Dos amores, una vida-RAGONEY

By ellaasamigas

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Raoul tiene 17 años y odia muchas cosas. Odia la librería de sus padres. Odia a su hermano y su perfección. O... More

Introducción
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By ellaasamigas

Solo Paula faltó al Memorial, por preferir no molestar con los llantos continuos de Olivia y no tener a nadie con quien dejarla. Todos los demás nos vestimos de riguroso negro y acudimos al acto, que se celebraría en el ayuntamiento. Era de los pocos lugares donde no tenía nada que me lo recordara, aunque ya estaba su foto gigante al entrar para hundirme un poco más.

No había sido un buen día, ni una buena noche. Había escuchado en bucle toda la noche varias de mis canciones favoritas del mp3, las más alegres y que menos me recordaban a él. Lo bueno de ese aparato es que contenía todo lo que a Carles no le gustaba de la música: la mayoría en inglés y del siglo pasado. Era un lugar en el que refugiarse.

No había servido para mucho, porque no había dormido, me dolía hasta el alma y tenía unas ojeras que llegaban al suelo.

Recibí cada pésame con la entereza suficiente para no armar un espectáculo de llanto, pero estaba al borde del precipicio todo el rato. Me había anestesiado a mí mismo con libros y música, dos ingredientes que cada vez disfrutaba más, pero que no servían para nada sin el elemento principal. Y tirarme a ese Memorial por su vida era tortura no tipificada como delito.

Me dejé guiar por mi hermano hasta la primera fila, donde nos sentamos con el resto de mi familia y sus padres. Ni siquiera sabía quién más había venido, o quienes llegaron tarde a mitad, porque mis ojos estaban puestos en la pantalla.

Habían preparado un vídeo con mejores momentos de su infancia, que yo no recordaba, y eso era hasta tierno, pero entonces pasaron a los modernos. Y esos implicaban vídeos de viajes, de yo en su vida, de besos nuestros en lugares increíbles del mundo. Ya no pude ver más, porque las lágrimas habían arrasado con todo.

Álvaro me abrazó por la espalda y permitió que apoyara la cabeza en su hombro para que pudiera esconder mejor la cara.

Su madre subió entonces al estrado para decir unas palabras. No puedo recordar nada de lo que dijo, porque desconecté y me centré en la foto gigante que habían puesto. Estaba guapísimo en esa foto. Se la había hecho yo en Hawái, y sonreía con ojos brillantes. Puse un puchero que consiguió retener el sollozo.

Ahí ya estábamos prometidos, fue uno de los días más felices de mi vida. Casi tres años después, dos años exactos desde la boda, me sentía miserable, como si todo lo que había avanzado en el psicólogo no sirviera para nada.

Salí antes de que acabara, esperando no haber interrumpido a nadie y que no se enfadaran. No podía seguir allí, y eso tenía que contar más que ese estúpido acto.

Me apoyé en una de las columnas del ayuntamiento, hasta que me deslicé y quedé sentado, con la espalda aún sobre la piedra. Cerré los ojos y practiqué respiraciones que nunca me habían sido muy útiles. Cuando terminé, mi estómago seguía bocabajo, pero al menos podía sentir que me llegaba oxígeno.

No me moví, a pesar de encontrarme mejor. Me abracé a las piernas y esperé a que llegaran mis padres. No quería tomar el cóctel de después. Si mi suegra se sentía bien haciendo vida social y toda la parafernalia en honor de su hijo, bien por ella, pero yo no tenía que lidiar con eso. No debería estar obligado a ello.

—¿Raoul?

Recuperé la consciencia, tan metido en mis pensamientos como estaba, al escuchar esa voz. Al principio no la reconocí, así como no reconocí al hombre trajeado dueño de ella. Fruncí el ceño hasta comprender por qué me sonaba su cara.

Se había cortado el pelo y lo llevaba repeinado hacia atrás con gomina, excesiva para mí. Además, se había dejado perilla, y llevaba gafas grises. La última vez que lo había visto también llevaba traje, pero la situación era muy diferente.

—Hostias, ¿Marcos?

—¡El mismo que viste y calza! —Soltó una carcajada y abrió los brazos, hasta que se dio cuenta de su propio aire festivo—. Uy, perdón, que estamos en un funeral. ¡Arnau, mira a quién he encontrado!

Me salió una sonrisa automática cuando el otro rubio del grupo apareció. Él no había cambiado tanto, aunque sí llevaba otro corte de pelo y tenía bastantes más ojeras que en la adolescencia. No me lo podía creer. Estaban allí, había pasado casi un año en el pueblo, pero al fin los tenía frente a frente.

—Es increíble que estéis aquí.

—Tío, un año preguntando si se iba a hacer algo, cómo podíamos contactar contigo, y al fin hay oportunidad. —Arnau se lanzó a abrazarme. Fue un poco como volver a casa—. ¿Cómo vas?

—Tirando. —Me encogí de hombros, sintiéndome incapaz de suavizar nada.

