FUEGO Y HIELO | Dramione

By Sarihuella

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Ella es fuego; valiente, acogedora, de ojos cálidos y mente clara. Él es hielo; frío, gélido, de mirada feroz... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Rana de chocolate
Capítulo 12

Capítulo 2

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By Sarihuella

H E R M I O N E

Ron ha estado comportándose un tanto... fuera de lugar. Y por un tanto, me refiero a muy extraño. Desde nuestra llegada a King's Cross no ha parado de tropezar con sus pies y contestar monosílabos entre balbuceos a mis interrogantes. Su mirada pocas veces se encuentra con la mía, con todo y que, sin embargo, son incontables las veces que le he oído suspirar y refunfuñar que no se siente del todo bien. Más que indispuesto, parece perdido entre los recovecos de su cabeza, estando aquí, engullendo medio festín sin siquiera echarle un vistazo a lo que se lleva a la boca. Un comportamiento algo torpe, bastante normal en términos de Ronald Weasley, claro, solo... aumentado a su máxima expresión.

Le repaso con la mirada, otra vez, y por un momento eterno siento que no le conozco.

Desde que terminamos lo que pudo haber sido nuestra "historia de amor", nos hemos distanciado más que un poco. Vamos, es inevitable, habiendo convivido como lo hicimos, dar un paso atrás resultó incómodo. Doloroso. Pero Ron no ha dejado de ser Ron, lo que hemos vivido juntos a lo largo y ancho de estos siete años no lo he echado en saco roto en lo absoluto... Hasta el día de hoy no he dudado ni una sola vez en afirmar que es y siempre será de mis mejores amigos. Me gusta pensar que lo ocurrido nunca implicará lo contrario.

Le tengo el más grande cariño a él, a todos los Weasley, somos familia.

Y, tal vez, eso es lo que siempre debimos ser.

Estaba perdidamente enamorada de Ron, no era exactamente un secreto, así que todo fue terrible. Complicadísimo, pues nunca había pasado por nada remotamente similar, ni tenía la más mínima idea de lo desconsolador que resulta el amar a alguien. A alguien que, de repente, ya no te ama devuelta. Le encontré de improviso esa tarde, Lavender le descansaba sobre las piernas y le sostenía el rostro con las manos a los costados de ambas mejillas. Resultaba una reunión secreta, una de tantas que ignoraba habían tenido en el jardín trasero de la madriguera, arrimados en un huequecito que hacían dos planchas de madera mohosa. Una y otra vez. Eso se había venido repitiendo por semanas...

Nunca esperé algo así por parte de Ron. Tampoco de ella, con todo y que la profesora Trelawney y yo le habíamos, prácticamente, salvado la vida. Resultó en una especie de milagro. Lavender, me refiero a ella. Solo algunas cicatrices le hendían el cuello haciendo formas escabrosas... Ron le dejaba besos sobre ellas cuando me miró directo a los ojos. Para bien o para mal, les descubrí dando un pequeño paseo para estirar las piernas; había leído, arremolinada en uno de los sofás junto a Ginny toda aquella tarde y vaya que fue irónico, porque la sorpresa casi me echa al suelo. Allí mismo y con él intentando... ¿Qué intentaba? ¿Dejarme claro que no estaba alucinando?, explotamos en una discusión, qué más que discusión podía tacharse de porfiar, en la que claramente decidí(mos) dejarlo. Qué decir, me sentí traicionada, más que por mi pareja, por mi mejor amigo.

La confianza es baja, no hablamos mucho y las cosas estuvieron, y aún están, algo turbias entre nosotros, pero coincidimos en que no queríamos terminar fingiendo que el otro no existe. Es demasiado trabajo.

En suma, hoy se comporta de una manera que no consigo interpretar. Retomo que siempre que le miro aparta la mirada, he ignora mis palabras, sumado a que ha estado a punto de estrellarse contra una columna gigantesca. No hizo más que divagar en el discurso de bienvenida, y apenas ha hablado con Harry, tomando en cuenta lo ruidosos que a veces pueden llegar a ser ese par estando juntos a la hora de comer.

