Los Hijos del Dragón (Histor...

Por sterbj

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"Y aquella noche, entre la vida y la muerte, Zingora les dijo a sus hijos: Pasaran años, pasarán siglos y eon... Más

Prólogo
Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Capitulo cuarenta y seis
Capitulo cuarenta y ocho
Capitulo cuarenta y nueve
Capitulo cincuenta
Capitulo cincuenta y uno
Capitulo cincuenta y dos
Capitulo cincuenta y tres
Capitulo cincuenta y cuatro
Capitulo cincuenta y cinco
Capitulo cincuenta y seis
Epílogo

Capitulo cuarenta y siete

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Por sterbj

Asalto

  

Xeral no podía dejar de sonreír mientras sentía el cuerpo tenso de Criselda contra el suyo propio y la mirada asesina y salvaje de su hermano clavada en su persona como millones de dardos ponzoñosos. Podía sentir su inminente victoria. Había valido la pena los días y días interminables de espera, al igual que había hecho bien en seguir los consejos de sus propios presentimientos.

Cuando Gea le dijo que le llevase a Criselda, él no pensó simplemente actuó decidido y completamente resuelto a obedecer presto a las demandas de la diosa, organizó a los quince hombres más valientes y fuertes apostados en los Bosques Sombríos y habían partido como almas que corren tras el mismísimo diablo errante a la capital del reino. No iba a perder ni un segundo más y, estaba completamente seguro que Urúï sería capaz de exterminar al molesto erudito antes de que él llegase.

Porque ahí residía la clave de su éxito. Si conseguía llegar sin que Varel sospechara nada, sería demasiado fácil - incluso ridículo - entrar en el Palacio.

Y así fue en verdad.

Después de cabalgar sin descanso una noche y un día entero, llegaron al paso que portaba al gigantesco palacio que se alzaba majestuoso he imperturbable, igual que como él lo dejara en el otoño. El dragón seguía allí, vigía de la raza que creó en vida y Xeral contempló la imperiosa figura de piedra con un cosquilleo en el vientre. Pronto podría volver a contemplar un dragón, estaba seguro de ello. Pero esta vez, sería un dragón real uno que le ayudaría a conquistar el mundo y así realzar la esplendorosa raza de los dragones y la de los Hijos más allá de Nasak.

En cuanto vieron a su real príncipe aparecer por el camino principal, los cuatro guerreros de guardia de las puertas del Palacio le saludaron con la cara seria y triste, pero le dejaron entrar sin preguntarle nada, pero si le informaron de la terrible desgracia de la muerte de Qurín y Yenara, la sanadora real. Eso animó más a Xeral que tuvo que hacer grandes esfuerzos por parecer consternado y terriblemente conmocionado por la noticia.

- Acaban de incinerar sus cuerpos  - le dijo uno de los guerreros.

- Es una auténtica lástima no haber podido despedirme de ellos. Lo mismo que con mi honorable padre. Espero que esté con mi madre y con el espíritu de Zingora.

- Lo estará alteza.

Eso esperaba sobretodo para que supiese de una vez por todas quien fue el responsable de la muerte de su esposa. Lo mismo que la tuya viejo estúpido - se dijo mientras cruzaba a caballo con sus acompañantes la entrada de Sirakxs - yo tuve la última palabra en tu muerte merecida.

Una vez en el gran vestíbulo - más inactivo de lo normal - fueron recibidos por cuatro mozos de cuadra que se dispusieron a meter sus monturas en las cuadras.

- No será necesario muchachos - les dijo el príncipe con voz amistosa y sosegada - pronto marcharé de nuevo así que los necesito tal cual están ahora; ensillados. Aunque un poco de agua y avena no les irían nada mal.

Los cuatro mozos se miraron sorprendidos por aquellas palabras, pero obedecieron sin rechistar a su príncipe ya que no había ordenes de hacer lo contrario. Perfecto, todo iba según lo esperado por él.

Cuando todos sus diez guerreros estuvieron listos, le siguieron por la escalera de caracol, subiendo los peldaños a un ritmo ligero he intentando que nadie más advirtiera su presencia y fueran corriendo con el chisme a su hermano. De momento, contaba con el anonimato una ventaja muy beneficiosa para coger a su querida Criselda desprevenida.