—Normal, joder. —Se mesó el pelo—. Cuando me lo dijeron no me lo podía creer. Lo siento muchísimo, tenía que haber encontrado la forma de hablar contigo, aunque fuera por redes.

—No te preocupes, no las he abierto desde que anuncié por ahí que había... —me tembló la voz, así que lo dejé en el aire. Tampoco había muchas dudas a esas alturas—. Pero gracias.

—¿Te vas a quedar a lo que han preparado sus padres? —Negué con la cabeza—. Menos mal, porque vaya coñazo.

—Marcos... —Pero hasta Arnau sonrió—. Está hecho un caso, por mucho pelo cambiado, ¿eh?

—Os echaba muchísimo de menos —me salió solo—. No habéis cambiado casi nada, y gracias a Dios.

—Es la marca de la casa, ¿cómo la vamos a cambiar? —Marcos me guiñó un ojo—. Pero ojo, ahora soy un hombre serio, trabajador.

—No lo dudo. —Sonreí, con el revoloteo en el estómago de quien está en casa por primera vez.

—Nosotros nos íbamos, ¿te apetece tomarte un café? —intervino entonces Arnau.

—Claro, me encantaría.

Los seguí hasta una terraza que solíamos concurrir. Por un momento, dudaron si era buena idea, pero yo ya estaba tomando asiento, así que me siguieron sin protestar.

—Por cierto... —el rubio se tomó su tiempo, rascándose la barbilla, con la duda de si sacar el tema—, Agoney quería venir. De verdad. Pero sus padres saben que la cosa estuvo muy tensa entre ellos y tenía miedo de que se liara en un acto que debería estar centrado en Carles.

Mi estómago, ya revolucionado, dio otro vuelco en ese momento. Era la pieza que le faltaba al grupo completo. El mp3 me había salvado parcialmente, pero también lo echaba de menos a él por completo.

—Lo entiendo. —Apreté los labios—. Me encantaría volver a verlo. Podéis decírselo. ¿Qué es de él?

—Pues es profe interino. —Marcos recuperó la alegría en la voz—. Aún no tiene plaza, pero tiene a los niños revolucionados y encantados a partes iguales. Y a los padres, que eso siempre es difícil de conseguir al mismo tiempo. Esta semana no está en el pueblo, por la Semana Santa y no querer estar en el Memorial, pero pronto vuelve y te decimos algo para quedar los cuatro.

—Sería genial volver a unir al grupo —comentó Arnau.

—Sí... Aunque no estará nunca completo.

Se quedaron callados tras mi intervención. Se notaba que no querían decir nada que acabara por rematar la forma en que mi voz se cortaba en las frases referentes a él. Seguía odiando que me trataran todos como si fuera de cristal, pero cada vez entendía más que sí era un poco de cristal durante ese año.

—Bueno —se aclaró la garganta Marcos—, y a Nerea para localizarla...

—Ella está muy bien en Madrid, con su teatro musical y sus trabajos para compaginarlo todo —conté, porque al menos de ella sí sabía algo.

—Pues habrá que organizar algo para verla de nuevo.

Asentí y dejé que la conversación siguiera por ahí, donde no pudiera herirme.

Descubrí que Arnau estaba trabajando para su padre en un taller a las afueras del pueblo. Era bastante rentable porque era el único en varios pueblos a la redonda y le iba bastante bien.

—Pero yo también estudié Magisterio. —Aclaró, con una mueca dolorosa—. Pero fue llegar a las prácticas y uf.

—¿Uf? —pregunté, divertido.

—Que Agoney sabrá manejarlos como le da la gana, pero a mí me ganan niñatos de ocho años. Así que cuando le dije a mi padre que no quería hacer el máster..., me mandó a trabajar sí o sí, porque no pensaba mantenerme más tiempo. Y ahora estoy contento.

—Pues eso es lo importante, ¿no?

—Claro que sí, tío. —Marcos le dio una palmada fuerte en la espalda—. Yo estoy de asesor fiscal, que parece que no, pero todo el mundo necesita ayuda con sus impuestos, empresas familiares incluidas. —Y me miró.

—¿Mis padres te tienen contratado? ¿A ti? ¿Después de conocerte de adolescente?

—Oye, nunca subestimes el poder de un corte de pelo. —Movió sus cejas alternativamente arriba y abajo—. Ahora en serio, no empecé con ellos, ya tenían referencias mías cuando se pusieron en mis manos.

—Qué bien, tío. —Apreté los labios. Les estaba yendo genial y sin moverse del pueblo de siempre.

—¿Y tú qué? —Sabía que me seguían en redes, así que no entendí su pregunta al principio—. ¿Has pensado qué vas a hacer? ¿Volverás a tu casoplón en Ibiza y a los viajes?

—Lo primero no lo he decidido aún. Lo segundo... creo que no.

—Lástima. —Marcos chasqueó la lengua—. Ahora que nos reencontramos con nuestro amigo influencer, lo deja.

—¿De verdad vas a dejarlo? —Arnau puso el tono serio a la conversación.

