Miradas cruzadas

Por bibliotecadorada

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¿Qué pasa si el chico del que estas enamorada te odia? Atenea esta enamorada en secreto de Cameron, que a su... Más

Sinopsis
Reparto
Capítulo 1: volver al pasado
Capítulo 2: el maldito destino
Capítulo 3 : Xelta
Capítulo 4 : confratenizando con el enemigo
Capítulo 5: malas decisiones
Capítulo 6: viendo el otro lado de tí
Capitulo 7: brujas y... ¿Amber?
Capítulo 8: encarcelado...¿emocionalmente?
Capitulo 9: cumpleaños
CapÍtulo 10: cumpleaños parte 2
Capítulo 11: el arte de no pensar
Capitulo 12: cumpleaños parte 3
Capítulo 13: dignidad perdida...parte mil.
Capitulo 14: rompiendo la coraza
Capítulo 15: la pintura como terapia
Capítulo 16: ofrecimientos salvajes
Capítulo 17: ping pong
Capítulo 18: revelaciones inesperadas
Capitulo 19: celos
Capítulo 20: visita sorpresa
Capítulo 21: maldito destino
Capítulo 22: la dignidad salió del chat
Capítulo 23: demasiados secretos a la luz
Capítulo 24: acuerdos...cuestionables
Capítulo 26: revelaciones escandalosas
Capítulo 26:piedras come cerebros
Capítulo 28: un desastre llamado «maquillaje»
Capítulo 29: matando zombies con estilo
Capítulo 30: cita falsa
Capítulo 31: primer partido
Capítulo 32: fiesta de halloween
Capítulo 33: fiesta de halloween parte 2
Capítulo 34: ofrecimientos riesgosos
Capítulo 35: exposición de arte
Capítulo 36: ¿Poseidón? Testigo de la lujuria
Capítulo 37: más traumas que añadir a terapia
Capítulo 39: el corazón quedó reducido a la nada misma
Capítulo 40: a veces es necesario un poco de masoquismo
Capítulo 41: piercing=crisis existencial
Capítulo 42: celos...completamente racionales
Capítulo 43: desiciones que cambian la vida
Capítulo 44: el viaje interminable
Capítulo 45: el campamento
Capítulo 46: el corazón volvió a estar completo...por un nanosegundo.
Capítulo 47: caminos cruzados, sí, pero no unidos
Capítulo 48: el final del camino
Capítulo 49: el secreto cambia vidas sale a la luz
Capítulo 50: el final no se acerca, porque ya llegó.
Capítulo 51: confesiones
Capítulo 52: la dura realidad
Epílogo

Capítulo 38: cumpleaños indeseado

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Por bibliotecadorada

CAMERON

Me había puesto la alarma especialmente temprano para ir a entrenar. Nunca me gustó este día, así que necesitaba una dosis extra de levantar pesas y transpirar. De sacar mi furia acumulada. De no pensar en nada. De centrarme solo en una cosa: no dejar que mis músculos cedan.

Fruncí la nariz y respiré pesadamente mientras hacía la última tanda de abdominales. Me dolía todo el cuerpo y casi no podía ni moverme. Pero hice otro esfuerzo y por fin, hice el último abdominal. Mi espalda cayó pesadamente a la colchoneta en donde estaba haciendo ejercicio en el gimnasio, y mi mirada se fue al techo, a las luces de neón que decoraban el gran lugar. Tenía más de dos pisos y todas las máquinas más modernas que jamás hubiera tenido la posibilidad de tocar si no fuera por la beca que me dieron.

Respiré hondo varias veces, tratando de regular mi respiración. Cuando estuve un poco más calmado, me levanté y me sequé con la toalla. No veía la hora de ir a mi departamento y darme una ducha allí. Había estado toda la mañana metido acá adentro y, sinceramente, necesitaba bañarme.

