Becca Breaker(I): Contigo © C...

By aleianwow

1.4M 82.4K 5.9K

Becca es una joven extremadamente inteligente. Ella sabe de física, matemáticas, biología, medicina, astrono... More

Becca Breaker
Prólogo
Capítulo 1: ciento setenta y nueve.
Capítulo 2: Desnudo quirúrgico.
Capítulo 3: Mis inicios en Ignature.
Capítulo 4: confianzas impotentes.
Capítulo 5: El efecto Jackson - Watson.
Capítulo 6: Breaker hija, Devil hijo.
Capítulo 7: Paul Wyne y otros terrores nocturnos
Capítulo 9: Los credenciales de Paul.
Capítulo 10: Tú a lo tuyo y yo a lo mío.
Capítulo 11: Las cabezas por separado.
Capítulo 12: El koala y su tronco alfa.
Capítulo 13: Mañana, a las cinco
Capítulo 14: Sólo un año más.
Capítulo 15: Los apuntes viajeros.
Capítulo 16: De color granate.
Capítulo 17: Los hombres enamorados son unos pedorros.
Capítulo 18: trato hecho.
Capítulo 19: Buenas noches.
Capítulo 20: una solución.
INFORMACIÓN leed esto
Información 2
Hoy y mañana GRATIS EN AMAZON

Capítulo 8: los pañales del doctor House

52K 3.7K 498
By aleianwow

Me balanceaba sutilmente de adelante hacia atrás sentada en mi pupitre, mientras que con mi bolígrafo azul daba pequeños golpecitos sobre la superficie de la mesa, a la espera de que el profesor repartiera los exámenes.

Todos nos encontrábamos sumidos en un tenso silencio preliminar a la masacre. Mr Coffee ululaba por el aula cual verdugo mientras que yo y mis compañeros nos mirábamos unos a otros para desearnos suerte y de paso, para preguntar dudas de última hora.

- ¡Eh Kasie! – escuché a un chaval de la tercera fila preguntarle a la rubia.

- ¿Qué quieres Kevin?

- Si saco un diez me das un beso, ¿a que sí?

- Piérdete – espetó ella con desdén.

Oí mi nombre, que procedía desde la otra punta de la clase, desde el sitio de Devil en concreto. Dirigí mi mirada angustiada hacia él.

- Buena suerte Becca – me susurró con una media sonrisa -. Estoy seguro de que te saldrá genial.

Le sonreí para agradecerle el comentario y luego le deseé suerte a él también. Algunas chicas me miraban con recelo mientras que los chicos me escudriñaban con curiosidad.

Me empecé a poner muy nerviosa.

Además, en aquel instante estaba casi segura de que no recordaba absolutamente nada de todo lo que había estudiado durante el mes anterior.

Notaba que el polo que llevaba puesto se pegaba a mi espalda, como si acabase de terminar una maratón de cientos de kilómetros. El jersey amarillo del uniforme empezaba a sobrarme.

Me faltaba lo que pesa una lágrima para desmoronarme allí mismo, en clase y delante de todos mis compañeros.

Sólo tenía una esperanza: que el ejercicio de máxima puntuación fuese exactamente igual que el que Paul me había resuelto.

Mr Coffee comenzó a repartir las fotocopias del examen, no tardó ni tres minutos hacerlas circular a toda la clase.

Pero esos tres minutos para mí fueron como tres años en los cuales me dio tiempo a imaginar un sinfín de desgracias e infortunios: un suspenso como lo más suave, la expulsión, la humillación ante mis compañeros y Devil, la vergüenza de volver a hablar con Paul, la decepción de mis padres, el rechazo de mi solicitud en Lleolds y acabar excavando tumbas antiguas en Mesopotamia…Y sobre todo, la imagen de una bata blanca colgada para siempre dentro de mi armario.

Noté la mirada invidente de Watson clavada sobre mí. Su examen era en Braille y tipo test, de manera que al profesor le valía con que Mary supiese la respuesta, ya que sabía que ella tenía su particular manera de razonar, extraída en parte de sus clases y en parte de su compleja maquinaria cerebral.

