¿Vecinos? (Adaptación

By ReyesLetiyfeli2004

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Seremos vecinos o algo más? Es una historia que no es mía, también la leí hace muchos años y me encantó, hoy... More

✨PROLOGO✨
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE

QUINCE

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By ReyesLetiyfeli2004

Lerizia se dio un largo baño caliente y se puso uno de los sencillos vestidos que había llevado.
No sabía si la cena sería muy formal, pero se encogió de hombros; esa era su ropa y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Cuando entró en la sala que Bates le indicó vio a Felipe, muy elegante con unos pantalones oscuros y una camisa blanca, que la esperaba con el brazo apoyado sobre la repisa de la chimenea.

—Estás muy guapa —le dijo mirándola con evidente admiración.

—Gracias.
En ese momento, entró su madre con un elegante vestido de seda gris.

—Ah, queridos, ya estáis aquí. He invitado a los Atkinson a cenar.
Letizia observó cómo su vecino apretaba las mandíbulas e intuyó que la noticia no le hacía muy feliz. Justo entonces, la puerta se abrió y Bates anunció:

—La señorita y el señor Atkinson.

Una mujer parecida a Eva, solo que en versión pelirroja y algo más joven, entró seguida por un atractivo hombre de pelo rojizo, apenas unos centímetros más alto que la propia Letizia.
La madre de Felipe hizo las presentaciones.

—letizia, estos son Pamela y Robert. Somos vecinos desde hace años.

—Encantada —respondió la joven.

—¿Así que tú eres la prometida de Felipe? —preguntó el hombre recorriéndola lentamente con unos descarados ojos azules.

—En efecto —afirmó Felipe que se apresuró a rodear la cintura de Letizia con un brazo y la apretó contra su costado con un ademán posesivo.

—Me gustaría saber cómo os conocisteis —declaró la pelirroja, dirigiendo a Letizia una mirada rencorosa y con un tono que desmentía por completo el significado de sus palabras, añadió—: Me encantan las historias de amor.

—Verás —respondió Felipe enseguida, con una lucecita maliciosa en sus ojos—, somos vecinos y nuestras terrazas están separadas por una ligera barandilla de cristal. Nunca olvidaré la noche en que Letizia salió a la suya envuelta tan solo en una toalla de baño...

—Cariño, no es necesario que des todos los detalles — Letizia escondió la cara en el brazo masculino con fingida confusión.

A Felipe no le pasó desapercibida la mirada asesina que Pamela le lanzó a la joven, pero cuando vio la expresión lasciva que se dibujó en el rostro de Robert, la situación ya no le hizo tanta gracia.

—Desde luego es mejor no dar tantos detalles —afirmó la señora Borbon  mirando a su hijo con desaprobación.

—Tienes razón, mamá, no quiero avergonzar a Letizia—respondió Felipe alzando la barbilla de Letizia con dos dedos y depositando un apasionado beso en sus labios.

Después de lo que a la joven se le antojó una eternidad, Felipe se apartó de ella con lentitud sin dejar de mirarla a los ojos y Letizia sintió que se ruborizaba, esta vez de verdad, pero la voz aguda de Pamela enseguida la sacó del extraño trance en que la habían sumido los labios masculinos.

—Pues parece que algo avergonzada sí que está —comentó la mujer, sarcástica, al tiempo que fijaba sus ojos desdeñosos en el sonrojado rostro de Letizia.

—Hijo, ya sabes que las exhibiciones amorosas me parecen vulgares. Será mejor que pasemos al comedor —declaró su madre con frialdad y salió de la habitación seguida de Robert y Pamela.

—Felipe, prometiste que me tratarías de manera educadamente cariñosa —susurró Letizia, furiosa.

—¿No he sido educado? —preguntó su vecino fingiendo sorpresa.

—Sabes muy bien lo que quiero decir. No más besuqueos ni abrazos en público.

