Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA...

By marlenequen

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Cuando Mario agrede nuevamente a Natalia la trasladan a un hospital de Madrid con serias heridas. Allí conoce... More

Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capítulo 30 (Resubiendo)
Capítulo 31 (Resubiendo) #NiUnaMenos
Capítulo 32 (Resubiendo)
¿Dónde seguir leyendo la historia?
¡YA ESTÁ AQUÍ Y REGRESA CON MÁS FUERZA QUE NUNCA!

Capitulo 6

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By marlenequen

Natalia

Varios golpes en la puerta me despiertan, abro los ojos sobresaltada y echo un vistazo a mi alrededor. Poco a poco recuerdo dónde estoy y miro el reloj de mi móvil. Son las siete de la mañana. Me levanto como puedo, mis lesiones están mejor pero aún me molestan. Me acerco a la puerta, no me atrevo a abrirla y pregunto:

—¿Sí? —siento terror de que Mario haya podido descubrir dónde estoy.

—Natalia, no te asustes, soy Manuel. Te traigo unas cosas que me encargó ayer César para ti.

—¿Unas cosas para mí? —le pregunto al tiempo que abro la puerta sorprendida. Trae sujetas varias bolsas en las que puedo apreciar los logos de ZARA, Dolce & Gabbana y Converse. Extiende las bolsas para que las coja, y no sé cómo lo hago, pero acaban en mis manos.

—Que tengas un buen día, Natalia —se marcha.

—Eh... gracias... —no sé qué más puedo decir.

Pongo las bolsas en la cama y me quedo mirándolas como si tuviera miedo de abrirlas. Me decido por la de Zara. Es ropa lo que hay dentro. Tiro de la tela y ante mí aparecen un par de vaqueros de pitillo desgastados, en color gris y de mi talla. Vuelvo a meter la mano dentro de la bolsa y esta vez saco una camiseta entallada de algodón en color blanco. Lo dejo todo cuidadosamente estirado sobre la cama. Me quedo mirando durante unos segundos, sin saber realmente qué debo pensar sobre esto, y recuerdo que aún me quedan dos más por abrir. Saco una caja y son unas zapatillas Converse bajas de color negro, del número 38, el mío. La de Dolce & Gabbana es la siguiente. Esta es más pequeña y pesa menos. Introduzco la mano y lo que descubro en ella me deja sin palabras. Es ropa interior, un sujetador y unas braguitas sin costuras en blanco...

Esto es increíble, ha pensado en todo. Varias preguntas me asaltan. «¿Cómo ha podido saber cuál es exactamente mi talla? ¿Habrá ido él a elegirlo personalmente? ¿Cómo voy a mirarlo ahora sabiendo que me ha comprado incluso ropa interior?». No me da tiempo a pensar nada más cuando vuelven a llamar.

—¿Hola? ¿Quién es? —pongo la oreja pegada a la puerta para oír la contestación.

—Soy César —oh, mierda, no sé dónde meterme y abro lentamente.

—Em... hola... —le digo, visiblemente avergonzada por la rendija.

—Hola, Natalia, vengo a comprobar que todo lo que pedí te ha llegado correctamente.

—Oh... sí, no deberías...

—Lo sé, pero sé que no tienes nada para cambiarte y hoy tenemos que salir, ¿recuerdas?

—Em... sí... —soy incapaz de articular más palabras. Mira hacia la cama y después a mí.

—Bien, te dejo para que te prepares. A las ocho en punto estaré aquí de nuevo para recogerte —sale de la habitación y cierra.

Durante un momento miro la puerta cerrada. La alarma de mi móvil suena, salgo de mis pensamientos y voy hacia él. Lo apago y saco una toalla del armario empotrado que hay enfrente, me meto en la ducha y termino de arreglarme. Todo me queda como un guante.

A las ocho en punto golpean la puerta.

—¿Estás lista? —me mira de arriba abajo—. Ya veo que sí, estás muy guapa, Natalia.

—Gracias, tú también estás muy guapo —le digo mientras mis mejillas se sonrojan. Por primera vez le veo con ropa de calle. Viste unos vaqueros claros ajustados, desgastados y rotos en la rodilla, una camiseta blanca y unas Nike negras. Vamos casi iguales.