- Chss… Becca – me susurró -. Respiras muy fuerte. ¿No serás asmática?

Sus palabras lograron devolverme al presente, en el cual aún no estaba metida en tumbas egipcias ni tenía ninguna bata colgada en mi armario, lo cual agradecía bastante.

- No. Sólo son nervios, tranquila – traté de calmarla.

Qué ironía, era yo quien realmente necesitaba un tranquilizante.

Cuando el folio que contenía el cuestionario del examen fue depositado sobre mi mesa cerré los ojos.

No quería impresionarme. Preferí prepararme mentalmente y levantar con lentitud los párpados para que el susto no llegase de sopetón.

Empecé por leer la primera pregunta:

 

Pregunta primera:

Defina a que tipo de onda corresponde la siguiente expresión:

 

                                    e  (x , t ) = m (dy/dt)2 =m· A2·w2·sen2(k x ­–wt)

A mi alrededor todos habían cogido el bolígrafo y la calculadora. Todos menos yo, que aún intentaba recordar qué tipos de ondas habíamos dado, cuáles me había estudiado yo por mi cuenta y el método que tenía que seguir para averiguar con cuál de ellas encajaba la ecuación.

Pero a medida que el hemisferio derecho de mi cerebro sugería respuestas, mi hemisferio izquierdo se las desmontaba, y vuelta a empezar otra vez.

Mi estómago comenzó a rebelarse ante mi estado de nervios, revolviéndose como una lavadora en un programa de centrifugado de mil revoluciones.

Y, por mi bien y por mi dignidad, tenía que controlar las ganas de vomitar durante el examen.

Sin embargo, a cada minuto que pasaba se me hacía más difícil ignorar las náuseas, por no decir lo complicado que resultaba pensar con ellas.

Alcancé a hacer un ochenta por ciento del examen cuando tuve que salir corriendo al baño sin dar explicaciones.

Mr. Coffee me miró desconcertado. Mis compañeros también.

Y mi dignidad, se puede decir que quedó a nivel del “Underground” londinense.

Llegué al retrete y le di vía libre a mis nervios. Aún así, cuando eché todo lo que había dentro de mi tracto digestivo, las molestas náuseas continuaron, aunque algo más apaciguadas.

Regresé a clase y le pedí disculpas al profesor.

Me senté de nuevo en mi sitio y traté de terminar el examen. Respiré aliviada al comprobar que la última pregunta era idéntica al ejercicio que me había resuelto Paul. En aquel momento me planteé seriamente la posibilidad de pedirle ayuda, de suplicarle y arrastrarme a sus pies hasta que accediera a darme clases particulares.

No me hacía mucha gracia la idea, pero peor hubiese sido que Paul no existiera y que por tanto yo no hubiese sabido cómo acabar el ejercicio.

Revisé una vez más el examen. Concluí que como mínimo tenía posibilidades de aprobar, así que me di por satisfecha.

Al final no haría falta arrastrarse ante Paul para suplicar su ayuda.

Dejé el bolígrafo a un lado. El lateral de mi mano derecha estaba impregnad de tinta azul y además brillaba como si lo hubiese pulido al arrastrar el dedo por el papel mientras escribía.

Mis dedos estaban agarrotados y cada pocos segundos algún calambre me los sacudía y me producía dolor.

Me levanté hacia el profesor y le entregué el examen detrás de Joshi, una chica que siempre olía a perfume de manzana.

Entonces Mr Coffee se dirigió a mí:

– No te voy a tener este examen en cuenta Rebecca. No estabas bien.

Negué rápidamente con la cabeza intentando disuadirle. En el fondo, el examen no estaba del todo mal.

– No, de verdad, no tiene por qué hacerlo. Ha sido una crisis momentánea, por la falta de costumbre de hacer exámenes tan complejos. Pero le ruego que al menos lo lea, me he esforzado mucho.

