Salvando Nunca Jamás (#Wattys...

By NikkyGrey

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GANADOR DE LOS PREMIOS WATTY 2015 EN LA CATEGORÍA DE "GEMAS SIN DESCUBRIR" (Retelling de Peter Pan) 1941... More

Salvando Nunca Jamás
Prólogo: La caída
Primera Parte: EL HADA Y LOS NIÑOS PERDIDOS
Capítulo I: Diez años después...
Capítulo II: La tierra de la discordia
Capítulo III: La melancolía de los recuerdos perdidos
Capítulo IV: Hay elefantes que no pueden recordar
Capítulo V: Buscando rastros de niños en rostros ancianos
Capítulo VI: Un mundo en llamas
Capítulo VII: ¡A volar, Peter Pan!
Capítulo VIII: De la realidad no hay escapatoria
Capítulo IX: El mundo de los espejos rotos
Capítulo X: La realidad... Es que nada es real
Capítulo XI: Museo de ceniza
Capítulo XII: Por un mañana mejor
Capítulo XIII: Una señal para creer
Capítulo XIV: Cazadores de Sombras
Capítulo XV: El cruce entre el espacio y el destino
Segunda Parte: LA HEROINA Y EL PRÍNCIPE PIRATA
Capítulo XVII: El mundo que dejaste atrás
Capítulo XVIII: Sol y luna
Capítulo XIX: La historia en las estrellas
Capítulo XX : En la sala de la reina
Capítulo XXI: La Guerra de los Alquimistas
Capítulo XXII: Antifaces, vestidos y sonrisas
Capítulo XXIII: El encanto de la noche
Capítulo XXIV: En este mundo o en el siguiente
Capítulo XXV: La leyenda de Seka y Kase (ANTES)
Capítulo XXVI: La leyenda de Seka y Kase (DESPUÉS)
Capítulo XXVII: La jaula de las puertas abiertas
Capítulo XXVIII: El caleidoscopio inconstante
Capítulo XXIX: Deudas y aliados inesperados
Capítulo XXX: La hora de la redención
Capítulo XXXI: Motivos cuestionables
Capítulo XXXII: Sangre, sudor y lágrimas
Capítulo XXXIII: Destinos ineludibles
Capítulo XXXIV: Los guerreros se levantan
Capítulo XXXV: La batalla en el horizonte
Ausencia y otras cosas
Tercera Parte: LA BRUJA Y EL CABALLERO
Capítulo XXXVI: Las ruinas ambulantes
Capítulo XXXVII: La hora de pelear
Capítulo XXXVIII: Espejismos de la memoria
Capítulo XXXIX: "Nunca" es demasiado tiempo
Capítulo XL: Las almas vagabundas
Capítulo XLI: Cuando nos alcance la oscuridad
Capítulo XLII: Caballero de brillante armadura
Capítulo XLIII: Interludio
Capítulo XLIV: La envidia de los dioses
Capítulo XLV: Todas las huestes del infierno
Capítulo XLVI: Agotando las ilusiones
Capítulo XLVII: La cuenta cuentos y el hechicero
Capítulo XLVIII: Alcanzando las estrellas
Capítulo XLIX: Demonios con rostro de ángel
Capítulo L: La belleza y la tragedia
Capítulo LI: La era de los héroes
Capítulo LII: Un adagio en azul
Epílogo: La aventura más grande de todas
IMPORTANTE: Encuesta a los lectores

Capítulo XVI: El país de Siempre Perpetuo

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By NikkyGrey

Saben cómo funciona: Paso meses sin publicar un capítulo, y cuando comienzo a escribir no puedo parar, jajaja. Espero que las actualizaciones compensen la larga ausencia :)

Este capítulo es más largo que el anterior (bastante más largo, de hecho) y sé que trae más interrogantes que respuestas, pero tranquilos, en los próximos comenzarán a aclararse sus dudas.

