Prohibido Enamorarse

By VictoriaPimentel211

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Aura Miller tenía un plan y un objetivo: romperle el corazón al chico que se burló de su mejor amiga. "Fácil... More

0. Uno de ustedes
1. El pastel de la discordia
2. Estrategia de seducción
3. El que se enamore pierde
4. Rubia sol, morena luna
5. Vía pública
6. ¿Gusto?
7. La montaña
8. Sueños
9. Motivos
10. Arcoiris
11. El amor duele
12. Los celos matan
13. Leyes de la física y el amor
14. ¿Tenemos una cita?
15. Mala suerte
16. El piso de la discordia
17. Cerrado por mantenimiento
18. Persigo un sueño
19. Quinta enmienda
20. Héroes
21. Cita Express
23. Desayuno con el enemigo
24. Odio que no te odio
25. Amor de cine

22. El deseo enloquece

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By VictoriaPimentel211

ADVERTENCIA: Capitulo largo (3890 palabras), puede contener escenas sexuales así que, si eres sensible y no te gusta leer estas cosas, no pasa nada si decides saltarte esa parte. No afecta para nada la trama.

Aura Miller

—¿Que tal?— le pregunto entre risas cuando toma otro pedazo de pizza. Ya es el tercero que coge en menos de cinco minutos.

—Si me pudiera casar con una pizza...— empieza, hace una pausa y luego niega con la cabeza—. Olvídalo, me casaré contigo para cenar esto todos los días.

—Ey, que primero tienes que convencerme— me quejo y le doy otro mordisco a mi porción.

—Tu tranquila y yo nervioso, preciosa— me guiña un ojo felizmente y deja la corteza de lado para tomar otro.

—¿No comes corteza?— inquiero.

—La verdad es que no.

—¡Largo de aquí!— bromeo—. Ninguna persona que no coma corteza tiene derecho a probar mi pizza.

—Ya empezamos— murmura—. ¿No puedes pasar ni cinco minutos sin discutir conmigo?

—La verdad es que no— lo imito y él pone los ojos en blanco.

Todas mis expectativas en esta cita eran completamente distintas a lo que en realidad tenemos esta noche. Desde la guerra de harina mientras hacíamos las pizzas, pasando porque Aren casi quema mi nuevo departamento y terminando en este momento.

Creo que es una de las mejores citas que he tenido nunca y eso que no es para nada corriente. De hecho, es súper original.

Estamos sentados en el piso de la sala de estar viéndonos las caras mientras comemos una porción de pizza hecha en casa. No hay velas, ni restaurantes finos y elegante. Y tampoco hay restricciones. Únicamente somos dos personas hablando y comiendo cómo si no hubiera un mañana.

—¿Cómo fue tu primer beso?— pregunta de repente.

—Horrible— confieso—. Tenía quince años,  yo usaba aparatos para los dientes y nos quedamos atorados. Él, era unos años mayor que yo e hijo de los socios de mis padres, fue un verdadero desastre cuándo salieron y nos encontraron luchando por nuestra libertad.

Aren esta muriendo literalmente de la risa, se tumba de espaldas sobre la alfombra acolchada del salón y se ríe durante tanto tiempo que ya deja de ser gracioso y se vuelve molesto.

Cuándo se reincorpora tengo la cara roja tanto por la ira como por la vergüenza; él tiene los ojos brillosos y le cuesta respirar luego de pasar cinco minutos enteros burlándose de mí.

—Eres un idiota.

—Y tu eres hermosa— dice con tranquilidad—; sobretodo cuando te enojas.

—¿Y el tuyo?

—Regular— hace un gesto para restarle importancia—. No fue tan malo como el tuyo, pero tampoco uno de esos besos dignos de películas en los que todo encaja. Tenía trece y ocurrió mientras jugábamos siete minutos en el cielo con la prima de mi mejor amigo.

—Wow, todo un acontecimiento— me burlo.

—¿Cómo aprendiste a cocinar?