Terminé de secarme la cara y colgué el bolso de mi hombro. Saludé a Charles, mi antiguo entrenador, y salí del extrañamente vacío establecimiento. O bueno, no tan extrañamente vacío, considerando que era sábado y las 11 de la mañana. Muchos todavía estaban de fiesta y otros dormían vencidos por la resaca, como Jace y Luc, por ejemplo. Cuando me fui de casa todavía estaban dormidos en el sofá luego de una noche salvaje en un club. Yo, por mi parte, había preferido quedarme en casa, tranquilo y descansando, porque tenía muchas cosas en las que pensar.

Me dirigí al auto, que estaba estacionado a una calles, y apenas me subí comenzó a sonar mi celular. Sonreí a ver el número de mi madre.

— ¡Feliz cumpleaños, hijo! ¡No puedo creer que ya tengas 21 años!—me saludó mi madre y pude percibir su sonrisa.

—Gracias, mamá. Ya soy oficialmente legal para abastecer de alcohol a mis amigos.

Hubo un silencio al otro lado de la línea.

— ¡Cameron Groove! Te juro que...

Reí y negué con la cabeza.

—Tranquila, era una broma—la interrumpí.

Suspiró.

—Los bromas se suponen que deben ser graciosos. Esa no lo fue—chasqueó la lengua—. Daría lo que fuera para estar contigo hoy, Cam. Lamento tanto...

—Ya—la corté, porque no quería que se pusiera sentimental—. No pasa nada, en serio. Es solo una fecha más. Sabes que no le doy importancia.

—Lo sé, pero igual me encantaría verte. Sabes que... ¡Nicholas! ¡Por dios, bájate de ahí!—Siguió gritándole cosas y no pude evitar reír. Mi hermano era grande, pero seguía comportándose como un niño. —Lo lamento. Te paso con tu padre. Te quiero, adiós.

Cambié el teléfono a mi otra oreja y puse en marcha el auto.

— ¿Hijo?

— ¿Papá?

—Feliz cumpleaños, Cam. —Dijo mi padre y oí como suspiraba cuando mi madre volvía a gritar.

—Gracias, ¿esta todo bien por ahí? Nicholas esta más inquieto de lo normal.

Gruñó.

—Qué va. Es un adolescente con hormigas en el culo. No lo puedo culpar, la verdad. Yo a su edad era igual—suspiró— En fin, ¿cómo la vas a pasar?

Miré a través del parabrisas y me rasqué la nuca.

—No lo sé. Creo que comeré algo con mis amigos. No la gran cosa. Sabes que no me gustan mis cumpleaños.

—Sí, sé que de repente no quisiste festejarlo más. Aunque, por una vez, me gustaría que lo hagas. Nunca entendí por qué de repente comenzaste a odiar los cumpleaños. Antes dejabas que lo festejáramos a lo grande.

Relamí mis labios y me pellizqué el puente de la nariz. Esa pregunta era la peor de todas. Mi tatuaje quemaba en mi brazo.

—No lo sé, papá. Simplemente dejó de apetecerme. Oye, me tengo que ir. Luego hablamos, ¿sí? Mándales saludos a Nicholas y a Ash.

Nos despedimos y colgué el teléfono. Minutos después, mis hermanos me mandaron mensajes de texto deseándome feliz cumpleaños y no pude evitar reír. Imaginaba a mi mamá gritándoles para que lo hagan. Pobre señora, estaba seguro de que cuando esos dos se fueran de casa iban a tener una paz tremenda.

Arranqué el auto y me dirigí al departamento. Estaba seguro de que iba a encontrar a los chicos tal como los dejé, despatarrados y dormidos, así que no me apuré mucho. Recorrí las calles con Imagine Dragons sonando bajito en el parlante y tarareando las canciones.

Mi mente volvió una y otra vez al tema que me estaba quemando las neuronas. Al tatuaje y a la promesa que significaba. A este día en particular, años atrás, en donde renuncié a lo único que quería en ese momento. A donde dejé de un lado todo con tal de ser la persona que se supone que debía ser. A la que quería ser.

