Miradas cruzadas

By bibliotecadorada

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¿Qué pasa si el chico del que estas enamorada te odia? Atenea esta enamorada en secreto de Cameron, que a su... More

Sinopsis
Reparto
Capítulo 1: volver al pasado
Capítulo 2: el maldito destino
Capítulo 3 : Xelta
Capítulo 4 : confratenizando con el enemigo
Capítulo 5: malas decisiones
Capítulo 6: viendo el otro lado de tí
Capitulo 7: brujas y... ¿Amber?
Capítulo 8: encarcelado...¿emocionalmente?
Capitulo 9: cumpleaños
CapÍtulo 10: cumpleaños parte 2
Capítulo 11: el arte de no pensar
Capitulo 12: cumpleaños parte 3
Capítulo 13: dignidad perdida...parte mil.
Capitulo 14: rompiendo la coraza
Capítulo 15: la pintura como terapia
Capítulo 16: ofrecimientos salvajes
Capítulo 17: ping pong
Capítulo 18: revelaciones inesperadas
Capitulo 19: celos
Capítulo 20: visita sorpresa
Capítulo 21: maldito destino
Capítulo 22: la dignidad salió del chat
Capítulo 23: demasiados secretos a la luz
Capítulo 24: acuerdos...cuestionables
Capítulo 26: revelaciones escandalosas
Capítulo 26:piedras come cerebros
Capítulo 28: un desastre llamado «maquillaje»
Capítulo 29: matando zombies con estilo
Capítulo 30: cita falsa
Capítulo 31: primer partido
Capítulo 32: fiesta de halloween
Capítulo 33: fiesta de halloween parte 2
Capítulo 34: ofrecimientos riesgosos
Capítulo 35: exposición de arte
Capítulo 36: ¿Poseidón? Testigo de la lujuria
Capítulo 37: más traumas que añadir a terapia
Capítulo 38: cumpleaños indeseado
Capítulo 39: el corazón quedó reducido a la nada misma
Capítulo 40: a veces es necesario un poco de masoquismo
Capítulo 41: piercing=crisis existencial
Capítulo 42: celos...completamente racionales
Capítulo 43: desiciones que cambian la vida
Capítulo 45: el campamento
Capítulo 46: el corazón volvió a estar completo...por un nanosegundo.
Capítulo 47: caminos cruzados, sí, pero no unidos
Capítulo 48: el final del camino
Capítulo 49: el secreto cambia vidas sale a la luz
Capítulo 50: el final no se acerca, porque ya llegó.
Capítulo 51: confesiones
Capítulo 52: la dura realidad
Epílogo

Capítulo 44: el viaje interminable

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By bibliotecadorada

CAMERON

Cuando la mamá de Luc nos regaló el auto a mi familia y a mí, yo estaba más que feliz. Recién había cumplido los 16 años y en ese momento todo me parecía fascinante y divertido. Recordaba el día que vino con la noticia. Yo estaba cocinando en mi hogar y se apareció de repente, exigiendo una reunión familiar. Ahí nos lo explicó todo, que el auto no lo iban a usar más porque el padre de Luc había adquirido uno mejor, y que nos lo querían regalar para que podamos tener más movilidad. En ese momento, habíamos terminado de pasar nuestro bache de muy mala economía, en donde casi perdemos todo, y en donde la familia de Luc nos regaló hasta lo que no tenían para poder mantenernos a salvo.

Mi madre se había negado rotundamente a aceptarlo, porque le parecía demasiado, pero mi tía, Anna, no dio su brazo a torcer, y nos dejó arriba de la mesa de cocina las llaves y todos los documentos necesarios, ignorando los gritos de mi madre.

Años después, el auto seguía conmigo. No consumía casi nada de gasolina así que no me suponía un gasto, y lo usaba mucho. Mis padres habían insistido en que me lo trajera a la universidad, porque ellos con los años habían adquirido otro.

Pero en este momento, me arrepentía un poco de la decisión que había tomado.

Nos estábamos preparando para partir hacia el campamento en donde nos quedaríamos durante los próximos dos días, por el festejo del cumpleaños de Luc. Honestamente, estaba emocionado con la idea de pasar una hora al volante, viendo los paisajes y relajándome con mis amigos. Noah no había podido venir porque se juntaría con su familia, pero Thomas sí, aunque no me importaba. Este fin de semana intentaría olvidarme de ella, si era posible, para siempre. Le había dado muchas vueltas a la situación, y la conclusión siempre había estado allí: debía alejarme completamente.

