Kivi- One shots

By PaCDddd

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Algunos capítulos pueden contener escenas (+18) More

Un shippeo, una conversación y ¿dos parejas?
Inauguración I
Pequeño bachecito I
Inocente o Culpable
Inauguración II
Es por ti
La llamada
El encuentro I
El encuentro II
Volver
Problemas
Tinder
Party
Soy Chiara
Andorra I
Andorra II
Mala costumbre

Pequeño bachecito II

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By PaCDddd

...

Bloqueé el móvil y lo tiré encima de la mesa, sin contestar, incapaz de tener mis ojos pegados a la foto ni un segundo más. Necesitaba darme una ducha. El día acababa de empezar y la distancia que había decidido mantener con la chica, colgaba de un solo hilo.

Afortunadamente, en relación a aquél tema, el día fluyó mejor de lo que pensaba. Directamente, a Chiara, ni la vi. Apenas vi a su padre, el director de hotel, que parecía emplear todo su día en hablar con clientes y dar vueltas supervisando, cerca de la recepción.

Tuvimos una breve conversación con él después de una reunión a pequeña escala, en la que le preguntó a Denna qué tal la habitación y si estaba a gusto. Comimos, dedicamos la tarde a realizar unas actividades formativas en grupo, y llegó la hora de volver a nuestras habitaciones y prepararnos para la cena de despedida.

Aunque la idea de Chiara se había mantenido presente en el fondo de mi mente todo el día, me había podido distraer con mil otras cosas. En aquél momento, sin embargo, y llegada la noche, su imagen empezaba a coger fuerza. Sabía que era el momento del día en que más posibilidades tenía de cruzarme con ella. Además, siendo el final del congreso, todo el mundo se lo iba a tomar con más calma y seguramente las copas se alargarían hasta tarde.

No iba a arriesgarme. Cenaría, me tomaría una copa para despedirme bien de todos mis compañeros, y me encerraría en la habitación. Y de hecho mantuve la intención hasta que llegó la hora de la verdad.

Después de la primera copa, viendo que Chiara no hacía acto de aparición y que la gente estaba muy animada, vino una segunda. Y una tercera. Y luego, vino Chiara.

Fue curioso, porque creí que llevaba todo el día en tensión, intentando evitarla, cuando en realidad, lo que me destensó fue verla sentarse en la barra, una noche más. En aquella ocasión, sin embargo, el bar estaba muchísimo más concurrido que en las noches anteriores.

—Ahí la tienes —indicó Denna, propinándome un codazo.

—Cállate —le ordené, desaprobando fuertemente aquél comentario.

Denna acercó su silla a la mía para poder hablar de una forma más discreta, no era necesario que Martin y el resto de compañeros de mesa se percataran de mis asuntos.

—No me puedo creer que esta chica haya conseguido tenerte comiendo de su mano en tan solo un par de días.

—¿De dónde sacas eso de que como de su mano? —fruncí el ceño, agarrando mi copa con ímpetu y dándole un largo trago.

—Ayer en el baño estabas fuera de sí, y mírate hoy. Te has vestido incluso más impresionante que de costumbre, y te ha cambiado la cara en cuanto la has visto sentarse.

¿Me había vestido mejor que de costumbre? Tal vez había sido de manera inconsciente, simplemente había elegido uno de los muchos vestidos que ya tenía planeados de antemano. Lo de mi expresión al vislumbrar a la morena, en realidad, me lo creía. Denna no era una persona exagerada, ni se inventaría aquello para hacerse la graciosa, cuando ya lo era de manera natural.

Chiara, por su parte, se sentaba en el taburete. Todavía no se había girado para buscarme con su mirada entre la multitud. Y sí, a mí me entraban todos los calores solo viendo la espalda abierta del vestido brillante que llevaba aquella noche.

—Joder. Vale. Puede que me ponga un poco nerviosa. Muy nerviosa, joder —repetí, moviéndome inquieta, en la silla.