Es más, creo que algo ha hecho cortocircuito en todos los portantes de un cromosoma Y, porque de igual forma, si mis ojos no me han engañado, me he topado con la terrible mirada de Malfoy un par de veces. Eso definitivamente no es algo común. Simplemente siento esta extraña sensación pesandome en la espalda y la nuca, tal incomodidad solo me deja claro que alguien está mirándome fijamente... Siempre termino tropezándome en desgracia con los ojos del rubio. Sus orbes frías y distantes pueden fastidiar a cualquiera con solo un vistazo.

También, son fáciles de detectar con los siete años que llevan intentando prenderme fuego.

No me doy tiempo de pensar en él, cuando terminamos de comer y no queda rastro de las delicias o de la ordenada vajilla de oro, nos levantamos y, como prefecta de Gryffindor, guío a los de primer año a nuestra sala común. Les pido una fila ordenada y en silencio, cosa que no recibo al principio, pero tampoco puedo admitir que me moleste del todo. Son niños, al fin y al cabo. Les dedico mi mirada más abrumadora, y en un tris tras, ya les tengo alineados y con los labios juntos.

Recorro de nuevo los iluminados pasillos de Hogwarts, lentamente, con los escasos cuadros que han logrado aguantar la catástrofe inclinándose con formalidad o simplemente saludando con un ademán amigable. Ventanales con monturas reformadas dejan entrar las frías ventiscas nocturnas, y, entonces, están las exclamaciones de admiración de los pequeños de primero, fascinados con el que será su nuevo hogar, y las miradas llenas de nostalgia y alegría de los antiguos alumnos que tanto esperábamos el momento de volver. Todo me llena el corazón.

En definitiva, extrañaba Hogwarts.

.
.
.

Al adentrarnos nuevamente en la sala común roja escarlata y dorada, los niños corren a sentarse en los mullidos sillones, o se amontonan cerca de la afable chimenea. Interrumpo su diversión con mi voz para indicarles lo básico, mientras ellos asienten y bufan exasperados por conocer las que ahora serán sus habitaciones. También, si éstas las compartirán con sus nuevos amigos.

Gryffindors, lo tienen tatuado en la frente.

Cuando termino, todos salen corriendo hacia sus respectivas escaleras como manada de hipogrifos, dándose empujones, riendo abiertamente y pegando gritos emocionados. Suspiro profundo ante su inocente y agotadora felicidad, y por mi parte, digo adiós a los chicos, le planto un beso en la mejilla a Ginny y camino sin prisas hacia mi habitación. De todas formas, ¡hoy me libré de hacer guardia!

Al entrar, me encuentro con un cuadrado amoblado sólo para mí. Hago un mohín con la boca, las pijamadas de media noche han desaparecido hace un par de años y aun las extraño desde lo más profundo. Una cama con dosel junto a una ventana y algunas decoraciones con los colores de Gryffindor la hacen ver acogedora y, por supuesto, escolar. Hay una puerta a mi izquierda donde supongo es el baño y junto a esta está mi viejo baúl y varias pilas de libros que luego ordenaré en las estanterías polvorosas. Crookshanks se pavonea en el alféizar de la ventana, mirando receloso a los pájaros que se picotean entre sí al otro lado del vidrio, cosa que me indica que la persona que lo trajo lo dejó libre. Maúlla y sonrío.

Me arrodillo frente al baúl en busca de mi pijama preferido y, ya que la noche es bastante fría, también me hago con un suéter de lana. Cierro las cortinas de un tirón.