Jace estaba intentado meter una valija en el maletero de mi auto que parecía recién sacada de una película de Barbie. Era de color rosa chillón y tenía cuatro ruedas que cuando se deslizaban por el piso hacían luces. Era realmente todo un espectáculo.

—Jace, ¿quiero saber por qué tienes una maleta que parece sacada de una discoteca de Barbyland?—le pregunté, mientras miraba cómo sus músculos hacían un gran esfuerzo para que la maleta entrara.

Hizo un poco de fuerza más y luego giró su cara hacia mí, con los ojos desorbitados. Me recordó un poco al exorcista.

—Porque—jaló más la maleta y gruñó—. A veces, uno debe...—volvió a jalar y lanzó un pequeño gritito—. ¡Aceptar lo que le tocó de destino!—empujó una última vez y lanzó un grito de guerra que hizo que un par de chicas lo miraran y salieran corriendo de allí.

Yo me alejé un par de pasos del auto.

— ¿Y tu destino es ser una princesa de Barbie?—Luc apareció por el costado, cargando un pequeño bolso de mano, a diferencia de Jace, que estaba seguro de que había empacado un fortificador de uñas por si se le rompía alguna.

Jace se apoyó la espalda contra la maleta sobresalida del maletero. Pareció rendirse, porque se desplomó sobre las dos ruedas que quedaban a su altura. Lucía exhausto.

—No quiero ser una princesa—le respondió a Luc y puso los ojos en blanco—. Aunque no estaría nada mal tener un Ken para mí, ya te digo...Y me divertiría conquistando el mundo de Barbie y abriendo mi propio local de vestidos.

Yo lo miraba atónito.

— ¿Luc, te has tomado algo especial antes de salir de la casa?—le pregunté y lo miré con cautela.

Él resopló y volvió a pararse normal. Tenía toda la cara roja por el esfuerzo de poner la valija en el maletero, aunque no le había dado resultado.

—Quizás comí un pedazo de queso vencido, pero eso es todo.

Me lo quedé mirando, esperando a que dijera que era broma o algo por el estilo.

No lo hizo.

Cerré mis ojos y respiré hondo. Este iba a ser un viaje largo.

—Sigues sin responder a mi pregunta—dije y apoyé el codo en el techo del vehículo—¿Cómo es que tienes esa maleta?

Jace me miró con cara de pocos amigos.

—Cam, ¿por qué piensas que la tengo? ¿Por qué piensas que sé cómo usar un hisopo? ¿Por qué piensas que me sé todos los bailes de High School Musical?—tomó aire, y se cruzó de brazos. Luego, arqueó una ceja y levantó la barbilla, orgulloso—. ¿Por qué piensas que...?

—Por el amor de Jesús—murmuré, interrumpiéndolo—. Como digas que sabes ponerte un tampón, me largo de aquí.

Jace me miró, pero no dijo nada.

— ¡Por el amor de Dios, Jace!—ahora estaba definitivamente traumado.

Él refunfuñó.

—Eso mismo pensé yo cuando tenía unos cinco años. Pero luego mis hermanas me enseñaron más secretos oscuros que no pienso compartir con ustedes.

Cierto. Las hermanas de Jace eran algo digno de admirar. Eran cuatro y volvieron un poco (por no decir completamente) loco a Jace a medida que iba creciendo. Suponía que la maleta era de alguna de ellas, pero no pensaba volver a sacar el tema.

—Es la primera vez que una charla no aporta nada en mí—murmuró Luc y negó con la cabeza, aunque se notaba que estaba divertido.

Suspiré y corrí a Jace varios centímetros del auto. Agarré su maleta y la giré, intentando meterla, pero no había forma. La cosa no entraba ni por asomo.

—Va a tener que viajar contigo—le dije a Jace y la saqué del maletero. Luego lo cerré y me dirigí a los asientos de atrás.

—No me importa, la puedo usar de almohada—me respondió y se subió al auto.

La apoyé en el asiento y luego la acosté. Era tan grande que ocupaba todo el espacio: el asiento izquierdo y el del medio. La giré para que las ruedas quedaran del lado de Jace y luego cerré la puerta. Todavía teníamos que esperar a que llegara Thomas, pero prefería hacerlo sentado.

—Oh, rayos—dije una vez dentro del vehículo, en el asiento del piloto—. Jace, ¿cómo demonios entrará Thomas? No les dejaste nada de lugar allí atrás.

Se encogió de hombros.

—Thomas me dijo que traerá su auto o el de Alba.

Luc y yo giramos rápidamente nuestras cabezas a Jace.

