✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯ ʟᴇɢᴏʟᴀꜱ

By OrdinaryRu

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𝗹𝗲𝗴𝗼𝗹𝗮𝘀 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 [terminada en 2023] Silwen era la última de su linaje sobre la Tierra Med... More

Dama de Plata
Gráficos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
epílogo

Capítulo 36

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By OrdinaryRu

Se aproximó a Legolas con el corazón encogido, observado con extrañeza como se arremolinaban hojas a medio escribir a sus pies. A medida que se acercaba a la mesa de piedra entendía por qué reflejaba su cuerpo tanta tensión y efusividad. 

Silwen tomo una hoja con interés, aquella en concreto se dirigía al mismísimo rey Elessar. Bastaron un par de líneas para saber que debía contenerlo, destruir, por muy cruel que fuera, su esperanza en ella.

— Nadie responderá como quieres Legolas, pues no hay solución para lo que me está sucediendo. —la pluma se desprendió de su mano al oírla— No les turbes con tan malas noticias, no les hagas tener también esperanzas infundadas. —no respondió y, tras un segundo de silencio, continuó con su desespero con la pluma y las cartas. 

Silwen se mostró nerviosa ante su insistencia y, en un intento extremo de atraerlo a la dura realidad, le arrebató una de sus dagas a la espalda.

Ithil nîn (mi luna), suelta eso. —rápidamente se puso en pie al verla armada, muy lejos de temer por su propia vida se sintió devastado al imaginar que ella perdía la suya— Lo suplico, por favor.

— Tienes que entender que yo no debería estar en estas tierras, es más...

— Lo arreglaremos. —interrumpió con frustración, acercándose lentamente a ella— Nadie te arrebatará de mi lado, juro por los Valar que no... ¡Espera!

De un firme movimiento, Silwen incrustó la daga en su pierna, antes de que el arma tocara el suelo Legolas ya se había lanzado en su dirección, acercando sus manos a la herida. Una sangre negruzca le cubrió los dedos, y Silwen intentó apartarlo al oír sus incomprensibles murmullos de espanto, mas su devoción era superior a ella. Súbitamente, la sangre dejó de emanar de su pierna.

— Retira las manos. —le tomó la barbilla al tenerlo a sus pies— Retira las manos, anar nîn (mi sol). 

Legolas observó con adoración sus níveos ojos y asintió. Al retirar las manos relevó un leve temblor en ellas, mas quedó totalmente petrificado cuando encontró una piel perfecta en su pierna, no había herida alguna. Silwen se arrodilló junto a él, conteniendo el dolor en su pecho al verlo tan perdido.

— Es difícil de comprender. Ni yo misma llego a arrojar luz a todo este disparate, sin embargo, es así, meleth nîn. (mi amor)el rostro de Legolas se alzó rápidamente al escuchar como lo había llamado. 

Silwen le acunó el rostro con una dolorosa sonrisa.

— Tu piel... —farfulló él, recordando en aquel instante todas las veces que la había acariciado o besado tras la batalla. — Está fría. —la conclusión le cayó como un golpe al corazón, pues había estado su cuerpo congelado todo este tiempo, mas él no había caído en ello, o no había querido hacerlo.

Poco a poco los recuerdos le fueron encajando, pequeños detalles ocurridos, palabras, miradas e incluso extraños actuares de Silwen a los que no había dado mayor importancia. Todo le cobró sentido, un sentido cruel que le estaba arrebatando el aire.

— Respira. —Silwen se inquietó ante sus lágrimas, que comenzaron a deslizarse también por sus dedos al acariciarle las mejillas. Lo besó y, al separarse, escuchó con alivio como tomaba aliento al fin— ¿Cómo son los enlaces de tu pueblo? —preguntó desconcertándolo— ¿Cómo habría sido el nuestro si hubiéramos tenido más tiempo? 

— Son... Habría sido... —hipó y, aturdido, dejó que ella le retirara las lágrimas— Habría sido durante la noche, bajo la mirada de Varda y sus estrellas.

