No acercarse a Darek

De MonstruaMayor01

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Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla... Mais

Personajes
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Adelanto
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Carta recibida por Darek
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Adelanto
Conociendo a Darek
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
¿Crees en los monstruos?
Adelanto
Capítulo 24
Capítulo 25
Adelanto
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Dae
Capítulo 30
La chica
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Piano, sangre y amor
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Adelanto
Capítulo 38
Un pasado marcado
Capítulo 39
Ese «te quiero»
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
NOTA
El cerezo
Capítulo 44
Ajedrecista
El villano
Capítulo 45
Antes de todo
Capítulo 46
Capítulo 47
Ella
Capítulo 48
Capítulo 49

Capítulo 43

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De MonstruaMayor01

La adrenalina me corre por las venas como un torrente helado, aturdiendo mis sentidos y nublándome la mente.

El sabor metálico del pánico me llena la boca, un zumbido agudo me ocupa los oídos, ahogando todo excepto el latido desbocado de mi corazón. Mis ojos, ya cargados de lágrimas, parpadean dos veces, buscando enfocar lo que sucede frente a mí.

—¡Detente! —escucho a Isaac hablar y aunque estamos en el mismo salón lo oigo como si lo tuviera a un kilómetro de distancia —¡Adán, puta mierda, detente! ¡Meredith, sal!

Cuando alzo la mirada, veo a Isaac forcejeando con Adán por el control del arma. Sin embargo, me basta con palpar el calor húmedo y pegajoso que me llena las manos para ser arrastrada a la pesadilla que estoy viviendo en cuerpo y alma. Le han disparado a Darek.

—Darek —susurro muy bajo.

Con movimientos entorpecidos consigo dar un paso para luego caer de rodillas, en medio de todo esto me saco el bolso de la espalda y lo lanzo a un lado. Presa del miedo, me aferro al cuerpo inerte de Darek, que yace tirado en el piso. Hay sangre, un charco de sangre se extiende bajo su cuerpo. Como puedo, busco las fuentes de hemorragias en su cuerpo, pero estoy tan colapsada que la única que veo es la de su abdomen, es ahí donde presiono las manos.

—Mer... —apenas y logra decir mi nombre.

En este momento escucharlo hablar es todo lo que necesito. Desesperada, subo los ojos a los de él y noto cuánto le cuesta mantenlos abiertos

—Darek, no cierre los ojos —pido.

Capto el instante en el que intenta esbozar una sonrisa, una sonrisa que no alcanza a tocar sus labios. Finalmente, contrae las líneas de su rostro en una mueca de dolor.

—Gris... llámame gris —articula con dificultad, antes de que sus ojos se terminen por cerrar.

—No, no, no —digo. Dejo una mano apretada en su herida mientras que la otra busco su rostro. —¡Darek, no cierres los ojos!

Ya se han cerrado. Ya no hay respuesta.

—¡Darek, por favor! —la voz se me desgarra en un grito —¡Darek..., párate, vamos!

Un sollozo me escapa del pecho, seguido de otro y otro más. Las lágrimas en este punto me brotan como una catarata que me empapa toda la cara.

—¡Mer! —desde algún lugar sale la voz de Abril.

—¡Mierda! —le sigue Éber.

Lo próximo que alcanzo a registrar son pasos apresurados corriendo dentro del salón. No tengo noción del tiempo, pero un tercer disparo rasga el aire y Abril, que me consigue tomar de la mano, grita.

—¡Mer, vámonos! ¡Hay que salir!

Me suelto de su agarre mientras sacudo la cabeza sin parar de llorar.

—¡Darek! ¡Darek! —sollozo, volviendo a tomarlo del rostro —¡Responde, por favor! Darek... abre los ojos.

Lo observo deseando con todo mi ser que sus pestañas revoloteen, que de su boca salga al menos un pequeño suspiro o que la sonrisa de antes se curve en sus labios. Nada de eso ocurre.

