Entre números y letras

By Soniaaa_23

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Kim es una buena estudiante, pero detesta que llegue la hora de matemáticas y que el profesor le haga salir a... More

Entre números y letras
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo final

Capítulo 6

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By Soniaaa_23

-SERGIO-

ODIO LAS FIESTAS. Entonces, ¿por qué me encontraba en la casa de un estudiante a quien apenas conocía? Fácil respuesta; Juan, uno de los pocos amigos que tenía literalmente me arrastró para salir, cuando unas horas antes, Juan —sin haberle llamado o hablado con él—irrumpió en mi habitación y en su rostro podía ver claramente la palabra «fiesta», al instante suspiré mientras supe que sería una noche muy larga...

—Sergio, no estarás pensando en pasar la noche del sábado enterrado entre mil libros, ¿verdad?—era una pregunta retórica, pero de todas formas, le respondí. 

—Pues sí. Me gusta estudiar—mi tono de voz sonó realmente patético, pero al fin y al cabo era nada más alejado de la  realidad. 

—Oh vamos, pareces un fantasma, solo, aburrido y marginado. Intégrate más en los grupos, te vendrá bien tener un poco más de vida social—delante de mis narices cerró el libro que estaba leyendo y le miré fijamente. 

—¿No crees que tal vez no me importe no ser el alma de las fiestas?—repliqué mientras mis nervios se crispaban por el deje de burla con la que me estaba hablando. ¿Quién se creía ser para decirme qué hacer con mi vida?

—De acuerdo, tú ganas—dijo levantando las manos en señal de derrota—Pero, sólo piensa en algo..., puede que Kim esté allí—insinuó y al decir su nombre me olvidé por completo del enfado pero rápidamente volví a la realidad. 

—Tú mismo dijiste que no tenía posibilidades con ella...—mencioné sus anteriores palabras. 

—Sé lo que dije, pero debo concretar que no dije «imposible» sino que sería poco probable. Pero a intentarlo, no pierdes nada y en caso de que no resulte, siempre hay muchas más personas en el mundo. Porque, no te ha dado tiempo a sentir algo por ella, ¿o sí?—preguntó mirándome seriamente. 

—No me gusta—desvié la mirada cuando lo dije. Yo que detesto las mentiras, estaba allí, delante de mi amigo mintiéndole. Callando lo que sentía, una vez más.  

—Entonces, no tendrás problemas para ir a la fiesta, y pasarlo bien. 

—No sé si tenemos el mismo concepto de diversión...—comencé a decir para ser bruscamente interrumpido. 

—Dime la verdad, ¿quieres pasar los próximos años encerrado en tu habitación? —negué con la cabeza y cambió su semblante —¡Pues debes salir y divertirte! Que no es tan complicado, Sergio—Y sin esperar a que dijera nada, se encaminó hacia mi armario perfectamente ordenado, debido a que siempre usaba las mismas prendas, y éstas se encontraban encima de una silla. 

—¡Toda ésta ropa y siempre llevas la misma sudadera gastada y echa pedazos! ¿Es en serio?—exclamó con una carcajada. Miré a la camiseta que llevaba puesta... a mí no me parecía estar tan mal, pero algo de razón —a mi pesar—, debía concederle. 

—¿Qué hay de malo en ello? Quizás no esté de moda, pero... es cómodo—miré hacia las desilachadas mangas. Juan, se limitó a ignorarme  y a comenzar a buscar algo decente que ponerme. 

—Si la mayoría de pantalones que tienes aún llevan puesta la etiqueta. ¡Qué desperdicio de dinero!—sacó un pantalón de la marca Levis que no me había colocado ni una sola vez para continuar husmeando entre mi ropa.  

En gran parte tenía razón, puesto que mis padres, y a veces también mis abuelos se dedicaban a regalarme ropa considerada "guay" y yo la colgaba en una percha en el armario y ya está. 

Unos minutos más tarde, me lanzó unos pantalones de color negro pitillo, —algo que jamás por voluntad propia me habría puesto—, una camiseta blanca básica y una chaqueta de cuero, que a decir verdad, no tenía ni idea de que estaba en el armario. Para terminar, lo combinó con unas converse de color negro —que creí haber usado alguna vez—. 

