Capítulo 9

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– ¡Aaaah!

Sara abre los ojos de golpe y pega un bote. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está? Poco a poco se le van acostumbrando los ojos a la oscuridad y no puede evitar una carcajada cuando ve a Laura tirada en el suelo aún con el antifaz puesto.

La chica estira el brazo y alcanza el interruptor de la luz. Observa un segundo a su amiga con una sonrisa en la cara.

–Anda, Laura, quítate el antifaz –dice divertida

La chica obedece. Está desorientada.

– ¿Te has caído de la cama? –le ayuda a deducir su amiga con una sonrisa en la cara.

–Ahora entiendo el dolor de cabeza –dice comprobando que no le sale sangre –Ya te dije que no me gusta dormir en la litera de arriba.

Cuando era pequeña, la habitación de Sara tenía una única cama pegada a la pared, con su mesilla de noche al lado y la ventana encima de ésta. Pero desde que nacieron sus primos y las habitaciones se quedaron pequeñas, su abuela decidió quitar esa cama y poner una litera. A ella no le hizo mucha gracia. Siempre había sido su habitación, el lugar donde por las noches soñaba y recordaba todo lo vivido durante ese día de verano, y de día se desesperaba por tener contenta a su madre y que quedase todo ordenado. Que pusieran aquella litera significaba que se habían acabado esos veranos, que se había terminado su infancia. Sí, puede que fuese una simple cama, pero era su cama. Su vida. Sus veranos.

Ahora se alegra de tener la litera. Sino Laura y ella hubieran tenido que sortear quien dormiría en el suelo y quién en el colchón. Aunque pensándolo bien, su amiga no se hubiera caído de la cama.

–Hija, pero si tienes una valla puesta, ¿qué has hecho para caerte? –vuelve a reír.

–Y yo que sé –se queja malhumorada – ¿Qué hora es?

–Las nueve y media –dice mirando el reloj.

Perfecto. Aún es pronto. Tiene que ayudar a los chicos a preparar la fiesta de cumpleaños de Sara. Ayer lo estuvieron hablando y tras mucho discutir, sobretodo Irene y Laura, decidieron que lo mejor sería hacerle una fiesta sorpresa.

Otra historia es cómo entretener a su amiga. Ella es muy curiosa y siempre quiere saber qué hace todo el mundo, sobre todo cuando sospecha que ocultan algo. Pero lo que no saben los demás es que ella es más lista de lo que creen.

Anoche cuando volvieron de la calle, las dos subieron al piso de arriba, dejaron sus móviles encima de la cómoda cargándose, y se acostaron. Las emociones que había vivido Sara ese día fueron demasiadas, y nada más tumbarse en la cama, cayó rendida. Momento que aprovecho ella para bajar de la litera, coger el móvil de su amiga y copiar todos los contactos.

–Bueno, ¿vamos a desayunar o te gusta más el suelo? –dice divertida.

Su amiga pone una mueca burlona y las dos se dirigen al piso de abajo a desayunar. Esta vez es al revés y mientras Laura pone la mesa, Sara prepara dos tazas de café y vuelve al comedor con éstas en las manos.

– ¿No hay nada para mojar? –se queja Laura.

–No he visto nada.

–Anda, pues mira bien –le dice con media sonrisa.

La chica vuelve a la cocina un poco desconcertada y abre la nevera. A simple vista no hay nada. Salchichas, huevos, carne, lechuga, frutas... y algo pequeño envuelto en papel de plata. Lo coge sorprendida y camina de vuelta a la mesa con aquello en la mano.

– ¿Esto es cosa tuya?

–Calla y ábrelo –le exige su amiga sonriente.

Sara obedece y poco a poco, con mucho cuidado, desenvuelve el paquete. Una gran sonrisa aparece en su rostro cuando lo abre. Un pequeño donut de chocolate con forma de corazón y con un 18 escrito con sirope de fresa aparece ante sus ojos.

Dos amores de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora