Todos los lugares que mantuvi...

By InmaaRv

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«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... More

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
5 | La casa de Amelia
6 | La lista
7 | Revontulet
8 | Avanto
9 | Familia
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
15 | La primera cita
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
18 | Adorarte
19 | Confesiones
20 | La lista de Connor
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
23 | Algo que se sintiera como esto
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

27 | Ellos

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By InmaaRv

Último capítulo... <3

27 | Ellos

Maeve

Hay aproximadamente ocho mil kilómetros de distancia entre Miami y el pueblo que se ha convertido en mi casa.

Cuando, tras haberme pasado otras veinte horas de viaje, por fin llego al aeropuerto de Tampere, estoy tan cansada que solo quiero dejarme caer en una cama y dormir durante un día entero. Me he pasado la última semana yendo al almacén todos los días para ordenar las pertenencias de mamá. Le hice una promesa a mi padre y quería encargarme del tema antes de irme. Mi plan inicial era abrir todas las cajas, tirar lo que estuviera en mal estado y no se pudiera restaurar y quedarme con todo lo demás. Por desgracia, no tardé mucho en caer en la cuenta de que, en la práctica, mi idea era completamente insostenible. La vida entera de mamá no cabía en el armario de mi habitación. Ni siquiera en toda mi habitación. No me gustaba la idea de que sus cosas siguieran pudriéndose en un trastero, así que tuve que hacer de tripas corazón, escribir «PARA DONAR» en unas cuantas cajas y despedirme de todo lo que sabía que podría tener una mejor vida en otra parte.

Fue Brenna la que me ayudó a saber dónde llevar las cajas. Al parecer, ha estado toda la vida colaborando con distintas asociaciones aquí, en Miami. Hizo un par de llamadas y, en tan solo unos días, conseguimos repartir parte de la ropa y del resto de pertenencias de mamá. Imagino que ninguna de las dos esperaba de hacer algo juntas relacionado con mi madre fuera a servir para unirnos, pero fue justo lo que pasó. Me disculpé con ella por el mal comportamiento que tuve en la cena. Papá tenía razón. Brenna no tenía malas intenciones. De hecho, ha sido una madrastra ejemplar cada vez que he ido a visitarlos, aunque yo nunca me haya portado con ella de la misma manera.

Aunque doné algunas de las cosas, debo reconocer que me quedé con la mayoría. Ahora todos los libros y las películas de mamá están en la biblioteca personal que hay en la mansión de mi padre. Cuando le pregunté a él si podía quedárselos, en un principio temí que me respondiese que no. Luego me dijo que compraría una nueva estantería. La inmensa colección de mamá está allí ahora, repartida en unas cajas, esperando. Pronto tendrán su propio sitio especial en la casa.

Me he traído todos los álbumes. Todos. De hecho, de mis dos maletas, una está llena solo con ellos. En la otra hay ropa, tanto de la que abandoné en casa de mi padre cuando me mudé como de la que cogí del trastero. Pensé que me haría sentir más cerca de Miami, de mamá, de mi familia. También cogí esos dos vestidos de fiesta que sospecho que confeccionó Hanna. Estoy convencida de que le gustará tenerlos.

En cuanto salgo del avión, voy directa al control de pasaportes. Son las nueve de la mañana y el aeropuerto de Tampere está lleno de viajeros que revisan nerviosamente las pantallas con la información de los vuelos, esperan frente a las puertas de embarque o caminan a toda prisa esquivando al resto de pasajeros. Mientras intento ubicarme dentro de este laberinto de pasillos, vuelvo a encender mi tarjeta de datos finlandesa para mandarle un mensaje a papá y que Brenna y él sepan que he llegado bien. Luego reviso la hora a la que se supone que sale mi autobús. El vuelo ha llegado con veinte dolorosos minutos de retraso que van a salirme muy caros. Es imposible que llegue a la estación de autobuses a tiempo. Busco alternativas en internet una vez que me dejan entrar en el país y por fin puedo ir a las cintas a por mi equipaje.

Como me temía, el próximo autobús no sale hasta mañana, por lo que me única opción es coger un taxi. Recojo mis maletas y las arrastro como puedo hasta la salida mientras pienso cómo es posible que solo acabe de llegar y ya esté teniendo este nivel de mala suerte. Joder, no puedo esperar a llegar a casa de Nora.

—Pensé en traer un cartel con tu nombre, como hacen con los famosos, pero supuse que no lo necesitaría. —Tuerzo la cabeza al oír una voz conocida. El corazón me salta, fuerte, dentro del pecho—. ¿Qué tal, Maeve?

Es John.

John está aquí.

Suelto las maletas de golpe y me lanzo a abrazarlo. Él se ríe entre dientes mientras me estrecha contra sí. Estamos entorpeciendo la vía de salida de la zona de embarque y muchos pasajeros refunfuñan, molestos, al rodearnos, pero no les doy ninguna importancia.

—¿Qué haces aquí? —balbuceo al separarme para mirarlo—. Creía que... yo...

—Tu padre me llamó esta mañana. Quería asegurarse de que había alguien esperándote en el aeropuerto cuando llegaras. —Su sonrisa me resulta tan cálida, tan reconfortante, tan familiar, que me entran incluso ganas de llorar. Por instinto, miro, nerviosa, detrás de él. John parece deducir lo que estoy esperando, puesto que, con cautela, añade—: He venido solo.

Connor no está aquí.

Llevamos casi dos semanas sin hablar. No me ha escrito. No le he escrito. Por supuesto que no está aquí.

—Gracias por venir a recogerme. —Intento que la desilusión no se me note en la cara. No debe de salirme demasiado bien, puesto que la sonrisa de John se llena de tristeza.

Coge mis maletas.

—Tengo el coche en el aparcamiento. Seguro que estás agotada. ¿Cuántas horas son de viaje? ¿Quince? ¿Dieciséis?

Salimos del aeropuerto. Estamos a finales de junio, pero, a diferencia de en Florida, en Finlandia no hace calor. El día está nublado y la brisa fresca del verano me roza las mejillas. Siento cierta satisfacción al notarlo, al volver a ver el coche de John, al oír a la gente de mi alrededor hablando en finés. Guardamos mi equipaje en el maletero entre los dos y luego entremos y nos abrochamos los cinturones.

—¿Así que mi padre te ha llamado?

—Ajá. Y hemos tenido una larga y necesaria conversación, parece que a raíz de una que tú has tenido con él. —John enciende el motor. Me mira de reojo con una media sonrisa—. Con suerte lo convenceré de que Brenna y él vengan a pasar unos días aquí durante sus próximas vacaciones. Por cierto, me pidió que te trajera esto. Pensó que los necesitarías.

Alarga el brazo para coger una mochila del asiento de atrás y la deja en mi regazo. Cuando la abro, me encuentro con mi portátil y mi cámara de fotos. Tengo sentimientos encontrados. Por un lado, estoy tremendamente agradecida con papá por haberse acordado de decírselo a John. Pero, por otro, no puedo evitar sentirme un poco culpable. Si John me los ha traído, debe saber que no voy a pasar la noche en su casa.

—Nora me pidió que me quedara a dormir con ella unos días. Tenemos mucho de lo hablar —miento, incómoda, mientras cierro la mochila.

—Sí, tu padre me lo contó. —Hay un silencio—. ¿Va todo bien? —inquiere.

—Sí, claro.

—¿Seguro?

—Siento mucho haberme ido de esa forma tan repentina, John —confieso finalmente. No tiene sentido retrasarlo. Es mejor arrancar la tirita de golpe—. Me puse muy nerviosa cuando Brenna me dijo lo del accidente. No sabía qué otra cosa podía hacer.

—No tienes que disculparte. Tu padre te necesitaba allí. Por eso te fuiste.

—Pero lo hice sin despedirme, y el incendio...

John niega con la cabeza.

—No te preocupes por eso.

Trago saliva.

—¿Cómo ha quedado...?

—¿La casa? Ya la viste la otra noche: la parte de arriba está un poco calcinada, como te podrás imaginar, pero nada que no se solucione con mucho trabajo y varias capas de pintura. Lo importante es que no se ha derrumbado nada. El incendio solo afectó a esas dos habitaciones y a parte del pasillo. Todo lo demás está intacto. Gracias a ti, claro. Cerraste todas las puertas cuando subiste a por Onni, ¿verdad?