—¿En privado sí? Letizia alzó los ojos al cielo, exasperada.

— Felipe...

—Está bien, Letizia, prometo comportarme, solo quería demostrar a esa irritante pareja que lo nuestro no es una farsa, como parecen creer —dijo al tiempo que colocaba la mano de la chica en el hueco de su brazo y la conducía hacia el comedor.

—Pero, de hecho, Felipe, eso es precisamente lo que es —le recordó ella como si estuviera explicando un asunto obvio a un niño pequeño.

—Sí, pero ellos no tienen por qué saberlo —ya habían llegado al comedor, así que Letizia no pudo responderle.

La cena transcurrió en un ambiente tan formal, cada uno sentado en una punta de la inmensa mesa de caoba, que las conversaciones resultaban envaradas y poco naturales. Por suerte, Felipe estaba frente a ella y, cuando su madre o Pamela hacían un comentario más absurdo que los demás, ponía los ojos en blanco de una manera que, en una ocasión, Letizia tuvo que hundir la cabeza en la servilleta y simular un ataque de tos.

Después de unos segundos, alzó el rostro congestionado y miró a su vecino con el ceño fruncido, pero él se limitó a devolverle una mirada inocente.
Felipe tuvo que reconocer que nunca lo había pasado tan bien en una cena en su casa. Letizia y él parecían poder comunicarse con solo mirarse y, cada poco tiempo, tenía que hacer esfuerzos para contener una carcajada ante los comentarios que la joven realizaba con una supuesta candidez.

Cuando terminaron de cenar, volvieron al salón y Bates sirvió unas copas de licor y unos bombones. Robert aprovechó para sentarse en un sillón al lado de Letizia y empezó a hablarle en voz baja, sin perder ocasión de rozar la piel desnuda de su brazo a la menor oportunidad.

Pamela, a su vez, se había sentado junto a Felipe y trataba de acaparar su atención contándole una serie de anécdotas de caza, mientras su madre miraba la incómoda situación con complacencia.
Su hijo era apenas consciente de las respuestas que le daba a la pelirroja; Robert manos largas le estaba poniendo de los nervios.
Por fin, en un momento dado le dijo a Letizia:

— Letizia, cariño, me imagino que debes estar cansada, quizá deberíamos irnos a acostar.

—Tienes razón, Felipe, ha sido un día muy largo, será lo mejor —respondió la joven lanzándole una mirada de agradecimiento.

—¿De verdad nos abandonas ya, preciosa Letizia? No sé si podré soportar esta despedida —Robert alzó la mano femenina y depositó en su palma un húmedo beso, mientras la miraba a los ojos de una manera insinuante.

Felipe apretó los puños y estuvo tentado de estrellar uno de ellos contra su cara, pero con un gran esfuerzo consiguió contenerse.

Letizia se despidió sonriente de todo el mundo, apoyó su mano en el brazo de Felipe y salió de la habitación.

—Dios mío, Felipe, te has portado fatal, creí que me daría un ataque —comentó la joven cuando estuvieron a una distancia prudencial, apretando más su brazo y mirándolo risueña.

—¿Yo? Has sido tú con tus preguntas ingenuas. Me estabas poniendo al borde del abismo —replicó su vecino con fingida indignación. Ella soltó una de sus contagiosas carcajadas y Felipe la miró con afecto.

—Me alegro de que hayas aceptado venir conmigo Letizia.

—Yo también me alegro, Felipe.

Se detuvieron ante la puerta de la habitación de Letizia.

Ella alzó su rostro aún sonriente hacia él y, por un instante, las pupilas de uno quedaron atrapadas en las pupilas del otro y sus respiraciones se volvieron más trabajosas.

El ruido de una puerta al cerrarse de golpe en algún lugar de la casa los arrancó con brusquedad del encantamiento y, algo turbada, letizia se despidió de él:

—Buenas noches, Felipe.