— Bajo la Luna. —sonrió y, aunque Legolas amaba fervientemente su sonrisa, no pudo corresponderla en lo más mínimo— Me agrada la idea, continua...

— Mi pueblo se habría convertido en el tuyo, mi padre y tu familia, mi hogar y el tuyo, se habría convertido en un nosotros. —se apartó, consternado— ¿Cómo pudiste dejarme soñar con un futuro, sabiendo que no ibas a estar en él? —preguntó, observándola ponerse en pie junto a él. Silwen no contestó, sabiendo bien que no existían palabras capaces de remediarlo— Me creíste un niño, frágil. —se irritó— Me dejaste soñar como un estúpido. —su delicado rostro se arrugó en una expresión de enfado, dejándole rasgos semejantes al rey. — No lo entiendo, ¡no entiendo cómo puedes mantener la calma, no entiendo cómo...!

— ¡Basta! —gritó por vez primera. Legolas respiró aceleradamente, la tristeza comenzaba a asemejarse a la ira, y su quebrado corazón no lograba mantenerlo cuerdo— Hazme tu esposa. —atónito, la miró como si hubiera perdido todo juicio. Silwen tomó sus manos, con tal determinación en su mirada que lo hizo tragar por reflejo— Jamás pensé que con tantos años vividos pudiera decir que me faltaba tiempo, mas es así. Si mi último día es este, te ruego que me hagas tu esposa.

— Un día no me es suficiente. —confesó en un murmullo, recostando su frente junto a la suya— Ni con todo el tiempo en Arda tendría suficiente para amarte. 

Silwen abrió con duda la boca, no sabía bien qué decir, sin embargo tampoco tuvo tiempo de intentarlo. Legolas apresó sus labios con los suyos, plasmando en un pasional beso toda la agonía de sus sentimientos. La rodeó con sus brazos tras notar un leve temblor en ella, quizás quebrándose por primera vez.

La besó tanto como lo permitió su aliento, mas Legolas lo recuperó rápidamente para regresar a sus labios. Eran dulces, de ella, y únicamente para él. Entre caricias y el rozar de sus bocas, ambos se dieron cuenta de que las lágrimas comenzaban a interponerse entre ellos, pero lucharon contra la tristeza misma. Nada importaba más que amarse en aquel instante, pues el tiempo de Silwen era, definitivamente, efímero.

Legolas la guio sin pensarlo en exceso al interior del bosque, tomando sus manos y observando como cedía ante él. Ambos portaban un brillante y doloroso deseo en sus miradas, una rojez vergonzosa en las mejillas y, un suspirar en sus bocas que clamaba por más, por todo aquello que la injusticia y la guerra les estaba arrebatando.

Cuando el príncipe se percató de dónde la había llevado, supo que su propia alma estaba aceptando ya su marcha.

Un pequeño lago cristalino era envuelto por un manto de flores, escondido en lo profundo del follaje. Allí recordaba haber sumergido los pies en su infancia, dormido en soledad y leído cuántos libros pudieron llegar a sus manos. Era su remanso de paz, que acaba de convertir en el de ambos.

Silwen se maravilló a penas un instante, escaso, pues nada le era comparable a su amado, nada opacaba su belleza. Legolas marcó la mandíbula, incómodo y nervioso ante lo que acontecía. No era lo correcto, no al menos para ojos ajenos, sin embargo, nada veían más correcto que cumplir sus deseos en aquel instante.

Los labios de Silwen, rodeados por la rojez de los besos, se estiraron en una sonrisa avergonzada. Legolas tomó aliento, preparando su valía, cuando esta misma se esfumó al caer el vestido y la daga de Silwen sobre las flores. La tela blanca se arremolinó a sus pies y, la elfa, carente de pudor, dio un paso hacia él.

Legolas luchó contra su instinto de descender la mirada, de recorrer con avidez las curvas pálidas de ella. Pudo contenerse como un caballero, mas Silwen le sostuvo la barbilla y, ante aquello, perdió la cordura.

