Salvando Nunca Jamás (#Wattys...

By NikkyGrey

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GANADOR DE LOS PREMIOS WATTY 2015 EN LA CATEGORÍA DE "GEMAS SIN DESCUBRIR" (Retelling de Peter Pan) 1941... More

Salvando Nunca Jamás
Prólogo: La caída
Primera Parte: EL HADA Y LOS NIÑOS PERDIDOS
Capítulo I: Diez años después...
Capítulo II: La tierra de la discordia
Capítulo III: La melancolía de los recuerdos perdidos
Capítulo IV: Hay elefantes que no pueden recordar
Capítulo V: Buscando rastros de niños en rostros ancianos
Capítulo VI: Un mundo en llamas
Capítulo VII: ¡A volar, Peter Pan!
Capítulo VIII: De la realidad no hay escapatoria
Capítulo IX: El mundo de los espejos rotos
Capítulo X: La realidad... Es que nada es real
Capítulo XI: Museo de ceniza
Capítulo XII: Por un mañana mejor
Capítulo XIII: Una señal para creer
Capítulo XIV: Cazadores de Sombras
Capítulo XV: El cruce entre el espacio y el destino
Segunda Parte: LA HEROINA Y EL PRÍNCIPE PIRATA
Capítulo XVI: El país de Siempre Perpetuo
Capítulo XVII: El mundo que dejaste atrás
Capítulo XVIII: Sol y luna
Capítulo XIX: La historia en las estrellas
Capítulo XX : En la sala de la reina
Capítulo XXI: La Guerra de los Alquimistas
Capítulo XXIII: El encanto de la noche
Capítulo XXIV: En este mundo o en el siguiente
Capítulo XXV: La leyenda de Seka y Kase (ANTES)
Capítulo XXVI: La leyenda de Seka y Kase (DESPUÉS)
Capítulo XXVII: La jaula de las puertas abiertas
Capítulo XXVIII: El caleidoscopio inconstante
Capítulo XXIX: Deudas y aliados inesperados
Capítulo XXX: La hora de la redención
Capítulo XXXI: Motivos cuestionables
Capítulo XXXII: Sangre, sudor y lágrimas
Capítulo XXXIII: Destinos ineludibles
Capítulo XXXIV: Los guerreros se levantan
Capítulo XXXV: La batalla en el horizonte
Ausencia y otras cosas
Tercera Parte: LA BRUJA Y EL CABALLERO
Capítulo XXXVI: Las ruinas ambulantes
Capítulo XXXVII: La hora de pelear
Capítulo XXXVIII: Espejismos de la memoria
Capítulo XXXIX: "Nunca" es demasiado tiempo
Capítulo XL: Las almas vagabundas
Capítulo XLI: Cuando nos alcance la oscuridad
Capítulo XLII: Caballero de brillante armadura
Capítulo XLIII: Interludio
Capítulo XLIV: La envidia de los dioses
Capítulo XLV: Todas las huestes del infierno
Capítulo XLVI: Agotando las ilusiones
Capítulo XLVII: La cuenta cuentos y el hechicero
Capítulo XLVIII: Alcanzando las estrellas
Capítulo XLIX: Demonios con rostro de ángel
Capítulo L: La belleza y la tragedia
Capítulo LI: La era de los héroes
Capítulo LII: Un adagio en azul
Epílogo: La aventura más grande de todas
IMPORTANTE: Encuesta a los lectores

Capítulo XXII: Antifaces, vestidos y sonrisas

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By NikkyGrey

Veamos qué opina Peter de la fiesta ¿Sí? Algo me dice que no es tan feliz como Jane ;)

Muchas gracias por leer, y no olviden votar y comentar :D

Love,

Nikky Grey.

Editado el 29/07/15

Segunda edición: 25/09/19

Capítulo XXII:

Antifaces, vestidos y sonrisas:

"A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro."

Gilbert K. Chesterton.

Con todo y que varios testimonios afirmaban que había pasado más de cien años vestido con hojas y musgo, Peter no podía evitar sentirse ridículo con su nueva ropa. El traje, ceñido y de un vivo color verde, lo hacía sentir como si en cualquier momento fuera a declamar sonetos de amor bajo el balcón de Julieta, y se preguntó si Jane se sentiría igual de tonta.