Denna cabeceó, divertida.

—¿Ha habido novedades?

—No. Bueno, sí. Me ha mandado una foto esta mañana.

—¿Le diste tu número? —exclamó en voz baja, acercándose todavía más a mí.

—Le di mi tarjeta del trabajo, qué sabía yo.

La rubia se llevó las manos a la cabeza.

—A ver, tía...

—Qué más da. Mañana cojo un avión antes de la hora de comer, no voy a verla nunca más. Bloquearé su número en cuanto me suba al taxi. Y ya está.

—Sí. Porque bloquearla ahora, está prohibido por ley, ¿no?

Miré a mi amiga con desaprobación.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Mira querida, te conozco ya lo suficiente como para saber que no ves el momento de saltar a sus botones. Dices que vas a bloquear su número, que vas a pasar de ella, pero estás aquí, como un cachorrito que quiere atención.

—¡Oye!

—Pero si es verdad, Vio —sonrió ella, conciliadora. —Deja de engañarte que desde que te has visto en esta situación, estás más caliente que un radiador. Y oye, que te entiendo. Viniste a por cobre y has encontrado oro. O platino, diría yo.

Bufé, y acabé por reírme levemente.

—Estoy hecha un lío.

Llevaba muchos años casada, y todavía más en pareja. No era la primera vez que alguien se me insinuaba: sabía que era una mujer atractiva y que se hacía mirar; pero sí que era la primera vez que me sorprendía a mí misma siguiendo el juego y a la vez forzándome a parar con cada fibra de mi cuerpo.

-Lo imagino. ¿Por qué no vas hacia la barra y pides una ronda de más? Luego, si quieres, nos retiramos por hoy.

—¿Quieres que vaya a la barra? —pregunté, incrédula.

—Claro —contestó ella. —Soy tu amiga y quiero pensar también que una persona razonable; con lo cual no te voy a decir que te la lleves a la cama porque eres una mujer casada. Pero eso es algo que tienes que ver tú. Catas el ambiente, y ves si el lío este que dices estar hecha, se deshace o no.

—Está bien —acepté, después de haber dudado un par de segundos.

—Mira. Si no quisieras nada más con ella, te hubieras negado rotundamente.

—¡Almudena! —exclamé molesta, habiendo caído en su jugada. Pero sí, ya estaba en pie y dispuesta a colocarme justo en el pequeño espacio que quedaba a la izquierda de Chiara, poniéndonos a las dos al límite. —Da igual. Voy a ir.

Denna asintió, con una sonrisa de lado. Recorrí los metros que separaban la mesa de la barra, y con toda la naturalidad que pude aparentar, me detuve en el espacio que había visualizado anteriormente. Chiara, que acababa de recibir su bebida, me miró de refilón, sin decir nada. El camarero se me acercó, le pedí otra ronda de copas para Denna, Martin y yo, y me apoyé en la barra, esperando.

—Qué fuerte —arrancó la pelinegra, de repente.

La observé y me la encontré riendo, mirándome con diversión. Llevaba el pelo como la primera noche, suelto y ligeramente ondulado, echado hacia delante para que el escote de su espalda se viera bien. Llevaba un maquillaje a conjunto con el vestido que quitaba el hipo. Su perfume intenso y dulzón, me embriagaba más que cualquier cosa que se pudiera pedir en aquél bar.

—¿Qué fuerte el qué? —pregunté yo.

Chiara me miró, de arriba abajo, sin disimulo. Sonrió y cabeceó, devolviendo sus ojos a su bebida. Había vuelto a pedir aquella copa que parecía sacada de Disneyland.

—Iba a decirte que tienes una cara muy dura. Pero parece que toda tú lo estás, así que la metáfora no me acababa de venir bien.

Empequeñecí los ojos, intentando aparentar que sus manidos piropos no causaban ningún efecto en mí. Porque reconozco que me había soltado frases bastante cutres, además de previsibles; pero es que las decía ella, con aquella voz, con aquella boca... Me podría haber soltado que cuidado con el sol porque los bombones se derriten, y me hubiera parecido la cosa más sexy del mundo.