Me encogí de hombros. No me dolía tanto dejar los viajes como pensar que estaba dejando de lado el sueño de Carles.

—Era algo muy de los dos y ahora mismo solo de pensar en viajar, grabar, hacer documentales o fotografías para el blog, o para Instagram... No puedo, me entran náuseas.

—Yo lo entiendo. —Asintió el rubio—. Debe ser una putada volver a todo eso después de él.

—¿Y entonces qué? —Me dio un vuelco al corazón solo por esas tres palabras—. ¿Vuelves definitivamente al pueblo?

—No tengo nada claro. —Suspiré—. Ahora estoy cómodo aquí, aunque tampoco he salido mucho el último año. A veces me dan ganas de buscarme una casa en la montaña en Aragón o algo así, un sitio lejano y que no me recuerde a Carles.

—Suena a planazo de fin de semana, pero no te pega.

Lo sabía, pero tampoco me pegaba leer, ni pasar tiempo con mi familia, ni disfrutar de mirar por la ventana con música de fondo, y ahí estaba yo. El Raoul del último año me había sorprendido hasta a mí.

—De momento el pueblo está bien —finiquité—. Ya me he dado cuenta de que no puedo planificar tan a largo plazo, o me vendrá la hostia a la cara.

Estuvimos un rato más con el café y conversaciones rápidas sobre sus vidas en aquella época. Cualquier tema era mejor que recordar mi vida antes del año anterior y los acepté todos de buen grado.

Volví a casa con un buen sabor de boca, a pesar de que todo había empezado en un acto en recuerdo de mi marido. Mis padres se acercaron a la puerta en el segundo en que hice amago de entrar.

—Buenas tardes a vosotros también, los menos desocupados —mascullé.

—Estábamos preocupados, hijo... Te has volatilizado del acto y...

—No he ido a hacer una tontería, por si os interesa. Estaba con los chicos.

Susana pestañeó antes de comprender.

—¿Con Ago, Arnau y Marcos?

—Los dos últimos —aclaré—. Agoney no ha podido venir.

—Claro, es que con todo el problema de tus suegros...

—¿Qué lío?

Los chicos me habían dicho que no quería que se armara un lío en un acto dedicado a él y por eso se había mantenido al margen, pero no estaba seguro de que tenían que ver ellos ahí.

—Ay, hijo, que ellos dos se pelearon antes de acabar el instituto, supongo que lo sabes. —Asentí—. Y sea lo que sea lo que pasara, trascendió a los padres y ahora las dos familias se llevan regular tirando a mal.

—Pero ¿qué pasó?

—¿No lo sabes tú?

—Carles siempre le quitó importancia, y como nos mudamos pronto a Madrid...

—Supongo que quedará en duda siempre, porque dudo que ahora Agoney quiera contarte nada, con la muerte tan fresca.

No estaba tan fresca, era un año bastante largo, y se me empezaba a notar. Lo había pasado mal por la noche, pero después de quedar con mis antiguos amigos me sentía con ánimos renovados, algo impensable un año antes. Por un momento me sentí culpable ante ese pensamiento, pero lo deseché enseguida. Carles no habría querido que le llorara para siempre. Estaría orgulloso de mis pequeñas mejoras.

Cuando acabó Semana Santa y la gente volvía a sus rutinas habituales, yo me planteaba dar pasos hacia esa mejora completa. Por mucho que me gustara leer y visitar a mi sobrina, cada día menos llorona, esa parte mía que amaba hacer cosas empezaba a salir, picándome en los dedos.

La solución llegó días después, cuando estaba con la niña toda la mañana mientras sus padres estaban en el trabajo. Mi madre también se había ofrecido, pero me gustaba mecerla y leerle fragmentos que me gustaban del último libro que Paula me había prestado.

Álvaro llegó a las doce, lo cual era bastante raro.

—Menos mal que sigues aquí, tete.

Alcé las cejas.

—¿Dónde quieres que esté? No voy a dejarla sola si vosotros no estáis. —Me dio la razón—. La pregunta es qué haces tú aquí y no en la librería. Se supone que los papas no trabajan ya por las mañanas.

—Ya, ahora están ellos, los he dejado un momento para venir a hablar contigo. —Tragó saliva, preocupándome—. Es que me ha pasado una cosa en la librería que me ha hecho pensar.

—¿El qué? —Cambié de posición a mi sobrina.

—Ha venido un chico algo mayor que tú, que también acaba de ser padre, pero su hijo es mayor que la mía, en fin, que algo de experiencia tiene...

—Al grano, por favor.

—Él solo quería comprar un par de libros infantiles para leérselos al crío, pero al final se ha desahogado bastante. Que apenas tiene tiempo, que su mujer es genial en su trabajo y no para de avanzar y de conseguir pequeños ascensos, y que él estaba bien en su curro, pero tampoco tenía mucha trayectoria.

—Vale... —Arrugué la frente, empezando a pillar la comparativa.

—La cuestión es que se está perdiendo la vida de su hijo, que se pasa el día en casa de sus abuelos porque ellos trabajan muchísimo...