En un acto desesperado, intento grabar en mi memoria cada detalle de su rostro, no sé muy bien por qué, pero es eso lo único que me pide hacer mi cerebro. El pelo cayéndole por toda la frente, sus labios en una línea recta, su piel pálida y esos ojos que hasta hace unos minutos me miraban fijamente, y que ahora no se abren ni por todas las súplicas que me desgarran la garganta.

Una vez alguien me dijo que la memoria es un monstruo, porque uno puede olvidar, ella no lo hace. Archiva momentos, sensaciones y palabras que salen a relucir por voluntad propia. Eso me queda bastante claro cuando un torrente de recuerdos me invade: nuestras risas, las veces que pensé que no podría estar cerca de él y ahora no veo un futuro si él no está acompañándome, como sus brazos me arroparon en más de una ocasión.

Un sollozo convulsivo me sacude el cuerpo al tiempo que me inclino sobre él, pegando la frente en la suya, quizás desesperada por encontrar el calor de su cuerpo

—No... no te vayas, por favor, no me dejes.

La memoria vuelve a hacer de las suyas y su voz evoca desde mis recuerdos:

«Llora, llora las veces que sean necesarias. Mi pecho va a estar aquí para consolarte las veces que lo necesites» «Odio el contacto físico, pero tú puedes llorar en mi pecho»

Necesito su pecho para llorar. Lo voy a necesitar siempre.

Siendo sacudida por un nuevo lamento, hundo el rostro en su pecho y es aquí, con su aroma inundando mis sentidos, que me quiebro en llanto.

—Gris, te necesito...

De repente, siento la presencia de alguien arrodillándose a mi lado, provocando que levante la cabeza. A través de las lágrimas me encuentro con el rostro del profesor Uriel, que al ver la escena que se desarrolla frente a sus ojos, endurece la expresión, tanto que parece una máscara de piedra.

No sé qué es lo que está pasando a mi alrededor. Me siento perdida.

—Sigue presionando tus manos en la herida —ordena en cuanto nuestros ojos chocan.

Muy fuera de mí, hago lo que me pide.

Sin decir ni una sola palabra más, sus manos firmes y experimentadas buscan pulso en la muñeca de Darek.

—Tiene pulso —dice —, pero está demasiado débil.

Tiene pulso, eso es lo que importa.

Presiono las manos con más fuerza sobre la fuente de la que brota la sangre.

Actuando con una eficiencia asombrosa, el profesor Uriel, se quita el saco de su traje y se echa a Darek sobre los brazos para poder enrollar la tela alrededor de su abdomen, creando así un torniquete improvisado.

—¡Llamen una ambulancia! —exige totalmente angustiado.

—Ya la llamé. Di-dijeron que viene en camino —responde la voz de alguien que no logro reconocer al instante. Tras procesar entiendo que quien habla es Alison.

El hombre a mi lado, niega en repetidas ocasiones antes de acunar a Darek entre sus brazos como si fuera un bebé pequeño y, aunque le cuesta levantarlo por lo alto que es Darek, no se rinde. Sin saber cómo lo hace, consigue ponerse de pie cargando a su sobrino y así sale del salón.

El corazón me pide que me ponga de pie y salga detrás del profesor, sin embargo, las piernas me tiemblan y no obedecen. El sonido de los disparos todavía me resuena en los oídos y el olor a pólvora está a un paso de asfixiarme, mientras que el miedo me acorrala en el sitio.

Respiro hondo y haciendo un esfuerzo titánico, me coloco de pie, tambaleándome. No le presto atención a eso y empiezo a caminar, las piernas me protestan en cada paso, amenazando con ceder bajo el peso de mi propio cuerpo, las gotas saladas me vuelven a nublar la vista, pese a esto no me detengo. Es aquí que un par de manos me sujetan a cada costado.

—¿Mer, estás bien? —habla Abril, preocupada.

Enrosco las manos en su antebrazo para apoyarme en ella. La lleno de sangre. Hay líquido rojo por todos lados.

Doy una breve mirada a la redonda, vislumbrando que al fondo del salón están Éber, Isaac y Harold rodeando a Adán, el cual ya no tiene en su poder el arma con la que hirió a Darek. A mis espaldas veo a Roxana, Rebeca y Alison, el par de pupilas de las tres se afincan sobre mí como si buscaran alguna respuesta. Cada semblante con el que me topo está obscurecido por la huella del desconcierto. Pero nada de lo que me rodea me importa.