—Veo que has vuelto al menú infantil —comenté, señalando su bebida con un gesto de cabeza.

—Y tú deberías volver a tu mesa y olvidarme, que estás casada.

Diciendo aquello, cogió su copa y se largó de allí, rodeando la barra y entrando en el hotel a través de sus puertas automáticas. Me quedé a cuadros. A cuadros, a rayitas y a círculos. Lo último que esperaba, y todavía menos, teniendo en cuenta la foto provocativa que había recibido por su parte aquella mañana; era aquél desplante.

Y supongo que fue allí dónde me di cuenta que sí. Que me moría por pasar una noche con ella. Por saber cómo era en la cama, por descubrir si daba lo que prometía dar.

Volví a la mesa con las tres copas y me senté ante la mirada atónita de Denna.

—¿Qué coño ha pasado?

—Que se ha acabado la tontería.

❤️⭐️❤️⭐️

Reconozco que bebí más de lo planeado, lo cual no era una sorpresa. Puedes cometer un pequeño desliz y tomarte tres copas en vez de una. Cuando ya llevas cinco y paras porque todo el mundo se va a dormir, tienes que levantarte a una hora más o menos decente al día siguiente, y vas medio borracha, ya no es una sorpresa. Te has metido allí tú solita.

Me quité los tacones en cuanto crucé la puerta de mi habitación, dejándolos tirados de cualquier forma. Abrí el minibar y saqué una botellita de agua, que por poco me bebo entera de un trago; y salí a fumar al balcón, a ver si me daba el aire y me bajaba un poco la tontería.

Chiara había desaparecido de mi campo visual después de la breve conversación en la barra, dejándome con la sensación de haber dejado escapar un tren que prometía un viaje único. Me sentía muy contrariada. Casi sin poder remediarlo, me encontré abriendo la conversación y pulsando la foto otra vez. La amplié, la alejé, le di la vuelta.

Me estaba poniendo malísima.

Me gustaría decir que fue el alcohol, pero no, fui yo: "Sigo esperando mi americana y mañana me voy, así que no sé qué piensas hacer con ella". Le mandé aquél mensaje y seguí fumando ávidamente, uno detrás de otro.

Era tarde, Chiara se había largado del bar a una hora totalmente moderada, con lo cual seguramente ya estaría durmiendo. Por lo poco que había hablado con su padre, se me había dado a entender que ambos se alojaban en su propio hotel durante la temporada turística, pero quién sabe si la chica habría optado por dormir en su verdadera casa, aquella noche.

Agarré el móvil otra vez, para borrar el mensaje y no dejarme totalmente en ridículo. Hasta el momento, aunque Denna opinara lo contrario, me parecía que había aguantado muy bien la compostura enfrente de la chica. Pero aquél mensaje era cómo un letrero enorme que decía "sube a la suite y fóllame por favor, olvida lo que te dije ayer", con lo cuál lo mejor era que Chiara no lo viera nunca y se quedara con la imagen de la mujer dura que no sucumbió a sus encantos.

Pero los ticks estaban en azul. No había marcha atrás. Había perdido un poco la noción del tiempo, con lo cual comprobé la hora y vi que hacía ya unos diez minutos que la chica lo había leído. Entonces escuché los golpes en la puerta, y un cosquilleo insoportable me invadió. Difícilmente se trataría de Denna. Mucho menos de Martin.

Apagué el cigarrillo en el cenicero y entré en la habitación, ajustando la puerta corredera de cristal que separaba la estancia del balcón. Ya me jodía sentirme de aquella forma; con mis treinta y cinco años de edad y los dos dedos de frente que creía tener. Obviamente, había quedado demostrado que no contaba con ellos.