—Buenas noches, Letizia —despacio, su vecino inclinó la cabeza y depositó un delicado beso en la comisura de su boca que envió una ráfaga de chispas a todas sus terminaciones nerviosas.

A pesar de que no la tocaba con ninguna otra parte de su cuerpo, a Letizia le resultó muy difícil apartarse y pasaron unos segundos hasta que, por fin, consiguió dar un paso atrás.
Después entró en su cuarto, cerró la puerta con suavidad y apoyó la frente sobre la madera, jadeante.

Al otro lado, Felipe permanecía de pie, inmóvil, intentando recuperar el ritmo normal de su respiración. Por fin, se pasó una mano por el pelo, despeinándose por completo, y se dirigió lentamente a su habitación. Quizá debería retomar su plan de seducción...

Durante los siguientes días el sol brilló con intensidad y Felipe aprovechó para enseñarle a Letizia los alrededores.
Al mediodía solían dar un paseo a caballo y la joven se vio obligada a reconocer que el lugar donde se enclavaba Hallcourt Abbey era uno de los más espectaculares que había visto en su vida.
La casa estaba situada sobre una colina desde la que se divisaba el mar, cuyo profundo tono azul reflejaba el brillo del cielo primaveral.

Letizia estaba impaciente por empezar a pintar, así que una mañana Felipe la llevó a uno de sus sitios favoritos, al que solía acudir cuando era niño y deseaba escaparse de la mirada vigilante de su preceptor, desde donde el paisaje que alcanzaba la vista cortaba la respiración.

—¡Es tan hermoso! —exclamó Letizia, entusiasmada, mirando los escarpados acantilados y la pequeña playa de arena blanca que se divisaba al fondo.

Felipe observó su pelo castaño agitado por la fuerte brisa, como un estandarte ondeando al viento.
Letizia se había puesto sus vaqueros más viejos, rasgados a la altura de las rodillas, y una camiseta de manga larga descolorida por los lavados pero, como de costumbre, su vecino la encontró perturbadoramente seductora.

—Elige dónde quieres colocarte, aquí quizá el viento te moleste...

—Sí, me molestaría para trabajar. ¿Estás seguro que quieres quedarte, Felipe? Te advierto que cuando empiezo a pintar se me olvida todo lo demás —advirtió Letizia por encima del hombro a Felipe que cargaba con un lienzo mediano y el caballete de madera, mientras ella lo hacía con su caja de pinturas.

—No te preocupes, siempre me ha gustado venir aquí, así aprovecharé la quietud para pensar en nuevos enfoques para la empresa.

Letizia se encogió de hombros y escogió un lugar al resguardo de un grupo de árboles, desde donde la vista era de ensueño.

—Me quedaré aquí —anunció, satisfecha.

—Iré al coche a buscar el resto de las cosas —declaró Felipe, pero Letizia no lo oyó, absorta como estaba en sus preparativos.

El hombre suspiró, presentía que ese día Letizia no le iba a prestar mucha atención, así que regresó al coche que estaba aparcado donde terminaba el camino de arena y sacó la cesta con el picnic que le había encargado a la cocinera.

La playa no quedaba lejos del lugar escogido por Letizia y Felipe aprovechó para poner a enfriar unas botellas en el agua helada del mar.
Cuando terminó, se tumbó sobre el mullido prado cerca de donde Letizia pintaba. Con un hierbajo colgando de la comisura de su boca, el codo doblado y la cabeza apoyada en su mano, Felipe la observó mientras trabajaba; le parecía fascinante el modo que Letizia tenía de concentrarse en su pintura.

Aunque le hizo un par de comentarios, ella tan solo le respondió con un gruñido ausente. Divertido, se limitó a mirar como mezclaba los colores y los extendía con pinceladas seguras por el lienzo inmaculado. Felipe estaba tan relajado, que le era imposible concentrarse en ningún pensamiento relacionado con el trabajo, así que se limitó a dejarse acariciar por el aire salado, mientras aspiraba el olor de la hierba cuajada de flores y disfrutaba de la presencia de Letizia que pintaba ensimismada a pocos metros de él.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz. Más de dos horas después, Letizia se volvió y pareció percatarse por primera vez de la presencia de Felipe.

