Vidas Cruzadas El ciclo. #4 E...

Par AbbyCon2B

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En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes... Plus

Nota de la autora.
Recapitulando.
A saber para la historia.
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ACLARACIÓN SOBRE LA MONEDA (+bonus)
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RECORDATORIO.
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Par AbbyCon2B

META: 601 comentarios.

Espero que les guste el capítulo. 

Love u all 💕

01 de agosto 1897.
Spitalfields, Londres.

El sol de las mañanas no llegaba a alcanzar su apartamento por el edificio que tenían junto a su ventana y que lo bloqueaba, por lo tanto, incluso aunque el reloj ya empezaba a marcar las ocho, la penumbra en la habitación hacía que parecieran tan solo las cinco.

Roland fue el primero en despertar como de costumbre sin necesidad de que nadie lo llamara y se frotó los ojos con su mano libre y miró a su lado, hacia Peter.

Se habían movido en algún momento de la noche, pero seguían abrazados. De hecho, Peter estaba recostado contra su pecho, extendiendo un brazo sobre su abdomen y Roland tenía el suyo atrapado debajo de su cabeza para que lo usara de almohada.

Sonrió sin poder evitarlo y estudió su rostro dormido. Despertar nunca había sido tan agradable y, sin embargo, era también aterrador, porque no debía sentirse tan cómodo a su lado o dejar que su mente confundiera las cosas y creara ideas y sueños que no podía consentir.

Se apartó con cuidado de no despertarlo para poder dejar la cama y tuvo que moverse lentamente para trepar sobre su cuerpo sin tocarlo y alcanzar a ponerse de pie. Debía estar cansado o tener el sueño profundo, porque Peter no despertó y tan solo se giró en el lugar para seguir durmiendo.

Lo cubrió con las mantas y revisó la hora en el reloj de bolsillo que había sobre la mesa. Todavía no eran las ocho, así que supuso podía dejarlo dormir otro rato en lo que él iba hacia la letrina a hacer sus necesidades y preparaba algo para el desayuno.

Se puso su ropa antes de dejar la casa, su pantalón de vestir por encima de sus pantaletas blancas, una camisa y su chaleco gastado y al cual se le salió un botón mientras lo abrochaba. Maldijo, lo dejó en la mesa para coserlo más tarde y se calzó sus zapatos de camino a la puerta.

El edificio estaba silencioso cuando asomó al corredor y se detuvo a cerrar a su espalda sin trancar. Bajó las escaleras, con el ruido de la madera como su único compañero y cuando asomó a la calle, la encontró bastante tranquila, aunque ya fueran a dar las ocho.

Los domingos eran así incluso en Londres, supuso mientras recorría el callejón hasta la letrina y estudiaba el entorno. Algunos mendigos seguían durmiendo en las calles, la mayoría de las casas y apartamentos todavía tenían todas sus cortinas cerradas y nadie despertaba hasta las ocho o las nueve, para asistir a misa a las diez y descansar el resto del día.

Le alegró que no hubiera ninguna fila para usar la letrina y pudo entrar y salir rápido y regresarse a la casa caminando cuando ya habían dado las ocho y comenzaba a notarse un poco más de movimiento en los alrededores.

Subió las escaleras de regreso a su apartamento y estaba por entrar para preparar el desayuno, cuando la puerta del apartamento de Sunny se abrió y ella asomó bostezando y vistiendo un simple vestido azul y su abundante melena pelirroja recogida en un rodete alborotado.

—Buenos días, señor Josey.

—Buenos días, señorita Sunny.

—¿Vendrá usted y el señor Eades a misa esta mañana? Podríamos sentarnos juntos en el salón.

—No soñaría con perdérmelo, así que allí estaremos. ¿A las diez, correcto?

Sunny asintió y se despidió para irse hacia la letrina y desapareció por las escaleras.

Él entró en la casa y sonrió al ver que Peter seguía dormido. No le sorprendía que estuviera cansado, había sido una larga semana y con mucho por lo que estresarse y todavía les quedaban más vueltas que dar hasta estar completamente instalados en la ciudad.

Se decidió a preparar el desayuno y comenzó agregando algunos leños a la cocina de hierro y un par de carbones para que ardiera más rápido, pero sin gastar demasiado. Necesitaba que los carbones y la leña le durara al menos una semana si querían ahorrar. 

Colocó una olla con agua para que hirviera y mientras esperaba, se sentó en la silla junto a la mesa con dos manzanas y empezó a pelarlas para preparar una compota con la que acompañar la avena que haría para el desayuno.

Todo estaba silencioso mientras cocinaba y solo se escuchaba la cuchilla, deslizándose entre la piel de la manzana y la respiración de Peter en la cama o como la base de alambres rebotaba cuando giraba dormido para acomodarse.

Lo observó un par de veces, reprimiendo una sonrisa cada vez y terminó odiándose a sí mismo por lo mucho que le gustaba estar en ese apartamento con él y lo difícil que era no verlo y pensar en lo guapo que era.

Si no podía controlarse y Peter resultaba solo una tentación más en su camino, lo mejor sería mudarse por su cuenta y poner distancia, al menos de esa forma se ahorraba problemas y tentaciones indeseadas, pero no se creía capaz de abandonarlo de esa forma cuando podía jurar que él lo necesitaba. Quizás no era indispensable, pero su presencia debía servir de algo o eso esperaba y si lo dejaba solo en esa ciudad y las cosas se le complicaban y no tenía a quién acudir...No podía hacerle eso después de lo mucho que Peter lo había ayudado sin siquiera conocerlo.

Lo correcto era que aprendiera a controlarse en su compañía e ignorara lo que sentía. Era lo más inteligente también, porque, aunque le gustara demasiado, Peter no sentía lo mismo y seducirlo no era una opción. Solo terminaría por exponer su naturaleza desviada (esa que tanto odiaba) y arruinaría una posible gran amistad que quería conservar.

Agregó la avena al agua y la leche que había estado hirviendo por unos minutos, lo revolvió bien y mantuvo su atención en esta, para revolver constantemente para que no se quemara en lo que preparaba la compota de manzana en la sartén.

Sirvió la avena en el único plato que tenían, le colocó la compota de manzana por encima, decorándolo un poco y después de tostar dos rodajas de pan para ambos y dejar todo en la mesa, decidió que ya era un buen momento para despertar a Peter e irse a misa. 

—¿Señor Eades? Despierte, señor, Debemos ir a misa.

Peter se removió en la cama, todavía con sus ojos cerrados y los frotó un momento antes de empezar a abrirlos.

—¿Qué?

—Debemos ir a misa —repitió y se sentó a su lado en el borde de la cama—. ¿Durmió bien?

—Uhm...Sí...—. Se estiró, bostezando y cuando se acomodó de lado en posición fetal, cerró los ojos como si fuera a seguir durmiendo—. ¿Qué hora es?

—Van a dar las nueve y misa empieza a las diez, así que será mejor se levante si no quiere llegar tarde.

—¿Misa? —repitió y enterró el rostro en la almohada, soltando un gruñido—. ¿Iremos a misa?

—Por supuesto. ¿Usted no pensaba ir?