Ya lista, no tardo en lanzarme sobre la cama, bastante cansada por el viaje y la bienvenida, siendo recibida por un colchón firme que siento por su contrario, como un trozo de pan de molde. Un ruidillo se escapa de mi garganta ante la sensación de descanso, pues cada parte de mi cuerpo parece relajarse en un segundo. Rápidamente me envuelvo entre las coloridas sábanas, rodando hacia el otro extremo del espacio; cierro los ojos con fuerza, a la espera de caer dormida. El gato se escabulle entre mis pies y no tarda en hacerse un ovillo allí mismo, le siento ronronear y le acaricio una última vez con mis tobillos antes de desearle las buenas noches. Pero los minutos pasan y pasan y simplemente no puedo dormir, a pesar del inminente cansancio que no me permite siquiera abrir los ojos. Doy vueltas en la cama un par de horas y respiro a conciencia una docena de veces, hasta que sacudo el cuerpo en todas las direcciones, frustrada. Detesto el insomnio, sus furtivas y repentinas apariciones cuando más deseo descansar, y que no se irá a no ser que haga algo al respecto. ¡No pienso repasar las grietas del techo toda la noche! Y caminar siempre termina por librarme de la terrible vigilia...

Así que me levanto dispuesta a rondar la sala común un rato.

Con cuidado de no hacer mucho ruido, me calzo y repaso mis pasos hasta allí, con la madera crujiendo bajo mis pies y los ojos apenas abiertos. La chimenea continúa humeante y un silencio tranquilizador es dueño de la habitación. La intensa sensación de estar en casa se extiende con calidez sobre mi pecho en cuanto atravieso el lugar, encontrándome, de improviso, con un par de compañeros entrando a hurtadillas. No son horas de andar vagando por el castillo, así que en cuanto hacemos contacto visual, pegan un brinco.

― ¿Qué hacían fuera de la sala común ustedes dos? ― cuestiono entrecerrando los ojos, cruzando los brazos. Con como traen la ropa, la respuesta es obvia...

Intercambian miradas, luego bufan exageradamente.

― ¡Qué pereza! ya nos echaron la bronca, Hermione, no tienes por qué hacerlo de nuevo.

Pongo los ojos en blanco mientras rodean los muebles, dando fin a la conversación con todo y que es evidente que han vuelto por su propio pie y se han querido librar del problema. ¡Vaya par de atrevidos! Les sigo, dispuesta a pedirles un mínimo de respeto, cuando los escucho murar con rabia "con lo bonito que estaba el cielo, la torre de astronomía reformada debe de tener unas vistas..."

Lo cierto es que me quedo estática. Me sabe mal romper las reglas, además, no tiene ningún sentido terminar de ejecutar una falta en toda regla al reglamento. Aunque no sería del todo descabellado que, gracias a las palabras de un par de alumnos, sospeche que alguien más podría estar allí haciendo no sé qué cosas y vaya a echar un vistazo.

Son mis labores de prefecta, al fin y al cabo, cualquier sospecha que pase por alto puede resultar en un problema mayor. Ja.

No le doy muchas vueltas y salgo para ser abofeteada por la fría brisa nocturna. Un escalofrío me recorre entera, así que froto mis brazos en busca de darme algo de calor. Pero entonces camino de aquí para allá por el pasillo, pensándomelo mejor. Lo siento frívolo y apenas iluminado por la luz de la luna que se cuela burlonamente por los ventanales... así que saco la cabeza por el que tengo justo a un costado. Definitivamente el cielo se mira precioso está noche. Las nubes parecen haber desaparecido, y la luna está en su fase más bonita... Me limpio las manos sudorosas en el suéter. Las dudas se disipan y decido ir a la torre de astronomía a echarle un vistazo: así, ver las estrellas un rato, aprovechar las instalaciones ahora que están desiertas, y con el trayecto de ida y vuelta, posiblemente cansarme lo suficiente.

Camino con cuidado de no llamar la atención, y me escabullo por el recibidor hacia las extensas escaleras de caracol subiéndolas sin prisa. De todas formas, los prefectos ya deben haber terminado sus rondas, es tardísimo. Me adentro tranquilamente en la cúspide y apunto a la cerradura, haciendo un círculo con la varita para luego atravesarlo por el medio con habilidad. Le escucho ceder en un murmullo antes de apoyarme sobre ella, sin notar que Malfoy está allí hasta que desvío mi mirada hacia el pequeño barandal donde su espalda me recibe.