—Y yo me paso el día aquí con Olivia porque vosotros trabajáis toda la mañana —completé—. Y que tienes miedo de perderte los primeros pasos de tu hija, su primera palabra...

—Vale, veo que me pillas. —Se masajeó la frente, antes de coger a la niña en sus brazos y mecerla mientras camina con nerviosismo—. Raoul, quiero un trabajo en casa para poder dedicarme a Olivia.

—¿En serio? ¿Cómo cuál?

—Estudié Periodismo, algo podría encontrar. —Se encogió de hombros—. No todo es salir por ahí en plan reportero. Hay trabajo de simple redacción que me molaría bastante.

—Si tú lo ves claro, sería genial.

—Pero hay un problema. —Se desinfló con la misma rapidez con la que lo vi emocionarse con la idea—. La librería.

—A ver, ambos estarán encantados de volver. Siempre la están echando de menos, son más nerviosos que yo.

—Ya, pero están mayores y de aquí a cinco años tendrán que vender el local si se jubilan. Eso me dolería.

Descubrí, en cuanto él pronunció su temor, que a mí también me dolería bastante. Había sido un lugar muy importante para mí, por mucho que lo odiara. Y ahora estaba lleno de libros, y estaba más dentro de lo que yo disfrutaba hacer.

Apreté los labios y cambié de posición mi cuerpo, llamando su atención. No le dejé preguntar, porque ya tenía una respuesta:

—Me encargaré yo.

—¿Tú de la librería?

—Hoy en día no es tan disparatado, ¿no? Quiero decir, ha sido un año muy largo y soy alguien bastante diferente a quien era cuando me marché del pueblo.

Sonrió con algo parecido al orgullo manifestándose en las comisuras. Me dio algo de vergüenza, pero me mantuve sin sonrojo, aunque fuera por mantener mi reputación.

—Sí que te quedaría bien el papel de librero. Quién lo diría. —Soltó una risita que pareció divertir a Olivia—. Mírala, a ella también le hace gracia. ¿Qué pasa, mi vida? ¿Raoul, el librero, es gracioso? —La movió e hizo gestos graciosos, haciendo que se riera más fuerte—. Bueno, parece que ella no está muy segura, habrá que verte en acción.

—Desternillante. —Le saqué la lengua—. Voy a intentarlo, tete. Ya está bien de estar parado en casa, lamiéndome las heridas.

—Te aplaudiría, porque me alegro mucho, pero tengo a este bollo en manos. —Le dio un beso en los mofletes, para después amagar un mordisco—. Uy, pero si está riquísima...

Los dejé entre risas y el convencimiento de que mi hermano era un buen padre, el mejor que la niña podía haber tenido.

Esperé para hablar con mis padres a que la cena estuviera en la mesa y todos pareciéramos de buen humor. Fue ya cuando me ofrecí a buscar la fruta para tomar de postre cuando ellos parecieron mosqueados.

—Este niño está ayudando mucho esta tarde, ¿no? —Se volvió mi madre hacia mi padre.

—Sí, con lo cómodo que es él, esto es raro.

—Muy raro. —Entrecerró los ojos en mi dirección.

Sonreí. Ambos sabían que podía escucharlos, y esa era su intención. Cogí aire y llevé las peras a la mesa, acompañadas de un cuchillo para pelarlas.

—Suelta el pescao —me animó mi padre—. Que no aguanto este silencio tuyo.

—He decidido lo que quiero hacer con mi futuro.

—Ah, pero eso es genial, ¿no? —Se miraron y sonrieron—. ¿Vas a volver a Ibiza?

—No, de momento se va a quedar como casa de vacaciones. Mi plan es buscar algún sitio barato donde vivir aquí para no seguir viviendo aquí de gratis.

—Hijo, a nosotros nos encanta tenerte aquí... —protestó él.

—¿Te vas a quedar? —Estaba menos entusiasmada de lo que esperaba. Más bien escéptica—. ¿Y qué piensas hacer aquí? Porque lo de influencer aquí... Si quieres enseñas el bosque, pero no hay mucho más.

Cogí aire antes de dar el pequeño anuncio que llevaba toda la tarde dando vueltas por mi cabeza.

—Quiero encargarme de la librería cuando Álvaro lo deje.

Susana dejó el tenedor sobre el plato, haciéndolo resonar con fuerza.

—¿Tú y la librería, en la misma frase de forma positiva? —Mi padre arqueó las cejas.

—¿Álvaro lo va a dejar? —graznó ella.

—Eso lo habláis con él. —Me puse nervioso de pensar en haberle estropeado el anuncio a mi hermano —. Pero sí, creo que he demostrado que mi relación con los libros y con el ámbito más... relajado de la vida rural ha mejorado bastante. Soy un chico nuevo que cree poder ayudar a que el negocio crezca.

—Cariño, somos las mismas generaciones de vecinos en el pueblo, salvo alguno que se va y algún novio que se muda. No hay mucho margen de que crezca, y menos con las nuevas tecnologías.