—Fue idea de Connor.

—Hacéis un buen equipo, sin duda.

—Mike me dijo que fue un accidente. —Necesito continuar con la conversación porque pensar en Connor, en el buen equipo que John piensa que hacíamos y que quizá ahora ya esté roto, me revuelve el estómago—. Entendería que estuvierais muy enfadados con él, pero no creo que tuviera intenciones de provocar el incendio.

Al oírme, John suspira.

—Sí, ya lo sé. Los bomberos nos dijeron que, si la reja de protección de la chimenea hubiera estado atornillada a la pared, no se habría caído cuando rodaron los troncos. No fue culpa de nadie. Por desgracia, estas cosas pasan. Aunque sigo pensando que el chico era un poco idiota.

—Siento que se portara tan mal con vosotros. —Me muero de la vergüenza cada vez que pienso en lo impertinente, clasista y maleducado que Mike fue con ellos.

—No tienes que disculparte. No fue culpa tuya.

—Mike y yo tenemos un pasado complicado. Aunque eso no justifica su comportamiento, te prometo que no es una mala persona. Se siente muy culpable por lo del incendio. Quiere ponerse en contacto con vosotros para correr con todos los gastos de la reparación.

—¿De verdad? —John parece sorprendido. Asiento y se gira hacia el frente, visiblemente conforme—. Bueno, la ayuda no nos vendría nada mal. Espero que nos llame pronto.

—Me aseguraré de que lo haga. —Mi intención era mantener contacto cero con Mike de ahora en adelante, pero no me quedaré tranquila hasta que este tema esté cerrado.

—Hanna, los chicos y yo estamos trabajando mucho para restaurar la parte de arriba. Sienna y Albert querían ayudar, pero los hemos dejado al margen. Ya tienen bastante lío con tener que preparar la habitación para el niño. —Entonces, cae en la cuenta de lo que acaba de decir. Se gira hacia mí—. Dime que ya te ha dicho cuál es el sexo del bebé y no he arruinado la sorpresa.

Reprimo la sonrisa.

—Me llamó hace unos días, sí.

El rostro de John se llena de felicidad.

—Voy a ser abuelo —anuncia.

—Serás un abuelo genial —añado, porque estoy segura de que va a consentir a ese crío cada vez que se le presente la ocasión.

—Hanna ya ha empezado a tejer cosas para el bebé. Como no sabemos cómo de grande va a ser, está haciendo jerséis de todas las tallas. Y Connor y Luka tienen sus propios planes para cuando nazca. Espero que Dios asista a ese niño, Maeve. Y que nos asista a nosotros si sale parecido a sus tíos —bromea. Intento mostrarme divertida con la situación también, pero oír el nombre de su hijo me ha provocado una punzada de tristeza. John parece notarlo. Me observa en silencio durante un segundo y, después, añade—: No le he dicho a nadie que has vuelto. Supuse que querrías ser tú quien les diera la noticia.

Eso explicaría por qué Connor no ha venido al aeropuerto. Puede que no esté todo perdido, a fin de cuentas.

Es cierto que lleva semanas sin escribirme, pero yo tampoco le he escrito a él.

—Maeve —me llama John. Me giro hacia él y me encuentro con sus ojos marrones, tan diferentes a los de su hijo—. Sabes que La Perla siempre será tu hogar, ¿verdad?

Asiento. Noto una presión en la garganta.

—Sí, lo sé.

—Entonces no tardes mucho en volver.

*

Al verme de pie en su portal, cargada con mis maletas y mi mochila y con cara de no haber dormido nada en una semana, Nora baja rápidamente la escalera y se abalanza sobre mí con tanta fuerza que casi me hace perder el equilibrio.

—Joder, menos mal que has vuelto. Quiero estar enfadada contigo por haberte ido sin avisarme pero sé que fue por una buena razón. Pero no vuelvas a hacerlo, ¿me oyes? Tuve que decirle a Sandraa que tenías salmonelosis. Me lo inventé para que no te despidiera. Pero nunca he tenido salmonelosis. No sabía cuáles eran los síntomas. Ahora Sandraa piensa que llevas dos semanas con diarrea. Lo siento muchísimo. —Se aparta de mí y por fin recae en la presencia de John, que nos observa divertido desde el coche—. Sandraa es nuestra jefa. Evidentemente, se lo creyó. Se me da muy bien mentir. Por cierto, tienes un hijo maravilloso. Te juro que eso no es mentira. Yo...

—Pasadlo bien —la interrumpe John. Me lanza una mirada burlona antes de conducir hasta perderse al fondo de la calle.

A mí se me escapa una sonrisa. Nora es intensa a más no poder, pero la quiero justo de esa manera.

—Yo también te he echado de menos —le digo.

—Más te vale. Vamos, pasa de una vez. Tienes mucho que contarme. —Agarra el asa de una de las maletas con las dos manos para arrastrarla hacia la entrada—. Ese era el padre de Luka, ¿no? Siempre me ha parecido un señor simpático. Me pregunto qué sentirá al saber que su hijo es gilipollas.

Por desgracia, Nora vive en un primero sin ascensor, por lo que nos toca subir las dos dichosas maletas por la escalera. Cuando por fin llegamos arriba, estamos sudadas, agotadas y muertas de calor. Nora no deja de repetir lo mucho que me detesta. Arrastro mi equipaje, ya sin fuerzas, hasta la puerta mientras ella busca la lleva en sus bolsillos. Justo en ese momento, la cerradura se abre desde dentro. Un chico rubio sale de la casa con prisas y nos esquiva a mis maletas y a mí para dirigirse a la escalera.

—¿No vas a saludar a Maeve? —le reprocha Nora.

Sam ni siquiera se toma un segundo para mirarnos.

—Tengo prisa. He quedado con Elisabet.

Mi amiga pone los ojos en blanco, pero deja que se marche.

—¿Qué bicho le ha picado? —pregunto.

—Ni idea. Desde que tiene novia apenas hablamos. Creo que a la chica no le gusta que pase tiempo conmigo. —Abre la puerta y se inclina para tirar de una maleta—. Vamos a llevar esto a mi habitación. Sam tiene la de invitados a rebosar con sus cosas de la banda.

—No sabía que estaba en una banda.

—¿No te lo conté?

Entrar en el apartamento de Nora es como sumergirse en la selva tropical. Hay macetas con flores y enredaderas por todas partes. Tengo que agacharme al cruzar el recibidor para no darme de bruces con una rama de hiedra. Toda la casa es muy colorida, aunque se nota el toque más sobrio de Sam en algunas zonas. La puerta de entrada da directamente al salón, que tiene un pasillo con varias puertas al fondo, donde se encuentran el baño y los dormitorios. La cocina queda en el lado izquierdo.

—Solo para que me quede claro, ¿tu plan sigue en pie? —me pregunta Nora una vez que tengo la maleta con mi ropa abierta en el suelo de su dormitorio.

—Sí, aunque primero necesito ducharme, ponerme ropa limpia, comer algo y dormir. Me muero de hambre. Y jamás en mi vida había estado tan cansada. Después nos pondremos manos a la obra. ¿Has calculado...?

—¿Cuántas horas nos va a llevar? Unas siete de viaje, entre ida y vuelta, más el tiempo que estemos allí. Si salimos mañana al amanecer, llegaríamos aquí por la noche y tendrías que terminar de cerrarlo todo. En resumen, otro día entero de viaje para ti, solo que esta vez por carretera. Y con buena compañía, claro.

Yo digo:

—Es una locura.

Y ella responde:

—Va a ser divertidísimo.

Pienso que una vida rodeada de gente así podría hacerme muy feliz.

A las ocho de la mañana del día siguiente, ya estamos las dos en su coche, de camino a nuestro primer destino, Espoo, junto a Helsinki, donde tendremos que hacer un par de paradas. Le sugiero a Nora que nos turnemos al volante, pero ella insiste en conducir, por lo que me auto denomino encargada de la música, pongo una de mis playlist y me paso buena parte del trayecto estudiando la galería de mi cámara en busca de material que pueda servirnos. No tenía ni idea de que John iba a traérmela, pero ha sido mi salvación. Le debo una a papá. Esto habría sido diez veces más complicado si hubiera tenido que partir desde cero y sacar y editar las fotografías con el móvil.

