Todos los lugares que mantuvi...

由 InmaaRv

1.4M 151K 216K

«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... 更多

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
5 | La casa de Amelia
6 | La lista
7 | Revontulet
8 | Avanto
9 | Familia
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
15 | La primera cita
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
18 | Adorarte
19 | Confesiones
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
23 | Algo que se sintiera como esto
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
27 | Ellos
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

20 | La lista de Connor

49.7K 4.4K 4.6K
由 InmaaRv

espero que disfrutéis del capítulo :) Muchas gracias por todo el apoyo, os quiero, muak.


20 | La lista de Connor

Maeve

—No sé si me molesta más que los finlandeses tengan tantos términos para referirse a la nieve o que yo tenga que aprendérmelos todos —refunfuña Nora dos semanas más tarde, mientras salimos del aula de finés de la academia—. En serio, ¿qué sentido tiene? ¿No puedo decir que está nevando a secas?

Reprimo la sonrisa, aunque no podría estar más de acuerdo con ella. Al final, después de mucho insistirle, ha acabado apuntándose conmigo a clase de finés, y estoy bastante convencida de que ya está arrepintiéndose de su decisión. De primeras, cuando le comenté la idea, me dijo, y cito, que «nadie pasaría más tiempo dentro de esa dichosa academia por decisión propia». Después tuvo una especie de sueño premonitorio y cambió radicalmente de idea. He decidido que voy a dejar de intentar descifrar cómo funciona el cerebro de Nora, y que simplemente voy a respetarla y a quererla tal y como es.

El caso es que se ha apuntado conmigo a clases y que ahora, tres veces por semana, la recojo del aula donde ella imparte lecciones de inglés y cruzamos juntas el pasillo para entrar en la última sesión de finés de la tarde. El profesor es un hombre veterano con gafas que insiste en que lo llamemos por su apellido y parece empeñado a amargar la existencia de todos sus alumnos.

Con todo esto, en mis primeras seis clases he aprendido que:


1. El idioma no tiene sentido. No encuentro un orden en la formación de palabras. No veo un patrón a la hora de construir frases.

2. Hyvää päivää significa «buenos días», hyvää yötä es «buenas noches» y revontulet es «aurora boreal» (todo esto ya lo sabía, pero he decidido añadirlo a la lista para no sentir que mi trabajo en las clases ha sido completamente inútil).

3. Como ha mencionado Nora, los finlandeses tienen una cantidad indecente de términos para hablar sobre la nieve: uno para el aguanieve, otro para la nieve mezclada con barro, otro para la fina capa de nieve que se forma sobre el suelo, otro por si esa fina capa es suficiente para esquiar.  Ya no es que me vaya a costar aprenderme tantas palabras en finés, es que dudo que vaya a ser capaz de diferenciar un tipo de nieve de otro. Para mí es todo lo mismo. Nieve. Blanca, fría y aburrida. Sin más.


—Supongo que, cuando vives en un país en donde nieva la mayor parte del año, uno necesita volverse más específico —le digo a Nora, porque, aunque a mí me parezca absurdo, seguro que los finlandeses tienen todo este exceso de vocabulario muy normalizado—. ¿Has vivido el invierno finlandés alguna vez?

—Llegué el año pasado, así que solo una. Es tan horrible como te imaginas. En España los días también son más cortos en invierno, pero aquí eso llega a otro nivel. Pasar tanto tiempo encerrado en casa y sin ver sol acaba pasándote factura.

Entiendo a lo que se refiere porque Connor me lo ha explicado en alguna ocasión. Últimamente tenemos varios piques respecto a lo preocupante que es que tenga tan atrofiado el termómetro corporal. Juraría que no lo he visto tener frío nunca. En cambio, yo soy tan susceptible a las temperaturas que a veces bromea diciéndome que me convertiré en un cubito de hielo cuando llegue el invierno. Al principio me defendía, ingenua de mí, alegando que ya había vivido el invierno finés, porque llegué aquí en abril, cuando todavía nevaba y hacía frío y apenas veíamos el sol. Él me aseguró que eso no es nada comparado con los meses anteriores. En diciembre, por ejemplo, amanece a las nueve y anochece a las tres. Hay apenas unas seis horas de luz al día. Casi nunca deja de nevar. Febrero es el mes más frío del año y llegan a estar a incluso ocho grados bajo cero. Tiemblo solo de pensarlo.

Ahora, en junio, los días tampoco son demasiado largos; el sol empieza a caer a las siete de la tarde, pero nunca oscurece del todo. Connor dice que no volveremos a ver la noche hasta mediados de agosto. A mí me gustaría que el verano —o la primavera, no entiendo las estaciones de este sitio— durara para siempre. La luz azulada de nuestro atardecer eterno es preciosa para hacer fotografías.

—¿Te apetece pasarte por mi casa? —me propone Nora una vez que salimos de la academia. Hoy lleva una diadema grande y roja que mantiene sus rizos a raya—. He comprado varias plantas nuevas y me vendría bien algo de ayuda para saber dónde colocarlas. A Sam le traen sin cuidado esas cosas.

Me ha bastado con visitar el apartamento de Nora un par de veces para descubrir su pasión por la naturaleza. Tiene flores, macetas y enredaderas por todas partes. Es una casa muy pequeña y dudo seriamente que tenga espacio para más plantas, pero no voy a negarle ayuda a una amiga en apuros.