—¿Vamos a hacer esto toda la noche?— inquiero—. Porque esto de las preguntas y respuestas ya me está aburriendo.

—¿Que propones?— mueva las cejas arriba y abajo.

—Ten por seguro que no es nada de lo que se te ha pasado por la cabeza— tomo un sorbo del vino que trajo y no me ha querido decir de dónde coño lo sacó.

—Ash, eres una aburrida— se queja. Me mira serio durante un par de minutos y luego se pone de pie para cruzar la sala hasta quedar detrás de mí.

Intento darme la vuelta pero me pone una mano en la cabeza para impedirlo.

—Quieta, pequeña— pongo los ojos en blanco. Soy mas pequeña que él, sí ¡Pero sigo siendo más grande que las otras chicas!—. Mientras compraba lo que me pediste para esta noche, ví algo que me recordó a tí y no pude evitar comprarlo. Cierra los ojos.

—¿Me vas a matar?— bromeo, pero le obedezco por primera vez en mi vida.

—A besos, tal vez— lo escucho reír y lo siguiente que siento es como se sienta en el piso detrás de mí y pasan un par de segundos hasta que siento sus manos acariciar el lateral de mi cuello y me estremezco. Aren, claramente, lo nota—. Tranquila, preciosa, no voy a hacer nada que tu no quieras

—Me estás tocando— le recuerdo.

—Si, pero algo me dice que quieres esto tanto cómo yo— rebate y el silencio de mi parte es la única respuesta que necesita. Pego un respingo cuándo un metal frío se pone en contacto con mi pecho e, inconscientemente, me llevo la mano al área en la que esta el collar—. Deja el chisme— y me da un golpe en la mano antes de que pueda entender de que trata

—¿Ya?

—Listo— retira sus manos y me da una palmada en la espalda para darme a entender que ya puedo abrir los ojos. Lo primero que hago es tomar la pequeña de metal e intentar analizarla desde mi perspectiva.

Es... ¿Una rata?

No, espera, no es cualquier rata. Lleva un gorro de chef y creo que es Remi, de Ratatouille. No se distingue, pero estoy bastante segura de que es la rata de Ratatouille con un gorro de chef y un cucharón.

Me encanta.

—¿Que opinas?

—Es el mejor regalo que me han dado nunca— murmuro con un hilo de voz. Solo Aren es capaz de regalarme algo tan original y a la vez tan común, no sé cómo ha a averiguado que mi película favorita es Ratatouille pero el hecho de que lo sepa inunda mi pecho de una sensación extraña.

Suelta el aire que ha estado conteniendo y este impacta contra la parte trasera de mi cuello descubierto. Me quiero dar la vuelta, pero algo me dice que, si lo hago, la cercanía va a ser tan grande que no voy a resistir las ganas de comérmelo a besos. Lo que acaba de hacer es uno de los gestos más bonitos que ha tenido alguien conmigo.

Mi cuerpo reacciona por si sólo y antes de que me de tiempo de reaccionar y obligue a mi cerebro a evitar una catástrofe, ya me he dado la vuela y tengo las piernas envueltas en sus caderas.

Su cara es inexpresiva, pero puedo leer la sorpresa en sus ojos y el deseo contenido. Él también muere de ganas de besarme. Juro por lo más sagrado que mi corazón se detiene por completo cuando eleva su mano derecha hasta mi pecho y acaricia levemente la placa del collar.

—Te queda muy bien— dice con la voz estrangulada.

—A mi todo me queda bien— me burlo, aunque mi voz tampoco es que sea la más normal del mundo. Nuevamente, no entiendo que demonios le ocurre a mi cuerpo.

Su mano en mi pecho se eleva hasta tocar mi cuello y en eso momento declaro mi completa y absoluta muerte cerebral. Su mano, en mi cuello. Malditasea.

¿Este lugar siempre ha sido tan caluroso o es que se dañó el aire acondicionado?

—¿Que haces?— inquiero cuándo hunde su nariz en el hueco entre mi cuello y simplemente se queda ahí. Sin hacer o decir nada.