Cuando llegaron al noveno piso - algo cansados pero sin intenciones de bajar el ritmo - Xeral vio a su hermano salir de los aposentos del rey y ordenó a los suyos que se mantuvieran tras un recodo. El príncipe vio como su hermano tomaba un pasillo hasta el elevador más cercano y cuando estuvo fuera de su vista y sus pasos se habían perdido en la lejanía, reanudó el paso hasta el antiguo dominio de su padre.

Él y sus hombres entraron con sigilo a la sala del concilio - completamente vacía y adornada igual que siempre -. Xeral contempló aquella sala y acarició al superficie de la gran mesa redonda que pronto sería enteramente suya al igual que habría que colgar nuevos tapices allí, los que contarían como consiguió su trono. Su poder.

- Que uno de vosotros se dirija a la entrada del elevador por el cual se hha ido Varel. Cuando le veáis, cortad las cuerdas del elevador, no nos interesa que se meta en este asunto. Los demás, vigilad la entrada mientras yo voy a por nuestra exquisita reina.

Los hombros asintieron y uno de ellos se marchó mientras él iba en busca de Criselda. En verdad el joven no estaba seguro de si ella se encontraría allí, pero si no lo estaba la esperaría. No tenía más opciones. Pero la suerte estaba siempre de su lado y, en el dormitorio privado, estaba ella acostada y completamente dormida. Algo dentro de él se agitó cuando la vio, tan bella y hermosa allí tumbada con el rostro congestionado por la fatiga y el mal sueño.  Su cabello - ahora largo - se desparramaba por los almohadones y también por sus hombros desnudos.

Xeral se acercó a ella invadido por el deseo de tocarla he incluso de poseerla. ¿Cómo podía ser más hermosa que antes? ¿Por qué la atraía tanto? Siempre había sido así desde el día en que la vio en la corte de Senara aún casadera. Había algo en ella que le llamaba la atención que lo ataba irremediablemente y que conseguía que deseara que fuera suya a pesar de no sentir amor por ella. Pero el deseo que le despertaba era tan intenso y quemaba tanto que parecía sumido en un fuerte hechizo que era incapaz de sortear.

Sin dejar de observar su espléndida belleza, se acercó a ella y se subía al lecho con las manos extendidas. Le acarició el sedoso cabello castaño y también los labios y el rostro. Ella gruñó por lo bajo ante sus caricias pero no despertó. Xeral bajó la mano por su cabello hasta su hombro y de allí siguió la línea de su cadera hasta su muslo. Ella se removió pero él no se detuvo. Su mano bajó hasta su parte más intima al igual que la otra bajó de su mejilla hasta la base de su cuello y de allí hasta un seno redondo y tierno.

Criselda frunció el ceño y jadeó antes de abrir los ojos de golpe. Sus iris verdes le miraron y él se inclinó para besarla a la fuerza tal era su deseo. Ella luchó pero él era más fuerte y la atrajo hacia sí mientras penetraba sin piedad su boca a pesar de que ella intentaba que él no introdujera su lengua en ella. Pero Xeral ganó y bebió de ella sin dejar de tocarla allí abajo donde él más deseaba introducirse. Pero entonces, Criselda le clavó las uñas en los hombros a la vez que conseguía hacerle una clave de inmovilización y se demasiaba de su agarre férreo.

Como un conejo acorralado por un lobo, la joven se precipitó del lecho contra la pared resollando y con las mejillas coloradas por el esfuerzo y - tal vez - por el deseo o la vergüenza. No podía saberlo.

- Hola quería mía - la saludó con aquella sonrisa sarcástica y llena de seguridad. Ella le contempló con el rostro desencajado por el asco. ¿Asco? ¿De él? Apretó los puños mientras ella se pasaba las manos por el cuerpo y por los labios como si quisiera desprenderse de sus besos.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó como si hubiese visto a un fantasma o algún monstruo horrible.

- ¿No te alegras de verme de nuevo amada mía? He venido por ti - dijo con los ojos entrecerrados mientras ella se alejaba más de él conforme me acercaba.

- No, márchate. No quiero ir contigo a ninguna parte - manifestó la joven reina mirando alrededor como buscando algo o a alguien.

- ¿Buscas a mi hermano? Se ha ido y no creo que le sea fácil regresar.

