaba a repetir frases sin saber qué decir―, no creo que todo lo que pasa en este instante esté planeado para mí —respondí sin pensarlo mucho—. Me gusta pensar que nada está escrito.

Pude ver que mis manos se apartaban de su piel desnuda, las prendas volvían a esos cuerpos jadeantes, el pudor desaparecía y la gracia de esa luna observando un acto morboso se transformaba en simple y mojigata la luna de ese día 19 de junio. El placer de un beso se volvía una tonta conversación sin punto final. La cama de aquel motel nos desconocía. Yo la desconocía. Solamente era la niña del día 19 y nada más.

—¿Y tú? —pregunté después de unos segundos de silencio incomodo—, ¿crees en el destino?

—Desafortunadamente.

Me empujó al ritmo de la música y huyó algunos pasos lejos de mí. Corrí hacia ella y volví a acercarla a mí cuerpo, colocó sus manos alrededor de mi cuello y recargó su cabeza en mi hombro izquierdo. Volvimos a balancearnos con aquella melodía que lejos de arrullarnos, empezaba a desaparecer.

—¿Por qué lo dices? —indagué acercando mis labios a su oído.

―No hay razón para no creer. ¿Has escuchado del gato de Schrödinger?

―Sí ―mentí sin miedo a quedar como idiota.

―Entonces, ¿el gato está vivo o muerto? ―Levantó el rostro para verme a los ojos y accidentalmente rozó su nariz con la mía.

―¿El gato está...?

―¡No importa! ―me interrumpió―. El destino del gato está allí, encerrado con él, inexistente para nosotros, pero está dentro de esa caja.

No sé qué cara puse, pero debió delatar mi ignorancia. Sonrió y rozó mi nariz con la suya delicadamente antes de separarse de mí. Caminó hasta el extremo del lago y me dio la espalda. La música había cambiado hace varios minutos atrás, pero nos habíamos empeñado a seguir bailando.

―¿Escuchas esa máquina de escribir? ―preguntó levantando una mano hasta la altura de su cabeza.

―¿Cuál máquina...?

―Hoy estás aquí ―interrumpió otra vez―. Hubo algo que te hizo venir a este pedazo de madera, ¿no es así?

―¿Algo? ―pregunté para hacer acto de presencia.

—Regla número cuatro —dijo como un suspiro—: nada es coincidencia.

"¿Eh?", pensé en cuanto lo mencionó. "¿Regla? ¿Regla de qué?". No quise aceptarlo en ese momento, pero me sentía más confundido que nunca. Volví los ojos hacia ella y analicé la sonrisa que se dibujaba en mis labios.

—Las reglas del destino —mencionó antes de que yo pudiera preguntar a qué se refería.

Quedé incluso más fuera de órbita que antes. "¿Destino? ¿Reglas?", no podía dejar de pensar. Aquello no parecía parte de mi realidad. Yo no sabía que el destino tenía reglas. "Qué chica tan extraña", me decía a mi otro yo.

—¿Las reglas del destino? —pregunté no muy convencido de la respuesta.

Caminé hacia donde ella y la descubrí ignorando mi pregunta, miraba el lago como si buscara sobre el agua una respuesta, quizás la forma de explicarle a ese tonto chico de lo que hablaba. Yo me descubrí mirándola a ella con una sonrisa sincera.

—No tenía idea de que el destino tenía reglas. —Guardé silencio y me pregunté si era buena idea seguir con eso—. Bueno, quiero decir... ¿Reglas? ¿Reglas para qué?

—Muchos vamos por allí sin siquiera conocernos a nosotros mismos, no me extraña que ignores algo que no tenga que ver contigo ―exclamó, volvió el rostro hacía mí y continuó―. Siempre nos dirigimos a un punto e inevitablemente podremos cambiar eso, y si lo hacemos, ¿no era en realidad nuestro destino llegar allí?

―Pero, entonces, ¿para qué seguir las reglas si ese destino ya está escrito? ―mencioné moviendo las manos para expresarme mejor.

No dijo nada, solo se quedó seria.

—No lo sé —respondió y guardó silencio unos segundos―. Me gusta pensar que las reglas me ayudarán a llegar con vida a cualquiera que sea mi destino.

