Suya por contrato

By CaroYimes

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Lily jamás podría decirle que no a su jefe. ¿O era al revés? More

Rossi
Pacto con el diablo
Amenazas
El comienzo de la guerra
Guerra fría
El arrepentimiento
Escenario sorpresa
Un precio
Los sueños
Complicidad
Rendirse
Celos
Monstruo
666, el número de la bestia
Megalodón
Los pedos y el hámster
Primeros sentimientos
Suya por contrato
Suya por contrato, parte dos
Cataratas del Niágara
Pequeño demonio
La subasta
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La fiebre
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Primero y último
La confianza
La venganza y Rolls Royce
Juicio y veneno
Despedida y gracias

Cuidar mi corazón

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By CaroYimes

Christopher viajó hasta el cementerio en el que su madre descansaba y, como siempre, fue el único presente.

Ni su padre, ni su hermana, ni nadie de la familia fue a visitarla. Ni hablar de sus amigos. Tras su muerte, todos habían desaparecido y Christopher había entendido entonces que, en el día de su muerte, estaría solo también.

La soledad se había hecho presente en su vida desde ese entonces y había comprendido que podía tenerlo todo, pero, a su vez, no tenía nada ni a nadie.

Le llevó jazmines, porque le hacían honor a su nombre y con una torcida sonrisa en los labios se quedó de pie frente al mausoleo familiar mirando su fotografía. Aun la recordaba jovial, sonriente y despreocupada.

El mausoleo familiar era una bella infraestructura de cristal moderna donde se exponía el prestigio de su familia, pero vacía, solitaria y fría, como todos ellos.

—Hola, Jazmín, pasaron algunas semanas —le dijo y carraspeó dolido para corregirse—: mamá...

Había perdido la costumbre de llamarla "mamá" desde que era apenas un niño.

Su madre siempre estaba viajando, recorriendo el mundo y buscando nuevos amoríos. Siempre rehuía de su familia, de sus responsabilidades como madre, esposa y pilar familiar.

El abandono de su madre era el patrón más doloroso que Christopher revivía a diario.

Cada noche, cuando la hora de ir a la cama llegaba y la versión infantil de Christopher pedía que su madre le leyera un cuento antes de dormir, su padre se refería a ella como "tu madre" con tanto recelo y aborrecimiento en la voz que, él había decidido quitarle ese título a modo de castigo.

Tu madre no regresó.

Tu madre nos abandonó.

Tu madre se fue a París, a la semana de la moda.

Tu madre no vendrá esta navidad.

Tu madre se olvidó de tu cumpleaños.

Tu madre tiene otras prioridades.

Tu madre...

Sollozó de pie frente a su tumba, leyendo el escrito que habían escogido para ella:

"Querida madre y esposa".

Se rio con sarcasmo y con amargura dejó los jazmines en una esquina, notando que, ni una flor había recibido, ni siquiera de sus muchos amantes.

Con tristeza miró el resto del mausoleo. Junto a su tumba estaba su lugar, esperaba a que su momento llegara y la versión infantil de Christopher se hacía presente cada vez que veía ese hueco oscuro y profundo.

Ansiaba la muerte para, por fin, poder estar junto a su madre.

—Conocí a alguien y me gusta, pero no como las otras chicas a las que he conocido. Ella es diferente y me gusta de verdad. —Respiró profundo—. Me gustaría que estuvieras aquí para que la conocieras y me dieras algunos consejos, para que me dijeras qué tengo que hacer para conquistarla, porque... —suspiró—... me vuelve loco y no puedo pensar con claridad cuando estoy con ella —le confesó cabizbajo.

»Bueno, papá me obligó a trabajar con ella... —se rio—. Por fin hizo algo bueno —añadió sonriente y su sonrisa desapareció cuando recordó que, al menos su padre nunca lo había abandonado—. Me gustaría entender porque no soy lo suficientemente bueno para él, porque no puedo ser suficiente... —Suspiró.

En el fondo sabía la verdad. Su padre lo castigaba porque creía que era hijo de otro hombre, de uno de los muchos amoríos de Jazmín. Era una cuestión de ego.

Buscó un lugar en el que sentarse y ponerse cómodo.

Solía visitarla con frecuencia, pero siempre que iba se limitaba a saludarla, le dejaba las flores y se marchaba.

Con un nudo en la garganta y con mil cosas guardadas dentro de su pecho, pero se iba.

Ese día fue diferente, ese día quería hablar. Tenía tanto que decirle y su madre siempre había sido buena escuchándolo.