Como habíamos acordado, nos dirigimos a la comisaría, donde me entrega el parte de lesiones para adjuntar. Poner la denuncia me cuesta más de lo que pensaba. Tengo que narrar los hechos desde el principio y no puedo evitar derramar varias lágrimas. Por momentos creo que no podré seguir, pero la mano cálida de César en mi brazo cada vez que me derrumbo me da la fuerza que necesito. Firmo la declaración mientras suspiro sonoramente. Han pasado varias horas desde que vinimos. Un forense ha tenido que valorar mis heridas, y no hubiera podido hacer nada de esto sola. Cuando acabamos nos despedimos del policía que tan amablemente nos ha atendido y salimos juntos del edificio.

—¿Estás bien? —me pregunta mirándome fijamente a los ojos

—Pues la verdad es que creí que sería más fácil —le digo con la cabeza gacha—. Pero sí, realmente podría decir que estoy bien.

—Sé que es muy difícil, Natalia, pero es un paso más para tu libertad, estás siendo muy valiente. Ojalá todas las mujeres que están sufriendo esto fueran capaces de hacer lo que tú has hecho. Eres más fuerte de lo que crees, señorita.

—Tus palabras me reconfortan, César —le digo con sinceridad—. Pero no son del todo ciertas. Sin tu ayuda no hubiera sido capaz. Prácticamente has tenido que obligarme, y no sabes cuánto te lo agradezco. Te debo una.

—Pues como me debes una, invítame a tomar algo en ese bar de ahí —me guiña un ojo mientras señala una pequeña cervecería en la esquina.

—Me vas a salir barato, entonces —le digo bromeando.

—No sabes cuánto puedo llegar a beber, señorita. Soy alemán, ¿recuerdas? —los dos nos reímos sonoramente.

—Oh, no te atreverás, no te imagino borracho atendiendo a tus pacientes —me río.

—Para tu información, hoy no paso consulta. Me pedí hace semanas el día libre y...

—¿Y lo estás malgastando conmigo? —no le dejo terminar la frase.

—Tomar algo con una bella mujer no es malgastar un día libre, ¿no crees? —levanta las cejas repetidas veces mientras ve cómo me acaloro. Cada vez me cuesta más esconder las sensaciones que este hombre despierta en mí. Pone su mano en mi cintura y no puedo evitar ponerme rígida debido a su contacto. Vuelve el hormigueo a mi estómago. Estoy segura de que debe haberlo notado.

—Vamos —dice mientras cruzamos la calle y entramos en la cervecería.

Es tan pequeña por dentro como por fuera. Nos acercamos a la barra, el camarero saluda a César y cuando nos pregunta qué vamos a tomar respondemos al mismo tiempo pidiendo lo mismo. Reímos a carcajadas por la coincidencia. Nos sirve, cogemos nuestros botellines y el pincho de choricillo que nos ha puesto y elegimos una mesa que hay en uno de los rincones para sentarnos.

—Tu deberías beber sin alcohol —me dice—. Por una no pasará nada, pero ten cuidado.

—Hoy no tomé nada, aguanto bien el dolor... ¿Conocías este sitio? —le pregunto para cambiar de tema, mientras tomo el primer sorbo de mi cerveza. Tan amarga y refrescante que sin darme cuenta cierro los ojos para saborearla mejor. Cuando los abro me está mirando fijamente. Al darse cuenta de que lo he descubierto, carraspea.

—Sí... —contesta—. He venido varias veces. Hace tiempo tenía una consulta privada dos calles más abajo y este era mi lugar favorito. Ponen buenos pinchos —señala el plato.

—Ya veo —pincho uno de los choricillos y lo introduzco en mi boca. Su sabor es exquisito y tengo hambre, por lo que me sabe a gloria—. Si no te das prisa no te dejaré ni uno —le digo comiéndome otro.

—Y es lo que harás —me apunta con el índice en señal de desaprobación—. Me ha dicho un pajarito que no pediste anoche nada para cenar ni esta mañana para el desayuno.

—Es cierto, tu palomo mensajero no te ha mentido. Anoche caí rendida en la cama y esta mañana con los nervios no me entraba nada.

—Vamos a solucionar eso —coge la carta de tapas y me la entrega—. Elije lo que quieras —la miro por encima

—Tengo tanta hambre que no sé qué pedir, me las comería todas —le digo en broma.

—Eso es fácil —me quita el cartón de las manos y lo levanta—. ¡Juanjo, ponnos todas las que hay aquí! —le grita al camarero. Abro tanto los ojos que creo que los globos oculares se me van a caer encima de la mesa.

