Suya por contrato

By CaroYimes

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Lily jamás podría decirle que no a su jefe. ¿O era al revés? More

Rossi
Pacto con el diablo
Amenazas
El comienzo de la guerra
Guerra fría
El arrepentimiento
Escenario sorpresa
Un precio
Los sueños
Complicidad
Rendirse
Celos
Monstruo
666, el número de la bestia
Megalodón
Los pedos y el hámster
Primeros sentimientos
Suya por contrato
Suya por contrato, parte dos
Cataratas del Niágara
Pequeño demonio
La subasta
Lobo feroz
La fiebre
Cliché y Nobel
Cuidar mi corazón
Pruebas
Familia, peleas y celos
Pollo frito
Bastones y llamada
Gestos
La chica del momento
En otra vida
Lista de pareja
La madre que no fue
Pedir ayuda
Cinco minutos... o menos
Cosecha
Cita romántica
Sentimientos y alteración
Creer
Ojos tristes
Borrador: segundas oportunidades en la moda
Cinta métrica
El filósofo y lo más valioso
Nueva familia y mesa de acero
Niño asustado y lanzamiento
Arresto y talento
Cuarenta minutos
Gallo y mesa
Corazón y mente
El mundo entero
Juego de palabras
Fabulosa, inspiradora y fondo de retiro
Intercambio
El hibrido
Muros elegantes
Confianza y rompecabezas
Tronca y juicio
Carne, sospechas y corazón
Elección
Nueva cláusula
Precoz y lujo
Primero y último
La confianza
La venganza y Rolls Royce
Juicio y veneno
Despedida y gracias

Chiste

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By CaroYimes

El lunes a primera hora, Victoria fue trasladada de prisión. Sería juzgada en el estado en el que se habían cometido los delitos, donde Rossi podía jugar al juego que quisiera.

Su territorio, sus reglas.

Todo se manejó con mucha discreción, hasta que la noticia llegó a los oídos de Nora, la madre de las hermanas López.

La mujer no dudó en buscar ayuda. Como su exesposo nunca regresó a casa, no le quedó de otra que buscar a Lily en el único lugar que sabía: su trabajo.

Por la tarde y tras recibir un llamado desesperado por parte de Victoria, Nora viajó hasta las instalaciones de Revues, donde sabía que se encontraban las oficinas de Craze.

Se atrevió a subir hasta el piso de la revista de moda y buscó a su hija con total seguridad.

—La señorita Lopez salió. Puede dejar un mensaje si gusta —le dijo July, la recepcionista.

A Nora le sorprendió el trato. Tan frio, distante. La preciosa joven que manejaba un cinto sobre su cabello brillante ni siquiera la miró a los ojos.

—Necesito habar con ella, es urgente —dijo Nora, con evidente angustia—. ¿Sabe dónde puedo comunicarme con ella?

July meneó con su lengua la goma de mascar y a través de sus largas pestañas azules la miró con fastidio.

—Envíele un correo —le dijo y le entregó una tarjeta dorada.

Nora la cogió con cierto recelo y con muecas de horror volvió a fijar sus ojos en July.

—Pero...

—Sí ella considera que es importante, le responderá. —July se oyó tan sarcástica que Nora explotó.

—¡Necesito hablar con mi hija, por el amor de Dios! —gritó furiosa.

July alzó las cejas al escucharla. Más le sorprendió saber que la madre de la Chica del momento los visitaba.

Tras disculparse, le explicó dónde encontrarla.

Nora cogió un taxi y viajó hasta la dirección que le habían entregado.

Maravillada se quedó de pie frente a la infinita torres de cristales azulados que reflejaban el cielo. Tuvo que recordarse el motivo de su visita para recomponerse y dirigirse a la entrada.

En el elevador viajó impaciente, repitiéndose una y otra vez las palabras que pensaba dedicarle a Lily.

Pensaba manipularla, como siempre, victimizándose para que ayudara a su hermana a salir de prisión. Sabía que podía conseguir algo a través de Christopher.

Cuando llegó a su destino dejó el elevador atrás caminando con paso inseguro.

La recepción del pent-house era rimbombante. La elegancia la dejó atónita. También las vistas. Los cristales que envolvían todo el lugar le dejaban ver toda la ciudad y el cielo teñido de gris.

Avanzó más segura cuando reconoció la voz de su exesposo y con el ceño arrugado lo buscó, deseosa de verlo otra vez.

Lo encontró frente a una chimenea y envuelto en una colcha gruesa. Se reía de una película navideña mientras sostenía un gran pocillo con palomitas de maíz.

Dio grandes zancadas para saludarlo. Iba con una sonrisa en el rostro, esperanzada de que pudieran darse una segunda oportunidad, más al saber que la vida de Lily había cambiado, pero se detuvo en seco en cuanto vio a una mujer acostada en sus piernas.

La sonrisa se le esfumó en cuanto vio a una hermosa joven de cabellos dorados.

—Julián... —Lo llamó ahogada.

Sentía que el pecho le quemaba. Apenas si tuvo el valor de llamarlo por su nombre.

Julián la miró y, claro, se sorprendió de verla allí, más la mueca de dolor y decepción con la que lo miraba.

—Nora, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó él y dejó las palomitas a un lado para levantarse del piso.

La mujer le miró con furia, peor ardió al ver la cortesía con la que su exesposo trataba a la desconocida.

Tras eso, Nora dirigió toda su furia a la rubia que la contemplaba con sus bonitos y grandes ojos verdes. Estaba sentada en la alfombra, delicada y pendiente de cada cosa que su exesposo hacía.