—¿Un parque acuático? —Nora detiene el coche en el aparcamiento y pasa la mirada, confundida, de mí al cartel neón del parque y viceversa. Sonrío mientras me quito el cinturón. Su reacción ha sido bastante parecida a la que tuve yo cuando Connor me trajo.

—Te prometo que tiene una explicación.

—Eso espero. ¿Necesitas entrar para sacar la foto o puedes hacerlo desde aquí?

Yo ya estoy encendiendo la cámara. Me la cuelgo al cuello y echo un vistazo al exterior. Me gusta que el día esté nublado. La luz jugará a mi favor.

—Sería mejor entrar.

—Como quieras, pero no pienso pagar la entrada solo para esto. —Nora se baja del coche—. Déjamelo a mí. Sé cómo tratar con los seguratas. Sam lleva siglos trabajando en el pub. Ya me conozco todos los trucos.

Si me quedaba alguna duda sobre la capacidad que tiene Nora para conseguir absolutamente todo lo que se propone, desaparece cuando, en efecto, consigue que nos dejen pasar gratis al parque. Chapurrea argumentos en finés para convencer a los de seguridad mientras yo lo fotografío todo a mi alrededor, por si acaso me sirve para después.

—Te dije que las clases servirían para algo —presume una vez que por fin conseguimos entrar. Revisa la hora en su móvil—. Tenemos treinta minutos.

—¿Se puede saber qué les has dicho?

—¿De verdad quieres saberlo?

Decido que prefiero vivir en la ignorancia.

—Tenemos que ir a la zona de los trampolines. —Giro sobre mí misma hasta que por fin encuentro el punto exacto—. Sí, es justo ahí.

Nora sigue la dirección de mi mirada y frunce el ceño.

—¿Vas a fotografiar una barandilla?

—Luego te lo explico.

—Más te vale. Se me ocurren muchas teorías y la mayoría son muy sucias.

Riéndome, choco mi hombro contra el suyo y después nos ponemos manos a la obra.

El siguiente objetivo es el Parque Natural de Nuuksio; en concreto, una roca medio sumergida en el lago que se ve desde el acantilado. Podemos marcharnos sin pasar por la cabaña porque ya hice varias fotos en su día que puedo rescatar. En momentos como este valoro más que nunca mi costumbre de fotografiarlo absolutamente todo. Cuando regresamos al coche y reviso la lista que garabatee en el avión, compruebo que tengo la mayoría de los puntos marcados con un tick.

—¿Cuántos quedan? —inquiere Nora. Maniobra con el coche para dar la vuelta en el camino de tierra y volver a la carretera.

—Solo uno. —Doy unos golpecitos con el lápiz sobre el cuaderno—. Es en el salón de bodas de Sienna. Está a unos setenta kilómetros de Sarkola.

—¿Eso significa que voy a tener que volver a utilizar mi encanto para burlar la seguridad? —cuestiona, y suspira al verme asentir—. Todo sea porque triunfe el amor.

Pero veo en su sonrisa que le encanta la idea.

La fotografía más difícil de hacer es justo esa, la de la sala de los espejos. No porque a Nora se le dé mal «burlar la seguridad» —de hecho, vuelve a conseguir que nos dejen pasar sin problemas— sino porque, al tener todas las paredes recubiertas de cristales, sacar una foto de la habitación sin que se vea el reflejo de ninguna de las dos es todo un suplicio. Tras varios intentos, logro un resultado bastante decente y, como no tenemos mucho tiempo porque está empezando a caer la tarde, tengo que darme por satisfecha y volver con Nora a su casa.

Ojeo mi chat con Connor durante el camino de regreso. He pensado varias veces en llamarlo o escribirle para contarle que estoy aquí. Si no lo he hecho es poque me parece demasiado frío. O porque me da demasiado miedo. Me arrepiento en el último segundo cada vez que estoy a punto de hacerlo. Esta vez me pasa lo mismo. Incluso tecleo el mensaje. Acabo borrándolo y dejando el móvil de lado. ¿Qué se supone que voy a decirle? «Hola, ya sé que los dos pensábamos que no iba a volver, pero he vuelto. Nos vemos mañana en tu casa. He sido una imbécil. Por favor, dime que quieres hablar conmigo». Los nervios me revuelven el estómago solo de pensarlo.

Sam todavía no ha vuelto cuando Nora y yo llegamos a su apartamento. Cenamos algo rápido y, tras pasarse un rato haciéndome compañía mientras yo enredo en el ordenador, Nora comienza a bostezar.

—Del uno al diez, ¿hasta qué punto sería una amiga terrible si te digo que necesito irme a la cama?

—Jamás pensaría que eres una amiga terrible. Vete. A mí me espera una coche larga. —Tengo que cribar todas las fotos para seleccionar las mejores y luego editarlas para poder revelarlas mañana. Sinceramente, no creo que hoy vaya a pegar ojo.

—¿Estás segura? —vacila Nora.

Asiento.

—Descansa. Buenas noches.

—Está bien. Buenas noches.

Me da un apretón en la mano y se levanta para irse a su cuarto. Yo me concentro de nuevo en el portátil e intento ignorar todos esos pensamientos dolorosos que me acechan sin parar desde hace dos semanas.

Necesito terminar esto esta noche o todas las horas de viaje por carretera no habrán tenido sentido.

Pasan las horas.

Y las horas.

Es la una de la mañana cuando acabo de seleccionar las fotografías.

Las tres cuando por fin termino de editarlas y me permito irme a dormir.

Las siete cuando suena el despertador, las ocho cuando salgo de la casa con poco más que una carpeta virtual con los archivos y la dirección de la imprenta más cercana metida en el navegador.

Y las nueve y media cuando regreso y me encuentro con Nora, ya vestida y preparada para irse al trabajo, esperándome en el salón.

Se levanta de un salto.

—¿Está hecho?

—Está hecho —respondo.

Quedamos en vernos al cabo de una hora en la academia. Necesito ducharme y vestirme y Nora entra ya a trabajar. Me deja a solas en su casa —Sam sigue en paradero desconocido— y, pese a la escasez de tiempo, consigo hacerme algo decente en el pelo y maquillarme lo justo para disimular que he dormido poco. Luego cojo mis maletas y mi mochila y llamo a un taxi para que me lleve a la academia.

Allá vamos.

La primera parada, tras dejar guardado todo mi equipaje en la sala de profesores, es el despacho de mi jefa. Estaba convencida de que la reacción de Sandraa al verme sería gritarme un merecido «estás despedida», pero, una vez más, Nora me demuestra que es una buenísima mentirosa. Sandraa parece incluso aliviada al verme. Me pregunta qué tal la recuperación de la salmonelosis y yo, que lo he buscado todo en internet, se la relato con todo lujo de detalles, aunque evito mencionar el tema de la diarrea, porque no me gustaría que fuera lo primero que se le viene a la cabeza a mi jefa al pensar en mí. Salgo del despacho con la promesa de que me reincorporaré a las clases el próximo miércoles.

—Te dije que iría bien. —Nora me está esperando fuera.

—Recuérdame que nunca deje de ser tu amiga.

—Empiezo a pensar que me quieres solo por interés.

—Me merecía perder el trabajo —le digo, porque es la verdad. He sido una irresponsable. Si Sandraa descubriese nuestro entresijo, me despediría sin pensárselo dos veces.

Nora me da unas palmaditas en la espalda.

—Bueno, pero lo has conservado. Y, a cambio, ahora toda la academia piensa que llevas dos semanas cagándote encima. A mí me parece un buen castigo. —Me dedica una sonrisa burlona y tira de mí para hacerme caminar—. Vamos, Niko seguía en el aula cuando me he ido. Sabes que siempre es el último en salir.

El estómago se me llena de nervios mientras sigo a Nora por el pasillo. Antes le he mandado un mensaje a John para preguntarle si podía acercarme a la academia y volver con él a su casa cuando viniera a recoger a Niko. Es sábado, así que tiene clases de inglés con Nora por la mañana. John me ha dicho que sí enseguida. Me pregunto si le habrá sorprendido que haya tardado solo un día en estar lista para volver. La realidad es que no puedo esperar. Estoy deseando ver a Connor, a Luka, a Hanna y a toda la familia.

A Niko.

No soy verdaderamente consciente de lo mucho que lo echaba de menos hasta que lo tengo en frente. A diferencia del resto de niños, que habrán salido disparados del aula en cuanto ha sonado la campana, Niko sigue aquí. Está sentado en su pupitre, sentado en esa silla para mayores con la que sus pies no llegan al suelo. Mueve sus piernecitas alegremente mientras guarda sus lápices en el estuche, con cuidado, uno a uno. El corazón se me encoge dentro del pecho. Tengo tantas ganas de abrazarlo que me pican los dedos.

Nora toca la puerta.

—Mira quién ha vuelto —canturrea.

Él alza la vista, ceñudo, y yo doy un paso adelante con una sonrisa de labios apretados.

Tengo el pulso desbocado por la emoción.

Niko me ve.

Pero no sonríe. No viene corriendo a lanzarse a mis brazos.

En su lugar, se baja de un salto de la silla y retrocede negando con la cabeza.

—No —decreta.

El corazón se me cae del pecho y se hace pedazos contra el suelo.

—Niko... —intenta mediar Nora.

—No —insiste él. Tiene los ojos llorosos. Se le rompe la voz—. No, no quiero que vuelvas. Me abandonaste. Vete. No te quiero aquí.

—Pero aquí estoy —replico con delicadeza. Me tiembla la voz. Me arden los ojos.

Niko sigue retrocediendo.

—Me abandonaste —repite, sollozando.

Suelto un suspiro tembloroso, recorro la distancia que nos separa y, aunque él se revuelve en un principio para evitarlo, acabo estrechándolo entre mis brazos. Niko apoya la frente en mi pecho y llora con fuerza. Lo dejo hacerlo mientras le acaricio el pelo y pestañeo para mantener mis lágrimas a raya. Nunca había visto a Niko tan triste, y saber que yo he sido la culpable me provoca un dolor agudo que me despedaza por dentro. Su inocencia y vulnerabilidad hacen que el sentimiento sea aún más desgarrador. Quiero protegerlo a toda costa. No soporto haberle hecho daño.

—¿Por qué te fuiste sin mí? —lloriquea.

Lo aparto de mí para mirarlo y le seco las lágrimas con los pulgares, aunque a mí también se me escapan las mías.

—Mi padre tuvo un... accidente. Tuve que irme rápido para asegurarme de que estaba bien y poder cuidar de él hasta que se recuperara. No te abandoné. Fue una emergencia.

—Pero te fuiste sin decirme adiós.

—Sí, lo sé. —Y no me lo perdonaré jamás. Le seco las lágrimas otra vez—. Pero ahora estoy aquí. Ya está todo solucionado y no pienso irme a ninguna parte.

Niko sorbe por la nariz.

—¿Cómo sé que dices la verdad?

—Tendrás que confiar en mí. —Esbozo una sonrisa triste.

—¿Y si no lo hago?

—Entonces trabajaré para ganarme de nuevo esa confianza.

Niko asiente.

Y se lanza de nuevo a mis brazos.

—Gracias por volver. —Me abraza por el cuello con fuerza, como si no quisiera volver a soltarme jamás.

El alivio que siento no me cabe en el pecho. Suspiro, lo aprieto contra mí y me limpio las mejillas. Mi mirada se cruza con la de Nora, que me regala una sonrisa triste desde la puerta.

*

A Niko se le pasa el disgusto en cuanto bajamos por el ascensor, cargados con mis maletas, y le compro una bolsa de unos caramelos raros edición especial Halloween —estamos casi en julio— en la máquina expendedora de la entrada.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquiere mientras se mete dos caramelos con forma de ojo en la boca. Sueltan una pringue rojiza que simula la sangre y a Niko le parece encantarle, porque saca la lengua para enseñármela mientras se parte de la risa. Hago una mueca. Qué asco.

Estamos esperando a John en el aparcamiento de la academia. Nora me ha contado que durante estas últimas semanas siempre han venido a por Niko cinco o diez minutos tarde. Lo entiendo. Antes solía recogerlo yo y Hanna, John y los demás deben de estar hasta arriba de trabajo con la casa. Por suerte, no es un problema porque Nora es su profesora y lo obliga a quedarse en el aula hasta que aparece uno de sus familiares.

—¿Qué pregunta? —accedo, a pesar de que sospecho que va a ponerme entre la espada y la pared. Me envuelvo en mi chaqueta.

—¿A quién quieres más, a Connor o a mí?

—No me preguntes eso.

—¿Por qué?

—Porque no puedo responder. Son dos clases de amores diferentes.

Niko frunce el ceño.

—¿Eso significa que a mí me quieres más?

—Sí, significa que a ti te quiero más —me rindo. Conociéndolo, no iba a dejar de insistir hasta que obtuviese la respuesta que buscaba.

—Y ¿puedo decirle eso a Connor? O, mejor, ¿puedes decírselo tú?

Lo miro, entre divertida y enfadada.

—Pero mira que eres fastidioso.

Niko suelta una risita.

—Creo que él también te ha echado de menos. Últimamente está muy triste —dice entonces. Sus palabras me estrujan el corazón. Justo en ese momento vemos aparecer el coche de sus padres.

Me relajo enseguida. Me daba miedo que John decidiese hacer de Cupido y mandara a Connor en su lugar, pero sé con certeza que su hijo se niega a conducir nada que no sea su vieja camioneta, así que es evidente que, sea quien sea el que esté dentro, no es él.

En efecto, cuando el coche se detiene frente a nosotros y el conductor baja la ventanilla, me encuentro con John frente al volante.

Y con Luka de copiloto.

—¿Qué diablos haces tú aquí? —demanda, confundido, al verme. Alterna la mirada entre su padre y yo—. ¿Tú lo sabías? —le reprocha.

—¿Quién crees que la recogió del aeropuerto?

Luka niega, resoplando, aunque no parece enfadado.

—Connor te va a matar.

—Tonterías. He traído a Maeve de vuelta, muchacho. Soy un padre genial. —Me hace un gesto hacia la parte de atrás—. ¿Subes?

Niko tira de mi mano para guiarme hacia el coche.

—¿Qué narices estás comiendo? —le pregunta Luka.

—Ojos humanos —contesta el niño en tono fantasmagórico. Luego abre la boca para enseñarle a su hermano la chuchería masticada y recubierta de esa pringue rojiza. Luka hace la misma mueca de asco que he puesto yo hace un momento.

Nos montamos detrás, Niko tras el asiento de su padre y yo tras el de Luka. Tiro de la puerta y me encargo de los cinturones de los dos mientras John pone el coche en marcha.

—¿Desde hace cuánto estás aquí? —Luka me mira por el espejo retrovisor.

—Desde ayer por la mañana. Siento no haber respondido a tus mensajes. Tenías razón. No me apetecía hablar sobre nada, pero aun así debería haberte contestado.

—No, déjalo —le resta importancia él. Noto que su padre nos mira de reojo—. Solo asegúrate de no decirle a nadie que te los mandé. Arruinaría mi reputación de tío sin sentimientos.

Se me escapa una sonrisa.

—Está hecho.

Alarga la mano hacia atrás para darme un apretón en la muñeca.

—Me alegro de que hayas vuelto.

Por el rabillo del ojo, me parece ver a John sonreír.

El bosque entre Sarkola y la ciudad siempre me genera paz. A diferencia de cuando llegué, en abril, cuando el suelo estaba seco tras el invierno y muchos árboles habían perdido sus hojas, ahora todo es verde. Sin embargo, en esta ocasión estoy tan concentrada charlando con Luka y John y riéndome de las tonterías de Niko que apenas le presto atención al paisaje. La conversación gira, principalmente, en torno a Sienna y al embarazo. Me cuentan cuáles fueron sus primeras reacciones, que John se echó a llorar a lágrima viva y que todas las ideas para nombres que tiene Albert son terribles. Noto a Luka tranquilo, aunque también un poco apagado, como si tuviera la tristeza burbujeándole dentro, rascando la superficie. Connor me dijo que iba a empezar a ir a terapia. Me pregunto si habrá dado ya el paso. Espero que sí. Ojalá le vaya bien.