Cuando llegué, aparqué en un espacio que había en la puerta. Con un suspiro, agarré mis cosas y me dirigí a la entrada.

Casi salto del susto al ver a Atenea sentada en los escalones. Tenía unos pantalones negros puestos y una camisa floreada que le quedaba hermosa. Su pelo estaba recogido en una alta coleta, y esos ojos azules como el mar me miraban fijamente.

—Buenos días, cumpleañero—me saludó y se levantó, sacudiéndose los pantalones. Bajó los escalones hasta llegar al primero, en donde la dejaba casi a mi altura, y sonrió. —Espero que te apetezca un beso de feliz cumpleaños. Y también una pizza. Sé que es temprano, pero como fuiste al gimnasio durante no sé cuántas horas pensé que tendrías hambre. Y luego, puedo comprarte tu café favorito, a menos que tengas mejores planes. —Levantó una ceja

Me quedé pasmado mirándola. Tragué saliva y luego sonreí, tratando de no ser un cretino.

—Claro que me apetece.

Ella me miró y sonrió más.

—Pensé que me ibas a echar, para ser honesta.

Negué con la cabeza.

—Estabas equivocada.

Mi corazón latía de prisa. Todas las respuestas estaban adelante mío, en ella.

Ella era la incógnita que hacía de mi vida un cielo o un infierno, dependiendo de qué Cameron estaba al mando. Por mala suerte, hoy el Cameron de antes volvía a rugir.

—Bien. Espero que recuerdes eso en un futuro—murmuró.

La miré con el ceño fruncido, pero no me dio tiempo a decir nada, porque me dio una palmada en el trasero.

—Venga, vamos arriba. Puede ser que tenga más ganas de comer la pizza que tu—. Me tomó la mano y me arrastró escaleras arriba.

Sonreí y la seguí.

Me guió hacia arriba y apenas llegamos a la puerta se giró sobre los talones y me dio un corto beso en los labios que me tomó desprevenido.

Me lanzó una mirada que no supe descifrar y me soltó la mano mientras yo abría la puerta. La oscuridad me cegó mientras pasábamos y buscaba la perilla para prenderla. Cuando lo hice, demasiados pares de ojos me miraron fijamente mientras gritaban: "¡Sorpresa!".

Me quedé aturdido unos segundos mientras me cantaban el feliz cumpleaños y miraba todo lentamente: a Jace, Luc, Alba, Amber, Thomas, Noah, Sophie, Kim, algunos de mis compañeros del equipo del vóley, a la casa decorada, los globos, los carteles, la comida...Todo estaba en abundancia, delante mío. Pero lo que más me sorprendió, fue cuando mi hermana Ash, con a gran sonrisa vino hacia mí y me pegó un puñetazo suave en el pecho.

—Si pensabas hacer algo divertido en tu cumpleaños, te hemos cagado la idea—dijo, divertida.

Yo no podía creerlo. Miré detrás de ella y allí estaban mis padres y mi hermano.

—¿Cómo...?—comencé a decir, porque realmente no entendía nada.

Mi madre se adelantó y me dio un gran abrazo.

—Pues hay una rubiecita que es muy cabeza dura.—Me susurró al oído mientras me estrujaba y mi espalda dolía porque me tenía que agachar, ya que ella era más baja que yo—. Si no le hacíamos caso, casi nos amenaza con demandarnos. No la dejes ir.

Dejó de abrazarme y luego fue el turno de mi padre y de mi hermano, que puso los ojos en blanco y me dio un gran apretón.

Saludé a todos los restantes, zigzagueando entre la gente, porque la casa no era muy grande y estábamos un poco apretujados. Fui a la cocina, a la barra, que extrañamente estaba un poco vacía, salvo por una rubiecita que, sin dudas, me volvía loco.