—Pues no, esperaba escaparme de ese tormento ahora que no están mis padres.

Roland lo miró con el ceño fruncido y cierto terror en sus ojos y se inclinó un poco más cerca, bajando su voz para hablarle.

—¿Es usted ateo, señor Eades?

—No, simplemente me aburre ir a misa, especialmente cuando estoy dormido —. Se giró para sentarse y Roland se enderezó con él y lo miró a los ojos—. Pero iré si usted quiere y luego podremos hacer los mandados.

—¿Hoy domingo? Tendrá suerte si encuentra algo abierto.

—Ah, cierto...Pues entonces mañana haremos los mandados y hoy descansamos.

De todas formas, necesitaba un descanso, habían estado caminando y moviéndose sin parar desde que habían llegado al país y, por lo tanto, pasar un día en la casa, acostado, leyendo un libro o incluso durmiendo, no sonaba tan malo.

Roland no tenía la misma idea de "descansar" que Peter, para él, el domingo sería un excelente día para aprovechar a conocer a más vecinos y hacer nuevas amistades.

Dejó la cama para aprontarse y el aroma de la compota de manzana estuvo tentando su estómago durante todo el tiempo. No podía comer antes de la misa, porque debían ir en ayuno, pero él habría preferido disfrutar de esa avena que se veía deliciosa y entonces quizás habría estado de mejor humor para enfrentar la ceremonia. 

Bostezó, se puso su sombrero antes de dejar la casa y dejó que Roland guiara el camino. 

Estaban a solo unas cuadras de la iglesia frente al Ten Bells, en la enorme avenida que atravesaba Spitalfields en dirección a los puertos de Londres y a esas horas, en las que comenzaba misa, había una gran multitud agrupándose en la calle.

La iglesia tenía espacio para 1300 personas y cada uno de esos asientos quedaba ocupado una vez todo el mundo llegaba al lugar. Había un enorme salón con el altar al otro extremo de la entrada y una fila de bancos de madera enfrentándolo. La tarima donde el Reverendo comenzaba la misa estaba frente al altar de Jesús y tenía un atril para apoyar la biblia y su guion para el sermón de ese día.

Peter buscó la mano de Roland para no perderlo entre la multitud y lo aferró con firmeza, dejando que lo guiara entre todos los bancos vacíos hacia donde estaba Sunny, esperando por ellos en una de las filas más cercanas al altar.

—¡Aquí! —llamó ella y alzó su brazo para hacerse notar entre toda la comunidad—. Les he guardado un lugar a mi lado...Vengan, vengan.

Avanzaron de lado entre los bancos hasta llegar a ella y Roland la saludó levantándose el sombrero y saludó también a los dos hombres que la acompañaban; su hermano mayor, Herbert Primmer de veintiocho años y el menor, Michael Primmer de trece. Sunny era la del medio, con veintitrés años y mayor que ellos, aunque no lo aparentara demasiado.

Llevaba el mismo vestido azul que Roland le había visto al volver de la letrina, pero esta vez, su cabello estaba pulcramente recogido en un rodete trenzado y traía un velo de encaje blanco que cubría su cabeza y caía sobre sus hombros y su espalda. Todas las mujeres iban de velos y los hombres se quitaban el sombrero al entrar, muchos se arrodillaban en la puerta para santiguarse y otros lo hacían en el banco después de sentarse.

Peter dejó su sombrero sobre sus piernas, se santiguó al igual que Roland, bajando la cabeza ante el altar de Jesús y luego tomó el folleto con todos los himnos de misa y esperó en silencio.

Dentro de la iglesia el ambiente era tranquilo y comunitario, nadie gritaba o armaba un alboroto, ni siquiera los niños y todo el mundo se concentraba en buscar su asiento y esperar pacientemente a que todos terminaran de llegar para que el Reverendo pudiera dar inicio a la ceremonia.

En White Oak solía ser igual, aunque con mucha menos gente y, aun así, a Peter nunca le había gustado ir a la iglesia. Lo había resentido desde que era pequeño y su madre lo obligaba a quedarse sentado en silencio por una hora completa, escuchando un discurso del Reverendo sobre el cual no entendía nada y ahora, siendo ya un hombre joven, todavía le guardaba ese resentimiento e incomodidad.

Estudió el entorno y frunció el ceño cuando notó como un par de niños saludaban efusivamente hacia Roland, yendo de la mano de sus padres e intentando contener el impulso de correr a hablarle. Roland los saludó de regreso, sonriéndoles y Peter lo miró.

—¿Cómo es que ya conoce a tanta gente? —inquirió en voz baja—. Llegamos ayer.

—Me tomé mi tiempo de conocer a los vecinos cuando fui a hacer las compras y mientras usted recuperaba nuestras cosas en la taberna —. Sonrió a una mujer que pasó junto a ellos y se enderezó para estrechar su mano— Buenos días, señora Russell, se ve encantadora esta mañana.

—Oh, Josey, es usted un pícaro —rio la mujer y agitó su mano sonrojada, antes de sentarse en el banco frente a ellos, dándoles la espalda.

Roland mantuvo su sonrisa hasta encontrar la mirada confundida de Peter.

—¿Qué? No estaba coqueteándole si eso cree, además es casada. 

—No pensaba eso...Tan solo sigo sin entender cómo es que todo el barrio ya lo conoce.

—Pero acabo de decirle.

—Me fui solo un par de horas, señor Josey, es imposible que lograra presentarse ante todo el barrio en ese tiempo.

—Oh, le sorprendería —rio y se acomodó en el banco, dejando su sombrero sobre una pierna—. Conocer personas es fácil y me gusta charlar. Además, no es todo el barrio, hay mucha gente aquí que todavía no conozco.

Peter no conocía a nadie, excepto a Sunny junto a ellos, aunque solo había intercambiado un par de palabras con ella, así que tampoco podía decir que supiera mucho. De hecho, Roland ya parecía conocerla más que él, pues empezaron a hablar en voz baja y lo escuchó preguntarle sobre su trabajo. Ni siquiera sabía que ella tuviera trabajo.

Estudió el entorno, intentando no pensarlo demasiado y frotó sus manos en su pantalón para limpiar el sudor. Socializar nunca había sido su mejor cualidad, pero era incluso más difícil en ese entorno donde no encajaba por completo. Al menos con la clase alta sabía las reglas y formalidades que debía seguir, pero ninguna de esas aplicaba de la misma forma entre los pobres.

Se puso de pie como todo el mundo cuando el Reverendo se unió a ellos para empezar la ceremonia y por la siguiente hora y media solo estuvo intentando no quedarse dormido para que Roland no lo regañara.

La mayor parte era aburrida, leer la biblia no le interesaba, porque ya se la sabía de memoria de haber pasado toda su infancia leyéndola y las canciones eran la única parte interesante, pero duraban muy poco para su gusto.

Tan solo cuando empezó el sermón del Reverendo Urry se interesó en la ceremonia y en escuchar con atención, porque por algún motivo, ya fuera casualidad o su impresión, las palabras parecían resonar en él.