Veinte minutos más tarde, nos adentramos en la carretera que conduce a su casa y, por instinto, yo contengo la respiración. A pesar de la explicación que John me dio ayer por la mañana, una parte de mí seguía temiendo llegar aquí y encontrarse con que todo ha quedado reducido a cenizas. Por suerte, en cuanto veo la vivienda, ese miedo punzante que tenía en las costillas se desvanece. La casa, en general, está en muy buen estado. Hay manchurrones negros en la parte de arriba, en el lado del incendio, y desorden por todas partes: una escalera de mano en la pared, muchos tablones de madera y cubos de pintura.

Pero nada más.

A simple vista, ningún daño irreparable.

—La mayoría de los destrozos están por dentro. Las dos habitaciones afectadas por el incendio han quedado irreconocibles —me cuenta Luka—. Podrán arreglarse, pero nos llevará tiempo, y ahora viene el verano, que es temporada alta de turistas. Si antes ya nos faltaban habitaciones en estas fechas, ahora que solo tenemos una...

—Pero no podemos quejarnos —lo interrumpe su padre—. Podría haber sido mucho peor. Lo importante es que todos salimos ilesos.

—Maeve salvó a Onni —les recuerda Niko, tremendamente orgulloso. No me ha soltado la mano en todo el trayecto. Recuerdo a la perfección sus gritos y sollozos durante el incendio. Me daba miedo que le hubieran quedado secuelas, pero se le ve tan feliz como siempre.

John me mira y sonríe.

—Es verdad. Salvaste a Onni.

Aparca el coche delante de la casa. Mi voz vuelve a sonar antes de que ninguno pueda bajar del vehículo.

—¿Y si utilizarais la casa de mi madre? —La idea me asalta de pronto y no tarda en arraigarse en mi cabeza. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?—. Para los huéspedes —aclaro al ver sus caras de confusión—. Habría que amueblarla, claro, pero, por lo demás, está en perfecto estado. Y hay muchas habitaciones. De hecho, si sobrara alguna, Hanna podría incluso convertirla en un taller, ¿no? Para poder confeccionar su ropa. Tengo entendido que Reeka quiere empezar a colaborar con ella.

—Me parece una buena idea —opina Luka con cuidado, observando a su padre.

John comienza a negar.

—No sé, Maeve, no es...

—No soporto pensar que la casa está ahí, cerrada, cogiendo polvo, sin que nadie le dé uso. No tengo pensado mudarme allí de momento. Ni en un futuro cercano. ¿Qué mejor que darle una nueva vida? Sabes que a mi madre le habría encantado la idea.

—El tema de que entren turistas...

—Estará llena de vida. Y vosotros iréis mucho más a menudo. Es justo lo que mi madre habría querido —reitero—. No es más que una casa. Sería egoísta por mi parte saber que está vacía y no ofrecérosla ahora que la necesitáis, sobre todo cuando lleváis tantos años manteniéndola. Es lo mínimo que puedo hacer.

Y, una vez más, es lo que a mamá le habría gustado que hiciera. Hanna y John eran como su segunda familia. Se habría desvivido por ayudarlos en un momento de necesidad. Cada vez que he visitado la casa de mi madre, me ha parecido un lugar lúgubre, demasiado silencioso. No quiero que se convierta en una zona vetada donde jamás entre nadie. Quiero que se llene de ruido, de risas, de historias. Quiero que recupere esa calidez que debía de tener antes de que mamá muriera.

Ignoro si John entiende mi punto o si simplemente sabe que no voy a ceder. El caso es que, tras observarme un momento, suspira.

—Hablaré con Hanna —accede finalmente. Luego, añade con tono de advertencia—: Pero la usaremos solo para la temporada alta en verano.

—Genial. Así ella podrá utilizarla como taller después.

—Mira que eres insistente.

Le regalo mi mejor sonrisa. Acto seguido, salimos del vehículo.

Niko está tan ilusionado por tenerme de nuevo en casa que no tarda en tirar de mí hacia el interior. Miro hacia atrás, hacia el maletero, donde está mi equipaje. Llevo mi mochila conmigo, pero tendremos que subir las maletas también. John me indica con un gesto que no me preocupe y, antes de que pueda replicar, Niko ya me está arrastrando escalera arriba mientras Luka y su padre nos observan divertidos. Esquivamos las cajas del porche, entramos y pasamos la puerta del recibidor.

—¡Mamá, mamá, mira quién ha vuelto!

El miedo se me asienta en la boca del estómago. Temo que Connor salga de su habitación, atraído por el ruido, y me encuentre aquí, y entonces yo me quede bloqueada y no sepa que decirle. Sin embargo, Hanna es la única que acude al pasillo. No parece sorprendida al verme. Esboza una gran sonrisa y se acerca a darme un abrazo.

—John me contó que estabas aquí. No se le da bien guardarme secretos —me explica. Quizá sea a raíz de los nervios, pero suelto una risita. Se aparta, todavía sonriendo—. Me alegro de que tu padre esté bien. Y me alegro aun más de que estés aquí. ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de comer? Imagino que han sido unos días muy largos.

—Yo sí quiero comer —anuncia Niko.

Me muerdo el labio.

—En realidad...

Hanna me entiende sin que le dé más explicaciones. Agarra la mano libre de Niko para apartarlo de mí.

—Está en su cuarto —me dice, con cariño. Luego se centra en el niño—. ¿Me ayudas a poner la mesa? Ya es casi la hora de almorzar.

Niko pasa la mirada de su madre a mí, ceñudo. En un principio, parece reacio a soltarme, pero acaba cediendo ante las insistencias de Hanna. Entran juntos en la cocina y me quedo sola en el pasillo.

Trago saliva.

El momento ha llegado.

Los nervios me revuelven el estómago conforme camino hacia la habitación de Connor. He pensado mucho en lo que quiero decirle, en todas las disculpas y explicaciones que le debo. Sin embargo, nada me prepara para el momento en el que empujo la puerta de su cuarto y lo veo.

Está sentado en su escritorio, con la silla girada, de forma que queda de espaldas a mí. Tiene los auriculares puestos, lo que explicaría por qué no se ha percatado del ruido, la mesa llena de apuntes, rotuladores y bolígrafos y el ordenador encendido en una esquina. Como siempre, a excepción del escritorio, toda la habitación está cuidadosamente ordenada. El corazón me late tan fuerte que no puedo oír nada más.

No sé de qué forma llamar su atención. Acabo tocando suavemente la puerta abierta con los nudillos.

Connor se quita un auricular, aunque no aparta la mirada de los apuntes.

—Mamá, ya te he dicho que no...

—Hola.

Mi voz hace que se gire de golpe.

—Maeve. —Suelta los apuntes y, dejándose llevar por un impulso, se pone de pie. Sus ojos me analizan deprisa, como si necesitara asegurarse de que sus sentidos no lo engañan, de que soy real, de que estoy aquí—. ¿Cuándo has...? No tenía ni idea de que...

—Ayer por la mañana —respondo. Intento ser yo la que guarde la calma. Debería haberlo avisado antes de venir, haberle enviado ese dichoso mensaje, haber sido menos cobarde—. ¿Puedo pasar?

Connor abre la boca, sin saber qué decir. Al final, asiente y se deja caer de nuevo en la silla, perdido, desorientado. Entro y cierro la puerta detrás de mí. Imagino que debe de llevar toda la mañana estudiando, porque todavía va en pijama. Espero que sea porque se acercan los exámenes y no porque necesitase mantener la cabeza ocupada, porque no quisiera pensar en mí. Quiero cruzar la habitación y darle un abrazo, pero su lenguaje corporal no me invita a hacerlo. Al contrario. Prefiere guardar las distancias. Y es todo culpa mía.

—¿Cómo está tu padre? —Él es el primero en hablar. Ruego en silencio porque no me tiemble la voz.

—Bien. Fue solo un susto.

—¿Se ha recuperado?

Asiento.

—Sí, salió del hospital hace semanas.

—Menos mal, joder. —Se pasa las manos por la cara con un suspiro de alivio. Cuando por fin levanta la mirada, tengo que secarme a toda prisa las lágrimas que ruedan por mis mejillas. No quería que me viese llorar, pero ya es tarde, porque ya me ha visto.