— ¿Qué?—pregunté, al mismo tiempo que Luc preguntaba:

— ¿Alba?

Jace se mordió el dedo pulgar.

—Hay alguna posibilidad de que haya invitado a Alba—dijo, y nos miró con los ojos un poco más abiertos de lo normal. Esperaba que el queso que se había comido no tuviera más efectos secundarios—. Y también a Amber, Kim, Sophie...y Atenea.

Levanté mis cejas, y si no fuera porque estaban unidas a mi frente, hubieran llegado a la estratósfera.

— ¿Qué hiciste qué?—pregunté con la voz dura.

Luc lo seguía mirando sin parpadear. Jace se encogió de hombros.

— ¿Una para cada uno?—dijo Jace y su frente se arrugó un poco, mirándonos con preocupación.

Me lo quedé mirando fijamente, hasta que oí la risita de Luc. Yo seguía indignado, tratando de entender la mente de Jace.

—No puedo creer que las hayas invitado sin decirnos—dije con un tono más duro de lo habitual.

Estaba alterado. Bastante alterado. A la mierda mi fin de semana de conectarme con mis ideales y olvidarme con Atenea. Ahora iba a tener que estar todo un fin de semana pegado a ella. Diablos, en la semana había logrado evadirla bastante bien como para que ahora me pasara esto. El maldito universo me debía estar castigando o algo así.

—En serio—seguí diciendo—. No entiendo cómo pensaste que era una buena id... ¡Hola!—La cabeza de Amber apareció en la ventanilla al lado de Jace. Sonreí mostrando todos mis dientes—. Las estábamos esperando—comenté, alegremente.

Ella frunció el ceño y se agachó para quedar a la altura de la cabeza de Jace.

— ¿Por qué Cameron tiene cara de que esta oliendo su propio gas pero trata de disimularlo?

Fruncí el ceño y dejé de sonreír.

—No tenía cara de...

Luc soltó una carcajada.

—Tiene razón, hombre. Estabas tan duro que parecía que no respirabas.

Jace me miró con una sonrisa de costado.

— ¿Tú también has comido un pedazo de ese queso?

—Yo...—Este día estaba siendo jodidamente más raro de lo normal. Ignoré los comentarios de todos, y miré a Amber, que tenía un gran pañuelo en la cabeza y unas gafas de sol negras extra grandes—. Como decía, los estábamos esperando. ¿Estan listos para partir?

Ella me miró unos segundos más y asintió.

—Sí, ya estamos—se relamió los labios y dio un vistazo general a el auto. Jace había empezado a hacer girar las ruedas de su valija distraídamente, y estaban haciendo luces. Amber suspiró—. ¿Quiero saber de quién es esa...?

Negué con la cabeza y cerró la boca.

—No, no quieres—mascullé.

Luego de eso, se quedó mirándonos unos segundos más y nos dijo que habían venido en el auto de Alba y Thomas, así que nos seguirían. Se fue y puse el GPS, tratando todavía de asimilar que Atenea estaba a pocos metros míos, y que dentro de un rato iba a estar incluso a menos.

Puse música y arranqué el auto, viendo por el espejo retrovisor el auto de Alba. Estaban en su Jeep, y Atenea iba en el asiento del copiloto con su cara más seria de lo normal. Tragué saliva y subí más la música, como si eso pudiera quitármela de la mente y silenciar mis pensamientos.

El viaje hasta el campamento era relativamente corto, no más de una hora en auto. Jace se quedó frito a mitad de camino y Luc movía las piernas al ritmo de la canción que estaba sonando. Estuvimos así, hasta que llegamos a la reserva en la que nos había registrado Jace. Según lo que nos había contado, el lugar era gigante y estaría lleno de otras tiendas de campañas. Tenía los tocadores en un extremo y al lado había una especie de supermercado en donde uno podía comprar comida y demás cosas. Pero lo más increíble de todo, era que, como era una reserva natural, no debíamos pagar nada más que lo que nosotros queríamos, ya que era a voluntad.

Miré una vez más la ruta que me marcaba el GPS y giré el volante a la derecha. Las señales que te daban la bienvenida al lugar se hicieron visibles, y conduje el auto por un camino de tierra hasta aparcarlo a un costado, junto a los otros autos.

— ¿Aquí es?—preguntó Luc y bostezó.

Asentí.

—Eso parece.

Miré al asiento de atrás, y vi que Jace seguía dormido. Tenía baba a un costado de la boca. Reí entre dientes y le tomé una foto. No podía dejar pasar un momento así.