─ ¿Ya puedo salir? ─preguntó una voz aguda, bastante hastiada con la situación.

Dando por perdida la lucha por mejorar de algún modo su vestimenta, Peter suspiró.

─ Sí, adelante.

El hada, que hasta entonces había permanecido tras un biombo dorado, voló hasta él rápidamente, rodeándolo y examinando su ropa. Había esperado que se burlara, pero en su lugar, hizo una mueca.

─ Pareces uno de ellos.

─ Esa es la idea ¿No? ─Tomó el antifaz marrón que estaba sobre la mesa, atándoselo detrás de la cabeza─ Mezclarme entre los demás─ Sus ojos era la única parte de sí mismo que podía reconocer, pues hasta su cabello, limpio y peinado hacia atrás, se le hacía ajeno.

Aunque después de todo lo que había descubierto (y todo lo que, sabía, aun le faltaba por descubrir) ¿Cómo decir quién era ahora?

─ Pareces un árbol invertido ─comentó el hada, sentándose en la mesa bajo el espejo. Peter se echó a reír.

─ Los árboles no tienen plumas ─señaló, acariciado las plumas también marrones del antifaz.

─ Y si las tuvieran, puedo asegurarte que no serían marrones ─replicó la rubia.

─ Quizás naranjas... ─comentó, pues le gustaba ese color.

─ Pensaba más en rosa, pero eso también sirve.

Rió, y consciente de la clase de conversación que estaba manteniendo, el muchacho negó con la cabeza para sí mismo. Pero, ¿qué clase de plática se supone que mantenga uno con un hada? Su sola presencia es sinónimo de hechos fuera de lo común. No se podía estar frente a un ser fantástico y hablar de lo bonito del clima.

Aunque suponía que en Laramet eso era aceptable.

─ ¿Segura que no quieres venir? ─preguntó, sentándose en el borde de la cama.

Campanita negó con la cabeza, cruzándose de brazos y alzando la nariz, orgullosa.

─ Tú tampoco deberías.

─ ¿Tenemos algo en contra de esta gente? ─Era cierto que no le transmitían bastante confianza, pero no explicaba la ira que ella sentía hacía ellos.

─ Mi gente la tiene.

─ ¿Por qué?

─ Son malos.

─ ¿Por qué?

─ No lo sé, es lo que nuestros abuelos siempre nos han dicho. Ellos lo oyeron de sus abuelos, y así sucesivamente.

Peter enarcó una ceja.

─ Así que, básicamente ¿Debo quedarme aquí sentado mientras los demás se divierten, sólo por un rumor de milenios de antigüedad?

─ Los rumores existen por una razón, testarudo.

Se encogió de hombros, reconociendo su argumento, pero sin que este cambiara su decisión.

─ Si es así, no esperarás que deje a Jane sola con esa gente.

Si bien no estaba dispuesto a admitirlo, era consciente de que no era el baile en sí lo que le causaba cierta ansiedad, sino la idea de que era la primera vez en mucho tiempo en que verdaderamente extrañaba hablar con alguien─ Lo que lo confundía, en parte, al tratarse de alguien que hasta hace una semana era un completo desconocido.

Aunque, en realidad, la persona que era entonces jamás habría pensando en vivir una experiencia como esta.

─ Volveré temprano ¿Estarás bien aquí sola? –preguntó.

Campanita asintió, mirando la habitación con aire aburrido.

─ Ya me las arreglaré. ¡Y ni se te ocurra tomar alguna de esas bebidas de adultos que ponen a la gente turuleca! ─le gritó el hada, cuando ya se iba.

Peter rió por lo bajo. Había tomado la decisión de no contarle ninguna de sus "experiencias adultas", no fuera a ser que lo declarara un caso perdido.

─Hasta pronto, Campanita.

Le habían indicado un poco antes el camino hasta el salón, y mientras caminaba por esos pasillos de techo alto, no podía evitar sentirse increíblemente pequeño. El edificio más imponente que había visto hasta entonces (y que podía recordar) era el Palacio de Westminster, y aunque nunca había entrado, estaba seguro que el castillo era mínimo tres veces más grande.