Permanezco en mi lugar con los ojos bien abiertos, mientras él se da vuelta de sopetón y me mira de esta forma turbia que acostumbra. Sus ojos grises me escanean por unos segundos de arriba a abajo, antes de recargarse pesadamente en el barandal a su lado, como quién no ha hecho nada. Desvío los ojos, comenzando ya a subirme el enojo. Esa mirada suya me pone los nervios de punta; al menos podría disimular un poco. Las manos se me encalambran y el hormigueo me escala por todo el cuerpo, que agarra temperatura. Detesto cuando esto sucede, no podría enervarme más...

¡No tengo por qué sentirme avergonzada, solo traigo un pijama casi a la rodilla, solo soy una persona!

Ha sido, de algún modo ilógico, recurrente en este determinado Slytherin cuando por obras maquiavélicas del destino nos encontramos solos... no le di importancia alguna en su momento y claramente sigo sin dársela, con lo acontecido en los últimos años ha sido pan comido. No me cabe duda que su mirada, siempre condescendiente y molesta, va más allá de lo que él cree aparentar. Malfoy esconde ciertas intensiones, ciertos pensamientos, que me revuelven el estómago. Tan mezquino y clasista y terrible, muy terrible persona, no entiendo como puede mirarme como me mira ahora, cuando no hay nadie más cerca.

Giro sobre mis talones dispuesta a irme y olvidar todo esto, cuando él, con un escaso par de zancadas, me toma del brazo firmemente. Me doy vuelta con lentitud, dedicándole mi gesto más mosqueado. Gesto que, al instante, debo acoplar para no mostrar cualquier otra cosa al encontrarme con una situación diferente. Me frunce el ceño sin odio o asco o morbo de por medio, sólo... ¿curiosidad?

- Granger - murmura como si acabase de reconocerme ― ¿Qué haces aquí? ¿te enviaron a buscarme? ― dirijo una mirada de soslayo hacia su agarre, se aferra leve, pero firme, justo encima de mi codo. Él se aleja de inmediato, dando un paso larguísimo hacia atrás, metiéndose las manos entre los bolsillos de la túnica como si su vida dependiese de ello ― no importa, no iré contigo y aquí sobras.

No, no... ― vaya imbécil, las cosas han vuelto a la normalidad más rápido de lo que esperaba. Intento pensar en alguna respuesta ¿saben? lo suficientemente ingeniosa y ofensiva, pero la noche está tan tranquila y el paisaje es tan hermoso y somnífero, que no tengo la mínima intensión de insultarlo o generar una pelea en lo absoluto... así que soy solamente un poquito condescendiente - vine por las vistas - digo dirigiendo mi atención hacia el vistoso cielo nocturno - ¿Puedo? O harás una escena...

D R A C O

- Te creía más consecuente - le digo - no tiene sentido que camines por ahí de noche si vas de abanderada de la norma. ¡Ja! Para pavonearte de ser prefecta, no te importa hacer una excepción contigo misma...

Desde que irrumpió en mi "santuario de paz" designado, me es complicado desviar la mirada. Y me odio por ello, no saben cuánto. La gran sorpresa que me llevé me la guardé para mis adentros: el suéter rosa le delata las curvas del torso y luego sus largas piernas casi desnudas. No estaba del todo consciente de lo curvilíneo de su cuerpo ya que sus uniformes siempre han sido rectángulos holgados. Una abominación, también, un gran desperdicio. Y no es como que le determine, ni que le vea mucho cuando tiene oportunidad de usar ropa normal. Me ha tomado con la guardia baja. Y para rematar voy y le pongo una mano encima... cuando le tomé del brazo, acción de la cual ruego no me pidan explicaciones, reparé en el tacto que tiene.

Es suave, maldita sea.

Pero también es Granger.

Le agarre del brazo, atribuyéndome derechos vetados, le mire de pies a cabeza y le repasé de la misma forma.