— Queridos hermanos y hermanas, al reunirnos hoy aquí en este espacio sagrado, detengámonos a reflexionar sobre los profundos misterios de nuestra fe. Porque en este momento, no somos meros individuos reunidos en una iglesia; somos una comunidad unida en nuestra devoción a las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo. En el Evangelio de hoy, se nos recuerdan las palabras de nuestro Salvador, que proclamó: "Dichosos son los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos." Estas palabras, pronunciadas con autoridad divina, nos desafían a examinar nuestra propia vida y los valores que apreciamos. En medio de la pobreza y las penurias que pueden rodearnos, es fácil desanimarse y desalentarse. Sin embargo, es precisamente en estos momentos de lucha cuando estamos llamados a abrazar las Bienaventuranzas y encontrar esperanza en la promesa del Reino de Dios.

» Porque no es la riqueza o el poder lo que define en última instancia nuestro valor a los ojos de Dios, sino la pureza de nuestros corazones y la profundidad de nuestra compasión por los demás. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a encarnar las Bienaventuranzas en nuestra vida cotidiana, a ser una fuente de luz y esperanza en medio de la oscuridad y la desesperación. Recordemos que la verdadera grandeza no reside en la acumulación de riquezas o en el éxito mundano, sino en el servicio humilde a los demás y en la voluntad de compartir sus cargas...

Dejó de escuchar en algún momento, cuando se sumergió demasiado en sus pensamientos y sonrió al pensar en su madre y lo que diría si lo viera en esos momentos; atendiendo a misa por su cuenta. Seguramente estaría orgullosa y mientras repasaba las palabras del Reverendo, observó a los presentes y sintió como el vacío en su interior continuaba creciendo como llevaba haciéndolo desde hacía ya varios días.

Ya no podía negar que se arrepentía de haber dejado su casa en White Oak, pero tampoco podía admitirlo en voz alta, porque 1) no tenía a quién contárselo o con quién desahogarse y 2) decirlo en voz alta solo haría que fuera más difícil de ignorar, aunque fuera una realidad.

En su momento irse había sonado como una buena idea, pero solo porque había estado imaginando una vida que no se parecía en nada a su realidad. La pobreza como la había visualizado, parecía una utopía comparada con las cosas que había visto en los últimos días y el basurero en el que debía dormir todas las noches y aunque estaba intentando ser agradecido por lo que tenía, porque sabía que podía ser peor, no le estaba yendo muy bien.

No cuando sabía lo que podría tener y lo que ya había tenido y que había abandonado.

Regresó en sí para la oración que seguía al sermón y cuando todos empezaron a armar una fila para la comunión, dejó el banco para unirse a los demás y se buscó un lugar entre las personas.

Recibiría su pan y vino y se iría a la casa a comer y dormir, porque no podía progresar con los mandados si todo estaba cerrado y de todas formas no estaba de ánimo. No sabía si tenía sueño o solo estaba deprimido, pero quería acostarse y no levantarse nunca más.

Miró a su alrededor para buscar por Roland cuando lo perdió entre la multitud y por un segundo empezó a entrar en pánico. No era como que no pudieran volver a encontrarse, pues lo vería en la casa, pero, de todas formas, no le gustaba separarse de él cuando estaba rodeado por tantas personas desconocidas.

Notó a Sunny, haciendo la fila detrás de él y se hizo a un lado para dejarla pasar primera y empezó a recorrer la fila en dirección contraria, hacia la salida, intentando encontrar la melena dorada de Roland entre la multitud. No debía ser difícil, pues la mayoría de las cabezas eran castañas y el rubio como oro tan intenso de su cabello destacaría, pero cuando lo vio, no fue por su cabello, sino porque estaba en una zona donde no había mucha gente, charlando con otros hombres, mientras esperaba con el sombrero en sus manos unidas en la espalda, a que Peter terminara con la comunión.

Se acercó a él y sujetó su brazo con miedo de volver a perderlo.

—Pensé no lo encontraría entre toda esta gente.

—¿Y qué me iría sin usted? —rio y bajó la mirada hacia sus ojos—. Eso nunca, señor. ¿Ya tomó la comunión?

—No, esperaba viniera conmigo.

—Oh, yo no hago eso, señor.

Se giró para mirarlo cuando no logró hacerlo caminar hacia el reverendo y arrugó la frente, confundido.

—¿Por qué no?

Se encogió de hombros, con una sonrisa forzada e incluso en esos momentos, donde sus ojos parecían estar ocultando un dolor que pesaba en sus hombros desde hacía ya varios años, seguía viéndose hermoso y repleto de vida.

—Simplemente no soy digno.

—¿Qué? —. Se rio sin poder evitarlo y alzó los hombros. Todavía seguía sujetando su brazo sin darse cuenta y no había razón en el mundo por la que quisiera soltarlo—. Nadie es digno, señor Josey, pero ese es justamente el punto de recibir la comunión. Limpiará sus pecados y recibirá al Señor en su alma.

Negó, desviando la mirada un momento y y tragó con dificultad.

—Mis pecados no pueden ser limpiados, señor Eades. Pero, por favor, vaya usted y lo esperaré aquí.

Se negaba a ir por su cuenta cuando era la primera vez que tomaba la comunión en otra iglesia que no fuera de White Oak y solo había asistido a misa para acompañarlo, pero cuando no logró moverlo del lugar para arrastrarlo hacia la fila, se dio por vencido y señaló hacia la salida.

—Volvamos a la casa entonces.

—No. Usted debe tomar la comunión —señaló e hizo un gesto con su cabeza hacia el Reverendo—. Vaya.

—No sin usted, no la tomaré.

—No sea terco y vaya.

—No —zanjó y se abrochó la chaqueta de su traje sin darle mucha más importancia a la conversación—. Si usted no es digno, entonces yo tampoco...He pecado muchas veces y ya no tiene sentido pedir perdón cuando volveré a hace...

—No hable así —espetó y Peter alzó la cabeza para enfrentar su mirada.

—¿Por qué? Usted acaba de decir algo no muy distinto.

—Pero porque tengo razón, no me conoce y no sabe los pecados que he cometido, pero usted...

—Tampoco me conoce —espetó y Roland cerró la boca cuando tuvo que darle la razón—. Podría ser un criminal...Un asesino incluso.

Se rio sin poder evitarlo y sonrió de lado con burla.

—¿Usted? ¿Un asesino? Por favor, pero si tiene la carita más tierna que jamás he visto.

Peter le apartó la mano de un manotazo cuando intentó pellizcarle la mejilla como si fuera un niño y no se contuvo de golpearlo, no muy fuerte, en el estómago y dejarlo allí, encogiéndose adolorido para marcharse solo hacia la puerta.

No logró llegar demasiado lejos cuando Roland lo alcanzó corriendo, tomó su mano en la suya y tiró de él para que se regresara hacia la iglesia y no terminara de cruzar la enorme puerta de salida.

—Ahora, eso ha sido grosero.

—No soy tierno o un niño para que me hable de esa forma.

—Podrá no ser un niño —concedió y empezó a curvar sus labios en una sonrisa—. Pero es muy tierno, solo mire su carita.

