2. Cómo convencerlo de enamor...

By LucilaMartinez

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¿Cuánto arriesgarías para ser capaz de convencer a alguien de que eres su amor? More

Sinopsis
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho - ¡Final!
Agradecimientos ♥
Reedición

Capítulo Tres

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By LucilaMartinez

Miércoles


Me sentía muy rara caminando entre un montón de casas de lujo. No mansiones, sólo casas lujosas. Y ni hablar si me sentía rara combinando la palabra nosotros entre Erick y yo. Nunca fue así, ¡por Dios! Todo es raro. Desde el porqué de nuestra existencia, hasta cómo es que estoy caminando en dirección a la casa del muchacho que me gusta. Aunque puede ser que ese muchacho también gustara de mí.


Mierda.


Quería correr en dirección contraria. Esta era la primera vez que pisaba suelo McNair y creía que no iba a ser bien recibida. Sabía a la perfección que tenía una hermana un tanto... odiosa. Bueno, un tanto-mucho. Jessica era estudiante de último año y era una de las creadoras de Selladores de Labios. Un trabajo estudiantil, sobre chicos y chicas que nunca han besado en su jodida vida. Y justo en ese estúpido trabajo de último año yo era una candidata.


Ya había hablado con ella y era un ser muy insoportable y no muy amable Jessica McNair. Sus ojos verdes, un poco más oscuros que los de Erick, nunca desistían de mirarme desde los pies, hasta la cabeza. No dejaba de mover su cabello castaño, y mucho menos, dejaba de menear las caderas a un estilo gatúbela-tuvo-Parkinson.


Todavía no podía creer que eran hermanos.


Antes de que pudiera caer en la realidad, estaba frente a la puerta de la casa elegante de la familia McNair. Suspiré y toqué el timbre. Nadie respondió. Toqué de nuevo. Tampoco nadie respondió. Suspiré resignada. Me alejé un poco de la puerta, para ver si estaba Eri... Divisé su cuerpo por la ventana derecha del segundo piso. Estaba escuchando música por unos auriculares, era por eso que no me abría.


Pensé en tirarle unas piedritas, pero no tenía ganas, después, de pagar vidrios rotos. Así que tuve que rodear toda la casa, tratando de encontrar una forma de entrar. En el lado oeste de la casa, había una enredadera, pegada a una escalera, que por lo visto no era utilizada desde hace años. Tenté a mi suerte y trepé por ella, para acabar junto a una ventana, en la que dudaba que mi cuerpo pasara.


Abrí apenas la ventana para observar qué habitación era la del otro lado. El baño. Me encogí de hombros y pasé rezongando por lo estrecho que era. Caí al suelo en un sonoro golpe, que, si Erick no estuviera escuchando música, pensaría que era un ladrón. Salí cojeando, porque al caer choqué mi pie izquierdo con el que pisé y me lo doblé.


Caminé hasta que me detuve por el sonido de unos saltos. Si, tendría que ser esa la habitación. Entré despacito, mientras me acomodaba mi mochila —sí, traía una— y observé como el jugador de fútbol americano McNair saltaba de un lado a otro, tocando una guitarra imaginaria y haciendo gestos de estar gritando silenciosamente.


Reí y esperé a ser notada, pero no me notó, porque saltaba, gritaba y tocaba su guitarra imaginaria, con los ojos cerrados. Bufé y miré a mí alrededor en busca de algo. Justo a un costado de mis pies había una bola de medias Adidas. La tomé y la lancé de una mano hacia la otra, esperando el momento indicado. Hasta que se la lancé y lo único que escuché fue el grito aniñado que pegó.


Volteó con lentitud, conteniendo la respiración, hasta que me vio. Exhaló el aire contenido y se sacó los auriculares.


—¿Cómo entraste? —preguntó, tirando su iPod por ahí.


—Hola a ti también —dije a modo de sorna. El asintió.


—Hola —y me sonrió, haciendo que me quedara allí parada como una estatua. Tenía ese leve efecto en mí—. Am... ¿Quieres algo de beber? —arqueó una ceja, sonando incómodo. Yo asentí, perdiendo el habla momentáneamente.