—¡Dios mío, Felipe! Me temo que he sido horriblemente maleducada. ¿Te has aburrido mucho? —preguntó contemplando la figura masculina sentada sobre la hierba, con los fuertes brazos bronceados que asomaban por las mangas de su polo azul rodeando una de sus largas piernas.

A pesar de ir vestido de manera informal y de su pelo gris revuelto por la brisa marina, seguía teniendo ese toque aristocrático que le distinguía del resto y, una vez más, Letizia no pudo evitar pensar que su vecino era el hombre más atractivo con el que se había cruzado jamás.

Los ojos grises de Felipe relucían al recorrer la melena despeinada de Letizia, su bonito rostro que lucía varias salpicaduras de pintura y su vieja camiseta en la que ahora se podían contar casi tantos colores como el lienzo.

—No me he aburrido ni un poquito. No recuerdo la última vez que me sentí tan a gusto. Además, verte pintar es todo un espectáculo. Letizia se derrumbó a su lado.

—Estoy cansada. Llevo mucho tiempo de pie y cuando pinto, me quedo muy tensa.

—¿Quieres que te dé un masaje?— preguntó su vecino, solícito. La joven le sonrió con picardía.

—No gracias, querido vecino —al ver su expresión de exagerado desencanto soltó una carcajada—. ¿Puede saberse qué llevas en esa cesta tan grande, Caperucita?

—Soy un empresario previsor, así que antes de salir le pedí a la cocinera que nos preparase alguna cosa rica. ¿Tienes hambre?

—¡Estoy famélica!

—Si quieres, vete sacando cosas de la cesta y yo iré a recoger las bebidas que he dejado enfriando.

Ella extendió una manta que encontró dentro de la cesta y sobre ella colocó unos platos de porcelana, dos copas de cristal, los sándwiches y los pasteles.
Al mirar la comida se le hizo la boca agua, por fortuna, en ese momento llegó Felipe con las botellas.

—He traído agua y vino blanco, pero te prometo que es de baja graduación y que no te serviré más de una copa. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, confío en ti.

—¿Seguro? No sé si me gusta esa declaración. Me da la sensación de que me dejas con las manos atadas —protestó su vecino.

—Felipe , no empieces, recuerda que los dos preferimos ser amigos —lo reconvino la joven, divertida, y le sirvió unos cuantos emparedados en su plato.

—Bueno, pero recuerda también que estamos prometidos —respondió Felipe, al tiempo que se abalanzaba hambriento sobre uno de los sándwiches.

—Mejor recuerda tú, que solo es una farsa para embaucar a tu madre y librarte de las terribles garras de la honorable Pamela Atkinson —replicó Letizia, antes de dar un mordisco al suyo.

—Hace tanto tiempo que una mujer no pone sus garras, terribles o no, sobre mí, que no sé si eso me alegra o me entristece —se lamentó Felipe muy serio.

—Pobrecito mío —respondió Letizia, burlona—, pero si eso es lo que quieres puedo anunciar la ruptura de nuestro compromiso y dejarle las manos libres.

—Sabía que aprovecharías cualquier ocasión para intentar quitarte del medio —gruñó el hombretón a su lado.

—Aclaremos la situación de una vez —pidió ella con la boca llena—. ¿Quieres que la bella Pamela ponga sus garras sobre ti, sí o no? Felipe fingió atragantarse:

—¡Cielos no! Solo digo que no me importaría que tus garras se posaran de vez en cuando sobre mí...

—¡Felipe de Borbon,no sigas por ese camino!

—¡Letizia Ortiz, eres una marimandona!