Nos acercamos al final (Aun falta, pero no pensé que llegaría tan pronto a esta parte de la historia, así que de allí mi sorpresa). Espero disfruten el capítulo, el musical mencionado es uno de mis favoritos (como habrán notado, pues es la segunda vez que uso una frase para la historia) y el título del capítulo es una parodia a Nunca Jamás.

No olviden dejar sus comentarios :)

¡Hasta pronto!

Nikky Grey.
Editado el 11/07/15

Segunda edición: 25/09/19

Capítulo XVI:

El país de Siempre Perpetuo:

"Mi país, que porto en mi corazón, en mi cuerpo,

Tu país, que me aporta el infortunio... Y la muerte."

Condenados (condamnés), del musical Notre Dame de París.

Simon observó la casa con aprensión mientras se acercaban cada vez más, el choque inevitable. Algo le dijo que no se trataba de un accidente.

Y se preguntó qué podrían querer los piratas allí.

Desvió la mirada, y por mero reflejo, cerró los ojos y apretó las piernas al suelo cuando el barco chocó contra una de las paredes. El estruendo retumbó en sus oídos, pedazos de madera volaron por todas partes, y los gritos cercanos le helaron la sangre, consciente por primera vez de que había más personas en el calabozo.

A la explosión siguió un sonido chirriante, como uñas en un pizarrón, y torciendo el cuello para poder ver, reparó en que era el barco al arrastrarse sobre las tablas del suelo de la habitación donde habían aterrizado. En el proceso, levantaba una nube de polvo enorme, y Simon tosió, apartando la mirada para evitar que le entrara en los ojos.

Luego, el barco se detuvo. Escuchó al pirata de pelo verde vociferar órdenes a toda prisa, y pasos de botas sobre su cabeza. Un fuerte silbido lo sobresaltó, seguido de algo pesado que atravesaba la madera del suelo y lanzaba trozos de tablones a su ventana. Imaginó que esa era el ancla.

Al pasar el ruido, volvió a asomarse. Los piratas bajaban, se amontonaban en la habitación desierta, y el peliverde y el pelinegro observaron el lugar con desprecio, antes de que el primero indicara:

─ Búsquenlos. Nadie regresa al barco hasta que los encontremos ─A su frase siguió una serie de gruñidos en asentimiento, y los piratas salieron en tropel, sus ruidosos pasos rebotando por toda la casa.

Simon frunció el ceño. ¿A quién podrían estar buscando en esa casa abandonada? Esperó que quiénes fueran no estuvieran allí, o que hubieran huído al escuchar el ruido, y de momento, se concentró en disipar otra interrogante.

─ ¿Hola? –dijo en voz alta, arrastrándose todo lo que el grillete se lo permitía a los barrotes en un intento de mirar afuera─ ¿Hay alguien aquí?

─ ¿Simon? ¿Eres tú? –replicó la temblorosa voz de Marlene, a su izquierda.

─ ¡Gracias al cielo! –Añadió Arthur, a su derecha─ ¡Creí que estaba solo!

─ ¿Están todos bien? –preguntó─ ¿Dónde está Christine?

─ Aquí, conmigo –replicó Marlene─ Sigue inconsciente, pero no parece estar herida.

Dejo salir el aire que no sabía que estaba conteniendo, y carraspeó para recuperar la voz antes de continuar.

─ ¿Cómo sigue tu cabeza, Arthur?

─ Dura, como siempre –bromeó este, con la mitad del humor de antes─ ¿Sabes dónde estamos?

─ A las afueras de la ciudad –respondió─ En una de las casas viejas del barrio abandonado. Parece que están buscando a alguien.

─ ¿Puedes ver lo que pasa? –preguntó Marlene, y se imaginó que su celda era la única con ventana.

─ Sí, pero de momento no pasa nada.

A su frase siguió un largo silencio, y finalmente, Marlene hizo la pregunta que rondaba por las cabezas de todos, pero que nadie más se atrevía a decir en voz alta.