Nos bajamos del auto, sin Jace, porque nos dio lástima despertarlo, y esperamos a que los demás bajaran del auto. Casi había olvidado que Atenea venía con ellos. Casi.

Apenas bajó, con su cabellera rubia atada en un moño desordenado, levantó los brazos y se estiró, lo cual hizo que su remera ya de por si corta se le levantara hasta arriba del ombligo, dejando su piercing a la vista. Tuve que tragar saliva para no hacer alguna estupidez...de nuevo.

—Qué onda, hermanos—nos saludó Thomas. Miró alrededor nuestro y frunció el ceño— ¿Dónde está Jace?

—Esta durmiendo—aclaró Luc—. Nos da un poco de miedo despertarlo, la verdad.

El resto del grupo se acercó a nosotros y mi corazón se aceleró solo por ver a Atenea así de cerca.

— ¡Hola!—Nos saludó Kim alegremente. Sophie estaba apoyando la cabeza en su hombro, con los ojos cerrados.

Yo solo pude asentir con la cabeza.

— ¿Vamos a registrarnos?—pregunté, con mis palmas de las manos un poco sudadas.

Atenea frunció un poco el ceño, pero Amber respondió:

—Sí, vamos. Me muero de hambre y necesito un baño.

Bajamos los bolsos y las tienda de campañas del auto, en donde Jace no se despertó, y fuimos hasta donde estaba la parte principal, y en el camino pude observar los alrededores. Gracias al cielo, Jace no se había equivocado con el lugar. Era exactamente como lo describió. Luego de terminar de registrarnos, nos indicaron las zonas en donde podíamos armar las tiendas de campaña. Caminamos por el césped hasta llegar a un lugar en donde no había mucha gente alrededor. Coincidimos en instalarnos allí y apoyamos todos los trastos en el piso.

Alba miró al rededor.

—Voy a ir a despertar a Jace.

Luc y yo nos miramos, y sonreímos.

—Claro, no hay problema—respondió Luc.

Alba asintió y se dirigió al auto.

— ¿Cómo dormiremos?—preguntó Luc, mientras sacaba las tiendas de campaña de la bolsa y la dejaba en el piso. —Nosotros trajimos dos tiendas de campaña, en cada una entran dos personas.

Thomas asintió.

—Yo puedo dormir contigo, Luc, y Cameron y Jace pueden dormir en la otra.

Asentí. Tenía sentido dividirnos así, ya que Thomas y Luc eran más cercanos. Al resto también le pareció una buena idea, así que comenzamos a armarlas. Amber dormiría con Atenea, y Alba, Kim y Sophie en otra.

Jace apareció un rato más tarde, junto a Alba. Ya se encontraba completamente despierto y a su lado traía su maleta con luces brillantes.

Amber lo miró con una ceja arqueada mientras intentaba clavar uno de los sostenes de la tienda de campaña en la tierra.

—Voy a volver a omitir el tema de las luces, pero ¿por qué narices has traído una maleta? Ni siquiera yo traje una—le dijo con el ceño fruncido.

Jace refunfuñó.

—No sé decidirme por la ropa, ¿esta bien? El calentamiento global me pone los pelos de punta.

Amber se lo quedó mirando con la boca abierta, luego dijo algo inteligible entre dientes y siguió clavando el sostén. Miré al lado de ella, en donde Atenea estaba tratando de clavar otro. Se veía muy tierna, con su nariz fruncida y la cara un poco roja debido al esfuerzo. Estaba a punto de ofrecerle ayuda, cuando ella levantó la vista hacia Jace.

—Jace, ¿podrías ayudarme?

Jace sacudió la cabeza.

—Lo siento, pero no tengo idea de cómo se hace eso.

Levanté mis cejas y fui hacia donde estaba Atenea.

— ¿Sabes poner un tampón y no sabes cómo montar una tienda?—le dije a Jace entre dientes y me agaché al lado de Atenea.

Atenea me miró con la boca abierta.

— ¡El tampón es necesario para sobrevivir, Cameron!—me respondió, indignada—. No tengo que montar tiendas de campaña una vez por mes.

Yo lo miré a Jace, que me miraba divertido.

—Sí, Cameron, eso fue un poco machista de tu parte...

—Cierra la boca—le dije a Jace y lo fulminé con la mirada. Luego miré a Atenea, que me miraba hecha una furia. —Aunque esto te pueda sorprender, de hecho, no te hablaba a ti.

Ella entornó los ojos, pero no me dijo nada.