Me fui al baño y me cambié, intenté darle un poco de forma al cabello, con gomina pero el resultado no fue el que esperaba, así que me alboroté el cabello y salí del baño. 

—¿Parezco más decente?—pregunté a un distraído Juan que estaba jugando a la xbox que estaba en el lado izquierdo del escritorio. Sorprendentemente dejó el mando a un lado y se quedó mirándome hasta que habló. 

—¡No pareces el mismo!—dijo divertido —Ahora sí que estás listo para salir—Intenté sonreír pero me costó, aún añoraba usar mis cómodas (y zarraprastosas) sudaderas. 

No sabía en qué momento me había dejado aconsejar por las brillantes ideas de mi amigo, sólo sabía que por una vez en mi vida, debía atreverme a probar cosas nuevas. 

Al llegar a la fiesta, lo primero que me aturdió fue la música que sonaba, ¿qué podía destacar de ello salvo que para mí, era un asco? O en otras palabras, una tortura auditiva, casi hubiera preferido escuchar el despegue de un avión antes que aquel reguetón que sonaba a toda pastilla. Y ya ni hablar de el hecho de que gran parte de la peña estaba borracha o directamente habían esnifado algo y eso que no eran ni las once de la noche. ¿Qué gracia tenía estar bajo ese estado? Y aún más, ¿cual era la gracia de despertar por la mañana y no recordar nada? Aunque tal vez, cada cual se drogaba a su manera, porque tenía algo pendiente a hacer: olvidar. Sin embargo, siempre creí que habían muchas otras formas para olvidar. 

En algún momento de la noche perdí la pista de Juan y dejé de saber dónde estaba. El hecho de estar rodeado de desconocidos me incomodaba un poco así que creí que lo más sensato era irme de donde se encontraba el tumulto de gente, y me quedé a un lado, un poco marginado, pero lo mío no era precisamente socializar. 

Al cabo de un rato, una chica se acercó a mí. Pensé que se habría fijado en mí, pero ¡qué iluso había sido! Al instante, se disculpó, y me dijo que me había confundido con otro chico —que, lógicamente, no era yo—.

Para pasar el rato, me distraje con el móvil, en realidad, no hacía nada, sólo miraba el reloj con la esperanza de poder pasar el tiempo a una velocidad más rápida y así poder irme a casa cuanto antes. Pero la noche no prometía terminar allí, ¡claro que no! sólo estaba a ver, cómo terminaban la mayoría de fiestas de estudiantes. 

—¡Sergio! ¡He encontrado a amigos de la clase!—escuché que gritaban en mi dirección. Ya era la una de la madrugada y bostecé pensando en que estaría mucho mejor durmiendo o jugando al nuevo juego que me había comprado de la xbox pero no, estaba allí. Sin mucho ánimo arrastré las converse hasta donde se encontraba mi amigo, y al ver a quienes estaba señalando, abrí los ojos como platos. ¡Estaba Kim! Y a su lado había una chica de cabello azul, que no recordé cómo se llamaba, ya que sólo tenía ojos para Kim. 

Mi llegada provocó un leve impacto, pero no precisamente en el buen sentido. Kim me miró con una fría indiferencia, como si poco —o directamente en absoluto— le importase estar allí y más aún verme. En cambio, su amiga, también se mostró indiferente a mí ya que apenas nos conocíamos. 

Juan tomó la iniciativa de presentarme ante la chica desconocida y Kim sólo miró en nuestra dirección. Por lo visto, ya no era el único que tenía ganas de ponerle fin a la fiesta. 

Sin saber porqué, nos unimos al grupo de chicos que eran de mi clase, ellos al vernos, nos saludaron y de algún modo, ya no me sentí tan desubicado en el lugar. 

—Estábamos jugando al juego de la botella—anunció la del cabello azul.

De inmediato pensé que de ese estúpido juego, nunca salía nada bueno. Y di fe de ello algunos años antes cuando terminé vomitando por todos los tragos de tequila que tomé jugando a ese juego. 

Miré a la botella vacía de cerveza que estaba en el suelo e imité a Juan sentándome yo también. Por impulso miré a Kim que parecía estar... ¿Mirándome? No podía ser, seguro que eran imaginaciones mías. 