─ ¿A dónde nos llevan?

Y nadie respondió, pues nadie sabía la respuesta. Simon sólo pudo esperar que las cosas no se pusieran peor de lo que ya estaban.

...

Seaweed observó el pasillo mientras andaba, atento al menor de los ruidos.

El problema, era que la casa parecía estar en completo silencio. ¿Y si El Informante les había dado una pista errónea a propósito? Una que dejara escapar al trío, mientras ellos desmantelaban una casa cualquiera donde no conseguirían nada.

No, se dijo, y entró a la siguiente habitación, que ya estaba siendo revisada por los piratas. El Informante no les mentiría, era demasiado listo para eso.

─ Estuvieron aquí –dijo Nightfall, y al darse la vuelta vio que se encontraba en el umbral de la puerta─ Alguien encendió la chimenea hace poco en el salón de abajo.

─ No hay manera de que escaparan –replicó─ Habríamos detectado a la chica.

─ Pues al menos de que estén escondidos dentro de las paredes, no están aquí.

─ ¡Tienen que ver esto! –gritó una voz, y ambos se dieron la vuelta.

Northwind, un pirata de largo cabello blanco y ni una arruga, cicatriz o lunar en el rostro (Lo que era una proeza digna de consideración en un pirata. El condenado incluso tenía todos sus dedos y dientes), les hizo un ademán con la mano para que lo siguieran. Ambos fruncieron el ceño, pero lo hicieron de todas formas.

─ Creímos que se trataba de una cortina –explicó a toda prisa, mientras los conducía al final del pasillo─ Pero luego Stoneface lo tocó, y... ─se detuvo justo frente a la pared, donde ya varios hombres estaban congregados, y la señaló airadamente─ Bueno, véanlo por ustedes mismos.

Era casi del mismo color que la pared, a excepción del pequeño pliegue al final, que explicaba por qué lo habían confundido con una cortina. Si se observaba desde allí, se podía ver la ligera capa traslucida que separaba el pasillo del final.

─ No puede ser... ─masculló Seaweed con ojos entrecerrados, recordando perfectamente la última vez que había visto algo así.

─ Kase –Nightfall frunció el ceño, mirándolo─ Pero El Informante dijo que...

─ Algo me dice que no deberíamos confiar mucho en El Informante –replicó el peliverde, cruzándose de brazos, y frunció el ceño a los demás─ ¿Qué miran? ¡Traigan el cañón!

Los piratas no se hicieron de rogar.

─ ¿Piensas derribarla? –Nightfall elevó mucho las cejas, que se perdieron tras su cabello─ Sabes lo que podría pasar. Si rebota, nos mata a todos, y eso considerando que no tenga alguna protección.

─ Es obvio que están escondidos allí –dijo, sin dar su brazo a torcer─ Y las órdenes del capitán fueron claras, así que sí, volaremos la barrera. ¡Y el que se esté acobardando, es bienvenido a regresar al barco! –añadió, en voz alta para que todos allí pudieran oírlo.

Hubo una pausa, y Nightfall le lanzó una mirada asesina. Sin embargo, su único movimiento fue hacerse a un lado para darle paso al cañón, cuando el chirrido de las oxidadas ruedas anunció su proximidad.

─ Si nos matas, Seaweed, te juro que yo personalmente te perseguiré hasta el final de los tiempos.

─ Has pasado demasiado tiempo en este país –masculló el aludido, asintiendo a los piratas para que encendieran la mecha─ Te has puesto sentimental.

La cerilla hizo un chasquido al ser frotada contra la caja, y la pequeña llama consumió la soga al hacer contacto con ella, devorándola rápidamente y aproximándose a...

Seaweed apenas y se movió cuando el sonido retumbó por toda la estrecha habitación, sacudiendo las paredes y levantando nubes de polvo, y la bala salió zumbando a toda velocidad, chocando contra la barrera.