Sus ojos cafeinizados me dirigieron una extensa y reflexiva mirada. Finalmente dijo:

­– Está bien.

Asentí y regresé a mi sitio aún algo aturdida. Deseé con todas mis fuerzas que sonara el timbre para marcharme a casa y refugiarme bajo mi edredón y así poder recuperar algunas horas de sueño.

Mis compañeros me seguían observando con cierto recelo.

Al sentarme Watson me dijo:

–Te has lucido Breaker, ¿cómo te encuentras?

Bajé la mirada y no contesté. ¿Qué quería decir con que me había lucido?

- Eh, Becca te estoy hablando – insistió ella.

Resoplé cansada.

– Quiero irme a casa. Estoy un poco desfallecida – respondí al fin.

– ¿Cómo te ha salido el examen? – preguntó Mary entonces.

– Regular. Con suerte llegaré al siete y medio – murmuré intentado recuperar parte de mi dignidad perdida.

– Eso está bien. Lo llevabas muy mal – me dijo.

No continué la conversación. Ya no me quedaban ganas de pensar sobre el examen y ni mucho menos de hablar acerca de él.

Ahora tocaba pensar en el examen de física, que sería dentro de tres semanas. Tres semanas que iba a tener para intentar comprender un sinfín de fórmulas y razonamientos que se me resistían tanto o más que las ecuaciones diferenciales y las funciones matemáticas.

Aquel año acababa de comenzar y ya me sentía como si estuviera en el mes de junio, en pleno apogeo de exámenes finales y exhausta por haber trabajado durante todo el curso.

Sólo llevaba mes y medio de clases y ya quería el verano cerca. ¿Todos allí también se sentían así?

Les veía hablar entre ellos, comparando las soluciones del examen. Incluso el tal Kevin se había acercado a mí en un intercambio de clase para hablarme de sus respuestas, que por cierto, no coincidían en absoluto con las mías, lo cual me desconcertaba bastante.

A lo largo de la clase siguiente, la hora del aburrido y tedioso francés, me imaginé a mí misma tumbada en la arena blanca de Cancún, rodeada de palmeras y de olor a mar y a corales. Y tal vez, con una Fanta de limón en la mano.

Imaginarme el sol calentando mi piel tuvo un efecto sedante sobre mis nervios.

Y al fin sonó el timbre que interrumpió uno de los tiempos verbales más asquerosos y con más tildes de aquel idioma tan retorcido.

Me sentí particularmente feliz de que terminara esa clase. Y sobre todo, feliz por poder marcharme a casa.

Al levantarme del asiento para meter los cuadernos en mi mochila, Blazer se me acercó para preguntarme cómo estaba y que si necesitaba ayuda para volver a casa.

Me sorprendí.

– No tranquila, ha sido un bajón momentáneo. Ya había estado vomitando ayer así que no me sorprende que me haya pasado esto – me disculpé.

Ella se encogió de hombros.

– Bueno, si necesitas algo Kasie y yo vamos a ir a la biblioteca a estudiar física un rato.

Asentí y me despedí de ella.

¿A qué había venido eso?

Cuando me quise dar cuenta, Watson ya había salido del aula por lo que tuve que darme prisa para alcanzarla en el pasillo, donde todos los alumnos de bachillerato, con nuestros uniformes coloridos salíamos en estampida.

Al llegar al lado de Mary la vi negar con la cabeza.

– Cuando salgan las notas… - empezó a decir ella.

Pero después se calló.

– ¿Cuándo salgan las notas qué, Mary?

– Cuando publiquen las calificaciones del examen, si por algún casual no has llegado al siete y medio, Rebecca, te recomiendo que lo mantengas en silencio… No te conviene que la gente se entere de que has empezado con mal pie, o te lo harán pasar mal – me advirtió ella –. Aunque creo que ya te había dicho algo de no hablar sobre tus notas con la gente de clase, ¿no?

Me quedé pensativa un par de segundos. Luego respondí:

– Creo que algo me habías comentado ya… Sí. Te haré caso, aunque, ¿a ti te lo podré decir? – bromeé.