—¿Te viene bien el sábado por la mañana? Connor se ha empeñado en salgamos con las bicis todas las tardes y hoy no puedo escaquearme. Pero el sábado podría ir temprano, ayudarte con eso y quedarme para el almuerzo.

—El sábado, entonces. —Esboza una sonrisa divertida—. No seré yo quien se interponga entre tú y tu futuro como ciclista.

Resoplo con amargura

—Tengo todas las piernas llenas de arañazos —me quejo, girándome para enseñárselos. He tenido que ponerme pantalón corto, aunque hoy haga un poco más de frío, porque los largos me raspan las heridas.

Nora se echa a reír.

—Suerte con ello, deportista de élite. Nos vemos mañana. —Me da un abrazo rápido—. Dile a Connor que empiece a cuidarte mejor o se las verá conmigo.

Me despido de ella con una sonrisa. Después, me pongo los auriculares y emprendo el camino de todos los días hacia la parada del autobús. La mayoría de las veces hago el trayecto con Niko porque tengo que llevarlo a sus clases, pero también lo disfruto cuando viajo sola. Me encanta relajarme contra el asiento y escuchar mis canciones favoritas mientras admiro el paisaje. Hoy voy un poco más tarde de lo normal, por lo que espero que Connor me mande un mensaje para preguntarme dónde estoy. No ocurre. Y tampoco está esperándome sentado en el porche, como de costumbre, para que cojamos las bicis y salgamos a practicar.

Pese a que su ausencia me descoloca un poco, decido no darle la menor importancia. Hoy casi no nos hemos visto. Esta mañana se ha levantado muy temprano para ir al almacén y yo no he vuelto a casa para el almuerzo porque he ido con Nora a comer. Subo a mi habitación a ponerme la ropa de deporte, por si acaso, y, cuando bajo, me encuentro con Hanna en el pasillo.

Sus ojos azules se posan, preocupados, sobre los míos.

—Está en su cuarto —dice, sin necesidad de que le pregunte nada—. Ten un poco de paciencia con él hoy.

Ahora sí, la inquietud se me cuela en el estómago. Pese a eso, dudo. Nunca he dejado que los padres de Connor me vean entrar en su habitación. Como si supiera lo que estoy pensando, Hanna me dedica una sonrisa forzada y se mete en el salón. Decido tomármelo como una señal de que tengo vía libre para ir a buscarlo.

La puerta de su dormitorio está entreabierta. La toco suavemente para anunciar mi presencia.

Hei —saludo a Connor con prudencia. Está sentado frente al escritorio, sumergido en sus apuntes. He descubierto que es muy metódico a la hora de estudiar. El trabajo en la tienda le dificulta seguir un horario fijo, pero saca horas de donde no las hay y tiene el temario perfectamente organizado. Aunque él no me lo ha dicho, apostaría lo que fuera a que es un cerebrito.

Debe de ser de los mejores de su promoción, si le han concedido esas prácticas tan buenas de las que aún sigue reacio a hablar.

Al oírme, Connor se sobresalta y enciende el móvil para mirar el reloj.

—Mierda, se me ha ido la hora. Lo siento, tenía pensado ir a recogerte. —Echa la silla hacia atrás y se pasa las manos por la cara con un suspiro. Parece agotado, como si llevara el día entero trabajando. Conociéndolo, seguro que así es.

Camino hacia él.

—No pasa nada. Me gusta volver en autobús. —Apoyo la cadera contra la mesa y echo un vistazo al montón de papeles—. Sigo pensando que parecen jeroglíficos —comento.

—¿Qué tal las clases hoy?

—Bastante bien. Ese grupito de niños del que te hablé sigue dándome dolor de cabeza, pero nada que no pueda gestionar. Ah, y he aprendido que lumi, pyry y loska significan «nieve» en finés.

Él hace un mohín.

—Con matices.

—Os detesto.

Esperaba que eso lo hiciera reír. Sin embargo, solo consigo una sonrisa débil que me confirma que, en efecto, algo va mal. Le enredo una mano en el flequillo para echárselo hacia atrás.

Connor hunde los hombros, como si llevara todo el día en tensión y tocarme por fin le hubiera permitido relajarse. Me pasa una mano por la cintura y vuelve a suspirar.

—No tenemos por qué salir con las bicis hoy si no te apetece —dice, pese a que yo ya voy vestida para la ocasión—. Sé que he estado muy insistente con el tema, pero no pasa nada si algún día quieres descansar.

—No, sí que quiero salir. Podemos ir por la carretera y dar la vuelta al lago. —La alternativa es que se quede aquí encerrado toda la tarde y no creo que eso sea lo que necesita.

—¿Quieres salir a la carretera? —repite, sorprendido.

—Cámbiate y vámonos antes de que cambie de opinión. —Le doy un beso rápido en los labios—. Te espero fuera.

Quince minutos después, sacamos las bicicletas del cobertizo —él lleva la suya y yo la de Luka, que llevaba tanto tiempo sin usarla que, cuando la cogimos por primera vez, tuvimos que ir a inflar las ruedas— y Connor espera a que me monte y pedalee unos cuantos metros antes de seguirme. He acabado cogiéndole el tranquillo a esto de mantener el equilibrio sobre dos ruedas, y eso que los primeros días fueron un desastre. El deporte no es lo mío. La paciencia tampoco. Y la diplomacia menos aún. Ver a Connor mofarse a mi costa cada vez que me daba de bruces contra el suelo me sacaba de mis casillas. Incluso Niko vino a ofrecerme sus ruedines cuando vio lo mucho que me costaba arrancar. Finalmente, tras numerosos intentos, gritos, raspones y caídas catastróficas, aprendí a ir en línea recta. Luego Connor me enseñó a girar sin perder el control de la bici. Y ahora llega la parte que llevo ya cuatro días posponiendo: aprender a circular por la carretera.

