Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA...

By marlenequen

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Cuando Mario agrede nuevamente a Natalia la trasladan a un hospital de Madrid con serias heridas. Allí conoce... More

Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capítulo 30 (Resubiendo)
Capítulo 31 (Resubiendo) #NiUnaMenos
Capítulo 32 (Resubiendo)
¿Dónde seguir leyendo la historia?
¡YA ESTÁ AQUÍ Y REGRESA CON MÁS FUERZA QUE NUNCA!

Capitulo 23

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By marlenequen

—César... —le digo susurrando cuando se aparta de mí. No quiero que pare.

—Chssss —me dice—. Estás temblando de frío, y no voy a permitir que enfermes. Hay que irse.

Se pone en pie y me ofrece su mano. La tomo y me ayuda a levantarme. Tiene razón. El aire se ha vuelto más fresco, y no me había dado cuenta. Estoy helada. Al moverme, mis dientes castañetean. Decidimos que es el momento de volver a casa.

César recoge la manta, sacude la tierra y la pone sobre mis hombros. Tengo tanto frío que no quiero deshacerme de ella, por lo que le doy las llaves para que conduzca él. Toma el mando y bajamos al pueblo. Vemos varias estrellas fugaces más por el camino, pero estamos tan absortos en nuestros pensamientos que preferimos no decir nada. Solo observamos.

Paso la lengua por mis labios todavía hinchados. Aún siento su sabor. Mi mente comienza a dar vueltas, pensando en lo que ha pasado allí arriba. Estoy algo confundida. No sé hasta qué punto esto ha significado algo para él. La primera vez, cuando nos besamos en su coche, admitió que solo había sido un impulso, que no había significado nada...

Quizás solo sea eso, algo pasajero, algo de una noche, de un rato, o quizás de una semana. Este tipo de relaciones nunca me ha gustado. No puedo evitar pensar en que quizás quiera tener conmigo lo que tenía con Erika. Tengo miedo de que llegue mañana y descubrir que solo se trata de eso.

—¿Se pasa el frío? —dice mientras manipula la calefacción y apunta hacia mí los chorros de aire caliente.

—Sí. Ya me está pesando la manta —me la quito y sin doblarla la tiro sobre los asientos traseros.

Pone su enorme mano derecha sobre las mías. Es tan grande que prácticamente cubre mis manos por completo. Siento su agradable calor y la ya tan familiar corriente eléctrica.

—Aún tienes las manos heladas —dice mirándome a los ojos.

—No te preocupes —le quito importancia—. Casi siempre las tengo así, haga el tiempo que haga —las acerco más a la calefacción.

Llegamos a casa de mis padres, y como hemos acordado me deja allí y se lleva mi coche al hotel. Se niega a que tenga que volver sola siendo tan tarde. No quiero despertar a nadie, por lo que abro la puerta lentamente para no hacer ruido. Cuando camino por el pasillo algo llama mi atención en uno de los sofás del salón. Hay alguien sentado, con las luces apagadas. Sin pensarlo demasiado doy la luz del pasillo y veo de quién se trata.

—¿Ocurre algo, papá? —le digo preocupada.

—No, hija, tranquila. Es solo que no me puedo dormir y no quiero despertar a tu madre.

No me inspira confianza su respuesta, sé que algo le pasa y no me quiere preocupar. Doy ahora la luz del salón para poder verle mejor. Descubro que está algo pálido y sudoroso.

—¿Seguro que estás bien? —digo mirándole fijamente.

—Sí, sí. En cuanto me tome un vasito de agua me voy a la cama —intenta ponerse en pie, pero las piernas le fallan y tiene que volver a sentarse rápidamente para no caer.

—¿Papá? —corro hacia él y mis alarmas se disparan. Seguro que esto tiene que ver con su arritmia.

—Tanta cena debe haberme sentado mal... —dice tratando de sonreír para quitarle hierro al asunto.

—Voy un segundo al baño —le digo. Pero es una excusa para que no vea lo que voy a hacer. Sé que además de alterarse se negaría en rotundo. Saco mi teléfono del bolso y marco el 112.

—Emergencias. ¿Dígame?

Les cuento lo que ocurre con mi padre. Me preguntan los síntomas y les explico todo lo que he visto. Un par de segundos después me comunican que han enviado un médico a nuestro domicilio, y que no debería tardar más de diez minutos en llegar. Vuelvo al salón con él.

—¿Cómo sigues? —me siento a su lado.

—Hija, ¿por qué no te vas a la cama? Esto se me pasará en nada, ya verás —sus ojos tienen un contorno rojo que no me gusta.

—Estaré contigo un rato más —le digo como si tal cosa, y haciendo la situación lo más natural posible pongo mis pies sobre la mesita auxiliar y enciendo el televisor.

Tras unos minutos, oigo un coche en la puerta, y antes de que llamen le preparo.

—Papá, va a venir un doctor a echarte un vistazo. Necesito irme a la cama tranquila, si no hago esto no podré dormir —me mira con los ojos muy abiertos.

Antes de que pueda decir nada, me levanto del sillón y abro la puerta, quiero evitar que toquen el timbre, y despierten a los demás.