Terminé de poner el sostén de ese lado y luego fui a poner los demás.

— ¿Aquí no hay osos, verdad?—preguntó Alba y miró alrededor.

Jace sonrió de costado.

—Los hay si tú quieres...

Todos nos quedamos en silencio mirándolo. Alba parecía querer arrancarse las orejas.

—Como vuelvas a decir algo así, te mataré—le advirtió señalándolo con un dedo.

Jace rio y todos volvimos a la normalidad luego del momento de tensión.

—No hay osos—le respondí a Alba, porque parecía un poco asustada.

Me miró con agradecimiento.

—Gracias por darme una respuesta normal—me dijo y se cruzó de brazos.

El resto del día terminamos de preparar las tiendas de campaña, que costó un poco más de lo normal, y a la tarde prendimos una gran fogata. El campamento comenzó a llenarse de gente para esa hora, aunque seguíamos estando bastante alejados de todos.

Me senté en el extremo de un tronco y horneé un poco más mi malvavisco. Hacía bastante frío, así que el calor del fuego me reconfortaba.

Jace se sentó al lado mío y me miró con arrepentimiento.

—Lamento no haberte dicho que venían—dijo y miró hacia donde estaba Atenea, sentada en el otro extremo, abrazada a su propio cuerpo y mirando a las estrellas.

Miré a Jace de soslayo.

—Me has clavado un puñal por la espalda, Jace. Este se suponía que iba a ser un fin de semana en donde me replantearía hasta mi propia existencia—miré al cielo, que estaba oscuro y luminoso.

—Lo siento, hombre. Es que de solo imaginarme estar aquí con Alba me emocionaba y no lo pude resistir.

Sonreí un poco de costado, porque lo entendía. Realmente lo hacía.

—No sé qué tienen las Chatzi que nos vuelven tan locos—murmuré.

Jace sonrió y apoyó la palma de su mano en mi hombro.

—No lo sé, pero es una maldita tortura tener que resistirse a ellas.

Seguí mirando a Atenea. Se veía relajada mientras seguía mirando el cielo. La luz de la fogata hacía que sus facciones se vieran más fuertes que nunca. Me hacía acordar al lobo que pintó y expuso en la galería. Su mirada todavía me intimidaba.

Quería acercarme a ella y hablarle. Necesitaba hacerla reír de nuevo, pero luego de lo que pasó en Xelta dudaba de que quisiera respirar en mi misma dirección.

Y la entendía. Realmente lo hacía.

—Oigan—Thomas apareció por el costado de la fogata, con uno de sus brazos alrededor de los hombros de un chico que desconocía—. Adam tuvo la gran idea de ir al lago, ¿qué dicen?

Incliné la cabeza hacia un costado. El lago debía estar congelado, no me sorprendería sumergir la mano y luego sacarla sin circulación.

— ¿Sabías que es invierno, verdad?—le dijo Kim mientras calentaba sus manos al lado del fuego.

Thomas se encogió de hombros.

—También sé que solo somos jóvenes una vez. ¡Vamos!—no esperó respuesta, sino que salió disparado en dirección al lago junto con Adam.

Jace me miró y se encogió de hombros, para luego pararse y seguirlo. Yo hice lo mismo que él y todo el grupo caminó detrás de ellos. Llevábamos la linterna prendida del celular, porque la noche estaba cerrada y no se veía nada. Miré al costado y vi que Atenea seguía seria.

La opresión en mi pecho se intensificó un poco más.

—Siempre quise meterme en un lago de noche, desnudo—comentó Jace.

Amber lo miró con la cara fruncida.

— ¿Quién dijo que íbamos a hacer eso?

—Yo—sonrió inocentemente Jace—. A que no te animas.

Amber levantó una ceja.

—Tu psicología inversa es para niños de diez años, Jace—le respondió, pero sonrió un poco de costado. —La única manera de que acepte es si me das algo a cambio.

Jace la miró con atención y esquivó una rama.

—Lo que tú quieras.

Amber sonrió malévolamente.

—Excelente. Te lo diré luego, entonces—caminó adelante mío y se acercó a Atenea.

Yo lo miré a Jace un poco asustado.

—Hombre, acabas de hacer un trato con el diablo—le dije.

Luc me miró divertido.

—Cameron tiene razón. Amber tiene pinta de que te pedirá algo...bueno, fuera de lo común.

Jace nos miró fijo unos segundos y luego puso los ojos en blanco.

—Chicos, es Amber. No estoy asustado de ella.

—Unas famosas últimas palabras—murmuró Luc.

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