—¿Tú has hecho esto?—le pregunté a su espalda.

Se dio la vuelta con cara de preocupación, mordiéndose el labio.

—¿Sí? Pero espera, por favor, no te enojes. Sé que no querías nada, pero no podía pasar por alto el hecho de que tus padres no iban a poder estar. Así que, soy culpable de ellos. Pero la fiesta en realidad fue idea de Jace. Dice que odias los cumpleaños pero que siempre trata de sacarte un poco del molde.—Suspiró y me la quedé mirando—. ¿Estas enojado, verdad?

La miré un poco más. En silencio. No estaba enojado. La emoción que sentía en este momento era todo lo contrario. Pero la amargura de mis pensamientos de todo el día volvía a inundarme. La miré un poco más, a esta chica que tantas ganas de hacerme feliz tenía, a todo el esfuerzo que había hecho para sorprenderme, y me relajé un poco.

Me acerqué a ella y le hablé en un tono bajo, para que nadie más escuchara:

—Ahora mismo tengo ganas de hacértelo contra esta barra. Duro y rápido, ¿comprendes?

Bueno, quizás me había relajado demasiado, pero qué va.

Parpadeó, sorprendida, y para mi orgullo, logré que se sonrojara, pero solo un poco. Era casi imperceptible.

—Cameron...—susurró—. Eres...eres...Tenemos que hacer eso. Creo que necesito ir al baño—. Me miró la parte baja y soltó una risita—. Y creo que tú también necesitas ir al baño.

Miré mi zona baja y maldije entre dientes. Definitivamente estaba a punto de formarse una tienda de campaña allí.

—Ve tú al baño—se apresuró a decir—. Yo iré a distraerme hablando con la gente. Pero quiero que sepas que no te vas a librar fácil de mí.

Asentí con la cabeza.

—Quizás no de ti, pero sí de tus pantalones—sonreí y pasé por al lado suyo mientras me miraba con los ojos entornados.

Luego de ir al baño y calmarme un poco, seguí hablando con los invitados. Me daba mucha risa que todos se hubieran despertado tan temprano para darme la sorpresa. Jace me contó que todo estaba planeado para esta hora porque sabía que después de que volviera del gimnasio no iba a volver a salir de la casa y se le iba a complicar la decoración y meter a todas las personas dentro. Así que, no tuvo mejor idea que hacer una especie de desayuno-almuerzo, con todo incluido.

Me parecía genial.

—Eres cabezota, eh—le dije, pero estaba agradecido. Sobre todo, porque mi familia estaba aquí.

Jace sonrió, con orgullo.

—Lo soy. Solo espero que cuando se vayan todos no me mates. He guardado todos los cuchillos por las dudas.

Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.

—Que va, no me voy a enojar. Es una fiesta tranquila, con la gente que quiero. Y mi familia pudo venir, así que...

Jace dejó de sonreír y señaló con la barbilla a Atenea, que se estaba riendo con Sophie y Thomas.

—Tu chica ha hecho casi el 70% de eso.

Ignoré que haya dicho «tu» chica, porque fue directo a mi corazón.

Ella, sin dudas, no era mía.

Alcé las cejas y dejé de mirarla.

—¿El 70%?

Asintió.

—Sí. Yo hice el 30%, que fue pasarle el número de tu madre.

Reí entre dientes.

—Así que ella habló con mi madre.

—Sip. Les habló y los convenció, o más bien obligó, a que vinieran con todo pago. Pero se aseguró de no ofenderlos ni nada por el estilo.

Tragué saliva y sacudí la cabeza.

—¿Ha pagado ella todo?

Jace se relamió los labios y puso su mano en mi hombro.

—Sí. No nos dejó poner ni un dólar, porque dijo que fue idea suya y que realmente no tiene problemas de dinero. Y es verdad. Esos pasajes y la estadía no son nada para ella, Cam. Y si te lo hizo de corazón...