Busco mi voz en donde sea que se haya escondido.

—Connor, yo...

—Lo siento mucho —dice él, para mi sorpresa—. Fui un imbécil. No debería haber insinuado algo tan horrible sobre tu padre. Sé que jamás...

Lo interrumpo negando con la cabeza.

—No hagas esto —le suplico.

—¿Qué?

—No intentes cargar con la responsabilidad cuando sabes que no la tienes.

Connor parece confundido.

—Pero lo que dije estuvo mal.

—Fui yo la que cargó contra ti. Fue injusto. No te lo merecías. Entre el incendio, Mike y la llamada de Brenna, todo se me vino abajo. No podía pensar en nada. No debería haber ido así. Y no debería haberte mentido. —Esto último hace que Connor frunza el ceño. De brazos cruzados, aprieto más la espalda contra la puerta, nerviosa—. Mi padre me llamó unos días antes de la boda de Sienna para decirme que tenía que volver a Miami. Si no te dije nada fue porque no quería estropear el día de tu hermana y porque... —Trago saliva; si voy a sincerarme con él, quiero hacerlo bien. Que no haya más secretos entre nosotros— porque todavía no tenía claro si quería regresar allí o no.

—¿Ibas a marcharte sin decirme nada?

—No, claro que no. Es cierto que dudé, pero fue solo durante unos días. Luego decidí que quería quedarme. Y entonces apareció Mike.

—¿Tú no sabías que él iba a venir?

Niego.

—Me tomó tan por sorpresa como a ti.

Connor suspira.

—Suena a algo que deberías haberme contado, Maeve. Lo de tu padre, lo de tus dudas. —Vuelve a pasarse las manos por la cara, inclinado hacia adelante, con los codos apoyados sobre sus rodillas. Tiene razón. Debería habérselo dicho. De hecho, soy yo la que en su momento insistió en la importancia de la comunicación, de que nos enfrentáramos a los problemas juntos. Entendería que estuviera enfadado. Seguro que lo está y solo se está conteniendo para no mandarme al infierno.

—No quería hacerte daño. —Es un argumento muy pobre, pero necesito que sepa que había algo detrás. Que no se lo oculté con mala voluntad.

—También me hace daño saber que estuviste días debatiéndote y yo no sabía nada —contesta Connor.

—Tienes razón. Lo siento mucho.

—¿Y Mike? —La mención me pilla un poco desprevenida. Connor me mira a ojos. Veo cierta fragilidad en su expresión.

—Es un tema cerrado —respondo con cautela—. Teníamos una conversación pendiente desde hace mucho. Por eso te dije que necesitaba hablar con él.

—¿Y lo hiciste?

—Sí, en Miami. Me llevó a casa después de pasar por el hospital. Hablamos en su coche. —Al oírlo, Connor suelta algo parecido a un resoplido irónico. Me apresuro a continuar—: Sé cómo suena, pero tienes que confiar en mí. No hay absolutamente nada entre Mike y yo. Hablé con él, lo dejamos todo claro y decidimos que cada uno iría por su lado. Fin de la historia. —Hago una pausa—. Se siente muy culpable por lo del incendio. Quiere ponerse en contacto con vosotros para correr con todos los gastos de la reparación.

Tal y como imaginaba, Connor sacude la cabeza, como si la idea le parecía absurda.

—No vamos a aceptar ese dinero.

—Sí que lo haréis. Sabes tan bien como yo que lo de la chimenea fue un accidente. No lo defendería si no estuviera al cien por cien segura de que tiene buenas intenciones. Entiendo que te parezca un imbécil, pero me porté muy mal con él, Connor. Lo dejé tirado a unas semanas de la boda sin darle explicaciones. Yo también me habría enfadado.

—No le debes explicaciones a nadie. —Sin embargo, ahora su voz sale con menos convicción, y sé que es consciente de que no está siendo racional al decirlo.

No actué bien con Mike. Es un hecho.

Nada de lo que pasó después cambia eso.

—Estabas celoso —observo.

—Sí, claro que estaba celoso.

—¿Por qué? —Para mí la diferencia de lo que siento por los dos es tan obvia que no entiendo cómo Connor puede albergar dudas.

—Sabía que había sido una persona importante en tu vida. Supongo que tenía miedo de que al verlo recordaras lo que habíais tenido, lo perdonaras y decidieras... volver con él, no lo sé. Entiendo que te parezca una estupidez. En realidad, no hemos hablado mucho sobre Mike. No sabía si todavía seguías sintiendo algo por él o si...

—No siento nada por Mike —dejo claro.

—¿Nada de nada?

—Connor, estoy enamorada de ti.

—Me daba miedo que te fueras.

Me parte el corazón ver la vulnerabilidad en sus ojos. Lo entiendo. Entiendo por qué Mike le generaba inseguridades y por qué se agobiaba pensando en que en cualquier momento podría marcharme. Nunca he hablado con él abiertamente sobre ninguna de las dos cosas. Me he quejado de Mike muchas veces, pero nunca le he dicho que ya no estaba enamorada de él. Y, cuando Connor intentó preguntarme si iba a regresar a Miami, yo evité contestar. Lo engañé. Le oculté información. Connor ha esperado pacientemente a recibir alguna certeza por mi parte y nunca se la he dado. Es comprensible que tuviera sus dudas. Joder, yo las habría tenido. Y mucho peores, además.

—Ya no hay nada entre Mike y yo —repito, una vez más, por si todavía no le ha quedado claro—. Lo que sentí en su día por él no se parece en nada a lo que siento por ti. No estaba enamorada de Mike. Lo quería, pero de una forma distinta. No era amor de verdad. De hecho, no descubrí lo que era eso hasta que te conocí a ti. Por eso he vuelto. Porque quiero estar contigo —le aseguro con franqueza—. Y porque tu familia es maravillosa, porque echaba de menos a Nora y porque me encanta trabajar en la academia, aunque al principio pensaba que no sobreviviría a ese trabajo. Porque este es el lugar en el que recuperé mi pasión por la fotografía y donde me siento más cerca de mi madre. Y porque quiero aprender finés, aunque no entienda absolutamente nada de este idioma, y buscarme una casa, y acostumbrarme a los inviernos finlandeses y a que la mayoría de los días no haya sol. He vuelto por todo eso, Connor.

—Y no te vas a marchar —lo dice con cuidado, como si temiera emocionarse demasiado rápido.

Esbozo una sonrisa triste.

—¿Para qué? Aquí tengo todo lo que necesito.

No sabría decir quién de los dos se mueve primero. Solo que, un instante después, me está envolviendo entre sus brazos, y yo siento que por fin puedo volver a respirar.

—Te he echado de menos —susurra.

—Y yo a ti.

—Pensé que no regresarías.

—Pero aquí estoy. Y no voy a irme a ninguna parte.

Hay algo curioso en el amor, en cómo hace que las cosas caóticas parezcan tan perfectas. Connor me abraza fuerte por la cintura y me besa la clavícula y el cuello y la mandíbula, y yo me río porque me está haciendo cosquillas y, cuando quiero darme cuenta, sus labios están sobre los míos. Me pierdo en su olor, en la forma de su boca, en ese calor tan reconfortante que siempre emite su cuerpo. Sigo sonriendo cuando me hace retroceder hasta el escritorio. Tanto que me arden las mejillas.

—Tus padres están fuera —le recuerdo entre beso y beso, en tono burlón. Estoy casi sentada en la mesa cuando Connor se aparta para mirarme desde arriba, lo justo, sigue estando muy cerca de mí. Y es incluso más guapo de cerca. Le paso las manos por el pecho porque soy incapaz de dejar de tocarlo—. Y te he traído una cosa.

—¿Un recuerdo de Miami? —Me pasa los labios por el cuello—. Dime que no es una postal.

Me rio y, por instinto, le clavo los dedos en los brazos. Él tiene las manos en mi cintura.

—Es algo mejor.

—Y ¿tengo que soltarte para que me lo des?

—Me temo que sí.

—No sé si me gusta mucho la idea.

—Será solo un momento. Muévete.

Siempre he pensado que soy una persona fría que rehuía del contacto físico. Connor saca a relucir la parte de mí que es completamente opuesta. Se aparta lo suficiente para dejar que me quite y abra la mochila, aunque no me suelta. Sus pulgares dibujan círculos en mis caderas.