—Necesito... estar con él —digo retomando la marcha de mi andar e ignorando lo que me pregunta —, Abril, necesito...

Antes de completar la frase, ella me interrumpe:

—Vamos.

A la lejanía las sirenas de la ambulancia perforan el aire y me basta con escucharlas para apresurar el paso todo lo que me es posible. Abril me sigue sosteniendo.

Tras una caminata que se me hace eterna, llegamos a las puertas de la preparatoria, antes de que las manos de Abril me puedan seguir conteniendo, me lanzo a correr a la calle. Tropiezo en cada escalón antes de finalmente acercarme a la ambulancia de la que parpadean luces rojas y azules.

Los paramédicos se apresuran a arrancarle a Darek de los brazos al profesor Uriel que no para de pedir ayuda. Veo como lo colocan su cuerpo en una camilla para luego empezar a trabajar sobre él.

«¿Qué mierda pasó?», me detengo a pensar siendo testigo de lo efímera que puede llegar a ser la vida. Darek estaba bien y de un segundo para otro lo están subiendo a una puta ambulancia.

Echo a correr hacia el vehículo antes de que arranque. El profesor Uriel, que está a punto de subirse, me arroja una mirada de reconocimiento y con lágrimas corriéndome por las mejillas encuentro voz para hablar:

—Déjeme ir... con él, por favor.

Asiente. Sin necesidad de darme una respuesta con palabras, me ayuda a subir. Las manos me tiemblan, pese a esto consigo agarrarme del borde del asiento. El profesor se sube detrás de mí.

En cuanto me hago consciente de todas los aparatos que ahora se halla conectados al cuerpo de Darek, cada uno pitando y zumbando con un ritmo que me hace estremecer, me es imposible no tensarme. Veo tubos y cables saliendo de él y nada tiene sentido.

El suéter que antes lo vestía, ahora está cortado y dejado a un lado de la camilla, mientras el paramédico encargado se mueve de un lado a otro, ajusta la máscara de oxígeno y mantiene un ojo vigilante en la lectura de los monitores, por la expresión que tiene parece que lo que le indican los aparatos no es nada reconfortante. Un joven, que supongo es el ayudante con voz serena, pero firme toma asiento al lado del profesor Uriel para empezar a interrogarlo, a quien escucho responder con monosílabos breves y titubeantes.

Ajena a toda la pesadilla que me envuelve, me muevo más cerca de la camilla, tomando su mano entre la mía, lo fría que percibo su piel provoca que un escalofrío me erice por completo, no obstante no tomo importancia a eso y con suavidad entrelazo sus dedos en los míos.

«Dios, si en verdad existes, no me quites a la única persona que me ha sostenido cuando el mundo se me ha venido abajo», suplica mi pensamiento «Dios, probablemente, no he sido la más creyente de todas las personas, pero hoy te imploro por la vida de Darek».

No sé si Dios me esté escuchando, ni siquiera sé si me ha escuchado alguna vez, pero, hoy más que nunca, me aferro a la idea de que sea quien sea el creador del universo se fijará en mí, ya que no solo le hablo desde el corazón, lo hago desde mi alma rota que se muere de miedo al imaginar quedar sola en un mundo que desde hace unos meses se me pintó de gris y ya no quiere ser colorado con ninguna otra tonalidad.

A medida que la ambulancia avanza a toda velocidad por las calles del pueblo, el profesor Uriel habla por teléfono, por lo que alcanzo a oír le da la fatal noticia a alguien de su familia, aunque para ser cien por ciento sincera no alcanzo a registrar ni una cuarta parte de lo que dice, en este preciso momento tengo la mente en otra parte, concentrada en la figura inmóvil y pálida de Darek.