Por un momento, pareció que iba a rebotar, y varios incluso se agacharon, cubriéndose la cabeza con las manos en un intento de defenderse. Los que estaban cerca de una puerta corrieron a buscar refugio en esa habitación, Nightfall maldijo en voz alta...

Pero no pasó nada. La bala alcanzó la barrera mágica, desprendiendo un chasquido y doblándola como una liga de goma, para luego arder brevemente en llamas azules y desmoronarse en el suelo hecha ceniza. Eso explicaba, al menos, por qué no veía a Stoneface por ninguna parte.

─ Tenías razón, Nightfall –dijo con ironía, sonriendo, burlón, al pirata de cabello negro. La mirada de su compañero parecía capaz de derretir piedra─ Está protegida, y por un encantamiento bastante poderoso, parece –giró la cabeza hacia los demás, que parecían confundidos por la situación─ ¿Qué demonios están esperando? ¡Carguen otra vez!

Tres balas después, la barrera seguía tan completa como al principio, y los piratas, que no habían esperado tener que usar más, tuvieron que regresar al barco a buscar otras.

─ Vas a agotar todo nuestro armamento en esta tontería ─masculló Nightfall, cruzándose de brazos.

─ Si no llevamos a Pan y a la chica ante Garfio, poco uso vamos a hacer de él ─replicó el peliverde secamente, y eso bastó para acallar al otro, de momento.

La quinta bala se reflejó aun más en la barrera. No era un fenómeno explicable, pero de alguna manera, la había estirado más, como si esta, lentamente, estuviera comenzando a perder la fuerza. Seaweed sonrió, triunfante, cuando los piratas cargaron otra vez.

A la sexta bala, escucharon el crujido.

─ ¡Apártense! ─gritó Nightfall, y todos echaron a correr. Seaweed alcanzó el umbral de la puerta en el preciso instante en que el crujido aumentó, como una grieta que había alcanzado toda su extensión. A sus espaldas, una luz cegadora tomó todo el pasillo, la muda explosión consumiendo las paredes por un instante antes de desaparecer del todo.

Escuchó los gritos de los piratas que no habían alcanzado un escondite, desgarradores en medio del silencio, aterradores... Y luego, como la luz, desaparecieron también.

Cuando volvieron a salir, el pasillo estaba vacío. Al girar la cabeza al sitio donde había estado la barrera, distinguieron otro parecido, pero con aspecto de ser más nuevo y brillante. Las grietas recorrían las paredes, los cuadros y mesitas estaban volcados, y las puertas, de todos los tamaños y colores, extendiéndose más allá de donde alcanzaba la vista, estaban abiertas de par en par.

Detrás de él, Nightfall soltó una exclamación de asombro, y se oyeron otras, igual de sorprendidas.

─ No puedo creerlo ─Por mero reflejo, Seaweed lo detuvo cuando intentó atravesar.

─ Espera ─Con aprensión, el pirata tomó uno de los retazos de madera que yacían en el suelo, y lo lanzó al nuevo pasillo.

Sonrió, satisfecho, al ver que nada ocurría.

─ Los tenemos.

...

Jane sintió que una corriente de aire helado le golpeaba el rostro, levantándole el cabello y haciéndole cerrar los ojos. Temiendo que se fuera volando con el viento, sujetó a Peter con más fuerza, el muchacho inconsciente no reaccionando en lo más mínimo a la caída libre.

La presión en su estómago y lo cortante del viento le dijo que era justo eso, una caída. Se precipitaban hacia abajo en un túnel de una intensa luz blanca. Un túnel helado y brillante, con corrientes de aire que alargaban incluso más el descenso. ¿Por qué? Dijo su mente vagamente, en medio de la secuencia de imágenes irreconocibles que pasó por su cabeza a toda prisa. ¿Había dejado de funcionar el polvo de Campanita?

La caída duró varios segundos, instantes en los que la sorpresa pasó al pánico, y eventualmente a la resignación, al saber que no había vuelta atrás.