—¡¡Oído cocina!! —dice el camarero entre risas y desaparece detrás de una puerta.

—¿¡Quéééé!? —sus carcajadas al ver mi rostro desencajado resuenan por todo el bar.

—Está bien, ahora que has descubierto que puedo ser muy literal, decídete mientras vuelvo —me guiña un ojo, se levanta y va a la barra. Segundos más tarde, está de vuelta, esta vez con dos jarras de cerveza—. Pruébala, es la mejor rubia alemana de importación que encontrarás por la zona. Solo la traen aquí —la pone con cuidado a mi lado. Tomo un sorbo. Es dulce al principio, con toques afrutados y un agradable amargor que se funde en el paladar.

—Es cierto, está buenísima —le digo mientras paso la lengua por mis labios para eliminar la espesa espuma. Me doy cuenta de que está mirando cómo lo hago y sonrío. Parpadea rápidamente, levanta la mirada a mis ojos y me pregunta—: ¿Qué vas a comer?

Finalmente me decido por unos sándwiches vegetales y él por una ración de calamares. Mientras comemos, charlamos sobre nuestras vidas. Se interesa por mi familia, le cuento que tengo dos hermanos gemelos, mayores que yo, y que viven en el mismo pueblo que mis padres. Ambos trabajan en la empresa familiar. Se sorprende al oírme decir que se dedican a la venta y restauración de vehículos de competición.

Cuando le pregunto por su familia veo cómo se le tensa la mandíbula, pero antes de que pueda decir nada, nos interrumpe el sonido de un mensaje en mi móvil. Me mira rápidamente. Sé que busca en mi expresión saber si es Mario, pero se calma cuando le digo que es Laura.

—Dice que sobre las ocho de la tarde vendrá a visitarme. Si no te importa, claro —le digo.

—Estás en tu casa, Natalia, pero recuerda que solo gente de máxima confianza puede saber dónde estás ahora —asiento y contesto a Laura para confirmar.

Durante más de tres horas, seguimos charlando, riendo y bebiendo la rica cerveza de importación. Cuando decidimos que es hora de irnos me pongo en pie y apenas consigo mantener el equilibro, la cabeza me da vueltas y mis piernas están tan flojas que me da un absurdo ataque de risa. Intenta ayudarme, pero él está casi tan perjudicado por el alcohol como yo.

—Como sube esta mierda, cuando te quieres dar cuenta ya te ha pegado el pelotazo —dice, y nos sentamos de nuevo riendo y bromeamos sobre la situación durante unos minutos más.

Cuando nos calmamos, hace una llamada rápida a un tal Alex, y en quince minutos tenemos a un precioso Audi A6 gris esperándonos en la puerta. Me agarra por la cintura y el brazo y me ayuda a bajar los tres escalones del bar.

—No queremos que te des más golpes. ¿Verdad? —me dice.

—No lo permitas, ya parezco una berenjena —una carcajada sale de su boca.

—Vaya, parece que tienes sentido del humor, señorita —le oigo decir.

—Lo único que no tengo ahora mismo es equilibrio —le contesto y vuelve a reír de nuevo.

Llegamos al Audi y abre la puerta trasera, nos acomodamos y le pide al conductor que nos lleve al Hotel. Por el camino vamos canturreando todas las canciones que ponen en la radio.

—Sube más la música, Alex —le grita eufórico al conductor cuando suena Du Hast de Rammstein. Simula que toca la batería mientras canta en perfecto alemán. No sé si será por el alcohol, pero noto cientos de mariposas revolotear en mi estómago y una sensación de euforia como hacía años que no sentía. Me animo y se sorprende al ver que también la conozco y la canto con él. Me fijo en el retrovisor y Alex está mirándonos con expresión de sorpresa y una sonrisa dibujada en su boca.

Cuando la canción acaba estamos sofocados, sudorosos y muertos de risa. Justo en ese momento, el coche se para y veo por la ventanilla que acabamos de llegar. Le miro mientras hago un mohín.

—Qué pena, con lo bien que lo estaba pasando —le digo. Cierro los ojos y puedo sentir que todo da vueltas mucho más deprisa que antes.

