Todos los lugares que mantuvi...

By InmaaRv

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«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... More

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
5 | La casa de Amelia
6 | La lista
7 | Revontulet
8 | Avanto
9 | Familia
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
15 | La primera cita
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
18 | Adorarte
19 | Confesiones
20 | La lista de Connor
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
27 | Ellos
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

23 | Algo que se sintiera como esto

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By InmaaRv

Entramos en la recta final :)

Digan "yo" las que echarán de menos a Maeve y Connor



23 | Algo que se sintiera como esto

Maeve

—¿Estáis seguros de que no queréis venir? —Hanna baja la ventanilla para hablarnos desde el coche. La barra libre de la boda ha sido todo un éxito y va un poco achispada. Cuando nos hemos marchado, casi todo los adultos estaban en el mismo estado, a excepción de John, que se había auto denominado nuestro conductor para esta noche, Luka, que se ha tomado muy en serio lo de no probar el alcohol hoy, Connor y yo.

Me sujeto la chaqueta de Connor sobre los hombros y niego con la cabeza. Él está a mi lado, con las manos en los bolsillos y la corbata desanudada. Ha sido probablemente una de las bodas más intensas a las que he asistido en toda mi vida: ha empezado esta mañana, sobre las once, y la celebración se ha alargado durante unas ocho o nueve horas. Las dos familias han congeniado tan bien que, cuando nos han cerrado el recinto, han decidido continuar con la fiesta a otra parte. Ahí es cuando yo me he bajado del carro. Estoy tan agotada que me temo que, si los acompañara, solo sería un peso con el que cargar.

Le he dicho a Connor que no tenía por qué quedarse en casa conmigo, pero él ha insistido. Hanna y John han pasado a dejarnos antes de irse con los demás. El resto de la familia debe de estar ya en donde sea que vayan a seguir con la celebración; Sienna está decidida a exprimir hasta el último momento de su día especial, Niko ha hecho migas con las primas pequeñas de Albert y hasta me parece haber visto a Luka tonteando con una de las invitadas.

Connor lleva todo el día pendiente de mí, quizá porque, al igual que yo, tiene muy presente que la boda que yo iba a celebrar este año no era precisamente la de Albert y Sienna. Creía que me resultaría difícil enfrentarme a este día después de haber roto mi compromiso con Mike, pero no ha sido así. Solo me he sentido un poco... rara. La ceremonia ha sido preciosa. Sienna y Albert no podían apartar los ojos el uno del otro y se veía a leguas lo mucho que se querían. Mientras intercambiaban los votos, he intentado imaginarnos a Mike y a mí en la misma situación, casándonos bajo el techo abovedado de alguna iglesia preciosa, allí, en Florida. No he sido capaz. Nuestro compromiso ahora me parece algo tan lejano que me cuesta creer que en algún momento fuera real.

Pero lo fue.

He estado dándole muchas vueltas a la relación que tuve con Mike y al motivo por el que pasamos tanto tiempo juntos. Hay cosas que sé desde el principio y nunca había querido asumir en voz alta; que me daba estabilidad, que estar con él era lo fácil, que si seguía sus directrices yo no tenía que tomar mis propias decisiones y enfrentarme a las consecuencias. Que sabía que le gustaba y eso me daba tranquilidad. Leah me dijo que creía que ya no estaba enamorada de él, pero ahora, con el tiempo, empiezo a plantearme si de verdad estuve enamorada alguna vez. Confundí los conceptos. Eso no era amor. Quería a Mike. Muchísimo. Pero lo que había entre nosotros era otra cosa.

Lo que hoy he visto que Sienna y Albert sienten el uno por el otro es diferente.

Lo que yo siento por Connor es diferente.

El amor es esto.

—No te preocupes por nosotros —tranquilizo a Hanna—. Os queda una larga noche por delante. Pasadlo bien.