La primera que hizo girar la botella fue la amiga de Kim. La botella se detuvo en un chico de la clase y la chica le besó porque así lo decían las reglas del juego, pero se veía que no estaba del todo cómoda, a diferencia del chico, que sonreía con autosuficiencia. 

Después de algunos besos más y sobretodo, muchas risas, llegó el turno de Kim. Cuando todas las miradas se centraron en ella, sonrió e hizo girar la botella. 

La botella dio algunas vueltas antes de detenerse en una dirección, para mi sorpresa apuntó en mi dirección. Eso debía de ser una jugada del destino, pensé. Esperé a que ella se negara, o protestara, en cambio, muy segura de sí misma se acercó a mí y me besó. Fue un simple roce, que no duró más que un fugaz instante, pero no pude evitar sentir que mi corazón se acelerara. 

No era un experto en besos, ni muchos menos, pero aquel beso había significado algo, sentí que entre los dos había alguna conexión, algo indescriptible, y me era difícil ocultarlo. Sin ser consciente de mis actos le correspondí y aquella vez, fui yo quien le volvió a besar y le vi abrir los ojos sorprendida y rápidamente se apartó de mi lado e hizo algo que en cierto modo habría esperado.

Me dio una bofetada delante de mis compañeros de clase.

Genial, había roto la magia del momento. Lo había fastidiado todo con mi atrevimiento. Sí, lo había fastidiado. Y pude ver la decepción en sus ojos.

Y aquello me dolió más que cualquier bofetada. 

Musité una disculpa antes de separarme rápidamente del grupo, atravesé la marea de cuerpos que estaban por toda la casa y fui abriendo las puertas hasta dar con el baño. Cuando al fin lo encontré, cerré de un portazo y me senté en la tapa del váter. 

Levanté la vista y me vi en el espejo reflejado, una marca roja estaba en mi cara y me fastidiaba haber sido tan imbécil como para creer que sentía algo por mí. Todo habían sido falsas ilusiones sin fundamento. Seguro que ella querría a alguien, a cualquiera... menos yo.

Me reprendí a mí mismo por la inocencia que había mostrado al pensar que no me rechazaría, claramente me había equivocado. 

—Eres imbécil—le dije al reflejo que me observaba en el espejo, me pasé la mano por la cara y ver la marca me dio la respuesta de que sí, que en efecto era un completo idiota.

Pensé en buscar a Kim, para decirle que lo sentía, pero no podía decir algo que en el fondo no sentía, y era que yo no me arrepentía lo más mínimo del beso. Con la bofetada incluida. No me importaba si así había logrado estar cerca de ella, aunque seguramente aquel momento, había sido una ilusión que no se volvería a repetir, o tal vez... pero en sueños, no en la vida real.  

Juan estaba en la improvisada pista de baile, bailando junto a una chica y no se dio cuenta de que había vuelto. Sin más, me decidí a tomar el bus para regresar a casa, por suerte aún llevaba algunas monedas. No se me había perdido nada más en aquella fiesta, y me prometí que bajo ningún concepto volvería a estar más en una fiesta. Porque después de haber aguantado aquel asco de fiesta, por si fuera poco, después de lo que había pasado aquella noche, sólo había empeorado más las probabilidades de acercarme a Kim. 

«He vuelto a casa» le escribí a Juan cuando llegué a casa para que no se preocupara al no verme, aunque lo dudaba puesto que con aquella despampanante chica, era difícil darse cuenta de lo que pasara a su alrededor. 

Me estiré en la cama y vi que me llegaba un mensaje, pensé que sería Juan, pero me sorprendió al ver otro nombre iluminándose en la pantalla. 

«No quiero que hablemos de esto nunca más, ¿entendido? Simplemente, olvídalo.» Escribió Kim y ver que estaba en línea hizo que por un momento pensara en qué responderle, escribí el mensaje varias veces, a veces le decía que lo sentía, y otras que lo único que sentía era haber hecho algo que ella no quería. Porque, ¿yo lo quería? Visiblemente confundido, eliminé el mensaje que estaba a punto de enviar y lo sustituí por otro. 

«Me parece lo correcto. Hasta el lunes» Fue lo único que me atreví a responder. 

Podía notar el enfado por la dureza de sus palabras aunque no le viese la cara, sabía que contenta, no era como estaba, ahora sí que había terminado la fiesta. 

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