Capitulo cincuenta y cuatro

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Varel y Xeral

Solo un susurro.

Únicamente el susurro que más deseaba escuchar: su nombre en los labios de su ser más amado.

Varel abrió los ojos poniendo en aquel gesto todo su empeño y todas sus fuerzas, simplemente con el deseo de mirarla. Necesitaba verla más que nada en aquel mundo y más que nada en aquel instante. Alzó la mirada buscando su rostro hasta que al fin lo encontró.

Criselda estaba de rodillas aferrada a los barrotes de la mazmorra en la que estaba encerrada. Sus ojos verdes tan hermosos, brillaban a causa de las lágrimas y él deseó acercar la mano para poder limpiarle aquel rastro de dolor y sufrimiento. Aún no era el momento de llorar y esperaba que jamás volviese a hacerlo. Su meta en aquella vida, su único y verdadero deseo, era hacerla feliz.

Solo quería hacerla feliz.

Varel tosió mientras intentaba incorporarse inútilmente al estar maniatado. Al verle, su esposa se mordió el labio inferior y pestañeó para derramar más lágrimas. No llores - quería decirle - no llores más por favor.

- Desátalo - pidió Criselda sin dejar de mirarle -. Desátalo por favor.

El rey observó por el rabillo del ojo un par de botas que raspaban la tierra suelta de forma aburrida.

- No pienso desatarlo Criselda, es mi prisionero. Sería estúpido soltarle ¿no te parece? - respondió la voz de su hermano -. Pero si quieres, puedo levantarlo - se ofreció con una solicitud demasiado apresurada y atenta.

Los pies de su hermano se dirigieron hacia él solo un paso y medio. Él dejó de mirar a su esposa para mirar los pies de Xeral para sentir, al poco tiempo, como los dedos de este se cerraban en torno de su cabello y apretaba los dedos para luego tirar hacia arriba. Varel sintió una pequeña picazón en el cuero cabelludo mientras su hermano menor lo alzaba tirándole del cabello sin miramientos.

Criselda dejó escapar un gemido contenido.

Cuando su hermano lo incorporó, le miró a los ojos sin dejar de sostenerlo por el cabello. Sus iris naranja refulgían como la más abrasiva fogata que, con su intensidad y brillantez, no deja de amenazarte y de decirte: no te acerques o te quemarás.

- ¿Te parece bien así querida Criselda? - preguntó con un deje burlón de amabilidad mientras le fulminaba a él con la mirada -. ¿A ti que te parece hermanito?

- Xeral por favor - suplicó Criselda con la voz ahogada.

Su hermano no se volvió para mirarla y él tampoco lo hizo. No podía despegar los ojos de los de Xeral porque se sentía atraído fuertemente a esa mirada llena de odio y rencor. Ha llegado el momento de saber la verdad - pensó - ha llegado la hora de saber toda la verdad y de enfrentarnos cara a cara.

- Tiene razón - musitó Xeral a la vez que le soltaba y Varel caía de rodillas al suelo donde se escuchó un sonido de huesos rotos. La cabeza del joven rey comenzó a dar vueltas y a dolerle de forma punzante a la vez que una especie de corriente le recorría las rodillas y algunas escamas caían al suelo para sentir como le salían nuevas en la piel.

Su hermano hizo una señal y los cuatro hombres que esperaban a la entrada de aquella prisión subterránea, aparecieron de inmediato y se acercaron a su señor.

- Abrid la reja y soltad a Gea de sus cadenas.

Al escuchar el nombre de la diosa de la Tierra, Varel buscó con la mirada a Gea. Criselda siguió su mirada y también contempló a la cautiva. Al rey de los Hijos del Dragón se le encogió el corazón cuando vio a la madre Tierra. Ver desnuda, sucia, casi sin pelo, con el cuerpo delgado y arrugado a la vez que viejo, estremeció al joven que se sintió morir cuando la diosa le miró con sus profundos ojos verdes como el más verde y esplendoroso tallo primaveral.

Los Hijos del Dragón  (Historias de Nasak vol.1) EditandoOnde as histórias ganham vida. Descobre agora