—Seguro que la habrá, si le ponemos empeño. Se lucha contra las empresas online con lo que ellas no pueden dar: cercanía y calidad. —Seguían mirándome, no muy convencidos—. Quiero hacerlo, ¿vale? Es la primera cosa que de verdad me hace ilusión desde que volví aquí.

—¿Y los cuatrocientos libros que te has metido entre pecho y espalda?

—Eso no es un propósito de vida —apunté—. Eso fue lo que me ayudó a encontrarlo.

—A mí me parece bien —concluyó mi padre, tras otro concurso de miradas con mi madre—. Si el chico quiere quitarnos trabajo y ganarse su sueldo...

—Está bien. —Se cruzó de brazos—. Ya sabes cómo va el negocio, pero los primeros días estaremos más pendientes. Y te encargarás de algunos envíos, ya que te gusta tanto lo de modernizarte.

Asentí con energía, dispuesto a demostrarles que podía hacerlo.

Empecé el siguiente lunes, cuando Paula estaba completamente reincorporada a su trabajo y Álvaro era necesario cuidando de la pequeña Olivia. Mis padres tenían pensado, como ya me habían avisado, pasar un tiempo conmigo antes de ir retirándose del trabajo. Imaginaba que seguirían teniendo algunas tareas, porque amaban esa librería, pero era el momento de que yo cogiera los mandos.

Todo lo que implicaba estar de cara al público no me costaba, tanto por la costumbre de mi adolescencia como por todo lo que había acumulado en eventos y en mi trabajo como influencer en general. Por mucho que parezca lo contrario, yo era el que iba delante en nuestros viajes preguntando las direcciones de los lugares a visitar.

El problema estaba en todo lo que no se ve del trabajo en una librería. Estaba acostumbrado a llegar después de los deberes y ponerme a trabajar con la librería ya abierta, pero había mucho más, sobre todo por las mañanas.

Para no obstaculizar el tráfico, los camiones con todo lo del almacén, para renovar libros y material escolar, llegaban de madrugada. No había sido consciente de esa tarea hasta entonces, pero me encontré levantándome a las cinco para recibirlo todo y ayudarles a trasladarlo al interior. Por supuesto, justo después volvía a dormirme.

Luego llegaban las ocho de la mañana, ya una hora más decente, donde abría la librería solo para mí y organizaba todo lo que había llegado. Muchas veces ese trabajo duraba toda la mañana, y tenía que compaginar el trabajo de cara al público con el orden de la tienda. En aquella época Agoney se encargaba mucho de eso, pero a estas alturas solo estaba yo, y por las tardes el chico de instituto que lo dejaría al acabar el curso.

Llegado junio, con el calor al cuello y las ganas de unas vacaciones acechando a todo el mundo, mis padres casi no se pasaban por la librería, tras haber comprobado que se me daban bien todos los aspectos de trabajar y administrarla. Aún no había puesto en marcha ninguna idea para aumentar ventas, que parecían estabilizarse en los últimos meses, pero la idea de la entrega a domicilio estaba sobre la mesa.

Ese día, mi madre estuvo conmigo un rato. Sacó libros de cajas y me lo clasificó todo para que yo guardara en el almacén lo que no cupiera en el expositor. Apartado del resto, dejó un paquete de cuadernillos Rubio.

—Estos no los guardes. —Palmeó uno de ellos—. Nos los han encargado del colegio, pagados por adelantado.

—¿Nos compra el colegio? —Alcé una ceja, buscando su mirada.

—Quieren dar gratis a los niños deberes sencillos para que hagan durante el verano. Antes nosotros teníamos que comprarlos, ¿te acuerdas?

—Sí, y los hacía el día antes de volver a clase. —Fruncí el ceño—. Siempre me ha parecido muy estúpido que no pretendieran dejarnos descansar ni en verano.

—Vamos a centrarnos a que esto es dinero para la empresa. —Volvió a señalar el paquete—. Además, es muy buena idea que se organicen para que los niños no tengan que pagar nada y se encarguen los del cole.

—Vale, ¿cuándo vienen a recogerlos?

—¿No querías probar lo de "a domicilio"? —Dejé lo que estaba haciendo para mirarla, sorprendido y emocionado—. Les vendría bien tenerlos hoy antes de que acabe el horario escolar y el profesor encargado está muy liado.

—¿Y quieres que vaya yo?

—No estoy tan fuerte como para cargarlo mucho tiempo. —Puso un puchero cuya única función era ablandarme—. Yo puedo estar con la tienda hasta que vuelvas. Anda, corre.

—Encima caminando —farfullé, pero aparté los libros que estaba guardando, señalándoselos a mi madre para que se encargara, y me dirigí hacia mi siguiente tarea.

Sabía que en realidad quejarme era una exageración. Todo el pueblo estaba bastante conectado y era rápido llegar a los sitios. El colegio se encontraba en una calle secundaria no tan lejos de allí. Por eso mis padres cogieron este local, para tener cerca a los que más dinero iban a darle.