Me alejé un par de metros y casi al instante me golpeé mentalmente por tan patético acto; parece que me aterra o algo por el estilo, por favor. Así que acorto ligeramente la distancia, sobre mis pasos, y ya cerca, me percato de otra cosa: su olor. También huele suave, Merlín, huele... bien, a loción, a algo dulce. Y su cabello suelto, ahg. Me descubro nuevamente pensando lo impensable. Sí sí, desde hace un par de años me he fijado, aunque sea sin intención alguna, en los rasgos de su rostro y lo esbelto de su cuerpo. Pero es que cualquiera con un par de ojos se daría cuenta de que Granger está... bien, más que bien y... le odio, tanto y tan profundo.

Debo parar, estoy cansado y mi mente divaga a temas sin sentido, y estamos solos, y nunca lo estamos.

Me obligo a apartar la mirada para no generar sospechas o hacer todo aún más incómodo. Es una sangre sucia, me digo, no sé por qué, pero lo hago.

― He venido porque un par de alumnos han estado por aquí y ningún prefecto medianamente decente ha dado con ellos a tiempo. Ahora entiendo por qué - responde en tono obvio, rodando los ojos sin siquiera dirigirlos en mi dirección ―. No te presentaste a la reunión en el tren, pero Parkinson, claro, nos puso al tanto de todo. ¡Bienvenido al lado correcto de la ley! O lo que sea...

- Ser prefecto arruina la diversión, es de lo más patético ― ignoro sus palabras ― Peculiar ¿no lo crees? Suena a algo que combina perfectamente contigo - digo con fingida inocencia y muestro esa expresión tranquila y odiosa que tanto he practicado, que tanto odia ella.

- Cállate. Está bien que este sea tu lugar y el lugar de todos los adolescentes calientes, lo comprendo, pero ¿podrías comportarte como una persona por primera vez en tu vida y dejarme en paz? No sabía que la maldita torre te pertenecía - suelta, suspirando pesadamente aquellas últimas palabras. Ahora resulta que le he ofendido, con una broma tan estúpida.

Ridículo.

- Será mejor que cierres la boca y vuelvas por donde viniste. Llegué primero, tengo derecho a elegir estar solo - sonrío ante el sabor de una posible discusión y me armo con el mejor discurso - ¿Por qué no te vas con el pobretón de Weasley? Oh, espera, no funcionó ¿verdad? y el cara-rajada de Potter ¿tal vez? Todos apostábamos por él, fue una completa tragedia... me dejaste sin galeones por meses.

De repente y confirmando mis sospechas, me amenaza con su varita en alto. La tengo cerca del rostro, firmemente apuntando al espacio entre mis cejas y, en vista de que no parece una simple amenaza, no dudo en imitar el gesto con una sonrisa que se escapa de mi poder ocultar.

¡Eh, adoro los duelos!

- Por lo menos ellos son mis amigos. ¡Merlín!, lo siento, olvidé que nunca los has tenido así que no sabes lo que son... sin esos galeones, nadie te quiere cerca - la diversión de repente desaparece y simplemente frunzo mis labios en una línea para evitar hablar de más ―. Harry y yo te enviaremos una tarjeta de disculpa si eso te hace sentir mejor, paria social.

Ella no sabe nada.

- Asquerosa sangre sucia - termino por responder, mucho más despectivo de lo que buscaba en un primer momento, dejando a la ira apoderarse de mi ― ¿qué se siente saber que solo fuiste un pasatiempo? Con esos amigos de mierda, prefiero no tener a nadie cerca.

No responde.

No hace falta.

- ¡Expeliarmus! - exclama apretando la mandíbula.

- Protego - respondo rápidamente, bloqueando el hechizo con soltura, haciendo que ella chasque la lengua y su ceño se frunza cada vez más profundo ― perdedora, no puedes hacer valer un primer hechizo.

Flipendo ― lo dice tan rápido que apenas logro entenderle bien. Mis manos se mueven solas, conjurando un "impedimenta" sin necesidad siquiera de decirlo en voz alta, pero trastabillo hacia atrás ante el empujón que de algún modo he logrado hacer menos inconveniente, aprovechando que tengo la barandilla cerca para no terminar en el suelo. No ha logrado aturdirme, así que le escucho perfectamente cuando afirma ― perdedor, no puedes mantenerte en pie en los primeros minutos de un duelo.