—Buenas noches —dice el doctor—. Vengo a ver al señor José Montero —le indico dónde está sentado.

—Buenas noches, doctor Pedro —le dice mi padre con familiaridad, por lo que veo se conocen.

Tras una rigurosa auscultación, un par de pastillas debajo de la lengua y una inyección, el doctor habla con nosotros.

—Su frecuencia cardíaca está algo alterada. Por lo que sus arritmias han empeorado —mi estómago se contrae—. La medicación que le acabamos de poner conseguirá que se sienta mejor. Han hecho muy bien en avisarnos tan pronto. Si llegan a esperar más tiempo se hubiera podido poner feo el asunto... —mi padre me mira—. Por el momento no será necesario derivarle a un hospital. En teoría, debería estar todo controlado, pero si no mejora o se encuentra peor no quedará más remedio.

Se despide de nosotros, y antes de salir por la puerta me da algunas indicaciones más. Es su médico de cabecera y conoce todo su historial médico. Mañana quiere que lo acerque al centro médico para volver a valorarle. Tomo nota mental de todo y quedamos en que si empeora durante la noche le vuelvo a llamar.

—Tú siempre tan bichito. Como me la has jugado, eh —me dice cuando entro de nuevo al salón.

Me siento en el sillón con él, le abrazo y le doy varios besos.

—¿Acaso tu no harías lo mismo por mí? —le digo tiernamente.

—Todo lo que esté en mi mano, ya lo sabes, hija —me devuelve los besos—. Pero ni una palabra de esto a tu madre —me dice, ahora más serio—. No quiero preocuparla más —asiento.

Tras tomarnos un vaso de leche me asegura que se encuentra mucho mejor. Finalmente, nos despedimos y nos vamos a la cama. Apenas puedo dormir por la preocupación. De vez en cuando salgo de mi habitación y doy varios paseos por la casa para comprobar que todo esté en orden. A las siete de la mañana no aguanto más y decido levantarme oficialmente.

Me preparo un buen tazón de Cola Cao con cereales y media hora después mis hermanos ya están en pie y en la cocina desayunando conmigo. Les cuento lo ocurrido la noche anterior, y les pido que no lo comenten con mamá. Se les ve preocupados. Ellos también llevan días notándole apagado. Según cuentan, es una máquina incansable y llena de energía en el trabajo, y últimamente se agota demasiado pronto. Decidimos que es hora de llevarle a un buen cardiólogo, quiera él o no.

La mañana pasa volando recogiendo la casa. No puedo parar de pensar en César. «¿Pensará él de la misma manera en mí?», me digo. No quiero hacerme ilusiones, por lo que rápidamente desecho la idea de mi mente. Seguro que solo quiere pasar un buen rato. «¿Quién iba a querer a una persona como yo?». Él es un buen médico con un buen trabajo y yo, una simple y patética empleada. Y ahora ni eso, desde que hace unos días por fin tomé la decisión y llamé al trabajo para despedirme. Fue más duro de lo que creía. Llevaba allí varios años, y echaré de menos a mis compañeros. Pero todo sea porque Mario no me encuentre.

El timbre me saca de mis pensamientos. Antes de abrir podría jurar de quién se trata. Mi cuerpo reacciona a su presencia, aunque no esté viéndolo. Abro la puerta.

—Hola —dice César con media sonrisa en la cara.

Mi corazón se acelera y no sé cómo reaccionar. «¿Le dará importancia a lo que pasó anoche? ¿Fingirá que no ocurrió nada?». La respuesta no se hace esperar. Se acerca a mí, y sin previo aviso me rodea la cintura con sus brazos y me besa tiernamente en los labios. No puedo describir la sensación, pero sé que es la mejor que he sentido en años.

—Hola —le digo mirando hacia atrás asustada. Por nada del mundo querría que nos sorprendieran así.

Me aparto rápidamente de él, y entiende lo que quiero evitar. Se ríe y vuelve a tomarme por la cintura. Esta vez su beso es más largo y apasionado. Sé que disfruta haciéndome estas cosas. Gruño en su boca e intento apartarme de nuevo. Cuando por fin lo consigo, le riño.

—¿Estás loco? —susurro para que no me oigan—. ¡Podrían vernos! —señalo al fondo de la casa—. ¡Están todos aquí!

—No puedo evitarlo —levanta una ceja—. No hay nada que me guste más que ver cómo te sonrojas —ríe y entra en la casa.

Camino detrás de él resoplando para que me oiga, pero a la vez tratando de calmar el regocijo que siento dentro de mí. «Este hombre va a ser mi perdición...», pienso mientras admiro su hermoso cuerpo balancearse con cada uno de sus pasos. «Quizás Laura tenga razón».

Al pensar en Laura recuerdo que tengo que llamarla para contarle sobre la competición y mi participación en ella. Con tantas cosas como tengo en la cabeza casi se me pasa. Me mataría si se me olvida. Mientras César saluda a mi familia aprovecho para hacerlo. Cuando estoy buscando su nombre en la agenda me llega un mensaje de texto de un número desconocido. Lo abro:

DISFRUTA DEL POCO TIEMPO QUE TE QUEDA

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