Estoy muerta.

Muerta, muerta, muerta... Muertos, otra vez, para siempre...

"¡Estás loca!"

La luz pasó a oscuridad. No gradualmente, no despacio. Fue inmediato, y el túnel negro que siguió la precipitó al vacío en espirales vertiginosas, sola.

Sola.

¡Peter!

Abrió los ojos en el mismo instante en que golpeaba el suelo.

Pero no era el fin. La caída fue indolora, y al levantarse, Jane ni siquiera estaba mareada. La oscuridad a su alrededor fue disipándose despacio, revelando una figura a la lejanía, de pie junto a una puerta.

Seashore.

El muchacho sonreía, y parecía más contento que en cualquiera de sus encuentros anteriores. La puerta a su lado era blanca, de aspecto nacarado y grabados refulgentes como el cristal.

─ He estado esperándote, Jane –musitó, divertido─ No creí que te tardarías tanto.

Un espejo, justo en el centro de la puerta, mostró el reflejo de la chica al acercarse, y jadeó sorprendida, al ver lo pálida que estaba. Sus ojos grises resaltaban, enmarcados por su enmarañado cabello; sus labios tenían un tono blanco cadavérico y había grandes ojeras purpúreas bajo sus ojos, como si no hubiera dormido. Su uniforme amarillo estaba prácticamente irreconocible.

─ ¿Dónde estoy? –musitó, apartando la mirada de su propio rostro y observando al muchacho─ ¿Dónde está Peter?

─ Él se encuentra bien. O lo estará, al menos, luego de que nuestros sanadores lo atiendan –Había algo en su tono de voz, se daba cuenta, que siempre la hacía sentirse a salvo. En casa─ Y ya volveremos a la primera pregunta, pero necesito que veas algo antes. Algo que no puedo mostrarte de ninguna otra manera.

Jane volvió a mirar la puerta, y se asustó más todavía al ver que su reflejo había desaparecido. Las voces volvieron, haciendo ondas en el cristal:

El principio del fin...

Recuerda.

La noche en que todo cambió...

─ No tengas miedo –continuó Seashore, su mano ya girando el picaporte de la puerta─ No voy a dejarte sola.

La luz los envolvió una vez más, y sintió que una mano cálida sujetaba la suya, motivándola a seguir adelante.

Cuando la luz se esfumó, Jane y Seashore estaban de pie en un gran salón: La sala del trono de un castillo, hecho completamente de cristal. Una larga alfombra blanca y mullida llevaba hasta los escalones del trono, y en este se sentaba la mujer más hermosa que Jane hubiera visto en su vida, de largo cabello liso, negro como la tinta, piel tersa y pálida como la porcelana y brillantes ojos azules de largas pestañas, los cuales en algún momento debieron de parecer amables y entonces refulgían, furiosos. Su largo vestido rojo, de mangas largas y ceñido a la cintura, resaltaba entre la monocromía de la habitación, y sus labios color carmín estaban fruncidos en una mueca reprobatoria.

Frente a ella, al pie de las escaleras, había una muchacha apenas un poco mayor que Jane. Sus ojos eran grises y sus mejillas algo rellenas, lo que en otra persona habría transmitido inocencia y alegría. Sin embargo su expresión era resignada, triste, y eso y su vestido gris daban la impresión de que quisiera desaparecer en el entorno.

Pero lo que más le llamó la atención fue su cabello. Largo, enmarcaba su rostro en suaves ondas azul brillante, y eso y el increíble parecido hicieron que no pudiera evitar mirar a Seashore, adivinando la respuesta en el dolor de sus ojos.

─ Mi hermana –musitó.

─ Tus acciones son imperdonables, Kase –decía la reina, hablando por primera vez, y su voz, suave y cantarina como el tintineo de un cristal, estaba teñida de ira─ No sólo has violado todas las reglas y convenios entre nuestro mundo y la Tierra, sino que, además, has cometido horrores jamás vistos en esta Corte, horrores que de por sí solos son castigados por la muerte.