—Ah, lo haremos, te lo aseguro —declara ella, y se le escapa una risa tonta. A su lado, frente al volante, John esboza una sonrisita.

—Nos vemos mañana —dice. Después sube la ventanilla. No tardamos en ver el coche desaparecer al fondo de la calle.

Connor y yo entramos en la vivienda. Los tacones me están matando, así que me los quito incluso antes de que él termine de abrir la puerta. Dentro reina el silencio. No está puesta la calefacción, pero la construcción está hecha para aislar el frío, por lo que la temperatura es bastante agradable. Ya es un gesto casi instintivo el seguirlo hasta su habitación. Últimamente apenas entro en la mía. Solo la uso para cambiarme, para hablar con Leah por videollamada o para cotillear con Nora.

—Mira a quién tenemos aquí. —Connor se agacha junto a la puerta entreabierta de su dormitorio para acariciar a Onni, que parece haber aprovechado que no había nadie en casa para explorar a sus anchas.

El gato se estira y ronronea bajo las caricias de su dueño.

—No me creo que haya tenido que salir yo de mi cuarto para conseguir que él se largara también —me quejo.

Connor me dedica una sonrisa bonita, con hoyuelos, de esas que siempre me calientan el pecho.

—Más bien, yo diría que ese es su cuarto ahora. El tuyo comienza a ser este. —Hace un gesto hacia su habitación—. Vamos, sé que estás cansada.

Por suerte, Onni no tarda mucho en cansarse de nosotros y desaparecer. Imagino que volverá al techo de mi armario, que es su rincón favorito de la casa. Connor enciende la luz y comienza a desabotonarse la camisa. Yo me deshago el moño frente al espejo. El silencio me parece cómodo y natural. Sonrío cuando, a través del cristal, veo que su gran cuerpo me acecha por la espalda.

—¿Necesitas ayuda con esto? —Roza la cremallera trasera del vestido con los dedos.

Asiento y me recojo la melena sobre un hombro para que pueda bajármela. Él lo hace con cuidado, como si temiera rasgar la tela. Me miro al espejo mientras tanto. Estoy preciosa. Llevo todo el día sintiéndome como una princesa. El vestido violeta que me ha confeccionado Hanna consiste en una parte de arriba que me ajusta hasta la cintura y una falda con vuelo que me ha tenido todo el día ansiosa por girar, girar y girar para verla moverse conmigo. Es alucinante.

—Tu madre ha hecho un gran trabajo.

—Bueno, lo tenía fácil. La modelo también es espectacular.

Connor termina de bajarme la cremallera. En lugar de apartarse para que pueda quitarme el vestido, me rodea la cintura con los brazos desde atrás y apoya la barbilla en mi hombro.

—¿Qué pasa? —pregunto al oírlo suspirar. Mis ojos preocupados conectan con los suyos a través del espejo.

—No dejo de darle vueltas a todo lo que ha pasado hoy.

Noto un pinchazo en el estómago, aunque sé que no se refiere a lo que me genera inquietud a mí. Antes me contó que Luka había hablado con sus padres. Por ende, ellos ya deben de estar al tanto de todo. Ahora Connor es libre de aceptar esa beca, marcharse y vivir la vida que siempre ha deseado. Imagino que pensarlo le da un poco de vértigo. Es un cambio muy brusco, incluso aunque sea positivo. Él ya tenía asumido que iba a quedarse aquí. Seguro que esto le ha desajustado todos los esquemas.

—Ha sido un día de muchas emociones —respondo, cubriendo sus manos con las mías.

—Mi madre me ha dicho que están buscando grupos de ayuda que puedan acompañar a Luka en su proceso. Él está muy dispuesto a cambiar. No lo he visto probar una gota de alcohol en toda la noche. Entre la barra libre y todos los invitados que iban con copas en la mano, tiene que haberle resultado muy difícil. —Asiento, porque yo también he estado pendiente de eso todo el día. El ambiente de hoy no era nada favorable para Luka—. Me ha pedido perdón antes de la boda. Quiere que empecemos de nuevo.