Caminé descalza hasta abrir la puerta después de respirar profundo un par de veces, y al otro lado me encontré con una Chiara sonriente pero más altiva que nunca. Llevaba puesta la misma indumentaria que antes, incluso su discreto maquillaje seguía intacto. Intentando no fijarme demasiado en su escote ni en su vestimenta, empleé mis ojos en ver si realmente me traía o no la americana.

Y sí: en su mano izquierda, la sujetaba doblada y envuelta en papel de seda, lo cual me indicó que, seguramente, la prenda había pasado por la lavandería del hotel.

—Aquí la tienes —aquellas fueron sus palabras, aunque en sus ojos se veía reflejada la victoria. Y no me extrañaba. Fuera por lo que fuera, eran las tres y poco de la madrugada y allí estaba ella, radiante como siempre, a un paso de entrar en mi habitación. —¿Por qué me miras así? —preguntó, disfrutando con la situación. —No te creas que me estás haciendo un favor, porque el favor te...

Tiré de ella pegándola contra mi cuerpo sin que nada más me importara. La americana, con el papel y todo, acabó en el suelo, y no la pisamos al cerrar la puerta porque Dios no quiso. Mis manos recorrieron toda la piel expuesta de su espalda, mientras que las suyas se habían aferrado a mi cuello y acariciaban mi nuca de una forma dulce que contrastaba con los besos acelerados en los que estábamos inmersas. Parecía que no éramos capaces de contenernos y besarnos de una forma normal. Si la escenita en el baño de la noche anterior ya me había parecido salvaje, la que estábamos protagonizando en mi habitación era un safari de día entero.

Nuestras bocas no se acariciaban: chocaban. Nuestras lenguas iban locas, cómo enfrentándose en un pulso que ambas queríamos ganar. Chiara tenía claro hacia dónde íbamos, porque aunque me gustaría pensar que era yo quién la dirigía, era ella la que iba dando pasos hasta que llegamos a la cama y, sin pensarlo ni separar nuestras bocas, me empujó para que me tumbara en ella.

Por fin, después de todo el estira y afloja, tenía a la morena encima de mi cuerpo. Entre beso y beso, fui bajando los tirantes de su vestido y la prenda entera hasta quitársela, tarea en la que ella también colaboró. No llevaba sujetador, lo cual agradecí porque no podía aguantar ni un segundo más sin probar alguna parte de su piel que no fuera su rostro. Primero los acaricié y luego me lancé a por ellos, devorándolos mientras Chiara dejaba escapar algún que otro suspiro.

Me detuvo para darme la vuelta y bajar la cremallera de mi vestido hasta poder quitármelo por completo. Yo tampoco llevaba sujetador, así que sus manos fueron directas de la misma forma que lo habían hecho las mías.

Estuvimos unos segundos luchando por el control, entre caricias, besos, mordiscos, manos que apartaban o sujetaban a las de la otra... Como si en vez del baile del amor estuviéramos protagonizando un combate coreografiado. Se notaba la pelea de egos en el aire, pero si algo, todavía hacía la situación más excitante. Finalmente, y porque yo tenía más fuerza que ella, conseguí darle la vuelta y sostenerla de rodillas encima de la cama. Pegué mi pecho a su espalda, y noté nuestros cuerpos tan calientes que creí que íbamos a estallar en cualquier momento.

Ni siquiera me molesté en quitarle el tanga. Tiré de su pelo hacia atrás, garantizándome un libre acceso a su cuello, mientras que ella jadeaba sorprendida; y a la vez que empezaba a mordisquearlo suavemente, colé dos dedos en su interior, sin previo aviso, apartando la pequeña prenda de encaje lo justo para poder hacer aquello.

Chiara emitió un gemido gutural, salido de lo más profundo, en cuando me sintió en su interior. Yo misma pude notar la humedad creciente en mi ropa interior mientras que liberaba su pelo para poder masajear uno de sus pechos con fuerza. No podía separar ni mis labios ni mis dientes de la suave piel de su cuello.

—My goodness... —gimoteaba ella, con la voz tomada.