— ¿Serás mi esposo esta noche?

Anheló proclamar que sería suyo aquella noche, y todas las restantes por la eternidad. Anheló con el corazón en sus manos decirlo, pero no podía poner en palabras lo que le quebraba por dentro.

— Tan solo si tú aceptas ser mi esposa... esta noche. —cerró con dolor los ojos y, tras abrirlos, la pena se le disipó al verla sonreír, agradecida.

Legolas comenzó a retirar su jubón, con tal nerviosismo que requirió de varios intentos para desprenderse finalmente de los cordeles. Silwen aguardó, ocultando la risilla al verlo temblar como una hoja. Y, ese temor a hacer lo indebido, esa vergüenza por mostrar el cuerpo desnudo por vez primera ante alguien, únicamente la invadió cuando él se desprendió de toda prenda. Tomó un paso atrás y, embelesada, observó su perfecta piel esculpir un cuerpo que le provocaba mil emociones, todas primerizas, al igual que las de él.

Tembló, sintiéndose abruptamente indefensa, vulnerable, y cuando una brisa creció desde lo profundo del bosque, se abrazó a sí misma. Legolas, quien había recorrido al fin su esbelta escultura, respondió con un mohín infantil a su acción.

— No me prives de tu belleza. —sonrió al fin, transmitiéndole calma con el gesto— No me prives de ti. —añadió tomándola dulcemente de las muñecas, tentándola de nuevo a dejarse mostrar, igual de indefenso a como lo estaba él. Silwen cedió, enamorada hasta la médula— Todo de ti me es hermoso. —murmuró acariciando sus manos, su piel marcada todavía por la esclavitud.

— ¿Todo? —cuestionó dudosa.

— Absolutamente todo, meleth nîn. (mi amor).

Y, en silencio, se entregaron a lo que siempre habían ansiado en cuanto posaron sus ojos sobre el otro. Legolas la estrechó contra su pecho, encontrando con las manos todo resquicio de su cuerpo que se proponía venerar.

Los besos se tornaron fervientes y desesperados y, en la humedad de las flores, sus cuerpos se hicieron hueco con naturalidad. La noche misma les ofreció resquicios de una plateada luz, que entre caricias, iluminaban sus dichosos rostros.

Silwen abrazó su espalda y, él, enterró el rostro en su cuello. No concebían detener sus besos, por mucho que sus bocas ardieran algún día de cansancio, no creían poder detenerse, no tras haberse encontrado de aquella forma.

Sus miradas se buscaron en el mismo instante en que unieron sus cuerpos, de una manera que sus almas jamás habían experimentado. Los movimientos fueron torpes, primerizos, mas con el jadeo de sus nombres supieron, sin necesidad de palabras, como complacer al otro.

Como una tormenta que nacía en sus pechos, su lujuria fue creciendo hasta desbocar sus corduras. Legolas susurró lo incomprensible, y Silwen sonrió y pronunció su nombre. Sus manos se buscaron a tientas cuando el deseo los tenía completamente cegados. Sus manos entrelazadas, sus muslos encontrándose en constantes vaivenes. Abruptamente, Silwen recibió una fría lágrima en su mejilla, intentó retirar una nueva que aparecía en los ojos de su amado, pero el mismo, odiando su tristeza y ahogado en amor, la besó, acallándola. Todo sonido o palabra quedó apresado en sus bocas.

Sus cuerpos, imbuidos por la emoción de su primera vez, se contuvieron de terminar con rapidez. Se amaron en silencio, sin prisas, hasta que rompieron en un gemido simultáneo en brazos del otro. Tendidos, en la soledad de un bosque que había presenciado su unión, pudieron mirarse en los ojos del otro con la palabra "esposos" titilando en sus mentes.