Cogí aire al llegar a la verja. Estaba entreabierta, pero tendría que identificarme al llegar al edificio como tal. Una conserje de pelo corto y oscuro me paró al llegar. Sonreí al reconocerla, ya estaba algo mayor, pero seguía teniendo esa actitud tan suya.

—¿Nombre?

—Carmen, soy Raoul Vázquez, no sé si te acuerdas de mí... Yo estudié aquí hace no tanto.

Gruñó algo que no llegué a entender antes de ponerse en modo humana:

—¿Y qué quieres?

—Me han dicho que traiga esto. ¿Alguna idea de a quién?

—Sí —echó un vistazo al primer cuadernillo—, el profe de Segundo, espera que te miro donde está ahora.

Entré detrás de ella, que se metió en la cabina del conserje a mirar los horarios. Canturreaba una canción de Miguel Bosé a la que no le ponía nombre.

—Me parece que ahora tiene clase, pero la siguiente hora es de Inglés y ahí se va a su despacho. Si quieres te indico dónde es y los dejas por ahí.

—Por favor... —Asentí, con los brazos cada vez más cansados de llevar los cuadernillos.

Tuvimos que subir una planta y hacer un pasillo entero con forma de U hasta llegar a la puerta cerrada. Carmen sacó las llaves y abrió, con el móvil en la mano.

—No toques nada, déjaselo en el escritorio y cierra al salir. Yo me voy pitando que una niña ha vomitado y estamos ya casi en cambio de clase.

Como si lo hubiera invocado, la sirena que anunciaba el cambio se escuchó por todo el edificio. La mujer se marchó sin despedirse. Yo cogí aire y, ayudándome del pie, abrí más la puerta antes de meterme dentro.

Lo que tenía que hacer era sencillo en la teoría: dejar los cuadernillos en su escritorio y largarme, que la puerta no necesitaba llave para cerrar. Pero cuando fui a hacerlo, se cayó un marco de fotos, así que tuve que agacharme a recogerlo.

Por poco volví a soltarlo al darme cuenta de que se trataba de Agoney, de que me había metido en su despacho. Era una foto con sus padres, los reconocí enseguida, pero él estaba más cambiado. Para empezar, tenía el pelo más largo, no demasiado, pero sí lo suficiente para que sus rizos afloraran con facilidad. Para continuar, la barba le enmarcaba el rostro y la sonrisa de manera preciosa.

Dejé el marco en su sitio y me aseguré de que los cuadernillos estuvieran bien colocados. Esos segundos los aproveché para descubrir una segunda foto, pegada al marco del ordenador, de nosotros mucho más jóvenes. Cinco chicos y una chica a la salida de una fiesta. No recordaba esa foto, pero se nos veía contentos.

—Muy bien, que me tenéis cansado. —Pegué un respingo. Se escuchaba fuera de la puerta entreabierta—. ¿Me podéis explicar qué ha pasado?

—¡Ha sido él, profe, que me ha pegado! —La voz de un niño pequeño me llegó con fuerza e histeria.

—A ver, Christian, ¿me explicas por qué le pegas?

—¡Pero si me ha pegado él primero, yo solo me defiendo! —gritó el otro.

—Samu, ¿algo que decir? ¿Para qué le pegas? —Estaban empezando a entrar en bucle.

—¡Porque me ha quitado la comba! —estalla el chavalín—. Yo quería jugar con Marta, y al tonto de Chris no le daba la gana, así que me la ha quitado. ¡Castígalo a él!

—¡Pero será mentiroso la rata de cloaca esta!

—¡Oye, oye, a ver! —La voz de Agoney consiguió alzarse entre las voces furiosas de los niños—. Aquí no insultamos a nadie, ¿entendido? No os escucho.

—Entendido, profe —dijeron al unísono.

—Y tampoco pegamos. —Supe sin verlo que estaba mirándolos alternativamente—. Christian, si quieres jugar tú también a la comba, se lo pides, pero no puedes quitarles la cuerda a tus amigos. Y Samu, la solución no es pegarle, te lo prometo.

—¿Tú estás seguro?

Lo escuché resoplar y acercarse a la puerta.

—Vamos al despacho, que van a empezar las clases y no quiero más gritos. Ya veré qué hago con...

Se atragantó con las palabras en cuanto la puerta estuvo abierta y yo estaba dentro, junto a los cuadernillos y a una foto movida de él y sus padres.

—Eh..., ¿hola? —Sonreí con incomodidad.

—Raoul. —No sé explicar cómo le salieron tantos gallos en tan poca letra—. ¿Qué...? ¿Qué haces aquí?

—Carmen me ha abierto —dije con boca pequeña—. Tenía que dejarte unas cosas que habéis encargado a la librería y...

—Ah, sí, claro, claro. —Se llevó una mano a la frente—. Qué fuerte que estés aquí. Hace como...

—¿Mil años que no nos vemos?

—Sí, más o menos. —Sonrió, con un atisbo de culpa y de empezar a relajarse—. Es... es genial verte, aunque ahora mismo...

—Si quieres os dejamos a solas para que os pongáis al día —comentó uno de los niños, con una sonrisa angelical y las manos tras la espalda.