Movía las caderas encima de mi mano, de tal forma que casi que se me hacía difícil a mí seguir llevando el ritmo. La chica era insaciable. Empecé a estimular su clítoris con mi pulgar, haciendo que su respiración errática se convirtiera en algo todavía más caótico. Uno de sus brazos se fue hacia atrás, agarrándose a mi cuello.

—Si crees que me voy a correr solo con eso... Lo llevas claro —susurró entre jadeos.

Me encendió como nunca en la vida. Obviamente mentía. Sabía que me iban a bastar unos pocos segundos para conseguir que la chica se corriera en mis manos, pero, ¿qué satisfacción me iba a dar eso? Chiara tenía ganas de jugar, y yo era la MVP en aquella liga.

—No sabes lo que dices —contesté, retirando lentamente mis dedos de su cuerpo.

Me moví hacia atrás, dejándola caer a ella hacia adelante en la cama. Su cara se apoyó en el colchón unos segundos, antes de recomponerse, incorporarse quedando otra vez de rodillas, y girar su cabeza para observarme. Menudo espectáculo de mujer. Tenía el pelo alborotado de la forma más sexy posible, las mejillas encendidas, la boca entreabierta y las piernas temblorosas. Me miró con indignación, cómo preguntándose por qué había dejado de tocarla de un momento para otro.

—Así desde luego que no me voy a correr.

Sonreí laderamente mientras me acomodaba contra el cabezal de la cama. Tal y como esperaba, la morena no tardó en gatear hacia mí y agarrarme la cara con fuerza, haciendo que nuestras bocas chocaran la una con la otra. Su lengua impaciente invadió todo espacio imaginable y yo me defendió muy dignamente. Mis manos se fueron a sus nalgas, apretándola contra mi cuerpo de forma que quedó sentada encima de mí y nuestros sexos se rozaron levemente, cubiertos todavía por nuestra escasa ropa interior. Chiara se aferraba con tanta fuerza a las raíces de mi pelo que temí por su supervivencia.

Le retiré el tanga como pude y ella hizo lo mismo, volviéndonos a encontrar en la misma posición. Nuestros jadeos se entremezclaban mientras nos rozábamos la una con la otra. A ratos nos besábamos, otros simplemente pegábamos nuestras frentes mientras sus uñas se clavaban en mi espalda y mis manos recorrían sus costados incansablemente.

Deseando que la chica se tuviera que tragar sus palabras, deslicé una mano entre nuestros cuerpos, yendo a estimularla de manera total y directa. Entre tanto roce, el cuerpo de Chiara empezó a temblar. Miré atentamente su pecho subiendo y bajando de manera acelerada, su rostro algo sudado y sus ojos entrecerrándose. Acabó por romperse entre espasmos y arañazos que sin duda la mañana siguiente iba a lamentar; y se dejó caer completamente encima de mí, quedando las dos apoyadas contra el cabezal, y Chiara recostada en mi pecho.

Aparté unos mechones de pelo que habían quedado encima de su cara para poder observarla desde aquella distancia tan corta. Chiara respiraba con dificultad, llenando sus pulmones a bocanadas. Sin embargo, tenía una expresión de satisfacción total en su rostro.

—Joder —hizo, en un tono más alto del que me esperaba dado su cansancio.

Levantó su cabeza y me miró, y yo no pude evitar tirar de ella y sentármela encima otra vez. Me alucinaba la forma en la que podía moverla en la cama. Era una mezcla entre no pesar nada y una voluntad increíble de dejarse llevar por mí. Sus pezones duros chocaron contra los míos y nuestras lenguas volvieron a enredarse.

Poco a poco, pero de forma constante, le di a entender a Chiara lo que quería. Separé mi boca de la suya y eché el cuello hacia atrás, con lo que la pelinegra captó la indirecta y empezó a besar mi cuello, alternando pequeños mordiscos y lametazos.

—¿Puedo dejar marcas? —preguntó.