– Te arriesgas a que te eche la bronca por no haber aceptado la ayuda de tu gran amigo el doctor Wyne.

– No es mi amigo – espeté.

– Como quieras …– dijo ella – Mañana hablamos.

La vi subir escaleras arriba junto con otros alumnos, mientras que yo descendí camino de la puerta principal para después dirigirme a la parada del autobús, donde estuve esperando casi veinte minutos largos.

Al final opté por sentarme en la marquesina y sacar mi BlackBerry. De un momento a otro regresaron las ganas de vomitar.

Yo ya no sabía si se trataba de nervios o de que me había vuelto a poner enferma otra vez.

Miré hacia la izquierda, hacia el horizonte cubierto de asfalto, suplicando en silencio que apareciese de una buena vez el autobús.

En su lugar apareció Devil en su descapotable.

Fue aminorando la marcha hasta detenerse frente a mí.

– Hoy hay huelga de transporte público Becca, ¿no lo sabías?

– Pues vaya – farfullé con desgana –. Tendré que llamar a mi padre para que me recoja.

Busqué su teléfono en mis favoritos. Cuando Bryan me ofreció acercarme a casa.

– Si no vives muy lejos, no me importa hacerte el favor.

¿Hacerme el favor? Fruncí el entrecejo.

– Gracias Bryan pero no lo necesito. Esperaré aquí a mi padre.

Él pareció sorprenderse. Cuando le vi bajarse del coche me sentí un poco incómoda.

Se acercó a mí.

– Venga, estás pálida y débil. Mírate. Necesitas llegar a casa cuanto antes.

– Te recuerdo que tú no eres médico – proferí con malicia.

– Oh. Lo seré. Tú por eso no te preocupes.

– ¿Y por qué crees que me tendría que preocupar?

Él sonrió con picardía para después agarrarme la mano y llevarme hasta el asiento del copiloto.

Yo, con cierta desconfianza, abrí la puerta del coche y me metí dentro.

– No pretendo secuestrarte, puedes estar tranquila – bromeó él.

– ¿Ves? Ése sí que es un motivo que pueda preocuparme.

Él me miró de reojo cuando se sentó al volante.

– Está claro que tienes tus prioridades – dijo él mientras arrancaba el coche.

– No lo dudes – afirmé.

– Te estás ganando que te tire a la cuneta con el coche en marcha – amenazó él riéndose.

– Qué terror. El mismísimo Devil va a encargarse de asesinarme. Oh, espera, ¿terror? ¡Qué honor!

– Tú sarcasmo deja en pañales al doctor House – contestó él.

No pude evitar estallar en carcajadas.

El olor a otoño mezclado con la brisa que golpeaba mi pelo y el sol apagado del mes de octubre junto con el rato agradable que estaba pasando, lograron que me olvidara por un momento de mis ambiciones y me concentrara en disfrutar del presente.

Bryan me estaba sorprendiendo.

Cuando finalmente se detuvo frente al jardín delantero de mi casa le agradecí que me hubiese traído y me bajé del coche.

Fue algo incómodo ver que él estaba dispuesto a acompañarme hasta la puerta.

– Me da miedo que te desmayes por el camino – alegó Devil cuando me alcanzó por el camino de piedras que atravesaba el césped.

– No es necesario esto Bryan. Estoy bien. Gracias y te veo mañana.

Fui a darme la vuelta cuando él me sorprendió con un beso en la mejilla.

Le miré furtivamente y salí corriendo hacia la puerta de casa,  dejándolo plantado en el jardín.

Desde luego, la mañana no podía haber sido más intensa. Sería todo un reto concentrarse en estudiar física aquella tarde.

                                                            ***

Durante la semana y media que siguió al examen de matemáticas, me sumergí por completo en las fuerzas de Newton, en el campo electromagnético de la tierra y en otros tantos logros más de la física moderna.