—Y tú le has dicho que sí.

—Es mi hermano, Maeve.

—Y se merece otra oportunidad, lo sé. Estoy de acuerdo. —Giro entre sus brazos para mirarlo a los ojos—. A partir de ahora las cosas solo irán a mejor, ya lo verás.

Junto a mis palabras, me surge la necesidad de mantener viva esa promesa. Quiero ver a Connor feliz. Quiero oírlo reír y disfrutar de todos los buenos momentos a su lado. Él me pone un mechón de pelo tras la oreja. Sus dedos me rozan ligeramente la mejilla, y solo con eso ya siento que se me sacude el estómago y me vibra el corazón. Es entonces cuando, en medio del silencio de su habitación, vuelvo a percibir ese sentimiento intenso que está aquí, flotando entre nosotros. Uno que llevo semanas viendo en sus ojos y aun así ninguno de los dos se ha atrevido a verbalizar hace unas horas, mientras bailábamos en la sala de los espejos, justo después de cumplir el penúltimo punto que nos quedaba de mi lista.

—¿Qué? —susurra al notar cómo lo observo. Se me escapa la sonrisa, como cuando era una adolescente. No lo puedo evitar.

—¿Te cuelas en un salón de bodas con todas las chicas que te gustan?

—¿Tan obvio he sido? —me sigue la broma.

—Era demasiado bonito como para ser improvisado.

—Bueno, podría ser peor. Podría tener un lugar secreto, como un mirador o algo así, y llevar allí a todas mis conquistas. Eso habría sido de película. De una de las malas. —Ladea la cabeza, juguetón—. Al menos lo mío tiene un punto de ilegal. Eso lo hace más emocionante.

Me echo a reír.

—Claro.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Ajá. —Intento que no me tiemble la sonrisa. Antes, cuando ha intentado sacar el tema de mi posible regreso a Florida, he huido como una cobarde. Tarde o temprano tendremos que hablar sobre ello. Sé que sería lo mejor, pero ni siquiera tengo claro qué es lo que voy a decirle.

¿Cómo podría, si todavía no me hago a la idea de marcharme?

Connor deja que sus dedos bajen por mis clavículas, hasta el escote de mi vestido.

—¿Te acuerdas de lo que hablamos hace un tiempo? Ese asunto de tus inseguridades, ¿cómo lo llevas? —Sus ojos acuden, preocupados, a los míos.

—Bastante bien. —Me relajo. A pesar de que no es un tema del que me resulte fácil hablar, es sin duda mucho mejor que todo lo relacionado con Florida. Además, me gusta que esté pendiente tan de mí, que se haya acordado de la conversación que tuvimos al respecto—. Me gustaría decir que han desaparecido, pero no creo que lo hagan nunca. No del todo, al menos. Todo el mundo se siente inseguro de vez en cuando. Supongo que el truco está en aprender cómo enfrentarse a esos momentos. Por lo general, me siento bien conmigo misma. Eso es lo importante.

—Así que ¿todo bien? —trata de asegurarse.

Asiento.

—Estoy segura de que la niña que fui pensaría que la Maeve de ahora es perfecta. Seguramente me vería a mí misma por la calle y desearía en secreto convertirme en una chica así de mayor. Estaría orgullosa de la persona en la que soy. Cuando tengo dudas, intento verme a través de sus ojos. Eso me ayuda. Y en cuanto a ti... —La última vez que hablamos sobre esto me sentía nerviosa e insegura, porque era la primera vez que estaba con alguien que no fuera Mike y me daba miedo que acabara en un desastre. Sin embargo, las cosas han cambiado, tan rápido que yo ni siquiera he sido consciente. Ahora no sufro la necesidad de parecer perfecta todo el rato. No tengo que controlar lo que digo ni cómo lo digo ni guardarme para mí mis pensamientos ni mi opinión sobre las cosas que me gustan y las que no. Con Connor puedo ser yo, a secas. Con todo lo que eso implica—. Bueno, sé que te gusto. Me lo has dejado bastante claro.