No obstante, el tráfico en Sarkola es, más o menos, inexistente, por lo que me basta con pedalear pegada al arcén, seguir a Connor, que me ha adelantado para marcar el camino, e intentar que no me tiemble el manillar cuando algún coche furtivo pasa junto a nosotros. Cogemos la carretera que se adentra en el bosque y giramos hacia la izquierda en la bifurcación que lleva a la casa de mi madre. Una vez allí, dejamos las bicis junto a un árbol y rodeamos la vivienda para ir a la parte de atrás, donde solo hay que bajar una pequeña pendiente para llegar hasta el lago.

Connor saca una manta enorme de su mochila y la estira sobre una zona sin piedras. Se sienta con un suspiro, hago lo mismo y tiro de él para que nos tumbemos juntos. Apoyo la cabeza en su pecho. Desde aquí se ven el muelle de su casa y toda la vegetación que rodea el lago. Sobre nosotros, el viento mueve las ramas de los árboles, dibujando sombras en la tierra.

—¿Te resultó difícil visitar la casa de tu madre cuando volviste? —La voz de Connor rompe el placentero silencio en el que nos habíamos sumido. Tuerzo el cuello para mirarlo. Él me acaricia la espalda—. Nunca llegué a preguntártelo.

—¿Sabes cómo acabé esa noche en el hostal de tu familia? —inquiero en lugar de responder.

—Mi madre me dijo que no lo hiciste adrede. Que no tenías ni idea de que nuestras familias habían sido amigas.

—Cuando me monté en el avión, tenía la certeza de que, a partir de ese momento, estaría completamente sola. Mi plan era llegar aquí, alojarme en nuestra antigua casa y buscar un trabajo con el que mantenerme hasta que me entrasen ganas de volver. Guardé las llaves de mi madre durante años en el primer cajón de mi mesita de noche. Estaba convencida de que me las había dejado por una razón. Quizá sabía que tarde o temprano acabaría volviendo aquí. A lo mejor creía que esa casa vieja podía convertirse en mi hogar. —Trago saliva—. Cuando el taxi se paró frente a la puerta, había tanta oscuridad que no podía ver nada de lo que había fuera. Todas las luces de la vivienda estaban apagadas, porque nosotros nos habíamos ido hacía quince años y estaba abandonada desde entonces. Fue en ese momento cuando entendí que, en realidad, no había venido en busca de la casa. Lo que me había traído era algo muy diferente. Un pensamiento irracional. Creo que en el fondo tenía la esperanza de que, cuando llegase, mi madre estaría aquí. —Pestañeo. Se me están llenando los ojos de lágrimas. Me las seco con la mano—. Sé que parece una estupidez...

—No es una estupidez —replica Connor—. Y entiendo por qué no pudiste quedarte allí esa noche. Era demasiado que procesar.

—Le dije al taxista que necesitaba un sitio donde dormir y me llevó a vuestro hostal. El resto es historia —prosigo—. Unos días después fui a visitar la casa con tu hermano y llegué a la conclusión de que ya no era mi hogar. Puede que lo fuera en algún momento, pero ahora me parecía demasiado vacía, demasiado solitaria. No me veo viviendo ahí dentro. Tampoco creo que vaya a ser capaz de venderla. Sería raro que algo que perteneció a mi madre pasara a estar en manos de un desconocido. —Sorbo por la nariz y trato de esbozar una sonrisa—. Es un dilema cuanto menos interesante.

—Es comprensible que no recuerdes nada del que solía ser tu hogar. Solo eras una niña cuando os fuisteis.

—También es triste —menciono.

—Sí, pero no pasa nada. Encontrarás un hogar nuevo. Y, si no, tú misma lo construirás. Si hay alguien capaz de seguir adelante a pesar de todo, sin duda eres tú.

Sus palabras me suavizan por dentro. Connor mantiene la vista en el cielo, como si para él lo que acaba de decir no tuviera la menor importancia, como si no supiera lo mucho que valoro la forma que tiene de hablar sobre mí. Nunca había conocido a nadie que confiara tan ciegamente en mis capacidades.

Él lo hace. Lo ha hecho siempre.

Incluso cuando yo no lo hacía.

—Siempre hablas como si creyeras que soy fuerte —le digo.

—Creo que eres fuerte. Y valiente. —Ahora sí, posa sus ojos sobre los míos—. Te fuiste tú sola a la otra parte del mundo solo porque tu vida en Florida no te gustaba. Yo ni siquiera soy capaz de mudarme a la ciudad de al lado sin sentirme mal conmigo mismo.

—Es diferente —discrepo—. Tú tienes muchas cosas que te atan aquí. A mí no me quedaba nada en Estados Unidos. Solo Leah, con la que todavía mantengo el contacto, y mi padre, pero nunca hemos estado muy unidos.

Me pregunto si Connor sabrá lo afortunado que es justo por esa razón. Él mantiene sus raíces intactas. Tiene una familia que lo quiere y le brinda apoyo incondicional. Animarlo a salir ahí fuera y encontrar su propio camino me hace sentir como una hipócrita. Seguramente, si yo tuviera una familia tan maravillosa como la suya, tampoco querría marcharme. Creo que le tengo un poco de envidia. Me he sentido más querida en su casa durante los últimos meses que viviendo con mi padre durante toda mi vida.