Mr. Coffee aún no había terminado de corregir los exámenes, por lo que a ratos me sorprendía a mí misma sentada frente a mi escritorio, especulando sobre la nota que podría haber sacado. Repasaba los ejercicios mentalmente e incluso me veía tentada de intentar resolverlos o de ir al hospital a planteárselos a Paul.

Pero descartaba esas ideas casi al minuto porque en el fondo, no quería comprobar si realmente había solucionado bien las preguntas o si había metido la pata hasta el fondo.

Agradecí, por eso, que Mr. Coffee no fuese de los profesores que tienen la absurda manía de corregir el examen justo después de hacerlo.

Era miércoles, acababa de comerme un plato de espaguetis a la carbonara y me encontraba tirada en el sofá frente a la chimenea de la sala de estar, relajándome gracias al olor de la madera hecha brasas mientras leía una de las famosas novelas detectivescas de doctor Arthur Conan Doyle.

Sherlock Holmes era todo un personaje, sí señor. Un personaje que se chutaba cocaína y morfina para abstraerse de la monotonía de su propia existencia.

Escuché que se abría la puerta principal. Arqueé mi espalda hacia atrás, lo justo para elevar la cabeza sobre el sofá y ver quién entraba en casa.

Observé a mi madre con su pelo negro, liso y largo, abrigada con un elegante abrigo plumas beige adornado con un cinturón metálico. Traía muchas bolsas con ella así que me levanté corriendo para ver si había comprado algo para mí.

Comprobé con alegría que sí.

– ¡Te he cogido una sorpresa! – canturreó ella con alegría.

Di pequeños saltitos a su alrededor. Intentando averiguar cuál de las bolsas la contenía.

Ella sacó un paquete envuelto con papel de regalo gris. Era grande y de consistencia blanda.

Lo abrí casi compulsivamente. Brinqué de euforia al ver el vestido de punto de un intenso color azul marino.

– Como tu uniforme es tan feo, pensé que esto te animaría. Estás bastante decaída últimamente – dijo mi madre mientras hincaba sus ojos verdes en mí.

– Gracias mamá – sin escucharla, le di un beso en la mejilla y subí a mi habitación a probármelo.

Mientras ascendía por las escaleras pregunté:

– ¿Me lo puedo llevar puesto al hospital?

– Mientras no lo ensucies… – gritó mi madre desde el piso de abajo.

Como siempre, la doctora Breaker había acertado con la talla y con el estilo. El escote en cuello de barco dejaba entrever mis hombros y destacaba la línea curva que formaba cada una de mis clavículas a ambos lados de mi cuello.

Me llegaba hasta medio muslo, pero combinado con unas mallas negras y unas botas de color beige oscuro, quedaría elegante.

Un cinturón fino trenzado se ataba a mi cintura, marcando unas curvas que debido a mí edad aún eran un poco escasas, aunque no inexistentes.

 Bajé de nuevo a la salita de estar, donde mi madre ya estaba preparando su maletín y su mochila para hacer su guardia de veinticuatro horas.

A última hora, ella se quedaría allí y a mí me vendría a recoger mi padre.

Cuando llegué, mi madre me dio permiso para ir a estudiar durante un par de horas a la biblioteca a condición de que luego pasara con ella al quirófano. La semana siguiente tendría el examen de física y ella lo comprendía, por esa razón no me obligaba a acompañarla durante toda la tarde completa.

Con mi carpeta en la mano me despedí de mi madre en el vestíbulo y caminé por un corredor donde había un ascensor que me llevaría hasta la primera planta, donde se encontraba la sala de estudio.

Justo antes de entrar mi BlackBerry vibró con la llegada de un mensaje.

Lo abrí. Procedía de un número desconocido – desconocido para mi agenda de contactos -.

 Decía así:

            Hola Becca! Soy Bryan ;)

                  Ya está publicada la nota de matemáticas en el aula virtual. ¡He sacado un 9,5!                   ¿A ti qué tal te ha ido? Ya me contarás mañana. Tengo muchas ganas de verte…                   XOXO

                  Bryan

Bryan había estado muy atento conmigo en los últimos días. Pensé que iba a echarse a atrás por el feo que le hice al dejarlo solo en el jardín, pero nada más lejos de la realidad.