El Sol asomó entre las copas, despertando a Legolas. Todavía tumbado sobre el pasto, únicamente tuvo que torcer ligeramente su cuerpo para hallarla. Silwen dormía a su lado, encerrándolo entre sus brazos, como si respirara de él. Se deleitó con su semblante calmo por el sueño, por la dicha que sus facciones mostraban incluso estando dormida.

El dolor le regresó al recordar que aquel instante no podía ser eterno, que su amor tampoco hallaría ese ansiado comienzo por el que rogaba. Porque su romance no había tenido siquiera tiempo de ser vivido como correspondía. Cuando sintió el llanto regresarle, la encerró por reflejo en sus brazos. La abrazó, acurrucándola en su cuerpo todavía vulnerable, pero no más que su corazón.

Encontró entre lágrimas el sueño de nuevo, pues aún estando el amanecer próximo algo en su pecho le exigía no desprenderse de ella, no todavía.

— ¿Qué recibiré a cambio de daros la joya de Laurelin? —Lómion, despreocupado, se recostó contra los barrotes.

Gandalf amagó con responder cuando el mismo Thranduil, hastiado de sus engaños y secretos, encerró su puño peligrosamente alrededor del cuello de su camisa.

— La vida, ¿a caso no os parece suficiente? —no le hizo falta alzar la voz para infundir miedo, ni emplear demasiada fuerza para que el mismo rostro de Lómion se pegara a los barrotes— Entregadme lo que salvará a vuestra hermana y os ofreceré una estancia poco desagradable en las mazmorras.

Ante la mención de Silwen abrió con pavor sus negros orbes. Dirigió una mirada al maia, recibiendo un sepulcral silencio por su parte.

— ¿Podréis quitarle a ese monstruo de Morgoth de su interior? —se desprendió del agarre de Thranduil y, cuando vio a Gandalf negar con derrota, supo que las palabras y promesas del rey eran vacías.

Amaba a su hermana, en mayor medida incluso del amor que se tenía por sí mismo. Regresó su atención al rey, que para su confusión desprendía una determinación férrea. Después de todo lo acontecido, de las atrocidades que había aceptado por salvarla, ya no tenía forma de mantenerla con vida. Su existencia carecía de sentido sin ella. Y el egoísmo actuó por él.

Tiró de un cordel de oro en su cuello, revelando un ámbar que no era de aquellas tierras. La savia del árbol se había fosilizado en una joya que embriagaba los ojos de los más incautos. La arrancó de un tirón de su cuello y la extendió ante el rey. Gandalf supo leer en su fría mirada su acto de amor egoísta. Pues no le importaba en lo más mínimo lo que aquella joya pudiera causar sobre la Tierra Media, ni las muertes que conllevaría la liberación de Morgoth. Lómion simplemente supo que, si la vida de su hermana se perdía aquel día, él mismo se encargaría de ir tras ella a la misma muerte. Nadie más que ella veía que su alma, por muy oscura que se asemejará a la noche, todavía tenía posibilidades de redención.

El trinar melodioso de las aves lo despertó. Buscó a tientas, con los ojos entrecerrados por el sol, el cuerpo de Silwen sobre su pecho. Sin embargo, no halló nada más que un frío que le erizó la piel.

Desconcertado, se vistió oteando a su alrededor, en busca de su paradero, pues sus ropas y armas habían desaparecido con ella. Regresó sobre sus pasos, de camino al palacio, cuando la halló sin proponérselo.

Ithilin nîn. —suspiró de alivio, recordando su cuerpo junto al de él, sus besos y caricias que todavía tenía impregnados.

Silwen apretó los puños sin volverse, con la espalda tensa bajo el vestido de seda. Legolas estiró su mano para alcanzarle la muñeca, logró acariciarla con la punta de los dedos antes de que ocurriera lo que tiempo atrás se había vaticinado.

En un parpadeo, Silwen lo derribó y, posicionándose sobre él, empuñó la daga de Ingwë que refulgía al reconocerla como su heredera.