—Adoro como hueles— confiesa—. Podría olerte todos los días de mi vida y no me cansaría nunca.

—Alguien se puso romántico— me burlo, pero ladeo un poco la cabeza para darle mejor acceso a mi cuello.

—¿Te puedo besar?— inquiere paseando su nariz por el lóbulo de mi oreja. Siento cómo cada vello de mi cuerpo se eriza, pero me esfuerzo por darle una respuesta.

—Creo recordar que no eres de los que piden permiso— murmuro burlonamente. No sé de dónde saco las fuerzas para burlarme de él en un momento cómo este, pero al parecer mi cerebro le responde de forma automática.

En cualquier otra circunstancia, ya habría tomado la iniciativa y lo habría besado hasta que respirar se volviera una tortura. Pero me avergüenza admitir que tengo miedo. Me da pánico dejarme llevar y estrellarme contra una pared.

Nunca voy a decir esto en voz alta, pero si existe alguien con el poder de romperme el corazón, estoy segura de que es Aren.

—Contigo es distinto, yo soy distinto cuando estoy a tu lado— admite dejando en evidencia una vez mas lo mucho que nos parecemos, yo también soy otra cuando estoy con él

Hay tantas cosas que me muero por decirle, tantas que ni yo misma las entiendo, pero estan ahi. Aparecen en mi cabeza cada vez que estoy con él, el único problema es que no quiero descifrarlas. No me puedo permitir sentir algo por Aren, él es solo un chico más del montón, nada tiene porqué ser distinto a la situación con los demás.

Tengo que jugar bien mis cartas porque no seré yo quien pierda esta partida.

No voy a permitir que el juego con Aren se me salga de las manos. Solo un beso.

Un beso no puede hacer daño ¿cierto?

—Bésa...

No alcanzo a terminar la frase cuándo Aren ya ha tomado completa y absoluta posesión de mi boca. Tampoco tengo fuerzas para apartarlo, es lo que quiero, es lo que mi cuerpo y mi corazón quieren por más que mi cerebro sepa que está mal.

El beso, cómo todo los recuerdos que tengo con Aren, es agridulce. El contacto es fuerte,  lleno de deseo y emociones contenidas, con la mano que tiene en mi cuello se asegura de mantener una posición que le ayude a fijar un ritmo y con su brazo libre rodea mi cintura para asegurarse de que no escape.

La verdad es que tampoco pienso hacerlo

Nunca, en los diecisiete años que tengo de vida, me habían besado así. Con necesidad, como si tuviera miedo de despertar de un sueño y no lo voy a juzgar, porque yo también tengo miedo. Pero no de despertar, sino de acostumbrarme a un sabor que no puede ser permanente.

Cuándo nos separamos, no sé si han pasado horas, siglos o unos míseros segundos; lo único que tengo claro es que no es suficiente.  Tengo la respiración agitada y mi pobre corazón late tan fuerte que estoy segura lo escuchan en todo el edificio. Pero él no se queda atrás, con los labios hinchados y el cabello revuelto por culpa de mis dedos que, no sé cómo, terminaron en su cabello, tengo enfrente una faceta de Aren completamente digna de enmarcar.

—Eso fue...— antes de que termine la frase, me inclino y lo beso de nuevo.

Pero esta vez es lento, tranquilo y me encanta que Aren deje que sea yo quién marque el ritmo que me guste, el que necesito. Y necesito esto, necesito que sea lento, necesito detener el tiempo, solo esta noche. Olvidar el mundo, a Daniela, a Kris al otro lado del pasillo y todas las  demás razones por las que está mal que me enamore de él.

Necesito que esta noche sólo seamos Aren y yo.

Intento profundizar el beso pero él me lo impide cuando pone una mano en mi mejilla y se aparta lentamente. Cómo si le costara trabajo quitar su boca de la mía.

Entiendo ese sentimiento.