Touché.

― ¿Duelo? sabes que no me estoy tomando esto en serio ¿verdad? ― intento hacerle una zancadilla, sin embargo, no demora en esquivarlo elevando las cejas y apenas moviendo la varita.

― ¿Hmm? ¿Tanto así que sientes la necesidad de decirlo?

Nos miramos, queriendo prender fuego al otro. El corazón me late con fuerza.

― Escucha, Mal-.

¡Palalingua! ― le apunto, sin dejarle terminar.

Ella abre los ojos como platos.

Yo suelto una risita que termina por convertirse en sonoras carcajadas.

- Caíste ante el hechizo más estúpido de todo el planeta ― Le veo morder sus labios en busca de no desearme la muerte y justo cuando le veo comenzar a blandir la varita - ¡Desmaius! - exclamo por instinto.

Ha dejado la guardia baja.

Ella intenta esquivarlo, pero fracasa aparatosamente y, ante la rapidez de mi voz, sus reflejos de respuesta se quedan pensando que tengo un mínimo de respeto he iba a dejar las cosas en un simple intercambio estúpidos de hechizos burlones. Pongo los ojos como platos ante la rapidez de los eventos, pues el duelo me sabía más largo, y al instante, comienza a perder el equilibrio trastabillando hacia atrás y hacia adelante, mientras me dirige una mirada colmada de odio.

Procedo sin pensar, rápidamente intento acercarme, pero me voy de bruses porque me ha atado los cordones de los zapatos. ¡¿En qué maldito momento pasó?! Gruño y me deshago del nudo con un movimiento de varita. Me tambaleo, intento ponerme en pie justo cuando ella da un buen paso en falso al frente. Lo veo, casi como si el tiempo se detuviera. Los miembros se le relajan, los ojos se le cierran y yo le agarro como puedo cuando impacta sobre mí, tirándome al suelo con un ruido sordo. Me pega un empujón propio de un peso muerto.

Entonces me quedo quieto unos segundos, procesando lo que acaba de suceder. La tengo encima, Merlín, está encima de mí. Pero no dejo que mis pensamientos avancen mucho más y me pongo a mover las manos. Casi no puedo enderezarle en un principio, debo ponerme de rodillas para al menos aguantarle con el torso. Se mueve como gelatina, se escurre de mi agarre hasta que logro asirle por la espalda.

Tengo su rostro incomodamente cerca.

Su cuerpo está tibio.


No puedo evitar fijarme en su rostro ceñudo. Me saca del espiral de afirmaciones sin sentido porque me resulta divertido de ver. Luego... la línea de su mandíbula bien marcada sin llegar a ser molesta. Sus labios.

Suspiro, negando fervientemente con la cabeza, evaluando mis opciones... antes de decidirme, sin lugar a duda, por la peor de todas: con cuidado, le acomodo y me decido por sostenerle sobre un hombro, como quién carga un costal de papas, hasta su sala común. De cualquier manera, no tardaría en abrir la boca; McGonagall me patearía el trasero de vuelta a la mansión.

Las escaleras son un infierno, pero me libro de ellas en un santiamén. Camino despacio, con cuidado de no hacer mucho ruido, aplacando sus piernas con mis brazos de tal forma que le rodeo por los muslos, muriendo de frío pues no se me pasó por la cabeza usar un suéter, y evitando pensarme de más la situación.

Al llegar, con una mirada cargada de todo menos amabilidad, el cuadro se frota los ojos con sopor. Abro la boca, pero no logro emitir ni medio sonido.

- ¡¿Está muerta?! - exclama de repente.

- ¡¿Qué?! - ahora resulta que no puedo cargar a alguien inconsciente porque inmediatamente me convierto en homicida - Por supuesto que no, estaba inconsciente... cerca de la biblioteca, hacía guardia cuando la encontré.

