Suya por contrato

By CaroYimes

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Lily jamás podría decirle que no a su jefe. ¿O era al revés? More

Rossi
Pacto con el diablo
Amenazas
El comienzo de la guerra
Guerra fría
El arrepentimiento
Escenario sorpresa
Un precio
Los sueños
Complicidad
Rendirse
Celos
Monstruo
666, el número de la bestia
Megalodón
Los pedos y el hámster
Primeros sentimientos
Suya por contrato
Suya por contrato, parte dos
Cataratas del Niágara
Pequeño demonio
La subasta
Lobo feroz
La fiebre
Cliché y Nobel
Cuidar mi corazón
Pruebas
Familia, peleas y celos
Pollo frito
Bastones y llamada
Gestos
La chica del momento
En otra vida
Lista de pareja
La madre que no fue
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Cosecha
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Borrador: segundas oportunidades en la moda
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El filósofo y lo más valioso
Nueva familia y mesa de acero
Niño asustado y lanzamiento
Arresto y talento
Chiste
Cuarenta minutos
Gallo y mesa
Corazón y mente
El mundo entero
Juego de palabras
Fabulosa, inspiradora y fondo de retiro
Intercambio
El hibrido
Muros elegantes
Confianza y rompecabezas
Tronca y juicio
Carne, sospechas y corazón
Elección
Nueva cláusula
Precoz y lujo
Primero y último
La confianza
La venganza y Rolls Royce
Despedida y gracias
Pesadillas
Fiesta infantil
Adiós, hijo

Juicio y veneno

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By CaroYimes

Actualización triple

3/3


Al principio fue un viaje difícil.

Los reporteros descubrieron que dejaban el edificio en un coche que no tenían identificado y por más que se esforzaron en perseguirlo, Julián mostró sus habilidades cuando logró dejarlos atrás y desaparecer entre las avenidas.

Para Lily, fueron los veinte minutos más calurosos de su vida.

No podía negarse a los roces de Rossi, aun con su padre presente. Se sentía terriblemente descarada, pero estaba tan tensa que, las caricias húmedas de Chris solo la hicieron sentir aliviada.

No iba a negarlo. Estaba preocupada y tensa.

Su cuerpo estaba endurecido por todas las preocupaciones y los dedos de Chris se deslizaban tan gustosamente entre sus labios congestionados que, después de una noche sin poder dormir y una mañana de lágrimas silenciosas, logró relajarse y excitarse.

—Eso es, cariño, relájate —susurró Christopher en su oreja y con su mano libre la acercó a su cuerpo para que su calor la ayudara a sentirse mejor.

Lily cerró los ojos y saboreó cada caricia con una amplia sonrisa en sus labios.

Por unos instantes, Christopher la hizo sentir como si estuviera en el mismísimo cielo. Flotaba entre nubes y sus dedos largos que se ondeaban entre sus pliegues empapados.

Recostada en su pecho, con los ojos cerrados y una boba sonrisa en los labios, disfrutó de sus besos románticos en su cuello y de sus dedos atrevidos perdidos en su coño.

A dos minutos antes de llegar a la audiencia, el señor López miró a la pareja a través del vidrio retrovisor.

Sabía que las cosas estaban ardientes atrás, pero había actuado como si fuera sordo y ciego.

Bien había aprendido viviendo con ellos. Eran intensos y él no podía hacer nada para delimitar la forma en que vivían y descubrían su sexualidad.

—Señor Rossi, las manos, donde yo pueda verlas —advirtió el señor L en cuanto se acercaron al tribunal.

—Si, suegro...

Lily y su prometido se rieron cómplices y se acomodaron en el asiento como si nada hubiese ocurrido. Él fue un caballero y le arregló el vestido y los cabellos ondulados detrás de las orejas.

No quería que se bajara hecha un desastre. Quería que reluciera su belleza y que Vicky pudiera ver que no había ganado.

Lily era hermosa y exitosa por sus propios medios.

Pudieron acceder al tribunal por el subterráneo. En pocos minutos se reunieron con los abogados y, como era de esperarse, se encontraron de frente y de forma muy incómoda con Nora y el representante de Vicky.

Como Rossi había adelantado, Nora no pudo ocultar su disimulo al ver el cambio de Julián, su exesposo. Si hasta parecía otro. Sasha le subía diez puntos. Era una mujer bella y, a diferencia de ella, lucía elegante con poco.

Intentó acercarse, pero la cercanía de Sasha la ponía rabiosa y celosa.

—Se lo dije, señor L —le cuchicheó Rossi a su suegro—. Ahora pasará el resto de sus días lamentándose por haberlo dejado ir...