Legolas fue veloz y se defendió de su ataque, mas no lo suficientemente como para esquivar por completo la hoja. La daga se cernió sobre su cráneo, y su esquivo movimiento la dirigió para su alivio únicamente a la mejilla. Un corte profundo le rasgó la carne, y una herida permanente mancillaría ahora su antaño impoluto rostro. Empujó la daga lejos de las manos de Silwen, rasgando las manos de ella sin pretenderlo.

La observó con la sorpresa que ameritaba tal situación. Azorado, encontró que sus ojos eran ahora negros, con venas oscurecidas que endurecían su rostro. Entendió con dolor que no era ella, que sus duros esfuerzos por huir de los sueños, del dormir que tanto la exponían a la oscuridad, habían quedado en el olvido cuando rindió su cuerpo ante él. El amor compartido había drenado sus energías, derribado sus defensas, y arrullándola en un sueño que disfrutó en los brazos de Legolas.

— Lo siento. —no pudo apartar la vista del rostro de su amada, plagado de molestia e ira— Lo siento... —repitió, ignorando como el espesor caliente de la sangre se le discurría por sus facciones.

— ¿Qué es lo que sentís, hijo de Iluvatar, —respondió con la voz rasgada, como si hiciera eones que no pronunciara palabra— vuestra propia desgracia?

Negó con los labios apretados, y no alcanzó a responderle cuando cayó en sus brazos, sumida en un letargo inesperado. La abrazó con necesidad, mirando a Gandalf y a su padre a pocos metros.

Con la mente aletargada, Legolas la alzó en sus brazos, con la delicadeza con la que un niño acaricia su primera flor de primavera.

— ¿Se pondrá bien? —fue lo único que alcanzó a verbalizar en su estado.

Thranduil compartió una severa mirada con el maia, quién había empleado su magia para someterla. Le rogó en silencio que no quebrara todavía más el corazón de su hijo, pero aquello no era algo que un mago pudiera conceder.

— Ha de ser hoy, el tiempo no se encuentra de nuestra parte.

Gandalf sacó el ámbar de su túnica, lo miró una única vez antes de regresarlo al bolsillo. Nada había en aquella tierra capaz de destruir el objeto, y lo que le restaba era regresarlo a Valinor, lugar que jamás debió abandonar. Dirigió una indescifrable mirada a Silwen en brazos del príncipe. Ansió que ella pudiera también sanar en las Tierras Imperecederas, pero, en cambio, su llegada tan solo traería la oscuridad.

— ¿Por qué no se curan sus heridas? —espantado, Legolas atrajo con su pregunta las miradas sobre su esposa— Su m-mano... sigue sangrando.—tartamudeó recordando que él la había herido en el forcejeo.

Thranduil se acercó al ver el temblar de su hijo, intentó tomarla en sus brazos para aliviarle el dolor cuando el mismo la atrajo con horror a su pecho. Asustado, compartió una mirada de fragilidad con su padre.

— La llevaré a sus aposentos, hijo. —con calma se aproximó de nuevo— Ve a que te curen esa herida.

Cuando el peso de Silwen desapareció de Legolas, experimentó la más pura soledad.

Gandalf, quién hasta entonces no había musitado palabra, aguardó hasta que el rey se perdió de su vista. Hizo una mueca al ver cómo cargaba con la princesa con tanta suavidad.

— ¿Le hicisteis tú esa herida, Legolas? —bajó la cabeza y asintió al maia— Me temo que ya sabemos entonces como ayudarla, pues ha de irse del mismo modo que la primera vez.

— Muriendo por mi mano. —susurró Legolas tras comprenderlo.

El horror de un fuego le lamió la piel, las ascuas y cenizas entraron en sus pulmones con cada bocanada. Vio, ajena, como sus manos tomaban una antorcha para incendiar el campamento.

El miedo la sacudió por dentro, y en la oscuridad de una nueva noche escuchó el trinar de un ave. Era hermoso y se acercó, pero, otra vez, sus manos actuaron sin contar con sus deseos. Su cuerpo no le pertenecía, y la sangre del ave se le coló entre los dedos. Emitió un espantoso chillido antes de morir.