Fruncí mi nariz.

—¿Estas endulzando todo para que no me enoje con ella?

Sonrió inocentemente y quitó la mano de mi hombro.

—Eso es justamente lo que estoy haciendo.

—¿Por qué todo el mundo piensa que me voy a enojar?—fruncí el entrecejo.

Tamborileó los dedos en su vaso de cerveza.

—Pues, no lo sé, ¿quizás porque cuando las cosas no son a tu modo a veces te enojas?

Lo miré un poco ofendido.

—Eso no es...

—¡Me están llamando!—Jace puso cara inocente y prácticamente salió corriendo de allí.

Lo miré alejarse y negué con la cabeza. Maldito capullo. Ya iba a hablar con el mas tarde.

—Es bueno ver a los tíos una vez más—. Luc apareció al lado mío, sonriendo—. Honestamente, ni yo hubiese logrado que vinieran. Atenea es muy convincente.

Apreté mi mandíbula y traté de sonreír un poco.

—Lo sé. Lo es. Oye, Luc...

Me miró con una sonrisa.

—Dime.

Tragué saliva y me lo quedé mirando. Podía decir que por su culpa mi vida era un poco un infierno, que el tatuaje que tenía en el brazo era un recordatorio de que nada era para siempre y de que a veces lo que uno más quiere se nos va de las manos porque no tenemos la oportunidad de tenerlo.

Pero también podía decir que por su culpa mi familia y yo estábamos a salvo, que no nos habíamos quedado en la calle, y que mi salud mental estaba sana y salva.

—Gracias—logré decir—. Gracias por todo.

Él me miró confundido unos segundos y luego me dio un apretón en el brazo.

—Soy tu hermano y estoy aquí para ti. No lo olvides.

Se me revolvió un poco el estómago al escucharlo decir eso. El Cameron de antes se activó, recordándome que la vida que tenía en este momento no era más que una farsa. Que lo único que me importaba en este momento no estaba en mi futuro. No podía estarlo. Que las decisiones que siga tomando de ahora en adelante quizás alargaran la farsa un poco más, pero no la iban a hacer permanente.

Traté de que la opresión en el pecho se fuera, pero cada vez se intensificaba más. Su risa, su olor, su pelo, sus ojos...sus ojos me comían vivos, me destruían y a la vez me armaban. Era todo lo que necesitaba, una mirada suya, para saber que el mundo seguía existiendo. Para saber que, mientras ella me mirara así, nada podía estar tan mal. Que mientras esos ojos se sigan riendo y brillando, mi alma estaba salvada.

Eso mismo había pensado cuando me preguntó qué haría si fuera el último día de la Tierra. Obviamente, no había podido responder con sinceridad, porque si lo hubiera hecho, mis palabras habrían sido distintas. Mi día ideal, ya sea el fin del mundo o no, la incluían a Atenea a todas horas. Incluía la palabra «libertad». Incluía planes al aire libre, besos húmedos delante de personas, palabras tiernas y abrazos salvajes. La incluían a ella en cada segundo del día.

—¡Quién quiere pizza!

El grito de Tyler, uno de mis compañeros de equipo de vóley, me sacó de mi sufrimiento silencioso. Traté de poner una sonrisa en mi cara y seguí hablando con la gente, sonriendo e incluso riendo algunas veces. Comí todo lo que habían comprado, di abrazos y jugué a juegos. Pero en el fondo de mi mente, lo único que estuvo presente en todo mi cumpleaños, era que esta iba a hacer la última vez que pasara mi día con ella.

Porque no podía permitir que esto durara tanto.

Una cosa era romper nuestros corazones, pero otra muy distinta era destruirlos, hacerlos trizas y que solo queden cenizas. 


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¿Cameron es melodramatico? Por supuesto. Pero, ¿no lo queremos igual? Claro que sí. 

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