—No logro entenderlo —suspiró rendido, con los hombros caídos—. Tú te marchabas y vivías tu vida, pero cuando regresabas eras una madre increíble... —se rio al recordar los pocos, pero cálidos momentos que había tenido con su madre—, y él nunca nos abandonó, pero nos castigaba porque tu sí... ¿por qué no pudiste quedarte con nosotros? ¿Acaso no nos amabas? —Se rompió frente a ese recuerdo que tanto le dolía—. Supongo que no.

La tristeza lo invadió fuertemente por largo rato.

Pronto, sus últimos recuerdos en familia le hicieron compañía.

»¿Recuerdas la última navidad? —le preguntó sonriente—. Preparamos pavo y pie de manzana y canela. Te compré unos aretes en Alemania y dijiste que los usarías en año nuevo —sollozó—... dijiste que iríamos a navegar y que veríamos los fuegos artificiales desde el mar, escondidos bajo las estrellas y bebiendo champagne... —Hizo una pausa para recomponerse—. Nunca llegaste. Nunca volviste. —Apretó los puños—. A veces creo que regresarás, que solo estás de viaje con tu amante, por eso vengo aquí, para convencerme de que nunca más entrarás por la puerta para decirme que todo estará bien...

Se quedó sentado, callado, sumido en su agonía.

Había tanto dentro de su pecho, tantos recuerdos que no podía olvidar. Sus padres discutiendo por su amor. Sus padres rompiendo otra vez. Sus padres gritando en la cocina, a escondidas.

Separándose. Rompiéndose. Tratando de armarse otra vez.

¿Acaso se podía reparar lo que ya estaba roto?

Su madre con otro hombre, más joven, italiano, francés, portugués. Su madre en las noticias. En las portadas de las revistas de escándalos.

Su padre destrozado, furioso, castigándolos. Su padre borracho.

Su madre regresando con obsequios, con abrazos y noches de cuentos. Su madre preparando la comida para disfrutar en familia.

Su madre llevándolo a la escuela y, en las tardes, llevándolo a Revues para que conociera su imperio.

Su madre compensando el abandono con cosas materiales y promesas rotas.

Su madre abandonándolo otra vez.

—Te extraño, mamá, pero no sé qué extraño de ti, si nunca estuviste a mi lado como debía ser. Tal vez extraño la necesidad de estar contigo. Porque sí te necesitaba, y no sabes cuánto. —Quiso romperse, pero se levantó para recomponerse.

Se plantó con firmeza frente a su tumba y alzó el mentón.

Con valentía reconoció la verdad, aun cuando le dolía:

—Supongo que extraño la ilusión que me mantuvo en pie tantos años, creyendo que algún día si serías una madre. Mi madre.

Se quedó allí, asumiendo la verdad dolorosa, con los ojos llorosos y las manos metidas en los bolsillos.

Se quedó allí un largo rato, enterrando esa ilusión para siempre.

Lily no pudo quitarse el dolor del pecho, peor se sentía al imaginar a su jefe solo, enfrentándose a su pasado doloroso y, pese a que la asesora de imagen de Christopher llegó a las diez en punto, Lily no pudo quedarse por mucho tiempo.

Claro, dejó que la midieran y que le realizaran la colorimetría y, tras entregar sus datos personales, se marchó, llevando un vestido negro que arrancó de las muestras que la asesora había llevado con ella.

Cogió un taxi y viajó hasta el cementerio en el que recordaba que la familia Rossi tenía un lugar especial. Lo había leído en lo periódico tras la muerte de la madre de Christopher y desde allí, nunca se le había olvidado.

Caminó apurada entre los mausoleos elegantes y, cuando lo vio a la distancia, completamente solo, apuró el paso para unirse a él.

Christopher estaba de pie, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida.

Ella se plantó a su lado sin decir palabra y con suavidad metió su mano por su brazo, mostrándole a su estilo cariñoso que estaba con él.

Christopher se exaltó cuando sintió su contacto cálido y desde su altura la miró con los ojos brillantes.

Lily le sonrió desde su baja estatura y los ojos del hombre se llenaron de calor y color.

Fue la primera vez que Lily pudo ver el cielo en ellos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó seco y tragó duro.

—¿De qué habla? —le preguntó ella, mostrándose liada—. Este es el lugar en el que tengo que estar —dijo firme y volvió a mirar al frente, aun cuando sus ojos azules celestiales le resultaron hermosos—. A su lado. —Volvió a mirarlo con dulzura—. Con usted.

Christopher no pudo negar lo mucho que le gustó tenerla a su lado, más en ese momento en el que siempre se reencontraba con la soledad.

—Justo le estaba hablando a Jazmín de ti...

—¿Jazmín? —preguntó ella con son bonita sonrisa de un hoyuelo.

—Mi madre —corrigió Christopher, sintiéndose contenido.

—No me diga —se rio Lily—. ¿Y qué le dijo? —se rio otra vez—. ¿Qué soy su némesis convertido en asistente?