—No nos hagas esto— murmura. No reconozco su voz, pero puedo ver un destello de miedo en sus ojos—. No hagas algo de lo que después te vas a arrepentir.

—No me voy a arrepentir— niego rápidamente con la cabeza.

Él traza círculos por mi mejilla con su pulgar y sonríe sin ganas, sin esa picardía que me acelera el corazón.

—Ni siquiera tu te crees eso— me da un beso en la frente antes de ponerse de pie y caminar hasta el lugar dónde dejó su laptop cuando llegó—. ¿Qué película quieres ver primero?

—Tu eres el experto ¿No?— resoplo mientras me pongo de pie.

Estuve a punto de hacer una locura, algo de lo que definitivamente me iba a arrepentir por la mañana. Si Aren no hubiera sacado a la luz un poco de sentido común, en estos momentos estaría feliz entre sus brazos sin pensar en las consecuencias que eso conllevaría.

No estoy molesta con él, estoy molesta y decepcionada conmigo misma. Después de todo, esta noche si que he caído en el encanto natural que precede a Aren Ryker.

—Empecemos con algo sencillo— se tira en el sofá con la laptop entre sus piernas y me hace una seña para que me siente junto a él—. Te parece... ¿Mi primer beso?

Lo fulmino con la mirada. Puede que así se llame la película, pero lo conozco lo suficiente como para saber que lo hace a propósito.

—Uy, perdón— finge un temblor y no puedo evitar soltar una carcajada—. ¿Vienes o no?

—¿Tengo otra opción?— pregunto al tirarme junto a él.

—Chica lista— dice con sarcasmo antes de darle play a la película.

Confieso que durante los primeros diez minutos estuve a nada de quedarme dormida. Mi primera impresión fue que era otra de esas tontas películas infantiles que todo lo que pueden con el poder de la amistad, pero no, resultó ser más que eso.

Me atrapo el hecho de Beida hable con tanta naturalidad de la muerte, como si la buscara con tan solo tener diez años. Me encanta la historia y el trasfondo, sinceramente, esta súper bien estructurado.

Nunca me han gustado las películas románticas porque pienso que en realidad todas son más de lo mismo: romance, mentiras, rupturas, lágrimas, lluvia y final feliz. Todo en el mismo orden.

Pero creo que esta película si podría llegar a gustarme, pero no pienso...

«¿Quieres trepar el árbol, Thomas?»

Olvídenlo, hasta en las películas el romance es un mierda.

Todo por un puto anillo.

Es que, definitivamente, estar enamorado te puede llevar a tu muerte.

La película termina y yo intento hacer como si no tuviera los ojos húmedos y la boca seca mientras Aren me observa con media sonrisa asomándose en la comisura de su boca.

—¿Todo bien?— me pregunta dándome un golpecito con el codo.

—De maravilla— respondo—. Vas a necesitar mucho más que eso para hacerme cambiar de idea sobre las películas románticas.

—No me retes, Tormenta.

—No me dejes con las ganas,Arencito.

«Sean como las tormentas: peligrosas, impredecibles y ruidosas»

¿Acaso el apodo ha salido de aquí? ¿De esa frase en particular? Paso dos minutos con la duda de si preguntarle o no, hasta que Aren se vuelve y me mira con un extraño brillo en sus ojos.

—Yo antes de tí —murmura—. Definitivamente esa te hará llorar.

—Lo dudo— sonrío y me acomodo mejor a su lado.

Estoy prácticamente encima de él, pero no se ha quejado ni una sola vez y no voy a ser yo quién se aparte.

Ya demostró una vez tener la fuerza suficiente para apartarme cuándo quise profundizar el beso, no le cuesta nada echarme a un lado en el sofá.

Pero no lo hace, es más, no sé en que punto de la película he acabado completamente metida entre sus piernas y con la espalda pegada a su pecho.

No me doy cuenta de nuestra posición hasta que los créditos finales de la película terminan.

Estoy llorando y no me molesta que él lo vea. Empiezo a ver un patrón en ambas películas y me preocupa un poco bastante mi estabilidad emocional, si Titanic termina mal, probablemente yo también termine mal.