—Tú ahora no te hagas el espabilado y entra, anda. —Le habría pegado darle una colleja, pero no habría sido profesional—. Eh..., Raoul, ahora estoy un poco liado con estos delincuentes, pero...

—Tenemos que quedar —volví a completar—. El otro día vi a los chicos y me dijeron que no pudiste venir.

—Ah, sí. —Puso una mueca fastidiada—. Perdona, es demasiado complicado con sus padres y todo. Pero sí, te doy mi número y vamos hablando.

—Genial.

—Vale.

Un silencio infinito, hasta que uno de los niños, cuyo nombre no sabía, suspiró:

—¿Queréis que os dejemos a solas o preferís iros a un hotel directamente?

—¡Samuel!

Se encogió de hombros, pero se le notaba encantado ante el sonrojo de su profesor y de poder fastidiarlo con eso. Le di mi número nuevo y me fui antes de que sufriera un parraque, que parecía que ya estaba en proceso.

La primera noticia que tuve de él después de ese día no fue por privado, sino por la creación de un grupo en WhatsApp, llamado: "Los guapos del pueblo", creado por un Marcos al que no había dado mi número. Supuse que Agoney se habría encargado de ponerlos al día.

Marcos: a ver, que ya estamos todos

Bueno, no todos, pero me entendéis

Perdón, Raoul

Suspiré. Yo mismo me esperaba encontrarme peor ante su elección de palabras, pero me sentía neutral.

Yo: no te preocupes, lo llevo mejor de lo que parece

Agoney: Ya te vale, de todas maneras.

Arnau: que dejes la escritura perfecta y vamos al lío

A Ago le queda como una semana para ser el tío más afortunado del mundo

Hay que aprovechar para quedar mucho este verano

Agoney: Sí, claro, el más afortunado, podrían quitarme la plaza este verano, pero afortunadísimo por un mes más de vacaciones.

Marcos: básicamente

Arnau: deja de dramar, que la directora te adora y te la está guardando

Marcos: vamos a centrarnos

Raoulillo, mi niño guapo, cómo ves tu verano?

Es verdad eso que estás en la librería?

Raoul: eso parece

Arnau: quién te ha visto y quien te ve

Me lo dices a los diecisiete y me río

Agoney: Ya ves, había que traerlo de la oreja

Raoul: oye, que cuando estabas tú no estaba tan mal

Marcos: buenooooo

Agoney: Callaos, que no se refiere a eso.

Marcos: susu

Arnau: Así para empezar, ¿os parece si este viernes nos vemos en la plaza para tomarnos unas cervezas?

Con Raoul ya nos pusimos al día, pero mola estar los cuatro juntos

Raoul: sería genial

Agoney: ¡Contad conmigo!

Marcos: los chicos han vuelto, beibi

Me pedí la tarde sin muchas expectativas, pero mis padres por poco me echaron de la librería en cuanto supieron que iba a salir con mis amigos. Sonaba raro decirlo, me había acostumbrado hasta a estar enfadado con ellos por cómo nos habíamos alejado, pero me sentía con ánimos renovados.

Si esa era la forma en que mi vida iba a encaminarse, no sería yo quien le hiciera ascos.

Cuando llegué, Marcos y Agoney ya estaban allí, sentados en dos de las sillas, teniendo otras dos preparadas. Estaban manteniendo una conversación en la que el primero parecía entretenido y el otro al borde del desquicie.

—Que no, que ya no somos unos críos.

—Pero si se te nota lo tonto que estás...

—No digas tonterías porque... —Giró la cabeza lo suficiente para verme y pegar un respingo, poniéndose tan recto que resultaba cómico. A Marcos sin duda le hizo gracia—. ¡Hola! ¿Cómo va todo?

—Muy bien —resultó sencillo decir una verdad a la que no estaba acostumbrado—. Tenía ganas de quedar con vosotros.

—Nosotros ya nos adelantamos a ti. —El castaño le pegó un codazo—. Si es que tenías que haber venido.

—¿Para que su madre me escupa o me grite en mitad del acto? No, gracias.

Apreté los labios para no hacer ninguna pregunta que lo pusiera en un compromiso. Fuera lo que fuera, debía quedar en el pasado.

—No pasa nada, estás aquí ahora. —Me miró y me pareció que suspiraba—. Me alegra mucho verte.

—A mí también, Raoul. De verdad. —Y sabía que lo era.

Marcos nos miró de forma alternativa, mientras nosotros nos contemplábamos en silencio, antes de fruncir el ceño.

—¿Así habláis los homosexuales? Sois agotadores, de verdad. —Y se lanzó a abrazarme—. Tira a sentarte, que Arnau llega tarde, que el trabajo está a las afueras y tiene que dejar el coche.

Pedimos las primeras cervezas y empezamos a beber antes de que llegara el rubio.

—Así que estás trabajando en la librería —comentó Agoney—. ¿Te gusta?

—Más de lo que pensaba. No me vas a creer, pero estoy valorando esa rutina desde muy temprano y el contacto con la gente. Es diferente a lo que hacía antes.

