Dos amores de verano

By paulavelc8

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Sara va a pasar las vacaciones de verano al pueblo que iba de pequeña, pero esta vez, no va por gusto propio... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo

Capítulo 9

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By paulavelc8

– ¡Aaaah!

Sara abre los ojos de golpe y pega un bote. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está? Poco a poco se le van acostumbrando los ojos a la oscuridad y no puede evitar una carcajada cuando ve a Laura tirada en el suelo aún con el antifaz puesto.

La chica estira el brazo y alcanza el interruptor de la luz. Observa un segundo a su amiga con una sonrisa en la cara.

–Anda, Laura, quítate el antifaz –dice divertida

La chica obedece. Está desorientada.

– ¿Te has caído de la cama? –le ayuda a deducir su amiga con una sonrisa en la cara.

–Ahora entiendo el dolor de cabeza –dice comprobando que no le sale sangre –Ya te dije que no me gusta dormir en la litera de arriba.

Cuando era pequeña, la habitación de Sara tenía una única cama pegada a la pared, con su mesilla de noche al lado y la ventana encima de ésta. Pero desde que nacieron sus primos y las habitaciones se quedaron pequeñas, su abuela decidió quitar esa cama y poner una litera. A ella no le hizo mucha gracia. Siempre había sido su habitación, el lugar donde por las noches soñaba y recordaba todo lo vivido durante ese día de verano, y de día se desesperaba por tener contenta a su madre y que quedase todo ordenado. Que pusieran aquella litera significaba que se habían acabado esos veranos, que se había terminado su infancia. Sí, puede que fuese una simple cama, pero era su cama. Su vida. Sus veranos.

Ahora se alegra de tener la litera. Sino Laura y ella hubieran tenido que sortear quien dormiría en el suelo y quién en el colchón. Aunque pensándolo bien, su amiga no se hubiera caído de la cama.

–Hija, pero si tienes una valla puesta, ¿qué has hecho para caerte? –vuelve a reír.

–Y yo que sé –se queja malhumorada – ¿Qué hora es?

–Las nueve y media –dice mirando el reloj.

Perfecto. Aún es pronto. Tiene que ayudar a los chicos a preparar la fiesta de cumpleaños de Sara. Ayer lo estuvieron hablando y tras mucho discutir, sobretodo Irene y Laura, decidieron que lo mejor sería hacerle una fiesta sorpresa.

Otra historia es cómo entretener a su amiga. Ella es muy curiosa y siempre quiere saber qué hace todo el mundo, sobre todo cuando sospecha que ocultan algo. Pero lo que no saben los demás es que ella es más lista de lo que creen.

Anoche cuando volvieron de la calle, las dos subieron al piso de arriba, dejaron sus móviles encima de la cómoda cargándose, y se acostaron. Las emociones que había vivido Sara ese día fueron demasiadas, y nada más tumbarse en la cama, cayó rendida. Momento que aprovecho ella para bajar de la litera, coger el móvil de su amiga y copiar todos los contactos.

–Bueno, ¿vamos a desayunar o te gusta más el suelo? –dice divertida.

Su amiga pone una mueca burlona y las dos se dirigen al piso de abajo a desayunar. Esta vez es al revés y mientras Laura pone la mesa, Sara prepara dos tazas de café y vuelve al comedor con éstas en las manos.

– ¿No hay nada para mojar? –se queja Laura.

–No he visto nada.

–Anda, pues mira bien –le dice con media sonrisa.

La chica vuelve a la cocina un poco desconcertada y abre la nevera. A simple vista no hay nada. Salchichas, huevos, carne, lechuga, frutas... y algo pequeño envuelto en papel de plata. Lo coge sorprendida y camina de vuelta a la mesa con aquello en la mano.

– ¿Esto es cosa tuya?

–Calla y ábrelo –le exige su amiga sonriente.

Sara obedece y poco a poco, con mucho cuidado, desenvuelve el paquete. Una gran sonrisa aparece en su rostro cuando lo abre. Un pequeño donut de chocolate con forma de corazón y con un 18 escrito con sirope de fresa aparece ante sus ojos.

– ¡Felices 18! –grita Laura mientras se levanta y le da un sonoro beso en la mejilla.

–Muchas gracias. Pensaba que te habías olvidado.

–Eh, que solo pasó una vez –dice con una sonrisa.

Entre risas, bromas y anécdotas cumpleaños pasados, acaban el desayuno.

Como siempre que toca hacer algún trabajo, Laura se escaquea y es Sara la que acaba limpiando los platos y las tazas de café y recogiendo el lavavajillas de la cena de anoche.