—Te odio— musito, sorbiendo por la nariz.

—Lo dudo, medias de abejita— ríe y me da un beso tierno en la parte trasera del cabello.

Me muero de amor

—¿Cómo es que dices que te gustan pero no has llorado ni una sola vez?

—Tengo dos respuestas para esa pregunta— me informa—. ¿Quieres la verdadera o la decente?

—Ambas, obviamente.

—Le decente es que me preparé emocionalmente para esto— se inclina un poco para hablarme directamente al oído—. Y la verdadera... La verdadera es que he estado demasiado ocupado pensando en lo bien que encajan tu cuerpo y el mío como para prestarle atención a una puta película.

—¿Me esta haciendo una propuesta indecente, caballero?

—Te estoy pidiendo amablemente que te quites de encima antes de que mi cuerpo tome poder sobre mi mente.

—A veces, dejarse llevar es bueno.

—Juro que estoy intentando ser un caballero, pero tu no me lo pones nada fácil.

Siento su cuerpo moverse bajo el mío para hacer a un lado la laptop y recién ahí me doy cuenta de la ERECCIÓN — sí, con mayúsculas— que se clava a la parte baja de mi espalda.

—Creo que necesito buscar en mis recuerdos el momento exacto en que te pedí que fueras un caballero— murmuro y me acerco un poco más—. O reevaluar mis tácticas de seducción, porque si crees que necesito que tengas cuidado o me trates como a una dama, es que estoy haciendo algo mal.

De repente, nuestra posición cambia. Ahora estoy a horcajadas sobre él, con sus manos sosteniendo mi cintura para mantenerme bastante lejos de su zona de peligro.

—Eres perversa.

—¿Te gustaría de ser todo lo contrario?

—La verdad no quiero correr el riesgo de averiguarlo— se encoge de hombros y señala su entrepierna con la cabeza—. Tanto a mí, como a mi amigo, nos gustas bastante así.

—Mero deseo sexual.

—Probablemente— su tonito de condescendencia me está cansando.

—¿He logrado que cambies de opinión con eso de ser un caballero?

Intento presionarme más contra él, pero lo siguiente que siento es sus manos impulsandome hacía arriba para luego dejarme caer con un golpe sordo en el sofá.

Ahora él está de pie, con la cara roja y el ceño fruncido.

—Me prometí que haría las cosas bien esta vez— me informa—. Y no voy a romper una promesa.

—¿Qué significa exactamente hacer las cosas bien?

—No acostarme contigo hasta que haya alguna etiqueta entre nosotros.

—¿Etiqueta?— inquiero y suelto una carcajada cuando el asiente—. Ni que fuésemos productos en oferta en un supermercado, por Dios. Sólo es diversión.

—Aunque suene ridículo, quiero una etiqueta.  Cualquier cosa me sirve, pero, cuando hagamos algo, quiero poder ponerle un nombre— declara firmemente, comienza a recoger sus cosas con el ceño fruncido y una cara de dolor que ya me hagi una idea de a qué se debe.

—¿Te vas?

—No pretenderás que me quede contigo a dormir abrazados.

—Ay, cariño, si te quedas, lo último que haríamos sería dormir.

Soy plenamente consiente de que ya he empezado a sonar un poquitito necesitada, urgida y acosadora, pero la realidad es que no me interesa. Necesito algo, algo a lo que aferrarme esta noche, algo que me libere de ese deseo palpitante entre mis piernas, algo de él.

—Todavía nos falta una peli— murmuro con la esperanza de convencerlo.

—Ya la veremos otro día— dice al terminarse de atar los zapatos.

Hago un puchero y lo miro con una expresión que roza lo suplicante y probablemente sea la cara más ridículamente tonta que  he puesto en mi vida, pero no cambia de opinión.

Antes de que pueda abrir la boca para volver a pedirle que se quede, me sorprende inclinándose hasta posar su boca sobre la mía en un beso lento, profundo y cargado de autocontrol.