—Haz lo que te dé la gana —contesté, sin pensarlo mucho, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás.

Chiara se lo tomaría como un "sí" en letras mayúsculas, porque enseguida notó sus dientes y su lengua aspirar con toda la intención. Empujé su cabeza hacia abajo, y ella misma descendió, mordiendo mi clavícula suavemente, y dejando un camino de besos húmedos hasta llegar a mi pecho.

La dinámica fue la misma: su lengua, sus labios y sus dientes recorriendo cada milímetro de mi piel, deteniéndose de más en mis pezones, mordiéndolos con suavidad y haciéndome perder el juicio. Sus manos se aferraban a mi cuerpo, ejerciendo presión con sus pulgares en mis caderas. Aunque mi cuerpo me pedía echarme hacia atrás y cerrar los ojos, no quería desperdiciar ni un segundo de lo que Chiara tuviera que ofrecerme, con lo que no apartaba mi vista de los movimientos de la morena.

Empujé su cabeza un poco más, dándole a entender lo que quería, otra vez. Chiara levantó sus ojos unos segundos, encontrándose con los míos. Sonrió lascivamente antes de dejar un camino húmedo de mis pechos a mi ombligo, y seguir bajando hasta abrirme las piernas y acomodarse entre ellas.

Su dedo me recorrió superficialmente, obligándome a dar un leve brinco involuntario en el colchón. Soltó una risa leve antes de hundir su rostro entre mis pliegues y besar mi sexo como si de mi boca se tratara.

Mi mente estaba totalmente en blanco: fuera de aquellas habitación de hotel, se podía estar viniendo todo abajo, que yo solo era consciente de las sensaciones que ella me provocaba. Mis manos se aferraron a su pelo, tirando de él con fuerza en más de una ocasión, ganándome a cambio algún que otro pellizco en el muslo por su parte, molesta ante los tirones.

Su lengua me recorría entera, a veces de arriba a abajo, a veces en lametazos que no sabía ni por dónde llegaban. Notaba sus labios en varias ocasiones, y también noté su dedo, tantendo mi entrada y envistiéndome levemente de vez en cuando. Me obligué a mirarla cada vez que me veía con fuerzas como para abrir los ojos, porque a pesar de todo, era consciente de que algo así no podía repetirse nunca jamás.

Cuando estallé, lo hice a lo grande. No pude mantener los ojos abiertos, y a saber qué obscenidades llegué a mascullar en aquél momento, pero algo me dice que a Chiara no le molestó en absoluto. Cuando abrí los ojos la vi subiendo por encima de mi cuerpo, hasta llegar a mi altura en la cama, limpiándose el mentón con el dorso de la mano.

Entonces se despegó de mí y se tumbó a mi lado, pasando un brazo por mis caderas y mirándome fijamente. Yo incliné mi cabeza, sin dejar de observarla.

—Después de un polvo así, necesito fumar —pronuncié con la voz tomada, después de un rato en silencio.

Chiara sonrió divertida, y se apartó un poco de mi cuerpo. Yo me puse en pie y ella me sorprendió arrancando la sábana entera para usarla como vestido.

—Ahí dentro hay toallas —fruncí el ceño, señalando hacia el baño.

La joven se encogió de hombros y salió al balcón antes de que yo pudiera hacerlo. Nos sentamos en las sillas y miramos hacia el mar. En el hotel solo estaban encendidas las luces exteriores y de emergencia, pero el bar estaba vacío y cerrado desde hacía un buen rato. Lo único que había a nuestro alrededor, era paz.

—¿Fumas? —pregunté, acercándole el paquete.

—Solo a veces —contestó ella, deslizándolo de vuelta sin coger ningún cigarrillo.

Otra vez en mis manos, saqué uno y lo encendí. Todavía me notaba el cuerpo arder y a la vez sentía que con solo ver a Chiara envuelta en aquella sábana se me podía volver a erizar toda la piel.