¿Dónde estoy? Se preguntó vagamente cuando, al acercarse a la escalera, pasaron por su lado enmascarados sonrientes y desconocidos. El baile llevaba como mínimo dos horas de haber comenzado, y ya la mayoría de la gente estaba adentro, pero no faltaban los que bajaban a caminar o los que, como él, querían saltarse la innecesaria parafernalia del principio y llegaban más tarde. En la escalera habían varias ventanas enormes (aparentemente, a la gente de Laramet le encantaba contemplar el cielo) e incluso este era diferente al que veía en Londres.

¿Dónde estoy? Era la misma sensación de vértigo que se experimentaba al caer al vacío. De golpe, todo lo que conocía no resultaba ser sino una mentira, y ahora se encontraba de pie ante las puertas de un nuevo mundo que no era sino el viejo del cual había partido, y no tenía idea de qué hacer a partir de allí. ¿Qué haría? Campanita y Jane hablaban de salvar la isla, de detener al capitán Garfio (Como si ya no lo hubiera detenido lo suficiente, pensó), y aunque él pudiera lograr algo así ahora... ¿Qué se supone que haría después? ¿Volver a Londres?

No, no podía, ese ya no era su hogar. ¿Quedarse en Nunca Jamás?

Tampoco pertenecía allí, era un adulto ahora.

¿Qué haría?

Apartó la mirada de la ventana, y tomando aire, sacudió sus pensamientos, y la ansiedad que venía con ellos y que rápidamente se convertía en pánico. Caía al vacío. Se hundía. Alguien había tomado el suelo donde había estado parado hasta entonces y lo había hecho desaparecer. No sabía a dónde iba, ni qué pasaría entonces, pero ya nada sería cómo antes.

Tomó aire otra vez, y entró al salón, recorriendo los enmascarados con la mirada en busca de un destello de cabello rojo. En su caída, necesitaba algo a lo que sujetarse. Algo que permaneciera estable mientras su mundo se desmoronaba y se reconstruía solo. Alguien.

Jane.

...

A pesar de que la música era alegre y el salón no estaba sobrepoblado, Peter se sintió sofocado y claustrofóbico. El aire era fresco, pero no conseguía que entrara a sus pulmones, y las cientos de personas que pasaban por su lado, empujándolo ligeramente en algunos casos, con sus radiantes sonrisas y sus voces cantarinas, lo hacían sentir como si estuviera rodeado de bufones maquillados.

Relájate, idiota, es sólo un baile...

¿Lo era? La música le pareció un eco discordante de risas burlonas, y todos los rostros lo miraban, preguntándose qué truco ejecutaría ahora, de qué manera cambiaría su mundo en medio de ese circo sin fin.

Le tomó unos diez minutos distinguir un rostro conocido, sentado en una de las mesas alrededor de la pista de baile, y al hacerlo casi suspira de alivio, recuperando la calma y la compostura.

─ Es un baile de máscaras, John –dijo a modo de saludo, tomando la silla contigua─ ¿Dónde está tu antifaz?

El aludido le sonrió, sacando de su chaqueta el antifaz rojo a juego con sus ropas y guardándolo de nuevo.

─ Nunca me gustó tener algo sobre la cara.

─ Usas lentes.

─ Eso es distinto –tomó una botella que estaba sobre la mesa, y que contenía un líquido ambarino. Rodeándola había varias copas altas─ ¿Tienes sed?

Peter extendió la mano para alcanzar la copa, más vaciló.

─ ¿Es alcohol?

─ Probablemente.

Volvió a acomodarse en el asiento, negando con la cabeza.

─ Le prometí a Campanita que no me emborracharía –explicó, ya que John lo observaba, alzando las cejas─ Quiere que me aleje de cualquier actividad que pueda hacerme "crecer" más todavía.

─ Con más razón deberías beber, entonces –replicó él, llenando la copa y pasándosela. La luz de los candelabros hacía que su contenido brillara como oro líquido, y reflejaba el cielo estrellado, visible por la cúpula transparente del techo─ El alcohol tiene la famosa y merecida reputación de volver a las personas más inmaduras e imprudentes de lo normal.

Peter reparó en sus mejillas sonrosadas y su sonrisa boba, cayó en la cuenta de que ningún adulto sobrio, menos John Darling, entre todas las personas, insistiría en ofrecerle una bebida alcohólica a un adolescente─ El hecho de que, en realidad, fuera tres veces mayor que el aparente anciano habría sido irrevelante para él en cualquier otro caso— Y decidió que sus pensamientos eran ya lo suficientemente confusos para enturbiarlos más todavía.