La muchacha, Kase, permaneció en silencio, sus ojos mostrando una infinita tristeza. La reina suspiró pesadamente.

─ Jamás creí que serías capaz de cometer algo así, y por motivos tan frívolos, además –silencio, como si esperara que la joven replicara, que se defendiera, pero Kase no dijo nada, rehuyendo su mirada a toda costa─ Tu sentencia será cumplida esta misma noche...

La escena cambió, distorsionándose como el agua de un río al lanzar piedras en él. Los colores se mezclaron, y fueron tomando forma de nuevo para revelar otro escenario: Una mazmorra.

La joven estaba sentada dentro de una de las celdas, y observaba, distraída, las estrellas a través de la pequeña ventana sobre su cabeza. Su brillante cabello parecía plateado bajo la luz de la luna.

Una figura encapuchada bajaba las escaleras, y el ruido hacía que Kase girara la cabeza, poniéndose en pie al distinguirla y acercándose a los barrotes de la celda. No había miedo en su expresión, ni intriga alguna por la llegada de aquel extraño.

─ ¡Kase! –decía en un urgente murmullo, bajándose la capucha.

Ella reconocía al joven, de cabello rubio oscuro y ojos verdes.

─ ¿Dorian? –murmuraba, sorprendida, la resignación abandonando su rostro.

─ Tienes que irte de aquí –replicaba él─ Seka consiguió hablar con la reina. Va a dejarte en libertad, pero nadie puede enterarse.

De su capa, sacaba una llave oxidada, y Kase retrocedió cuando Dorian abrió la celda, la pesada puerta ocupando la mitad del espacio de su prisión.

─ ¡Vamos! –instó Dorian, al ver que no se movía.

─ ¿Cuál es la condición? –replicó ella, recelosa.

Dorian vaciló, pero ante la insistencia en el rostro de la chica, suspiró pesadamente.

─ No puedes volver a Laramet.

El dolor de Kase fue lo último que vio, antes de que los colores se hicieran más brillantes, y maravillada, contempló la isla de Nunca Jamás, tal como estaba cuando sus tíos y su madre habían viajado a ella. Estaba frente a un árbol enorme, que sólo podía ser el hogar de los Niños Perdidos, en medio de un espeso bosque, repleto de flores de los colores más brillantes que jamás había visto.

El claro donde se localizaba el árbol contenía un pequeño lago. Una conexión con la laguna de las sirenas, dijo su mente inmediatamente, recordando las historias de Wendy. La clara superficie mostraba, a lo lejos, un rostro conocido, y la sorpresa la hizo girar la cabeza hacia el pirata, comprobando que seguía a su lado.

Sonriendo, Seashore señaló a su otra versión, indicándole que siguiera observando. Ese muchacho tenía el cabello suelto, liso y peinado, y sus ropas era elegantes: Un traje color crema con detalles elaborados, botas blancas y una capa del mismo color sobre los hombros.

Observaba el enorme árbol, divertido, antes de pasarlo de largo, y el recuerdo lo seguía al adentrarse más en el bosque, hasta llegar a una cueva oculta entre la maleza, arriba de un sendero de rocas que era a su vez surcado en uno de sus extremos por una cascada.

Seashore fruncía el ceño, confundido, para luego encogerse de hombros, y a punto de escalar, era sorprendido cuando un borrón de cabello azul saltaba sobre su espalda, enroscando sus brazos alrededor de su cuello y chillando alegremente "¡Sorpresa!"

La sonrisa del muchacho era casi instantánea.

─ Muy maduro, Kase ─replicaba, y ella se echaba a reír, sus cabellos idénticos mezclándose cuando hundió la cabeza en los suyos, haciendo que Seashore se encorvara un poco─ Creí que ya habías comenzado a vivir como ermitaña –alegó.