Estaba más que dispuesto a repetir el episodio de la semana anterior y a ser posible, con más éxito.

Contuve el aliento. No supe a qué darle prioridad primero: al hecho de que Devil tuviese mi número de teléfono o al asunto de la nota del examen de matemáticas.

Lo decidí en cuestión de segundos. Yo sabía que en la biblioteca uno de los cubículos estaba reservado como sala de ordenadores conectados a Internet mediante la conexión Wi–Fi del hospital.

Nunca había utilizado ninguno de aquellos ordenadores, tuve la esperanza de que no tuvieran el navegador de Internet protegido por una contraseña.

Me senté en una de las sillas y encendí una de las CPUs. Mi pie se tambaleaba nervioso dando pequeños golpes en el suelo. Esperé un par de minutos a que se cargara el escritorio.

Resoplé ante la lentitud del aparato, que si bien tenía una velocidad bastante aceptable para su antigüedad, a mi impaciencia le parecía insuficiente.

– ¡Por fin! – exclamé.

Pinché con el ratón sobre el navegador. Y chás.

                  “Introduzca su nombre de usuario y contraseña”.

– ¿Por qué mundo cruel? – murmuré con impotencia hacia la pantalla.

Escuché una risa sarcástica a mi espalda. No tuve que girarme para identificar a Paul Wyne cachondeándose de mis problemas, para no variar.

Entonces tuve una idea.

– Paul…

– Dígame Miss Taquicardia.

Gruñí y contuve la salida de un par de insultos.

– Tú tienes usuario y contraseña… – me giré y le miré a los ojos, tratando de parecer persuasiva.

Grave error.

– Sí. Los tengo. Pero son míos Breaker. Luego te veo.

Fue a marcharse. ¡Pero no pude permitírselo!

Me levanté rápidamente de la silla y le agarré de la bata.

Él abrió los ojos de par en par ante aquella actitud. Después me di cuenta, con cierto orgullo, que el vestido azul marino estaba haciendo mella en él porque su mirada decidió hacer una visita turística desde mis caderas hasta mis hombros descubiertos.

 – Eres un poco plasta Rebecca… – farfulló Paul intentando ocultar su magnífica sonrisa.

Fue instantáneo, pero ante situaciones desesperadas, medidas desesperadas ¿no?

Me arrodillé y me abracé a sus rodillas, cual Koala mimoso.

– ¡Por favor! ¡Acaban de sacar la nota del examen de matemáticas y no puedo esperar a verla! – supliqué.

Ante aquel gesto Paul no pudo contener la risa y estalló en sonoras y convulsionantes carcajadas.

– Anda levanta de ahí. Ven que te abro el navegador.

Me aparté de sus rodillas para dejarlo caminar hacia el ordenador.

Suspiré con alivio. Jamás me hubiese rebajado a arrastrarme de tal manera si esperase conseguir resultados.

– Pero la próxima vez te basta con pedirlo por favor – añadió él mientras tecleaba su contraseña.

Cuando el sistema me abrió paso entré en el aula virtual. Un iconito amenazante señalaba que tenía una nueva notificación en la asignatura de Ciencias matemáticas I.

Me giré y vi que Paul observaba la pantalla atentamente.

– ¿No tienes que buscar algún libro? – le pregunté.

No sabía cuál iba a ser la nota, pero en caso de naufragio numérico no quería que Paul presenciara mi humillación.

– ¿Estás de broma? ¿Crees que me voy a marchar dejándote mi sesión abierta? ¿Y si miras porno y luego me echan la culpa a mí?

Mis párpados en entornaron en un ángulo peligroso.

– Podrías cerrar los ojos. Sólo no quiero que lo veas hasta que yo lo haya visto primero. Y no necesito ver porno.