Cuando ve que su amiga está distraída en la cocina, agarra su móvil y sale fuera de casa. Marca un número desconocido para ella, que tuvo que conseguir ayer a escondidas.

–Psst, Dani –susurra en cuanto descuelga – ¿Sabes lo de la fiesta de cumpleaños de Sara?

–Sí, algo me dijo Ali cuando os fuisteis. Ahora mismo iba para casa de Irene a preparar todo.

–No, estate quieto. Necesito que vengas a entretener a Sara. Sólo de ti no sospechará nada.

–Pero... –empieza el chico –después de lo de ayer...

– ¿El qué? ¿Qué casi os besáis? –un silencio al otro lado de la línea – ¿Qué? Sara me lo cuenta todo.

–Bueno, pues eso...

–Pero vamos a ver, ¿ahora qué sabes que la bruja de Alba os engañó a los dos y que se fue por eso, no tienes ganas de recuperar el tiempo perdido?

Otro silencio, este más largo que el anterior. Laura empieza a pensar que Dani le ha colgado, pero finalmente habla con más seguridad que nunca:

–Voy para allá.

La chica cuelga el teléfono y entra en casa. Espera que Sara no se haya dado cuenta de su ausencia... Mierda. Siempre que no quiere que ocurra algo acaba pasando.

Su amiga está en medio del comedor con los brazos cruzados, mirando directamente a la puerta. Le recrimina con una mirada que Laura entiende a la perfección y sin darle tiempo a quejarse le miente:

–Me ha llamado mi madre y ya sabes como es. Nos hemos puesto a discutir y no me hacía gracia que me oyeras.

Sara no parece muy convencida pero da su brazo a torcer. No quiere enfrentarse con su mejor amiga en un día tan especial para ella. Se da media vuelta y empieza a subir las escaleras de camino a su cuarto. Laura la observa pero no dice nada. Tiene que hacer otra llamada y no quiere que esté su amiga delante.

La chica llega a la habitación, y desenchufa el móvil que seguía cargándose. Qué raro. Tiene un mensaje. Ya nadie manda mensajes. Nadie se gasta dinero en un SMS, para eso existe WhatsApp. Lo coge y lo examina curiosa. Le da un vuelco al corazón cuando lee el destinatario. Una sonrisa ilumina su rostro, y un brillo especial aparece en sus ojos verdes. ¡Qué bonito! Antes siempre le mandaba SMS a todas horas. Le decía que la extrañaba, que tenía ganas de verla, hacían bromas y le intentaba picar. Le daba igual el dinero que se gastase mientras que fuera por ella. No puede creer que le haya mandado uno. Lo abre:

Sara, te espero en el parque a las doce, creo que tenemos que hablar, ¿no? Que sepas que he soñado contigo, con el casi beso de ayer y ¿sabes qué? me he despertado antes de terminarlo. Sé que ese no era el final y tengo ganas de saber cómo acaba. Un beso enorme princesa.

¿Por qué no puede quitar esa mueca de la cara? ¿Qué le pasa? Ella ya no está enamorada de Dani. ¿O sí? No, no, no. Eso ya pasó. Lo que tuvieron fue muy bonito, precioso, la historia de amor más bonita jamás vivida, pero se acabó. Tiene que aceptarlo.

Ahora ha conocido a Marcos, un chico con el que no tiene un pasado que acabó mal. Es amable, cariñoso, divertido... De una cosa está segura; le gusta, pero no sabe hasta qué punto. Ni siquiera sabe si Dani sigue ocupando un lugar privilegiado en su corazón o por el contrario le ha desbancado el moreno.

Aturdida aún, baja las escaleras y vuelve al comedor, justo a tiempo para que Laura se despida y cuelgue el teléfono.

–Eh... Laura, me tengo que ir –dice sin mirarla directamente.

– ¿A dónde? –finge no saber su amiga.

–Vuelvo a la hora de comer. Adiós –dice al tiempo que se escabulle por la puerta.

Laura se queda con una sonrisa en la cara. Si es que son tal para cual. ¿Con quién van a ser más felices que el uno con el otro?

Ella también se tiene que ir. Acaba de hablar con Pablo y han quedado en su casa para ir al pueblo de al lado a comprar los adornos y la tarta, de chocolate, la favorita de la cumpleañera.

Coge la copia de las llaves que le hizo Sara antes de venir, y sale por la puerta cerrando tras de sí.