—¿Qué es? —indaga al ver el gran libro encuadernado en cuero.

—No te lo he contado, pero arreglé las cosas con mi padre. Tengo que explicártelo todo con más calma, pero ahora le parece bien que viva aquí. Creo que vuelve a ser amigo de tu padre. Y me dio las llaves del contenedor donde guardaba todas las cosas de mamá. No las tiró. Estaban todas allí —le relato—. Encontré su ropa, sus películas, sus libros... y también sus álbumes.

Connor pasa la mirada del libro a mí.

—¿Los has traído?

Asiento.

—Quería tenerlos conmigo. Y también enseñárselos a tu madre. Ella aparece en muchas de las fotografías.

—Estoy seguro de que le encantará.

—Mi madre recopiló toda la historia de su vida, Connor. Hacía cientos de fotos allá a donde iba y las metía en el álbum con sus anotaciones. Mientras los leía, sentía que por fin la estaba conociendo y... —Trago saliva. Él me sonríe, conmovido, y no necesito que diga nada, porque eso es bastante consuelo—. En muchas de las fotografías aparecemos nosotros. De pequeños. No solo tú y yo, sino también tu hermano, Luka.

—No tenía ni idea de que esos álbumes existían.

—He pensado que me gustaría hacer lo mismo que hacía mi madre con sus fotos. Quiero guardarlas todas y utilizarlas para documentar los momentos más importantes de mi vida. Por eso he hecho esto. —Connor se aleja para que pueda poner el gran libro entre nosotros. Es parecido a los que utilizaba mamá, aunque la encuadernación está menos estropeada y es de color azul—. Es mi álbum de Finlandia, el que mencioné en nuestra lista. Lo he traído para que lo veas.

Connor me echa una mirada antes de centrarse en el álbum. Acaricia los cantos antes de abrirlo por fin.

En la primera página, pone:

PRIMERA PARTE

LA LLEGADA

Abril, 2023

—¿Son fotografías nuestras? —me pregunta.

—No. Hay fotografías de todo. Tuyas, mías, de tus padres, de tus hermanos. De personas, de cosas. De lugares —contesto, y sus ojos regresan a los míos otra vez—. De todos los lugares que mantuvimos en secreto.

De todos los que no eran especiales y pasaron a serlo cuando nosotros los pisamos.

Connor empieza a ver el álbum, y recorre con los ojos toda la historia que he plasmado en estas páginas. Al igual que hacía mi madre, he ido escribiendo fechas, lugares y demás anotaciones en los laterales y los reversos de las fotos. En esta primera parte no hay apenas imágenes porque Hanna no me regaló la cámara hasta que ya llevaba varias semanas aquí. Me da pena no haberlo documentado mejor, pero tengo algunas fotos de hice con el móvil; de mi ventana durante la ventisca que hubo los primeros días, de la televisión con un presentador dando el tiempo en finés, de mi cuarto, de Onni, incluso. De la casa de mi madre, cuando la visité por primera vez. Estas imágenes están borrosas y no tienen nada artístico. No las hice con la intención de meterlas en un álbum. Eran para mí. Para mandárselas a Leah. Para conservar el recuerdo.

SEGUNDA PARTE

LA LISTA

Abril/Mayo 2023

La primera foto de esta sección es de la lista que escribí, a lápiz, en esa hoja arrugada que todavía debo guardar en un cajón de mi habitación. Poco después Hanna me regaló la cámara, así que las fotografías son de mucho mejor calidad. Está la que nos hicimos todos juntos después de jugar al paintball. La que le saqué a Luka. La que le saqué a Connor.

Pasa a la siguiente página, donde empieza la sucesión de fotos que tomé del árbol que hay junto al embarcadero, a través de la ventana de la cocina, siempre a la misma hora, para documentar el paso de las estaciones.

Cuando Finlandia se llena de vida

Y en la siguiente página:

TERCERA PARTE

EL VIAJE DE CONNOR Y MAEVE

20—25 de mayo, 2023

Y en la siguiente página:

CUARTA PARTE

CUANDO MAEVE SE ENAMORÓ DE FINLANDIA

Mayo/Junio, 2023

Y en la siguiente página:

QUINTA PARTE

EL REGRESO

Junio, 2023

Y en la siguiente página:

SEXTA PARTE

ELLOS

—Aquí no hay nada —dice Connor.

—Aún.

Aporrean la puerta.

—¡Chicos, la comida está lista! —anuncia Hanna al otro lado.

Doy un respingo, cierro el álbum de golpe y me echo hacia atrás para apartarme de Connor a toda prisa, aunque la mesa no me deja mucho espacio para maniobrar. Por suerte, su madre no entra en la habitación. No tardamos en oír sus pasos alejándose.

Cuando aparto la vista de la puerta para fijarme en Connor, me lo encuentro sonriendo.

—¿Qué? —me quejo.

—Mi madre ya sabe lo nuestro. No tienes que apartarte cada vez que ande cerca. —Para él es fácil decirlo. A mí todavía me mata la vergüenza cuando pienso que lo ha sabido durante todo este tiempo y no nos habíamos dado cuenta. Connor me da un beso en la cabeza—. El álbum es precioso.

—¿De verdad?

—La fotografía se te da muy bien. Te lo he dicho muchas veces. De hecho, creo que deberías plantearte dedicarte a ello de forma profesional.

—Me gustaría montar mi propio estudio fotográfico. En un futuro lejano —aclaro. Ahora mismo me va bien con mi trabajo en la academia. Tendría que ahorrar y asentarme bien aquí antes de meterme en un proyecto como ese.

Él vuelve a rodearme con los brazos.

—Me parece una idea genial.

—Connor... —me quejo cuando noto sus labios de nuevo en el cuello. No sueno muy convincente, porque no puedo dejar de sonreír. Echo un vistazo rápido a la puerta, por si acaso.

—Mi madre no va a entrar.

—Eso no lo sabes.

—No puedes seguir teniéndole miedo eternamente.

—Ya hablaremos cuando tú vayas a conocer a mi padre.

—Me desmayaré antes de que aterrice el avión.

Me echo a reír.

—Qué exagerado eres.

—Solo tendrás que lidiar con tu miedo a que nos pillen hasta octubre. Después tendremos una casa entera para nosotros. —Cuando me alejo, confundida, él sonríe—. Acepté las prácticas. Empiezo después del verano.

La emoción tira de mis comisuras.

—¿De verdad?

—Han pasado muchas cosas mientras no estabas, querida Maeve.

—¿Por ejemplo? —Enarco una ceja.

—Bueno, se quemó mi casa.

Me quedo seria de repente.

Connor estalla en carcajadas y suelta un quejido de dolor cuando le doy en el estómago.

—No hagas bromas con eso.

—¿Demasiado pronto?

—Eres imposible.

—Tendré que buscar un apartamento —prosigue, aun conservando ese tono burlón. Me aparta el pelo de la frente—. Lo que te dije iba en serio. Puedes venir conmigo. Buscaremos algo para los dos. Aunque entendería que no quisieras si lo ves precipitado.

Me muerdo el labio para no sonreír. En realidad, es lo que mejor encaja en mis planes. Aprecio a Hanna y a John, pero no puedo seguir viviendo de gratis en su casa eternamente. Tengo ganas de tener mi propio espacio. Y compartirlo con Connor me parece perfecto.

—No nos vamos a llevar al gato —me limito a contestar. Y asiento, por si acaso mi «sí» (a mudarme con él, no a lo de Onni) no ha quedado claro.

Connor amplía su sonrisa.

—Ah, tu querido Onni. Te metiste en un incendio para salvarlo. Por supuesto que nos lo vamos a llevar.

—Dormirá en tu cuarto.

—En nuestro cuarto.

—Tan lejos de mí como sea posible.

—¿Vienes aquí a reírte de nuestras costumbres y menospreciar a nuestras mascotas? —recita. Es la misma pregunta que me hizo para burlarse de mí el día que llegué aquí, en la cabaña. Le doy un empujón.

—Vete al infierno.

Connor se ríe entre dientes y vuelve a besarme.