—Jódase —espetó y se giró para intentar marcharse otra vez, pero Roland aferró el agarre en su mano y lo atrajo de regreso—. Ya déjeme ir, estoy cansado.

—No sin primero tomar la comunión.

—Venga conmigo o no la tomaré solo.

—Pensé que no era un niño, pero parece necesita lo acompañe como a uno —se burló y le causó aún más gracia que Peter lo mirara furioso.

No sabía si estaba realmente molesto por sus burlas o si simplemente se estaba burlando de regreso, porque se veía demasiado tierno como para poder tomarlo en serio o quizás solo era la diferencia de altura. Era imposible tomarlo en serio o sentirse intimidado cuando debía agachar la cabeza para mirarlo.

Lanzó un vistazo hacia la fila de personas que tomaba la comunión y luego miró hacia su mano, todavía entrelazada en la de Peter. Le acarició los nudillos con el pulgar fugazmente antes de soltarlo con un suspiro y entonces empezó a caminar hacia la fila y Peter lo siguió.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tomado la comunión durante misa. Si su memoria no le fallaba, su última comunión había sido en su pueblo natal, el último domingo antes de huir de casa y después de eso, aunque había continuado asistiendo a misa todos los domingos en la ciudad, se negaba a tomar la comunión o ser santiguado por los Padres.

No se había sentido correcto cuando pasaba sus días y noches prostituyéndose en las calles, durmiendo con hombres e incluso emborrachándose hasta casi perder la consciencia. Muchas cosas que las enseñanzas de Dios condenaban y que él continuaba haciendo, incluso aunque era consciente de que eran un pecado.

Aceptar la comunión cuando era como era, se sentía como una ofensa hacia su Dios y todo lo que consideraba sagrado, así que estaba mejor absteniéndose de ello y esperaba en su banco hasta que todos tomaban la comunión antes de participar en el último himno y retirarse sin hablar con el Reverendo.

Sabía que podía confesar sus pecados en el confesionario y probablemente recibiría el perdón y podría empezar como "un nuevo hombre". ¿Pero para qué? Si ni siquiera confiaba en su capacidad para mantenerse en el buen camino por mucho tiempo y había pasado las últimas dos semanas pensando en Peter de formas que no eran apropiadas. Ya pecaba por el simple hecho de existir y no podía evitarlo, aunque lo intentara.

Se quedó en la fila, con las manos unidas en la espalda y decidió que dejaría que Peter tomara la comunión primero y luego se marcharía, aunque luego tuviera que soportar su enojo. No pensaba tomarla también y eso era un hecho.

Como estaban a lo último de la fila, tuvieron que esperar varios minutos hasta que todos tomaran la comunión para que fuera su turno. Roland hizo un gesto a Peter para que fuera primero, pero este negó y se detuvo a su espalda en la fila. Eran los últimos dos que quedaban.

—Usted primero, señor Eades.

—No. Tengo la impresión de que no la tomará si voy primero.

Maldijo por lo bajo, saludó al Reverendo con una pequeña inclinación y luego se giró hacia Peter para enfrentarlo.

—¿Por qué no puede simplemente respetar que no deseo tomar la comunión y dejarme en paz?

—Porque no creo que un hombre tan religioso como usted, sea feliz privándose de aceptar el cuerpo y sangre de Cristo para unirse a él.

—Puede ser, pero aun así tengo mis motivos y son parte de mi creencia.

—¿Por qué es un pecador? —inquirió y Roland asintió—. Todos los somos, señor Josey.

—No es lo mismo —susurró y cuando el Reverendo carraspeó a su espalda, se giró para mirarlo—. Perdone, Padre, mi compañero y yo tenemos ciertas visiones opuestas sobre cómo proceder con la comunión.

El Reverendo Urry los miró con un gesto comprensivo y paciente y dejó la hostia en la bandeja que sostenía un joven muchacho a su lado y le hizo un gesto a Peter para que se acercara.

Era un hombre mayor, probablemente pasando ya sus cincuenta años y tenía una mirada amable, de ojos celestes brillantes. Vestía las largas túnicas que eran propias de los Reverendos que dirigían la Misa, con una casulla central con laterales de color dorado y una estola de color verde sobre los hombros, que caía hacia el frente con símbolos dorados bordados en la tela.

—¿Cuál es el problema, caballeros?

—No respeta que no deseo tomar la comunión —espetó Roland y Peter lo miró molesto.

—No es que no lo respete, es que no creo sea correcto que se prive de la comunión y tan solo me preocupo por usted.

—Si se preocupa —señaló y lo miró—, podría no condicionarme a tomar la comunión solo para que usted también lo haga.

—Bien —espetó, cediendo de malos modos y solo porque no quería discutir frente al Reverendo—. Como usted quiera.

Roland agradeció aliviado y estaba planeando girarse y alejarse hacia su lugar junto a Sunny para esperar por Peter, cuando el Reverendo lo llamó y tuvo que regresarse.

—¿Y por qué usted no desea tomar la comunión, caballero?

—No me corresponde —contestó, agachando la cabeza con respeto.

—¿No ha sido bautizado?

—He pecado —corrigió y Urry sonrió.

—Todos lo hemos hecho, señor.

—Eso le dije —murmuró Peter, pero Roland lo ignoró y sacudió la cabeza.

—Mis pecados son distintos, Padre.

—¿En qué sentido?

—Son graves, de los pecados mortales que no son fáciles de perdonar.

El Reverendo Urry enderezó su espalda, cauteloso y empezó a asentir

—Ya veo. Pero sabe usted que incluso nuestros pecados más graves pueden ser perdonados ¿no?

—Soy consciente de que Dios perdona a los que se arrepienten, pero no puedo huir de mis pecados, Padre, son muchos y sé que volveré a cometerlos, por lo que pedir perdón me haría solo un hipócrita.

El Reverendo volvió a asentir, escuchando atentamente e intentando entender lo que Roland no decía, pero demostraba en su conducta y después de un minuto de consideración, decidió que no estaban en el momento apropiado para hablar con detalles del problema.

—¿Cómo se llama, caballero? —inquirió y Roland levantó la mirada, un poco sorprendido.

—¿Yo? —. Urry asintió—. Roland Josey, Padre.

—¿Y usted? —inquirió, mirando hacia Peter.

—Peter Eades, Padre.

—Muy bien, pues señor Josey y señor Eades, me gustaría hablar con ustedes después de misa si pudieran quedarse un momento. ¿Es eso posible?

Ambos asintieron y las manos de Roland empezaron a sudar.

Desde su experiencia con el Reverendo de su pueblo, nunca había estado tranquilo pasando tiempo a solas con otro miembro de la iglesia. No que creyera que todos le harían lo mismo, pero ese miedo seguía clavado en lo profundo de su alma, incluso si ahora era más grande y más fuerte y confiaba en su capacidad para poder defenderse.

Al menos Peter estaría con él, concluyó y eso le aportó cierto consuelo.