El silencio se alarga durante unos minutos que se me hacen eternos; no porque sean incómodos, sino porque aquí, tumbada con él bajo los árboles, me siento a gusto, en paz. Connor sigue pasándome los dedos por el pelo. No me percato de que está pensando en algo hasta que, con la voz ronca, dice:

—Maeve.

—¿Sí?

—Hoy es el cumpleaños de Riley.

Noto una punzada en el pecho.

Me giro para mirarlo.

—Lo siento mucho —susurro. No sé qué otra cosa decir. Riley murió con veintitrés años y hoy cumpliría veinticuatro. Era un mes y siete días mayor que Connor.

—¿Se hace más fácil? —Tiene que tragar con fuerza para continuar, como si las palabras lo estuviesen asfixiando—. Pasar las fechas importantes sin ellos. ¿Es más sencillo con el paso del tiempo? ¿O, a partir de ahora, siempre voy a sentir que me falta algo?

—El sentimiento de ausencia dura para siempre, pero también se vuelve más llevadero. Uno aprende a vivir con ello. —Hago una pausa—. De todas formas, son dos situaciones diferentes. Yo apenas recuerdo nada de mi madre. Cuando la echo de menos, no lo hago pensando en los momentos que pasé con ella, sino en todos los que podríamos haber vivido juntas. Eso es lo que más duele.

—¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando piensas en ella?

—Que ojalá pudiera saber con certeza si fue feliz antes de morir.

—Sí, supongo que es lo que todo el mundo se plantea.

—También pienso mucho en si pudo cumplir o no todos sus objetivos. La muerte de mi madre fue repentina. Murió por un infarto de un día para otro. Si a mí me ocurriese lo mismo, ¿estaría conforme con la vida que he tenido? Hace siglos que estoy obsesionada con esa idea. No hay forma de saber cuánto tiempo nos queda en el mundo. Vivimos en una cuenta atrás constante que en cualquier momento podría terminar. Si supieras que vas a morir mañana, Connor, ¿morirías feliz? —La pregunta se queda flotando entre nosotros. Noto un dolor incómodo en el pecho. Me aclaro la garganta—. Perdona. Imagino que tú también has pensado mucho en ello, sobre todo después de lo de Riley.

Él niega con la cabeza.

—No es lo mismo.

—Sí, lo sé. No pretendía...

—Riley no murió de forma repentina. Se suicidó.

—¿Qué?

—Riley se suicidó.

Me incorporo a toda prisa. Se me ha helado la sangre.

—Mierda, no tenía ni idea. Lo siento muchísimo, yo no...

—No hay forma de saber por qué lo hizo. Una de las primeras cosas que aprendes cuando empiezas a informarte sobre el tema con especialistas es que detrás de un suicidio no hay un único motivo. Las causas son múltiples y complejas, y están relacionadas con situaciones o experiencias en la vida que conllevan un gran sufrimiento. —Connor se endereza también, aunque no es capaz de mirarme. Traga saliva—. Riley, Luka y yo siempre fuimos buenos amigos. Íbamos juntos a todas partes. Al menos, hasta que terminamos el instituto y Riley se fue a la universidad. En un principio Luka y yo íbamos a irnos con él. Teníamos planeado mudarnos los tres juntos para que cada uno pudiera desarrollarse en su ámbito profesionalmente. Yo iba a estudiar Periodismo, Luka entraría en la escuela de música y Riley se centraría en el deporte. Era jugador de hockey sobre hielo. Uno de los mejores. Siempre estuve seguro de que llegaría a jugar en la liga profesional. Eso era lo que teníamos previsto. Hasta que todo se torció.

Hay tanta tristeza en su voz que se me resquebraja el corazón. Quiero intervenir y luchar contra todos esos pensamientos horribles que seguro que aparecieron en su cabeza tras la muerte de Riley; quiero decirle que no se fustigue, que no fue culpa suya. Sin embargo, Connor parece decidido a seguir hablando, y eso es lo que me anima a mantener la boca cerrada y limitarme a escuchar. Me da la impresión de que eso es lo que necesita ahora mismo.

Que alguien lo escuche.

—Mi hermano no consiguió plaza en la escuela de música —continúa—. Cuando se enteró estaba tan destrozado que no... no fui capaz de irme a estudiar fuera sin él. Así que decidí quedarme en casa y matricularme en la universidad a distancia. Riley se fue por su cuenta. Le habían dado una beca deportiva en Tampere. La distancia no evitó que mantuviéramos el contacto. Seguimos estando tan unidos como antes. Y, a principios de este curso, Luka y yo decidimos que el año que viene nos mudaríamos con él a la ciudad, tal y como siempre habíamos planeado.

—Por eso pediste las prácticas allí —musito. De pronto, todo cobra sentido. Solicitó las prácticas en septiembre, justo antes de la muerte de Riley, cuando ese plan todavía seguía en pie. Por eso ahora le cuesta tanto decir que sí. Noto una presión dolorosa en el pecho.

