OCHO

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—Tonterías —replicó él, a pesar de que le castañeteaban los dientes.

—Te quedarás en el sillón —el tono de Lerizia no admitía discusión no admitía discusión.

Una vez más, Felipe se sintió incapaz de contradecirla.

—Te echaré una mano con la ropa —anunció Letizia, resuelta.

Empezó quitándole los brillantes zapatos negros y los calcetines, luego le ayudó a desprenderse de la chaqueta y comenzó a desabotonar su camisa.

Felipe intentó impedírselo sujetándole las manos débilmente, pero la joven se desasió y siguió con su tarea de una forma que a él le pareció completamente impersonal.

le soltó el cinturón, pero cuando notó esos dedos hábiles tratando de desabrochar el botón de su pantalón, la protesta del hombre se hizo más enérgica.

—Tranquilo, tengo tres hermanos mayores. He ayudado a mi madre en innumerables ocasiones a desvestirlos cuando llegaban borrachos a casa.

Felipe observó su rostro, sereno y delicado, enmarcado por las sedosas ondas castañas.

—Yo me los quitaré. No soy un inválido.

—Como quieras —Ella se alejó con discreción, mientras él terminaba de desabrochárselos y se los quitaba con cierta dificultad.

Felipe tomó una suave manta escocesa que descansaba sobre uno de los brazos del sillón y se la echó por encima cubriendo su semidesnudez.

Felipe trajo una almohada, la acomodó bajo su cabeza y lo tapó un poco más con la manta.

—Será mejor que descanses, creo que es lo que más falta te hace en este momento —comentó arrodillada al lado del sillón, mientras le apartaba con suavidad el pelo de la frente.

La delicada caricia le hizo sumergirse en un agradable bienestar, así que cerró los ojos y, al poco tiempo, dormía como un recién nacido.

Más o menos al amanecer, Felipe oyó una suave voz en su oído y unos brazos lo ayudaron a incorporarse un poco, mientras su cabeza descansaba sobre un pecho femenino.

—Abre la boca.

obedeció en el acto y alguien colocó una pastilla en su lengua y le acercó un vaso de agua del que el hombre bebió con avidez.

Después lo ayudó a recostarse de nuevo sobre la almohada, lo tapó bien con la manta y se alejó.

Felipe volvió a dormirse en el acto y cuando despertó, bastante más tarde a juzgar por la luz que entraba por el ventanal, se encontraba muchísimo mejor.

—Parece que ya no tienes fiebre.

Letizia estaba arrodillada a su lado con la mano sobre su frente.Él se incorporó y la examinó con atención.
La joven llevaba el pelo recogido en una coleta, lucía una mancha de pintura en el rostro y unos viejos vaqueros asomaban bajo una bata que alguna vez fue blanca.

A pesar de todo, pensó que era una de las visiones más agradables que había tenido en su vida al despertar. El hombre se pasó una mano por la barbilla, notando, incómodo, la aspereza de su barba matutina y se dijo que debía tener un aspecto lamentable.

—Tengo que ir a casa a ducharme.

—No tan deprisa. Primero tienes que desayunar.

—¡Como te gusta dar órdenes! —protestó Felipe

—Se nota que vuelves a ser tú mismo —comentó Felipe mirándolo, divertida

—. Anoche me obedecías como un tierno corderito.

¿Vecinos? (Adaptación Where stories live. Discover now