Los paramédicos ya para este punto ponen toda su atención en la herida de bala en el abdomen del chico frente a ellos, y es aquí que entiendo que Darek recibió un solo disparo, el segundo no lo impactó. Saber esto me ofrece un ápice de alivio, a pesar de esto el miedo es más grande que cualquier otro sentimiento, porque en cualquier momento el panorama frente a mí puede cambiar y eso me llena de un terror que hasta ahora no había experimentado.

Al frenar la ambulancia emite un chirrido, las puertas son abiertas casi instantáneamente y varios médicos se precipitan hacia nosotros. La camilla es bajada con rapidez pero cuidado. Mientras lo trasladan al interior del hospital yo me mantengo a la par de Darek sin soltarle la mano.

Tan pronto nos metemos dentro de la sala de emergencia, soy impactada por el bullicio del lugar, las luces demasiado brillantes, el ruido de las voces que le elevan y el repiqueteo de las pisadas en el piso es casi abrumador. Sin embargo, no permito que nada de eso me distraiga, mi enfoque está completamente en Darek durante todo el recorrido que hacemos a través de un laberinto de pasillos.

Justo en medio pasillo, una mano firme me detiene al tomarme del hombro. Mis dedos dejan de sentir los de Darek y los ojos se me humedecen.

—Señorita, no puede acompañar al paciente.

Con el pecho subiendo y bajando, ojeo a la mujer que me habla. Va vestida con el uniforme típico del personal de enfermería.

En otro caso hubiera obedecido a la primera, no obstante, las piernas me piden seguir yendo detrás de la camilla.

—Yo... necesito...

Una vez más, la mujer me frena, apretando su mano con más fuerza sobre mi hombro.

—Debe esperar en la sala de espera.

Con eso, me hace retroceder.

Intento protestar, explicarle que no puedo dejar solo a Darek, que el miedo de perderlo ya me sobrepasa y que necesito estar junto a él. Ninguna palabra me brota de los labios, en su lugar rompo en un sofocado gimoteo para luego ver que la mujer se aleja, corriendo por el pasillo.

Bajo la mirada hasta mis manos, ellas ahora manchadas de sangre, este mismo tinte rojo me salpica toda la camisa. Se me cierra la garganta al comprender la magnitud de todo lo que estoy viviendo.

Cada inhalación que hago me quema los pulmones, casi como si estuviera aspirando candela pura. Me llevo una mano al pecho en busca de calmar lo agitada que estoy, es aquí cuando noto que el profesor Uriel se para a mi costado derecho.

—¿Dónde está? —pregunta, agitado.

—Se lo han llevado. Me han dicho que no podemos pasar.

Se lleva las manos a la cabeza mientras niega.

—¿Qué rayos fue lo que pasó?

Eso mismo quiero saber yo.

¿Qué rayos pasó para que esté parada aquí con el alma pendiendo de un hilo?

◇◆◇

Hundida en una silla de un duro metal, me siento cargando un gran peso. Tengo la mente en blanco y para intentar calmar los nervios que me atenazan el pecho, muevo las piernas.

Arriba, abajo, arriba, abajo. Así sin poder parar.

La sala de espera es un revoltijo de caras preocupadas y cansadas. Me basta con echar un vistazo a mi alrededor para reconocer que muchos, como yo, esperan por alguna noticia.

No han pasado ni diez minutos desde que estoy aquí y ya me siento estrangulada por la angustia. De lo que no tengo ni idea es de todo lo que aún me toca vivir.

—¡Necesito información de Darek... Darek Steiner!

Esa exigencia resuena en toda la sala y enseguida me hace levantar la mirada. Damien está parado frente a la recepción de la sala, sus ojos perturbados por la confusión se clavan como dagas en la pobre mujer detrás del ordenador.

El profesor Uriel se levanta de la silla que ocupa para aproximarse al chico al que le tiembla el pecho por lo fuerte que respira.

Los ojos de la mujer encargada de la recepción hacen un esfuerzo por sostenerle la mirada a Damien, pese a esto, no lo consigue. Y es que su cara llena de perforaciones y la intimidación que emana su sola presencia, no cualquiera la soporta.

—Todavía no hay información...

Él aprieta los dedos en el borde del mármol de la recepción.

—¿Qué mierda dice? Deme información sobre el estado de Darek...

