Los destellos de la luna colisionan con el océano. En medio de la lobreguez de la noche, una fémina traza con sus finos dedos incongruencias en la arena. Porta un vestido de novia, un corazón roto y lágrimas en abundancia.
Tiene lesiones en las rodillas y todo por permanecer una hora arrodillada rogando por amor y otras dos horas suplicando al cielo que lo que acaba de pasar no pasara en verdad.
Está destruida, el amor de su vida le dijo que no al frente de todos... los testigos del amor que se profesaban. No la amaba, no la ama; no como ama en secreto a su mejor amiga.
No la ama, ni siquiera por todas esas noches de luna llena en donde se apoderó de su alma y de su corazón. Si supiera que en las otras noches en donde la luna era tímida y se escondía, él se apoderaba del corazón de alguien más y se reían de lo ingenua que era ella.
Se lo habían advertido, pero su corazón se dedicó a cubrir sus orejas junto con sus ojos. No quería sufrir, sin embargo, su sufrimiento fue inevitable. Las verdades hablan solas.
Si en algún momento eres feliz recuerda que alguien no lo es, todos pagamos por la felicidad de alguien y alguien paga por nuestra felicidad.
Es el momento de que ella pague por su felicidad.
Y mientras los rayos de la luna colisionen con las olas, ella seguirá llorando, cortando su alma con los fragmentos de su corazón.
Es mejor que sueñe con que él regresará a ella, aunque no sea verdad. Que sueñe para calmar su dolor, que respire con la esperanza de que todo volverá a ser como antes.
Se frota inconscientemente el dedo anular, quiere sus sueños de nuevo, quiere que todo comience. Como en las mañanas en donde amanecía alrededor de sus brazos.
—Sí, acepto —susurra.
Suelta un alarido, su alma se quiebra, y con ella sus deseos de vivir.
Ella quiere su felicidad de nuevo y no le importa que otros paguen.
Pero él no la amó, ni lo hará.
Y a ella le espera una dura batalla en la que tiene que salvar su alma, o de lo contrario ahogarse en sus recuerdos en compañía de la luna llena.