—Eso seguro. —Asintió—. Os iba muy bien, por lo que pude ver.

—Sí, no nos podíamos quejar. —Sonreí, esta vez con más tristeza ante el uso del plural—. Era un sueño, pero... ya sabes.

—¿Y no te veías tú solo? —preguntó con cuidado.

—La verdad es que no. Y no solo por perder a Carles —me aclaré la garganta antes de que la voz me fallara—, sino porque ahora disfruto de las pequeñas cosas del pueblo. Me viene bien esta tranquilidad, y os aseguro que eso en Ibiza es muy difícil.

—Todo un cambio.

—A mejor, si me preguntas a mí —intervino Marcos, que estaba muy atento sorbiendo su cerveza—. Aquí se está muy bien, y nosotros somos gente majísima. No necesitas a esos influencers o como se llamen, de doble cara.

—No todos lo eran... —Pero entendía lo que quería decir—. Me gusta el cambio.

—Pues por el cambio. —El mayor alzó su jarra medio vacía.

El resto de la tarde fue un refrito de antiguas anécdotas, que incluían la del Marcos borracho y yo teniendo que conducir por primera vez.

—¿Cómo que aún no tienes carnet? —preguntó Arnau.

—¿Está muy mal decir que tengo trauma?

—A ti te salió bien esa noche, ¿no? —dijo con sorna.

—Sí. —Me sonrojé, y me dio gusto comprobar que no me daban ganas de llorar ante el recuerdo. Agoney pareció muy concentrado en su cerveza de repente—. Fue una buena noche, pero lo de que te pare la policía por tremenda ilegalidad no se me olvida.

—Pues cariño, no hay tantos autobuses como parece. —Buscó la mirada de Agoney, que asintió—. Para moverte fuera de aquí vas a necesitar sacártelo o a morir esperando.

—O tener un grupo de amigos geniales que me lleven. —Sonreí, pestañeando con coquetería.

Se rieron y me dijeron que ya verían, pero que tendría que planteármelo. ¿Qué sería lo peor que podría pasar? Total, ya que estaba con cambios...

Fue al final de la tarde, cuando Arnau quería volver a casa para recibir a su novia, que volvía de viaje, que nos separamos. Agoney se dirigió con Marcos hacia su mitad del pueblo, pero yo lo llamé. Me arrepentí enseguida, pero él ya me observaba con interés, esperando una pregunta.

—Yo me voy. —Gruñó Marcos—. Que sois muy pesados.

—¿Y bien? —preguntó, con la cabeza ladeada.

—Ah, sí, es que... —carraspeé. No entendía por qué me ponía tan nervioso, si era algo que llevaba tiempo queriendo hablar con él—. Cuando volví al pueblo encontré una cosa en mi escritorio, y me ha ayudado bastante estos meses, junto con los libros, mi sobrina y tal..., a sobrellevar todo esto. Sé que fue involuntario, se me olvidó devolvértela, pero te quería dar las gracias.

—¿Por qué? ¿Qué era?

—Tu... tu mp3. —Me mordí el labio. Él sonrió al comprender—. Creo que me lo sé entero a estas alturas de las veces que lo he reproducido.

—¿Las más de 500 canciones?

—Te sorprendería y te asustaría saber la cantidad de tiempo que he estado mirando por la ventana sin hacer nada el último año. —Soltó una risita que me contagió a mí—. He tenido un proceso... complicado.

—Ya, pero eso es normal. Has pasado por algo que nadie tendría que vivir tan joven.

—Y que haya sido Carles...

—Carles es el típico al que le habría vaticinado una vida larguísima y llena de aventuras, para acabar muriendo dos días después de tirarse en paracaídas por los noventa años.

—Suena muy a él, sí —susurré, con cada recuerdo invadiéndome y haciéndome algo de daño en el estómago—. Lo sigo echando de menos, aunque ya no tenga tantas ganas de llorar.

—Yo también lo echo de menos. Y sé que yo no podría haber hecho nada, pero a veces me pregunto qué podría haber cambiado entre nosotros para que hubiéramos seguido en contacto. Me arrepiento mucho de que nuestras últimas palabras fueran discusiones.

—Es una putada, pero a estas alturas no hay que lamentarse. —Me encogí de hombros—. Las cosas salieron como tuvieron que salir. —Cogí aire—. Te decía todo esto porque quería devolvértelo, ahora que volvemos a estar en contacto. Hoy no lo traigo, pero a la próxima...

Negó con la cabeza.

—Es tuyo. Ahora tengo Spotify, que es más cómodo, y a ti te está ayudando.

Apreté los labios. De repente, ganas de llorar de nuevo.

—Gracias. —Me salió la voz ahogada—. Significa un montón.

Me dio un apretón en el hombro y se marchó por donde antes se había ido su amigo. Me dejó ahí, en mitad de la plaza, con los ojos fijos en él hasta que desapareció entre las calles.


Qué os va pareciendo? Todo parece que se encamina...

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