La mano de su tío le alcanza el hombro.

—Damien —lo llama imponiendo autoridad. Él se gira hasta que lo escruta. —Todavía no hay información sobre el estado de Darek.

Damien, que se ve muy fuera de sí, cegado, se termina de girar y de un solo movimiento agarra a su tío por el cuello de la camisa.

—Dime que él va a estar bien —escupe acercando el rostro al del hombre frente a él, y con un tono de voz áspero.

Uriel mueve las manos hasta las de él, haciendo un esfuerzo las aparta.

—No puedo decir eso —responde al fin —. Darek perdió mucha sangre...

—¿Quién le disparó? —lo interrumpe. Sus pupilas pasan de la confusión a la ira en un abrir y cerrar de ojos —. Quiero saber quién lo hizo.

No le responde, en cambio, retrocede un paso.

—Luego hablaremos de eso.

—No. Quiero saberlo ahora.

—Damien...

—Dime quién mierda le disparó.

La tensión del momento me hace poner de pie y basta con eso para que los ojos azules de Damien se muevan hacia mí. Por unos segundos parece que me hace un examen visual, aunque es en mis manos llenas de sangre donde fija toda su atención.

Entonces, esquivando a su tío, se empieza a aproximar a mi dirección. De pronto, quiero retroceder, pero en cuanto intento hacerlo, mis piernas quedan aprisionadas contra el borde de la silla.

A medida que lo veo más cerca, entreabro los labios con la intención de decir lo que sea. Al final no consigo articular ni una sola palabra y la mano de Damien acaba por enroscarse en mi antebrazo, obligándome a verlo a la cara.

—Dime quién se atrevió a dispararle —exige. Puedo vislumbrar el dolor condensando su mirada. —Quien sea que lo haya hecho se verá cara a cara con el mismísimo infierno.

No hay rastros del chico carismático que se gana la confianza de quien sea, el chico que ahora aprieta los dedos en mi antebrazo es uno que se ve dispuesto terminar con la vida de una persona sin importarle absolutamente nada.

Mi mente vuelve al instante en que Darek recibió la bala: el cañón apuntaba a mí, ese disparo iba dirigido a mí y no a él. Pero él no dudó en protegerme con su cuerpo.

Fue mi culpa.

El pecho se me agita.

—Es que... yo...

El profesor Uriel se interpone entre su sobrino y yo, lo agarra de la mano y enseguida Damien me suelta.

—Sal y cálmate —ordena el profesor.

Al cabo de un instante en el que Damien alterna la vista entre su tío y yo, parece volver en sí, dejando escapar un leve gemido y negando.

—Lo siento —mientras suelta estas disculpas me mira. —Yo... solo...

No tiene ni que decirlo.

Le asusta perder a Darek. Ese es un miedo que ambos compartimos.

Sin agregar nada más se da media vuelta y sale de la sala.

Los ojos del profesor Uriel buscan los míos.

—No es necesario que se quede...

—Me quiero quedar —lo interrumpo.

Junta los labios.

—¿Está bien? —se preocupa.

Después de todo lo que vivimos, es obvio que ninguno de los dos está bien.

Entrelazo las manos y en respuesta asiento. Luego vuelvo a ocupar la silla.

—Siento mucho que Damien se comportará así —añade —, solo es que es muy cercano a Darek y perder... —le cuenta pronunciar lo último, así que hace silencio —, solo queremos que él esté bien —completa.

—No pasa nada. Entiendo.

Inclina un poco la cabeza antes de encaminarse a la silla al otro extremo de la sala.

Pasados los minutos han sucedido algunas cosas, aunque la verdad es que todavía no nos dan noticias certeras del estado de Darek.

El doctor Julián, el profesional de la salud mejor pagado y considerado el mejor con respecto a lo que se dedica, hace unos minutos entró al hospital con todo un personal médico a su disposición. No sé sabe mucho al respecto, pero lo que se dice es que Gerardo Steiner ordenó que fuera él el que siguiera tratando a Darek.