─Paso, gracias.

John se encogió de hombros.

─Como quieras –y dicho esto, reclamó la copa como suya.

El muchacho recorrió el salón con la mirada, pero distinguir una cabellera brillante en un mar de rostros ocultos y cabelleras aún más brillantes había resultado más difícil de lo que había esperado.

─ ¿Buscas a Jane? –preguntó John, reparando en su actitud distraída, y Peter apartó la mirada de los bailarines, dirigiéndola a él.

─ ¿La has visto?

─ Estuvo aquí no mucho antes que tú. Ha estado bailando toda la noche, tenía tiempo que no la veía tan contenta –volvió a sonreír, y examinó la pista rápidamente, buscándola─ Debería estar... ¡Allí! Mira, en el centro.

Señaló con el dedo a una de las parejas: Una hermosa joven pelirroja de ojos grises y vestido violeta oscuro, que bailaba con un hombre alto y rubio, de ropas gris claro y chaleco negro. Le costó creer que esa chica, que parecía recién salida de una pintura, era la misma muchacha testaruda y sonrojada que había tenido que cargar hasta su casa bajo una tormenta.

─ ¿Con quién baila? ─preguntó, viendo cómo se reía de algo que su compañero acababa de decir.

John se acomodó los lentes y entrecerró los ojos, buscando distinguirlo.

─ ¡Ah! Creo que es... ¿Recuerdas al muchacho que nos llevó hasta la sala del trono? ¿Dorian, era?

Peter asintió, reconociéndolo a pesar del antifaz. Una extraña sensación le atenazó la boca del estómago, una especie de pesadumbre que no había sentido nunca. Por unas horas, habían sido ellos dos contra el mundo, y ahora...

Ahora ella bailaba con un perfecto desconocido, y era más feliz de lo que había sido en años. Mientras él caía, Jane emprendía el vuelo.

Quizás era mejor regresar con Campanita. Después de todo, era claro que Jane no lo necesitaba. Estaba a punto de despedirse de John, cuando vio que ella también se iba. El hombre, Dorian, susurraba algo a su oído, y Jane asentía, dejando el salón a su lado

Peter tuvo un mal presentimiento.

─ ¿A dónde vas? –preguntó John, al ver que se ponía en pie y los seguía. El chico, en su prisa, no se molestó en contestar.

Iban a mitad de la escalera cuando él comenzó a bajar, y se escondió tras el barandal, dejando que se adelantaran más todavía.

─ ¿A dónde me llevas? –preguntaba Jane, riendo.

─ Hay algo que quiero que veas –la acallaba Dorian, la voz seria que había escuchado en la sala del trono rota por un aire de complicidad.

¿En serio quería seguirlos? Conocía esa historia de memoria, sabía perfectamente lo que solía ocurrir después (Demonios, incluso había sido el protagonista más de una vez), y sin embargo...

La pareja cruzó la puerta, perdiéndose en los jardines, y Peter se vio yendo tras ellos momentos después, el mal presentimiento aumentando conforme se acercaba al umbral. Algo no iba bien, aunque no sabía cómo describirlo. Sólo sabía que Jane estaba en peligro.

La puerta al jardín estaba rodeada afuera por un arco de enredadera (los mismos lirios de las escaleras), y después de este, ramas caídas de altos sauces bordeaban un camino de arbustos de hojas oscuras y flores color lila, que emitían un olor fuerte y dulzón.

Apartó las ramas para pasar, con cuidado de no hacer mucho ruido y alertar así de su presencia. Al alcanzar el final del sendero, se encontró con un amplio patio de aspecto casi salvaje, repleto de flores de colores exóticos, enredaderas y árboles de ramas intrincadas. Todo, sin embargo, daba un aire de cuidada elegancia, como si la ferocidad del ambiente fuera un rasgo natural y mal disimulado.

Se detuvo allí, escuchando, para dar con el sitio a donde habían ido ellos. Luego de un momento, percibió voces que venían de un camino a su izquierda, y mientras se acercaba, escuchó también el correr de una cascada. Las voces se fueron aclarando conforme avanzaba, y comenzó a captar fragmentos de la conversación:

─ ¿No queda nadie qué haya vivido en esa época?