Como imaginaba, eso lo hace sonreír.

—Sabía que mis cumplidos ingeniosos servirían para algo.

—Se te da bastante bien —le concedo. Me encanta que parezca tan orgulloso de sí mismo.

—Me lo pones fácil.

—¿Ah, sí?

—Se me ocurren más cada vez que te miro.

Ah. Qué cursi es a veces.

—Me extraña que hayas estado tanto tiempo soltero siendo tan encantador —me burlo. Evidentemente, es solo una broma, porque ya me dijo que había sido una decisión personal. No me caben dudas de que nunca ha estado falto de opciones.

Esperaba que Connor me siguiera el rollo, pero, en su lugar, solo dice:

—Estaba esperando.

—¿A qué?

—A que algo se sintiera como esto.

La sinceridad que vislumbro en sus ojos tira abajo todas mis barreras. Sé que lo dice en serio, que ha dejado de lado todas las bromas sobre los cumplidos. Ahora habla en voz alta y sin miedo sobre un sentimiento que yo nunca antes había experimentado.

—¿Has estado enamorada alguna vez? —inquiere, todavía sin apartar la mirada.

—Solo una.

—¿De Mike?

—No.

Me pregunto si es posible encontrar tu primer amor después de creer que ya habías vivido uno.

Al oírme, Connor vuelve a sonreír, y decido que sí, que es completamente posible, porque a mí me ha pasado. Juguetona, me echo hacia atrás al ver que intenta besarme y me rio cuando me agarra de la cintura y presiona sus labios contra los míos. Sus labios están calientes y suaves y tienen cierto regusto a la bebida de naranja que ha estado tomando en la boda. Me empuja suavemente para hacerme retroceder.

—¿Qué haces? —me burlo.

Él me sigue la broma.

—Nada. Te estás moviendo tú.

Llegamos a la cama. Me baja el vestido con cuidado, me lo saco por los pies y se queda arrugado en el suelo. Después Connor se tumba sobre mí mientras me besa, me besa y me besa. Me recreo acariciando su pecho, sus brazos, antes de quitarle la camisa y pasar a sus hombros y su espalda. Ojalá hubiéramos tenido más tiempo a solas. Solo hemos hecho esto en alguna que otra ocasión después de aquella primera vez. Aun así, lo noto cada vez más confiado. Parece que haya memorizado mi cuerpo igual que yo memoricé el suyo. Ubico a ciegas la cicatriz que tiene en el codo y los huecos de sus clavículas. Podría dibujar con los ojos cerrados el contorno de sus músculos cuando tensa los brazos. Sé qué lo hace suspirar. Sé cómo llevarlo hasta el punto de no retorno. Sé que las sonrisas secretas y las bromas para él son parte de estos momentos, y creo que me gusta, que me parecen aún más íntimos.

Me desnuda. Se deshace de mi ropa interior y sonríe contra mis labios cuando su mano desciende y, por inercia, yo me arqueo hacia él. Luego sus labios inician su camino por mi cuello, entre mis pechos, hasta mi ombligo y más abajo, y esta vez no lo detengo, porque ya no hay ni una sola parte de mí que dude de nosotros. No encuentro ningún rastro de ese miedo que antes me acechaba en las sombras; ahora me entrego por completo a él, a sus caricias, a sus besos y al placer. Me siento como una bomba de combustión. Una que en cualquier momento podría explotar e incendiarlo todo. Por inercia, balanceo las caderas, él me sostiene y, cuando el placer crece, se condensa y explota, regresa conmigo dejando un reguero de besos por mi estómago. Tengo la mente tan nublada que ni siquiera recuerdo mi nombre completo. Estoy exhausta. Colmada de felicidad.

—Nada mal, ¿eh? —Sus ojos relampaguean, burlones.