─ Sobre mi cadáver ─replicaba ella, bajándose y negando con la cabeza, su expresión desdeñosa e infantil─ La magia que sientes allí es de una bruja diferente, y menos mal que te encontré antes de que decidieras rendirle visita.

Lo llevaba de la mano hasta otro sendero más abierto e iluminado por el sol, y atónito, Seashore contempló el pequeño poblado frente a ellos: Una hilera de casas, cada una de color diferente, construidas sobre una larga plataforma de piedra que se sostenía sobre una pendiente.

─ ¿Quién más vive aquí? –preguntaba.

─ Exiliados, como yo ─replicaba Kase, mientras subían las escaleras hasta la ciudad─ Algunos indios, sirenas que han perdido su magia, brujas que también han sido expulsadas, hadas, piratas reformados o jubilados... –lo miró de reojo, casi burlona─ En Nunca Jamás, los Niños Perdidos no son los únicos que encuentran un hogar, los marginados también.

─ ¿Y los primeros saben de esto? ─preguntó él.

Sonriendo, Kase asintió con la cabeza.

─ Pero rara vez vienen. Supongo que algo tan normal no les llama la atención.

No le sorprendió que su casa, sin embargo, fuera de color blanco.

─ Soy una nostálgica –bromeó ella, interpretando sus pensamientos, y aunque sonreía, su expresión era triste. El Seashore a su lado también parecía triste, y Jane apretó su mano, haciendo que volviera al presente y sonriera a modo de disculpa.

─ La extraño.

─ Lo siento mucho ─musitó ella, pero el muchacho negó con la cabeza.

─ No lo hagas.

─ Debí de suponer que estarías en Nunca Jamás ─dijo Seashore en el recuerdo, y al girar la cabeza, vio que ya ambos hermanos estaban dentro de la casa─ Tienes un hábito bastante masoquista de volver al pasado.

Kase se sentó frente a la mesa de madera clara, sonriendo con ironía.

─ Me has buscado en todos los otros mundos primero, al parecer.

─ La Kase que conocía jamás se habría quedado en un mismo sitio por más de un mes, menos por décadas ─replicó su hermano, sentándose en la silla contigua.

La muchacha lo miró como si la hubiera abofeteado.

─ ¿No soy esa Kase ahora, Seka?

─ Sabes lo que quiero decir –apoyó su mano sobre la de ella, su voz tan suave como su gesto─ Debes seguir adelante, Kae. La inmortalidad es una carga demasiado pesada si se lleva con arrepentimientos y rencores.

─ No lo entiendes, Seka –se puso en pie como si quiera apartarse de él, dándose la vuelta y cruzándose de brazos, los ojos fijos en la ventana─ Lo que les hice...

─ Lo ha hecho más feliz que cualquier vida que pudiera llevar en el mundo humano –interrumpía Seashore, casi con desdén─ ¡Míralo! Es el niño más feliz del universo, y así lo será para siempre.

─ Y yo me encargaré de eso –el tono de su voz hizo que su hermano frunciera el ceño.

─ Hay algo más, ¿no es así? –Kase lo miraba por encima del hombro, sonriendo misteriosamente. Había una melancolía en su rostro que despertó un sentimiento de familiaridad en Jane, aunque no sabía decir por qué.

─ A Peter Pan le aguarda un destino muy especial, Sek, uno que nos afectará a todos.

La siguiente sucesión de imágenes era rápida, como un tirabuzón de color lanzado a su cara. Los colores brillantes la sobresaltaron, y se aferró con más fuerza a la mano de Seashore, quién rió por lo bajo.

─ Ya casi terminamos –anunció tranquilizadoramente, aunque distinguió la inquietud en su voz, luchando por esconderse.

Kase subía la montaña pedregosa, la decisión marcando su rostro, y un potente grito de rabia reventaba el recuerdo tan pronto ella alcanzaba la cueva, como si de una burbuja se tratara. En el siguiente, la joven estaba en una habitación demasiado conocida para Jane, al ser la suya propia, y acallaba a una joven Wendy medio dormida con un dedo sobre sus labios y una sonrisa cómplice, antes de esconder una sombra escurridiza en su armario.