─ No hablan de ello.

─ No sé por qué me llama tanto la atención...

Frente a él apareció un río que, iluminado por las estrellas y la luna, despedía un brillo plateado. Siguiéndolo, dio con otro claro, en cuyo centro se erguía una fuente de piedra negra veteada con la figura de un caballero: El hombre tenía largo cabello trenzado, y llevaba sobre la armadura una larga y gruesa capa que alcanzaba sus botas. Clavaba la espada en el suelo con una mano y mantenía la otra en alto, deteniendo una amenaza invisible.

A sus pies, apoyado contra la espada, había un escudo: Una estrella que, atrapada por un manojo de hiedra, formaba las raíces de una flor.

Alrededor de la estatua había varios bancos de la misma piedra oscura, y de espalda a él, en el banco más cercano, estaban sentados Jane y Dorian. Escondido entre los arbustos para no ser descubierto (e ignorando la voz en su cabeza que le recordaba lo bajo que había caído al espiar), escuchó que Jane decía:

─ No es eso. No suelo ser tan preguntona.

─ No hay nada de malo con querer saber, Jane.

Ella lo miró, y la luz de la luna iluminó su perfil entrecortado, haciendo que el antifaz dibujara sombras en su rostro. Le sonreía con tristeza.

Volvió a sentirse incómodo. ¿Cómo podían compartir tanta intimidad dos personas que acababan de conocerse?

No es cómo que tú puedas decir mucho en ese aspecto, le recordó su consciencia. También acabas de conocerla.

─ Perdona mi atrevimiento, ─comenzó él, tras una pausa─ pero cuando he ido a buscarlos he escuchado parte de la historia acerca de cómo conseguiste ese collar.

La muchacha pareció algo confundida al principio, y luego, captando de golpe, y a pesar de mantener lo relajado de su expresión, apretó el medallón con la mano en un gesto casi defensivo.

Dorian no se dio por ofendido.

─ ¿Nunca has podido abrirlo? –preguntó con tranquilidad.

Bajando la mano, Jane negó con la cabeza.

─ No, aunque si escuchaste la historia, escuchaste esa parte también –ironizó ella, y aunque no podía ver la mitad de su rostro debido al antifaz, imaginó que fruncía las cejas.

─ ¿Y si te dijera que sé cómo hacerlo?

La sorpresa no se hizo esperar. Los ojos de Jane se abrieron desmesuradamente, y abrió la boca en un intento de decir algo. Una pregunta, seguro, pero de esta sólo salió una palabra:

─ ¿Cómo...?

Un ruido, apenas detectable por el correr de la cascada, el cantar del arroyo y las voces de los jóvenes, hizo que Peter girara la cabeza, completamente alerta. Algo se movía a su izquierda, sacudiendo los arbustos en el proceso.

Se quedó inmóvil un momento, debatiéndose entre seguir escuchando e ir a investigar, y al final optó por acercarse al escuchar el ruido otra vez, ahora más lejos. Avanzó, primero en cuclillas, luego completamente erguido, una vez se hubo alejado lo suficiente del claro de la fuente, y echó a correr cuando, de la nada, las hojas comenzaron a revolverse a lo lejos, señal de que el intruso seguía en plena huida.

Y no sólo eso. Claramente, distinguió un familiar destello de luz amarilla, y a una figura diminuta y alada que, zumbando como una abeja, esquivaba ramas, enredaderas y arbustos en un intento de escapar.

─ ¡Espera! –la llamó, acelerando el paso para alcanzarla─ ¡Espera! ¡Detente!

Sin darse cuenta de a dónde iba, terminó en otro amplio claro, donde el río se ensanchaba para formar un pequeño estanque antes de seguir su curso. Las plantas que lo bordeaban dificultaron su andar y le dieron al hada la ventaja. Peter tropezó varias veces antes de detenerse, consciente de que no podría alcanzarla a ese paso, y apoyó las manos en las rodillas para recuperar el aliento.

─ ¿Qué...Estás haciendo...Aquí...? –murmuró para sí mismo, jadeando por el esfuerzo.

Mas el hada pareció oírlo. Frenó de golpe, justo en el centro del estanque, y el chico frunció el ceño cuando emprendió el vuelo de regreso.