***

Las once y media. No quería llegar tarde, pero igual parece demasiado interesada. Entra en el parque, está vacío pero eso no le sorprende. Los niños están en la piscina con sus padres y los abuelos en casa preparando la comida o en misa. Eso no ha cambiado. Sonríe levemente al recordar que en Velc no pasa el tiempo. En los calendarios de las casas puede que cada año sea un número diferente, 2012, 2013, 2014, 2015 o 2016 que más da. Ese pueblo siempre está igual, y las costumbres también, pasen cuatro años o cien.

Se queda unos segundos observando las verjas azules y rojas, ya oxidadas, desde fuera. Ha cambiado mucho ese lugar. Su lugar. Han plantado pequeños pinos y arbustos, el suelo ya no es de piedra, unas baldosas de goma lo cubren. Le recuerda a los parques de ciudad. Ya no están los toboganes verde y azul. Ahora en su lugar hay un enorme balancín. Ha desaparecido la tela de araña roja como la que hay en la arena de la playa. Su sitio ha sido sustituido por unos columpios con respaldo para los niños más pequeños. Solo hay una única cosa que no ha cambiado. La casita con tobogán. Se trata de una casita situada en el extremo izquierdo del parque con su tejado y sus ventanas pero que justo en la puerta se encuentra un tobogán. Sara hace memoria y una sonrisa melancólica adorna su rostro. Recuerda cuando jugaba con los chicos al tula en alto y esa casita era la chufa. Que bonitos recuerdos guarda de ese maravilloso parque. Y otros no tan bonitos.

Agita la cabeza y se encamina hacia la puerta. Prefiere no sentarse en el primer banco, le trae malos recuerdos. Se adentra un poco más y decide esperar a Dani en los bancos de piedra más alejados de la entrada del parque. Es más íntimo.

Las doce menos cuarto. Nada. Dani sigue sin aparecer. ¿Sabría que ella iba a ir antes y por eso tarda? ¿Quiere que parezca que es ella la interesada? Es probable. Él es así. Vuelve a sonreír. ¿Pero por qué sonríe? Si no quiere sonreír. Quiere aclarar las cosas y seguir como dos buenos amigos, dejando el pasado atrás.

Las doce menos cinco. El pueblo está en silencio. Puede oír los coches en una carretera lejana, el agua de la piscina cuando los niños juegan a ver quién salpica más, las ruedas de las bicicletas de la cuadrilla de niños unos años menores que ellos... y por fin oye el sonido que estaba esperando, ese sonido tan agradable con el que se le iluminan los ojos y un millón de mariposas revolotean en su estómago: el monopatín.

Dani aparece por la puerta del parque y directamente camina hacia ella. Es increíble la conexión que tienen. Sin hablar saben cómo se siente el otro en cada momento, donde se encuentra y sobretodo, y lo que menos le gusta a Sara, saben cuándo el otro está nervioso. Y ahora Dani sabe que ella está que se sube por las paredes, y eso le da ventaja.

–Hola guapa –dice con una sonrisa cuando llega a su lado.

–Hola –dice intentando no sonreír.

Se levanta del banco y le da dos besos. Él los esquiva y se pone justo en frente suyo, como la tarde anterior. Están así unos segundos hasta que Sara saca la fuerza de voluntad que no sabía que tenía y consigue separarse de él.

–Dani, yo... –se vuelve a sentar en el banco. –Lo que tuvimos fue... perfecto. Nunca nadie podrá quererse como nos quisimos nosotros. Nunca nadie conseguirá hacerme sentir lo que me haces sentir tú –habla en presente y Dani es consciente de ello. –Lo nuestro fue especial, una historia de amor que cualquiera quisiera tener. Éramos uno. Cuando bailábamos, cuando nos abrazábamos, cuando dormíamos juntos... me sentía única, sabía que nunca nadie conseguiría amarme tanto y que yo no amaría a nadie como te amé a ti –el chico baja la cabeza cuando escucha el pasado en sus palabras –pero eso terminó. Acabó hace cuatro años. Ahora sé que lo que me impulsó a irme es mentira, que he vivido en una enorme y dolorosa mentira los últimos años, pero... –cierra los ojos y suspira –Siento la necesidad de empezar de cero, sólo como amigos –nunca nadie sabrá lo que le ha costado pronunciar esa última frase.

El chico, que hasta ahora ha permanecido de pie, se sienta en el banco a su lado y le coge la mano. La chica siente un escalofrío, pero lo disimula.

Dani le mira con ternura, con dulzura, con un cariño especial que sólo le tiene a una persona en el universo: a ella. Sus ojos color miel brillan más que nunca. Sara sabe que tiene ganas de llorar, pero que no va a derramar ni una lágrima, al menos allí, delante suyo.