—Bien, usted regrese a su asiento, señor Josey, pues nadie lo obligará a tomar la comunión si no está listo para hacerlo —. Roland asintió, se despidió con una respetuosa inclinación y volvió al banco junto a Sunny. Urry miró hacia Peter—. ¿Qué hay de usted, joven Eades? ¿Está listo para recibir el cuerpo y sangre de Cristo?

—Estoy listo, Padre.

Roland observó desde el banco como Peter recibía la hostia y el vino y cuando regresó para sentarse a su lado, ninguno habló ni se miraron. El aire estaba tenso entre ellos y ambos podían sentirlo incluso si no pensaban mencionarlo.

El Reverendo Urry continuó con la ceremonia, la última oración del día y el himno que todos cantaron antes de despedirse y cuando la iglesia empezó a vaciarse y una multitud desfiló hacia la salida, Roland y Peter permanecieron en sus bancos, esperando.

Vieron como el Reverendo se retiraba un momento a su oficina, probablemente para refrescarse y beber algo después de haber hablado tanto y cuando solo quedaron ellos dos y un par de personas rezando ante el altar, el silencio se hizo notar.

Peter evitó mirarlo por algunos minutos, jugó con sus manos en su regazo, entrelazando sus dedos entre sí y cada tanto, miró de reojo hacia los presentes que rezaban y luego hacia Roland a su lado. Finalmente, suspiró, se enderezó en el banco y habló sin mirarlo.

—Perdón.

Roland lo miró, sorprendido.

—¿Qué?

—Dije perdón ¿vale? No pretendía condicionarlo a tomar la comunión...Solo no me gusta escucharlo decir que no lo merece, porque no creo que sea cierto.

—No tiene forma de saber eso.

—Aun así, no creo que haya acto que usted pudiera cometer que fuera tan grave como para que no merezca recibir el vino y el pan.

Roland se rio sin humor y desvió la mirada.

—Y justamente eso demuestra que no me conoce.

—¿Entonces qué es ¿uhm? —inquirió y se giró en el banco para mirarlo.

Roland lo miró de regreso y apenas pudo disimular el miedo y los nervios que le provocaba ser interrogado respecto a ese tema en particular.

—¿Qué es qué?

—¿Cuál es ese pecado tan grave e imperdonable que ha cometido y le impide tomar la comunión?

Se rio, esta vez por los nervios y la incrédula y sacudió la cabeza.

—No le diré eso a usted.

—¿Por qué no?

—Porque no lo conozco —espetó y Peter rodó los ojos y se enderezó en el banco—. Además...No quiero que me odie.

—¿Odiarlo? —repitió casi en un grito de incredulidad y volvió a mirarlo—. ¿Por qué lo odiaría? Usted no es una mala persona.

—Pero he hecho cosas malas e inmorales.

Las ideas que Peter se hacía de esas cosas no eran las mismas en las que Roland estaba pensando y, de hecho, eran mucho peor. Por la forma como hablaba, no podía evitar pensar en crímenes; delincuencia, violencia, lastimar a otros y esas cosas que realmente lo harían cauteloso de hablar con una persona, pero no podía imaginar a Roland como alguien violento.

Habían convivido por casi cuatro semanas y en ningún momento lo había visto dar indicio alguno de ser peligroso.

Frunció el ceño confundido, pero Roland no agregó nada más ni parecía interesado en aclarar las cosas, como si ni siquiera fuera consciente de lo que sus palabras le hacían pensar.

Se pusieron de pie cuando Urry regresó a ellos y lo siguieron por el salón de la iglesia, hacia un corredor que conectaba con una puerta hacia la oficina del Reverendo. Era un lugar privado y tranquilo donde podían hablar, pero también uno donde Roland se sentía alerta y más paranoico que nunca.

Tragó con dificultad cuando estudió el entorno y le alivió que al menos no se pareciera demasiado a la oficina de la iglesia en su pueblo. No había estado a solas con un Reverendo desde el Reverendo Course en Wurtsboro e incluso aunque intentaba olvidarlo y quería convencerse a sí mismo de que todo lo que había hecho, había sido para ayudarlo, todavía le producía escalofríos.

La habitación tenía un suelo de madera y paredes de ladrillo de piedra y el escritorio estaba cerca de la ventana, con la vista del jardín de la iglesia y la avenida Comercial que circulaba por enfrente.

El Reverendo Urry se acercó hacia la estufa encendida, donde colgaba una jarra para calentar agua y les ofreció una taza de café, que ambos rechazaron amablemente. Roland prefería marcharse cuanto antes y evitar cualquier conversación demasiado personal, especialmente en presencia de Peter.

—Lamento haberlos hecho esperar. Por favor, tomen asiento.

Se acercaron al sofá para dos personas que había cerca de la estufa y el Reverendo Urry se sentó en un sofá individual que tenía enfrente y se disculpó con ellos mientras se preparaba su café. No había desayunado desde que se había despertado y ya estaba hambriento.

—Creo, y perdonen si me equivoco, que son nuevos en la zona, porque no recuerdo haberlos visto por aquí antes.

—Lo somos, Padre, llegamos a la ciudad hace una semana y apenas nos mudamos a la zona ayer —explicó Peter cuando Roland permaneció en silencio y tenso en el sofá a su lado.

—¿Y de dónde vienen?

—América. El señor Josey es de Nueva York y yo de Minnesota.

—Un hermoso país, tuve ocasión de visitarlo en mi juventud —. Dio un sorbo a su café y dejó la taza en la mesa a su lado para concentrarse en ellos—. ¿Cómo se siente usted, señor Josey? Lo veo un poco tenso.

—Estoy bien, Padre, muchas gracias.

—Es una pena que no tomara la comunión. ¿Cuándo fue la última vez que participó de la ceremonia?

Se enderezó en el sofá, intentando relajar un poco sus hombros que ya empezaban a dolerle y los alzó, frunciendo los labios.

—Cuatro o cinco años.

—¿Y fue entonces cuando comenzaron los pecados de los que habló antes? —. Asintió y se miró las manos para concentrar su atención en cualquier cosa menos ellos—. Imagino no desea compartir sus pecados con nosotros. ¿Preferiría hablar a solas sin su amigo?

—No —respondió bruscamente y se enderezó con su mano volando hacia la de Peter a su lado como si temiera que se marchara—. No quiero estar solo...No, perdón...—. Se aclaró la garganta e intentó soltar la mano de Peter, pero este lo apretó suavemente para reconfortarlo—. Perdón. Preferiría si el señor Eades está presente.

—Eso está bien —cedió Urry y le sonrió comprensivamente—. ¿Quiere contarnos cuáles son sus pecados? —. Negó y Urry no insistió—. ¿Qué hay de usted, señor Eades? ¿Le gustaría confesarse en presencia de su amigo?

—Uf...No sabría dónde empezar —. Rio y acarició la mano de Roland en la suya—. Soy perezoso y olvido rezar todo el tiempo...Lo cual no hago apropósito, es simplemente que se me pasa de la cabeza y cuando me acuerdo ya es demasiado tarde e intento rezar entonces, aunque sé que probablemente volveré a olvidarme cuando vuelva a ser la hora.