Los ojos de Criselda se dilataron por el espanto mientras se quedaba paralizada y se llevaba una mano al vientre y apretaba los dedos contra la tela de su ligero vestido veraniego de lino negro con volantes de pura seda.

- ¿Qué le has hecho?

Xeral soltó una carcajada.

- ¿Yo? Nada, de momento. Aunque no creo que aún pueda hacerle nada. no, aún no puedo lastimarlo del todo. Pero tú vendrás conmigo y de buen grado querida Criselda.

Ella negó con la cabeza mientras fruncía el ceño y le miraba con desafío.

- No, no me iré contigo a ninguna parte.

- Si quieres que sea por las malas… así será. No eres la primera en equivocarse con esa elección.

Con los ojos fijos en una pequeña daga de plata, Criselda se lanzó a por ella a la vez que Xeral se precipitaba a por la muchacha. La reina se dio la vuelta con la daga en la mano y se echó a un lado, muy certeramente, para esquivar su carga.

“Es verdad, la han entrenado y sabe defenderse”.

Pero así y todo no iba a ganar.

- Venga vamos a jugar gatita. Así solo me dan más ganas de morderte.

Criselda apretó los dientes mientras le lanzaba estocadas con la daga a la vez que se mantenía fuera de su alcance. Xeral se divertía mientras la esquivaba hasta que se dio cuenta de que las intenciones de su hermana no eran la de herirle, sino la de conseguir distraer su atención y moverle por la habitación para ella moverse a su vez hasta la puerta y salir de allí mientras lo encerraba a él y pedía auxilio.

No le saldría bien.

- Nadie te ayudará y Varel no vendrá a por ti - le dijo mientras le daba un manotazo en la muñeca y la daga salía volando. La tomó al vuelo y - para dejarle bien claro quien era el más fuerte - le rajó el vestido desde el cuello hasta el pecho con la punta de la daga. Su habilidad con las armas blancas consiguieron que solo rasgara la tela, dejando la piel de ella inmaculada. Ella dejó escapar un grito de terror y eso le regocijó a la vez que, la visión de su piel desnuda, le produjo una oleada de deseo. La poseeré - se dijo - llegado el momento será completamente mía.

- Ya hora, si no quieres que te haga daño de veras, ven conmigo Criselda.

La joven, completamente abatida, se tapó con los brazos y se acercó a él. Xeral le dio un gran estirón para apartarle los brazos del pecho y le colocó la punta de la daga en la base de su garganta.

- Estas mejor con las manos quietecitas. Ahora vamos a salir y esperaremos a mi hermano, haber si es capaz de llegar hasta aquí.

Con los ojos tremendamente brillantes, Criselda apretó los puños mientras se le tensaba el cuerpo y apretaba los dientes con mucha fuerza. Xeral la tomó por la espalda lanzando la daga contra la pared y salió a la sala del concilio a esperar a Varel. Se sentó en el asiento del rey e obligó a la reina a sentarse sobre él y colocó su mano masculina alrededor de su frágil cuello de mujer.

- Un solo movimiento y te lo partiré en dos - le susurró al oído mientras sentía como se le endurecía su sexo por sentirla sobre él, sentir que la tenía a su completa merced.

Ella soltó un resoplido muy poco femenino y noble y él sonrió mientras sus hombres estaban atentos y vigilantes. Entonces, de improviso, llegó el vigía del pasillo informando que Varel había conseguido evitar in extremis la caída desde el elevador y que pronto llegaría hasta allí. Eso hizo feliz a Xeral que prefería enfrentarse cara a cara a su hermano mayor y restregarle su nueva derrota.  

- Apuntad con las lanzas a la puerta, ya viene - ordenó a sus hombres cuando se hizo audible unas fuertes pisadas. Varel apareció como un torbellino y las lanzas se postraron ante él, concretamente muy cerca de su cuello.

- Hola Varel, has superado la primera prueba ¡Bravo! Me alegro de que lo hicieras pues me muero de ganas de restregarte mi triunfo por la cara.

- ¡Xeral, maldito gusano de fango hediondo! ¡Suéltala!

- Me la voy a llevar hermanito y tú no vas a poder impedírmelo.