Los dos se rieron como dos niños traviesos.

—Sabe, hijo, ahora veo que es mejor así —dijo Julián, reconociendo por fin que nunca había estado mejor.

Sin Nora hasta se sentía libre.

—Me alegra que lo vea, suegro. —Una sonrisa conciliadora entre los dos bastó para que todo estuviera bien.

Antes de entrar a la sala, Lily le envió un mensaje de texto a su hermana, a Romy, quien continuaba recuperándose en la clínica.

Su psicólogo consideraba que no era prudente que se enfrentara a tantas emociones que revivieran su doloroso pasado, por ende, no había autorizado su presencia en el juicio contra su hermana mejor.

Y era mejor así. Romy no quería encontrarse con ella. Podía apostar que la arrastraría por los pelos.

Lily le contó los hechos antes de entrar y le prometió visitarla con toda la familia en cuanto todo terminara.

El juicio fue rápido, tan rápido que Lily apenas pudo saborearlo.

Tal vez eran los nervios que lo hicieron sentirlo así o, tal vez, fueron los abogados de Christopher que manejaron todo con tal habilidad que, Victoria ni siquiera pudo defenderse.

Cada cosa que decía, solo empeoraba su historia, su versión de los hechos. Los abogados tenían preparadas preguntas capciosas para ella y les fue fácil descubrir sus mentiras y juegos.

Quedó en ridículo frente al juez y el resto de su familia, no una vez, sino en incontables veces.

Aunque intentó dejar a Lily como la mala de la historia, como la hermana envidiosa que siempre había celado su posición en su familia, fue la declaración del padre de las López que lo cambió todo.

Julián refutó a todo lo que Victoria trató de armar y con un par de frases, destruyó sus mentiras:

—Lily siempre ha sido nuestra hija ejemplar. Estudiosa, trabajadora, centrada. —Les ofreció una sonrisa orgullosa—. A diferencia de Victoria, no necesitó de apoyo para entrar a la universidad. Harvard, Princeton, Stanford, Brown, todos la querían y con becas completas.

Rossi se hinchó de orgullo al escuchar aquello. Él lo sabía, por supuesto y no podía sentirse más fascinado.

»Victoria no. Ninguna universidad apostó por ella. Tuvo que hacer entrevistas todo el verano y solo consiguió quedar en lista de espera.

El abogado asintió con una sonrisa satisfecha. Justo a ese punto querían llegar: Lily no tenía nada que envidiarle a su hermana. Era al revés.

—¿Usted cree que es Victoria la que tiene celos de su hija Lilibeth, no al revés? —le preguntó el abogado.

—Por favor —bufó Victoria, sintiéndose expuesta.

El juez le ofreció una mirada amenazante. También Rossi, quien la aborrecía con todo lo que tenía. Por primera vez, pudo entender el significado de lo que Romy siempre decía: arrastrarla por los pelos.

A Vicky se le rompió el corazón cuando el hombre que la había criado y la había visto crecer, dijo lo que sentía:

—Considero que le duele no poder conseguir las cosas por sus propios méritos, sino, que siempre ha usado su belleza u otras tácticas para conseguir lo que quiere.

—¡Eres un desgraciado! —gritó Nora desde el fondo y se echó a llorar con desconsuelo.

Por primera vez, a Julián no le afectó el llanto dramático de su exesposa. Fue allí cuando supo que se había desenamorado y desencantado.

El hechizo había terminado.

El juez puso orden y pudieron continuar tras algunos segundos de ruidos molestos.

—Continúe, por favor —le pidió el juez al abogado.

—Señor López. —El abogado lo miró con seriedad—. Háblenos de la dinámica entre hermanas. ¿Eran unidas, cercanas, amigas?

—Solo Lily y Romy, pero siempre protegían a Victoria, incluso en la escuela, pero...

Un incómodo silencio ocupó la sala.

—Entonces las hermanas mayores si incluían a Victoria en la dinámica, pero... —El abogado quería que continuara.

Julián tragó duro antes de hablar con tanta franqueza.

Era su familia la que estaba expuesta. Se puso nervioso, por supuesto, pero cuando vio a Lily con los ojos llorosos y a Sasha sosteniendo su mano, ofreciéndole todo el apoyo que merecía, supo que era hora de cerrar ese ciclo de una buena vez y decir las cosas como eran.

—A Victoria le avergonzaba que supieran que Lily y Romy eran sus hermanas mayores. Decía que eran feas y gordas. No quería que sus amigos populares supieran de ellas.

—Dios mío... —todos se sorprendieron.

Vicky escondió la mirada, terriblemente avergonzada. No solo iban a relacionarla con el robo, sino también como la gordofóbica que era.