—Oh, hijo mío, aprecio mucho su honestidad y sé que Dios lo apreciará también. Que reconozca sus errores ya habla maravillas de su carácter y es perfectamente entendible que se le dificulte mantener una vida de oración constante. A mí también se me dificulta algunas veces y es que tenemos tantas responsabilidades y tanto en nuestras mentes, que, si no se tiene un hábito, es fácil olvidarse, pero recuerde, mi muchacho, que la oración no consiste sólo en recitar palabras en momentos concretos, sino en cultivar una relación más profunda con Dios, así que está bien que comience rezando cuando lo recuerde y lentamente desarrolle usted una rutina entorno a ello.

—¿No es malo que me olvide de rezar todas las noches?

—No, si lo dice porque teme que Dios se enoje, debe recordar que Dios nos conoce incluso mejor de lo que nosotros nos conocemos y él entenderá sus motivos y sabrá perdonarlo.

Peter miró hacia la mano de Roland en la suya por un momento y después volvió a mirar hacia el Reverendo y se acomodó en el sofá.

—El problema, Padre, es que...Nunca quiero rezar, no realmente. Al menos no veo sentido en hacerlo y lo digo con todo respeto, porque sé que Dios existe y creo en él, pero encuentro muy decepcionante hablarle todas las noches o antes de una comida o al despertar y que solo reciba el silencio. Sé que él está ahí, pero me estresa no poder escucharlo.

Roland se rio sin poder evitarlo, porque era exactamente los mismos sentimientos que él a veces debía barrer debajo de la alfombra y Urry suspiró y se acomodó hacia el borde del asiento.

—No sería usted el primer caballero en compartirme ese sentimiento y es normal que nos abrume la incertidumbre al rezar y sentir que el Señor no nos escucha.

—¿Y cómo hablo con él entonces?

—Debe recordar por qué reza en primer lugar, no lo hacemos solo para recibir una respuesta, lo hacemos para desahogar nuestros pensamientos y sentimientos, construir una relación con Dios y que él sepa que respetamos Su voluntad, incluso si no la entendemos del todo.

—¿Pero ¿Cómo puedo construir una relación con él si no responde?

—Quizás primero debería empezar por redefinir lo que considera una respuesta —. Tomó su taza para darle un sorbo al café y continuó—. A mí me pasó en mi juventud, antes de convertirme en Padre, algo muy similar, porque la respuesta que esperaba recibir era fuerte y clara, la voz de Dios hablándome de regreso, como ahora hablamos nosotros, pero con el tiempo me di cuenta que Dios nunca responde de forma tan clara. A veces, Sus respuestas llegan de maneras inesperadas o en los susurros silenciosos de nuestros corazones, señales que parecen producto de la casualidad o del Destino, pero que en realidad forman parte de Su plan maestro.

Peter se quedó pensativo y en silencio y Urry sonrió al ver la confusión en su rostro y lo señaló con un dedo.

—Pruebe rezar otra vez y cuando lo haga, escuche, pero esta vez, hágalo con más atención y busque las señales que Dios le enviará de que realmente está aquí con usted y ha recibido su mensaje. Le aseguró que será capaz de encontrarlas.

—Yo le pedí ayuda para dejar de pecar —señaló Roland sin mirarlos—. Y creo que o me ignoró y el diablo se metió en el camino o intencionalmente ha puesto más tentaciones ante mí para verme fracasar.

—O tal vez quiere verlo superarlas.

—No —zanjó y alzó la mirada—. Sé que fracasaré, Padre, y me odio por ello.

—No, no, hijo mío, no debe odiarse. Dios nos llama a extender nuestra comprensión a otros, pero debe usted empezar otorgándose esa comprensión a usted mismo —. Se inclinó más cerca y cuando extendió sus manos hacia él, Roland dudó un momento antes de inclinarse a su encuentro y aceptarlas—. Puedo ver que su alma sufre, mi muchacho, y le aseguro que cuando Dios ve a sus hijos sufrir, él sufre con ellos y en estos momentos, él sufre con usted. Cual sea el pecado que ha cometido y que le daña, debe saber que Dios le perdona y si él, Padre de todos los mortales y creador del Universo, puede perdonarle... ¿Qué razón tiene usted para no perdonarse a usted mismo?

—No quiero hacer las cosas que hago —susurró y su voz se quebró por culpa de las lágrimas—. No quiero ceder, pero no puedo controlarlo y...Me odio por ser tan débil y fallar...

—Oh, hijo —. Urry se puso de pie y tiró de él para abrazarlo—. Un joven hombre no debería cargar con tanto dolor y odio en su alma. ¿Quién le ha hecho tanto daño, mi niño?

—Yo. Solo yo. Estoy ro-roto, Padre —sollozó y se ocultó en su hombro al llorar—. ¿Por qué?

—Usted es un hijo de Dios, bello a Su imagen y perfecto en todos sus defectos, así que no hay nada por lo que deba odiarse. Sean cuales sean sus pecados, su remordimiento es honesto y eso es todo lo que Dios necesita para perdonarle y entenderle. Él no le ama ni un poco menos por sus errores, porque a sus ojos sigues siendo Su hijo. Y por ello, es usted querido y está a salvo, mi muchacho.

Roland lloró más fuerte por esas últimas palabras y le estrujó la túnica en la espalda, apretándolo en sus brazos como si fuera la primera vez que recibía consuelo en mucho tiempo o incluso en toda su vida.

Urry lo abrazó de regreso, dándole algunos golpes suaves en la espalda para consolarlo y lo sostuvo paternalmente, sintiendo el fuerte impulso de querer llorar con él, solo porque le destrozaba ver a jóvenes hombres sufrir de tal manera.

Lo abrazo por el tiempo que Roland quiso y esperó hasta que fue él quien decidió apartarse, un poco más tranquilo y después de haber desahogado lágrimas que parecía llevar acumulando desde hacía años.

—¿Está un poco mejor?

Asintió, limpiándose las lágrimas y se sobresaltó cuando Peter se puso de pie a su lado. Había olvidado que estaba con ellos y ahora se sentía incluso más avergonzado.

Evitó mirarlo y se aclaró la garganta.

—Lo estoy...Gracias.

—Espero que continúe buscando a Dios y el camino hacia la redención, porque le aseguro, que puede encontrarlo incluso si no puede verlo claramente y espero también, que intente no ser tan duro con usted mismo y que venga a hablarme si lo necesita.

Asintió y se giró hacia la salida, porque necesitaba dejar ese lugar y huir lo antes posible. Estaba considerando seriamente incluso mudarse, para no tener que hacer frente a su vergüenza ahora que Peter lo había visto llorando y no quería siquiera saber lo que pensaría.

—Y no sea tan duro con usted, señor Josey —pidió Urry, pero Roland no respondió y solo murmuró otro agradecimiento y se encaminó hacia la puerta. Urry suspiró y miró hacia Peter—. Cuide de su amigo, señor Eades ¿sí? Porque como dice Dios en Eclesiastés; Mejor son dos que uno [...] porque si caen, el uno levantará a su compañero, pero pobre el que está solo, porque cuando caiga no habrá otro que lo levante.