—Todo iba bien, Maeve. Para mí todo iba bien. No supe verlo. Ninguno de los dos supo —añade con la voz rota. Tiene los ojos anegados en lágrimas—. Riley no venía mucho a visitarnos. No tenía buena relación con sus padres. Pero sí que hablábamos mucho por teléfono. Era una persona... deslumbrante. Espontánea. De esas que se ganan el corazón de todo el mundo allá a dónde van. Pero a veces, cuando me hablaba sobre su vida en la ciudad, parecía vacío. Debería haberme dado cuenta en su momento de que algo no iba bien. De que su estancia allí no era tan maravillosa como quería hacernos creer. En realidad no tengo apenas detalles, ¿sabes? Durante estos últimos meses, he repetido todas nuestras conversaciones en mi cabeza una y otra vez... y me he dado cuenta de que Riley apenas nos contaba nada sobre él. Era conciso. Y, después, siempre encontraba la manera de desviar la conversación.  Y eso es lo peor. Nunca sabré los motivos. Hubo algo, o un cúmulo de cosas, que le provocaron ese nivel de sufrimiento, y yo nunca lo supe. Quizá podría haber hecho algo al respecto y no lo hice. —Se pasa las manos por la cara y coge aire, como si se estuviera ahogando. Yo también siento que me ahogo. Es como si tuviera el corazón aprisionado—. A veces me pregunto si en ese momento pensó en nosotros. Si se acordó de que en tan solo unos meses íbamos a estar allí con él y eso no le bastó. Si decidió que Luka y yo no éramos suficiente.

—Connor... —No puedo añadir nada más. Tengo un nudo en la garganta que me está cortando el aire.

Él sacude la cabeza mientras se seca las lágrimas.

—No tiene sentido planteárselo. Probablemente Riley en ese momento no estaba pensando en nada. Cuando una persona de tu entorno toma una decisión como esa, lo que queda para el resto, para los que éramos cercanos a él y creíamos conocerlo, es la culpa. Empecé a ir a terapia unas semanas después de su muerte. Me ayudó no solo a lidiar con el duelo, sino también a gestionar ese sentimiento. A dejar de ahogarme —prosigue, y cierra los ojos—. Con el paso del tiempo, parte de la culpa desapareció y dio lugar a la rabia.

—Pero no hacia Riley —anticipo, ya que imagino hacia dónde va.

—No, no hacia Riley. Ni tampoco hacia mí mismo, ni mucho menos hacia mi hermano. Empecé a sentir rabia hacia... la situación. Y hacia el hecho de que, quizá, si hubiera sabido detectar las señales, podría haberlo ayudado. Pero no pude, porque nunca nadie, jamás, se ha molestado en indicarme a mí, o a mi familia, o a mis compañeros de clase, o a cualquiera de mi entorno, cuáles eran las señales que debía detectar. Y, si por algún casual hubiera sabido verlas, si hubiera averiguado lo que Riley pensaba hacer, tampoco habría sabido cómo ayudarlo, porque nadie me ha enseñado cómo actuar. Porque, a pesar de que el suicidio es una de las principales causas de muerte no natural en el mundo, seguimos actuando como si no existiera. Como si ignorando el problema este fuera a desaparecer. Sigue siendo un tema tabú. Y, cuando no lo es, en los pocos momentos que se habla de él, se hace por puro morbo.

» Tal vez podría haber ayudado a Riley si hubiera sabido entonces todo lo que sé ahora sobre el suicidio. Que no es un acto de egoísmo, de cobardía ni de valentía, que no es una llamada de atención, que no es un impulso y, sobre todo, que se puede prevenir. Detrás de una persona que se suicida hay alguien con un enorme sufrimiento. Si hubiera menos estigma, menos tabús y más información al respecto, las personas con ideas suicidas lo tendrían más fácil a la hora de pedir ayuda. Y su entorno podría brindársela. A lo mejor Riley lo hizo, Maeve. A lo mejor pidió ayuda y yo no se la pude dar. —Sus ojos enrojecidos conectan con los míos—. Por eso siento rabia.

—La verdad es que no me lo había planteado —admito, bastante afectada. Todo esto que ha dicho es, por desgracia, nuevo para mí—. No me había parado a pensar en lo poco que sé sobre el tema y en lo... necesario que sería que me informara más. Es algo que nunca he tenido presente. Tienes razón.

—Sí, sé que tengo razón.

Seguro que ambos pensamos lo mismo: ojalá no la tuviera. Esto significa que la realidad que está planteando existe, y es desolador. Me acerco a él y apoyo la cabeza en su hombro. Connor entrelaza su mano con la mía.

—¿Por eso quieres dedicarte al mundo del periodismo?

—Entre otras cosas, sí. Ya tenía claro desde antes que quería trabajar en el ámbito de la comunicación, pero después de lo de Riley entendí que mi profesión podía servirme para difundir y concienciar acerca de temas importantes. Algún día tendré un altavoz con el que podré llegar a la gente. Y pienso utilizarlo bien. Ya me estoy preparando —revela—. He aprendido mucho sobre la prevención del suicidio hablando con mi psicóloga. Y también, aunque no sea un tema intrínsicamente relacionado, me ha ayudado a informarme acerca del cuidado de la salud mental y de los estigmas que existen también en torno a eso. Es curioso que a nadie le parezca mal que alguien acuda al médico si le duele el estómago pero que sigamos cuestionando a quienes van por un problema de salud mental. Un tema complicado, sin duda. También me enfada pensar en eso.

Le acaricio el brazo y le doy un apretón en la mano. Frente a nosotros, la puesta de sol cae sobre el lago. Hay una barca en la otra orilla. Desde aquí oímos, gracias al viento, la risa de los niños que juegan a su alrededor.