Cerró los ojos y frunció los labios. No entendí qué quería decir con eso y no supe si de verdad me importaba saberlo. Me gustó todo lo de ese momento, pero sobre todo ella.

—O quizá... —pronunció cambiando el tono de su voz.

—Quizá —mencioné después de ella.

―Quizás era tu destino que nos conociéramos este día ―dijo dando un paso hacia mí―. Era tu destino que escucharas estas palabras salir de mi boca. ―Dio otro paso más hacia mí y colocó sus manos como barreras entre los dos―. Tal vez era tu destino que no entendieras ni una sola palabra de lo que trato de decir. ―Me empujó lentamente y caminamos lentamente hasta el otro extremo del muelle―. Y también que no estuviéramos de acuerdo en nada, ¿no lo crees? ―sonrió―. Que pienses que estoy loca, pero que soy demasiado linda para llamarme bruja o rara, pero no te importa nada de eso, aun así, me sigues escuchando, porque sabes que de verdad soy diferente.

Opuse resistencia y avancé hacia ella. Caminamos en dirección contraria y nos detuvimos hasta alcanzar uno de los maderos, se recargó en él y coloqué mi mano sobre la suya, que se encontraba en mi pecho. Di un paso más, hasta tenerla tan cerca como para escucharla respirar.

―¿De verdad eres diferente? ―susurré.

―Tú sabes que sí ―susurró de la misma forma―, no lograste acostarte conmigo hoy.

Abrí completamente los ojos y sentí los dedos de mis manos ponerse fríos. No era exactamente la respuesta que esperaba, pero era sorprendente. Ella era sorprendente. Sentí el aroma de su perfume envolverme y la brisa que ahuyentaba al intenso calor que una hora antes me había sofocado. Tuve la necesidad de tenerla.

—¿Qué? —pronuncié nervioso.

—Quizá no es lo que piensas o quizás sí, pero sabes que algo de todo eso es cierto.

Sonrió y salió de esa trampa que había creado con mi cuerpo, pero no soltó mi mano. Avanzó algunos pasos y me llevó con ella. Me quedé en blanco, pero me emocionó la situación. Ella me ponía nervioso y eso era algo que ninguna otra chica había logrado. Me encantaba.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó sin mirarme.

"Mi nombre, creí que no querías saberlo", pensé. Sonreí y traté de abrir los labios, pero me di cuenta de que había olvidado ese detalle. Y, no, con ella no quería usar el mismo nombre de siempre, con ella debía usar uno que fuera especial. Repasé la lista de todos esos que había usado y todos aquellos que conocía.

—Pensé que no te interesaba saberlo —contesté tratando de hacer un poco de tiempo.

—Cambié de opinión. Tal vez quiero saber cuál es el nombre del hombre con el que malgasté un pequeño instante de mi vida.

Me eché a reír y me sorprendió la naturaleza de aquella emoción. No recordaba la última vez que me había sentido de aquella manera.

—Mi nombre es Dean —dije sin pensarlo mucho—, Dean Rosen —era el nombre de mi abuelo y el apellido de mi madre.

Ella me atraía mucho. Su voz, sus ojos y su manera tan extraña de pensar. ¿Dónde se había escondido? Me encantó la idea de que fuera la número 19. La comenzaba a saborear.

—Bueno, Dean —mencionó acercándose nuevamente a mí—, este es el momento de pensar.

—¿Pensar qué cosa? —exclamé sin siquiera meditar las palabras.

Me sentía intimidado por ella, realmente intimidado, pero de una manera que me excitaba.

—En si en nuestro destino está vernos después de hoy —exclamó cambiando el tono de su voz—. Hay mucho en qué pensar. "¿qué será de esta chica? ¿la volveré a ver?" —indicó extasiándome con la mirada—. Puedes empezar a partir de este instante, porque debo irme.

Di un paso hacia ella y tomé su rostro con mi mano. Me desesperó saber que todo había terminado. No podía dejarme así, sin decirme una palabra. Tuve la sensación de estarle dando patadas al aire sin dar a un blanco. Una chica, por primera vez en mi vida, me había ganado.

—Solo piensa si quieres volver a verme.

—No puedes irte aún.