– ¿Estás segura? –dice acercando su cara más a la de ella.

La chica no se aparta. Quiere apartarse, pero no puede. Necesita a Dani a su lado, por mucho que lo intente negar.

–Por cierto, felicidades, enana –dice en un susurro cuando sus rostros están más cerca de lo que la chica desearía.

¡No! ¿Por qué le ha llamado así? ¿Por qué? Antes siempre la llamaba así. Era su mote cariñoso hacia ella. Su mote de novios. Le sacaba una sonrisa cada vez que se lo decía, pero también un cariñoso golpe en el brazo por picarle. ¡No vale! Lo ha hecho aposta.

–No me llames así –consigue articular.

–Pero si te encanta –dice sonriendo.

La chica cierra los ojos. No quiere besarle. No quiere hacerlo. Coge todo el valor que encuentra, se separa de él y corriendo como nunca, se aleja de aquel chico rubio de ojos color miel, que la tiene completamente enamorada.

***

Listo. Los adornos ya están y de la tarta se está encargando Ali. Los chicos salen de la tienda con mil bolsas de guirnaldas y confeti en la mano. Esta fiesta tiene que ser perfecta. Sara se lo merece.

De pronto Irene aparece al fondo de la plaza con una cesta llena de vasos y platos de plástico. No parece muy contenta de ver a esos dos juntos. No está celosa ¿o sí?

– ¿Qué, ya tenéis los adornos? –dice mirando fijamente a Laura.

–Sí. Confeti, guirnaldas y el regalo –contesta ella sin apartar la mirada.

– ¿El regalo? Creía haber acordado que lo comprábamos juntos.

– ¿Ah, sí?

–Sí –dice con peor cara de la que ha venido.

Pablo nota la tensión que hay entre las dos y decide calmar un poco la situación. No quiere que monten un numerito en medio de aquella plaza. Hay demasiada gente.

–Irene, yo tampoco tengo regalo, ¿me acompañas a comprar uno? Así ya de paso compras tú el tuyo.

La chica asiente, le coge al chico de la mano y juntos se alejan bajo la atenta mirada de Laura.

***

Entra corriendo en la habitación y vuelve la puerta. No tiene fuerzas ni para pegar un portazo. Él tiene la culpa. Sus ojos, su sonrisa, sus labios y su manía de no hacerle caso cuando miente.

Si ella le dice que quiere ser sólo su amiga, ¡qué no intente besarla! Igual le conoce demasiado como para saber que no es eso lo que realmente quiere. Para saber que ella en verdad le quiere a él, sigue locamente enamorada de Dani. No ha podido olvidar lo que tuvieron y no cree que nunca pueda. ¿Por qué no quiere estar con él? ¿Por qué no hace caso a su corazón? Él no tiene la culpa de que la bruja de Alba los separase.

Instintivamente se acerca a la cómoda. Encima de ésta hay unos pequeños cajones cuadrados que puso su abuela el último verano que pasó allí, para ahorrar espacio dijo. Estira el brazo y consigue llegar a uno de ellos, el más alto de todos. Lo abre y saca lo que hay dentro: un pequeño silbato con balones de fútbol dibujados. Aún se acuerda de ese día con nostalgia.

Era el cumpleaños de Pablo, su undécimo cumpleaños. Por aquel entonces, se puso de moda que cada vez que alguien cumpliese años y organizase una fiesta, tenía que darle un detalle a cada invitado. Él eligió ese silbato y su madre le puso un cordel alrededor para que se lo pudieran poner de collar. Todos estaban jugando como niños, incluso Dani que tenía quince años. Fue una tarde perfecta, hasta que llegó un momento que su silbato dejó de funcionar. No sabía que había hecho para romper un silbato de plástico pero entonces vio rodar calle abajo la bolita que hace que pite cada vez que soplas por él. Dani se dio cuenta. Despacio se acercó a ella, y con su particular dulzura, le regaló el suyo. Él mismo se lo colgó del cuello.

Parece mentira que seis años después siga guardando aquel silbato con tanto cariño. Cualquiera que la viera sonriendo a un trozo de plástico creería que está loca.

De pronto la puerta de su habitación se termina de abrir. Sara no se da cuenta, está demasiado embobada observando el silbato y recordando viejos tiempos. Unas zapatillas negras y verdes son lo primero que asoman en la habitación. Le siguen unos pantalones vaqueros y una camiseta naranja.

– ¿Dónde está la cumpleañera? –dice Marcos con una sonrisa.


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