Christopher estalló en una carcajada divertida.

—Némesis y apocalipsis juntos. —Se rieron los dos y se dieron pequeños empujoncitos que evidenciaron la complicidad que creaban—. ¿Quieres saber lo que le dije? —preguntó y la miró con agudeza.

La muchacha se sonrojó, más cuando él se plantó frente a ella y con timidez asintió, dispuesta a conocer la verdad.

Christopher asintió con mueca divertida y con valentía le dijo:

—Le dije que conocí a alguien y que me gusta. —Lily se señaló y él asintió, dejándole en claro que ella era ese "alguien"—. Que me gustaría que estuviera aquí para que pudiera ayudarme a conquistarte...

—No necesita mucho para conquistarme, Señor Rossi —le dijo ella con la respiración entrecortada—. Soy una muchacha con un corazón simple. —Le sonrió ilusionada.

Christopher sonrió calmo.

—Ese es mi problema —le confesó él y ella le miró con lio—. Solo sé cómo romper corazones, no sé cómo cuidarlos y no quiero lastimarte...

Lily alzó las cejas al escuchar su confesión y problema y, aunque le dolió en demasía el corazón, puesto que intuyó que, si daba un paso hacia él, dolería mucho, aceptó el riesgo.

—No querer lastimarme ya es una forma de cuidar mi corazón —le dijo ella y lo agarró del brazo para sacarlo de ahí. Era hora de partir—. Comprarme croissants frescos igual —se rio y Christopher supo que tenía oportunidades—. Y cuidarme borracha, aun cuando no recuerdo mucho de lo que sucedió, también es una forma de cuidar mi corazón.

Christopher sonrió y quiso negarse. Quiso decirle que todo había sido obra de Sasha, pero cuando la miró a los ojos, supo que no podía mentirle.

—Entonces voy por buen camino —especuló él, emocionado.

—Ya veremos —se rio ella y Christopher rodó los ojos.

Caminaron juntos, y Rossi la miró en todo momento a la cara, aun cuando ella iba mirando al frente, cuidando el camino que recorrían.

Salieron del cementerio cogidos del brazo, sintiéndose de formas muy diferentes.

El contacto de sus manos fue perfecto. Lo sintieron natural. Encajaban como si fueran dos piezas de rompecabezas.

—Gracias por venir, Lily —le agradeció él mientras esperaban un taxi para regresar.

—Un gusto acompañarlo, Señor —le respondió ella.

Se quedaron de pie uno al lado del otro. El viento del otoño les agitó las ropas y a Lily el cabello oscuro.

Christopher le arregló las hebras resueltas detrás de las orejas; con valentía tomó su mejilla para que lo mirara y le dijo:

—Usualmente no admitiría esto con ninguna otra mujer, porque perdería mi título de máquina sexual sin emociones, pero lloré como cachorrito.

Lily se rio y negó con la cabeza.

—¿Y por qué lo admite conmigo? —le preguntó ella con los ojos entrecerrados.

Quería mostrarle desconfianza, pero solo sentía química.

La más agónica y desesperante química.

—Porque eres mi lugar seguro, Lilibeth.

Un taxi se detuvo frente a ellos y Lily apenas reaccionó para subirse a su lado.

El viaje de regreso fue tenso. La joven estaba aturdida con sus palabras y fuertemente se esforzaba por recordarse a sí misma que no podía permitir que unas pocas palabras bonitas terminaran de cegarla.

De reojo lo miró unas cuantas veces y por más que se esforzó, no logró entender porque un hombre como él se fijaría en una mujer como ella.

Eran tan opuestos como el día y la noche.

Aun así, la química era fuerte y no podía negar que le enloquecía la forma en que la miraba.

Se preguntó entonces como se sentirían sus manos sobre su cuerpo y giró descarada para mirarlo mejor. Miró sus manos gruesas, con esas venas se le marcaban cerca de sus nudillos. Los muslos gruesos, la quijada firme.

Lo miró con otros ojos, unos más oscuros y perversos. Se imaginó cosas que no podía decir en voz alta, porque le avergonzaban de sobremanera.

Llegaron a su destino y Cristopher la miró para indicarle que ya era hora de bajar, pero ella estaba boquiabierta mirándolo con liviandad.

Con suavidad, él puso su mano en su rodilla desnuda y fue apenas ese roce tibio el que despertó los recuerdos más húmedos que Lily había enterrado durante su borrachera.

Fueron flashes los que llegaron para advertirle que ese hombre ya la había hecho ver las estrellas, pero, como estaba tan lujuriosa mirándolo, creyó que era su imaginación la que le estaba haciendo imaginar cosas incorrectas.

O correctas. 

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