Era jueves por la tarde, dos días antes estaba tratando de perfeccionar una sinfonía de Vivaldi que tenía como proyecto final.
Y hacía 10 minutos que la había concluido satisfactoriamente, así que tenía tiempo libre y decidí tomar una siesta.
Escuché vibrar mi celular, pero lo ignoré y cerré completamente mis ojos.
Desperté por medio de mi sonido favorito, el piano. Alguien estaba en mi recamara tocando la sonata número 11 de Mozart.
— ¿Quién toca el teclado sino soy yo?—me levanté de golpe.
—Hola—dijiste haciendo una pequeña pausa en la canción tocada—. Fue la única forma de despertarte.
—Soy inconsciente con la música.
—Lo sé, por eso estoy tocando.
—Eso es mío. Tú tocas la guitarra, no el piano.
—En realidad sabes que toco muchos instrumentos ¿Celos de que toqué mejor que tú?
—Tocas tan delicadamente suave...—no sabía que decir—. Que me da sueño.
—Curioso, fue todo lo contrario, mi melodía te despertó.
— ¡Ya, déjame!—me di cuenta que mi argumento no tenía coherencia.
—No te estoy tocando a ti. Estoy tocando música para ti.
—Touché.
—En realidad llevo 40 minutos tratando de hablar con la bella durmiente, creo que el que pierde soy yo.
—Tenía el sueño pesado.
—Lo sé. ¿Ni escuchando la voz de tu amado pudiste despertarte? Incluso te canté.
—Lo siento soy como Beethoven, tengo en mi mente grabada cada nota grave y aguda del piano, y al escuchar su sonido real me ha despertado.
— ¿Y mi voz no está grabada en esas notas?
—Cariño, son muchas teclas del piano, no hay bastante espacio en mi cabeza.
Seguiste tocando música. —Patrañas.
Lo sé, sabes bien que tu voz es mi nota favorita.
Y he escuchado tu voz en mis sueños desde que te conocí,
Justamente hoy cuando me cantaste, creí que era solo un sueño más.