Quiso despertar de tan horrible pesadilla, mas no eran tal cosa, sino recuerdos.

Legolas la sujetó con desconcierto, aterrado en medida por su actuar. La daga se cernió sobre su cabeza, recordaba haber deseado matarlo allí mismo. La respiración se le aceleró, asfixiándola, hasta que el mismo pavor la arrancó hasta el mundo despierto.

— ¿¡Legolas!? —gritó buscándolo a su alrededor, en el lago y sus flores, sin embargo ya no se encontraba allí.

Era un dormitorio demasiado lujoso para ella, digna de una princesa con su propio palacio. Huyó de la habitación, mas no pudo atravesar el umbral de la puerta cuando Onvolh y Draael se posicionaron ante ella. No le sorprendió encontrarlos, mas sí ver qué sujetaban las empuñaduras de las espadas en sus cintos por ella.

— Regrese adentro, princesa.

— Por favor. —añadió Draael, temiendo que las advertencias de Gandalf se hicieran realidad.

Silwen dio un paso atrás, aturdida, y la puerta volvió a cerrarse ante sus ojos. Boqueó, sin comprender qué demonios ocurría, entonces sintió un escozor en la palma de su mano. Una herida sangraba débilmente, curada con un extraño ungüento que no reconocía.

Se acercó la mano, casi sujetándola con pavor con la otra. No se había curado. Caminó de espaldas hasta sentarse en un elegante escritorio y, sin pensarlo dos veces, tomó una pluma y arrancó a escribir sin detenerse.

Escribió durante horas, cartas que se acumularon en un rincón de la mesa. La puerta se abrió pasado el mediodía.

— Ithilin nîn. —cerró tras de sí, contemplando como seguía escribiendo, presa de sus emociones. Legolas dejó la daga de Ingwë sobre la cama, y regresó a ella para depositarle un beso en el cabello— ¿Son para Éomer? —adivinó acariciándole los hombros.

— Son para todos, hay una para cada uno. —dejó la pluma y estiró las manos, cansada— Incluso hay una para tu padre.

— No piensas despedirte de él...

— No voy a dejar esta habitación, meleth nîn. —acarició las manos de Legolas, que reposaban sobre sus hombros descubiertos— No, al menos, con vida.

No hicieron falta palabras para entenderse, se miraron a través del espejo ante ellos. Sus ojos gritaban cuán injusto era, pero también lo dispuesta que ella estaba a hallar descanso al fin.

— Estuve a punto de matarte. —se puso en pie y lo arrastró con amor hasta la cama— Te he marcado, y lo lamento. —acarició su mejilla rasgada, y él se inclinó ante su contacto, embelesado— Déjame ir.

Legolas asintió con los ojos llorosos. Entendía al fin que nada lograría remediarlo, pues ya había ocurrido su muerte, por su culpa.

— Debo ser yo quien...

— Lo sé, cunn nîn (mi príncipe), y lamento que deba ser así.

Legolas le acunó el rostro, desesperado por memorizar cada uno de sus detalles. La cicatriz que le partía la ceja, sus pestañas blancas que le rozaban los párpados y las líneas alrededor de sus labios que se le formaban al sonreír. Suspiró, no tenía tiempo suficiente para recordar todo lo que amaba de ella. Súbitamente experimentó un dolor agónico. ¿Acaso olvidaría su voz también, el sabor de sus besos y el escalofrío de su piel?

— Prométeme que no me buscaras, no cuando aún te resta tanto por ver.

Legolas negó ante su pedido. No podía mentir diciendo que no había valorado la idea de perecer a su lado y, cada vez que recordaba qué iba a perderla, la idea se le volvía más tentadora.

— Prométemelo. —le exigió con miedo.

— Lo prometo. —besó sus labios, deleitándose en su suavidad— Pero has de saber que ya nada tendrá belleza para mí, ni los días me serán calmos y no las sonrisas me darán dicha.