—Ya habrá tiempo de repetir —le oigo decir, se levanta y sale del coche, viene hacia mi puerta y me ayuda a salir. Al ponerme de pie, compruebo que mi equilibrio está aún peor, me tambaleo, por lo que tiene que sujetarme para que no me caiga. Pone de nuevo su mano en mi cintura y esta vez apoyo mi cabeza en su hombro y me dejo llevar. Me encanta tenerlo tan cerca. Su olor, el calor que desprende, sus duros músculos pegados a mi cuerpo... Aunque me encuentro fatal, no quiero llegar a mi habitación, no quiero que se acabe.

Caminamos así hasta el ascensor, entramos, y cuando las puertas se cierran, he perdido todo tipo de vergüenza. Me agarro fuerte a él con mi brazo sano, preparándome para la impresión de la subida. Apoyo más mi cabeza en su hombro y siento cómo su respiración se acelera.

No sé cómo ocurre, pero de pronto siento un pequeño empujón y acabo pegada a uno de los laterales del ascensor. Sus manos están en mis hombros, sujetándome con fuerza y nuestros pechos apretados uno contra otro. Puedo sentir los latidos de su corazón. Levanto la mirada buscando una explicación, y pega su frente a la mía, siento sus labios rozar los míos, pero no me aparto. Me gusta. Suaves, húmedos... calientes. Su respiración está en mi boca, pero no siento que me bese. Solo respira agitado y se queda así durante unos segundos. Cierra los ojos con fuerza y traga saliva, lentamente se aparta de mí, se pasa la mano por el pelo y la puerta se abre en ese momento.

—Vamos, Natalia... —está muy nervioso. Sale antes que yo del ascensor y al ver que no me muevo me tiende la mano para ayudarme—. Vamos, necesitas despejarte un poco, en unas horas estará aquí Laura y no querrás que te vea así —me agarra por el brazo y caminamos deprisa hasta mi habitación.

Le cuesta varios intentos conseguir que la llave entre en la cerradura. Después de maldecir en alto, lo consigue y me guía hasta el interior.

—Me quedaré un rato más contigo hasta que te serenes un poco. No creo que estés en condiciones de quedarte sola hasta que llegue tu amiga —dice sonriendo.

—¡Oh!, no teh procupessss —le digo casi sin poder vocalizar—. Solo tenoh que tubarme en esta cómoda cama y drormir la mona un rato.

Me dejo caer con todo el peso sobre el colchón, pero calculo mal la distancia y caigo como un higo maduro contra el suelo.

—¡Mierda, Natalia! —es lo único que dice mientras corre a auxiliarme. Me sujeta fuertemente por los hombros y clava sus pupilas en mis ojos con un gesto de preocupación—. ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?

—No te procupesss —le digo con calma—, con la anestesia que llevo incima no siento ni los párpados. Mañana te pediré calamaresss... calmantares... digo calmantes...

Los dos estallamos en risas mientras me pone en pie.

—Bien, creo que esta es razón suficiente para reafirmarme en lo que antes te he dicho. Me quedo aquí hasta que venga Laura.

Con cuidado, me ayuda a tumbarme en la cama y coloca una de sus manos en mi pantorrilla. Me quita los zapatos. Primero uno. Muy lentamente. Casi juraría que está disfrutando. Después el otro. Su respiración se acelera. Su tacto caliente en mis piernas y tobillos despierta algo dentro de mí. Siento cómo el corazón golpea mis venas. Un calor desconocido recorre mi cuerpo hasta alojarse en mi estómago. Acto seguido, me pongo nerviosa y todo comienza a darme vueltas. Como si notara que algo no va bien, se gira hacia mí.

—Estás bastante pálida... —no termina la frase cuando me levanto como poseída por el diablo y corro tambaleándome hasta el baño.

Me arrodillo como puedo y el vómito se apodera de mí. Unas fuertes manos sujetan mi pelo hasta que vacío todo el contenido de mi estómago.

—Mierda, no bebo más. Nunca más —digo, convencida.

Se ríe a carcajadas, se arrodilla conmigo y me acurruca a su lado.

—Quedémonos aquí hasta que se vayan las náuseas, hemos tenido suerte esta vez de que te haya dado tiempo a llegar —me dice.

Tengo sus duros pectorales en mi cara, su barbilla en mi cabeza, el latido de su corazón en mi oído y sus brazos me están rodeando. Cierro los ojos y disfruto el momento. ESTOY EN EL PUTO CIELO.

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