Furiosa, Nora gritó:

—¡Vine aquí porque nuestra hija está en prisión y te encuentro revolcándote con una cualquiera! —Los gritos se oyeron por todo el pent-house—. ¡¿Cómo puedes hacerme esto?!

Julián se rio y sacudió la cabeza en negativa.

—¡¿Cómo puedo hacerte yo esto?! —exclamó él y decidido avanzó hacia ella para enfrentarla—. ¡Te recuerdo que fuiste tú la que se fue con un joven! ¡Tú me abandonaste y te dejé ser libre, Nora! ¡Dejé que buscaras el camino que tanto decías que te arrebaté! —gritó él con rabia.

Lily y Christopher estaban en un pequeño cuarto oscuro que habían improvisado para trabajar más a gusto y en cuanto oyeron los gritos salieron corriendo para ver qué estaba sucediendo.

—¡Me fui porque ya no me hacías feliz! —gritó Nora, llorando—. ¡Pero ya veo que el problema era yo! Bien a gusto que estás con esta mujerzuela...

—¡Basta! —gritó Julián y sacudió las manos en el aire—. ¡No trates de dar vuelta las cosas, Nora! ¡Tú no eras feliz! ¡Yo era el imbécil más feliz del mundo! —lloró destrozado.

Sasha se levantó cuidadosa del piso. No quería estar allí, atrapada en una discusión que no le incumbía.

Se encontró de frente con Lilibeth, quien había avanzado hacia el centro de la discusión con paso cauteloso.

No podía creer que los que gritaban así eran sus padres.

Christopher caminó detrás de ella sin decir ni una sola palabra.

—¿Qué está pasando? —preguntó Lily con un nudo en la garganta.

Nada le dolía más que verlos discutir. Regresaba al pasado, a las peleas nocturnas en casa, los gritos de cada mañana, las noches sin dormir y el miedo de perder a uno de sus padres.

Julián jadeó cuando escuchó la voz de Lily. No sabía si se sentía aliviado o más preocupado. No quería que sus hijas se involucraran en sus problemas de pareja.

No les correspondía.

—Tu madre nos visita —dijo, tratando de ser cortés.

De reojo miró a Christopher y a Sasha.

Nora se echó a llorar y con desespero le dijo:

—Tu hermana está en prisión, hija. Tenemos que hacer algo para ayudarla.

La noticia no sorprendió a Lilibeth y su madre pudo advertirlo. Su ceño se arrugó y con un extraño presentimiento le preguntó:

—¿Por qué no estás sorprendida?

—Porque ya lo sabía —le comunicó Lily y se cruzó de brazos sobre el pecho.

Nora abrió grandes ojos al sentir su desdén, su poco interés y su horrible frialdad y sintió que el mundo se le venía encima.

—¡Y si ya lo sabías, ¿por qué no hiciste nada?! —le gritó enloquecida—. ¡Ni siquiera me llamaste!

Lily enarcó una ceja y esperó a que la mujer se tranquilizara.

Había repasado esa escena miles de veces en su cabeza. La había sobre pensado tanto que, tenía todos los posibles escenarios resueltos.

—¿Habría cambiado algo? —le preguntó Lily, tan fría que hasta su padre se sorprendió de su madurez para manejar el asunto—. No, no habría cambiado nada porque no soy juez y no tengo poder para hacer algo al respecto.

Nora estuvo perpleja, adormecida por lo horrible que todo sonaba.

—Pero Christopher sí —dijo convencida de que iban a ayudarla.

Lily se largó a reír y no pudo disimular su sorpresa. El chiste era tan bueno que tuvo que buscar la mirada de su novio para que él se uniera a ella.

—Mamá, Christopher fue el que interpuso la denuncia —le reveló firme, sin titubear ni una sola palabra—. ¿Crees que Christopher quiere ayudarla? —le preguntó con sarcasmo elevado—. Por supuesto que no, por favor, madre.

Nora se heló completa al escuchar aquello.

—Pero es tu hermana... —hipó dramática.

Lily le sonrió y recordó con exactitud las palabras de Christopher.

—Romina también es mi hermana, madre, pero Victoria no tuvo consideración y se robó el dinero que era para su tratamiento —le aclaró, solo por gusto, para que supiera que no era una estúpida a la que podía seguir engañando—. ¿Qué esperabas? ¿Qué apoyara a una ladrona? —la encaró y avanzó un par de pasos hacia ella.

—¡Retráctate inmediatamente, Lilibeth! No puedes decir eso de tu hermana —refutó su madre con enojo.

Lily sintió que ardió más y no se calló:

—Es una ladrona. Y las ladronas tienen que estar tras...

No pudo continuar. Su madre la abofeteó fuerte en la mejilla.

Christopher explotó cuando oyó a Lily gemir por el dolor del golpe de su madre e intervino de inmediato y de forma violenta.

Agarró por el brazo a la madre de Lilibeth y la empujó hacia la salida, aun cuando ella gritó y peleó con locura.

Sin liberarla, presionó la tecla del elevador y con los ojos oscurecidos le advirtió:

—No puedes venir a mi casa a gritar a mi mujer, ni a mi suegro, mucho menos a mis empleados.

Nora se paralizó al sentirlo tan inflexible. Ese no era el Christopher que ella creía conocer.

—Una próxima vez llamaré a la policía. —Respiró para calmarse—. Respecto a tu hija, ni siquiera pienses en conseguirle un abogado, porque todo abogado de esta ciudad me pertenece. Todo abogado de este maldito país responde ante mí. Ahora lárgate.

La empujó dentro del elevador y no le quitó sus ojos azules fríos de encima hasta que las puertas se cerraron otra vez.

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