Pude sentir el roce de su piel y de su aliento hacerse a mi piel, y me encantaba. Solo sabía que quería seguir respirando su aroma. "¡Casanova, casanova, casanova!", me gritaba la voz en mi cabeza, pero la ignoraba por completo. La miré a los ojos, los miré de cerca y me vi en ellos, por primera vez. Me hice a un suspiro largo y tranquilo. Fui de ella. La vi y me vi. Me encontré en ese muelle viejo y feo. Me reconocí siendo ese. Escuché el teclear de esa máquina y pude reconocer una voz que, muy dentro de mi mente, me pidió a gritos ayuda y tuve la sensación de haberlo vivido antes. Pero entonces volví a olvidarme, a engañarme y enmudeció para torturarme.

—No te vayas —supliqué con todo mi cuerpo.

—Tengo una vida, debo vivirla —respondió jugando.

No encontraba las palabras adecuadas para pedirle que me dijera su nombre.

—Nunca lo olvides —susurró.

Acercó sus labios lentamente a los míos y los rozó por un instante, sin hacer más, sin culminar el acto. Sentí su tibia respiración volviéndose parte de la mía. Mi corazón latió como nunca, como el suyo. Todo se detuvo. Escuché el teclear de una máquina que lentamente hablaba de aquel acto y escribía de nosotros. Y entonces me besó y tuve la sensación de ser parte de ese instante. Rocé el dulce candor de su inocencia, saboreé sus labios, su ternura, su pequeño instante que se fusionaba con el mío. Rodeé su rostro con mis manos y las fui bajando hasta rodear su cintura para acercarla todavía más a mi cuerpo. La besé como no había besado antes. Acarició mi mejilla sin abrir los ojos y sonrió de una forma que nunca podré describir.

—No te vayas —volví a decir.

—No me quiero ir.

―Entonces no me dejes.

La abracé con todo el cuerpo y volví a tomar sus labios con los míos, aferrándome a ellos con la misma intensidad que ella se aferraba a los míos. Tocó mi pecho con sus manos y recorrió mi cuerpo hasta llegar a mi cabello. Su piel quemaba sobre la mía. Nos besamos tanto como pudimos, pero en aquel beso no pude eliminar aquello que se había alojado dentro de mí. Necesité más, pero al mismo tiempo pude dedicarme solo a eso y nada habría importado.

—¿Te volveré a ver? —pregunté cuando buscaba un poco de aire para seguir besándola.

—Ya iniciaste con las preguntas —respondió alejándose poco a poco de mí.

Dio un paso hacia atrás y después otro y otro más. Me quedé sin aire, pero lo único que quería en ese instante era que ella me impidiera respirar. Necesité otro beso suyo, aunque aquel acto no nos llevara a ningún lado y se quedara como un secreto grabado en aquel muelle.

—¡Espera! —grité olvidando ignoraba algo, recordé que no sabía su nombre.

Se detuvo a medio camino y se llevó las manos al rostro, después volteó a verme y me regaló una sonrisa para después decir:

—Mi nombre es Sandy Tinley.

No dijo nada más y siguió caminando, esta vez sin detenerse. Sonreí y me dejé caer sobre aquel pedazo de madera. Solo pensaba en ese nombre, en ese nombre tan común. "Sandy", pensaba una y otra vez, "Sandy, no sé qué es lo que tienes que me fascina". "¿La volveré a ver?", era en todo lo que podía pensar, como ella lo había predicho. "¿Quién es esa linda chica que se me escapó esta noche?", no paraba de repetirme. Y siendo sincero, esa noche no quería pensar en otra cosa. En mi mente solo había espacio para esos ojos. No obstante, lo único que quería era ponerla en la lista.

Ipagpatuloy ang Pagbabasa

Magugustuhan mo rin

132K 12.1K 27
Hyunjin es el chico más guapo y coqueto de la preparatoria, Felix es un chico estudioso y el líder del club estudiantil. ¿Podrá Hyunjin lograr que Fé...
988K 158K 151
4 volúmenes + 1 extra (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso justo...
317K 22.1K 33
Las mentiras envenenaron los corazones de aquellas dos personas malditas. Lu va en su 4to año en Hogwarts. Parecía que su vida iba normal, claro, su...
146K 6.5K 68
tus amigos llevaron a un amigo a tu casa desde ahi se conocen y pasar de los dias se van gustando