—¿Por qué yo? —pregunté, soltando el humo.

Creí que tendría que especificar más, pero Chiara pareció pillarlo al vuelo.

—No sé, me gustaste desde que te vi.

—¿Eso es lo que sueles hacer? ¿Ver a mujeres y no parar hasta conseguir llevártelas a la cama?

Ella se encogió de hombros y luego sonrió coqueta.

—Normalmente sí. Aunque puede que contigo me haya empleado un poco más a fondo.

—Ya...

¿Conmigo había tenido que emplearse? Madre mía, si tal y como decía Denna, me había tenido babeando por ella desde el primer momento. Chiara sonrió y se levantó de repente. Dejó caer la sábana en el suelo del balcón, convirtiendo su cuerpo en un imán para mis ojos.

—Te espero dentro para cuando acabes —soltó, guiñándome un ojo.

Me quedé unos segundos sola, acompañada por las luces del puerto y la oscuridad de la noche. Apagué el cigarrillo en el cenicero y volví al interior.

—¿A qué esperas, exactamente?

—Si es por una noche —hizo, sentándose en la cama sin perder aquella sonrisa malévola. —Más vale que valga la pena.

❤️⭐️❤️⭐️

Cuando me desperté, Chiara ya no estaba. Era algo que esperaba, a decir verdad. Como un pacto no verbal que habíamos acordado de alguna forma. Si levantarme ya fue duro, tenerla al lado no hubiera ayudado en nada. Seguramente habría perdido el vuelo y hubiera sido cien por cien su culpa. Había perdido la americana y la cabeza, no necesitaba perder nada más.

Si miraba hacia atrás, solo veía el cuerpo de Chiara enredado con el mío. Todavía podía oler su aroma en las sábanas, en mi pelo, en mi piel. No haría mucho rato de su partida. De hecho, la última vez que la había escuchado gemir contra mi oído, el sol ya estaba saliendo.

Me levanté de la cama con la intención de darme una ducha, recogiendo la americana blanca del suelo y dejándola encima de un sillón. Casi que prefería que se la hubiera quedado ella. Me veía incapaz de meter en la maleta una prenda que pertenecía a mi mujer, que había usado Chiara, y que me había servido de excusa para meterla en mi cama.

Iba a decirle que me la habían perdido en el hotel.

Desnuda enfrente del espejo, antes de meterme en la ducha y dejar que el agua lavara los pecados de la noche pasada, conté cinco chupetones y varios arañazos. Me haría falta mucho maquillaje y varias excusas para poder mantener aquél secreto a salvo.

—¿Se puede saber dónde coño tenías el móvil? —preguntó un Alex mosqueado, al otro lado de la línea.

Me acababa de montar en el taxi, camino al aeropuerto, después de haberme despedido de Martin y de una Denna a quién le había detallado la aventura de aquella noche durante el desayuno.

—Lo siento, necesitaba descansar después de las charlas somníferas a las que he tenido que asistir todo el puto fin de semana.

—A mí no me engañas, Hódar. Esta voz relajada... Te has portato mal, ¿verdad?

—Yo creo que he estado excepcionalmente bien. Eso sí, si me quieres de verdad, al próximo congreso será mejor que vayas tú.

—Ya, seguro...

La conversación fue breve, nos lanzamos nuestras pullitas habituales y reconocimos las ganas que teníamos de vernos el lunes.

Cuando salté del taxi decidí que a Alex le iba a contar toda la historia, e iba a alucinar tanto, como lo hice yo en cuanto leí el mensaje que acababa de aparecer como notificación en mi pantalla: "La gobernadora me ha dicho que han encontrado la famosa americana en la habitación. Será que al final lo que más te interesaba no era recuperarla... Si vuelves a la isla espero que me llames, aunque solo sea por una noche. "Feliz vuelta a la península Vio".

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Segunda parte, ¿opiniones?
Gracia por leer y si queréis más no os olvidéis de darle a la estrellita ⭐️

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