Me rio sin fuerzas.

—Ven aquí.

Le rodeo el cuello con los brazos y, sin titubear, muevo las caderas hacia arriba, contra las suyas. Connor emite un quejido ronco en mi boca. Le quito el cinturón y los pantalones entre besos, gemidos y risas. Luego me siento ahorcajadas sobre él. El vientre se me contrae por la anticipación. Sus manos me recorren entera mientras me besa el cuello y yo alargo la mano para abrir el primer cajón de la mesilla en busca de un preservativo.

—Sabía que tendrías.

—Supuse que cuando llegase el momento debía estar preparado. —Me alejo para observarlo y me encuentro con su mirada burlona y sus labios hinchados tras los besos. Un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies—. ¿Qué pasa? —añade al notar mi silencio.

—No tenemos que hacer esto si todavía no estás listo. No me importa esperar. De hecho, estoy muy conforme con todo lo que hacemos ya.

—Quiero hacerlo —responde él.

—¿Estás seguro?

—Te quiero.

Y con eso basta.

Vuelvo a besarlo. De alguna manera, cambiamos de posición y, cuando quiero darme cuenta, estoy de nuevo tumbada en el colchón y Connor se sujeta con un brazo por encima de mí. Percibo que le tiemblan un poco las manos, imagino que a raíz de los nervios, así que soy yo la que abre el preservativo. Me besa mientras se lo coloco y, a continuación, despacio, viene aquí, conmigo. Entreabro los labios sobre los suyos al sentirlo. Se me escapa todo el aire de golpe. Connor sigue tenso encima de mí, tanto que me da miedo que no lo esté disfrutando. Gime cuando me muevo contra él y yo le beso la mandíbula y el punto bajo la oreja.

—No pienses —le pido—. Déjate llevar.

Quiero llevarlo al límite. Es una de las mejores partes, la de ver ese efecto tan demoledor que tengo en él. Es su primera vez. A lo mejor debería haberlo ayudado más. Haberme puesto encima, o qué sé yo.

Hago el ademán de moverme, pero me detiene poniéndome una mano en la cadera.

—Quieta —ordena.

Me crece la sonrisa. Pero bueno.

—Como quieras.

Todavía parece dudar, por lo que tiro de él para besarlo. Cuando vuelve a mecerse encima de mí, le envuelvo las caderas con las piernas para acompañar el movimiento, y eso hace que ambos gimamos y que por fin entre en confianza. Lo siento todo: su cuerpo acoplándose al mío, su corazón latiendo con fuerza, su respiración agitada, sus besos torpes. Y lo único que puedo pensar entonces es «te quiero». «Te quiero, te quiero, te quiero». Las palabras se me agolpan en la garganta. Decido que quiero quedarme en este momento para siempre; que, si algún día, dentro de muchos años, necesito acudir a un recuerdo que me haga feliz, vendré a este. Connor suspira y espera hasta que entreabro los labios para él para profundizar el beso. Un revoloteo salvaje brota en mi vientre. A juzgar por lo rígidos que tiene los músculos, él está a punto también.

Su voz ronca susurra:

—Maeve.

Y yo respondo:

—Te quiero.

Solo que con una vez no basta.

Su cuerpo tiembla sobre el mío.

Apenas puedo respirar.

—Te quiero —reitero—. Te quiero, te quiero, te quiero. —Se lo repetiría hasta la saciedad solo para asegurarme de que jamás va a olvidarlo.

Lo abrazo con fuerza cuando, con un leve quejido, se deja ir. Jadea contra mi hombro. Yo me revuelvo contra él y, sin necesidad de palabras, como si su cuerpo y el mío se entendiesen por inercia, desliza la mano de mi cadera a entre mis piernas y me besa cuando por fin encuentro el alivio que necesito. Dejo escapar el aire que contenía en los pulmones y después Connor entierra la nariz en mi cuello. Se queda tumbado sobre mí, con su pecho aplastando el mío y el corazón acelerado. La habitación entera se queda en silencio. Solo se oyen nuestras respiraciones y el murmullo del viento moviendo las hojas de los árboles.