Otra espiral, y al siguiente momento, Peter, todavía como Peter Pan, entraba por la ventana de su habitación, junto con un punto de luz amarillo que gesticulaba a toda prisa y lo reprimía por su imprudencia.

─ ¡Jamás debes de visitarlos, Peter! –gritaba el hada.

El niño acallaba a Campanita con un ademán y un siseo.

─ Los vas a despertar... ─al tiempo que decía esto, el recuerdo cambiaba, y Wendy terminaba de coser la sombra de Peter de vuelta en su lugar.

─ Esto debería de evitar que se escape otra vez –decía la chica, sonriendo. La manera en que Peter la miraba hizo que Jane se sintiera incómoda, aunque sabía que su sentimiento estaba infundado.

─ Gracias –replicaba él ─ Quiero darte algo –anunció, solemne, y Wendy enarcó una ceja─ Cierra los ojos.

La niña lo miraba, vacilante y sospechosa, pero se veía que contenía la risa en respeto a la seriedad de la ocasión.

─ ¡Vamos! –insistía Peter, riendo, y ella, tras una última mirada, obedecía. Peter la miraba con el ceño fruncido, rodeándola y batiendo una mano frente a su rostro, comprobando que no podía ver─ Mantenlos cerrados –decía, y Wendy reprimía una sonrisa.

La expresión de su madre pasó de divertida a sorprendida cuando Peter ató algo alrededor de su cuello.

─ ¡Todavía no! –pedía el niño, apartando su mano bruscamente cuando intentó tocar la cadena, y la rodeó de nuevo, colocándose otra vez frente a ella, expectante─ Ahora sí, ¡Ábrelos!

Su madre ahogaba un grito al distinguir el medallón, de brillante color dorado y con el aspecto de una pequeña campana rugosa— O un pequeño dedal.

El mismo collar que Jane llevaba en ese preciso instante, y no pudo evitar sujetarlo por mero reflejo, sorprendida.

─ Es hermoso, Peter –decía Wendy, sonriendo, y en respuesta, el muchacho extendía una mano hacia ella.

─ Vengan conmigo.

Más espirales, cientos de ellas, y la isla de Nunca Jamás surgía a la vista. Fugaces imágenes de piratas, sirenas, hadas sonrientes y hadas celosas, Tigrilla besando a Michael...

La bruja del dibujo que había visto, ahora de carne y hueso, se llevaba todas las imágenes alegres. La oscuridad manaba a su alrededor, formando una estela de sombras que consumían todo a su paso.

─ ¡Que la vida traiga para ustedes tanto sufrimiento como la muerte! –Chispas color verde veneno salían de sus manos, extendiéndose sobre las sombras como llamas sobre gasolina.

Escuchaba gritos, llantos, tumultos de voces, y cuando las chispas consumían a la bruja, una nueva figura, Kase, guiaba a cuatro niños de espaldas hasta el sendero iluminado por el sol, la urgencia y el pánico marcando su rostro, mientras una tormenta de bolas de color verde amenazaba con atacarlos.

─ ¡Por aquí! ¡Rápido! ─les decía ella.

Jane cerró los ojos cuando la tormenta los alcanzó, y Seashore tiró de su brazo, alejándola.

─ ¡La puerta, corre hasta la puerta! ─gritó.

Distinguió el brillo blanco en medio de la oscuridad, y ambos muchachos echaron a correr, apenas alcanzando la salida antes que todo a su alrededor se llenara de llamas verdes.

Antes de cruzar, sin embargo, oyó la voz de su madre. Misteriosa, susurrante, el tono que usaba cuando le contaba la parte más importante de la historia. Esta vez, no había ningún aire ensoñador en su voz:

"Jane jamás debe enterarse."

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