Puedo imaginarme a Luka, Connor y Riley haciendo lo mismo cuando eran pequeños.

—No tenía ni idea de lo que había ocurrido —musito al cabo de unos minutos—. Tuvo que ser muy duro para vosotros. Ni siquiera puedo imaginarme lo que tuvisteis que pasar.

—Fue duro —coincide Connor—. Si no te lo he contado antes es solo porque no me veía capaz de hablar sobre ello. Es difícil ponerlo en palabras. Pero Luka tenía razón. Me siento mejor después de haberlo compartido contigo.

—Lo importante es que me lo has contado. Da igual cuánto hayas tardado en hacerlo. Gracias por confiar en mí. —Me llevo su mano al pecho para calentarla entre las mías.

Connor me acaricia los nudillos con el pulgar.

—Los padres de Riley se fueron de la ciudad un tiempo después de que ocurriera. Aunque nunca tuve mucha relación con ellos, no dejo de preguntarme si sentirán la misma culpa que yo sentí en su momento. —Guarda silencio un instante. Luego, suspira—. Y en cuanto a mi hermano... somos iguales en muchas cosas, pero muy diferentes en otras. Luka no quiso ir a terapia. En su lugar, recurrió a las fiestas, al ruido y, finalmente, al alcohol. Su forma de evadirse del dolor es auto destruirse a sí mismo. Por eso me alegro tanto de que se haya propuesto cambiar. Significa que, al igual que yo, está sanando sus heridas. Tarde o temprano los dos tendremos que hacerlo. La vida sigue. No espera a nadie. Si no eres lo bastante rápido, puedes quedarte atrás.

Asiento despacio. Connor no va a decírmelo —de hecho, dudo que él mismo sea consciente de ello—, pero, si la manera que tiene Luka de hacer frente al dolor es el alcohol, la suya es entregarse al resto de forma incondicional. Connor es generoso hasta el punto de que a veces se olvida de sí mismo. Recuerdo que, cuando llegué, Luka me dijo que su hermano tenía complejo de salvador. Se quejó de que siempre lo trataba como si fuera un juguete roto. Yo no creo que Connor esté intentando arreglar a nadie. Más bien, sospecho que solo intenta mantenerlos a salvo.

No pudo hacerlo con Riley.

Quizá le aterra que la historia se repita.

—Tu hermano está mejorando. Tú estás mejorando. Esté donde esté, Riley se siente orgulloso de vosotros. Valora mucho los buenos momentos que pasó a vuestro lado.  Lo sé —le aseguro—. Al igual que sé que él querría que salieras ahí fuera y persiguieras tus objetivos. Y que Luka se centrase en su música o en... lo que sea que haga con esos instrumentos del demonio.

Consigo hacerlo reír. Es una risa ronca, entre lágrimas y con sabor a tristeza, pero una risa, a fin de cuentas.

—Si Riley estuviera aquí, ya habría metido en cajas todo lo que hay en mi habitación y me habría puesto de patitas en la calle.

—Deberías aceptar esas prácticas —insisto con delicadeza. Ambos sabemos que eso es lo que Riley habría querido. Y lo que él se merece.

—No puedo dejar a mi familia. Ni a mi hermano.

—Ya has renunciado a muchas cosas por tu hermano, Connor. Y estoy segura de que él nunca te ha pedido que lo hicieras. —Ahí está el quid de la cuestión. Sus padres y la tienda son solo una excusa. Es Luka quien, sin saberlo, lo ha mantenido atado a este lugar—. Quítate ese peso de los hombros. No es tu responsabilidad.

Hay un silencio.

Connor traga saliva.

—Escribí la lista con Riley.

—Lo sé. —Aunque ya tenía mis sospechas, con lo de hoy he terminado de confirmarlo.

—Cuando llegaste aquí y te vi tan... perdida, pensé que escribir la tuya y cumplirla conmigo te vendría bien. Pero también tenía un motivo egoísta. Quería terminar la mía. Por él. —Sus ojos se cruzan con los míos—. Solo me queda un punto para terminar.

—Y ¿qué dice?

—¿Mi lista?

Asiento.

Tras dudar un momento, Connor se deja caer hacia atrás para observar el cielo. Me tumbo a su lado. El paisaje se ha teñido de colores anaranjados y está empezando a refrescar, pero no me importa. No me movería de aquí por nada en el mundo.

—Punto número uno: jugar al paintball —recita de memoria.

Se me escapa una sonrisa.

—Hecho.

—Punto número dos: hacerme un cambio de look. A ser posible, teñirme el pelo de algún color extravagante.

—¿Cómo el rosa?

—Por ejemplo —concede. Suelto una carcajada suave—. Punto número tres: tirarme del tobogán de mi parque acuático favorito. Punto número cuatro: saltar al mar desde un lugar alto.

Me doy la vuelta y apoyo la barbilla en su pecho.

—¿Cuáles son los que faltan?

—Punto número cinco: hacerme un tatuaje. Este es el único que todavía no he cumplido.

—Será fácil. El novio de Leah es uno de los mejores tatuadores que conozco. Vive al otro lado del mundo, pero seguro que podrás hacértelo cuando vayamos de visita. —Siento un escalofrío cuando sus dedos rozan la parte de mi espalda que deja al descubierto mi camiseta—. ¿Qué más?