Aunque me encantaría quedarme aquí dentro con él durante horas, no quiero arriesgarme a que Hanna se vea en la obligación de volver a venir —eso me daría incluso más vergüenza—, y, además, me muero de hambre, por lo que no tardo en empujar suavemente a Connor, aunque sea en contra de su voluntad, para separarlo de mí y que salgamos de la habitación. Fuera se oye ruido. Vamos hasta la cocina, donde Niko ya está sentado en la mesa, picoteando un trozo de pan, mientras Luka y sus padres terminan de preparar la comida.

—Ah, aquí estás. —Hanna mira en mi dirección y agradezco que Connor se haya ido enseguida a abrir el frigorífico, porque ya me noto las mejillas lo bastante rojas de por sí. Alterna la mirada entre su hijo y yo—. ¿Todo bien?

John, que está en la encimera a su lado, le da un codazo.

—Deja a la chica en paz.

—Solo estoy preguntando.

—He sacado tus maletas del coche. Las he dejado en tu cuarto —me informa Luka al pasar por mi lado.

Junto las cejas.

—¿Lo has hecho por iniciativa propia o porque te han obligado? —cuestiono.

—¿Tú qué crees?

—Gracias, John —digo. Connor y Niko se ríen por lo bajo, y Luka pone los ojos en blanco y le reprocha a su padre:

—¿No la podías haber dejado en el aeropuerto?

La cena transcurre entre risas, anécdotas y muchas preguntas mías acerca de Sienna y suyas acerca de mi estancia en Miami. Connor se sienta a mi lado y mantiene su rodilla pegada a la mía todo el rato. Al terminar, me ofrezco a recoger la mesa y, después, le pido a Hanna que suba conmigo a mi habitación. Me impacta bastante ver, en el piso de arriba, la parte de la casa que ha quedado calcinada. Por suerte, como dijo John, el incendio solo afectó a esos dos dormitorios, y mi cuarto está justo como lo dejé.

Hanna entra detrás de mí y me ve abriendo una de las maletas en el suelo.

—John me ha contado lo que quieres que hagamos con la casa —dice. Tuerzo el cuello hacia ella y me encuentro con su expresión de cariño y gratitud—. Gracias.

—Sabes que es lo que mi madre habría querido. —La maleta que he abierto es la que está llena de ropa. Saco con cuidado la bolsa en la que guardé esas dos prendas tan especiales que sabía que a Hanna le haría ilusión tener—. Mi padre me dejó ir a ver el trastero en donde guardaba sus cosas. Encontré esto. —Le tiendo la bolsa con los vestidos—. Se los hiciste tú, ¿verdad?

Presencio la mezcla de emociones que se adueña del Hanna. Saca los vestidos cuidadosamente doblados de la bolsa y, al verlos, se le llenan los ojos de lágrimas. Asiente mientras acaricia la tela.

—Pensé que ella también querría que los tuvieras —hablo, porque el silencio me está matando, y estoy incluso un poco nerviosa. Miro hacia la otra maleta—. También he traído sus álbumes de fotos. Están todos, incluidos los que hizo cuando estabais en la universidad, mucho antes de casarse con mi padre. Los tengo aquí, por si quieres verlos. Podemos compartirlos. Que sean de las dos.

Hanna se seca las mejillas. No deja de llorar, pero está sonriendo. Son lágrimas de alegría.

—Eres maravillosa. Ven aquí. —Deja los vestidos sobre la cama y se acerca para darme un fuerte abrazo—. Gracias por todo, Maeve. Bienvenida de vuelta a Finlandia —dice—. Ahora ya estás en casa.

*

A la mañana siguiente, después de haber pasado dos semanas durmiendo sola, lo primero que noto al despertar es el calor del cuerpo de Connor junto al mío. A pesar de la luz que entra por la ventana, debe de ser muy temprano, porque la casa sigue en silencio. Me escabullo cuidadosamente de entre sus brazos. Mi intención era no despertarlo, pero aun así abre los ojos cuando me levanto, con los párpados pesados.

—¿Adónde vas? —pregunta con un bostezo.

—A dar un paseo con la bici.

Es muy gracioso verlo fruncir tanto el ceño cuando está medio dormido.

—Creo que han abducido a mi novia.

Me rio y le doy un beso rápido en los labios.

—Vuelvo en un rato.

Subo a mi cuarto a vestirme y a preparar una mochila con mis cosas y, un rato después, he sacado la vieja bicicleta de Luka y estoy pedaleando sobre el asfalto de la carretera que conduce al bosque. La brisa me mueve el pelo y mece las ramas de los árboles. Hace unas semanas me daba pánico salir sola con la bici, en especial por carretera. Ahora siento miedo también, pero jamás lo superaré si no me enfrento a él. Hago de tripas corazón y repito el mismo trayecto que hice con Connor aquel día, cuando me habló sobre Riley. Llego al cruce del bosque y giro a la izquierda, hacia la casa de mamá. Consigo frenar sin darme de bruces contra nada. Luego dejo la bici escondida tras un árbol, meto la mano en el bolsillo de mi sudadera y saco ese manojo de llaves que tuve durante años guardado en el primer cajón de mi mesita de noche.

Desde que estoy aquí, solo he venido a la casa de mi madre una vez. Han pasado casi tres meses desde que Luka me acompañó a verla tras aquella ventisca y, aun así, cuando la abro todo sigue igual. Hay tanto silencio como entonces. Recorro todas las habitaciones, esta vez sola, mientras el sol se va abriendo paso entre las nubes y comienza a colarse por las ventanas. Luego abro la mochila y saco mi cámara. Fotografío todas las estancias, justo como están ahora, solitarias. Vacías. Luego salgo al jardín, bajo la pequeña pendiente y me siento en la orilla del lago.

He traído mi álbum conmigo. Lo saco de la mochila, lo abro y escribo:

La nueva vida de la casa de mamá

Más tarde iré a revelar las fotos y las pegaré aquí, una a una, para documentar el inicio del proceso.

Busco en el bolsillo de mi sudadera aquella fotografía que robé del álbum de mamá, donde salimos las dos juntas. Le dejé a mi padre la suya en su mesita de noche. No me ha dicho nada, pero sé que la ha visto. Espero que la guarde igual de bien que yo pienso guardar esta.

La pego en el álbum y escribo:


Mamá:

He decidido que quiero ser como tú.

Aún más como tú, porque todo el mundo me dice ya que me parezco mucho a ti.

Quiero que llegue el día en el que sea capaz de cerrar los ojos y pensar que, si me muriera mañana, estaría conforme con la vida que he tenido, porque he sido feliz.

Que he cumplido todos mis planes.

De momento sigo en proceso. Me quedan muchas cosas por ver. Muchas por vivir. Algunas de ellas no las sé todavía, pero tengo una vida entera para descubrirlo.

Todavía estoy por definir.

Y eso también es emocionante.

También me hace sentir afortunada.

Maeve


Y en la siguiente página:


Estoy viva y eso es una oportunidad.


Y en la siguiente página:


MI FELICIDAD EN COSAS PEQUEÑAS:

1. La risa de Niko.

2. Que en Finlandia los atardeceres sean eternos en verano.

3. Los hoyuelos de Connor.

4. Pegar una fotografía en mi álbum.

5. Escribir en mi álbum.

6. Que la gente diga que me parezco a mamá.

7. Las sonrisas de Hanna y John.

8. Escuchar mi canción favorita.

9. Que Connor utilice la palabra «novia».


Y en la siguiente página:


TODOS LOS LUGARES QUE CONNOR Y YO MANTUVIMOS EN SECRETO

1. La roca de nuestro primer beso (Parque Nacional de Nuuksio).

2. Su camioneta.

3. La cabaña.

4. Aquella barandilla del parque acuático de Espoo.

5. La mesa de la tienda de la familia de Connor, donde él me propuso la idea de la lista (y donde, días más tarde, yo le dije que sí).

6. La orilla del lago junto a la casa de mi madre.

7. La habitación de Connor.

8. La ventana de la cocina.

9. La sala de los espejos.

10.

11.

12.

13.



FIN


Gracias por acompañarme en una historia más.


Tenéis las listas de Maeve y Connor en la siguiente parte de la historia :)

Y, si yo fuera vosotras, estaría atenta a mis redes sociales, porque quizá en un rato os cuente una cosa... :P

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