— Aprenderás a sonreír sin mí. —lo escuchó rechistar, empeñado en que todo perdería valor sin su amor, cuando lo interrumpió con un beso— No discutas conmigo, que no sea una discusión nuestra despedida.

— Es que no deseo despedirme. —farfulló, empecinado. Desesperadamente la abrazó, inhalando su aroma, impregnándolo en su alma. Silwen tomó la daga de la cama, y los hilos de plata se iluminaron ante ella— N-No aguarda... Un segundo más.

Silwen se apartó, dejando el arma en sus manos.

— Tiene que ser ahora, meleth nîn, cuando aún conservo la cordura y cuando todavía recuerdo que te amo. —Legolas dejó caer una lágrima, y con el arma que no empuñaba la daga le acarició la mejilla— Boe annin mened, anar nîn (Debo irme, mi sol)

El príncipe tembló, no podía hacerlo. Cómo iba a arrebatarle la vida a su único amor y a arrancar consigo toda su dicha. Prefería perforar su propio corazón si con ello podía su esposa sobrevivir, ver el mundo que merecía tras tantos siglos en oscuridad y cautiverio. Silwen le rodeó la mano con las suyas, incitándolo a acercar la daga a su pecho.

— No me hagas hacerlo. —apartó la mirada, siendo incapaz de verla a los ojos, los mismos que lo cautivaron en una noche estrellada.

Los rayos del sol entraron atravesando las cortinas, otorgando calidez a sus cuerpos.

— No es culpa tuya. —movió la mano de Legolas, que luchaba por soltar la daga, pero ella no se lo permitía— Tampoco es culpa mía. —dijo para su propio asombro, atisbando calma en tan nefasto momento— Nadie elige de quien se enamora, únicamente está en nuestras manos el qué hacer con tal amor.

Cuando Legolas consiguió regresarle la mirada, la imagen que tenía de ella cambió. Se había transformado en algo hermoso a sus ojos, perfecto, en una princesa que prefería su perdición a la de su pueblo. Encontró también, detallando su expresión, que se encontraba drenada de toda calma. Estaba exhausta de una existencia tan turbulenta, llena de odio.

Govado i nothrim în mi Mannosm...  (Que puedas encontrarte con tu familia en Mandos) ... vesse nîn. (mi esposa).

Silwen sonrió, e inclinándose ante él dejó que la daga al fin atravesara su pecho. Legolas rompió en llanto al sentir un último beso acariciarle los labios.

Soltó el arma y la abarcó con los brazos, la encerró en su pecho y lloró desesperadamente sobre su hombro frío, empapándole las costuras del vestido. Sollozó como jamás se había permitido, mostrando un alma rota.

Wendë telpê. —llamó una última vez, no recibiendo respuesta.

Legolas se mantuvo junto a su cuerpo por horas, hasta que el frío dejó de molestarlo, hasta que el dolor fue tan profundo, que olvidó que él todavía lograba sentir.

El cielo era estrellado e infinito, convirtiéndose en el techo de aquellas estancias que no pisaba por vez primera. Silwen se inclinó ante Mandos, conociendo, esta vez, su verdadero nombre y pasado.

— Regresáis por vuestro propio pie a mi reino. —su profunda voz reverberó entre las columnas que rozaban la existencia misma— ¿Qué haré con vos ahora, princesa?

Fin

Fin? Bueno, quizás haya un epílogo, no me maten todavía :)

Ya no sé cuantos años llevo con este fic, parecía interminable, pero al fin <3 Espero que os haya gustado, ya no digo este agridulce final, sino el completo de la aventura de Silwen. No he escrito una historia tan dulce y romántica en mi vida, y espero que sea el principio de muchas.

No puedo dar una fecha para el epílogo, pero intentaré con todas mis fuerzas que sea antes de que termine el año o pocos días después.

Gracias por tomaros el tiempo de leer esta historia, que no deja de ser una invención de mi fanática cabeza <3

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