Paul volvió a reírse.

– Olvidé que no tienes ni has tenido ni  tendrás nunca relaciones sexuales.

– ¡Cierra los ojos pedazo de idiota! – exclamé enfadada.

Me hizo caso, sin embargo era imposible borrarle su amplia sonrisa de la cara.

Le di al icono verde.

Tan verde como se puso mi cara al observar el cuatro con ochenta y uno.

Le di una y otra vez. Actualicé la página. Seguía aquel número cuatro tan aterrador.

Era la primera vez en mi vida que suspendía un examen.

Emití un gemido de desesperación antes de que las lágrimas se escaparan a borbotones de mis ojos.

– ¿Becca? – preguntó Paul con un tono más amable –. ¿Puedo abrir ya los ojos?

No respondí. No podía parar de llorar. Cada dos segundos se me escapaba un pequeño sollozo.

– Oh Dios mío. ¿Por qué no me pediste ayuda? – dijo entonces él que ya estaba mirando el monitor.

– Yo no creía que fuese… Creí que… – fui incapaz de acabar las frases –. Se acabó Paul… Soy idiota, tenía que haber seguido estudiando en mi antiguo instituto. Ahora se acabó…

Giró la silla hacia él y se arrodilló en frente de mí. Con uno de sus pulgares Paul se encargó de retirar mis lágrimas y con la otra mano me apartó el pelo de la cara.

– Es sólo un examen Rebecca. Aún estás a tiempo de solucionarlo.

Su mirada intensa me hizo estremecer. Nunca le había tenido tan cerca.

– No me van a dar ninguna plaza en ninguna universidad. Acabaré en la tumba de Tutankamón haciendo crucigramas – gemí de nuevo.

Paul torció el gesto.

– ¿De qué estás hablando? ¡Claro que te darán una plaza! Pero te tienes que dejar ayudar, pequeña.

Le miré de nuevo. Y se me escapó otra lágrima.

– Se me dan fatal las matemáticas, por no hablar de la física… Aunque sacara un diez en el resto de asignaturas mi nota media seguiría siendo un desastre.

Él negó con la cabeza.

– Lo que te ocurre es que no tienes nivel suficiente para afrontar las clases que te están dando. Necesitas a alguien que te ayude a avanzar más rápido para alcanzar a tus compañeros.

Reflexioné. Después emití un largo y sonoro suspiro.

Entonces Paul me atrajo hacia sí y me abrazó. Dejé que el calor de su cuerpo me reconfortara.

– ¿Cuándo es tu examen de física? – preguntó cerca de mi oído.

– El viernes de la semana que viene – susurré.

– El sábado a las cinco en tu casa. Prepara los ejercicios que no entiendes, ¿de acuerdo?

– De acuerdo – susurré.

Me abrazó durante algunos minutos más y luego me dio un pequeño beso en la frente. Después se fue a continuar con sus prácticas y yo me marché al quirófano con mi madre.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------

Wooooooo YO QUIERO A UN PAUL EN MI VIDA! (perdón no he podido evitar el comentario)

jijijijijij

bueno chicos y chicas espero que os haya gustado! y perdón por si os ha parecido demasiado largo!!!

un beso muy grande y ya sabéis, si os ha gustado agradezco el voto!

Continue Reading

You'll Also Like

134K 6K 51
Principal regla un chico popular no habla con un no popular, un no popular no tiene derecho a hacerlo. Por esto no te enamores de un chico popular...
20.1K 4.5K 98
❤️FINALISTA WATTYS2021❤️ Ninguno imaginó que una coincidencia en el pasillo de la universidad cambiaría para siempre sus vidas. Hela Luna, una joven...
18.6K 1.6K 29
En un instituto donde las cámaras son el motivo de alegría, las porristas son la sensación, y los futbolistas son los candidatos especiales y únicos...
701 114 23
Ella es la callada de la preparatoria, la que todos ven y piensan; 'Wou, que chica tan linda pero es muy reservada y un poco antisocial'. Cosa que so...