Por otro lado, el abuelo de Darek hace unos momentos arribó al hospital, siendo custodiado por todo un círculo de seguridad. Todo un espacio fue acondicionado para él y su familia, es por esto que ahora una fila de hombres de seguridad separa a los familiares Steiner de las demás personas que nos encontramos en la sala.

Afuera ya hay prensa queriendo reportar sobre el estado de salud de Darek, y que al parecer todo esto se ha vuelto mediático. Yo ni siquiera he tenido cabeza para revisar mi teléfono.

En cuanto veo que el doctor Julián se acerca a los familiares de Darek el corazón me da un vuelco y hago lo que puedo para acercarme a ellos, pero los altos y fornidos hombres que custodian a los Steiner me lo impiden.

Logro ver que el doctor llama aparte a Gerardo Steiner, quien se levanta de un salto y sale detrás de él. Los sigo con la mirada hasta que se pierden al doblar en uno de los pasillos.

«¿Qué pasa?»

¿Qué le va a decir?

¿Por qué se lo a él solo?»

Damien intenta ir tras su abuelo, pero un hombre de la misma seguridad le obstaculiza el paso. El rostro de cada uno de la familia se atesta de preocupación, pese a esto ninguno es autorizado para acompañar al mandatario del pueblo.

Un nudo me ata el estómago, al tiempo que intento dar un paso más cerca de la familia, siendo detenida una vez más por el personal de seguridad.

—Señorita, si sigue acercándose me veré en la necesidad de sacarla del hospital —me advierte el hombre vestido de traje.

No, no quiero eso.

Tragando saliva, echo un paso atrás.

Cuando finalmente el abuelo de Darek aparece de nuevo por el pasillo, un frío se arrastra por mi piel para seguidamente instalarse en mis huesos. Las facciones del hombre no reflejan nada bueno. Lo que le ha dicho el doctor ha fracturado cada línea de su rostro.

Me muevo a un costado del hombre para poder ser testigo de cómo el que ha sido gobernador del pueblo por años, ignora las preguntas que le hacen y alejado de todos, se desploma en una silla.

¿Qué pasa?

Y lo que tanto temí se materializa frente a mí.

La figura normalmente imponente de Gerardo Steiner ya no existe, en cambio, se halla encorvada bajo el peso de una pena inmensurable. Lágrimas de esas traicioneras comienzan a deslizarse por sus mejillas curtidas. Las veo, brillantes, como perlas contra su piel, y siento como el corazón se me rompe ante la vista de tal dolor.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Dónde está mi Dae? —murmura, quebrado.

Los hombros le tiemblan a causa del llanto que irrumpe desde el fondo de su alma, derrotado agacha la cabeza para luego echarse a llorar.

Ahora no es el líder supremo del pueblo, es un hombre al que le han arrancado una parte de él.

«Darek se ha ido, por eso está llorando»

El pensamiento de perderlo se materializa en mi mente, convirtiéndose ahora en una posibilidad aterradora que se cierne sobre mí en una sombra oscura, que consume cada partícula de mi ser desde adentro.

—¿Qu-qué es lo que ha dicho? —insta Damien y camina hacia su abuelo, pero esta vez son dos hombres los que se interponen entre él y el hombre que llora desconsolado. Alterado, los empuja con ambas manos. —¡Déjenme pasar! —grita —¿Qué... es lo que te ha dicho? —exige y la voz se le rompe.

Las manos me comienzan a temblar, así que las crispo en puños. Intento respirar, negarme a creer lo que ya me grita el pensamiento, pero es como tratar de apagar un feroz incendio con una taza de agua.

Un torrente de lágrimas se me acumulan en los ojos. Algo en mi interior se rompe, apuñalándome sin piedad.

No estoy preparada para escucharlo. Nunca voy a estar preparada para oír que el mundo ha perdido a Darek, que mi vida se ha quedado sin el chico de ojos ámbar que me ha enseñado tanto.

No estoy preparada para enfrentar un mundo sin Darek en él. 

◇◆◇◆◇

NOTA DE AUTORA:

Me voy a deshidratar de tanto llorar, lo juro.

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Mi Instagram: (enderyarmao)

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