Me deja tan aturdida, tan embriagada por el sabor de su boca, por la sensación de sus labios, que, cuando se aparta y me deja un beso en la coronilla, no puedo hacer más que verlo con cara de borrego a medio morir.

—Buenas noches, tormenta— me dice y echa andar.

No salgo de mi ensoñación hasta que escucho la puerta del pasillo cerrarse con un ruido sordo.

Cierro los ojos recordando el sabor de su boca, la calidez de su cuerpo, la dulzura de sus gestos, y juro que todavía puedo sentirlo aquí, a mi lado, con su respiración chocando contra mi cabello y esa sonrisa pícara asomándose entre sus labios.

Me acuesto en el sofá con la respiración agitada y el cuerpo hirviendo.

Odio lo que me esta haciendo. Odio sentir esto. Odio en lo que me convierto cuando se trata de él.

Lo odio a él, pero a la vez comienzo a pensar que Aren se esta convirtiendo en una parte fundamental de mi vida.

Y me aterra lo que quede de mi cuando se marche.

Poco a poco llevo mi mano derecha hasta ese punto entre mis piernas que se va mojando más y más cada vez que pienso en él, en sus besos, sus manos, en todo de él.

Mi otra mano se cuela en mi top negro hasta encontrar uno de mi pechos y empezar a masajearlo al compás de las caricias entre mis piernas.

Estoy tan humeda que me da vergüenza, nunca antes me he mojado tanto mientras me autocomplazco, pero esto no tiene nada que ver con mi mano ahí abajo; es por culpa de Aren.

Aren y su media sonrisa.

Aren y sus besos lentos y provocadores.

Aren y esas miradas que calientan hasta el corazón más frío.

Aren y su risa ronca y profunda.

Aren, Aren y más Aren.

Todo es su culpa.

Su culpa, por provocarme para después irse.

Su culpa, por besarme de esa forma y luego apartarse como si le quemara mi contacto.

Su culpa, por  tener más autocontrol que yo.

Su culpa, por poner mi vida patas arriba y seguir con la suya como si nada.

Suelto un gemido y echo la cabeza hacía atrás para concentrarme más en  mi placer y aumento el ritmo con cada pensamiento sobre él que cruza por mi cabeza. Mis movimientos muestran claramente mis sentimientos reprimidos, ya no soy yo la que controla mis dedos, sino la ira, la rabia y el deseo.

Aren y yo en Central Park, riendo como si no tuviera que odiarlo.

Aren y yo bailando en mi graduación, ignorando al resto del mundo.

Aren y yo en la playa,  con mis dedos en su cabello en medio de una tormenta. Como si...

El orgasmo llega tan fuerte que soy incapaz de seguir el hilo de mis pensamientos. Grito de placer y gimo su nombre en voz alta como jamás lo haría si el estuviera aquí.

Cada rincón de este departamento ha sido testigo de mi placer, de mi deseo y mis  ganas de él. Espero que todo el edificio haya escuchado mis gritos, pero al mismo tiempo deseo borrar este momento del espacio tiempo.

Cuando termino, me duele la garganta de la fuerza que utilice para descargar mis gritos. Tengo las piernas flácidas como si nunca antes la hubiera utilizado y la respiración lenta y medida, como si tuviera miedo de quedarme sin aire.

A duras penas logro reunir las fuerzas para levantarme y llegar a la habitación mientras me apoyo de la pared. Es como si mi cuerpo no fuera realmente mi cuerpo, como si acabara de despertar de un estado de coma.

Nunca me había sentido así. Jamás me había corrido tan rápido ni con tanta fuerza mientras me tocaba a mi misma.

Al tirarme en la cama sin nisiquiera molestarme en cambiar mi ropa, pienso que, tal vez, no estaría tan mal tener una etiqueta con Aren.

Nada tan serio como un noviazgo, lógicamente, pero algo que me permita sacarlo de mi cabeza. Algo que me ayude a desencantarme de él.

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