Se detuvo a unos centímetros de su rostro, observándolo con los ojos entrecerrados. Tenía el cabello castaño, suelto sobre los hombros, y parecía ser un poco mayor que Campanita. Sin saber qué hacer, permaneció quieto mientras ella lo observaba.

El hada le sonrió, y le pareció que brillaba más que antes, si bien sólo fue un momento. Alzó la mano, como si fuera a tocarlo...

─ ¡Suéltame! –el grito lo sobresaltó, haciéndole girar la cabeza hacia el camino por el que había venido, y helándole la sangre al reconocer la voz que lo emitía.

Al volverse al estanque de nuevo, notó que el hada había desaparecido, pero no se tomó mucho tiempo en pensar a dónde habría podido ir. Echó a correr de vuelta al claro de la fuente, sin molestarse en apartar las ramas o en esquivar el intrincado laberinto de arbustos.

Las voces cobraban fuerza conforme se acercaba, la voz de Jane furiosa y asustada al mismo tiempo, y la de Dorian casi desesperada.

─ No lo entiendes, no lo recuerdas...

─ ¡No soy ella, Dorian! ¡No lo soy, yo...!

─ ¡Jane! –ambos se volvieron al escucharlo llegar, y sin dudarlo se interpuso entre ella y Dorian, fulminándolo con la mirada─ ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Aléjate de ella!

─ Peter... ─Su tono de voz le hizo darse la vuelta...

Y lo que vio lo dejó horrorizado.

Jane estaba pálida, enfermizamente pálida, y se tambaleaba, como si apenas y pudiera sostenerse en pie. Tenía el rostro perlado por el sudor, mechones despeinados y enmarañados salían de su elaborado peinado, como si ella misma hubiera tratado de jalarse el cabello, y el antifaz le colgaba de un lado de la cara, a punto de caerse.

Pero eso no era lo peor: Sangraba. El líquido le corría por los labios, teñía sus dientes y hacía que su voz sonara ronca y gutural, como si se estuviera ahogando.

─ ¡Jane! –la sujetó por los hombros, inclinándose un poco para encontrar sus ojos desenfocados─ Jane, mírame, Jane...

Sintió que alguien se movía detrás de él. Dorian se acercaba.

Él la había lastimado.

Hirviendo de rabia, sujetando todavía a la chica semiconsciente, y sin pensárselo bien, frenó sus movimientos con un puñetazo. Pasó tan rápido, que no supo del todo que lo había hecho hasta que el crujido de sus nudillos contra su mandíbula lo trajo de vuelta al presente. Dorian retrocedió, pasmado, y Peter tuvo que refrenarse para no repetir el ataque de nuevo.

─ Aléjate de ella –masculló con los dientes apretados, su respiración ruidosa por la ira y la carrera. El otro joven lo miró como si no comprendiera lo que decía─ Vete de aquí, o te juro que...

Jane gimió y trastabilló hacia adelante, apoyando la mayor parte de su peso en él. Escuchó que Dorian echaba a correr, aunque no prestó mucha atención a eso. Ella temblaba de dolor.

─ ¡Jane! Quédate despierta, quédate conmigo, Jane, no te...

Pero no sirvió de nada. La muchacha puso los ojos en blanco, desplomándose, y con la mente nublada por el pánico, y desesperado por sacarla de allí, la cargó en brazos, corriendo con ella de vuelta al castillo.

Mientras andaba, con el corazón latiéndole a toda prisa, trató de no prestar mucha atención al hecho de que no parecía estar respirando. La sangre le corría ya por la barbilla y el cuello, alcanzando su vestido y formando manchas oscuras en la tela.

No te vayas, Jane, por favor. La apretó con más fuerza hacia sí, como si eso fuera a salvarla de alguna manera, y pasó de largo la fiesta, perdiéndose en los pasillos hasta que la música proveniente del salón, los murmullos de las conversaciones y las risas de los invitados desaparecieron. En medio del silencio, volvían a ser ellos dos.

Y ella volvía a estar inconsciente.

A pesar del miedo (o quizás debido a este), Peter, al borde de las lágrimas, se escuchó reír en voz baja. Podía verse diferente, pero seguía siendo la misma Jane. 

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