Criselda contuvo el aliento y se recordó que su esposo no podía morir, no aún. ¿O sí? Ella estaba ya embarazada, el dragón estaba en su interior ¿y si los dioses le habían arrebatado su inmortalidad? No por favor - imploró interiormente mientras la mano de su captor le atenazaba amenazante la garganta con su mano antaño tan amistosa y ahora tan agresiva.

Le odiaba y le daba asco ¿cómo había sido capaz de querer alguna vez a alguien tan ruin como él? ¡Había intentado forzarla, por los dioses de la creación!

Y ahora la tenía presa y sus hombres amenazaban al amor de su vida, a su corazón y alma entera. Y ella no podía hacer nada a la vez que podría ser la culpable de su inminente muerte si había perdido su inmortalidad.

“Si no me hubiese quedado embarazada aún.”

Se llevó la mano al vientre mientras contenía las lágrimas y evitaba temblar en los brazos de Xeral.

- No te la llevarás - proclamó Varel sin importarle todas aquellas lanzas que le apuntaban como si fuese una diana perfecta - no lo voy a permitir.

- ¿Y como lo vas a evitar? - dijo Xeral muy divertido y soltó una risita estruendosa -. Mírate, estás rodeado y, aunque no pueda matarte si que puedo inutilizarte por un tiempo, tiempo suficiente para marcharme.

- Si a los Bosques Sombríos ¿cierto?

¿A los bosques? Criselda miró de reojo al joven príncipe.

- Vaya te veo bien informado.

- Más de lo que crees - dijo Varel sin dejar de exudar oleadas de rabia - puede que tarde, pero lo sé todo.

Xeral se tensó y se puso en pié obligando a ella a enderezarse. Su mano seguía firme en su cuello y la otra la tomó con suma fuerza del brazo derecho.

- ¿Todo?

- Si - asintió dando un paso. Los guerreros de Xeral retrocedieron un paso sin apartar las lanzas -. Sé que planeas con Herron en la tierra negra con Gea en tu poder.

Criselda dejó escapar un jadeo incrédulo.

- ¿Gea?

- Exacto  -Varel la miró  -. Él es el culpable de lo sucedido a las Damas y a tu amiga.  Capturó a la diosa la noche de luna azul, cuando su cuerpo es mortal y la a sometido a fuertes torturas con el único fin de lograr matarme y ser él el marcado por el dragón y el rey de Arakxis.

Los labios de la reina se separaron sin poder evitarlo ante aquella información terrible. Chisare y tantas habían tendió que sufrir solo por eso, por un motivo despreciable que había bañado Senara de muertes inocentes. Y Gea.. ¿cómo había tenido la osadía de atreverse a dañar a la madre Tierra, la creadora de la vida? Era abominable.

- ¿Cómo has logrado saberlo si Qurín está muerto? - preguntó Xeral, pero sus ojos anaranjados se iluminaron -. Las notas del diario… maldición no pensé en eso.

- ¿Fuiste tu cierto? Tú mataste a Qurín y a su esposa al igual que estuviste de acuerdo con la muerte de padre - le reprochó su esposo completamente dolido he indignado -. ¿Cómo has podido llegar hasta este extremo hermano? ¿Por qué tanto odio?

- Siempre has sido un idiota Varel, siempre te has conformado con todo lo que te ha venido de sopetón. Yo no, soy ambicioso y decidido. La seguridad que tengo es lo único que necesito para hacer realidad mis sueños y no me importa asesinar si es necesario para lograr mis fines. Pero tú… siempre tan cobarde, escondido siempre tras las faldas de madre temblando y con los ojos llorosos cuando yo necesitaba más su amor que tú.

>> Fue ahí cuando comencé a odiarte. Poco a poco, me arrebatabas el amor de madre y también el de padre y solamente por ser el marcado. Si yo hubiese nacido con esa marca hubiese podido disfrutar también de sus atenciones y no solo de sus desprecios. Para ellos solo existías tú. Siempre tú.

Los ojos de Xeral parecían brasas ardientes cuando la miró y le apretó más fuerte el cuello. Ella frunció los labios mientras los ojos de su captor parecían desenfocados y fuera de aquella realidad.

- ¡No le hagas daño! - gritó Varel intentando acercarse pero una lanza se le clavó en el cuello y le silenció a la vez que le la sangre corrió por su boca y por su cuello.

Criselda gritó y Varel se arrancó la lanza a la vez que la blandía dispuesto a luchar. Los guerreros de Xeral se enfrentaron a él mientras su esposo golpeaba y esquivaba como buenamente podía. Clavó la punta de la lanza a uno bajo la axila y a otro en el pecho antes de que le arrebataran el arma y Xeral gritara desenfundando un chucillo ancho y largo de su cintura:

- ¡Basta si no quieres que la mate!

Varel se detuvo mientras ella sentía el helado y mortal filo del arma sobre la piel de su cuello. Su esposo soltó el aire contenido por sus pulmones por la boca mientras fulminaba a su hermano con su ojos azul celeste tremendamente claro.

- No te atreverás, la necesitas si quieres ser el padre del nuevo dragón.

- ¿De veras? Pruebame si te atreves hermanito. Puede que tengas razón y no la mate, pero le haré daño, mucho. No creo que muera si le corto unos cuantos dedos de la mano o si le ago esto.

Xeral la giró con suma velocidad y sin poder percibir sus intenciones, le propinó a la joven un rodillazo en el vientre. Se le cortó la respiración a la vez que la inundó un fuerte dolor y un único pensamiento: mi hijo. Criselda se tambaleó hacia un lado y hubiese caído desparramada por el suelo del salón de la guerra si Xeral no la tuviese firmemente sujeta por los hombros.

- ¡Desgraciado! - gritó su esposo mientras Xeral le apuntaba el costado con el imponente chucillo.

- Ah, ah - negó el príncipe - yo de ti me quedaría quietecito hermanito.

- ¡Sois vos el que debéis quedaros quieto! - gritó una potente voz que era la del mismísimo Boltrakx.

En escena y como caídos del cielo, los generales de su esposo vinieron a su socorro. Estaban todos desde el anciano guerrero hasta los amigos de su esposo.

- Que contratiempo - musitó Xeral sin darle demasiada importancia al echo de estar ahora rodeado por los hombres de su hermano.

Y parecía hacer bien ya que, enseguida reinó la confusión. Sin saber de donde atacaban, Boltrakx fue herido de muerte por la espalda a manos de Uruï que había desenvainado su arma silenciosamente y apuntaba con ella a Patrexs a la vez que tres hombres de Xeral apuntaban a Lenx, Corwën y Hoïen.

- A ellos no me importa matarles Varel si te pones obtuso a que me lleve a tu esposa y preferiría que no me obligaras a matar a Corwën. Con ella he pasado muy buenos momentos - dijo el príncipe con voz melosa.

Boltrakx, moribundo, intentó arrastrarse por el suelo con la mirada vidriosa en dirección al traidor antes de detenerse y de expirar.

- No tienes elección Varel.

Tiene razón - se dijo Criselda - no tengo más remedio que irme con él si no quiero que nadie salga herido o muerto. La vida de mi hijo está en juego.

La joven miró a su esposo y él la miró a ella. Sus ojos parecían hablarle y ella hizo lo propio.

Debo irme - le dijo ella con sus ojos.

No, no te dejaré con él - le dijo Varel.

Hazlo por los tuyos y por tu hijo. No hay otra solución.

Rendido ante la evidencia, Varel se derrumbó.

- Hazlo - murmuró con la mirada gacha - vete.

- ¡Eso aré, pero no lo haré sin dejarte para el arrastre!

-¡No! - gritó la reina desesperada al ver como seis hombres comenzaban a clavar las lanzas al cuerpo de su esposo sin piedad y él no se movía para defenderse.

Sus generales, llenos de rabia intentaron ir a su socorro, pero Lenx fue herido en el costado, a Patrexs le golpearon entre los omoplatos y cayó al suelo desplomado. Hoïen mató a uno pero dos le redujeron hasta casi ahogarlo y Corwën se mantuvo impasible con su único puño apretado. Cuando Xeral dio el alto, los suyos dejaron a Varel completamente ensangrentado he inconsciente. El príncipe tomó la delantera y cuando pasó al lado de Uruï y Corwën dijo:

- Tómala como rehén Uruï es mejor prevenir que curar hasta llegar a la puerta del Palacio. A llegado el momento de partir.

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