—¿Te estoy aplastando?

—No te muevas —le suplico, pero no funciona. Se deja caer a mi lado y tira de la sábana para taparnos. Soy consciente de que lo hace solo por mí, ya que él es una especie de aislante térmico andante que nunca parece sentir el frío. Me arrimo más a su cuerpo porque, como siempre, es una máquina de calor.

Connor juega con un mechón de pelo que me caía sobre la frente. Lo observo, inquieta. El silencio me está matando.

—¿No vas a decir nada?

Él se detiene.

—No sé qué decir —admite.

Su confesión tironea de mis comisuras. Apoyo la barbilla en su pecho para mirarlo directamente a los ojos.

—Que ha estado bien, por ejemplo. Que ha sido el mejor polvo de tu vida.

—Ha sido el primer polvo de mi vida.

—Y por consiguiente el mejor...

—Ha estado mejor que bien. Ha sido el mejor primer polvo de mi vida. Yo también te quiero. Y no puedo esperar a vivir a solas contigo para poder hacer esto todos los días. —Me suelta el pelo y me pasa una de sus grandes manos por la espalda—. ¿Eso era lo que querías escuchar?

Noto un cosquilleo.

—Me conformo.

Connor me mira los labios.

—Ven a vivir conmigo —susurra.

—¿A la ciudad?

—O a un pueblecito entre medias. Podrías seguir yendo a Nokia a trabajar y yo iré a Tampere para las prácticas. Y vendremos a visitar a mis padres siempre que nos apetezca.

Me tiembla la sonrisa.

—Suena bien.

—¿Pero? —Veo la desconfianza en sus ojos.

—No sé si podré soportar que me robes mis galletas durante el resto de nuestras vidas.

—Tendrás un armario solo para ti. Yo tendré completamente prohibido el acceso —declara con solemnidad. Junto las cejas, divertida—. ¿Algún otro «pero» más del que tenga que ocuparme?

Se me ocurren tantos que, si empezara a mencionárselos, no acabaría jamás. Los que ocupan los primeros puestos en la lista son: mi padre, los billetes de avión que ya me habrá comprado, la vida que quiere para mí, todo lo que dejé atrás en Florida. Sin embargo, al ponerlo en perspectiva, la lista de contras, aunque es más larga, tiene elementos que me importan menos. Ahora por fin lo entiendo. Quizá no vine a Finlandia con la intención de quedarme para siempre, pero tampoco esperaba encontrar aquí una vida, amistades, una familia, el amor, un hogar. Leah tiene razón. Al final del día, soy la única que puede tomar mis decisiones.

Y yo elijo quedarme.

—Ningún «pero» —contesto, y me acurruco, si cabe, todavía más cerca de él—. Yo tampoco puedo esperar.

*

A la mañana siguiente, tengo que escabullirme del cuarto de Connor, como todos los días, para regresar al mío sin que se enteren sus padres. Lo de que su corbata fuera a juego con mi vestido ya me deja bastante claro que Hanna está al tanto de lo que hay entre nosotros, pero una cosa es que sepa que estamos saliendo y otra muy distinta que me pille metida en su cama. Connor refunfuña en sueños cuando lo obligo a soltarme y, mordiéndome el labio para no sonreír, yo me visto, cojo mis tacones y salgo silenciosamente al pasillo para volver a mi habitación.

Como suponía, Onni vuelve a estar acurrucado en mi almohada cuando entro. Al verme, se incorpora, baja al suelo de un salto y camina hacia mí. Cierro la puerta a mi espalda mientras lo observo con desconfianza. Sigo guardándole rencor (y cierto miedo) tras aquella vez que me atacó sin motivos.