Cuando Peter dejó la oficina del Reverendo Urry, tuvo que correr para alcanzar a Roland, pues este ya había abandonado la iglesia y estaba caminando al otro lado de la avenida rumbo a la casa.

Cruzó corriendo, aprovechando que no había muchos carros en un domingo por la mañana y cuando lo alcanzó, un poco agitado, intentó seguir el ritmo de sus pasos acelerados y se mantuvo en silencio.

No necesitaba que se lo dijera, para saber que Roland prefería no tocar el tema. Al menos no de momento.

Llegaron al apartamento, Roland subió primero y más rápido de lo que era seguro para su herida y cuando Peter lo siguió, pudo escuchar la puerta cerrándose mucho antes de alcanza el primer piso.

Suspiró, la abrió para entrar en la casa y se apoyó contra esta al cerrar a su espalda.

—Señor Josey...

—No quiero hablar al respecto —espetó y cuando comenzó a recoger sus cosas, Peter frunció el ceño.

—Vale... ¿Pero ¿Qué hace?

—Lo que parece, me marcho.

Se rio incrédulo y alejó su cuerpo de la puerta mientras negaba.

—No, claro que no. ¿Por qué haría eso? Estamos bien.

—¿Bien? Acabo de hacer el ridículo ante usted y no pienso quedarme a ver las consecuencias.

—¿Consecuencias? —repitió e intentó detenerlo de dar vueltas por la habitación, recogiendo sus cosas—. ¿Qué consecuencias? ¿De qué habla? Yo no pienso juzgarlo, señor Josey...Pare, por favor, está siendo impulsivo.

—Me iré y no me puede detener...

—Por supuesto que puedo, acordamos vivir juntos y ayudarnos —. Tomó el bolso de sus manos cuando Roland se fue hacia la puerta y aunque no consiguió quitárselo, logró detenerlo de marcharse—. No haga esto, señor Josey.

—Suelte.

Roland tiró con más fuerza, obligándolo a sujetar el bolso con ambas manos y supo, que, si volvía a cinchar, no sería capaz de mantener un agarre sobre la correa y le superaría en fuerza.

—Señor Josey —suplicó—. Por favor, esto es ridículo. No hizo nada malo.

—Sí, como no.

—Lo digo en serio —. Roland cinchó con más fuerza, logrando con éxito liberar su bolso de su agarre y cuando se fue hacia a la puerta, Peter entró en pánico—. No quiero estar solo, por favor...No me deje solo.

Se detuvo en seco en el umbral, mucho antes de lograr poner un pie fuera de la habitación y cerró los ojos con fuerza, soltando un suspiro y un juramento interno. Odiaba que esas palabras tuvieran un efecto tan fuerte sobre él o que Peter produjera tantas sensaciones en su cuerpo, que no se comparaban en lo absoluto con nada que hubiera sentido antes.

Era peor, más difícil de resistir incluso, porque si normalmente se encontraba disfrutando de la compañía de un hombre, la de Peter la ansiaba y la necesitaba, como si fuera el mismo oxigeno que respiraba.

—Por favor —lo escuchó susurrar y dejó caer su bolso al suelo, sin moverse del lugar. Peter se apresuró a levantarlo y lo lanzó hacia la cama—. Entre a la casa ¿sí? Hablemos de esto.

—No quiero hablar —. Entró, cerró la puerta y golpeó su frente contra la madera—. No debí hablar con el Reverendo Urry, mucho menos con usted presente...Y no debí contarle lo que conté.

—No es tan serio, yo también le comenté cosas personales sobre mi fe.

—No es lo mismo, señor Eades —susurró y exhaló—. Sabe que no lo es.

Peter se mordió el labio indeciso, viéndolo contener las lágrimas con su rostro presionado contra la puerta y lentamente y no muy seguro, se acercó hasta estar a su espalda y envolvió su cintura en sus brazos, recostando la mejilla contra su hombro.

—Tal vez no lo sea, pero aun así...No lo juzgaré y quiero que podamos ser amigos. ¿Podemos?

Empezó a asentir sin atreverse a girarse y miró hacia las manos de Peter que descansaban en su abdomen, sosteniéndolo fuertemente.

—Podemos y perdón por...Por querer huir, es un mal hábito que tengo.

—Está bien, siempre y cuando no vuelva a hacerlo. No tiene motivo para huir de mi cuando no pienso juzgarlo.

—Siento que pensaría distinto si supiera lo que oculto.

—Tal vez —. Se apartó cuando Roland se giró para mirarlo y le sonrió— o tal vez no.

—Prefiero no descubrirlo.

—Eso está bien, lo respeto, pero de verdad, no vuelva a intentar irse. El trato es sobrevivir juntos. ¿Promete que sobreviviremos juntos? ¿Puedo confiar en su palabra?

Empezó a asentir y cuando Peter levantó el dedo menique frente a él, no pudo evitar reírse.

—Eso es muy de niñas, señor Eades.

—¿Y? No hay ninguna ley que nos prohíba sellar un acuerdo con la promesa del menique. Lo aprendí de mi hermana.

—No voy a prometer por el menique como una niña, señor Eades.

Peter rodó los ojos y agitó el menique frente a él.

—No desistiré hasta que prometa.

—Insiste mucho —observó y se cruzó de brazos, recostado en la puerta—. Cerremos la promesa con un apretón de manos como hombres.

—Bien, pero primero el menique.

—No.

—Aquí me quedaré esperando.

Se rio sin poder evitarlo y miró hacia el techo, conteniendo una maldición. Si fuera cualquier otro hombre ya estaría exasperado y lo habría mandado a la mierda, pero era Peter y con él, al verlo, solo quería complacerlo y además de unir sus meniques, quería unir sus labios. Besarlo hasta que estos quedaran rojos, sensibles e hinchados.

Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar esos pensamientos y dejó su vista perdida en el techo, sintiéndose vacío por dentro. Si ni siquiera podía controlar su mente ¿Cómo mierda lograría controlar su cuerpo?

La mejor forma de resistir una tentación, era alejarse de ella...Pero no podía alejarse de Peter, no sin lastimarlo.

Volvió a mirarlo, deteniéndose en sus ojos celestes y luego el menique que alzaba hacia él y se rindió a sus caprichos y enredó su dedo en el suyo.

—Prometo no abandonarlo, señor Eades.

—¿Nunca?

—Eso es mucho tiempo.

—¿Y? Podemos ser amigos de por vida, nos llevamos bien ¿o no?

Inhaló profundo, intentando calmarse por dentro y al tragar, se sintió como si estuviera tragando navajas afiladas y estuviera a segundos de firmar su propia sentencia de muerte.

Empezó a asentir en contra de toda lógica y sonrió.

—Podemos ser amigo de por vida, sí.

—¿Lo promete entonces?

—Lo prometo, señor Eades. No lo abandonaré nunca.

—Bien. Ni yo a usted —. Besó la unión de sus meniques sellando la promesa y Roland hizo lo mismo y se sintió demasiado solo cuando tuvo que soltarlo—. Yo organizaré sus cosas y usted sirva el desayuno y prepare el almuerzo ¿sí?