Los dos se miraron y se echaron a reír.

—Prometo que mientras pueda te protegeré —dijo al fin la Letizia cogiendo un pastelillo de limón—, aunque solo sea para agradecerte este maravilloso banquete; está todo riquísimo.

—Sí, la verdad es que Doris es una estupenda cocinera.

Tras la abundante comida, a Letizia le invadió una agradable modorra. Después de meter los restos de comida y los cacharros sucios en la cesta la joven, somnolienta, anunció:

—Creo que dormiré una siesta.

—Muy bien, yo voy a explorar un poco.

Cuando Felipe regresó una hora más tarde de su paseo, se la encontró profundamente dormida sobre la manta.
De repente, le entraron unas tremendas ganas de tumbarse junto a ella y besarla para que abriera los ojos.

La estuvo observando un buen rato, preguntándose por qué demonios la deseaba tanto; había conocido a mujeres bellísimas pero ninguna lo había alterado hasta el punto en que lo hacía Letizia Ortiz.
En ese momento, los párpados de la joven temblaron y abrió los ojos.

—Menuda siesta —dijo desperezándose de forma ostentosa.

—¿Nunca te han dicho que estirarse en público es de mala educación? —preguntó Felipe, severo, aunque sus pupilas grises relucían risueñas.

—Si algún día tengo alguna duda sobre etiqueta y protocolo le avisaré, señor Borbon —respondió Letizia muy digna—. Uf, estoy sudando...

—¿Quieres darte un baño?

—¿Estás loco? El agua debe estar congelada, además, no he traído traje de baño.

—Esta cala es como si fuera privada, solo se puede llegar andando desde muy lejos o en barco, por lo que casi siempre está desierta. Podemos darnos un chapuzón.

—¡Felipe de Borbon! ¿No estarás sugiriendo tú, precisamente, que nos bañemos desnudos?

—¿Qué significa eso de « tú, precisamente »? —preguntó, molesto, imitando el modo en el que la joven había enfatizado las palabras.

Letizia abrió la boca para contestarle, pero él alzó una mano para detenerla y no la dejó seguir—. ¡No respondas! Prefiero no saberlo. Por supuesto que no pretendía que nos bañáramos desnudos —solo de pensarlo notó una repentina excitación—. Podemos bañarnos en ropa interior, yo lo he hecho muchas veces, claro que siempre estaba solo, pero prometo no mirar.

—Desde luego, es el tipo de cosa que haría si estuviera con una amiga sin pensarlo dos veces... —comentó Letizia como si hablara consigo misma, lo cierto es que se sentía pegajosa después de la siesta y la idea de darse un baño en las tranquilas aguas azules le atraía poderosamente.

—Siempre dices que soy tu amigo — Felipe confió en no estar mostrándose demasiado insistente.

—Ya, pero no es lo mismo. Además, una vez confesaste que querías seducirme —le recordó Letizia con sequedad.

—Te doy mi palabra de caballero de que no me aprovecharé de ti —declaró su vecino y levantó la palma de su mano como si acabara de hacer un juramento solemne.

—¿Tu palabra de caballero vale tanto como tu palabra de boy scout? —interrogó la chica, maliciosa.

—¡Caramba, Letizia, eres un ser desconfiado y suspicaz y, para más inri, tienes una buena memoria irritante! —exclamó su vecino, fingiendo indignación.

—La verdad es que me apetece un montón bañarme —confesó la joven mirando anhelante hacia las límpidas aguas.

—Te prometo que me quedaré aquí hasta que estés dentro del agua, luego da un grito y me meteré yo ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Letizia cediendo a la tentación.

HOLI, AQUÍ ESTÁ EL NUEVO CAPÍTULO, ESPERO QUE LO DISFRUTEN Y NO SE OLVIDEN DE COMENTAR Y VOTAR, ME ENCANTAN SUS COMENTARIOS ❤️

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