Entonces, llega junto a mi tobillo y, pillándome completamente por sorpresa, comienza a frotarse contra mí.

Si Connor viera esto, pensaría que han drogado a su gato.

Yo pienso que han drogado a su gato.

—En el fondo tú también quieres que me quede, ¿verdad? —Me atrevo a agacharme para acariciarle la cabecita. Tiene el pelo muy suave. Onni ronronea bajo mi toque—. Buenas noticias, entonces, porque eso es justo lo que voy a hacer.

Sonrío para mí misma. Onni sigue reclamando atención, y de alguna manera acabo sentada en el suelo, con la espalda contra la puerta y él acurrucado sobre mis piernas. Lo acaricio hasta que se aburre, se levanta y se larga, ignorándome como si el momento que acabamos de compartir nunca hubiera existido. Gatos. Son unos auténticos rompecorazones.

A excepción de Sienna, que ha pasado la noche con Albert, toda la familia volvió a casa de madrugada. Me hace gracia ver las expresiones demacradas de Hanna y John cuando bajo a desayunar. Luka es el único que no tiene resaca, aunque también parece agotado. En cambio, Niko, como es un niño y los niños son invencibles, está fresco como una lechuga. Corre hacia Connor en cuanto este entra bostezando en la cocina, todavía en pijama y tan hundido como los demás, y le pregunta dando saltitos:

—¿Podemos salir hoy a pescar? ¿Porfa, porfa, porfa, porfa?

—Pasadlo bien. —Luka pone las manos en alto para desentenderse y se marcha a su habitación. Connor me dirige una mirada agotada, a lo que yo me río y me encojo de hombros. Qué le vamos a hacer.

Pasamos toda la mañana en el lago. Mientras Connor y Niko se van de aventura con la barca, yo me quedo sentada en el muelle, ojeando uno de los libros que me ha prestado Sienna. De vez en cuando oigo sus carcajadas y me resulta imposible no sonreír. Hace un día espléndido: el cielo está despejado, hace calor y la naturaleza que rodea el lago parece más viva que nunca.

Pese a eso, noto algo pesado en las entrañas cada vez que miro el móvil. Han pasado cinco días desde que hablé con papá por teléfono, la boda de Sienna fue ayer y, aun así, sigo sin recibir noticias suyas. Una parte de mí no puede esperar a que me llame para contarle lo que he decidido. La otra, sin embargo, es demasiado cobarde como para que sea yo la que fuerce la conversación. Ni siquiera me ha mandado los billetes. Lo reviso varias veces por si acaso resulta que sí los ha enviado y yo no los he visto, pero no hay nada.

Por la tarde, Connor se ofrece a encargarse del reparto y me pide que lo acompañe. Salimos de la casa y, en cuanto alcanzamos la camioneta, tira de mí para acorralarme contra la carrocería, justo en el lado opuesto al que se ve desde las ventanas de la vivienda.

—Nos van a ver. —Sonrío.

—Aquí no. —Y pone sus labios sobre los míos.

Le enredo las manos en el pelo para corresponderlo con ganas. Llevo todo el día muriéndome por besarlo, pero no hemos podido sacar ni un solo momento a solas. Connor me agarra de las caderas y me presiona contra la camioneta, y yo suelto una risa de pura felicidad mientras registro este momento como otro de esos que me gustaría que durasen para siempre. Es otro lugar común que se añade a mi lista de lugares especiales.

—He estado pensando en una cosa —susurra.

—¿Ah, sí?

—Tal vez podríamos...

—Puto gilipollas. ¿Qué coño te crees que estás haciendo?

Esa voz me trae de vuelta a la realidad.

Me sobresalto y, en cuanto me aparto de Connor y lo veo, creo que se trata de un espejismo.

Pero no.

Es real.

El corazón me da un vuelco.

Mike.

Tardo demasiado en reaccionar. Lo suficiente como para que él camine hecho una furia hacia nosotros y empuje a Connor lejos de mí.


*huye*

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