Connor titubea. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que he dicho «vayamos» en lugar de «vengas». Últimamente mi mente tiende a dar por hecho que voy a quedarme aquí para siempre. Creo que me gustaría hacerlo. Tal vez he cambiado de opinión sobre lo de marcharme. Connor y yo no hemos hablado sobre qué pasará con lo nuestro si decido volver a Florida y detesto pensar que podríamos tener fecha de caducidad. Además, ahora la vida que tenía allí me parece muy lejana, como si hubiera sucedido en otro universo. Y hace siglos que no recibo noticias sobre Mike o papá. Sea como sea, no me apetece pensar en ello.

Queda una semana para la boda.

Tomaré una decisión después.

—Punto número seis —continúa Connor—: salir a pescar con Riley y con mi hermano. Esta la cumplí hace dos semanas, pero tuve que tachar su nombre. —Traga saliva—. Y punto número siete...

Le agarro la mano para darle ánimos.

—¿Cuál es?

Sus ojos se encuentran con los míos.

—Encontrar a Maeve.

Me pregunto cuál es la fórmula secreta para que dos almas conecten. Si es algo puramente químico o más bien emocional, si nacemos con esa conexión ya intrínseca en nosotros o si se desarrolla con el tiempo, y cómo es posible que, incluso aunque las tomemos de forma inconsciente, nuestras decisiones siempre nos conduzcan hasta aquello que está destinado a ser. Hubo algo en el Connor de doce años que lo animó a escribir ese último punto en su lista sin saber que, años después, la cumpliríamos juntos. Quizá eso sea el amor. Cuando llega, lo sabes, aunque no seas del todo consciente de ello.

Yo tomé la decisión impulsiva de cambiar mi vida justo en el momento adecuado. Acabé en el coche de un taxista que solo conocía un hostal en kilómetros a la redonda, que resultó ser el de la familia de Connor. Allí su madre mencionó fugazmente a la mía y mi reacción hizo que me reconocieran.

No sé si es verdad eso de que está todo escrito, pero a veces siento que, si he acabado aquí, ha sido gracias al destino.

—Me encontraste —respondo, mirándolo a los ojos.

—Más bien, yo diría que tú me encontraste a mí.

Sonrío.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de este lugar?

Connor me aparta delicadamente el pelo de la espalda.

—¿Te refieres al lago, al pueblo o a Finlandia en general?

—Los tres son muy diferentes a lo que imaginé en un principio. La primera vez que vi fotografías de Sarkola me pareció un pueblo desamparado. Siempre pensé que Finlandia era un país solitario, frío y oscuro. Y la humedad del lago me sacó de quicio durante los primeros días. Sin embargo, con el tiempo descubres que tienen mucho que ofrecer. En invierno los días son cortos, pero a veces el cielo se ilumina con las luces de la aurora boreal. Y después, en verano, el lago se descongela y el sol se refleja en el agua. Se oyen animales en el bosque. Hay algo bonito y acogedor en todo eso.

—Es un lugar peculiar —concuerda él—, pero supongo que, si lo miras con los ojos adecuados, también tiene algo de mágico.

—A veces me entran ganas de gritar a los cuatro vientos que aquí hay muchas más cosas de lo que todo el mundo cree. Luego cambio de opinión. Si más gente descubriera este sitio, ya no sería solo mío.

—Seguiría siendo solo tuyo. Los lugares guardan recuerdos, Maeve. Eso los hace especiales. Por eso cada persona los percibe de manera diferente. —Baja la vista hacia mí. Me pone un mechón de pelo tras la oreja—. Hay una roca sumergida en el agua en el parque natural de Nuuksio que para los demás es solo una roca cualquiera, pero para mí señala el punto exacto en el que te besé por primera vez. Hay un probador bastante moderno en la mejor tienda de zapatos de la ciudad en el que te pedí que salieras conmigo. Y, junto a mi casa, siempre aparco una camioneta vieja que para otros puede parecer destartalada, pero para mí siempre será el lugar donde aprendí a conducir, donde pasé tantos buenos momentos con Riley y con mi familia, donde te besé tantas veces. Eso ocurre con todos los rincones del mundo.

—Son como una caja de recuerdos.

—Una que solo nos pertenece a nosotros.

Mientras el sol cae y noto su cuerpo respirando suavemente bajo el mío, pienso que es una forma bonita de medir la vida. Hay quienes recuerdan los momentos importantes de su historia con fechas marcadas en el calendario. Otros los asocian con canciones. La forma que tiene Connor de hacerlo es con lugares. Si yo hiciera lo mismo, me encontraría con que mi vida está partida en dos. Hay una mitad de mí a cada lado del mundo. La primera está en Florida, donde viví mi primer día de colegio, hice mis primeros amigos y creí enamorarme por primera vez, y donde también descubrí lo que era sentirse perdida y no encajar. La segunda, en Finlandia, donde recuperé mi pasión por la fotografía y aprendí que el secreto de la felicidad está en las cosas más pequeñas. Donde un rayo de sol que de pronto se cuela por la ventana en un día gris es motivo suficiente para sonreír con ganas. Donde creo que entendí lo que era realmente el amor.

Y donde, a pesar de la nieve y el frío, del invierno y sus días dolorosamente cortos, encontré algo que cada vez se parece más a un hogar.