Después de que Julián dejó el estrado, Nora se negó a entregar su declaración. Se retractó y sorprendió a todos.

Tenía miedo de quedar expuesta y que los abogados de Rossi terminaran de arrancarle la piel.

El juez la sancionó con una multa de cinco mil dólares y, tras eso, escuchó el resto de las declaraciones.

El juez escuchó a Lily con atención. No solo la seguía en las redes, puesto que todo el mundo hablaba de ella, sino que también sentía mucha curiosidad por ella y lo que había logrado gracias a sus habilidades.

Ni hablar de que se había quedado con el soltero más codiciado de la isla.

Él bien conocía a Rossi y sabía lo difícil que era. Eso era lo que más admiraba de Lilibeth.

Christopher fue el que terminó de darle la estocada final a Victoria:

—Cuando fuimos a recoger el cheque, supe de inmediato que ellas lo habían robado.

—¿Cómo podía estar tan seguro? —le preguntó el abogado que representaba a Victoria.

Chris sonrió y de reojo miró al juez.

En el juego de golf lo arreglarían todo.

—Usted sabe quién soy. —El abogado asintió—. Entonces sabe de mi reputación.

—Señor Rossi, no querrá que descartemos su declaración... —El juez intervino.

—Tengo un punto —se defendió él con una sonrisa.

—Pruébelo —ordenó el juez.

Al grano.

—Puedo reconocer cuando alguien ha cometido un delito. —Christopher bien sabía de delitos.

Sus padres lo habían salvado de muchas y gracias a su dinero y contactos nunca había puesto un pie en prisión.

—¿Quiere que confiemos en su intuición? —le preguntó el abogado defensor con fastidio.

—Yo no la llamaría intuición, abogado —se defendió él—. Su mirada lo decía. Se creía victoriosa y estaba tan segura... esa horrible arrogancia... —se rio sarcástico.

El juez miró a Victoria con curiosidad y dejó que Christopher siguiera ofreciendo su declaración sin interrupción.

Al terminar, revisó las exigencias de los demandantes y entregó la condena para poder ir a almorzar.

Rossi iba a pagarle el almuerzo en Casa Cruz y ya quería terminar con eso.

—El tribunal emite la siguiente sentencia en el caso de Christopher Rossi contra Victoria López: después de considerar las pruebas presentadas y los argumentos de las partes, este tribunal encuentra al demandado, Victoria López, culpable de los delitos de fraude, robo, falsificación y difamación. —Victoria gruñó rabiosa y su abogado la miró con congoja—. Por lo tanto, el tribunal ordena lo siguiente: El demandado, Victoria López, es condenada a ciento cincuenta días de prisión por los delitos cometidos. —El juez carraspeó para continuar—. El demandado deberá restituir a una cuenta que será habilitada exclusivamente para su uso, la cantidad total de cien mil dólares, que fue robada como resultado de los delitos cometidos por el demandado. —El juez dio vuelta la página para seguir leyendo la condena—: Se impone una orden de restricción contra el demandado, prohibiéndosele acercarse o contactar al demandante o a cualquier miembro de su familia durante un periodo de seis años. Además de la pena de prisión y la restitución financiera, el demandado deberá completar trescientas horas de servicio comunitario como parte de su sentencia.

Aunque el juez terminó de dictaminar su sentencia, Victoria no dejó de gritar y de pelear. Todos la miraban con horror, sorprendidos de su altanería.

Reclamaba que no podría regresar el dinero, puesto que no tenía trabajo ni dinero y que no podía abandonar la universidad, puesto que era el sustento de su madre.

Al terminar, el juez la miró con cierto recelo y cansado de su quejumbrosa personalidad, le dijo:

—Debió pensar en eso antes de robar dinero que no le pertenecía. Tendrá que abandonar la universidad, conseguir un trabajo y restituir el dinero que robó. —Se puso de pie para salir de la sala.

La joven fue esposada otra vez y escoltada por dos policías.

Debía quedarse otros cinco meses en prisión y, aunque no era un tiempo justo para todo el daño que había causado, Rossi consideraba que era el tiempo perfecto para volverla loca y llevarla de regreso a su realidad.

En treinta días, sus amigos la olvidarían y encontrarían otra abeja reina a la que servirle.

En noventa días, la universidad cancelaría su registro y no podría regresar a estudiar. Le arrancaría su único logro.

Y en ciento cincuenta días, su belleza se corrompería y caería al piso en miles de pedazos y cuando por fin pudiera llegar a la libertad, al tan esperado día ciento cincuenta, estaría sola, pobre y fea.

Una dosis de su propia medicina.

O veneno. 

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