Se dedicó a cocinar para los dos mientras Peter limpiaba y no hablaron mucho por algunas horas. Peter estaba concentrado en sus tareas, murmurando un orden de actividades para no perderse en lo que hacía y Roland estaba completamente perdido en lo que hacía y en sus pensamientos.

Revolvió la comida en la olla con la mirada perdida en la ventana que tenía enfrente y la tristeza en sus ojos no lo abandonaba, sin importar cuanto intentar sentirse bien con sí mismo.

Bajó la mirada hacia la salsa para asegurarse de que no se le quemaba y estaba por apartarla del fuego cuando la mano de Peter asomó desde su espalda con un calcetín con ojos de papel cubriéndola.

¿Por qué la cara triste, caballero? —dijo Peter con una voz más aguda y movió su mano para simular que la marioneta hablaba—. Con lo bonito que es reírse... ¿Tendré que obligarlo a reír?

Lo picó con los dedos en el cuello para hacerle cosquilla y Roland se encogió, levantando los hombros para protegerse y se cubrió con ambas manos cuando Peter empezó a hacerle cosquilla, evitando sus costillas lastimadas.

—Oh, no, no, soy muy...muy sensible a las... ¡Las cosquillas! ¡Ay! —. Soltó una carcajada, cubriéndose el estómago con ambas manos y Peter le hizo cosquillas por la espalda, riéndose con él y le alborotó el cabello.

Incluso aunque el apartamento no era grande, pudieron divertirse entre ellos por unos minutos, huyendo el uno del otro y de las cosquillas, mientras reían y Peter seguía con la media en su mano para usarla de marioneta y burlarse de él.

Peter terminó pagando el precio cuando Roland descubrió que también era sensible a las cosquillas, especialmente en su cuello y se aprovechó de ello, ganándole fácilmente por la diferencia de tamaño entre los dos.

Terminaron cayendo juntos en la cama, agitados por el juego y Roland se apretó un costado, reprimiendo una mueca adolorida y se rio. Se sentía mucho mejor después de un rato de diversión.

—Y luego dice que no es un niño.

—Oh, silencio —espetó y se quitó la media de la mano y lo golpeó con esta en la cara—. Quería animarlo y ha funcionado, así que mi plan fue un éxito.

—Ya veo... ¿De dónde saco la idea de todas formas?

—¿Eso? No es nada, solo algo que mi padre solía hacer conmigo cuando era niño —. Observó los ojos de papel que le había enganchado a la media y la dejó en la mesa junto a la cama, para acomodarse de lado hacia Roland y alzarse en un codo—. Siempre que estaba angustiado por algo, se ponía una media en la mano y hacía una voz graciosa y llegaba el señor Twinkle.

—El señor Twinkle —repitió con una sonrisa y Peter asintió y se entretuvo jugando con el botón en el chaleco de Roland—. Me da la impresión de que tiene unos padres increíbles.

—Sí. Fui muy afortunado en ese y muchos otros aspectos.

—Y sin embargo todavía no les ha escrito y deben estar extrañándolo.

—Lo sé —. Se frotó el rostro con la mano sobre la que se sostenía en la cama y suspiró—. Debo ir a la oficina de correos para conseguir los sobres y estampillas y pagar el servicio para escribir a América, pero hoy está cerrado así que tendrá que ser mañana.

—De acuerdo, lo haremos sin falta para que pueda comunicarse con ellos —. Se enderezó un poco, apoyándose en un codo como Peter para enfrentar su rostro y bajó la mirada hacia su corbata, antes de empezar a acomodársela—. ¿Qué más debemos hacer?

—Conseguir trabajo —enlistó y bajó la mirada hacia la mano de Roland que ajustaba el nudo de su corbata—. Y un hospital donde hacernos socios en caso de emergencia.

—Y no olvide la Universidad.

—Ah, eso...Sí, bueno, primero debemos descubrir qué opciones tengo —. Sostuvo su cabeza en su mano y Roland se giró sobre su abdomen, sosteniéndose en ambos codos y sus rostros se enfrentaron otra vez—. Puede que sean demasiado costosas y entonces no podré permitírmelo.

—Tiene veinte libras ahorradas ¿o no?

—Pero eso es para sobrevivir el resto del año.

—Sé que sí, pero si conseguimos trabajo ya no serán necesarias y en la fábrica seguro que lo conseguiremos. Puede usar esas veinte libras para financiar su educación o el primer año al menos.

—¿Y luego? Sería un desperdicio invertir en el primer año cuando es seguro que no podré reunir otras veinte libras para pagar el segundo.

—Eso no lo sabe —señaló y apoyó el mentón en sus puños, agitando sus pies hacia el techo—. Podemos tener un empujón de suerte y conseguir mucho dinero. ¡Hacernos ricos!

Se rio sin poder evitarlo y se dejó caer acostado hacia atrás en la cama.

—Dios lo escuché, necesitamos todo el dinero que podamos conseguir.

Roland estaba por responderle cuando sintió el olor a quemado en la habitación y lanzó un juramento al ponerse de pie de un salto y correr hacia la cocina para retirar la olla del fuego.

—¡Joder! —. Agitó su mano, cuando se quemó con el hierro caliente a través del trapo y sopló sus dedos sin darle más importancia y se concentró en revisar la comida.

—¿Se quemó? —inquirió Peter y dejó la cama.

—Eso parece...Pero creo que puedo salvar un poco para el almuerzo —. Revolvió la salsa y sacudió la cabeza, molesto—. Que estúpido soy, joder...Como si la comida fuera gratis y la desperdicio...

—Me refería a si usted se quemó —corrigió Peter y lo apartó de la olla para tomar su mano en la suya y examinarlo—. Parece que sí. Venga, le pondré agua fría.

Negó y retiró la mano de la suya.

—Estoy bien, pero la comida.

—No me molesta si sabe un poco a quemado. Usted cocina muy rico incluso si se quema —halago con una sonrisa y Roland lo miró de reojo, notando como se le calentaban las mejillas y reprimió una sonrisa.

—Dudo que le guste la salsa quemada. Solo mire, es un desastre.

—Está bien, fue mi culpa por distraerlo —. Volvió a sujetar su mano para llevarlo hacia la cubeta de agua y la sumergió en esta ignorando sus protestas—. Su herida me preocupa mucho más que la comida.

—Estoy bien, apenas lo siento.

—Uhm...No le creo.

Remojó la herida por unos minutos, esperando a que dejara de quemar y Roland no se resistió a sus cuidados. Para su sorpresa, los aceptó silenciosamente y aprovechó la ocasión para admirar su perfil mientras Peter estaba distraído.

—Listo. Si se le pone muy rojo, conseguiremos un ungüento en la droguería por la mañana.

—No será necesario —aseguró y se regresó a terminar de hacer el almuerzo.

El resto del día se les fue sin hacer mucho más; almorzaron, durmieron la siesta porque debían aprovechar que era domingo y podían y cuando despertaron, estuvieron charlando un rato, conociéndose un poco más, Peter leyó un libro en voz alta, mientras Roland preparaba la cena y finalmente, se fueron a dormir temprano.

Abrazados. Como parecía estar volviéndose costumbre. 

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