*


Esa noche me escabullo a la habitación de Connor, como de costumbre, una vez que todo el mundo se ha ido a acostar y en la casa reina el silencio. Hoy estoy tan agotada que solo me apetece dormir. Él debe pensar lo mismo, puesto que abre el brazo para invitarme a tumbarme a su lado y apaga la luz. Se queda dormido primero, con la boca ligeramente entreabierta y el pelo castaño cayéndole sobre los ojos. Yo me refugio en su calor corporal y lo observo mientras pienso en Riley, en lo mucho que debieron sufrir con su pérdida, en que agradezco que haya confiado en mí y en que escribió mi nombre en su lista. En todos los lugares que nos quedan por descubrir juntos.

Caigo rendida.

A las cinco de la mañana, me suena el teléfono.

Me despierto de golpe y cojo el móvil a toda prisa. A mi lado, Connor sigue profundamente dormido. La luz de la pantalla me deslumbra cuando la enciendo con el corazón acelerado tras el susto. Entonces, leo el nombre que brilla en la pantalla y la sensación de vértigo empeora.

Papá

Tres llamadas perdidas

De pronto, una llamada entrante.

Solo que no es suya.

—¿Luka? —Bostezo, adormilada. Tengo que hablar en voz baja para no despertar a Connor. ¿Qué diablos hace llamándome a estas horas?

No percibo que algo va mal hasta que oigo sus sollozos.

—¿Maeve?

Me pongo alerta.

—Necesito... necesito que vengas a recogerme —dice. Respira muy rápido, como si el llanto le arrebatara el oxígeno—. Me han dejado tirado y yo no... no sé cómo he podido dejarme engañar. Creía que hablarían conmigo, que me darían explicaciones. Pero no... no...

—Estás borracho. —Cierro los ojos con fuerza. Decirlo en voz alta me provoca una punzada en el corazón.

Luka llora con más fuerza.

—Es todo culpa mía. He dejado que me engañen. Creía que ellos... yo no... Soy tan estúpido, Maeve, no...

Parece tan destrozado que a mí también se me aguan los ojos. Odio que, después de estas últimas tres semanas, haya vuelto a recaer. Cojo aire e intento mantener la calma.

—Voy a despertar a tu hermano.

—¡No! —exclama Luka, desesperado—. Por favor, no le digas nada. Verme así le destrozaría y yo no... no podré soportar decepcionarlo otra vez. Solo necesito volver a casa. ¿Puedes venir a por mí? Siempre deja las llaves de la camioneta en el escritorio. Por favor, Maeve. Por favor —me suplica entre sollozos—. No sé dónde estoy. El móvil se me está quedando sin batería. Por favor. No puedo decepcionar a nadie más.

Tengo un nudo en la garganta. Echo un vistazo hacia atrás, donde Connor sigue profundamente dormido. Si hago esto sin avisarlo y después lo descubre, me meteré en problemas. Pero Luka me necesita. Y sé que a Connor lo destrozaría aún más volver a ver a su hermano en este estado. Esta tarde parecía tan... aliviado cuando hablaba sobre su recuperación. Es posible que Luka solo esté exagerando, ¿no? A lo mejor no es nada grave y solo se ha tomado unas copas de más. Hoy es un día duro para Connor. Es el cumpleaños de Riley. Quizá lo mejor sea que me encargue ahora de lo de su hermano y mañana se lo cuente todo. Con calma.

Ignoro si es o no la decisión correcta.

Por desgracia, tampoco tengo tiempo para pensarlo mucho más.

—Maeve —me implora Luka.

Intento tragarme todos los sentimientos atroces que me corroen por dentro.

—Mándame tu ubicación. Y quédate justo donde estás. —Me levanto de la cama y voy directa a por las llaves—. Voy de camino.



Nota de autora:

El deseo de Connor de utilizar su pequeño altavoz para dar difusión a temas que considera importantes es el mismo que tengo yo desde que empecé a escribir. Escribo principalmente para entretener, pero también creo que, por suerte, la vida me ha dado la oportunidad de lanzar a quien me lee ciertos mensajes, y eso es lo que trato de hacer, aunque sea a pequeña escala, en todas mis novelas.

Mi intención en este capítulo era hacer un alegato a favor de la prevención del suicidio y del cuidado de la salud mental. Para ello, he contado con la ayuda de especialistas que no solo me han ayudado a informarme al respecto, sino que además han ido leyendo la novela conforme la escribía. Considero que, si uno quiere escribir sobre temas delicados, debe hacerlo con respeto y cuidado y tras haberse documentado previamente. Es lo que hago en todos mis libros y por supuesto es lo que he hecho en este también.

Dicho esto, aclaro que yo solo soy escritora. Toda la información que habéis leído aquí me la han brindado, como digo, expertos en el tema, y recomiendo a todo aquel que quiera aprender más sobre la prevención del suicidio a buscar información de especialistas, que es siempre la más fiable. Yo recomiendo la página web  y las redes sociales de Feafes Extremadura (las podéis encontrar buscando su nombre en internet) :)

继续阅读

You'll Also Like

37K 2.3K 22
Holi esta historia se tratara sobre todos los shipps yaoi de shuumatsu no valkiriye récord of ragnarok sin preferencia o uno principal serán describi...
337K 12.3K 44
una chica en busca de una nueva vida, nuevas oportunidades, de seguír sus sueños. todo iba bien hasta que el la vio. el la ve y se obsesiona con ell...
2K 422 14
Poesía basada en los diferentes aspectos de nuestra mente, las fases que nos conduces a ciertos caminos y que son cimentados por la variedad del recu...
1M 177K 160
4 volúmenes + 30 extras (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso jus...