La mujer enarca las cejas, dejándome en claro que no me cree.

- Entonces te encuentras en medio de la nada a una mujer inconsciente y decides traerla aquí, para que despierte en su sala común cómo si nada hubiese sucedido. ¿Así fueron las cosas?

Pongo los ojos en blanco.

- Hubo un duelo ¿sí? - la verdad se me escurre de la boca ante la mirada que me dedica. Lo que insinúa me ofende y aterroriza a partes iguales - No pretendía esto, vine aquí porqué simplemente no quiero... No quiero meterme en problemas el primer día ¡No le hice nada malo, ella empezó!

- No te creo nada, Draco Malfoy.

Apenas termina de hablar, se me forma un nudo en la garganta. Me bajo a Granger del hombro en un movimiento entorpecido, cargándola en su dirección - ¡Digo la verdad! Mírela, mírela bien, no tiene nada. No le hice nada, solo es un desmaius - la voz se me entrecorta. Intento darle la vuelta, para que pueda resivasrle las piernas - . No llame a la directora, no puedo... Me va a obligar a volver a casa, juro que no la toqué - desvio la mirada en cuanto siento que las lágrimas me escurren del mentón. Me toman por sorpresa, no sabía que estaba llorando. Odio llorar, odio que me vean llorar, mierda - . No despierte a Mcgonagall, no le hice daño, no insinúe que lo hice cuando no tiene idea de lo que pasó...

Silencio. No sé si me mira, ni cómo lo hace. Granger vuelve a pesarme sobre el hombro y sus gritos de dolor me dan vueltas por la mente. No quiero recordar, pero lo hago. La inusual risa de mi tía, el ambiente tenso y asfixiante...

Draco.

Sangre sucia, las cicatrices de su antebrazo.

Draco, por favor.

Me sentía aterrado. Me siento aterrado.

- ¡Escucha!

Su afán me obliga a mirarla. Me llamaba, pero no lo tenía claro. Sus ojos me sorprenden, me miran con algo que reconozco fácilmente; siente lastima por mí. Se me hinchan los pulmones fácilmente, porque me encanta la lastima.

Porque nadie nunca me mira así.

- Te doy tres minutos. Si no sales antes de eso, armaré un vocerio - asiento rápidamente -. No dejaré que te salgas con la tuya, si esto es una treta juro que pagarás.

No respondo, no hay nada qué decir, y me adentro con cuidado, procurando que mis pasos sean inaudibles.

Busco los dormitorios de prefectos, mientras Granger balbucea cosas sin sentido. Cuento los segundos en mi mente, no hay espacio para pensamiento secundarios. Las escaleras dan manifiestamente a dormitorios compartidos, por lo que evito los muebles y cruzo la instancia hacia el pasillo de la izquierda. Encuentro una puerta entreabierta cuando ya ha pasado el minuto. Acto seguido, me doy cuenta de que estoy en el lugar correcto. La habitación está colmada de libros, su gato, en medio de la cama, levanta las orejas. Le observó intentando mantener la calma y descifrar sus intenciones. Por suerte, me observa entrecerrando sus ojos y continúa con lo que sea que hacía, sin apartar su atención sensible a cada uno de mis movimientos. No puedo creer que Granger, siendo como es, le deje subir a su cama. Se me insinúa una mueca y deposito a la dueña sin cuidado a su lado, quedándole la cabeza a los pies de la cama y erizándose el gato ante el repentino movimiento.

Satisfecho de un modo que escapa a la razón, salgo de la sala común enemiga a los dos minutos y cuarenta y siete segundos. Asiento en dirección al cuadro, me avergüenza sostenerle la mirada. Por lo que no espero escuchar qué más tiene para decir y regreso en escasos segundos. Subo a mi habitación, perdido en mis pensamientos que repiten en un bucle interminable lo sucedido, retiro los zapatos de mis pies y les tiro por ahí, sin cuidado. Me envuelvo en el montón de mantas.

Me limpio lo que me queda de lágrimas.

E intento dormir.

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