Pasó por al lado mío y se fue. Yo me quedé allí, observando la habitación. Tenía pósters de próceres del deporte. Tanto del fútbol americano, como del básquet. También había una estantería, llena de trofeos de natación, vóley mixto, fútbol americano, fútbol, básquet... y había un solo trofeo fuera de lugar. Un trofeo muy singular, con la forma de un piano.


Me acerqué cautivada y leí la placa grabada.


Primer puesto Erick McNair.

Por tocar obras de Gluck,

Schubert y Mozart.

-2007-


Miré asombrada los nombres de los compositores, mientras acariciaba la placa. Erick hacía música. ¡Y con las manos! Acaricié con mis dedos el pianito pequeño, casi con cariño. Sonreí para mí misma, al saber que no era yo sola una loca-demente por la música clásica. Cerré los ojos, mientras sonreía, y pensaba que lo amaba cada vez más. Muuucho más que antes.


—¿Te encuentras bien? —me sobresalté por su repentina aparición, haciendo que tirara al suelo el trofeo.


—¡Oh, lo lamento mucho! —exclamé, mientras levantaba el trofeo y lo dejaba en su lugar.


Me volteé para mirar a Erick, el cual, había dejado dos vasos con limonada en una mesita de noche. Se acercó a mí con un paso lento y ágil, con un ritmo ya adquirido. De seguro por el fútbol.


—No sabía que tocabas el órgano —susurré, mirando a mis pies.


—¡Jha! —bufó. Levanté mi vista para observarlo—. Normalmente mis amigos toman eso como un objeto con el cual burlarme.


—Entonces son unos idiotas  solté sin más, lamentándome después.


—Es lo que les digo —comentó en voz baja.


Ambos nos vimos sumergidos en un silencio incómodo. Medí las palabras que salieron de su boca. Suaves y lentas, entendibles para los oídos de una mujer. ¿Estaría coqueteando conmigo? Imposible. ¿Se estaba dando la oportunidad de un futuro beso? Me tomé dos pastillas antes de venir, cierto. ¿Me dejaría darle un beso en la mejilla? Ni en tus mejores sueños, mujer. ¿Por qué soy tan imposible con algo qué puede ser posible? Porque soy un cero a la izquierda.


Cierto.


—Te traje una limonada —señaló a la mesita de noche—. No sabía qué querías, así que traj... —lo interrumpí.


—Es perfecto —sonreí complaciente. Luego de unos segundos, pregunté—. ¿Comenzamos?


—Por supuesto —sonrisa coqueta en dirección a mis ojos, en tres... dos... uno... Desmayo despierta.


Estuvimos aproximadamente tres horas y media ensayando los cantos. Principalmente la de Blues Brothers. Era un tanto difícil. Erick se dedicó a hacer la parte del habla, mientras que yo... bueno, sólo cantaba las partes en las que se cantaba. También ensayamos Mercy, lo que por cierto, es una muy linda canción. Yo acompañaba a Erick en el primer estribillo, para después hacer sola la segunda estrofa. El segundo estribillo lo volvíamos a hacer juntos y la tercera estrofa también la hacíamos juntos. Muy juntitos. 


Guardé mis pertenencias en mi mochila y la colgué en uno de mis hombros, mientras esperaba que Erick bajara de su habitación. Estuve repasando todo el tiempo compartido junto a él. Fue tan dulce cuando le corregí una nota mal entonada. Esa miradita llena de luz que me brindó. En toda la tarde, me habré derretido unas... unadostrescuatrocincoseis... Unas seis veces. En total.


—Listo, ya está —sonrió, bajando de las escaleras.


—¿Qué ya está? —pregunté.


—Ya están mis apuntes guardados —dijo con atropello. Lo miré ceñuda por un instante, pero luego recordé los errores que le corregí.


—Ahh... —y reí—. Bueno, creo que ya me tengo que ir. Fue un gusto estar contigo —¿Era mi imaginación o estaba haciendo una excelente imitación del Sr. Lopalkis?


—Digo lo mismo Amanda —y se acercó a mí... para besar la comisura de mi labio.


—Oh, por Dios —susurré, pero para él debió de haber sido ininteligente lo que dije. Me abrió la puerta y salí hacia afuera—. Hasta luego —saludé, todavía un poco-demasiado aturdida.


—Hasta mañana será —y me guiñó el ojo, mientras cerraba la puerta. 

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